Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo séptimo Discurso decimotercero

Lo que sobra, y falta en la Física

§. I

1. Entro en un amplísimo asunto. Lo que sobra en la Física, que se trata en las Escuelas, es mucho; mucho más lo que falta. Lo primero casi todo lo que se comprehende en los ocho libros, que llaman de Naturali Auscultatione, muchos lo estiman una pura, y rigurosa Metafísica. Es cierto que el P. Suárez, a quien nadie negará ser un Escolástico muy metódico, y que sabía colocar cada cosa en el lugar correspondiente, incluyó en sus Metafísicas gran parte, y no sé si la mayor de las cuestiones, que los Lectores de las Aulas controvierten en dichos ocho libros. Esto es conforme a lo que en el capítulo pasado dijimos de la extensión del objeto de la Metafísica, el cual comprende, no sola la universalísima razón de Ente, mas también todas aquellas diferencias, y predicados menos universales, que prescinden del Ente material, e inmaterial; por consiguiente, no a la Física, sino a la Metafísica toca tratar de la razón de causa en común, de la eficiente, ejemplar, y final en particular, de la acción, del infinito, del primer motor, &c.

2. Mas a la verdad, en esta incongruencia no insistiré mucho; ¿porque qué importará que lo que conviene tratar en el Curso de Artes, como se trate bien, se incluya en esta parte, o en aquélla del Curso? Hay sin duda en esto mucho de arbitrario, según los diferentes visos a que [309] se mira la materia, y según la mayor, o menor extensión, que cada Autor quiere dar a cada una de las tres ciencias, que componen el Curso. Por cuya razón unos tratan de las categorías en la Metafísica, otros en la Lógica: lo que es más conforme a Aristóteles, que del libro de las Categorías hizo una parte de la Dialéctica.

3. Lo que me disuena, pues, no es que en los ocho libros de Naturali Auscultatione se traten materias, que pudieran incluirse en la Metafísica, sino que las mismas materias físicas se traten tan metafísicamente, y sólo metafísicamente. Dispútase mucho del compuesto natural, de la materia, de la forma, de la unión, del movimiento, &c. Todos éstos son objetos verdaderamente físicos. ¿Mas qué importa, si se tratan idealmente, no sensiblemente? ¿Qué importa, si se examina sólo la superficie, no el fondo? ¿Qué importa, si en nada se corre el velo a la naturaleza, y no se hace sino palparle la ropa? ¿Qué importa, si cuanto se lee, se escribe, y se estudia en los ocho libros, se queda en razones comunes, y comunísimas, sin descender jamás a las diferenciales?

§. II

4. Acaso se me dirá, que a la Física, como ciencia, no le toca tratar las cosas de otro modo. Pero éste es un efugio, cuya vanidad mostraré, usando de las mismas máximas, y términos de la Escuela. Es constante, que todas las ciencias naturales deben mirar sus objetos con alguna abstracción, porque no se da ciencia de los singulares. Pero esta abstracción, es varia en distintas ciencias. La Física, dicen los Escolásticos, mira su objeto como abstracción de la materia singular; pero no de la materia sensible, ni de la inteligible. La Matemática mira el suyo abstraído de la materia singular, y de la sensible, mas no de la inteligible; porque siendo su objeto la cantidad, considera ésta, no sólo como prescindida de los singulares, mas también de la sujeción, que tiene a los sentidos; pero no de su esencial materialidad como [310] representable al entendimiento. ¿Quién no ve ahora, que la Física, del modo que se enseña en las Escuelas, mira su objeto con tanta abstracción, como la Matemática el suyo? Esto es, no sólo abstraído de la materia singular, mas también de la sensible. ¿Qué más tienen de sensibles, en el modo de tocarse, el compuesto natural, la materia, la forma, el movimiento, &c. considerados sólo debajo de estas razones comunísimas; que la latitud, la longitud, el círculo, el cuadrado, el cubo, el cilindro, la pirámide, &c. considerados asimismo debajo de estas razones comunes?

5. Explicareme más, y siempre en términos escolásticos, porque los profesores, o desprecian, o no entienden a quien no les habla en su lenguaje. La Física, dicen, mira su objeto sólo con abstracción de los singulares, porque las demás abstracciones pertenecen a otras ciencias: luego le mira abstraído sólo de los individuos, mas no de las especies; o abstraído sólo de las diferencias individuales, mas no de las específicas. ¿Pues cómo los profesores tratan del objeto de la Física, no sólo abstraído de los individuos, mas también de las especies; y no sólo de las especies ínfimas, mas aún de las subalternas? ¿No es clara la inconsecuencia? ¿Y no es claro también que lo hacen así? Tratan, por ejemplo, del compuesto natural; pero sólo debajo de este concepto generalísimo. No sólo no descienden al hombre, al caballo, y al aguila, que son especies ínfimas, mas ni aún a la razón común de animal, que es género, o especie subalterna. No sólo no bajan al oro, a la plata, al cobre, que son especies ínfimas, mas ni aún a la razón común de metal, que es género, o especie subalterna.

6. De aquí depende, que esta Física, con todo el cúmulo de sus máximas, esparcidas en ocho libros, no da luz para explicar algún fenómeno, para disolver algún problema, aunque sea el más patente, el más fácil de cuantos ocurren en el dilatado ámbito de la naturaleza. ¿No se demuestra esto en los escritos del mismo Aristóteles? [311] Compuso este Filósofo (como quieren muchos) el libro de los Problemas, donde pasan de ochocientos los que propone, pertenecientes a la materia física. Véanse las soluciones, que da a todos ellos, y se hallará, que jamás recurre a principio alguno, o máxima estampada en los ocho libros, para dar salida a cuestión alguna. Ni podría hacerlo, aunque quisiese, porque las generalidades, de que tratan los ocho libros, se quedan en la externa superficie: digámoslo así, de las puertas afuera de la naturaleza. Después de tanto razonar de los principios del ente natural, de causas, acciones, pasiones, efectos, &c. si le preguntan al que gastó su calor natural en estos tratados, cómo se enciende el fuego, cómo se disuelven las nubes en agua, cómo fecunda ésta la tierra; cómo se engendran, cómo se nutren las plantas, se halla el pobre en densísimas tinieblas. Y es el caso, que de las proposiciones muy comunes en materia física se verifica a su modo aquel axioma, que vulgarmente se aplica a las políticas, y morales: Sermo communis neminem tangit. No tocan en el pelo de la ropa esas máximas generales el modo, que tienen de obrar las causas particulares cada una dentro de su especie.

§. III

7. Dirame alguno, que la averiguación del modo con que obra cada causa particular dentro de su especie, pertenece a la Física experimental, no a la científica, que es la que se enseña, y debe enseñar en las Escuelas. Pero lo primero preguntaré yo, ¿qué Física científica es ésa? ¿No hablan de la Física científica los Escolásticos, cuando dicen, que su objeto es el ente natural sensible, de tal modo, que en razón de objeto no prescinde de la sensibilidad? Es claro; pues afirman, que el objeto de la Física, a distinción del de la Matemática, y del de la Metafísica, no prescinde de la materia sensible. Pregunto más: ¿El objeto, en razón de sensible, no dice respecto a la percepción de los sentidos? No hay duda. Pregunto lo tercero: ¿El objeto material, en cuanto dice [312] respecto a la percepción de los sentidos, no dice respecto a la experiencia? O de otro modo: ¿El objeto material, en cuanto sensible, no es experimentable, y en cuanto experimentable sensible? Es manifiesto, porque no hay otra experiencia, que la que se tiene, mediante la percepción de los sentidos, o no hay otra acción experimental, que la misma percepción sensitiva: luego esa misma Física científica, de quien hablan, es Física experimental. Si los Escolásticos la ciñen a unas máximas puramente teóricas, y abstractísimas, no es culpa de la ciencia, la cual por sí esencialmente pide más extensión, o en sí es más extensa; sino escasez de los profesores.

§. IV

8. El caso es, si se mira bien, que aun esas mismas noticias abstractas, o en toda, o en la mayor parte, las deben a la experiencia, aunque ellos están muy lejos de pensarlo. Todos siguen las huellas de Aristóteles en cuanto dicen del compuesto natural, de la materia, de la forma substancial, de las accidentales, de la educción, &c. Y pregunto: ¿De dónde le vino a Aristóteles la idea, que formó de esos objetos? Sólo de la experiencia. Veía Aristóteles, que una misma materia sucesivamente iba adquiriendo varias formas; pongo por ejemplo, que de la tierra se forman las plantas, de las plantas fuego, del fuego ceniza, de los alimentos carne, de la carne gusanos, &c. de aquí formó el concepto de que en los compuestos naturales hay una parte, que es sujeto, o materia, capaz de varias formas, indiferente para todas, la cual por consiguiente no constituye alguna especie determinada; y otra parte, que es forma, la cual da el ser específico. Veía asimismo la unión de las dos. Veía que, al introducirse una forma, perdía el ser la otra. Veía que a esta introducción de nueva forma precedía una alteración sensible en las cualidades del sujeto, como en el color, olor, y sabor de la carne, antes de convertirse ésta en gusanos. De esta, y otras experiencias le vinieron a Aristóteles todas las ideas, que formó [313] del ente natural, de sus principios, de su generación, y corrupción, de la potencia, del acto, de las disposiciones para la forma, &c. Así se ve, que donde le faltó, la guía de la experiencia, erró miserablemente. Tuvo por imposible la creación, por consiguiente imaginó el mundo existente ab aeterno. ¿Por qué esto? Porque la creación no pudo experimentarla; antes lo que experimentaba, lo que veía, lo que palpaba, todas eran producciones ex praesupposito subjecto. Así concluyó, que era imposible producirse cosa alguna de la nada, formando su famoso axioma: Ex nihilo nihil fit. Dio por sentada la absoluta imposibilidad de que los accidentes existan sin sujeto. ¿Por qué? Porque la experiencia se los mostraba siempre inherentes a algún sujeto. Y si a nosotros nos enseñara la controrario la Fe, le seguiríamos en esto, como en lo demás.

9. ¿Mas para que nos fatigamos en inútiles enumeraciones? Con un rasgo solo de pluma se hace patente, que Aristóteles no tuvo conocimiento alguno, que no fuese sundado en la experiencia. ¿No es axioma suyo, que el entendimiento no percibe objeto alguno, cuya especie no haya adquirido por la vía del sentido? Todo Escolar lo sabe: Nihil est in intellectu, quin prius fueritin sensu. ¿Qué quiere decir esto sino que el entendimiento no tiene conocimiento alguno, que no sea experimental, o deducido a lo menos por ilación de la experiencia de los sentidos?

10. Y valga la verdad. Pongamos, que Dios criase un hombre perfecto en la organización, y en todas las facultades; pero suspendiéndole por algún espacio de tiempo el uso de todos los sentidos. Díganme, ¿qué concepto haría este hombre de materia, de forma, de cantidad, de movimiento? Ninguno sin duda, porque suspendido el uso de todos los sentidos, no podía adquirir especie alguna de estos objetos. Ni aún de su propio cuerpo tendría idea alguna, porque éste no puede conocerse, sino mediante la percepción sensitiva. Sólo conocería por reflexión el ser de su alma, sus potencias, y operaciones espirituales. Este es [314] conocimiento experimental. Inferiría por discurso, que otro algún ente le había dado el ser, pues él no podía dárselo a sí mismo. Podría pasar de aquí a inferir un ente necesario, existente por sí mismo, y autor de todo. Pero así esto, como todo lo demás, que se me diga, que este hombre, puesto este principio, podría deducir, iría fundado sobre aquel primer concepto experimental; y en todo lo demás, en que le faltase la luz de la experiencia, se hallaría en densísimas tinieblas.

11. Creo, que generalmente se puede decir, que no hay conocimiento alguno en el hombre, el cual no sea mediata, o inmediatamente deducido de la experiencia. ¿Qué verdad puede dictar más inmediatamente la luz natural al alma, que la existencia del Autor, que la dio el ser? Con todo, esta verdad no la alcanza, ni puede alcanzar el alma naturalmente sin el subsidio de la experiencia. No es ésta alguna exquisita paradoja, sino doctrina clara del Ángel de las Escuelas Santo Tomás, el cual {(a): I. part. quaest. 2, art. I.} afirma, que esta verdad Dios existe, o hay Dios, no nos es notaria por sí misma; esto es, no podemos alcanzarla, sino por ilación, o discurso. ¿Y qué discurso será éste? Discurso fundado precisamente sobre principios experimentales. Consta del mismo Santo Doctor en el Artículo tercero de la misma cuestión, donde propone cinco demostraciones de la existencia de Dios, que son las únicas, que como eficaces halló dignas de escribirse; y en efecto los Escolásticos sólo éstas han abrazado como tales. Pero todas estas cinco demostraciones estriban en el fundamento de la experiencia, porque todas proceden en alguna manera de los efectos a la causa: la primera se funda en el movimiento, la segunda en el orden de las causas eficientes, la tercera en la posibilidad de no ser de los entes criados, la cuarta en los grados de bondad, que hay en las cosas, la quinta en el gobierno del Universo. Todos estos fundamentos, o principios del discurso, sólo nos constan por experiencia, como es claro. [315]

§. V

12. Es, pues, preciso, que confiesen, que la Física, sin excluir aún aquella parte abstractísima, que se dicta en las Escuelas, estriba en la experiencia: luego injustamente, y contra toda razón asquean la experiencia, como indigna de la nobleza de las Escuelas. Por consiguiente no pueden valerse de este motivo para dejar de tratar la Física contraída a las especies subalternas, y aún ínfimas del ente natural.

13. ¿Y no acuden los mismos Profesores a la experiencia en tal cual caso? Sin duda. Cuando pretenden probar la reepugnancia del vacío, recurren a la experiencia del ascenso del agua en la bomba, y otros. Cuando tratan de la impenetrabilidad de la cantidad, proponen por argumento el experimento del oro echado en un vaso lleno de agua, que dicen no ocupa lugar en él distinto del que ocupa el agua. Pues como se sirven de éstos, ¿por qué no se valdrían de otros muchísimos, para indagar varias verdades físicas? El caso es, que por dar tan poca atención a los experimentos, aún esos pocos, que tocan, los tienen tan mal digeridos, que en el primero, viendo el efecto, yerran la causa, atribuyendo a la repugnancia del vacío lo que únicamente depende del peso del aire; y en el segundo conceden comúnmente un efecto, o hecho, que no hay; esto es, que el oro no ocupe en el agua espacio distinto del que ocupa el agua. Este error dependió de haber hecho la experiencia con tan corta cantidad de oro, que no podía elevar el agua sensiblemente en el vaso. Echen la cantidad de ocho, o diez onzas, y verán como la elevan tanto, como la de cinco, o seis de plata. Yo hice la experiencia con ocho onzas de oro, y desbordó el agua fuera del vaso.

§. VI

14. No pretendo yo, que no se lea en las Escuelas la doctrina, que Aristóteles enseñó en los ocho mencionados libros; sino que esa doctrina se dé purgada [316] de tantas inútiles cuestiones, en quienes se consume buena porción de tiempo, el cual fuera más justo emplear en explorar más de cerca la naturaleza. Explíquense norabuena los principios del ente natural, según la mente de Aristóteles. Dense aquellas generales ideas de lo que es materia, de lo que es forma substancial, y accidental. Trátese de los cuatro géneros de causas, y el modo de obrar de cada una. Asimismo del movimiento del lugar, del vacío, &c. Todo lo que en esto hay de doctrina, propuesto con limpieza, y claridad, ocupará muy pocos días; y todo aquel grande espacio, que ocupan tantas cuestiones muy excusables, se pueden emplear en descender de esas ideas generales a más física, y específica explicación de esas mismas materias.

15. Trátase, pongo por ejemplo, en el tercero, y cuarto libro del Movimiento. ¡O cuánto hay, no sólo útil, sino necesario, que decir sobre esta materia! Cuanto hace la naturaleza, lo hace mediante el movimiento. Por lo cual el mismo Aristóteles advirtió, que el que no conoce el movimiento, necesariamente ignora la naturaleza: Necessarium enim est ignorato ipso (motu) ignorari, & naturam {(a): Lib. 3. Physic. cap. I.}. Ni esto se debe entender sólo del movimiento, tomado generalísimamente en cuanto es común a toda mutación física, tanto substancial, como accidental; más aún en cuanto supone particularmente por el movimiento local: porque aunque no convengamos con los Filósofos modernos, en que no hay en la naturaleza otro movimiento, que local, no podemos menos de concederles, que nada se hace sin movimiento local. También lo conoció esto Aristóteles. Véase {(b): Lib. 8. Physic. cap. 7.} donde hablando de la Lacion, voz de que usa para explicar el movimiento local, después de decir, que éste es el primero de todos los movimientos; tratando después de los movimientos de alteración, y acreción, añade, que éstos no pueden ejercerse sin movimiento local: At haec absque Latione nequeunt esse. Y poco más abajo, por el título de ser el movimiento local el primero [317] de todos los movimientos, generalísimamente afirma, que ningún movimiento puede subsistir sin el local: Dicitur autem prius, id quo sublato caetera tolluntur.

16. A aquellos, a quienes no haga fuerza la autoridad de Aristóteles, o lo que es ordinarísimo, estén resueltos a interpretar, aunque sea violentísimamente, las sentencias de Aristóteles de modo, que no perjudiquen a sus preocupaciones, ruego, que tendiendo los ojos por todas las operaciones de la naturaleza, vean si encuentran alguna, donde no haya movimiento local. Muchas hallarán sin duda, si las miran con la debida reflexión, que no consisten sino en movimiento local, ya deb unos cuerpos totales hacia otros, ya de las partículas de un cuerpo hacia otras del mismo cuerpo; pero por lo menos sin movimiento local, o antecedente, o concomitante, me atrevo a asegurar, que no encontrarán ninguna.

§. VII

17. Siendo esto así, ¿no se debe extrañar mucho, que contentándose en nuestros Cursos de Artes con dar una ligera, y superficial noción del movimiento en común, nada, o casi nada nos digan del movimiento local en particular? Pues ahí que es poco, o inútil lo que hay que saber de él; no sino mucho, y utilísimo. Son infinitas las operaciones, así naturales como artificiales, que es imposible explicarse, ni entenderse, sin saber cuáles son las causas del movimiento local, cuáles sus diferencias, sus propiedades, sus efectos, las leyes, que observa en su dirección, aceleración, comunicación, &c. ¿No sería mucho más importante expender en esto algún tiempo, que en aquellas cuestiones puramente metafísicas, cuál es el definido en la definición del movimiento: si se distingue, y cómo, el movimiento de la acción, y pasión: de quién se toma la unidad del movimiento: ¿a qué predicamentos se da per se movimiento?

18. Aún cuando no tuviésemos en ello otro interés, que el de entendernos con los Filósofos modernos, ya en [318] la disputa, ya en una simple conversación, bastaba éste para tratar las cosas de otro modo. ¡Cuántas veces sucederá hallarse corrido un Filósofo puro de la Escuela, si concurriendo en un corrillo con otro, que ha estudiado físicamente la materia del movimiento, cae la conversación sobre este asunto! Pónese éste, v. g. a explicar, porque ocurrió motivo para ello, cómo los cuerpos movidos circularmente, durando el ímpetu, y cesando el estorvo, que los precisaba al movimiento circular, se apartan del centro por la línea tangente del círculo; como en el movimiento reflejo de los cuerpos esféricos el ángulo de reflexión es igual al ángulo de incidencia; qué rumbo sigue el moble en la refracción, ya cuando pasa del fluido denso al raro, y otras cosas de este género. Todo esto será una algarabía parami pobre Escolástico, pues aún ni las voces entiende; y si quiere entenderlas, le ha de pedir al otro que se las explique; ni más, ni menos que un rústico, que se halle en el corrillo. Lo más es, que al explicarse estas reglas del movimiento, tan prontamente las entenderá el rústico, como él, porque cuanto se le ha enseñado en la Aula, nada conduce para facilitarle la inteligencia.

§. VIII

19. El motivo de entendernos con los Filósofos modernos debiera asimismo excitarnos a explicar con toda claridad los principios de su Física. Hablo aquí de los Filósofos modernos, que forman sistema teórico; porque para los experimentales (que en la realidad son los únicos verdaderos Filósofos) son indiferentes todos los principios teóricos. Que haya formas substanciales, y accidentales, que no las haya; que todo se componga, o no se componga de átomos; que dependa, o no la máquina del Universo de los elementos Cartesianos, para ellos todo es uno: las leyes experimentales del Mecanismo, que son las únicas, o las últimas, a donde reducen los fenómenos, en todo sistema teórico subsisten. [319]

20. ¿Y no es sin duda cosa vergonzosa para un Filósofo del Aula, que sucediendo el caso de concurrir en algún Teatro (pongo por ejemplo) con un Cartesiano, y disponiéndose las circunstancias de modo, que no pueda evitar la disputa, o haya de enmudecer, porque ni aún entiende las voces de que el otro usa, o lo que a veces sucede, sólo haya de altercar con injurias?

21. Ocurriome tal vez hallarme en una conversación, donde habían concurrido dos Religiosos de otra Orden, dos Eclesiásticos Seculares de distinción, y algunos Caballeros, de los cuales el uno, que era muy discreto, y agudo, después de haber estudiado muy bien la Filosofía Aristotélica en el Aula, se había aplicado a la Cartesiana, y estaba cabalmente enterado de sus principios. Nadie ignoraba esto en el Pueblo, porque él, cuando se ofrecía la ocasión, filosofaba segun el sistema Cartesiano: bien que en el fondo, ni era Cartesiano, ni aristotélico, sino verdadero Escéptico. Uno de los Religiosos, pues, insultándole fuera de propósito sobre este capítulo, dijo algunas palabras de mofa en general contra los que seguían la Filosofía Cartesiana. El Caballero, solicitándole luego a la disputa, empezó a razonar alguna cosa en defensa de Descartes, y contra Aristóteles. Mi Religioso, que no sabía de la Filosofía Cartesiana más que el nombre, se halló tan embarazado, que yo, por evitar su confusión, sin ser provocado, me arrojé a la disputa con el Caballero, como el Torero, que llama al Toro, por estorbar que haga pedazos al compañero, que ya tiene cogido entre las hastas. Pero no valió la precaución, porque el Caballero, volviéndose a mí cortesanamente, me dijo, que pues la disputa no era conmigo, dejase reñir la lid al que había sido provocante; con que me fue preciso hacerme fuera de la contienda, y dejar al otro en las hastas del Toro: lo cual paró en que el pobre Religioso, no pudiendo revolverse, ni a un lado, ni a otro, porque sabía tanto del sistema Cartesiano, como de la lengua China, dio a conocer a todos, no sólo su ignorancia, mas también si imprudencia [320] en insultar, sin saber qué, ni por qué insultaba.

22. De estos lances sucederán muchos por la impericia, y temeridad de algunos Profesores, a quienes justamente se puede aplicar aquella increpación del Apóstol San Judas: Quaecumque ignorant, blasphemant. ¿No es indignidad en unos hombres, que se precian de sabios, el que impugnen las doctrinas contrarias a las suyas, del mismo modo que las impugnarían los rústicos, esto es, con baldones contra sus Autores? Con decir que Descartes, y Gasendo fueron unos Quimerizantes ilusos, y otras injurias de este tenor, quedan muy satsfechos: y si les preguntan, qué dijeron Descartes, y Gasendo, o nada responden, o responden mil disparates.

23. Aún los que piensan saber algo de las doctrinas modernas, tienen una inteligencia tan superficial, y confusa, que es lástima oirlos. Frecuentemente confunden la doctrina de Gasendo con la de Descartes, y una, y otra con la de los Filósofos experimentales, como yo mismo he visto no pocas veces. Lo ordinario es poner a cuenta de Descartes cuantas para ellos son novedades en la Filosofía. Si se les habla de átomos, ese es un disparate de Descartes; y Descartes, que supone infinitamente divisible la materia, ¿qué traza tenía de admitir átomos? Si alguno se pone a probarles, que hay vacío existente, a Descartes echan la culpa; y Descartes, bien lejos de admitirle existente, le reputó imposible, aún a la Potencia absoluta de Dios. Aún muchas verdades, que invenciblemente prueba una constante experiencia, y que no admiten en su Escuela, v. g. que el aire es pesado, que no hay Antiperistasis, se las imputan, como a primer Autor, a Descartes; y lo peor es, que les parece que las impugnan bastantemente sólo con decir, que Descartes es el Autor de esas opiniones: lo que sobre ser falso, es una impugnación ridícula, mientras Dios no revela, que jamás Descartes dijo verdad alguna de su cabeza; lo que ni de Descartes, ni de hombre alguno es creíble.

24. Todo esto viene de meterse a hablar de los que no [321] entienden, ni han estudiado. Oyeron las voces de Átomos Turbillones, Materia sutil, Mecanismo, &c. sin saber qué cosa son, o por lo menos ignorando enteramente los fundamentos con que se prueban. Pero no han menester más que haber oído aquellas voces, y creer, que Descartes es Autor de todo, a quien precisamente, por tener entendido, que fue en la doctrina contrario de Aristóteles, reputan por un delirante, para arrojar con desprecio, y risa Átomos, Turbillones, Materia sutil, y Mecanismo a la oscura región de las quimeras.

§. IX

25. No le faltan en las demás Naciones defensores a Aristóteles, pero defensores racionales, defensores con conocimiento de causa, que bien instruídos en los sistemas opuestos, saben las partes flacas por donde pueden atacar los que combaten a Descartes, y a Gasendo, haciendo la justicia, que deben a la sutil inventiva del primero, y a la sólida perspicacia del segundo; y por otra parte dejan libre el campo de la naturaleza a los Filósofos experimentales, como verdaderos, y aún únicos colonos de su fertilísimo terreno. Donde se advierte, que a éstos nadie los mira como facción opuesta, sino, o como suyos, o como neutrales; porque los experimentos, y las consecuencias legítimas de ellos a todo sistema se pueden acomodar, o por mejor decir, todo sistema se puede acomodar a ellos.

26. No sólo esto, más aún se puede decir, que en las demás Naciones no hay algún Aristotélico puro. Todos conceden aquellas verdades físicas, que legítimamente se prueban con los experimentos, que pugnen, que no, con algunas máximas Aristotélicas. Todos admiten las explicaciones de los efectos sensibles, por lo menos de muchos, por las reglas del Mecanismo, en cuanto son independientes de particular sistema. Y aún ellos mismos usan de esas explicaciones, siempre que se aplican a resolver algún problema físico sensible, o señalar la causa de algún [322] fenómeno. De modo, que a cada paso se ven salir de los claustros de varias Religiones, que son Ciudadelas guarnecidas de Sectarios de Aristóteles, resoluciones de problemas físicos, propuestos ya por esta, ya por aquella Academia, atendiendo precisamente a las leyes mecánicas, y sin acordarse de formas, virtudes, cualidades, que a todo vienen igualmente, y nada explican.

27. ¿Qué digo yo resoluciones de problemas particulares? Muchísimos tratados de varias partes de Física, explicada puramente a lo moderno, tuvieron su nacimiento en los claustros. Sólo de los de la Compañía salieron muchos, y excelentes. Tales son los del P. Casati Placentino, del P. Lanis, del P. Castel, del P. Auberto, del P. Sarrabat, del P. Sonciet, del P. Dechales, &c. El P. Regnault dio a luz pocos años ha un Curso entero de rigurosa Física moderna en tres tomos, sin tocar un ápice de las ideas abstractas de la Escuela. En todo él sigue las nuevas opiniones, comprendiendo aún algunas de aquellas que más revuelven los estómagos de nuestros Profesores. Prueba esforzadamente la existencia de la materia sutil, a cuya extrema delicadeza, y rapidísimo movimiento atribuye todos los efectos, que señaló su inventor Descartes, que viene a ser poco menos que constituirla árbitra de toda la naturaleza. Apoya las más de las reglas del movimiento, que, como fundamentales para su sistema, estableció el mismo Descartes. Y ni más, ni menos que este Filósofo, estatuye un turbillón de materia magnética, que, discurriendo de un polo de la tierra al otro, causa todos los movimnientos, que admiramos en el imán. Atribuye con el mismo el descenso de los cuerpos graves al impulso extrínseco de la materia sutil. Generalísimamente explica todas las cualidades sensibles por mero mecanismo, excluyendo toda forma accidental distinta de la materia, figura, y movimiento. Favorece abiertamente la opinión de la continencia formal de las plantas en las semillas, negando toda nueva producción, y concediendo sólo, que sucesivamente se van desarrollando las plantas unas en pos de [323] otras, y adquiriendo aumento aquellos minutísimos cuerpos, de los cuales produjo Dios en el principio del mundo innumerables millones de millones en cada semilla. Finalmente (dejando otras muchas cosas) se declara a favor de la opinión, de que así el hombre, como todos los animales vivíparos, no menos que los ovíparos, se engendran de huevo; si bien que éste es punto, que aún hoy se litiga entre los Anatómicos modernos, y están no pocos por la negativa.

28. Al P. Regnault puede agregarse el P. Bougeant también Jesuita Francés, Autor del primer tomo de Observaciones curiosas sobre todas las partes de la Física (obra, que después prosiguió en otros dos tomos el P. Grozelier del Oratorio), pues en todas las materias, que toca en dicho primer tomo, discurre según los dichos modernos, sin acordarse jamás de formas, cualidades, &c. Así el P. Regnault, como el P. Bougeant, se hallan aplaudidos, y celebrados (aunque más, y con más justicia el primero) por los doctos Jesuitas, Autores de las Memorias de Trevoux.

§. X

29. No ignoro que en España extrañarán muchos, que tantos tratados filosóficos de este género hayan salido de mano de Jesuitas, y no a hurtadillas, o a sombra de tejado, sino a los ojos de toda su Religión, y con aprobación suya. Esto depende de que acá se ignora por lo común el estado presente de la Física en las demás Naciones. Es verdad, que hasta la mitad del siglo pasado, y aún algo más adelante, reinaba una universal, o casi universal conspiración de los sujetos doctos de todas las Religiones, a que concurrían muchos de fuera de ellas, a favor de Aristóteles, contra todos los Filósofos innovadores, en cuya guerra eran comprendidos como enemigos, no sólo Descartes, Gasendo, el P. Maignan, y los Sectarios de éstos, más también todos aquellos, que, consultando por medio de los experimentos la naturaleza en sí [324] misma, proponían cualquiera novedad filosófica extraña a las ideas de los Peripatéticos.

30. Estos últimos, como patrocinaban mejor causa, y con armas mucho más fuertes, y sólidas, que todos lo Filósofos sistemáticos, no sólo se defendieron vigorosamente, mas fueron abriendo campo, y ganando mucha gente, no sólo de los neutrales, mas aún de sus propios enemigos. Mostraban sus experimentos; muchas consecuencias, que sacaban de la combinación de ellos, eran tan visibles, como los experimentos mismos. ¿Quiénes habían de resistir esta fuerza? Sólo los que por ser muy cerrados de mollera, o por cerrarse de campiña (como sucede aún hoy por acá a muchos), o creían más a Aristóteles, que a sus mismos ojos, o no entendían lo que veían, o no querían verlo, o en fin, con vanísimos efugios pretendían eludir las verdades más patentes. Mas al fin, estos mismos, o desengañados, o corridos de la irrisión, que hacían de ellos los desengañados, fueron cediendo poco a poco, y vino a quedar enteramente libre el campo a la Filosofía experimental, concediendo ya los más finos sectarios de Aristóteles muchas verdades escondidas al Estagirita, y descubiertas por la experiencia.

31. La brecha, que en la doctrina de Aristóteles abrieron los experimentales, sirvió indirectamente a los sistemáticos; porque habiéndose manifestado a la luz de los experimentos, que las máximas Aristotélicas flaqueaban en algunos puntos de la Física; flaqueó asimismo la veneración del Autor, que hasta entonces tenía casi del todo oprimida la libertad para filosofar; y persuadidos muchos a que como Aristóteles había errado en algunas cosas, en que veían contraria a él la experiencia, podía haber errado en otras muchas, empezaron a escuchar con atención, y sin desprecio a Descartes, Gasendo, Maignan, &c. Sirvioles también directamente; porque habiendo mostrado la experiencia, que muchos efectos, que los Aristotélicos atribuían a sus formas, y cualidades, ya ocultas, ya manifiestas, eran meras producciones del mecanismo de la [325] materia, acreditó en parte a los que generalmente desterraban de la naturaleza todas las cualidades, y formas materiales. Disipada con esto la antigua preocupación, y hecha país libre la Filosofía, no sólo cesó enteramente aquella gritería de muera, muera contra que cualquiera que impugnaba a Aristóteles, pero empezó a oirse a todos en el tribunal de la razón.

32. Todo lo dicho se denbe entender respectivamente a las familias Religiosas, porque de los seculares muy desde los principios habían hecho los Filósofos capitales modernos, especialmente Decartes, gran número de sectarios. Pero en los claustros, donde aún la libertad honesta para discurrir se concede con mucha cuenta, y razón, muy tarde, y muy poco a poco se abrió la valla a la nueva Filosofía. Ni la abertura fue de mucha amplitud: pues aunque es verdad que el P. Maignan en su Religión (que es lo del glorioso S. Francisco de Paula) se hizo ilustres discípulos, que en todo, y por todo le siguen; no tengo noticia de que (exceptuando la Congregación del Oratorio, cuyo miembro fue el P. Malebranche) en ninguna Religión se diese entrada al sistema entero, ni de Descartes, ni de Gasendo. Admitieron sólo muchos particulares varias máximas de uno, y otro. Y éste es el estado presente de la Filosofía en los Regulares de otras Naciones. Todos dan oídos a la Filososfía experimental. Llegando a tratarse de fenómenos, o efectos particulares, apenas hay quien no los explique por puro mecanismo. Muchos conceden a descartes la existencia, y movimiento de la materia sutil, como indispensablemente necesaria en la naturaleza, y algunas otras novedades suyas. Gasendo es venerado como hombre sapientísimo: y dejando aparte el sistema de los átomos, en quien se encuentran muchas arduidades, en todo lo que pudo prescindir del sistema, es reconocido por un Filósofo excelentísimo, y absolutamente admirable. [326]

§. XI

33. No será mucho que en España desee yo el mismo temperamento. Y porque no se piense, que, a vueltas de esta razonable libertad, dolosamente pretendo introducir otra mayor, desde luego declaro, que no me conformo, ni conformaré jamás con alguno de los sistemas modernos, porque en todos (aún separadas las especiales dificultades, que en varias partes he propuesto contra el Cartesiano) encuentro un grande escollo, y a mi parecer inevitable. Todos tres sistemas concuerdan en excluir de los compuestos naturales (a la reserva sola del hombre) toda forma substancial, y accidental entitativamente distinta de la materia. Todos tres, aunque por distintos rumbos, conspiran a componerlo todo con las partículas de la materia variamente combinadas, y movidas.

34. De aquí es, que aunque comúnmente sólo suena como adicto peculiarmente al sistema Cartesiano el grave inconveniente de constituir a las bestias máquinas inanimadas, bien mirado, tanto el de Gasendo, como el de Maignan, vienen a incidir en el mismo. Concedieron uno, y otro Autor alma a los brutos, pero un alma sólo en el nombre: porque preguntados, qué entidad es la de esa alma, responden, que no es otra cosa que los átomos, o partículas más sutiles, más delicadas, y más movibles de la materia. Todo esto es pura purísima materia, más, o menos atenuada, más, o menos movida. ¿Quién dirá, que esto se puede llamar alma? ¿Quién dirá, que las partículas de la materia, precisamente por su tenuidad, y movimiento, son capaces de influir en todas aquellas acciones, que notamos en los brutos? ¿La materia, de cualquiera modo que se sutilice, y se mueva, puede sentir los objetos, conocer lo que le es conveniente, y desconveniente; apetecer aquello, y buscarlo; aborrecer estotro, y huirlo? Nadie me lo hará creer; y quien lo creyere, ¿qué dificultad hallará en creer asímismo, que la materia precisamente, en virtud de la disposición maquinal (que es el principio, que señala Descartes para todas las acciones de los brutos) [327] siente, y conoce? Claro se ve, que para el caso todo es uno. Pero si los sectarios de Maignan, y Gasendo niegan verdadera percepción, y sentimiento a los brutos, cargados quedan de todas las dificultades, que comúnmente se objetan a Descartes, como también del gravísimo inconveniente, que como secuela dedujimos contra Descartes en el Tomo II, Disc. I, num. 44, y 45, pues del mismo modo milita contra ellos.

35. Así yo, ciudadano libre de la República Literaria, ni esclavo de Aristóteles, ni aliado de sus enemigos, escucharé siempre con preferencia a toda autoridad privada, lo que me dictaren la experiencia, y la razón. Veo por el capítulo expresado, y aún por otros claudicantes todos los sistemas modernos. Conozco la insuficiencia del aristotélico, porque verdaderamente no es sistema físico, sino metafísico; y así todos los modernos salvan su verdad, explicándole cada uno a su modo. Dicen que no lidian con Aristóteles, sino con sus comentadores los Escolásticos, que de sus formas, y cualidades han querido hacer unas entidades absolutas, distintas adecuadamente de la materia, lo que Aristóteles no expresó, ni es necesario para verificar aquellas denominaciones. Por tanto el sistema Aristotélico, como le propuso su Autor, nadie puede condenarle como falso, sí sólo como imperfecto, y confuso: porque conteniéndose en unas ideas abstractas, no desciende a explicar físicamente la naturaleza de las cosas.

36. Y verdaderamente en lo poco que cuesta la explicación de los efectos naturales, que se logra con este sistema, se conoce lo poco que vale. Juzgo que en el espacio de media hora, o una hora cuando más, haría yo Filósofo, al modo peripatético, a un hombre de buena razón, que jamás hubiese estudiado palabra de facultad alguna. Con explicarle lo que significan estas voces materia primera, forma substancial, accidental, potencia, o virtud radical, y remota, próxima, y formal, cualidad, y muy pocas más, ya no queda que hacer, sino instruirle, en que cuando le pregunten por qué tal cosa produce tal efecto, responda, [328] que porque tiene una virtud, o cualidad productica de él. Si le preguntan, qué cualidad es esa, responda, dándola una denominación, tomada del efecto: v. gr. si la causa produce calor, diga que tiene cualidad calefactiva: si frío, que la tiene frigefactiva, o refrigerante: si le preguntan por qué tiene esa cualidad, responda, que porque tiene una forma substancial, que exige, o radica esa cualidad. ¿Qué más responde que esto el más consumado Escolástico? ¿Y qué sabe el que sólo sabe esto? Nada, sino unas voces particulares de la Escuela, y unas nociones cominísimas, como dice el sapientísimo P. Dechales, citado ya por nosotros en otro lugar.

§. XII

37. La omisión por una parte, y superfluidad por otra, que hemos notado en los Escolásticos respectivamente a los ocho libros de Naturali Auscultatione, comprende asimismo los demás tratados de Física, que se dictan en las Escuelas. Cualquiera que, leyendo solamente los títulos de ellos, viere que se trata de la Generación, de la Corrupción, de la Alteración, de la Nutrición, y Aumentación, de los Cielos, de los Elementos, de los Mixtos, &c. juzgará hallar allí descubierta hasta sus más íntimos senos, o desenvuelta hasta sus intrincados pliegues la naturaleza, porque no menos que eso suenan, o prometen las inscripciones. Pero si se aplica a leer lo que está debajo de ellas, bien lejos de encontrar lo que la naturaleza oculta en el fondo, ni aún hallará lo que ostenta en la superficie. Todo, o casi todo se llena con unas cuestiones de mera Metafísica, como si la generación es esencialmente mutación: Cuáles son el sujeto, y término de la generación: Si las disposiciones provienen eficientemente de la forma, para quien disponen: Si la naturaleza intenta per se la corrupción; y otras del mismo tenor. ¿Esto es darnos ni aún rudísimo diseño de las admirables operaciones, con que la naturaleza prepara, y perfecciona la producción de las cosas? ¿Sirve todo esto para explicarnos, ni aún [329] groseramente, cómo de una porción menudísima de masa inanimada se hace un agigantado viviente? ¿Qué disposiciones pide en la matriz? ¿Cómo, de qué, y por qué vías se nutre en ella? ¿Cómo, y con qué instrumento se extiende aquella, al parecer, pasta informe en tanta variedad de órganos, tan desemejantes entre sí, y tan sútilmente fabricados? ¿O cómo de una menudísima semilla se hace, no un árbol solo, sino innumerable árboles? ¿Con qué jugos se nutre? ¿Quién se los prepara, quién los mueve, y encamina? ¿Qué mecánica la desenvuelve, y ordena, de modo que todas las plantas, que nacen de una especie de semilla, tengan la misma contextura de partes, el mismo color, la misma proporción? ¿Satisfarase a esto sólo con decir, que todo ente natural tiene por su forma específica virtud productiva de su semejante, y que esta virtud reside como en agente instrumental en la semilla?

38. ¡O grande Augustino {(a): Tact. 24. in Joann.}, que hallaste tan admirable el que de los granos se produzcan las espigas! ¡como que de cinco panes se hiciese alimento bastante para saciar cinco mil hombres! Debiste de ignorar esta facilísima Filosofía, que con dos, o tres voces explica tan grande obra. Si uno, habiéndose ofrecido a explicar, cómo se producen todos los movimientos de un reloj, no dijese otra cosa, sino que aquellos movimientos son causados por la forma artificiosa de la máquina, la cual tiene virtud artificial para causar esos movimientos, todos se reirían de él, y le opndrían con razón, que esa explicación (aun cuando pudiese llamarse tal) sobre ser puramente metafísica, era universalísima para todos los movimientos, que dependen del arte, en cualquiera máquina que sea, por lo cual no les daba conocimiento alguno de las causas del movimiento particular del reloj: sin embargo nuestros Filósofos nada más nos explican la generación de cada ente, que aquel hombre explicaría el movimiento del reloj. [330]

§. XIII

39. El tratar de este modo la Física, no sólo es inútil para el fin inmediato, que en ella se pretende; esto es, el conocimiento de la naturaleza, mas también para conducirnos al conocimiento, amor, y veneración del último fin, que el racional debe buscar en todas sus operaciones. Bien creo yo, que ninguno de los Filósofos, que hasta ahora por el camino competente, que es de la experiencia, acompañada de la reflexión, buscaron el conocimiento de las causas físicas, llegó a averiguar las razones primigenias de las operaciones, o reconocer aquellos instrumentos, que dan el primer impulso a los movimientos de las naturales máquinas. No sólo los primeros pasos de la naturaleza se les esconden, mas aún muchas veces después de descubierto el rumbo, que sigue, cuando menos piensan, se les desaparece de los ojos, alternando, como para buscarlos, las operaciones patentes con las arcanas, o revelándoles unos secretos, y ocultándoles otros. Pero esa misma oscuridad, en que a cada paso se ven sumergidos, les presenta otra luz más útil, que la que buscan. Al momento mismo que el conocimiento pierde de vista a la naturaleza, con más claridad descubre la infinita sabiduría del Autor de la naturaleza.

40. Para demostrar sensiblemente esta importantísima ventaja de una sobre otra Filosofía, concibamos la admirable fábrica del cuerpo humano, expuesta a los ojos de un Filósofo Escolástico, y de un Anatómico científico, y examinemos las ideas de uno, y otro sobre tan bello objeto. El Escolástico, advirtiendo las operaciones vitales, y animales de este compuesto, todo lo que infiere es, que para cada especie de ellas hay una facultad, o virtud distinta: v. gr. este compuesto se nutre; luego tiene facultad nutritiva. Crece; luego tiene virtud aumentativa, o acretiva. Se mueve; luego tiene facultad locomotiva, &c. ¿Qué más discurre? Que estas facultades son propiedades dimanantes de la forma substancial del compuesto, y que en el cuerpo hay órganos proporcionados para el ejercicio de ellas. [331] Todo esto hacia la Filosofía nada explica, hacia la Religión nada adelanta; pues esta contemplación genérica de operaciones, facultades, y órganos no infiere más, ni con más viveza, y claridad la existencia de una primera causa, que la contemplación de cualquiera otro ente criado, tomado a bulto.

41. Vanos Al Anatómico. Este empieza por donde acaba el Escolástico. Supone las facultades correspondientes a las operaciones: ni aún ha menester tomarlas en la boca; porque decir, que quien se nutre, tiene facultad nutritiva, sólo es decir, que quien se nutre, puede nutrirse, lo cual es una mera perogrullada filosófica. Entrase, pues, de golpe en los órganos, que es donde está todo el busilis, porque las facultades no son otra cosa, que la disposición, ya activa, ya pasiva, que en virtud de su estructura, y conexión tienen esos órganos para innumerables movimientos. Aquí es donde no da paso, al cual no encuentre alguna maravilla: cuantas especies de vasos, y conductos llenan los laboratorios de Química, cuantos instrumentos inventaron la Mecánica, y la Estática, tantos, y muchos más, labrados con mucha mayor perfección, y delicadeza, se hallan comprendidos en el breve ámbito de esta portentosa máquina. A esta consideración sola vuela ya sin lbertad la imaginación a aquel sapientísimo Artífice, cuya infinita habilidad fue capaz de fabricarla: y a este rayo de luz huyen como sombras los átomos regidos del acaso, la mal entendida fuerza de la naturaleza, y la imaginaria alma del mundo: quimeras, que inventó una delirante Filosofía, para descartar como ociosa, o inútil la Deidad. ¿Cómo la concertada harmonía de tantos, y tan varios instrumentos, fabricados con tanta delicadeza, unidos con tanta proporción, y tan oportunos todos para sus respectivos usos, pudo ser obra de una causa desnuda de toda luz, y conocimiento? ¿O cómo pudo dejar de serlo de un Agente infinitamente sabio?

42. La admiración, que excita, mirando junto el todo de esta excelente fábrica, no se disipa; antes crece, cuando se [332] llega a explicar cada parte de por sí. En la contextura de cada una se van descubriendo piezas más, y más sutiles, sin término, hasta que su extremada delicadeza se huye al examen de todo microscopio. En la averiguación de cualquiera glándula se encuentra un nudo de más difícil solución, que el Gordiano: un laberinto de más senos, que el de Tebas.

43. Mas si aquí pierde el tino la vista, pasando la contemplación anatómica a otra parte, la pierde aún la imaginación. Es cierto, por las seguras ideas, que ministra la misma ciencia anatómica, que en los más pequeños animalillos, pongo por ejemplo una pulga, hay unos instrumentos, vasos, y conductos proporcionales a los que se ven en el cuerpo humano. La pulga se mueve, se nutre, excreta, goza del movimiento circular de la sangre, generalmente ejerce todas las funciones vitales, y animales, que el hombre; luego indispensablemente tiene los mismos instrumentos, que en el cuerpo humano observa la Anatomía, y que a proporción de la cantidad incomparablemente menor del todo, que componen, son también incomparablemente menores. Siendo, pues, tan delicada la estructura de los del hombre, que sus menudísimas piezas son insensibles a la vista, ayudada del microscopio, ¿cuáles serán las piezas proporcionales a aquellas en la pulga? O yo soy muy rudo, o este objeto descubre más eficazmente la grandeza, poder, y sabiduría de Dios, que la agigantada mole, no sólo de todo el Globo terráqueo, mas aún de los Celestes Orbes: así como acreditó más al famoso Escultor Myrmecidas el navío de marfil, que cubría una abeja con sus alas, que a su artífice el bajel de doscientos ochenta codos de longitud de Ptolomeo Philopator. ¿Quién, reflexionándolo debidamente, no se arrebetará con un sagrado estupor a la contemplación de aquella portentosa habilidad, y sabiduría, que se requiere para fabricar unos instrumentos muchos millones de veces menores, que aquellos, que en el hombre son por su pequeñez invisibles, y sin embargo todos de una estructura artificiosísima? No me detengo más [333] en esto, porque ya lo he ponderado muy de tiento en otra parte. ¡O Dios mío! no hay criatura que no me sirva de espejo, para ver en ella por reflexión vuestra grandeza. ¡Pero cosa particularísima! que os veo más grande, cuanto el espejo es más pequeño.

44. Esto es mostrar no más que una de las innumerables sendas por donde la experimental, y verdadera Filosofía conduce al conocimiento de la infinita perfección del Autor de la naturaleza. El carácter más seguro de la verdadera Filosofía es darse la mano con la Religión, y ser como ministra, y aliada suya: y es indisputable la ventaja, que en esta parte goza la experimental Filosofía.

§. XIV

45. Si justamente hemos capitulado los últimos tratados de Física, que dictan en las Aulas, por lo que tienen de inútil, y diminuto, no con menos razón podemos acusarlos, por lo que envuelven de improbable. Apenas en cuanto dicen de los elementos, de su transmutabilidad, de los sitios respectivos, que ocupan, de las cualidades propias de cada uno, hay cosa cierta; y lo más ni aún probable, como suficientísimamente hemos persuadido en varias partes de los Tomos antecedentes. En la explicación, y división de cualidades primeras, segundas, y terceras, por mil caminos se yerra. En las definiciones de las primeras sobre darse por efectos muy accidentales, no hay ni una que se convierta con el definido. Sin fundamento las que llaman cualidades segundas se proponen como resultantes de la varia combinación de las primeras, y las terceras de la varia combinación de las segundas. Se supone ser cualidades muchas (según los modernos todas) que no lo son, como la sequedad, la humedad, la raridad, densidad, gravedad, levidad, &c. A este modo hay otras cosas, que corregir. Los que tratan algo de los Cielos, siguen ciegamente las rancias, y ya proscritas máximas de Ptolomeo. En vano tantos Astrónomos modernos con la prolijidad de sus observaciones, y al favor de sus [334] excelentes instrumentos, han demostrado, que Ptolomeo en orden al sitio, distancia, y curso de los Astros, padeció muchos errores: estos errores se siguen, como si fuesen verdades inconcusas.

46. Es verdad, que ya algunos de los mismos Filósofos escolásticos han reclamado contra varias doctrinas, que reinan en las Escuelas, especialmente sobre el punto de cualidades, así de los elementos, como de los mixtos: ya impugnando, que los elementos tengan las cualidades, que les asignó Aristóteles: ya negando, que sean cualidades algunas, que se graduan de tales: entre quienes resplandeció con generosa libertad el ingenioso Jesuita Rodrigo de Arriaga. Pero los demás prosiguen su camino, tan satisfechos del acierto, sólo porque los guía por él Aristóteles, que tratan como temerarios a los que con eficacísimos argumentos pretenden mostrarles, que van errados. Así concluímos, que en la Filosofía de las Escuelas hay mucho que quitar, mucho que añadir, y mucho que enmendar.

Apéndice
Al discurso sobre la Física

47. Teniendo concluído este Discurso, llegó a mis manos el Curso Filosófico, que poco ha dió a luz el Rmo. P. M. Luis de Losada, de la Compañía de Jesús, Obra digna de tal Maestro, como el Maestro digno de que aquella Religión, cuya sabia providencia siempre proporciona los destinos a los talentos de los sujetos, fíase a su pluma la formación de un Curso, que ha de reglar la enseñanza de la juventud en todos los Colegios de esta Provincia. Gloria singular del Autor ser solo el escogido, donde hay tanto en que escoger: y gloria que le constituye muy superior a cuantos panegíricos yo puedo tributarle. [335] Así, no el deseo de elogiarle, sino la materia de este Discurso, me precisa a hacer memoria de su Obra; pues habiéndome quejado del desprecio, con que en España se miran las novedades filosóficas de los extranjeros, debo a la justicia advertir, que el Curso del Rmo. P. M. Losada no está comprendida en esta nota; pues aunque impugna vigorosísimamente todos los sistemas de los Corpusculistas, sobre ejecutar esto muy ajeno de aquellos insultantes dicterios, que por acá estilan los Filósofos pedantes, antes mezclando con la impugnación de las doctrinas el elogio de sus ingeniosos Autores, al mismo tiempo con generosa mano abre la puerta de la Aula Española al mérito de la experimental Filosofía. No sólo en el Prólogo de la Física recomienda a los estudiosos, que no nieguen el ascenso a aquellas máximas filosóficas, que los Extranjeros han probado con firmes experimentos; aunque contrarias a varias opiniones, recibidas en nuestras Escuelas: mas tanto en dicho Prólogo, como en el discurso de la Obra, admite, y establece muchas de esas máximas. Halla muy probable la existencia de la materia sutil, reconoce al aire su peso, derriba al fuego del alto trono, en que le colocaban vecino a la Luna: establece la fluidez del Cielo Planetario, concede la razón del fuego formal al Sol, asiente a los firmes fundamentos, con que se prueba que hay generaciones, y corrupciones en los cuerpos celestes: duda de la vulgar distribución de las cuatro primeras cualidades entre los cuatro elementos: tiene por probable el vacuo deseminado, rechaza las definiciones escolásticas de la raridad, y densidad, y explica una, y otra según el sentir de los modernos, niega la antiperistasis propiamente tal, no quiere atribuir el ascenso de la llama al conato nativo de buscar lugar más elevado, ni el de la agua en la bomba al miedo del vacío, sino uno, y otro al peso del aire. Concede en fin la producción de todas las semillas, no sólo de las plantas, mas aún de todos los animales ovíparos, en el principio del mundo, y desde entonces delineada en ellas la organización de plantas, y [336] animales: opinión, que yo he impugnado en el Tomo I, Discurso XIII, §. 10. Pero ingenuamente confieso, que después acá, por varias reflexiones, que hice sobre la materia, le hallé mayor probabilidad, que la que entonces imaginaba, como manifestaré cuando de a luz mis Adiciones, y Correcciones del Teatro Crítico.

48. Este noble procedimiento literario es parto legítimo de una índole sincera, y de un entendimiento superior a toda preocupación: junto uno, y otro con la dicha de vivir en una República, cuyo gobierno rige, no tiraniza los entendimientos de sus súbditos.

49. No sólo por este capítulo es recomendable la Obra de el Rmo. P. Maestro Losada: ninguno hay por donde no lo sea. El método, la agudeza, la claridad, la fuerza, la solidez, todo en ella es grande, todo excelente.

50. Mas lo que sobre todo me admira, es una cosa, que hasta ahora a todos pareció impracticable, o a lo menos, por arduísima, nadie hasta ahora osó, o acertó a practicarla, que es escribir todo un Curso Filosófico Escolástico con una pura, y bella latinidad. Como el Rmo. P. Losada tenga imitadores, ya no se dirá lo que hasta ahora decían casi todos los Extranjeros, con Barclayo de los Españoles: Veterem, ac pene barbaram in quarendi Scientiis rationem obtinent. No ignoro, que por acá hay algunos Censores desabridos, que juzgan, o pretenden persuadir, que la majestad de la ciencia se humaniza demasiado con la amenidad del estilo, y el vigor del argumento se debilita con la cultura de la frase: como si minerva, Diosa de la Sabiduría, la hubiese pintado nadie tosca, y desaliñada; o como si Palas por fuerte dejase de ser hermosa. Lo que sé, es, que Dios plantó el Árbol de la Ciencia, no en la rústica aspereza de una montaña, sino en la florida amenidad de un Paraíso; y que Judith en un cuerpo hermosísimo encerraba un espíritu extremamente valiente.

51. He oído también, que no faltan uno, u otro, que acusan el elegante del P. losada, por el capítulo de arduo para la corta inteligencia de la lengua Latina [337] de que comúnmente adolecen los que empiezan a estudiar las Artes ¡Qué diferentemente entiendo yo las cosas! Este capítulo de acusación es en mi dictamen motivo de alabanza. Es cierto, que de las Escuelas de Gramática el que más aprovecha en ellas, no sale más que un mero Gramático; esto es, no sabe más que una latinidad ruda, inculta, informe, desnuda de toda la viveza, gracia, energía, y propiedad, con que escriben los buenos Autores Latinos. Por eso mismo les es utilísimo hallar luego que salen de la Gramática, la enseñanza de la pura latinidad en los mismos libros donde estudian la Filosofía. El que no los entenderán, es un sueño. Lo primero, porque el estilo del P. Losada, no por elegante, deja de ser natural, y claro. Lo segundo, porque aunque tropiecen en uno, u otro período, el Maestro, que les explica la sentencia, al mismo tiempo les hará inteligible la frase. Lo tercero, porque esa dificultad sólo subsistirá al principio, y se hallará vencida en poco tiempo.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo séptimo (1736). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo séptimo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 300-337.}