Filosofía en español 
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Tomo primero Carta primera

Respuesta a algunas Cuestiones sobre los cuatro Elementos

§. I

1. Muy Señor mío: Aunque el deseo, y obligación que tengo de servir a Vmd. con la mayor puntualidad, no me permiten dilatar mucho el cumplimiento de sus preceptos; habiéndome Vmd. escrito, que por no tener necesidad de respuesta pronta, y por no estorbarme otras ocupaciones más importantes, dejaba a mi arbitrio suspender todo el tiempo que quisiese la satisfacción a las dudas, o Cuestiones que Vmd. se sirvió de proponerme sobre los cuatro vulgares Elementos: me valí de esta permisión, no para retardar mi obediencia, sí para hacerla más meritoria, añadiendo en ella algo de supererogación. Quiero decir, que tomé el tiempo que era necesario, no sólo para responder a las Cuestiones propuestas, mas también para añadir la resolución de algunas otras pertenecientes a la misma materia; de modo, que mezcladas éstas con aquéllas, tenga Vmd. en mi respuesta una especie de Tratadillo curioso de Física sobre los cuatro vulgares Elementos. Curioso digo, porque hallará Vmd. en él algunas observaciones nada vulgarizadas, y otras tan particulares, o propias de mi atención, que inútilmente las buscaría en los libros.

Cuestión Primera

2. ¿Por qué el movimiento de la llama es hacia arriba? Respondo. Porque es más leve que este aire exterior que la [2] circunda. Esta es la razón general de montar unos líquidos sobre otros. El más pesado bajando, fuerza al más leve a subir. Si en un vaso, donde hay algo de aceite, echan sobre el aceite agua, ésta, como más pesada, va a buscar el suelo del vaso, y fuerza al aceite a subir. Si al contrario, hay en el vaso espíritu de vino rectificado, y sobre él echan aceite, éste, por ser más pesado que el espíritu, le obliga a subir, y ocupa el fondo. Pero sobre este asunto puede informarse Vmd. más ampliamente en el segundo Tomo del Teatro Crítico, discurso 12, desde el número 8, hasta el 13 inclusive.

Cuestión Segunda

3. ¿Por qué sube también el humo? Respondo, por la misma razón. Y esta experiencia basta para convencer a los Filósofos de la Escuela, de que el motivo del ascenso de la llama, no es buscar con apetito innato la esfera del fuego, que suponen inmediata al Cielo de la Luna: pues el humo, en su sentir, no es fuego; por consiguiente carece de ese apetito, y con todo eso sube.

Cuestión Tercera

4. ¿Qué se hace el humo después que sube? Admiro que esta duda no haya ocurrido a alguno de los Autores que he leído. Acaso la omitieron por considerar fácil la solución. Pero otras de solución más fácil proponen frecuentemente: lo más es, que ni en conversación la oí proponer jamás. La experiencia de que el humo, siendo bastantemente espeso, oculta los objetos visibles interponiéndose entre ellos, y la vista, naturalmente excita la duda de ¿cómo vemos ahora al Sol, la Luna y demás Astros? Si se hace un cálculo prudencial del humo que ha subido a la Atmósfera, desde la creación del Mundo hasta ahora, se hallará, que sobra muchísimo para empañarla toda, y adensarla de modo, que no sólo no podamos ver los Astros, mas aún sea preciso sofocarse todos los vivientes de los dos Elementos Tierra, y Aire. [3] ¿Cómo pues, no hace el humo estos daños? Sin duda no podría menos de hacerlos, si todo lo que en el discurso de los siglos subió a la Atmósfera, subsistiese en ella. Luego es preciso inferir que no subsiste en ella, sino por algún limitado tiempo. ¿Qué se hace, pues? ¿Vuelve a la tierra? Es forzoso. Pues cómo, ¿si es más leve que el aire de acá abajo? Pues a no serlo, no subiera sobre él. Respondo, que es más leve cuando sube, y más pesado cuando baja.

5. Para cuya inteligencia se ha de advertir, que en el humo se deben distinguir dos cosas. La una es el cúmulo de partículas propias del humo. La otra es otro cúmulo de partículas ígneas que se pegan a aquéllas; de modo, que cada partícula fumosa, exaltada de la materia encendida, es circundada de una cubierta de materia ígnea, o etérea. Esta es más leve con grande exceso, que este aire inferior; y así, aunque la partícula fumosa por sí sola es más pesada que el aire; el complejo de ella, y de la materia ígnea que la envuelve, es más leve. Así como, aunque un clavo de hierro es de mucho mayor peso específico que el agua, y así puesto por sí solo en ella, bajaría al fondo; pero introducido en un pedazo de madera nada en la superficie, porque el complejo de madera y hierro es más leve, que igual volumen de agua. La misma causa discurrieron los Físicos para el ascenso de los vapores, de que se forman las nubes; pero es más perceptible en el ascenso del humo, que como sale del fuego, tiene a mano el socorro de las partículas ígneas, que le faciliten la subida.

6. Esta es la razón por que sube el humo. La razón por que baja es, que separándose después la materia etérea, o ígnea de las partículas fumosas, y dejándolas precisamente a la inclinación de su peso, ya no pueden sostenerse en el aire. Ya se ve, que en la decisión de esta duda, queda pendiente otra que se va a proponer.

Cuestión Cuarta

7. No pudiendo, según lo dicho, bajar ni el humo, ni [4] los vapores, sin que se desprenda de ellos la materia etérea, se pregunta ¿cómo, o por qué se desprende? Respondo. Dos causas se pueden señalar. La primera es la agitación: porque siendo alguna, pero no mucha, la adherencia de un cuerpo a otro, es natural que agitados entrambos, en todo, o en gran parte se desliguen. Vése esto en cualquiera cuerpo sólido bañado en algún licor, al cual, aunque quede adherente alguna porción de aquel licor, en que se ha remojado, agitándole con alguna violencia, se desliga, y suelta en menudas gotas el licor adherente. La segunda causa puede ser la agregación de otras partículas, que andan nadando en el aire, o cada partícula de humo, de las cuales ninguna por sí sola tene peso bastante para romper el aire hacia abajo; pero juntas hacen un volumen bastantemente pesado, para vencer la resistencia del aire. Realmente en los vapores no es menester otra causa más que ésta para el descenso, ni aun parece que hay otra. Aunque de cada partícula de vapor se desprenda la materia etérea que la ha elevado, no bajará mientras esté solitaria, porque le falta el peso necesario para romper el aire. ¿Por qué baja, pues? Porque juntándose alguna cantidad de partículas, forman una gota, que tiene el peso que es menester para aquel efecto.

8. Que el humo sea pesado a nadie debe admirar, cuando se sabe, que la llama también lo es, no sólo según la substancia grosera, que hay en ella, y que viene a ser el mismo humo encendido; mas también según la otra tan tenue, y decidida, que penetra el vidrio, y es purísima lumbre. Sobre lo cual puede ver Vmd. lo que he escrito en el Tomo 5, discurso 12, I conclusión, donde hallará las pruebas, de que aun la luz del Sol tiene peso.

Cuestión Quinta

9. ¿Por qué, si a una vela que acaban de apagar, y está aún humeando, acercan otra encendida sin que toque en su pabilo, la enciende? Respondo: porque las partículas inflamables de la vela recién apagada, aun padecen muy considerable [5] agitación; con que para adquirir toda aquella agitación que constituye la llama, no necesita sino algunos grados más, los que le puede comunicar la vela encendida, acercándose bastantemente, mas sin llegar al contacto.

Cuestión Sexta

10. ¿Por qué el tizón apagado humea más que encendido, y lo mismo sucede a otro cualquier combustible? A esta pregunta respondo negando el supuesto. Creo que no sólo no humea menos encendido, que apagado; sino que por lo menos algunas veces humea mucho más. Es innegable, que consumiéndose un leño en el fuego, hasta su entera reducción a ceniza, todo lo que no es ceniza se resolvió en humo. Si ponemos, pues, que el leño se consumiese prontísimamente, por arder en medio de un gran fuego, es preciso que siempre estuviese arrojando mucho humo, y en igualdad de tiempo, mucho más que arroja el leño recién apagado. Supongamos que un tizón apagado está humeando por el espacio de un minuto, en cuyo tiempo, y estado es constante que no exhala la décima parte del humo, que exhalaría, si se continuase el encendimiento lentamente hasta su total consunción. Considérese ahora, que el mismo tizón, colocado en medio de una grande hoguera, en un minuto de tiempo, y aun en menos, puede reducirse enteramente a ceniza: luego en un minuto de tiempo arrojaría mucho más humo encendido, que apagado.

11. Pero a nuestros ojos no parece tanto humo en aquel estado, como en éste. Es así. Esto puede consistir, en que mientras dura la llama, la violentísima agitación de las partículas ígneas da movimiento tan rápido a las partículas del humo, que no pueden detenerse unas, mientras suben otras: por consiguiente no pueden formar tanto volumen, o tan denso, como las que exhala el tizón apagado. Acaso contribuirá a lo mismo el darles mayor división, o desmenuzarlas más la llama, por lo cual no podrán hacer tanta impresión en el órgano de la vista. Finalmente, puede también [6] conducir la mayor dispersión, que a las partículas del humo da la violencia de la llama. Si los átomos, que continuamente traviesean en el aire, o fuesen mayores, o estuviesen más congregados, se verían sin duda; no se ven , ya porque son muy menudos, ya porque andan bastantemente dispersos.

Cuestión Séptima

12. ¿Por qué el fuego de chimenea es más saludable, que el de brasero? Supongo el hecho, porque lo tengo muy observado. Están los más o casi todos, en el concepto, de que el fuego de brasero sólo es nocivo, cuando está mal encendido el carbón , o a lo más, sólo cuando es fuego de carbón. Es error. Generalmente el fuego de brasero hace una mala impresión en la cabeza, no a proporción de la calidad, sino de la cantidad del combustible que está ardiendo, y de la estrechez de la cuadra. Repetidas veces hice sacar ascua de muy buena leña, que estaba ardiendo en la chimenea, para colocarla en un brasero, la cual al momento empezaba a hacerse sentir de la cabeza; siendo así que de la chimenea sólo daba un calor inocentísimo. Lo propio experimenté con ascua traída de la Cocina del Colegio. Entiéndase siempre, que los grados de la impresión nociva se proporcionan a los del calor que da el brasero; esto es, que cuanto más calienta, más daña. Asímismo eché carbón tal vez en la chimenea; y habiéndome mantenido cerca de ella, hasta que se encendió del todo, no percibí la menor lesión.

13. Otra experiencia me mostró, que por bien encendida que esté la ascua, si es mucho, y muy continuado su fuego, en cuadra que no sea muy espaciosa, puede hacer gravísimo daño, y aun causar deliquios mortales. Ha algunos años que hallándome muy acatarrado por el mes de Enero, y atribuyéndolo yo al gran frío que reinaba entonces, me determiné a guardar la cama por un día, procurando que en todo él la cuadra estuviese bien caliente con el beneficio del brasero; lo que se ejecutó tan puntualmente, que cuando el brasero empezaba a dar el calor algo remiso, se retiraba [7] aquél, y entraba otro; mas siempre con la precaución de que la ascua fuese perfectamente encendida, y penetrada del fuego. Desde muy de mañana se continuó esta diligencia, hasta las ocho de la noche, hallándome sucesivamente peor en todo el discurso del día; y al plazo dicho, con indisposición bastantemente grave. Acaso no habría caído en la cuenta, de que el daño venía del brasero, si no hubiera notado que todos los Monjes, que en algunas horas del día me habían hecho conversación, se quejaban de dolor grande de cabeza, tanto mayor en cada uno, cuanto había sido más dilatada la asistencia, y aun uno cayó desmayado. La cuadra era de mediana espaciosidad. Así para mí es constante, que los daños que se dice haber hecho un brasero mal encendido en un aposento cerrado, y muy estrecho, resultarían del mismo modo, estando el brasero bien encendido, y siendo mucho el fuego. Debo advertir, que en esta última experiencia el fuego era de carbón.

14. Demos ya la razón, porque el fuego de la chimenea es benigno, y maligno el del brasero. Es claro, que el daño de éste no viene del calor, o partículas ígneas, que llegando a nuestros cuerpos, causan en ellos la sensación de calor; porque estas partículas ígneas de la misma especie, y tal vez del mismo individuo, se desprenden también del fuego de la chimenea, y nos calientan, sin ofendernos poco o mucho. Dije, que tal vez del mismo individuo, como en los experimentos alegados arriba, de usar en el brasero de la misma brasa de la chimenea. Luego parece, que a las partículas del humo, y no a las del fuego, se debe atribuir el daño. Es el caso, que el humo, que hace el fuego de la chimenea, se escapa por su cañón; con que no llega a nosotros: el del brasero se esparce por la cuadra, y así puede ofendernos.

15. Es así, que el humo es el que ofende. Mas no pienso que sea este humo grueso, y visible, a quien únicamente damos este nombre; sino otro humo más delicado, y sutil, que la vista no percibe. Muéveme para pensarlo así: lo primero, porque el ascua del brasero, después de bien encendida, no exhala ese humo grosero, ni aun en pequeñísima [8] cantidad, lo cual consta de conservarse por mucho tiempo sin perder de su blancura las paredes de las cuadras, donde todo el Invierno están ardiendo braseros; fuera de que siendo pequeñísima la cantidad, no pudiera hacer daño tan sensible. Muéveme lo segundo, de que algunas veces he estado buen rato en piezas muy llenas de humo, sin experimentar daño considerable. Y ciertamente, si la escasísima porción de humo, que se puede imaginar exhala un brasero, en caso de que exhale alguno del que llamamos grueso, fuese causa de aquella impresión molesta que nos hace sentir el brasero; cuando llegase una cuadra a llenarse tanto de humo, como algunas veces se experimenta, en poco tiempo quitaría la vida, u daría una gravísima enfermedad a los que están en ella. Es, pues, sin duda autor del daño mencionado otro humo más sutil.

Cuestión Octava

16. ¿Es cierta la existencia de ese humo más sutil? ¿Y en caso que lo sea, no se podrá discurrir, que es de la misma naturaleza, y cualidades que el otro, con sola la diferencia de estar más enrarecido; o cuando más de salir más sutilizado, u dividido en partes más menudas? Respondo a lo primero, ser cierta la existencia: la razón es, porque aun después que la ascua está enteramente pasada del fuego, y aun la mitad hecha ceniza, prosigue disminuyéndose, hasta reducirse enteramente a ceniza, y en ese progreso de consunción siempre está exhalando algo; a no ser así, siempre se conservaría en la ascua encendida la misma cantidad de materia; lo que evidentemente es contra la experiencia.

17. Respondo lo segundo, que este humo no se distingue del otro únicamente por más enrarecido. Si fuese así; haría incomparablemente menos daño que el otro, así como sería incomparablemente menor en la cantidad, lo cual es contra la experiencia alegada arriba. Convengo en que es mucho más sutil, y acaso el ser más nocivo consiste en eso; porque su sutileza le facilitará la entrada por los poros de nuestros [9] cuerpos, y por consiguiente, alterándolos, hacer algún estrago en ellos. Pero niego; que no haya otra distinción entre éste, y el humo grueso, más que la sutileza. Distínguense, pues, substancialmente, en que el humo sutil es pura exhalación: el grueso es mezcla de exhalación, y vapor. Distínguese la exhalación, y el vapor, en que aquélla es seca, y éste húmedo. Ambas son substancias sutilizadas, y volátiles; pero la primera se desprende de los cuerpos secos, la segunda de los húmedos.

18. Pruébase claramente la distinción dicha entre los dos humos. Cuando un leño empieza a arder, casi siempre tiene alguna humedad, y algunas veces mucha. Aquella humedad se va exhalando al paso que el leño va ardiendo: luego el humo que entonces despide, tiene mucha mezcla de vapor, más, o menos, según que el leño está más, o menos húmedo; de modo, que cuando la leña verde, o muy mojada, empieza a arder, se debe hacer la cuenta de que sale entonces en el humo mucho mayor cantidad de vapor, que de exhalación. Asímismo es claro, que la ascua que va ardiendo, antes de reducirse a ceniza, llega a secarse perfectamente, por haber exhalado toda la humedad que tenía. Luego el humo que de allí adelante vaya expirando, será todo exhalación, sin mezcla alguna de vapor.

19. Advierto no obstante, que haciéndose poco a poco a este humo, no hay que temerle; porque aunque a los principios se siente bastantemente, cada día se va sintiendo menos, y dentro de poco tiempo nada se siente.

§. II

Cuestión Nona

20. ¿El aire es perfectamente diáfano? Si se habla del aire que respiramos, o atmosférico, es cierto que no, pues en él padece reflexión, y refracción la luz; esto es, el aire prohibe el tránsito a alguna parte de los rayos, como es claro entre los Filósofos. Esta es una de las causas por que el Sol alumbra menos en el Invierno, que en el [10] Estío; y de mañana, y tarde, menos que al mediodía; porque cuanto más bajo está, entrando sus rayos oblicuamente en la Atmósfera, tienen más camino que andar en ella: por consiguiente encuentran mayor porción de partes opacas, que intercepten porción de los rayos. Creo, que si no hubiera esta inteceptación de los rayos solares por la Atmósfera, en el País más templado sería insufrible el calor del Sol. Lo dicho prueba evidentemente, que el aire tiene algo de opaco, pues sólo los cuerpos opacos impiden el pasaje a la luz: por consiguiente no es perfectamente diáfano.

Cuestión Décima

21. ¿Es visible el aire? Respondo que sí, y se sigue de lo que acabamos de decir. El cuerpo opaco, así como es terminativo de la luz, lo es también de la vista: luego siendo el aire algo opaco, es preciso que sea a proporción terminativo de la vista, que es lo mismo que visible.

22. ¿Mas esto no es evidentemente contra la experiencia? ¿Quién hasta ahora vio el aire? Respondo, que todos los que tienen, o tuvieron vista. No es lo mismo ver un objeto, que percibir que se ve. Generalmente siempre que un objeto hace impresión levísima en el sentido externo, no resulta en el entendimiento, imaginación, o sentido común la percepción de esa impresión. Esto no es privativo de la vista. En el tacto se ve claro esto. Llegando a tocar con la punta del dedo el agua, cuanto está en el mismo grado de calor que la mano, si es a obscuras, o no se ve el contacto, se ignorará que le hay. Así a mí me sucedió muchas veces, tomando agua bendita, tener ya parte del dedo dentro de ella sin conocerlo, hasta que yendo a ver si había agua en la Pila, lo advertía.

23. Otro ejemplo pondremos claro en el mismo órgano de la vista. En el ambiente de los cuartos que habitamos, anda vagueando siempre algún polvo: lo que se evidencia, de que dejando pasar considerable tiempo sin barrerlos, se ve asentado en el suelo mucho polvo, que no es otro que el que [11] antes vagueaba por el aire. Pregunto: ¿le veíamos en el estado de vagante por el aire? Me responderán, que no; y yo constantemente afirmo que sí. Le vemos sin duda, cuando la escoba, u otro cuerpo le levanta del suelo, después de congregarse en mucha cantidad: luego le veíamos antes de asentarse; pues el mismo era antes que ahora: por consiguiente tenía la misma opacidad, y visibilidad. La única diferencia que hay, es, que antes por ser poco hacía una impresión tenuísima en la vista: por tanto imperceptible al sentido común, o a la razón; y ahora, por ser mucho hace mucha mayor impresión. Así, aun cuando no pueda percibirse la visibilidad o visión pasiva del aire, constando que tiene muchas partículas opacas, se debe creer que se vé. Pero en la resolución de la Cuestión siguiente añadiremos sobre lo dicho, probando, que no sólo se vé el aire, mas también se percibe la visión de él.

24. ¿Siendo verdad lo que decimos, tendrá el aire color? Concedo la consecuencia. Ni se vería, ni sería visible, si no lo tuviese. ¿Mas cuál es el color del aire? El azul que llamamos celeste, y que estamos viendo todos los días, que no nos lo estorban las nubes. Ese color, que imaginamos en el Cielo, no está en el Cielo, como comunísimamente se imagina, sino en el aire. Me admiro mucho, de que aún los menos perspicaces Filósofos no hayan notado la absurdísima extravagancia de la opinión común. ¿Qué cosa más opuesta a la razón, que negarse a el aire color, y visibilidad, y concedérsela a la materia celeste o etérea, que es infinitamente más diáfana que el aire? Es evidente, que si la meteria celeste tuviera la milésima parte de opacidad que el aire en que vivimos, no veríamos al Sol, ni a otro algún Astro. Por poca, poquísima, que fuese la opacidad de la materia celeste en treinta y tres millones de leguas, o poco menos, que tiene que discurrir por ella la luz del Sol; considérese, si todos sus rayos se reflejarían, de modo que ninguno llegase a la Tierra, ni aun a la Luna. Debe, pues, tenerse por constante, que el color azul existe en el aire. [12]

Cuestión XI

25. Mas de aquí se excita otra Cuestión. El aire atmosférico está próximo a nosotros. ¿Cómo, pues, si en él está el color azul, se nos representa tan distante? Respondo, que los objetos de poca opacidad, aunque estén inmediatos a los ojos, no se representan, sino a bastante distancia, mayor, o menor, según fuere mayor, o menor la opacidad. Nótase esto en una niebla poco espesa, la cual, aunque inmediata a nosotros, se nos representa a la distancia de diez, quince, o veinte pasos, a veces mucho más lejos. Esto consiste en que cuanto es menos opaco el objeto, tanto en mayor cantidad es preciso se congregue, para que pueda hacer impresión perceptible en el órgano de la vista. Esta cantidad, cuando la niebla es poco espesa, no se halla a dos, cuatro, ni seis pasos: con que no puede a tan corta distancia terminar sensiblemente la vista. Sólo la termina sensiblemente en aquel espacio de lugar, entre el cual, y la vista está congregado en bastante cantidad para este efecto, por cuya razón se representa aquella distancia. Siendo, pues, el aire incomparablemente menos opaco, que la más delicada niebla, se sigue, que sólo a incomparablemente mayor distancia haga impresión perceptible en nuestros ojos. Cuánta sea esta distancia, es imposible determinarlo.

26. No por esto se piense, que sólo, o vemos aquella niebla, o aquel aire que está a la distancia expresada, y no la niebla, o aire, que hay desde nosotros, hasta aquel término. De ese modo sólo veríamos una delgada ojuela de niebla, o aire, pues de allí adelante ya no vemos más niebla, o más aire; lo que no puede ser: porque una delgada ojuela de niebla, y mucho menos de aire, no puede hacer impresión sensible en la vista. Es, pues, constante, que vemos toda la niebla (entiéndase dicho lo mismo del aire), que hay desde nosotros a aquella distancia; porque toda esa cantidad de niebla se requiere para componer el cúmulo que es menester para hacer impresión sensible en la potencia. Así es cierto, [13] que vemos la niebla, que está dos pies distante de nosotros; pero ésta por sí sola no hace impresión sensible. Lo mismo decimos del aire: por tanto se debe tener por fijo, que el aire es visible, y que vemos el aire mismo, que juzgamos que no vemos.

Cuestión XII

27. Suponiendo demostrado por innumerables experimentos concluyentes, que el Aire es pesado, se pregunta ¿cuánto pesa? Respondo, que están varios los Autores que le pesan. Hay quienes determinan el peso del aire respectivamente al del agua, como de mil a uno; esto es, que suponiendo que un pie cúbico de agua pese cuarenta libras, otro tanto pesan mil pies cúbicos de aire. Hay quienes aumentan el peso del aire, poniéndole respecto de la agua, en la proporción de seiscientos a uno. Y entre estos dos términos varían otros, ya poniendo el peso del aire en el medio, ya acercándole más, o menos, o a un extremo, o a otro.

28. Esta variedad parece ocasionada a fomentar la desconfianza, que infinitos ignorantes de nuestra Nación tienen de los experimentos Físicos de los Extranjeros. Pero en la realidad no tienen que lisonjearse de hallar su cuento en esta discrepancia, la cual sólo es aparente, y únicamente consiste en haberse hecho los experimentos en distintas estaciones del año: unos, cuando el ambiente estaba muy frío: otros, cuando estaba muy caliente: otros en diferentes grados, entre los dos extremos. El frío comprime el aire, y el calor le dilata. Así, igual volumen, v.gr. un pie cúbico de aire, en tiempo muy frío, pesa mucho más, que un pie cúbico de aire en tiempo muy cálido. Mr. Homberg, habiendo extraído el aire de una esfera cóncava de vidrio de veinte pulgadas de diámetro, la pesó: dejó después entrar el aire; y volviéndola a pesar, halló que pesaba dos onzas y media dragma más que vacía. Este experimento se hizo en el Estío. Repitió el mismo experimento por el mes de Enero, en tiempo friísimo, y la esfera de vidrio pesó cuatro onzas y media más, llena de aire, que vacía. De donde se ve, que el aire, [14] en tiempo muy frío, tiene más que duplicado peso, que en tiempo caliente. De aquí colijo, que los experimentos que determinaron el peso del aire respectivamente al del agua, en la proporción de seiscientos a uno, y en la proporción de mil a uno, no se hicieron en tiempos que discrepasen grandemente en la temperie. O el primero no se hizo en tiempo muy frío, o el segundo no se hizo en tiempo muy cálido. Atendido todo, la proporción que se puede tomar como media, es la de ochocientos a uno, poco más o menos. En esto concuerdan los más experimentos verisímilmente; porque los Autores, de intento buscaron para hacerlos un tiempo templado.

29. Es conveniente notar, que un Erudito moderno, en obra que dio a luz el año de 1736, señaló el peso del agua respectivamente al del aire, en la proporción de siete mil y setecientos a uno; para lo cual cita a Boyle, de Vi Aëris elastica, exper. 36. Pero es cierto, que se equivocó; porque aunque Boyle en el lugar citado habla de la proporción expresada, pero abandonándola, como fundada en experimento falaz; y más abajo propone la proporción de novecientos treinta y ocho a uno, como verdadera.

30. Hácese cuenta de que la columna de aire que hay sobre cada uno de nosotros, tomada hasta toda la altura de la Atmósfera, pesa dos mil libras, poco más o menos, porque está en equilibrio con el mercurio, u otro licor de igual peso, si se coloca en un Tubo, como el mercurio en el Barómetro. Pregúntase, ¿cómo podemos sustentar tan enorme peso? Respondo, que el aire colateral de esa columna no comprime por todas partes otro tanto, como la columna nos gravita; que es lo mismo que resistir un aire a otro: así no sentimos peso alguno. Por la misma razón un Buzo, que baje en el Mar la profundidad de doce o catorce brazas, no siente peso alguno, aunque la columna de agua que carga sobre él, pesará también dos mil libras, poco más o menos. [15]

Cuestión XIII

31. ¿Por qué siendo el Aire mucho más sutil, y delicado, que la agua, no penetra algunos cuerpos, que penetra la agua, como el papel, y el pergamino? Respondo lo primero, que sin razón se da por constante el supuesto de la pregunta, en orden a los cuerpos expresados. La persuasión común, de que el aire no penetra el papel, ni el pergamino, se funda en una experiencia grosera, y nada decisiva, que es el impedir el papel, o pergamino, puesto en una ventana, la entrada sensible al aire, que sopla contra ella. Dije entrada sensible, por explicar desde luego lo que hay en la materia. En efecto entra algún aire por el papel, pero no sensiblemente; esto es, de modo, que puesta la mano o el rostro tras el papel, le perciba, pero sí muy lentamente, y muy poco. Mr. Reaumur, de la Academia Real de las Ciencias, con experimentos concluyentes, que pueden verse en las Memorias de dicha Academia del año de 1714, probó la falsedad de la opinión común. Las noticias, que de aquellos experimentos, los cuales se variaron en muchas maneras, resultaron, así en orden al aire, como en orden al agua, son las siguientes.

El aire pasa por el papel, así delgado, como grueso, aunque más lentamente por éste.

Pasa por pequeña que sea la fuerza que le impele, aunque a proporción de la minoridad de la fuerza, con más lentitud.

No pasa por el papel mojado (se entiende con agua), por poco que lo esté.

Pero vuelve a pasar en secándose.

Para que el papel quede siempre impenetrable al aire, el medio es mojarle con aceite.

Pasa el aire con bastante libertad por el pergamino viejo; pero no por el pergamino mojado.

Penetra el agua una vejiga de puerco por su superficie exterior, aunque muy lentamente; mas no rápida, ni lentamente el aire. Otra noticia, deducida de los experimentos de [16] Mr. Reaumur, se reserva para más abajo, donde tendrá sitio oportuno.

32. Mas aunque el supuesto de la pregunta, en la forma que está propuesta, es falso, queda en pie la misma, o igual dificultad Filosófica, propuesta de este modo, en que nada se supone falso. ¿Por qué el aire, siendo mucho más sutil que el agua, no penetra con tanta facilidad como ella algunos cuerpos? Lo primero que ocurre para responder, es, que las partículas del aire son más ramosas, y flexibles que las del agua, y esto las estorba enfilarse por los poros del papel; v. g. asi como aunque un hilo sea más delgado que el ojo de una aguja, si en la punta está deshilachado, y noxo, no entrará por él.

33. Pero esta respuesta se impugna lo primero, porque si esa fuese la razón, en los poros de cualesquiera cuerpos encontraría al aire más dificultad que la agua, para penetrarlos, lo cual no es así. Lo segundo, porque de los experimentos de Mr. Reamur consta, demas de lo dicho arriba, que el aire contenido en el agua, pasa con ella por los mismos cuerpos por donde pasa el agua, y con la misma facilidad que ella, el cual aire es de la misma textura, ramosidad, y reflexibilidad, que el que está fuera del agua.

34. Parece, pues, se responde mejor, diciendo, que el agua, mojando el papel, o pergamino, ablanda sus fibras, y al mismo tiempo, cargando sobre ellas con su peso, las divide, o separa, con que ensancha considerablemente muchos poros, de modo que puedan darle pasaje; lo que el aire no puede hacer; porque no ablanda, ni mejora las fibras, y su peso es levísimo, respecto del de la agua. El que el agua separa las fibras del papel, y ensancha sus poros, consta claramente de la experiencia, de que el papel mojado se extiende casi una sexta parte mas que enjuto. De aquí se deduce la razón, por que el aire, contenido en la agua, pasa el papel; y es, que abierto el pasaje por el agua, le halla también abierto el aire. [17]

Cuestión XIV

35. ¿Por qué la agua disuelve las sales? Porque su partículas están en continuo movimiento hacia todas partes. Ni puede ser otra la causa; pues si no rompiese con alguna fuerza, o impulso contra la sal, y se metiese por los poros de ella, nunca la dividiera, y ese impulso le hace el agua con su movimiento, como es claro.

Cuestión XV

36. ¿Por qué la tierra, siendo más pesada que la agua, dividida en menudo polvo, se mantiene mucho tiempo suspendida en ella, sin bajar al fondo? Porque entre las partículas de la agua hay cierto grado de adherencia de unas a otras, y aun de ellas a otros cuerpos, lo que es general a casi todos los líquidos. Así, aunque se sacuda con gran fuerza el licor contenido en un vaso, siempre queda algo pegado a su concavidad. No baja, pues, la tierra en el agua, sino lentísimamente; porque cada partícula suya no tiene peso bastante para vencer prontamente la resistencia que hace la agua con la adherencia de sus partículas. Lo propio sucede en el aire; pues con ser incomparablemente menos pesado que la agua, el polvo se mantiene en él bastante tiempo; de lo cual apenas puede darse otra razón, que la adherencia mutua de las partículas del aire.

Cuestión XVI

37. ¿Por qué el agua que no puede sostener un escudo de oro, sostiene igual cantidad de oro extendido en una lámina muy delgada? La respuesta que da el Padre Regnault, siguiendo a otros Filósofos, es, que para que la lámina de oro baje es menester que al mismo tiempo le ceda el lugar una grande cantidad de agua, y ésta no pude cederle, sin moverse con gran velocidad hacia los bordes de la lámina para sobreponerse a ella; por eso resiste al peso de la lámina; y [18] es, que la resistencia de un cuerpo corresponde a la velocidad necesaria para ceder.

38. Esta doctrina tengo por oportuna para explicar algunos otros fenómenos; mas no juzgo que baste para el presente, como ni para otro, de que hablaré en otra parte. Lo primero, porque sin moverse el agua, sino paulatinamente, podrá ceder a la lámina de oro; esto es, montando lo que está a una extremidad de ella sobre una pequeña parte de la lámina; supuesto lo cual, ésta se iría hundiendo poco a poco. Lo segundo, porque se ha notado varias veces, que sumergiendo por fuerza láminas muy delgadas, y de grande superficie, ya de oro, ya de otros metales, hasta que toquen el fondo, luego que las dejan libres, vuelven a subir. Luego es preciso discurrir otro principio, pues el propuesto no es adaptable a este caso.

39. En efecto le discurrió Mr. Petit, Médico Parisiense, (digo Médico para distinguirle del famoso Cirujano del mismo apellido que hubo también en París) en la adherencia del aceite a otros cuerpos. Dice este Autor, que como el agua se pega a los cuerpos que toca, el aire hace lo mismo, aunque con adhesión menos firme. Puesto lo cual, resulta, que a la lámina de metal, por su mucha superficie, se pega tanta porción de aire que el complejo de metal, y aire adherente, es más leve que igual volumen de agua, y por eso se sostiene sobre ella, así como se sostiene un poco de hierro pegado a un madero, cuando el complejo de hierro, y madera es más leve, que otro tanto volumen de agua.

40. Yo juzgo extremamente verisímil esta adherencia del aire a otros cuerpos. Lo primero, por la paridad de los demás líquidos; pues todos aquellos, cuyas partes tienen adherencia entre sí, la tienen también respecto de los demás cuerpos. Las partículas del aire tienen adherencia entre sí: luego la tienen también respecto de los demás cuerpos. No sé que haya líquido alguno, cuyas partes no tengan recíproca adherencia, sino el azogue: por tanto, éste tampoco tiene adherencia a otros cuerpos, exceptuando el oro. Lo segundo, porque según todos los Filósofos modernos, las [19] partículas del aire son muy ramosas, y flexibles: luego es natural, y aun preciso, que algunas se enreden en los menudos anfractos, que hay en las superficies de los cuerpos; y ligadas éstas con otras, en virtud de su adherencia recíproca, formen volumen de aire, bastante para sostener una lámina delgada de metal, u otro cuerpo semejante sobre el agua.

41. El citado Petit alega otra muy fuerte prueba experimental, de que el aire adherente sustenta las hojas de metal sobre la agua; y es, que estregándolas con los dedos, bajan al fondo: lo que proviene sin duda, de que con esa acción se despega el aire adherente.

42. También debe entrar muchas veces en cuenta, como comprincipio, la adherencia, o viscosidad de las partes del agua. Digo muchas veces, no siempre; pues cuando la lámina de metal sea muy delgada, y de gran superficie, no ha menester la resistencia que hace la viscosidad de la agua, para mantenerse sobre ella: de lo cual dan prueba concluyente aquéllas, que llevadas con violencia al fondo, vuelven a sobreponerse, pues aun hacia arriba rompen la adherencia de las partes.

Cuestión XVII

43. ¿Por qué la agua helada ocupa más espacio, que suelta? Muchos negaron el supuesto de la pregunta, porque están en fe de que helada, así como, se condensa se comprime, y por consiguiente ocupa menos lugar. Mas la experiencia convence lo contrario; pues poniendo el agua a helar en una jarra grande, de cuello estrecho, y largo, manifiestamente se verá, que asciende algo en él, después de helada. Muchos asímismo están persuadidos, a que el agua helada es más pesada, que suelta: clara demostración de la poca reflexión que hacen los hombres sobre lo mismo, que frecuentísimamente se está presentando a sus ojos. ¿Quién habrá en estas Regiones, que no haya visto innumerables veces nadar el hielo sobre el agua, sin que jamás descienda al fondo? Digo, pues, que así la levidad del agua helada, como el ocupar mayor [20] espacio, proviene de un mismo principio, que es dilatarse el aire contenido en ella. Esto consta: lo uno, de que se ven en el hielo varias ampolletas, que no son otra cosa que varios espacios ocupados de aire, y nunca en el agua que no está helada. Lo otro, porque se ha experimentado, que la agua purgada de aire, aunque se hiele, no se dilata.

§. III

Cuestión XVIII

44. ¿Cuál es la naturaleza, y cuáles las propiedades del Elemento de la Tierra? Ni yo lo sé, ni pienso que algún Filósofo lo sepa, ni haya sabido jamás. Admirarán muchos, como una portentosa Paradoja, lo que voy a decir; y es, que de todos cuatro Elementos, el de la Tierra es el menos conocido. Tropiezan a cada paso en gravísimas dificultades, cuanto tratan de cualquiera de los otros tres: en el de la Tierra apenas hallan alguna. Sin embargo afirmo, que éste es el que más ignoran; y le ignoran tanto, que dudo, que si se les pregunta a qué ente, substancia, o cuerpo dan el nombre de Tierra, acierten a responder. Muéstreseme ese cuerpo que llaman Tierra. Y no pretendo que se me ponga a la vista Tierra, Elemento puro, y sin mezcla alguna, u de otro Elemento, u de algún mixto: pues supongo, que así como no podemos mostrar ni Agua pura, ni Aire puro, ni Fuego Elemental puro, tampoco se podrá mostrar Tierra elemental pura. Pero por lo menos, así como preguntando, qué es lo que se llama fuego, o qué es lo que se llama agua, me muestran unos cuerpos, a quienes, sin equivocación alguna, y sin riesgo de ella, se dan esos nombres: señáleseme del mismo modo lo que se llama Tierra.

45. Habrá quien tomando un puño de arena, me la muestre, diciendo que aquello es tierra. Por lo contrario digo, porque la arena es de diversísima textura, y propiedades de estotra masa, y agregados de cuerpecillos, a quien se deben la producción de las plantas. Mr. Reaumur, con muchos experimentos, se aseguró de esta diversidad. La arena [21] es rígida, estotra substancia es flexible: lo que prueba diferentísima textura íntima, y por consiguiente diferente especie de cuerpo. De esta diversidad substancial depende la diversidad en las propiedades, como ser infecunda la arena, y fecunda estotra substancia.

46. Diráme, pues, otro, que estotra substancia es lo que se llama tierra. Así lo determinó el citado Reaumur. Pero yo me opongo, y pretendo que esa es una substancia muy heterogénea, donde acaso nada hay de tierra; y si hay algo, es poquísimo. Lo cual pruebo con la siguiente consideración. Desde la Creación del Mundo, hasta hoy, han pasado, aun estando el cómputo más corto, mas de cinco mil y cuatrocientos años. En todo este tiempo estuvo esta parte exterior de nuestro Globo produciendo plantas, las cuales sucesivamente se fueron destruyendo, ya sirviendo de alimento a varios animales, ya corrompiéndose naturalmente, ya reduciéndose a cenizas por la violencia del fuego, y todas estas ruinas se fueron asentando en la parte exterior, o superficie de nuestro Globo. Fuera de esto, todos los animales grandes, y pequeños, que en este discurso de siglos nacieron, sucesivamente fueron pereciendo, y asímismo se fueron asentando sus ruinas en la misma superficie. Parece que dichas ruinas harán en cada siglo sobre la superficie del Globo una camada gruesa, por lo menos la tercera, o cuarta parte de un pie, y en los Países muy poblados, mucho más. Resulta a este cómputo, que en cincuenta y cinco siglos, que por la cuenta más corta han pasado hasta ahora, dichas ruínas han hecho, o pudieron hacer en la superficie del Globo, una camada gruesa de trece a quince pies: por consiguiente, esta corteza exterior del Globo, que habitamos, se compone casi únicamente de las ruinas de vegetables, y animales.

47. Se debe tener presente, que de las materias que se queman, no sólo se incorpora a la tierra la ceniza, sino el todo de ellas. Cuando se quema un madero, sólo vemos quedar por residuo la ceniza, todo lo demás se disipa, o evapora. Mas todo lo que se disipa, o evapora, que es el humo, dentro de poco tiempo vuelve a la tierra. [22]

48. Acaso se me responderá, que todo ese desecho de vegetables, y animales, así como fue antes tierra, se vuelve a convertir en tierra. Pero esa conversión, o reversión a tierra, para mí es puramente imaginaria. Lo primero, porque la experiencia muestra que la ceniza, si se conserva separada, siempre es ceniza, y no tierra. El carbón siempre es carbón; y generalmente todo lo que tiene cuerpo bastante para distinguirse, y por otra parte consistencia, o dureza bastante, aunque esté siglos enteros debajo de tierra, retiene constantemente su forma, y textura. Lo segundo, porque esta masa que constituye la corteza del Globo, es bastantemente distinta de la materia, que está más adentro; de otra textura, de otro color, de otros accidentes, y de otros usos: nuevo capítulo para creer, que esta substancia exterior no es tierra, sino un agregado confuso de las materias dichas.

49. Esta distinción de la materia exterior, a la que está más adentro, consta de varios experimentos. Uno de los más claros es, el que refiere Francisco Baile en el segundo tomo de su curso Filosófico, del Pozo profundo de Amsterdam, en cuya efosión se fueron notando las varias materias, que a diferentes profundidades se encontraban, las cuales se hallaron por este orden. Siete pies de tierra hortense: nueve de aquella tierra negra, llamada Turba, que es nutrimento del fuego, y tiene este uso en Holanda, y otras partes nueve de barro: ocho de arena: cuatro de tierra: diez de barro: cuatro de tierra: diez de arena: dos de barro: cuatro de sable blanco: cinco de tierra seca: uno de tierra, que el Autor llama Turbida: catorce de arena: tres de barro arenoso: cuatro de barro mezclado con arena: doce de barro: treinta y uno de sable.

50. En cuya relación noto lo primero, que no se puede verisímilmente asentir, a que las diferentes materias, que se encontraron en esta excavación, todas sean de una especie. Los Filósofos no tienen otro principio de donde colegir la diferencia de substancias, sino la de los accidentes. Los accidentes de aquellas materias son muy diversos, el color, [23] la textura, la inflamabilidad, o resistencia al fuego, &c. De la arena ya me concede Mr. Reaumur, que es substancia distinta de lo que él llama tierra, y esto por la diferente textura que notó en ella. Sin duda todas aquellas materias son diferentes en la textura, y sobre eso tienen otros distintivos, como ya hemos dicho. ¿Cuál, pues, de aquellas substancias, diremos que es tierra? Parece que de ninguna en particular se puede afirmar, sin peligro de yerro. Pero mucho menos que de otra alguna, de la que llama Tierra Hortense, que fue la primera que se encontró. De donde noto lo segundo, y es muy de notar, que esta especie sólo se hallase en la superficie. ¿Cómo es creíble que siendo legítima tierra, no pareciese después en parte alguna de tan larga profundidad? Antes lo que se debe creer, es, que por no serlo, sólo se halla en la superficie; esto es, que por ser un agregado confuso de los desechos de los animales, y vegetables, no puede hallarse en las entrañas de la tierra, donde aquellos desechos no pueden penetrar.

51. Responderáseme acaso lo primero, que la tierra no es una especie ínfima, sino subalterna, o género que comprende varias especies; en cuya consecuencia se puede decir, que todas aquellas substancias son tierra, aunque tierra de distintas especies. Pero opongo lo primero, que esto es contra la razón de Elemento, el cual todos suponen ser un cuerpo homogéneo, y uniforme. Opongo lo segundo, que si cabe tanta distinción de especies en un mismo Elemento, de todos los minerales se podrá decir, que son comprendidos debajo del mismo género, sin que pueda impugnarse con algún argumento eficaz.

52. Responderáseme acaso lo segundo, que aunque la tierra, como Elemento, sea perfectamente uniforme; como en ninguna parte se halla tierra elemental pura, sino mezclada con otras materias, de éstas viene la diversidad de todas esas masas. Pero replico lo primero, que sin embargo de que en ninguna parte se hallan, ni fuego, ni agua, Elementos puros, no deja de notarse una gran semejanza, ya en la textura, ya en las propiedades, o accidentes [24] principales, entre todas las aguas, y entre todos los fuegos. Replico lo segundo, que no es fácil, ni aun posible señalar, qué cuerpo, o cuerpos forasteros se mezclan con la tierra en cantidad bastante a desfigurarla, de modo que haya masas de tierra tan desemejantes unas a otras. Cualquiera mezcla que se quiera suponer de los otros tres Elementos, no puede inducir esa diversidad. El aire, y el agua, introducidos en los poros, o intersticios de la tierra, es claro, que no pueden causar esa desemejanza. Mezcla de fuego en aquella materia, no es conceptible, sino que se dé este nombre a la materia sutil; pero ésta, aunque gira por todos los cuerpos, no los inmuta. Tampoco se puede recurrir a varios mixtos, que mezclados con la tierra, la den esas diferentes caras; porque, ¿qué mixtos se pueden imaginar que incorporados en todas partes con la tierra, alteren tan considerablemente su textura? Si este modo de filosofar valiese, también se podrá decir, que todas las especies de minerales son tierra, sin otra diversidad que la que viene de los diferentes mixtos, que se incorporan con ella.

53. De todo lo dicho concluyo, que los Filósofos aún no saben qué cosa es Tierra, y que ignoran más este Elemento, (si hay tal elemento) que los otros tres. Acaso las cosas andan tan opuestas a lo que comunmente se piensa, que el aire es visible, y invisible la tierra. Mas esto no quita que demos el nombre de tierra a esta grande masa, o agregado de cuerpecillos, sean los que se fueren, a quien deben los vegetables su ser, y los animales su conservación.

Cuestión XIX

54. ¿Por qué la tierra que está sepultada a alguna profundidad, es más fértil que la que está en la superficie? Porque ésta, mientras está sepultada, como no sirve a la producción de cosa alguna, retiene sus sales, y jugos nutricios. A que se añade, que las lluvias deslíen, y precipitan una parte de las sales de la tierra superficial, que se quedan en la profunda. Mas se debe entender, que no se ha de buscar a [25] mucha profundidad la tierra fértil. Acaso ésa será enteramente infecunda. Acuérdome de haber leído, que habiéndose dividido en Francia, más ha de dos siglos, gran pedazo de una montaña, o collado, y por este medio colocádose en la superficie la tierra que estaba altamente sepultada, nunca se pudo lograr, que esta tierra produjese cosa alguna. Es verisímil, que el Criador sólo haya producido las sales, y jugos que dan fecundidad a la tierra, en la parte exterior del Globo, que es donde pueden únicamente ser útiles.

Cuestión XX

55. ¿Por qué la lluvia no penetra la tierra, sino hasta una determinada profundidad? Puede ser causa de esto lo que acabamos de decir; esto es, que la lluvia precipita las sales de la superficie; y éstas, embarazándose en los poros de la tierra, que está algo honda, los cierran de modo que no pueda penetrarlos más el agua. ¿Mas no puede disolverlos allí, y precipitarlos segunda vez, como lo hizo antes en la superficie? Respondo que no; porque la tierra honda está mucho más apretada: por consiguiente sus intersticios, y poros son mucho más estrechos que los de la tierra exterior. De aquí viene, que las partículas salinas se aprietan en ellos de modo, que el agua no puede impelerlas a mayor profundidad. Puede añadirse, como con causa para lo mismo, el que por razón de ser esta tierra productiva, flexible, y esponjosa, de modo que la agua, como consta de las experiencias de Mr. Reaumur, la hincha, y aumenta su volumen; por este medio, apretando mucho más la que está algo profunda, y estrechando por consiguiente mucho más sus intersticios, y poros, se cierre el pasaje a sí misma.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 1-25.}