Filosofía en español 
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Tomo tercero Discurso nono

Racionalidad de los brutos

§. I

1. De Polo a Polo se apartaron unos de otros algunos Filósofos en sus opiniones, respecto de los brutos. Unos están tan liberales con ellos, que los conceden [188] discurso: otros tan escasos, que les niegan aun sentimiento. ¡Discordia portentosa! Pero otra mayor, y más admirable hay en la presente materia.

2. Habiendo, como decimos, Filósofos que les niegan sentimiento a los brutos, hay otros que les conceden, no sólo sentimiento, mas también conocimiento a las plantas. ¡Tan extravagantes, y tan confusas son nuestras ideas! De esta opinión fueron tres famosos Filósofos de la antigüedad, Anaxágoras, Demócrito, y Empédocles, según testimonio de Aristóteles (lib. 1. de Plantis), y en nuestros días la renovó Andrés Rudigero en el libro que intituló Physica Divina, impreso en Francfort año de mil setecientos y diez y seis.

3. En cuanto a la opinión que les atribuye a las plantas sentimiento, y apetito, el mismo Aristóteles en el lugar citado dice que asintió a ella su Maestro Platón; y añade, que aunque tiene esta opinión por falsa, pero no por disparatada. Paradoxus igitur est, quamvis non adeo temere erret eius intentio, qui plantis sensum, appetitumque tribuendum esse ita existimavit.

4. Reprodujo esta opinión habrá cosa de un siglo el célebre Dominicano Fr. Tomás Campanela, quien no sólo a las plantas, mas también a todas las cosas elementales, atribuyó facultad sensitiva, fundado en la razón (verdaderamente fútil) de que siendo los animales sensitivos, era preciso lo fuesen también los cuatro elementos de que constan: porque no puede dar la causa el efecto, sino lo que tiene en sí misma. Si el argumento fuese bueno, probaría que los cuatro Elementos son, no sólo sensitivos, sino racionales, porque el hombre que consta de ellos es racional.

5. Algunos Filósofos modernos se aplicaron al mismo sentir, entre ellos el famoso Físico Francisco Redi. Su principal fundamento consiste en la analogía que observaron entre la organización interna de las plantas, y de los animales. Manuel Konig, Doctor Médico de Basilea, después de los grandes Anatómicos Bartolino, y Malpighi, [189] trató largamente esta materia, exponiendo cómo en las plantas se hallan venas, nervios, vasos, e instrumentos destinados para la respiración, para la cocción, y digestión de los alimentos, para la circulación del jugo nutricio, para la expulsión del excrementicio, para la generación, hasta descubrir en una planta el útero con sus trompas, y las pares con todas las túnicas que circundan el feto. En fin, nada echa menos en las plantas, respecto de los animales, sino los instrumentos que sirven al movimiento progresivo, y la formación de la voz.

6. A la verdad, como todo lo demás se ajustase, estas dos últimas circunstancias no harían mucha falta; pues las Ostras, que ciertamente son animales, ni tienen voz, ni movimiento progresivo. Y ahora hago reflexión sobre un lugar de Aristóteles en el libro tercero de la generación de los animales, donde parece que concede a las plantas las mismas facultades que a las Ostras, diciendo, que las plantas son las Ostras de la tierra, y las Ostras las plantas de la agua: Quasi plantae ostrea terrena, ostrea plantae aquatiles sint.

7. La experiencia del que llaman Arbol sensitivo da más aire a la sentencia de aquellos Físicos que el testimonio alegado de Aristóteles. Diósele este epíteto a aquel árbol, como también el de Púdico; porque llegando cualquiera a tocarle, retira con estridor hojas, y ramas, como afectando fuga, y sentimiento de la ofensa. En el Istmo, o estrecho de tierra que divide la América Septentrional de la Meridional, entre Nombre de Dios, y Panamá, dice Roberto Boyle, que hay una selva entera de estos árboles.

8. Lo mismo se nota en una planta, llamada Seta Marina, que se halla en algunos parajes de Italia, de quien da noticia Konig, citado arriba. Pero lo más singular, y más persuasivo que he leído sobre la presente materia, es la relación que se halla en las Memorias de Trevoux (año 1701, mes de Junio, fol. 171), de una especie de flor fungosa, que se vió cerca de Caén a las orillas del Mar, [190] y en quien se hallaron todas las señas de sensitiva. He citado con puntualidad el lugar de dichas Memorias, porque los curiosos que las tuvieren a mano pueden ver en ellas su descripción; pues no tratando yo este asunto sino por vía de digresión, no es razón detenerme más en él; por cuyo motivo omito también la especie de la Langosta del Brasil, que por la Primavera se convierte en planta: la de la hierba llamada Papaya, que da un fruto semejante al melón; y no le produce, sino siembran el macho junto con la hembra, como los distingue el vulgo; y otras semejantes que podían hacer al mismo intento.

{(a) Por equivocación se llamó a la Papaya hierba, siendo realmente árbol. El Padre Regnault, Tom. 3 de sus Conversaciones físicas, Coloq. 16, sobre la fe de un Misionero dice que en la Abisinia hay un árbol llamado Enseté, de quien los naturales del País aseguran que arroja suspiros cuando le cortan; y es frase suya cuando van a cortarle, decir que van a matarle. La utilidad que de él reciben prepondera a su compasión, si realmente tienen alguna, porque, fuera de otros usos, de sus ramas molidas hacen una especie de harina, que mezclada con leche es un manjar gratísimo; y los pedazos de su tronco, y raíces, echados en la olla, la dan especial gusto.}.

§. II

9. Volviendo, pues, a la cuestión sobre los brutos, digo, que unos Filósofos les niegan sentimiento, y otros les conceden discurso. Caudillo de los primeros se debe reputar Renato Descartes, quien afirmó que no son los brutos otra cosa que unas estatuas inanimadas, cuyos movimientos dependen únicamente de la figura, y disposición orgánica de sus partes, según la varia determinación que les da la unión de los objetos que las circundan. Esta es una consecuencia forzosa del sistema filosófico de Descartes. Pero si Descartes la previó al formar el sistema, o si viéndola después de formado, y publicado, sin embargo de reconocer su disonancia, se la quiso tragar, por no arruinar aquel edificio en que había trabajado [191] tanto su ingenio, no se sabe a punto fijo; y hay Autores por una, y otra parte.

10. He dicho que se debe reputar Descartes caudillo de esta opinión; pues aunque antes de Descartes, Gómez Pereira, Médico de Medina del Campo (que unos hacen Portugués, y otros Gallego) en el libro que intituló: Antoniana Margarita, dio a luz esta paradoja esforzándose largamente a probar que los brutos carecen de alma sensitiva; no tuvo séquito alguno: y su libro, sin embargo de haberle costado, como él mismo afirma, treinta años de trabajo, luego se sepultó en el olvido.

11. Los que quieren quitar a Descartes la gloria de la invención (si todavía esta invención puede dar gloria), dicen que el Filósofo Francés había leído el libro del Médico Español, y quiso pasar por original siendo copiante. Pero sobre que esto se dice adivinando, y sin alguna prueba, carece de verosimilitud: Lo primero porque consta que Descartes fue hombre de poca lectura, y sus escritos Filosóficos fueron parto de su meditación. La Antoniana Margarita era un libro rarísimo, tanto que Pedro Bayle, siendo uno de los mayores noticistas de libros que hasta ahora se han conocido, sólo da noticia de un ejemplar que tenía en París Mr. Briot; y libros raros sólo por un acaso muy extraordinario paran en manos de quien es poco dado a la lectura. Lo segundo, y principal, porque la doctrina de estos dos Filósofos es bastantemente diversa. Caminaron a un fin; pero por distintos rumbos. Entrambos negaron alma sensitiva a los brutos; pero Descartes redujo todos sus movimientos a puro mecanismo: Pereira los atribuyó a simpatías, y antipatías, con los objetos ocurrentes; de modo que, según este Filósofo, no por otro principio el Perro (pongo por ejemplo) viene al llamamiento del amo, que aquel mismo por el cual, según la vulgar Filosofía, el hierro se acerca al imán, y el azogue al oro.

12. El doctísimo Obispo de Orange Pedro Daniel Huet, en su libro Censura Philosophiae Cartesianae, se empeña [192] en probar que la opinión de las bestias maquinales, o autómatas es mucho más antigua que Descartes, y que Gómez Pereira. En efecto alega algunos testimonios, en que aparentemente se insinúa que tres antiguos Filósofos, Diógenes, Cicerón, y Procio fueron del mismo sentir; pero bien mirados, yo a la verdad no hallo en ellos expresiones decisivas sobre el asunto. Otros Escritores han querido despojar a Descartes de la prerrogativa de inventor, esforzándose a señalar las fuentes de donde bebió sus máximas, como a Platón para las Ideas, a San Agustín para aquel primer raciocinio de su Filosofía Yo pienso: luego soy, &c. Pero este modo de impugnar, ni le tengo por sólido, ni por útil. No por sólido, porque realmente se halla una gran diversidad entre las máximas de Descartes, como él las propone, y las coliga en sistema, y cuanto dijeron los antiguos. No por útil, porque aunque desautoriza el ingenio del Autor, autoriza la doctrina. Para hacer que no se crea a Descartes, más a propósito es persuadir que lo que dijo sólo él lo dijo, que arrimarle a otros ilustres Patronos, cuya autoridad añada fuerzas a su opinión.

13. En lo que únicamente hallo que Descartes fue copiante es en la prueba singular de la existencia de Dios, con que él, y sus Sectarios hicieron tanto ruido jactándola como un descubrimiento admirable, y de suma importancia para convencer a todo Ateísta. Pero este descubrimiento no fue de Descartes, sino de mi Padre San Anselmo, que propuso la misma prueba en términos terminantes en el Proslogio, cap. 2, 3, y 4. En lo demás no puede negarse que Descartes fue hombre de gran inventiva, de una imaginación vasta, y elevada, de ingenio sutil, y despejado, pronto a desembarazarse de todas las concepciones comunes, y tomar vuelo por rumbos no descubiertos. Por eso en la Geometría se avanzó gloriosamente sobre todos los Matemáticos que le habían precedido; pero para la Filosofía le faltó (a lo que yo entiendo) aquella rectitud de juicio electivo, a quien toca madurar las [193] producciones del discurso, y aprobar, o reprobar los proyectos de un ingenio suelto, y osado.

14. Algunos, como ya insinuamos arriba, se persuaden a que Descartes no asintió interiormente a la insensibilidad de los brutos, sino que por ostentación de ingenio sostuvo aquella paradoja: porque ¿cómo es posible, dicen que un hombre tan sutil se engañase en lo que está patente al más rudo? Pero yo, al contrario, digo que si Descartes no fuese tan sutil, nunca creería que los brutos eran máquinas inanimadas. Los hombres de no más que mediano alcance nunca salen del sentir común: para descubrir apariencias de posible en lo imposible es menester una luz extraordinaria, aunque engañosa. Aquellos argumentos que, o con sofistería, o con solidez persuaden las paradojas, están más allá del término adonde alcanzan los entendimientos ordinarios. Apenas hubo error grande que no fuese producción de ingenio sobresaliente. Por eso dijo bien Cicerón, que no se puede imaginar algún disparate tan absurdo, que no le haya dicho ya algún Filósofo. La sutileza es tan antojadiza de la novedad, que si no la rige el buen juicio, no hay quimera que no abrace. A ningún espíritu ordinario pudiera ocurrir motivo para afirmar lo que afirmó Anaxágoras, cuyo ingenio fue admiración de toda la antigüedad; conviene a saber, que la nieve es negra. No sabemos qué inteligencia daba a esta paradoja; pero es cierto que la profería en algún sentido, en que no le desmentían sus ojos, y por consiguiente ni los nuestros.

15. Los que se admiran tanto de que Descartes haya dicho que los brutos son máquinas inanimadas, ¿qué dirán cuando sepan que hubo Filósofo ilustre en la antigüedad, que afirmó lo mismo de los hombres? Este fue Dicearco, discípulo de Aristóteles, cuyos escritos apreciaba tanto Cicerón, que los llamaba sus delicias. Verdad es, que Dicearco no negaba la sensación, y conocimiento a los hombres, como Descartes a los brutos, pero decía que la sensación, y conocimiento depende precisamente de la [194] disposición material de la máquina, negando todo otro principio, espíritu, o forma distinta de la materia. Lo mismo en la substancia sintió Aristóxeno, otro discípulo de Aristóteles, tan estimado de su Maestro, que sólo en consideración de su poca salud no le dejó en la Escuela por sucesor suyo. Este, mezclando la Música con la Filosofía (porque una, y otra Facultad profesaba) decía que no había otro espíritu en el hombre que la harmonía que resulta de la figura, y tensión de sus partes, y que éstas producen tanta variedad de acciones, y movimientos; del mismo modo que la diferente tensión, y magnitud de las cuerdas en la lira tanta variedad de sonidos, y tonos. Galeno, ingenio tan celebrado, y de tanta extensión de doctrina, vino a ser sectario de Aristóxeno; sólo con la diferencia de que constituyendo éste el principio de todas nuestras acciones en el acuerdo harmónico de los órganos corpóreos, Galeno le transfería a la consonancia de las cuatro cualidades elementales, y así no admitía otra alma que el temperamento.

§. III

16. Los que siguiendo el rumbo extensamente opuesto a Descartes, quieren que los brutos sean discursivos, no son tan pocos, como comúnmente se juzga. Algunos ponen en este número a todos los Pitagóricos, los cuales asentando la transmigración de las almas de hombres en brutos, y de brutos en hombres, por consiguiente las suponían todas de la misma especie. Pero de tener alma racional no se sigue legítimamente en los brutos el uso de razón; porque puede, por la desproporción del órgano, estar embarazado para la acción el principio. Y de hecho este impedimento les señaló el mismo Pitágoras para el discurso, según refiere Plutarco en el libro de Placitis Philosophorum. Por lo cual no habló según la mente de Pitágoras el agudo Luciano en aquel graciosísimo Diálogo suyo, intitulado el Gallo, donde para hacer burla de la Secta Pitagórica, finge la alma de Pitágoras [195] residiendo en un Gallo, y razonando a la larga con su dueño el Zapatero Micilo.

17. Por la misma razón tampoco se deben admitir por fautores de esta opinión aquellos Filósofos que decían que las almas de todos los animales no eran otra cosa que porciones de la alma común del Mundo:

Hinc pecudes, armenta, viros: genus omne ferarum.
Quemque sibi tenues nascentem arcessere vitas.

Porque el uso de esta alma le suponían desigual, según la desigualdad de los órganos.

18. Los primeros, pues, que con justicia podemos contar por esta sentencia, son Estratón, oyente de Teofrasto, Enesidemo, Parménides, Empédocles, Demócrito, y Anaxágoras. En Vosio (de Origine, & progres. Idolol. lib. 13. cap. 42) se hallarán los testimonios de que estos antiguos fueron de dicha opinión. Plutarco escribió en comprobación de ella el libro de Industria animalium. Filón otro con el título: De eo quod bruta animalia ratione sint praedita. Arnobio, y su gran discípulo Lactancio, hombres venerables en la Cristiandad, parece están declarados por ella. El primero (Adversus gentes lib. 2), y el segundo (lib. de Ira Dei, cap. 7). De la mente de San Basilio hablaremos abajo. De los modernos Laurencio Vala, y el doctísimo Médico Español Francisco Valles, siguieron la misma opinión; y nuestro sabio Benedictino el Maestro Fr. Antonio Pérez, en su Laurea Salmantina, testifica que en su tiempo había algunos en Salamanca que la llevaban.

19. Pero quien con más ardor que todos tomó por su cuenta la causa de los brutos fue Jerónimo Rorario, Nuncio del Papa Clemente Séptimo en la Corte de Ferdinando, Rey de Hungría, pues escribió un libro, no sólo al intento de dar inteligencia, y discurso a los brutos; pero aun de probar que muchas veces usan de su discurso mejor que los hombres. El motivo que tuvo este Monseñor para abrazar tan arduo empeño es digno de ser sabido por su singularidad. Hallándose en una conversación, donde se ofreció hablar del Emperador Carlos V, [196] reinante a la sazón, un hombre docto, que también se hallaba en ella, dijo que extrañaba mucho que este Emperador aspirase a la Monarquía universal de Europa, siendo muy inferior en prendas a los Otones, y a Federico Barbarroja. O fuese que Rorario tuviese realmente formado mucho más alto concepto de Carlos V, que de Otón el Grande, y de todos los demás Emperadores que le habían precedido, o que en adulación de Carlos V, y de su hermano el Rey Ferdinando quisiese mostrar que le tenía, trató la proposición de aquel sabio como la más disonante, y absurda que podía proferir un hombre; en fin tal, que la tomó por asidero para decir que a veces razonan mejor los brutos que los hombres: como que un cotejo tan disparatado, cabiendo en la mente de un hombre, no cabía en la razón de un bruto. Este fue el motivo de escribir el libro expresado, confesado por el mismo Rorario en la Epístola Dedicatoria. Digo lo que he leído en el Diccionario Crítico de Bayle; porque el libro de Rorario no le he visto. ¡Raro, e ingenioso modo, por cierto, de adular a un Príncipe! ¡Y raro circuito de la adulación colocar a los brutos sobre los hombres, para dar a Carlos V un exceso inmensurable sobre todos los demás Emperadores!

§. IV

20. Entre las dos opiniones extremas propuestas, una, que les niega sentimiento a los brutos; otra, que les concede discurso; parece la más razonable la comunísima, que tomando por medio de las dos, les niega discurso, y les concede sentimiento. No obstante, yo sin afirmar positivamente cosa alguna en esta materia, propondré algunas razones, que me hacen fuerza, por la sentencia que les atribuye inteligencia, y discurso, para que pasen por el examen de los Sabios, y sirvan a la diversión de los curiosos.

21. Los que hasta ahora han escrito a favor de esta opinión apenas hicieron otra cosa que formar un largo catálogo de varias operaciones de aquellos brutos de más noble instinto, en que más acreditan su sagacidad, e [197] industria. Los Elefantes hacen en esta representación el primer papel, con las noticias de Plinio, Eliano, Mayolo, Alberto Magno, Nieremberg, Acosta, y otros antiguos, y modernos, que nos los muestran capaces, casi sin excepción, de todo género de disciplina. Unos aprendiendo el idioma humano, y aun el uso de la Escritura; como aquel que con la trompa formó sobre la arena en caractéres Griegos esta Sentencia: Yo mismo escribí estas cosas, y dediqué los despojos Célticos: Otros, no sólo instruídos en todas las reglas de la danza; pero haciendo también el oficio de Bolatines en la Plaza de Roma: Otros dotados de pericia militar, gobernando en toda forma los escuadrones de su especie. Llégase a esto la imitación de los afectos humanos, la venganza, el agradecimiento, la vergüenza, y el apetito de gloria. El ejemplo más ilustre (no sé si verdadero) de estos dos afectos últimos se exhibe en dos Elefantes del Rey Antíoco. Ofreciósele al escuadrón bélico de estos brutos, que militaba en el Ejército de aquel Príncipe, la precisión de vadear un río. Era obligación del Capitán de ellos, que se llamaba Ayaz, romper el primero la corriente; pero no atreviéndose éste, por ir muy hinchado el río, los que tenían la conducta de los Elefantes pronunciaron en alta voz, que aquel que se arrojase el primero a la agua, sería elevado a la dignidad de Caudillo de los demás. Oído el bando, un generoso Elefante, llamado Patroclo, se tiró intrépido al río, y rompió la corriente hasta la opuesta orilla. Despojaron luego de las insignias de Capitán a Ayaz, y se las dieron a Patroclo. Pero aquél no sobrevivió mucho a esta afrenta, porque fue tal el sentimiento que hizo de ella, que no quiso comer más, y murió dentro de pocos días. Tras de los elefantes vienen los Perros, los Zorros, los Monos, los Cercopitecos, los Caballos, las Abejas, las Hormigas, &c.

{(a) 1. El mismo Autor, citando al Abad Choisi en su viage de Siam, adonde fue con Monsieur Chaumont, Embajador de Francia, cuenta un caso gracioso de un Elefante, famoso en el Oriente por su [198] capacidad, y por el mal uso que hacía de ella; bien que una vez la empleó en un acto generoso. Era salteador de caminos, y robaba a los caminantes; pero sin quitar a alguno la vida. Un día detuvo a un Mercader, y le mostró uno de sus pies, dando un espantoso grito. Reparó el Mercader que tenía atravesada en el pie una gruesa espina. Quitósela, y el Elefante, después de mostrar su agradecimiento con algunos alhagos, tomando al Mercader con la trompa, y colocándole sobre la espalda, le condujo a la cueva donde tenía recogidos los despojos de los demás caminantes que había robado. Diole a entender con ademanes bien expresivos que se aprovechase de todo lo que veía; y el Mercader, cogiendo lo que le pareció conveniente, prosiguió en paz su viaje.

2. Plinio, Eliano, y Aulo Gelio refieren dos casos semejantísimos de dos Leones, que hallándose en la misma necesidad, imploraron el mismo socorro, y correspondieron, aunque en distinta materia, con igual agradecimiento. El más famoso fue el de Androco Daco, esclavo fugitivo de la crueldad de un Romano que estaba en la Africa; el cual errando por los desiertos de Libia, vino un León a postrarse delante de él, mostrándole un pie atravesado de una gran espina. Quitósela Androdo, y exprimió del pie la materia que se había formado. Tres años vivió en aquel desierto Androdo, y tres años le sirvió el León, cuidando de su alimento, y ministrándole carnes de las presas que hacía. Cansado en fin Androdo de aquella vida, y mudando de suelo, fue cogido, y restituido a su dueño, el cual en pena de su fuga le hizo arrojar en Roma a las fieras. Estaba entre ellas el León a quien había beneficiado, cogido poco antes en la caza, y fue su dicha que fue el primero a cuyas garras le expusieron. Conoció el bruto a su bienhechor, y bien lejos de ofenderle, le hizo mil caricias. A vista del prodigio clamó todo el Pueblo por la absolución de Androdo, el cual no sólo la logró, mas también que le entregasen el León, con quien dio un gratísimo espectáculo al Pueblo Romano, llevándole atado con una débil cinta por las calles. El otro caso fue de Helpis Samio, que habiendo aportado a Africa en una Nave, no lejos de la orilla del Mar, socorrió a un León constituido en la misma angustia, y después entretanto que la Nave estuvo en aquel Puerto diariamente le regalaba el León con cosas de caza.

3. Podrá alguno sospechar que el cuento del Elefante Asiático fue fabricado en el molde de los dos Leones Africanos. ¿Pero qué [199] inverosimilitud hay en que a diferentes brutos aconteciese el mismo caso, y usasen del mismo modo de su natural nobleza? ¿No se repiten muchas veces en distintos hombres los mismos sucesos, y las mismas acciones?}

22 Pero yo no juzgo a propósito divertir al Lector con lo que hallará fácilmente en otros muchos libros, ni para mi intento es necesario: pues para probar que los [199] brutos tienen discurso, me bastan aquellas operaciones comunes, que están patentes a la observación en cualquiera animal doméstico. Llevo con esto la ventaja de razonar sobre hechos ciertos, y que no se me pueden revocar en duda, como aquellas operaciones admirables, que se cuentan de animales de lejas tierras. Y advierto que en este litigio doy ya por abandonada la sentencia de Descartes (como de hecho ya son pocos aún en las Naciones los que en esta parte le siguen); y así mi disputa será sólo contra los que siguiendo la opinión común, dan lo sensitivo, o niegan lo discursivo a los brutos.

{(a) 1. Entre los animales domésticos, cuyas operaciones arguyen discurso, colocaremos aquí uno, aunque doméstico, a pesar nuestro, de quien hasta ahora ninguno de cuantos tocaron la cuestión de la racionalidad de los brutos hizo memoria. ¿Pero qué mucho? ¿Quién pensaría que aquel menudo, y aborrecido insecto llamado Polilla tiene un mérito sobresaliente para ocupar un lugar distinguido entre los brutos más racionales? Ello es así. Este despreciado animalejo da acaso más motivo a la admiración que otros que se hallan celebrados por su sagacidad, y providencia. Todos los brutos tienen industria para procurarse el alimento necesario; todos cuidan, y todos aciertan con la conservación de la especie; muchos con más, o menos arte se fabrican domicilio; muchos saben defenderse, y ofender a sus enemigos. Pero quien tenga arte para abrigar su cuerpo contra las injurias del aire, fabricando, y ajustándose vestido acomodado, no hay otro sino la Polilla, y sólo la Polilla imita al hombre en esto. Pondérase en la Araña la fábrica de sus telas: la Polilla es Tejedor, y Sastre en un tomo.

2. A Monsieur de Reaumur, de la Academia Real de las Ciencias, que observó con notable prolijidad este insecto, debo estas noticias. Es de hecho que la Polilla de las telas de lana, o de la misma lana que roe, se hace vestido. Para este efecto la dio la naturaleza dos garras cerca de la boca, con las cuales arranca los pelitos que la convienen, y los va juntando, y tejiendo de modo que forma como una vaina bien compacta al rededor de su cuerpo. Como va creciendo su cuerpo, sucedería que ya el vestido le viniese apretado en lo ancho, y en lo [200] largo no alcanzase. Antes que llegue ese caso previene el daño la Polilla, ensanchándole, y alargándole. ¿Pero cómo? Como lo hiciera un Sastre. Añadiendo tela para ensancharle le abre, o rasga a lo largo, y por la abertura le añade, y cose, o consolida por una, y otra parte la añadidura. Hizo Monsieur de Reaumur la experiencia de pasar estos animalejos de unas ampollitas a otras, donde tenía fluecos, u deshilados de paños de diferentes colores. Sucedía que después de pasar a paño de diferente color necesitaba la Polilla de ensanchar el vestido. Con esta ocasión notó que la añadidura se hacía con varias tiras que entretejía en las aberturas a lo largo; lo que se conocía claramente en las fajitas del color del paño a que se habían trasladado, entreveradas de una extremidad a otra con las del color del paño antecedente. Otras menudencias advirtió el citado Académico en esta fábrica, que todas acreditan la industria del insecto; pero las omito, porque lo dicho basta para el elogio de su racionalísima providencia, y para admiración del Autor de la Naturaleza, aun en aquellas obras suyas, que podrían parecer indignas de nuestra atención.

3. Aunque no pertenece al asunto presente, dispensando en la oportunidad por la utilidad, no dejaré de proponer aquí una advertencia de Monsieur de Reaumur para evitar los daños que hace este insecto; que es, sacudir bien los paños, o telas donde se anida, a fines de Agosto, o a principios de Septiembre. La razón es, porque según la observación de este Autor, todas las Polillas que hay entonces son muy nuevas (las viejas ya están transformadas en maripositas, que es el estado en que ponen los huevos): así hacen muy débil presa en la ropa, por lo cual muy fácilmente se sacuden, u desprenden. Da también por receta utilísima el humo de hoja de tabaco, o el de aceite Teribintina, que dice las mata.}

23. Supuesto esto, arguyo así lo primero. Hay en los brutos acciones que son efectos de alma más que sensitiva: Luego hay acciones que son efectos de alma racional. La consecuencia consta; porque no habiendo en la sentencia común, que impugnamos, más que tres clases de almas, vegetativa, sensitiva, y racional, así como la que fuere menos que sensitiva no puede ser más que vegetativa; la que fuere más que sensitiva no puede menos de ser racional. Pruebo, pues, el antecedente. Hay en los brutos acciones que son más que sensaciones, o de jerarquía superior a las sensaciones: luego son efectos de alma más [201] que sensitiva. Consta también esta consecuencia, porque la causa no puede dar al efecto más de lo que tiene en sí misma; por consiguiente alma que no es más que sensitiva no puede producir actos que sean más que sensaciones.

24. El antecedente se puede probar en innumerables acciones de los brutos. Pero por ahora determino la prueba a aquellos actos internos con que se rigen a sí mismos en la prosecución del bien que aún no gozan, y en la fuga del mal que aún no padecen. Fabrica la ave el nido para tener morada; junta la hormiga grano para que no la falte el sustento; huye el perro por evitar el golpe que le amenaza. No me meto ahora en si en estas acciones obran formalmente por fin. Lo que pretendo sólo, y lo que no se me puede negar es, que cuando las ejecutan tienen alguna advertencia del bien que buscan, o del mal que evitan; y esta advertencia es quien los rige en los actos de prosecución, y de fuga. Si no tuvieran aquella advertencia, o se estarían quietos, o se moverían por puro mecanismo, como quiere Descartes. Digo, pues, que aquel acto interno de advertencia no es sensación, sí más que sensación, o superior a toda sensación. Lo cual pruebo así. La sensación no puede terminarse sino a objeto existente con existencia física, y real; sed sic est, que aquel acto no se termina a objeto existente con existencia física, y real: luego no es sensación. La mayor es evidente; porque no puede sentirse actualmente lo que actualmente no existe. Pruebo, pues, la menor. Aquel acto de advertencia, presensión, o previsión (llámese ahora como quisiere) se termina al bien que el bruto aún no goza, o al mal que aún no padece: luego a objeto que aún no existe.

25. Ve aquí que casi sin pensarlo hemos superado el atolladero grande de esta cuestión; conviene a saber, el recurso de que los brutos obran, no por inteligencia, sino por instinto. Esto se respondía hasta ahora, y nada más, al argumento que se hacía de aquellas admirables acciones que más acreditan la industria, y sagacidad de los brutos; y en este atolladero se enredaba el argumento: de [202] modo que no pasaba adelante. Pero desentrañadas las cosas, se ve que este recurso no basta para responder al argumento que hago yo sobre las acciones más comunes de los brutos. Lo primero, porque la voz instinto no tiene significación fija, y determinada, o por lo menos no se le ha dado hasta ahora; que es lo mismo que decir que no tenemos idea clara, y distinta del objeto que corresponde a esta voz: y así, usar de ella en esta cuestión, no es más que trampear el argumento con una voz sin concepto objetivo, que no entienden, ni el que defiende, ni el que arguye. Lo segundo, porque, o esta voz instinto se aplica al principio, o a la acción. Si al principio, pregunto: O este principio, que llamas instinto, es pura, y precisamente sensitivo, o más que sensitivo. Si precisamente sensitivo, no puede producir un acto, del cual tengo probado que es más que sensación. Si más que sensitivo, luego es racional; porque los Filósofos no conocen otro principio inmediatamente superior al sensitivo, sino el racional. Y si tú quisieres decir otra cosa, será menester que fabriques nueva Filosofía, y nuevo árbol predicamental.

§. V

26. Esfuerzo más el argumento hecho con el ejemplo del perro, que habiendo recibido un golpe, conservando la memoria del golpe, y del sujeto que se le dio, aun pasado algún tiempo, huye después de él cuando le ve. Tres actos distintos, y muy distintos encontramos en este progreso. El primero, es la percepción de el golpe cuando le recibe: el segundo, el acto de recuerdo, o memoración del golpe, y del sujeto: el tercero, aquella advertencia con que previene, que aquel sujeto, al verle otra vez, le dará, o puede dar otro golpe: la cual advertencia es la que próximamente dirige el acto de fuga. El primero de estos actos es sensación sin duda; pero el segundo, y el tercero es claro que no lo son.

27. El acto de memorar, con que se acuerda del golpe recibido, se termina a un objeto entonces no existente, y [203] por consiguiente, no sensible: luego no es sensación, sí otro acto de superior clase, respecto de la sensación. Es verdad que existe la especie representativa del golpe; pero ésta no es término, sino medio, respecto de aquel acto; y así el perro no se acuerda de la especie representativa del golpe, sino del golpe mismo.

28. Vamos al tercer acto, el cual es un nuevo uso, y como accidental, que hace el perro de aquella especie en la circunstancia de encontrar de nuevo al que le hirió. Este acto pretendo yo que no sólo es acto superior a toda sensación, por la razón propuesta de terminarse a objeto no existente, sino que en él interviene verdadero, y formal raciocinio: lo cual pruebo así. Es cierto que el perro huye, porque teme que aquel que le hirió le dé nuevo golpe: luego concibe éste como posible, o como futuro. Sed sic est que no puede concebirle, sino raciocinando, o discurriendo: luego. Pruebo la menor subsunta. El perro no tiene especie representativa del golpe futuro, o posible, porque la que tiene sólo representa el golpe pasado: luego sólo raciocinando, u discurriendo puede producir en sí mismo la idea de él. Esta consecuencia es patente; porque aquello que no se representa en la especie, sólo puede conocerse infiriéndolo de aquello que se representa. Así en el caso propuesto hay verdadera ilación, con que el perro, o probable, o erradamente del golpe pasado deduce el futuro, semejante a aquella que en el mismo caso forma un niño. O por mejor decir, hay dos ilaciones; la primera, con que de la ofensa recibida se infiere la enemistad del que la hizo; la segunda, con que de la enemistad se infiere de futuro nueva ofensa; bien que todo esto es momentáneo.

29. En otra advertencia del perro, muy decantada sí, pero poco reflexionada hasta ahora, mostraré yo eficacísimamente que este bruto usa de discurso propiamente tal. Llega el perro siguiendo a la fiera, a quien perdió de vista, a un trivio, o división de tres caminos; e incierto de cuál de ellos tomó la fiera, se pone a hacer la pesquisa [204] con el olfato. Huele con atención el primero, y no hallando en él los efluvios de la fiera, que son los que le dirigen, pasa al segundo; hace el mismo examen de éste, y no hallando tampoco en él el olor de la fiera, sin hacer más examen, al instante toma la marcha por el tercero. Aquí parece que el perro usa de aquel argumento que los Lógicos llaman a sufficienti partium enumeratione, discurriendo así: La fiera fue por alguno de estos tres caminos; no por aquél, ni por aquél: luego por éste.

30. Este argumento es muy antiguo. Santo Tomás se le propone en la 1, 2, quaest. 13, art. 2, y mucho antes había usado de él San Basilio {(a) Homil. 9. in Hexameron.}. Pero pondré aquí las palabras de este gran Padre, porque en ellas da a entender que está a favor del discurso de los brutos: Quae saeculis Sapientes, per prolixum vitae totius otium desidentes, vix tandem invenerunt, argumentationum (inquam) rationumque nexus, in iis sese offert Canis eruditus ab ipsa natura. Nam cum eius ferae vestigia, quam persequitur, investigat, siquidem invenerit ea pluribus sese findentia modis, divortia viarum singulatim, digressionesque, quascumque in parte ferant, ubi suo illo sagaci odoratu perlustravit, vocem prope syllogisticam, per ea quae agit, elicit hoc pacto: fera quam persequor, inquit, aut hac, aut illa, aut ista divertit parte; atqui non hac, non item illac: restat ergo illam istac abiisse via; atque ita falsa tollendo, verum invenire solet. Quid plus faciunt, qui pro linearum descriptionibus designandis tanta cum gravitate sedent isti, lineisque pulveri insculptis, e tribus, ubi duas propositiones sustulerint ut falsas, in ea demum, quae trium reliqua est, verum comperiunt?

31. Las primeras, y las últimas palabras del Santo son muy fuertes a nuestro intento. En las primeras dice, que el perro es naturalmente Lógico, o (lo que es lo mismo) la propia naturaleza le enseña a arguir: Argumentationum, rationumque nexus. En las últimas, propuesto ya [205] el argumento que hace el perro cuando llega al trivio, dice que no hacen, o no adelantan más que este bruto los sabios Matemáticos, cuando en la descripción de las líneas, sabiendo que en una de tres proposiciones está la verdad, después de hallar que las dos son falsas, concluyen que la que resta es verdadera: Quid plus faciunt?

32. Ahora quiero darle toda la luz posible al raciocinio expresado del perro, probando, que en el caso dicho procede con propio, y riguroso discurso. Examinados con el olfato los dos caminos, y enterado de que por ninguno de ellos partió la fiera, sin examinar el tercero toma por él. Es manifiesto que esta determinación viene del concepto que hizo de que la fiera huyó por el tercer camino, y que este concepto le hizo por ver que no fue ni por el primero, ni por el segundo. Hasta aquí nadie niega. Pregunto ahora: Aquel acto con que conoce que la fiera tomó por el tercer camino, o es distinto, o indistinto de aquel acto con que, después de examinar el segundo camino, conoció que no había tomado ni por el primero, ni por el segundo. Si distinto, luego es ilación, secuela, o deducción de aquel acto. Es claro; porque es dependiente, causado, y subseguido a él, y hay progreso de uno a otro acto, con subordinación de éste a aquél; en fin vemos aquí todas las notas de ilación, o consecuencia que hay en nuestros discursos.

33. Si se dice que es indistinto, infiero así: Luego el perro con aquel acto mismo con que percibe que la fiera no tomó por el primero ni por el segundo camino (intransitive) percibe juntamente que tomó por el tercero. Pero esto no puede decirse, porque se seguiría, que en el modo del conocimiento es más perfecto el bruto que el hombre. Pruébolo. Porque mayor perfección es conocer con una simple intuición el principio, y la consecuencia, o la consecuencia en el principio, que necesitar de dos actos distintos para conocer uno, y otro. Aquello tiene más de actualidad, y simplicidad; esto más de potencialidad, y composición. Por esta razón Santo Tomás niega discurso a los Angeles [206] (I part. quaest. 58, art. 3.) Véase el cuerpo del citado artículo, el cual todo hace a nuestro propósito.

§. VI

34. Con esto queda preocupado cuanto sobre aquella acción del perro se ha excogitado por la sentencia común. Dicen algunos que interviene en ella un conocimiento semejante, o análogo al discurso; pero que no es discurso. Mas esto es decir nada. Lo primero, porque nuestro argumento prueba que no sólo es semejante al discurso, sino que es discurso. Lo segundo, porque si la semejanza es adecuada, es lo mismo que confesar discurso propiamente tal; porque a discurso propiamente tal, sólo puede ser semejante adecuadamente lo que fuese discurso propiamente tal. Y si la semejanza fuere inadecuada, o imperfecta, los contrarios tienen la obligación de señalar la disparidad. Lo tercero, porque aunque la semejanza no sea perfecta, sólo se inferirá de ahí, que el discurso del bruto no es tan perfecto como el del hombre; pero no que no es propiamente discurso, pues la menor perfección respectiva en cualquiera atributo no quita el gozar con propiedad aquel atributo. Así uno que es menos sabio que otro, no por eso deja de ser propiamente sabio. Lo cuarto, y último, porque a quien prueba la posesión de algún atributo, responder que no es tal atributo, sino otra cosa que se le parece, sin decir más, es evasión ridícula; pues de este modo no hay argumento, por concluyente que sea, que no se pueda eludir.

35. Santo Tomás en el lugar citado arriba de la Prima Secundae da respuesta más determinada; pero a mi corto modo de entender sumamente difícil. Dice que en el caso alegado del perro, y otros semejantes, no hay razón, elección, ordinación, o dirección activa de parte suya, sí sólo pasiva; esto es, ordénalos, y dirígelos la razón divina, del mismo modo que ellos se dirigieran, si tuvieran uso de razón: Así como la saeta (son símiles de que usa el Santo), sin tener uso de razón, es dirigida al [207] blanco por el impulso del flechante, del mismo modo que ella se dirigiera, si fuera racional, y directiva; y el reloj por la ordenación racional del Artífice se mueve, y da regularmente las horas, como él lo hiciera por sí, si tuviese entendimiento. Todo esto lo establece sobre el fundamental axioma de que como las cosas artificiales se comparan al arte humana, así las cosas naturales al arte divina.

36. Con el profundo respeto que profeso a la doctrina del Angélico Maestro, y hecha la salva de que en conocimiento de la admirable sublimidad de su divino ingenio, aun cuando en su doctrina encuentro una, u otra máxima, que no se acomoda a mi inteligencia, creo que es por cortedad mía; me será lícito proponer los reparos que me ocurren sobre dicha solución.

37. Lo primero: Esta doctrina, ya por los símiles de que usa, ya por la máxima que establece, más a propósito parece para defender la sentencia Cartesiana, que la común. Ciertamente Descartes se sirve de las mismas expresiones, y de la misma máxima para decir que los brutos son máquinas inanimadas. Enseña que sus movimientos son causados por Dios, de la misma forma que los del reloj por el Artífice; y su gran argumento es, que pudiendo un Artífice de limitada sabiduría, cual es el hombre, fabricar máquinas de tan varios, y regulados movimientos, como se han visto muchas, y algunas que han imitado en parte los movimientos mismos de los brutos; (no puede negarse que un Artífice de infinita sabiduría, cual es Dios, sepa fabricar unas máquinas, que tengan todos los movimientos que vemos en los brutos).

38. Lo segundo: La dirección de la causa primera en los movimientos de los brutos no les quita a éstos el uso vital de sus facultades; o no estorba que sean vitales sus movimientos: Así su dirección no es puramente pasiva como en el reloj, y la flecha, sí que juntamente son moventes, y movidos. Tampoco les quita que obren con tal cual conocimiento. Sobre éste, pues, procede nuestra [208] prueba, pretendiendo que en él se hallan todas las señas de discursivo. La máxima de que las cosas naturales se comparan al arte Divina, como las artificiales a la arte humana, tiene también lugar en el hombre, y en sus potencias, que son entes naturales; luego así como de ella no se infiere defecto de discurso en el hombre, tampoco en el bruto.

39. Lo tercero: La dirección activa de los brutos, respecto de algunos movimientos suyos, es, digámoslo así, visible; y tanto, que resplandece en ella toda aquella serie de actos, que tenemos en nuestras deliberaciones, intención del fin, duda, consejo, elección de medios, ejecución de ellos, y últimamente asecución del fin. Representaremos esto en un caso comunísimo, y éste será nuevo argumento probativo de nuestra conclusión.

40. Contémplense los movimientos de un Gato desde el punto que ve un pedazo de carne colgada, o puesta en parte donde no sea muy fácil cogerla. Detiénese lo primero un poco pensativo, como contemplando la dificultad de la empresa; ya empieza a resolverse; mira hacia la puerta por si viene persona que le sorprenda en el hurto; asegurado de que no hay por esta parte impedimento, se confirma en el propósito; registra los sitios por donde pueda acercarse; salta sobre una arca, de allí sobre una mesa; de nuevo duda, mide con los ojos la distancia; conoce que el salto desde allí es imposible, muda de puesto; y de este modo va continuando las tentativas hasta que, o logra la presa, o desesperado la abandona.

41. ¿Quién en este progreso de diligencias no ve, como por un vidrio, toda aquella serie de actos internos que los hombres tienen en semejantes deliberaciones? Donde será bueno añadir una reflexión en forma silogística. Uno de los argumentos que hacemos a los Cartesianos para probar que los brutos son sensibles es, que los vemos hacer todos aquellos movimientos que los hombres hacen por sentimiento, puestos en las mismas circunstancias: sed sic est, que en el caso propuesto vemos hacer al Gato [209] todos aquellos movimientos que un hombre hace por deliberación, y discurso puesto en las mismas circunstancias. Luego si lo primero prueba en los brutos sentimiento, lo segundo prueba deliberación, y discurso.

42. Finalmente (dejando otros muchos argumentos) probaré la racionalidad de los brutos con una acción observada en algunos, que aunque no es de las comunes, por ser también singular la prueba, merece tener aquí lugar. Aristóteles en los Problemas dice que el acto de contar, o numerar es tan privativo del hombre, que ningún otro animal es capaz de él; en que da bastantemente a entender, que este acto pide proceder de principio racional. Sin embargo, se han visto brutos que cuentan los días de la semana, y observan su curso, y serie. En nuestro Colegio de San Pedro de Exlonza, distante tres leguas de la Ciudad de León, hubo en mi tiempo un pollino que apenas hacía otra jornada que una cada semana los Jueves, montado de un criado que llevaba las cartas del Colegio a la Estafeta de aquella Capital. El buen pollino no estaba bien con este paseo; y llegando el día Jueves indefectiblemente se escapaba de la caballeriza, y se ocultaba cuanto podía para excusar la jornada, lo que nunca hacía otro algún día de la semana. En que también era admirable la sagacidad, y maña de que usaba para abrir la puerta, precisando en fin a que la noche antes del Jueves se le cerrase con llave.

43. Nicolás Hartsoeker en el libro Ilustraciones sobre las conjeturas físicas refiere otro tanto de algunos perros. Pondré aquí todo el pasaje de este Autor a la letra. «Un perro (dice) estando acostumbrado a ir regularmente todos los días de Domingo de París a Charenton con su amo, que iba a oír la predicación en aquel Lugar, fue dejado un Domingo cerrado en casa. No le agradó esto al animal; pero imaginando sin duda, como se puede juzgar por lo que se siguió después, que ésta habría sido casualidad, y que no sucedería otra vez, tuvo paciencia. Pero como el Domingo siguiente le dejase [210] cerrado el amo del mismo modo, tomó tan bien sus precauciones, que no pudo hacerlo tercera vez. ¿Qué hizo el perro? Partió el Sábado antecedente de París a Charenton, donde el amo le halló el Domingo, y supo que el Sábado cerca de anochecer había llegado allí. ¿Un hombre podría razonar mejor? Si yo espero a mañana (dijo para consigo el perro) no podré evitar que me cierren, como hicieron las dos veces pasadas. El remedio, pues, es partir la víspera. ¿Sabía, pues, me dirán, contar los días? Sin duda; y esto no es cosa tan extraordinaria, que no hay mil ejemplares. Hay perros, que viviendo cerca de alguna Ciudad, jamás dejan de ir a ella los días de Mercado, que se tiene una vez cada semana, por ver si pueden pescar algo.»

44. Si fuese verdad lo que dice Aristóteles, que la gente de Tracia no podía contar sino hasta el número de cuatro, porque a la manera de los niños no podía retener más serie de números en la memoria; más capaces son que los Traces los brutos, de quienes hemos hecho mención; pues por lo menos contaban hasta siete, que es el número de los días de la semana. Pero que fuese tanta la incapacidad de aquella gente, no es verosímil. Constantinopla es comprehendida en la Tracia, y cuentan allí, tan bien como en otras partes, millones enteros para ajustar las rentas de su Soberano.

§. VII

45. Resta ya que respondamos a los argumentos contrarios. Lo primero que se puede arguir es, que entre los brutos todos los individuos de cada especie obran con uniformidad, y semejanza en todas sus acciones; y lo contrario sucedería si obrasen con elección, y discurso: como de hecho por esta razón se ve tanta variedad en el obrar dentro de la especie humana.

46. Aunque este argumento es de Santo Tomás, me parece se debe negar el asunto. Yo no veo esa uniformidad de obrar en los individuos de cada especie de brutos; [211] antes sí se observan unos más que otros: unos más mansos, otros más fieros: unos más domesticables, otros más ariscos: unos más sagaces, otros más rudos: unos más tímidos, otros más animosos: generalmente no hay inclinación, o facultad en cuyo uso no se advierta alguna desigualdad en los brutos de una misma especie. Es verdad que no tanta como en los hombres; lo cual depende de la mucha mayor extensión del conocimiento de éstos, por el cual perciben más multitud de objetos, y un mismo objeto le miran a diferentes luces. El hombre distingue los tres géneros de bienes, honesto, útil, y delectable; y tal vez se deja llevar del honesto, tal vez del delectable; tal vez del útil. El bruto no percibe el bien honesto, y el útil le confunde con el delectable; y como éste sea uno mismo con corta variedad respecto de toda la especie, todos en sus operaciones miran a aquel bien sensible que los deleita.

47. Pero en la industria con que buscan este bien mismo a que los determina su inclinación, se halla notable diferencia, no sólo en los individuos de una especie, mas aun en las diferentes edades de un mismo individuo, haciéndolos la experiencia, y observación más advertidos en el uso de sus facultades. Esta parece prueba concluyente de que no obran por un ímpetu ciego, movido del preciso impulso que les da el Autor de la naturaleza, sino por advertencia, y conocimiento. El Perro, y el Gato al principio, aun en presencia del dueño, se tiran a cualquiera comestible que sea de su gusto; pero después de ver que por esto los castigan, se reprimen. En los Toros, que ya fueron corridos, todos notan mucho mayor malicia, y advertencia en el modo de acometer. El Galgo, en los primeros ejercicios de la caza sigue puntualmente las huellas de la liebre; pero después que algunas experiencias le mostraron, que ésta desde la falda del monte donde la levantaron, siempre sube a la eminencia, si ve que no toma a ella en derechura, sino con algún rodeo, dejando sus huellas, corta por el atajo, y con menos fatiga, y más [212] seguridad la coge en la cumbre. Esto prueba visiblemente que la experiencia los doctrina, y hace más cautelosos, y advertidos, como a los hombres que usan de la observación para enmendar los yerros cometidos, y que tienen inventiva de medios para lograr sus fines.

48. Argúyese lo segundo. Si los brutos fuesen discursivos, serían racionales: luego no se distinguirían esencialmente de los hombres, pues les convendría la definición del hombre, que es Animal racional.

49. Distingo el antecedente: Serían racionales con racionalidad de inferior orden a la del hombre, concedo; del mismo orden, niego; y niego la consecuencia. El discurso del bruto es muy inferior al del hombre, tanto en la materia, como en la forma. En la materia, porque sólo se extiende a los objetos materiales, y sensibles; ni conoce los entes espirituales, ni las razones comunes, y abstractas de los mismos entes materiales. Tampoco es reflexivo sobre sus propios actos. Y a este modo se hallarán acaso más limitativos que los expresados, aunque éstos son bastantes. En la forma también es muy inferior; porque los brutos no discurren con discurso propiamente lógico (hablo de la Lógica natural), ni son capaces de la artificial; porque como no conocen las razones comunes, no pueden inferir del universal el particular contenido debajo de él. Sólo, pues, hacen dos géneros de argumentos, el uno a simili, el otro a sufficienti partium enumeratione; pero el primero es el más común entre ellos. Por esto el caballo, si le dejan la rienda, se mete en la venta donde estuvo otra vez; porque de haberle dado cebada en ella, infiere que se la darán ahora. El gato, a quien castigaron algunas veces porque acometió al plato que está en la mesa, se reprime después, infiriendo que también ahora le castigarán, &c.

50. Argúyese lo tercero. Si los brutos fuesen racionales, serían libres: luego capaces de pecar, y obrar honestamente, lo cual no puede decirse. El antecedente consta, pues de la racionalidad se infiere la libertad. [213]

51. Lo primero se podría negar absolutamente el antecedente, si se habla de la libertad en orden al fin; porque como sólo conocen el bien delectable, están necesariamente determinados a la prosecución de él, y sólo les puede quedar alguna indiferencia en orden a los medios de conseguirle, cual parece que la hay en el ejemplo del gato que propusimos arriba, cuando arbitra sobre el modo de coger la carne colgada.

52. Lo segundo distingo el antecedente: Serían libres con libertad puramente física, permito, o concedo: con libertad moral, niego, y niego la consecuencia. No hay, ni puede haber libertad moral en los brutos, porque no conocen la honestidad, o inhonestidad de las acciones; pero sí alguna libertad física, que consiste en un género de indiferencia respecto de lo material de sus operaciones. El uso de esta libertad se observa en algunas ocurrencias. Cuando están dos perros, o un perro, y un gato amenazándose a reñir, se nota en ellos cierto género de perplejidad sobre si acometerán, o no. Ya se avanzan, ya se retiran; y según los dos afectos de ira, y miedo los impelen, o los refrenan; ya forman propósitos, ya los retractan, hasta que ganando el viento una de las dos pasiones, o determinan la acometida, o la retirada.

53. Este mismo uso de libertad puramente física se observa en la especie humana en los locos, y aun mejor en los niños. Es cierto que éstos antes de llegar al uso de razón no son capaces de pecar, ni merecer, porque no tienen idea, o concepto de lo honesto, ni de lo inhonesto; mas no por eso dejan de ser libres en sus acciones; y así se usa con ellos de la doctrina, de la promesa, y la amenaza, para que elijan esto, y no aquello. ¿Y quién no ve que en locos, niños, y brutos sería el castigo totalmente inútil para retraherlos de algunas acciones, si sólo un ímpetu inevitable, desnudo de toda libertad, los arrastrase a ellas? [214]

§. VIII

54. Argúyese lo cuarto. Si las almas de los brutos fuesen racionales, serían espirituales, y por consiguiente inmortales; esto no puede decirse: luego. Pruébase la mayor; porque de la racionalidad del alma humana se prueba su espiritualidad, y de su espiritualidad su inmortalidad. Luego habiendo la misma razón fundamental en las almas de los brutos, legítimamente se inferirían uno, y otro consiguiente.

55. Respondo que no se demuestra, ni infiere la espiritualidad del alma humana de su racionalidad, según aquella razón común, en que según nuestra sentencia conviene con la alma del bruto, sino según la razón específica, y diferencial, por la cual se distingue de ella. Quiero decir, que no es espiritual, porque discurre como discurre el bruto, sino porque entiende lo que no entiende el bruto. El doctísimo, y discretísimo Padre Pablo Séñeri, en la primera parte del Incrédulo sin excusa, cap. 28, prueba largamente la espiritualidad, e inmortalidad de la alma racional por sus operaciones intelectivas; pero sin recurrir al discurso, o raciocinación, sí sólo al conocimiento de determinados objetos, el cual por sí mismo prueba la espiritualidad, e inmortalidad: conviene a saber, el conocimiento de los entes espirituales, el de las razones comunes, o universales, y el reflejo de sus propios actos. Estos tres géneros de conocimientos son privativos del hombre, y en ellos se distingue de el bruto, como ya advertimos arriba.

56. Asimismo Santo Tomás en el libro segundo contra Gentiles, cap. 79, con muchos argumentos demuestra la inmortalidad de la alma humana, sin deducir prueba alguna de su facultad discursiva. Por lo que mira al conocimiento, pone, o toda, o la mayor fuerza en que conoce las cosas espirituales, y espiritualiza las mismas cosas materiales con la abstracción de razones comunes. Y aunque es verdad que también prueba la espiritualidad, e inmortalidad [215] de nuestra alma por el capítulo de inteligente, (sin addito) así en la parte citada, como en otras anteriores de aquel libro concernientes al mismo asunto, explica, que por inteligencia entiende el conocimiento de razones universales, propio del hombre, y negado al bruto. Nótense estas palabras en el citado capítulo: Intelligere enim est universalium, & incorruptibilium, in quantum huiusmodi. De modo que hallamos que las pruebas sólidas de la inmortalidad del alma racional, que se fundan en su virtud cognoscitiva, sólo se toman de aquella perfección del conocimiento que concedemos al hombre, y negamos al bruto.

57. Ni Santo Tomás pudiera sin inconsecuencia fundar la espiritualidad, e inmortalidad en la virtud discursiva, tomada precisamente. La razón es clara; porque en la doctrina del Angélico Maestro el discurso envuelve potencialidad, y la potencialidad materialidad. Por eso a los Angeles, como espíritus puros, le niega formal discurso. Es verdad que el discurso lógico (propio de los hombres, y negado a los brutos) que procede del universal al particular, infiere la espiritualidad del alma humana; pero no por lo que es formalmente en sí mismo, sino por lo que presupone, o por lo que envuelve, que es el conocimiento de las razones universales.

58. Concedemos, pues, algún discurso a los brutos (en la forma que se explicó arriba), el cual como formalísimamente potencial no puede arguir inmaterialidad. Negámosles todos aquellos conocimientos, de que se infiere la espiritualidad; esto es, el conocimiento de las cosas espirituales, e incorruptibles, el de las razones comunes, aun de las cosas materiales, el reflejo de sus propios actos: a que añadimos el conocimiento de lo honesto, e inhonesto; el cual también, en mi sentir, prueba concluyentemente la espiritualidad, e inmortalidad de nuestra alma. Pero no puedo detenerme ahora en mostrar la eficacia, ni de este argumento, ni de los antecedentes, porque sería menester gastar en esto mucho tiempo. Quien quisiere instruirse bien [216] en esta materia, lea desde el capítulo 27 hasta el 32 inclusive del primer Tomo del Incrédulo sin excusa del Padre Séñeri; pero especialmente, por lo que mira a nuestro intento, el veinte y ocho, treinta, y treinta y uno.

59. Argúyese lo quinto, y puede ser réplica sobre el argumento antecedente. Si las almas de los brutos no son espirituales, son materiales: si son materiales, no pueden discurrir, porque la materia no es capaz de discurso: luego.

60. De este argumento no pueden usar los Aristotélicos contra nosotros; pues si prueba que los brutos no pueden discurrir, prueba igualmente que no pueden sentir; porque la materia por sí misma igualmente es incapaz de sentimiento que de discurso. Y así de este argumento usan los Cartesianos contra los Peripatéticos, y demás Sectas de Filósofos, y es su Aquiles para probar que los brutos son máquinas inanimadas. Respondamos, pues, por todos.

61. Para lo cual noto, que cuando se ventila este argumento entre Cartesianos, y Peripatéticos, aquéllos incurren una equivocación, y éstos no la deshacen con la claridad que es menester. Confunden los Cartesianos el ente material con la materia, como si fuesen una misma cosa; y los Peripatéticos, o no señalan la distinción, o no la ponen tan clara como se debe.

62. Digo, pues (empecemos por aquí), que si se me pregunta si el alma del bruto es materia o es espíritu, responderé que ni uno, ni otro. Pero si se me pregunta si es material, o espiritual, responderé que determinadamente es material. Que la alma del bruto no es materia, es claro: porque por materia se entiende aquel primer sujeto indiferente para toda forma; y el alma del bruto no es ese primer sujeto, sino forma de él. ¿Pero de aquí se inferirá que es espíritu? De ningún modo. Si esta ilación fuese buena en la alma del bruto, lo sería asimismo en la forma substancial de la planta, en la del metal, en la de la piedra, pues en todas subsiste la misma razón. Así generalmente se debe pronunciar que las formas substanciales [217] (lo mismo digo de las accidentales) que ponen los Aristotélicos, ni son materia, ni espíritu. Y lo mismo deberán decir los Cartesianos de las modificaciones de la materia, que señalan como equivalentes a las formas Aristotélicas. La figura cuadrada, v.gr. no es espíritu, tampoco es materia; porque como la materia siempre es la misma, siempre subsistiría la misma figura.

{(a) Algún tiempo después de estampada nuestra opinión sobre la alma de los brutos, salió a luz la primera vez el Curso Físico, o Conversaciones Físicas del Padre Regnault; en cuyo 4 Tomo, Convers. 2, he visto que defiende la misma sentencia que yo llevo, de que la alma de los brutos es un medio entre materia, y espíritu.}

63. Pero aunque no es materia, es material el alma del bruto. ¿Qué quiere decir esto? Que es esencialmente dependiente de la materia en el hacerse, en el ser, y en el conservarse. Y esto se entiende por ente material adjectivè, a diferencia del ente material substantivè, que es la materia misma. Esta dependencia esencial de la materia en las almas de los brutos se colige evidentemente de que todas sus operaciones están limitadas a la esfera de los entes materiales; como al contrario la independencia del alma humana de la materia, se infiere de que la esfera de su actividad intelectiva, incluye también los entes espirituales.

64. Puesta esta distinción, se ve claramente cuán erradas van todas aquellas ilaciones, que de la carencia de algún predicado en la materia pretenden deducir la carencia del mismo predicado en la forma material. Así como sería ridículo argumento éste: La materia no es capaz de sentir: luego la forma material no es capaz de sentir: O éste: La materia no es activa: luego la forma material no es activa; lo es también éste, que estriba en el mismo fundamento, y procede debajo de la misma forma: La materia no es capaz de conocer, y discurrir: luego la forma material no es capaz de conocer, y discurrir. El que deberá calificarse de buen argumento será éste: Una forma material, cual es la alma del bruto, depende en su ser [218] esencialmente de la materia: luego la jurisdicción de su actividad sólo se extiende a los entes materiales. Porque en virtud de la secuela natural del obrar al ser, aquel limitativo en el ser trae este limitativo en el obrar. De este modo, y siguiendo este sistema, se ven claros, y como señalados por la misma naturaleza de las cosas, los lindes que dividen las dos jurisdicciones del conocimiento del hombre, y el del bruto. La alma de aquél, como independiente en su ser de la materia, alarga su conocimiento fuera de todos los términos de la materia; esto es, a los entes espirituales: la de éste, como dependiente, no percibe sino los materiales.

65. Pensar que todas las formas materiales, por tales, deben participar aquella (llamémosla así) rudísima torpeza de la materia, es entender groseramente las cosas. La crasa mole de la materia, rudis, indigestaque moles, es una misma en todos los entes, y por sí misma inútil para todo. Sin embargo, las formas que dependen esencialmente de ella, son tan desiguales en perfección, y muchas tan maravillosas en su modo de obrar, que no pueden contemplarse sin estupor. ¡Cuánto dista la forma del metal de la de la piedra! Entre los mismos metales, ¡cuánto excede la del oro a la del plomo! Si se examina la más humilde planta de la selva, se halla, que supera la forma de ésta con un exceso inmensurable a la del oro. ¿Ves aquella artificiosísima textura? ¿aquella bien ordenada serie de sutilísimas fibras? ¿aquellos vivísimos colores? ¿aquella multitud de casi invisibles conductos, que son otras tantas máquinas hidráulicas, por donde sube, y baja regladamente el jugo de la tierra? Pues eso, que ningún Artífice humano acertaría a hacer, todo eso lo hizo esa forma material de la planta. Mira ahora cuánto dista su actividad de esa grosera materia de quien depende. Es verdad que lo hace sin conocimiento de lo que hace; pero no sé si esto es mayor maravilla que hacerlo con conocimiento. Ciertamente cuando vemos cualquier artificio exquisito, mucho más nos admiramos si nos dicen que [219] le hizo un ciego, que uno que tenía vista.

66. Aunque los Cartesianos niegan toda forma material, no se escapan de la fuerza de nuestra reflexión; pues las modificaciones, que conceden a la materia, tan materiales son como nuestras formas. Sin embargo, de ellas resultan en su sentencia tantos admirables fenómenos, como hay en la naturaleza: y sin ellas la materia no sería más que una ruda, e informe masa, inútil para todo. Miren los Cartesianos cuánto dista, aun en su sentencia, lo material de lo que es puramente materia.

67. Supuesto, pues, que teniendo la materia sólo capacidad pasiva, tiene tanta amplitud la virtud activa de las formas materiales, no debe reglarse la actividad de éstas por la incapacidad de aquélla, sino según la proporción que hemos establecido: determinando, que las formas materiales, como dependientes esencialmente en su ser de la materia, tienen también su obrar limitado dentro de la esfera de los objetos materiales. Esta es la raya más justa que se puede tirar para dividir los términos de la facultad cognoscitiva de los brutos, y la del hombre: y otra cualquiera que se tire, o más adelante, o más atrás, será absurda, y arbitraria.

§. IX

68. Argúyese lo último. En las Sagradas Letras se les niega entendimiento, y razón a los brutos: luego. Pruébase el antecedente de aquellas palabras del Psalmo 31: Nolite fieri sicut Equus, & Mulus, quibus non est intellectus; y aquellas de la Epístola segunda de San Pedro: Velut irrationabilia pecora.

69. Respondo lo primero, que fácilmente podríamos oponer textos, a textos; pues en Job {(a) Cap. 38.} se halla, que Dios dio entendimiento al Gallo: Quis posuit in visceribus hominis sapientiam? Vel quis dedit Gallo intelligentiam? Que aunque se dice en forma de interrogante, del [220] contexto consta que es aseveración. Y en los Proverbios {(a) Cap. 6.} se lee, que tiene sabiduría la Hormiga, de la cual puede aprender el hombre: Vade ad formicam, o piger, & considera vias eius, & disce sapientiam.

70. Respondo lo segundo, que la Escritura, por lo común, no usa de las voces según el rigor filosófico, sino según el uso civil, de lo cual se podrían dar innumerables ejemplos. Basten estos dos, tomados del capítulo primero del Génesis. En el versículo 21 se dice, que crió Dios los peces Cetáceos: Creavit Deus cete grandia: siendo cierto que hablando filosóficamente, no los crió, pues los hizo de sujeto, o materia presupuesta. Y en el versículo 30 sólo atribuye vida, o alma viviente al hombre, y a los brutos: Et cunctis animantibus terrae, omnique volucri Coeli, & universis, quae moventur in terra, & in quibus est anima vivens, ut habeant ad vescendum; lo cual no quita que las plantas tengan vida, o alma viviente; conviene a saber, vegetativa. Como, pues, estas voces Entendimiento, Razón, Discurso, y otras semejantes en el uso civil, y común significan con más estrechez que tomadas filosóficamente, y suponen sólo por la facultad cognoscitiva del hombre, en este sentido las toma la Escritura cuando niega tales atributos a las bestias. Fuera de que, comparados los brutos con los hombres, legítimamente se pueden llamar irracionales, por faltarles aquel conocimiento superior, propio del hombre. Así David llama bárbaro al Pueblo Egipcio, refiriendo la salida del Pueblo de Israel de aquella tierra: In exitu Israel de Egypto, domus Jacob de Populo barbaro. Consta no obstante que no había entonces gente de mayor policía, y cultura de letras que los Egipcios; pues en los Actos de los Apóstoles, para ponderar la ciencia de Moisés, se dice que aprendió toda la sabiduría de los Egipcios: Et eruditus erat Moyses omni sapientia Egyptiorum. Pero pudo David llamarlos bárbaros, porque los Hebreos los reputaban tales, [221] porque carecían del conocimiento más importante; esto es, del verdadero Dios.

71. Y en cuanto al primer texto, que se nos opone del Psalmo, tomando la voz, entendimiento, e inteligencia en el riguroso sentido en que Santo Tomás lo toma por el conocimiento de las cosas universales, e incorruptibles: Intelligere enim est universalium, & incorruptibilium, absolutamente se debe decir que los brutos carecen de entendimiento. A que añadiremos, que el Psalmista toma allí la voz Entendimiento en este sentido: pues exhortando a los hombres a que no se hagan como las bestias, que no tienen entendimiento, quiere decir, que no consideren, y abracen los bienes sensibles, y materiales, como hacen los brutos; sino los espirituales, y eternos. Luego así como no se puede inferir de aquel texto, que los hombres carnales, que viven more brutorum no entienden, ni discurren en orden a los bienes sensibles, tampoco se puede inferir lo mismo de los brutos a quienes se comparan.

§. X

72. Para complemento de este Discurso se resolverá aquí brevemente otra cuestión curiosa, que tiene algún parentesco con la principal; conviene a saber, ¿si los brutos tienen locución propiamente tal, o idioma con que se entiendan entre sí los de cada especie?

73. En que lo primero decimos, que se deben condenar como fabulosas algunas narraciones que hay en esta materia, si no intervino obra del demonio en ellas. Tal es en Homero la del Caballo de Aquiles, llamado Xanto, que le pronosticó la muerte a su dueño. Tal en Julio Obsecuente, Escritor Latino, la del buey, que avisó a los Romanos de la inundación que amenazaba el Tíber con estas voces: Roma tibi cave. Guardate Roma. Tales otras muchas de aquel gran amontonador de prodigios Tito Livio: en las cuales juzgo que no hay más verdad, que en que un árbol hablase a Apolonio Tyanéo, como cuenta Filóstrato; en que un río saludase a Pitágoras, [222] como refiere Porfirio en que hablase el Laurel, consagrado a Apolo en Metaponto, como se lee en Ateneo; y en que a Mahoma, en la vuelta de Meca, le rindiesen el mismo obsequio cuantos árboles, peñascos, y montes halló en el camino, como mienten los Mahometanos, y queda impugnado en el sexto Discurso.

74. Digo lo segundo, que algunos brutos que tienen la lengua acomodada para ello, pueden por instrucción imitar las voces humanas. Esto se ve cada día en los Papagayos. Y otras aves son capaces de lo mismo, como el Cuervo, que todos los días iba a saludar en público a Tiberio, Germánico, y Druso: el célebre Tordo de Agripina, madre de Nerón: y aquella multitud de pájaros que el Cartaginés Hanon enseñó a decir: Hanon es Dios; y después, puestos en libertad, en todas partes repetían la misma sentencia con asombro de los Africanos, que creyéndolos inspirados de superior numen, estuvieron cerca de erigir Templos al astuto Hanon, quien con ese fin había instruido aquellas aves. Aun los cuadrúpedos son capaces de lo mismo. En las Memorias de Trevoux es citado el célebre Barón de Leibnitz, que dice vió un perro, el cual articulaba hasta treinta voces Alemanas, aunque no con perfección.

75. Digo lo tercero, que aquellos sonidos, o voces diversamente moduladas, de que usan los brutos, no constituyen locución verdadera, o idioma propiamente tal. La razón es, porque éste consta de voces inventadas a arbitrio, y significativas ad placitum; pero las de los brutos no son tales, sino inspiradas por la misma naturaleza, o signos naturales: lo cual se colige evidentemente, de que del mismo modo aullan, v.gr. los perros en Alemania que en España; y del mismo modo graznan los cuervos en Asia que en Europa: y si se explicasen por instrucción, en diversas tierras tendrían diferente explicación, como los hombres.

76. Digo lo cuarto, que aquellas voces son significativas de sus propios afectos, mas no de las cosas que perciben [223] con los sentidos. La razón es, porque respecto de la multitud de objetos que perciben, es poquísima la variedad que notamos en su voz. Así no merece alguna fe lo que Filóstrato cuenta de Apolonio, que entendía el idioma de las aves, y el gracioso suceso, que a este asunto refiere, el cual se puede ver en nuestro segundo Tomo, Discurso V, num. 12. No niego por eso que las voces de los brutos, significando inmediatamente sus afectos, signifiquen mediatamente con alguna generalidad los objetos que mueven sus afectos; pero ésta no es locución, así como no lo es en nosotros levantar el grito cuando nos dan un golpe, aunque el grito, significando inmediatamente el dolor, signifique mediatamente el golpe que le ocasiona.

77. Si es posible, ya que no le haya de hecho, invención de idioma entre los brutos, es materia de discusión más larga; y ya este Discurso se ha extendido mucho.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo tercero (1729). Texto según la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 187-223.}