Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo séptimo Discurso decimocuarto

De lo que sobra, y falta en la enseñanza de la Medicina

§. I

1. Aquella sentencia Hipocrática, la primera entre las Aforísticas, que el Arte Médico es tan largo, que para adquirirle es corta la vida del hombre: Vita brevis, ars longa, teóricamente es recibida de casi todos los Médicos como verdadera; pero prácticamente tratada [338] como falsa, pues con poquísimo estudio en el se reputan los Profesores hábiles para ejercerle. ¿Cuántos años se destinan a adquirir el Arte Médico? Regularmente seis en todos: cuatro que se dan a la Teórica en el Aula pública, y dos a la Práctica al lado de un Médico aprobado. Esta no es más que la décima parte de la vida regular del hombre: ¿Pues cómo se dice, que la vida del hombre es corta, respecto de lo mucho que hay que estudiar en la Medicina? Como se dicen otras muchas cosas, que se dicen bien, y se ejecutan mal.

2. No faltarán quienes digan, que aquella sentencia es hiperbólica, o que si se ha de tomar a la letra, se debe entender del Arte Médico perfecto, cual acaso es imposible entre los hombres, o por lo menos para adquirirle, ni una, ni aún muchas vidas son bastantes; pero sin llegar a ese grado, puede ser útil a los enfermos en otro muy inferior, que pida sólo un moderado estudio. A no ser así, nunca llegaría el caso de ejercerse útilmente la Medicina; pues el que más se aplicase a ella por el discurso de una larga vida, sólo al tiempo de morir sabría lo que es menester para curar.

3. No negaré, que el conocimiento médico, que logra un Profesor de buen entendimiento, y mucha aplicación, bien que distantísimo de la perfección del Arte, sea en muchas enfermedades bastantemente útil. Pero jamás asentiré, a que el corto estudio, que hay en las Escuelas, baste para esto.

§. II

4. He dicho, que lo que regularmente se da al estudio teórico, y práctico de la Medicina, son seis años. Pero aun de este tiempo se debe rebajar mucho. Yo distingo, y todos deben distinguir dos partes teóricas en la Medicina, la una útil, la otra meramente curiosa. La primera es la que dirige para la práctica, la segunda la que es totalmente inútil para ella, y sólo sirve para pompa, o exornación. A esta segunda parte pertenece mucho de lo que se trata de la Medicina en el Aula. [339]

5. Casi todo lo que se dicta de elementos, de temperamentos, de mixtos, de las edades, de espíritus, de humores, de la cocción, de la putrefacción, es inútil para la práctica Médica. He dicho casi todo, no todo absolutamente. En cuatro, o seis días se puede enseñar cuanto en estas materias puede ser conducente. ¿Pero qué le importarán ni al Médico, ni al Enfermo tantas cuestiones de mera especulación, y tratadas a veces con harta prolijidad, como si los elementos permanecen formalmente en el mixto? ¿Si es posible intemperie sin materia? ¿Si los cuatro humores se contienen formalmente en las venas? ¿Si la generación de los espíritus pertenece a la facultad natural concoctiva? ¿Si los espíritus animales son lucidos? ¿Si la enfermedad pertenece al predicamento de cualidad, o al de relación? ¿Si toda enfermedad es pretenatural al viviente? ¿Si la nefermedad per consensum es verdadera, y propia enfermedad? ¿A qué grado del alma pertenece la facultad pulsífica? Y otras muchas de este jaez.

6. ¿Qué le importarán, ni al Médico, ni al Enfermo, aquellas disputas, en que se controvierten los predicados esenciales de las cosas, como cuál es la razón formal constitutiva de la enfermedad? ¿En qué consiste la esesncia del dolor? Por ventura, por opinar dos Médicos distintamente sobre el constitutivo del dolor, ¿le aplicarán distinto mitigante?

7. Es, pues, manifiesto, que es poquísimo el tiempo, que se emplea en el estudio de la Medicina útil; de modo, que separado lo que se consume en vanas teóricas curiosidades, apenas restarán dos años enteros gastados en lo que es conducente.

§. III

8. Pero si lloramos como perdido el tiempo, que se destina a las disputas expresadas, ¿qué diremos del que se gasta en los Cursos de Artes? Es notable, y comunísimo el error, que padecen los hombres en esta parte. Generalmente tienen aprendido, que nadie, sin ser buen Filósofo, puede ser buen Médico: y suponiendo, que la [340] Filosofía se enseña en el Curso de Artes, creen aquel estudio conducentísimo para la Medicina; de tal modo, que del Médico, de quien oyen, que es buen Artista, sin más examen creen, que es en su Facultad excelente. A esta aprehensión los guía, o por lo menos los confirma en ella, aquella trilladísima sentencia: Ubi desinit Physicus, incipit Medicus. Donde acaba el Físico, empieza el Médico.

9. Yo concederé sin mucha dificultad, que alguna Filosofía es útil, y aun en alguna manera necesaria para la Medicina. ¿Pero qué Filosofía? ¿La que se enseña en la Escuelas? Ninguna más inconducente, ni más fuera de propósito. ¿Qué hará al caso saber, que los principios del Ente natural son tres (doy que ello sea así), materia, forma, y privación? ¿Que la materia es pura potencia: que tiene apetito a todas las formas: que la forma substancial es acto primero: que la substancia es, o no es immediate operativa: que las causas pueden, o no pueden ser ad invicem causas: que el movimiento fue bien definido por Aristóteles: que el lugar consiste en la última superficie del cuerpo ambiente: que el continuo es in infinitum divisible? ¿Qué hará al caso, digo esto, y todo lo demás, que se dicta en las Aulas, para discernir, o curar alguna de tantas enfermedades, a que está expuesto el cuerpo humano?

10. Sin embargo es tal la ceguera, o la ignorancia de los hombres, que en viendo a un Mediquillo poner con aire tres, o cuatro silogismos en una disputa píblica, sobre si la materia existe por la existencia de la forma, u otra inutilidad semejante, luego le conciben grande en su facultad, y sin más conocimiento de su ciencia, le buscan los mejores partidos. Y si concurre con él a la pretensión un Profesor de juicio, experiencia, y aplicación, que ha estudiado la práctica en los mejores Autores, y observado con diligencia en el ejercicio de su Arte todo lo que se debe observar, pero por considerarla superflua no se ha adiestrado en la esgrima Dialéctica de las Aulas, prefieren el primero, que es un mero Charlatán, al segundo, que es Médico verdaderamente. [341]

11. Los mismos Profesores, que deben todos los créditos, que gozan, a este error, procuran, como interesados en él, mantenerle con todas sus fuerzas. Pocos años ha que uno de estos, hombre ancianísimo, que disfruta un copioso sueldo en partido sumamente honroso, compuso, únicamente a fin de confirmar al mísero Vulgo en su ceguera, un libro, lleno, y relleno de inepcias, y trampantojos. Quien le creyere, juzgará, que la Lógica, y Física (Metafísica diremos mejor) de Aristóteles, en la forma que se enseñan en nuestras Escuelas, son dos Astros, con cuyo esplendor se ilustra, y de cuyo influjo recibe todo su vigor la Medicina.

12. Así a éste, como a todos los demás de su opinión, los redarguyo con una convención clarísima. No niegan ellos, que Hipócrates fue un Médico excelentísimo. Pregúntoles, si estudió la Lógica, y Física de Aristóteles. Si no quieren delirar, dirán, que no. Y dirán bien: porque Hipócrates fue anterior a Aristóteles. Ni pueden recurrir al efugio, de que la Lógica, y Física de Aristóteles existían en otros Autores anteriores a Aristóteles: no pueden, digo, recurrir a este efugio, porque en cuanto a la Lógica, es cierto que Aristóteles fue original: y en cuanto a la Física pretenden todos sus secuaces, que también lo fue. ¿Ni cómo podrían darle el glorioso título de Príncipe de los Filósofos, si su Filosofía fue cogida de otros? Si Hipócrates, pues, fue un insigne Médico, sin estudiar la Dialéctica, y Física de Aristóteles, podrán serlo otros del mismo modo, sin estudiarlas: y podrán con mucha más facilidad, que el mismo Hipócrates, por las luces, que éste les dejó en sus escritos.[342]

§. IV

13. No es sola la Filosofía Aristotélica la que consideramos inútil para la Medicina. A todos los sistemas filosóficos extendemos la misma censura. Tan fuera de propósito es para la curación la Filososfía Corpuscular, como la Peripatética. ¿Qué harán jamás al caso, ni los Átomos de Gasendo, ni los Turbillones de Descartes, para determinar, si a tal enfermo en tal enfermedad se ha de sangrar, o purgar, o dar la Quina? La Filosofía sistemática, tomada en toda su extensión, sólo puede servir para que el Médico, conforme al sistema que sigue, dé razón de los efectos, que palpa. Más para reglar la curación, si no es totalmente fatuo, atenderá precisamente a lo que, o por lectura, o por experiencia sabe que en semejantes casos ha aprovechado, u dañado, practicando lo primero, y evitando lo segundo. Concurren infinitas veces dos Médicos Galénicos, jurados, y ardientes sectarios de Aristóteles, y discrepan infinito en la curación. Al contrario, concurren del mismo modo un Aristotélico, y un Cartesiano, y concuerdan en los medicamentos, que deben usar: prueba evidente, de que ni una, ni otra Filosofía dirige la práctica Médica.

14. No faltan a la verdad entre los Médicos, que siguen la Filosofía Corpuscular, uno, u otro, que quieren hacer valer en la medicina el sistema filosófico, que siguen. Juan Jacobo Waldschmidt, encaprichado con extremo del Cartesianismo, pretende, que no puede ser buen Médico, quien no siguiere la Filosofía Cartesiana. ¡Rara extravagancia! de la cual se sigue, que no hubo Médico alguno bueno, hasta que Descartes vino al mundo; y que el mismo Hipócrates fue un pobre hombre, que no merecía estar asalariado en una corta Villa. ¿Qué luz nos da este Autor para la curación de las fiebres, con decirnos, que la fiebre consiste en la perturbada mixtión de la sangre, ocasionada de la introducción de un éter peregrino? Lo primero, esto es dudosísimo. Son innumerables los Médicos, que señalan causa diferentísima a las fiebres: tanto, [343] que apenas la centésima parte de los Autores las atribuye a la que señala Waldschmidt. Lo segundo, el éter peregrino es una gerigonza semejante a la de las cualidades ocultas de la Escuela Peripatética. La voz éter significa entre todos los modernos la materia sutil Cartesiana; pero el adjetivo añadido peregrino, es quien confunde la claridad, que por sí solo tiene el sustantivo. En la doctrina de Descartes no hay, ni cabe la distinción de éter peregrino, y doméstico, porque la materia sutil es toda uniforme: y así no hay lugar a decir, que hay un éter, que por ser acomodado a los poros de la sangre, mientras se mantiene en ellos, la conserva en la natural, y debida mixtión; y otro, que por no ser acomodado a los poros de la sangre, descompone la natural positura, y combinación de sus partículas. Esto es lo que parece quiere insinuar el Autor alegado; pero esto mismo es manifiestamente opuesto a los principios de su adorado Descartes, el cual supone su materia sutil en toda su extensión tan extremamente tenue, y fluida, que se pueda acomodar a los poros de todos los cuerpos, aún los minutísimos, sin turbar, o alterar su textura: y así pasa rapidísimamente por los poros del vidrio, y de los metales más compactos, sin ocasionar en ellos la menor descomposición: porque respecto a su esquisita sutileza, los poros más estrechos vienen muy anchos. Asimismo es opuesto a la doctrina Cartesiana, concebir una porción determinada de éter, añadida en la sangre todo el tiempo que dura la fiebre; porque toda la materia sutil, según la sentencia de Descartes, está puesta siempre en continuo, y rapidísimo movimiento, sin que jamás se detenga en los poros de algún cuerpo. Lo tercero, aún dado caso, que la sentencia del Autor citado sea la verdadera, para la curación de las fiebres es inútil. Esto se ve claro, en que este Autor, para curar todo género de fiebres, a cada paso usa de los mismos medicamentos, que vio en otros Autores, los cuales no pensaron, ni se acordaron jamás de la introducción del éter peregrino en la sangre. [344]

§. V

15. Siendo verdad clarísima todo lo que llevamos dicho, es sin duda digno de lamentarse el triste malogro de aquel tiempo, que se da al estudio de la Filosofía, debajo del errado supuesto, de que ésta es un preliminar indispensable de la Medicina. Sólo una parte de la Física exceptuo, que es la que trata de la composición, y mecanismo de todas las partes del cuerpo humano.

16. Pero ve aquí otro mayor desorden; y es, que siendo esta parte de la Física la única, que es útil para la Medicina; no sólo en las Aulas donde se dicta a los que se disponen para Médicos la Filosofía, no se les enseña palabra de esto; más aún los mismos Autores, que escriben Cursos enteros de Medicina (exceptuando uno, u otro), no la tratan, sino superficialísimamente. Todo se reduce a dividir las partes del cuerpo humano en similares, y disimilares: subdividirlas después en espermáticas, y carnosas (en que se comete uno, u dos crasísimos errores filosóficos, suponiendo, que unas partes del cuerpo humano se forman del semen, y otras de la sangre menstrua), y en orgánicas, y no orgánicas: y finalmente decirnos algo de las facultades, pero en términos tan generales, y abstractos, que es lo mismo que si nada se dijese.

17. El estudio de la Medicina debiera, según mi dictamen, empezar por una descripción particularizada, clara, y sensible de todas las partes, tanto sólidas, como líquidas, de que se compone el cuerpo humano, juntamente con la explicación de la acción, y uso de cada una. Es evidente, que no acertará, ni podrá reparar una máquina descompuesta, el que ignora la colocación, y uso de sus partes en el estado de integridad: luego primero se debe instruir en la disposición natural, acción, y uso de las partes de esta máquina viviente, que en el modo de repararla, cuando declina de su estado natural.

18. A esto se seguirá la explicación de todos los desórdenes, que pueden arribar, tanto en los sólidos, como en los líquidos, que es lo mismo que manifestar las [345] diferentes dolencias, a que están expuestos nuestros cuerpos, proponiendo sus señales, sus pronósticos, y sus remedios.

19. En fin, se propondrá un régimen de vida oportuno, para precaver las enfermedades, y desembarazado de preceptos inútiles, en que están prolijos muchos Autores; a cuyo fin nos remitimos al Discurso VI de nuestro primer Tomo; estando firmes siempre en la persuasión de que las máximas, que allí establecimos, son las más conducentes, y seguras.

20. Esto es todo lo que en orden a la Medicina se debe enseñar en las Aulas; y todo lo que sale de aquí, no es Medicina.

21. Donde advierto, que asimismo todas las Conferencias, y Disputas públicas conciernan a los asuntos propuestos. Todo se ordene a la práctica; pues todo lo demás es perder tiempo. La Regia Sociedad de Sevilla da en orden a esto un bello ejemplo a todas las Escuelas Médicas. Vi estampadas las series de sus Actos propuestos para el año próximo pasado de treinta y cuatro, y el presente de treinta y cinco; y con gran complaciencia mía noté, que todos los asuntos son rigurosamente prácticos, y ordenados inmediatamente a la curación de varias enfermedades. Con bien fundada confianza espero, que la grande, y oportuna aplicación de los sabios, que componen aquella Academia, mejorará, y adelantará considerablemente la Medicina en nuestra España. Años ha que aquel Noble Cuerpo me revistió del estimabilísimo carácter de Miembro Honorario suyo. Duélome de no poder compensar tanto honor, sino con esta protestación pública de mi agradecimiento.

22. Pero las altas esperanzas, que para el adelantamiento de la Medicina en España fundo en la Regia Sociedad de Sevilla, han recibido estos días un insigne refuerzo, con la noticia que se me ha dado de la reciente erección de la Academia Médica Matritense, cuyos Estatutos están ya aprobados por el Real, y Supremo Consejo de Castilla, después de obtenido el Privilegio de su Magestad, que se expidió el [346] día 13 de Septiembre de 1734. Todas las circunstancias de esta noble Compañía conspiran a influir una grand idea de la utilidad, que ha de producir a España. Es su Presidente el señor D. Joseph Cervi, Médico Primario de ambas Majestades, de cuyos raros talentos, conocidos, y aplaudidos en toda Europa, nos debemos prometer, que comunicado a todos los Miembros de la Academia el grande espíritu de la Cabeza, se haga tan fértil el terreno de nuestra Península, para producir otros Cervis, como el de Parma. Los Académicos en las tres clases de Número, Ejercicio, y Honor, divididos en varias Facultades pertenecientes, o conducentes a la Medicina, son en todos noventa y seis. Donde advierto, que excede en el número de veinte y seis Académicos la Regia Academia Matritense a la Academia Real Parisiense de las Ciencias, en cuya instauración el año de 1699 no se señalaron más de setenta Académicos entre todas clases.

23. El destino de la Academia está perfectamente explicado en el Estatuto cincuenta, y último, que pondré aquí la letra, y dice así: El fin primario, e idea general de la Academia, será manifestar las verdaderas, y provechosas máximas de la Medicina, y Cirugía, por el camino de la observación, y experiencia: proponer las utilidades de la Física mecánica: adelantar los descubrimientos de la Anatomía: distinguir sin confusión los Experimentos Químicos: y finalmente averiguar cuanto pueda ser útil, y conveniente de la variedad admirable de la Historia Natural: en cuya consecuencia se propondrá con claridad lo verdadero como seguro, lo provechoso como útil, lo verisímil como opinable, y lo experimental como demostrable.

24. Ya España (gracias al Altísimo) con la luz que la dan las dos Academias, ve el camino recto por donde se puede arribar a la verdadera, y útil Medicina. Nada falta a los genios Españoles para abanzarse tanto a lo más difícil, y sublime de las ciencias, como los de las Naciones más despiertas del mundo, sino ponerse en la verdadera senda. La Nación Francesa, tan preciada, y tan celosamente [347] amante de la excelencia de espíritu de sus Naturales, reconoce, y confiesa la garnde agudeza, y penetración de los Españoles, de que me dan testimonio varios Escritores Franceses. Lástima es, que por lo que toca a la Medicina, hayan empleado grandes espacios de tiempo muchos de sus bellos ingenios en inútiles metafísicas especulaciones. Ya está descubierto el rumbo, por donde se debe navegar a las Indias de tan noble Facultad, que es el de la OBSERVACIÓN, y EXPERIENCIA. ¡Cuántas veces he gritado esto mismo! Ya no se quejaran más de mis invectivas los Médicos Españoles, que se aprovechen de las luces de las dos Academias. Sólo resta, que el Rey nuestro Señor, tan puntual imitador de las virtudes de su grande Abuelo Luis Decimocuarto, siga también sus huellas, concediendo a la Matritense la generosa protección, con que el gran Luis favoreció a la de su Capital.

NOTA. Otros discursos pertenecientes al gobierno Lterario de las Escuelas, se estamparán, queriendo Dios, en el octavo Tomo.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo séptimo (1736). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo séptimo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 337-347.}