Filosofía en español 
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Tomo primero Carta segunda

Respuesta a algunas Cuestiones sobre las cualidades Elementales

1. Muy señor mío: Satisfecho ya Vmd. en orden a sus dudas sobre los cuatro Elementos, extiende ahora su curiosidad a las Cualidades Elementales que limita a Frío y Calor por tener entendido (como realmente es así), que humedad, y sequedad, aunque en nuestras Aulas pasan por cualidades, en ninguna manera merecen tal nombre: siendo la humedad realmente una substancia, que por su esencial textura, o composición, y no por algún accidente sobreañadido, es húmeda: y introducida en los poros de otros cuerpos sólidos y secos, los da la denominación de húmedos; y la sequedad, no otra cosa que la mera carencia de la humedad, o substancia húmeda. Yo haré lo mismo en esta Carta, que en la pasada; quiero decir, que añadiré a las Cuestiones que Vmd. me propone, algunas otras, acaso no menos curiosas, y procuraré disolverlas todas lo mejor que pueda: previniendo primero a Vmd. que aunque en la solución de estas, y otras dificultades Físicas, algo pone de su casa mi tal cual discurso, la mayor parte la debo a la luz, que me han dado los más excelentes Filósofos de estos últimos tiempos. Nunca he deseado aplausos, que no merezco. Sin embargo, puede ser, que me quede salva alguna partecita de mérito, aun en la doctrina ajena, si acertáre a proponerla con alguna más claridad, que los Autores de quienes la derivo.

Cuestión Primera

2. ¿Por qué el Sol calienta más la tierra en el Estío, que [27] en el Invierno, y en todo el resto del año? No sólo el vulgo, mas también innumerables de los que tienen nombre, y opinión de Filósofos, padecen grave engaño en la solución de esta duda. El vulgo señala sólo una causa inadecuada; y los Filósofos, queriendo completarla con otra, recurren a un principio totalmente inepto, que no puede tener en el efecto propuesto el más leve influjo. El vulgo no conoce otra causa, que la mayor detención del Sol sobre el Horizonte en el Estío; y no hay duda, que ésta tiene su parte en el aumento del calor, pero le falta mucho para ser causa total. Lo cual se colige con evidencia. Lo primero, de que la detención del Sol sobre nuestro Hemisferio, en los mayores días del año, no llega a ser duplicada de la que tiene en los menores, siendo el calor que en aquellos da a la tierra, mucho más que duplicado del que da en éstos. Lo segundo, de que si el aumento de calor se proporcionase a la mayor detención del Astro sobre el Horizonte, las tierras Articas, que el Sol alumbra seis meses continuados, desde 21, o 22 de Marzo, hasta 21, o 22 de Septiembre, sin interpolación de noche alguna, estarían en los últimos de dichos meses calidísimas, y las aguas de aquellos mares en un grande hervor. Pero se sabe lo contrario, y muy a costa suya lo experimentó el Capitán Perry, Inglés; el cual, aunque por otra parte muy hábil, dando, como el vulgo, a la mayor detención del Sol sobre el Horizonte, mucho mayor eficacia, que la que tiene; y haciendo sobre este supuesto la cuenta, de que en los meses de Agosto y Septiembre, por razón de haber herido ya los rayos del Sol continuadamente más de dos meses el Mar Septentrional, estarían sus hielos enteramente desechos; y por consiguiente removido el que juzgaba único, o principal estorbo, para hacer por el Norte viaje a la China, por el cual, tanto tiempo ha, suspiran Inglaterra, y Holanda: se resolvió a tentarle, promediando el curso, de modo que llegase con su Nao al Mar Glacial a mediado de Agosto; y el resto de este mes, y todo el siguiente, le diesen espacio bastante para correr todo aquel Mar, hasta llegar por la parte del Oriente a clima menos rígido. Pero [28] halló las cosas muy diferentes de lo que había imaginado. Montañas nadantes de hielo impidieron por todas partes el curso al Bajel, y aun le pusieron en varios riesgos de hacerse pedazos con su encuentro, de modo, que al pobre Capitán le fue preciso volverse a Inglaterra, tan desengañado de su error, que decía después, que a su parecer, aunque el Sol estuviese cien años continuados sobre aquel Hemisferio, no acabaría de derretir los monstruosos hielos que había visto.

3. No satisfechos, pues, los Filósofos, como en efecto no deben estarlo, con la causa expresada, añaden a ésta la mayor, o menor inclinación de los rayos del Sol en las diferentes estaciones. En el Invierno, por razón de la poca altura del Astro sobre el Horizonte, vienen los rayos a la tierra muy inclinados, o con una incidencia muy oblicua: en el Estío, por la mayor elevación del Astro, vienen mucho menos inclinados; de modo, que en los climas comprehendidos en la Zona Tórrida, es la incidencia perpendicular; y fuera de ella, tanto más se acerca a la perpendicular, cuanto los climas distan menos de la Tórrida, u de la Equinocial. Cuanto menos inclinados vienen los rayos, tanto más calientan la tierra; y tanto menos la calientan, cuanto es mayor la inclinación.

4. Este principio del mayor, o menor calor, propuesto así generalmente, es legítimo; pero resta determinarle más, señalando la razón por qué el Sol calienta más, a proporción que es menor la inclinación de sus rayos. La que dan comúnmente nuestros Filósofos, es, que cuando la incidencia de los rayos es perpendicular, o se acerca a serlo, una misma proporción de aire es calentada dos veces por los mismos rayos; porque como hace reflexión por la misma parte por donde vinieron, coincidiendo la línea de reflexión con la de incidencia, después de calentar el aire al caer, vuelven a calentarle al reflejar.

5. Pero esta razón bien considerada, es inepta; porque aun en la mayor inclinación de los rayos, no hay proporción de aire que no sea calentada dos veces, aunque no por los mismos rayos; pero el que los rayos sean distintos, siendo la [29] eficacia igual, ya se vé que nada quita, ni pone en el caso. Para inteligencia de esto, considérense dos puntos A, y B en el aire, distantes uno, y otro una vara de la tierra, y distantes dos varas entre sí, colocados entrambos en un plano que se concibe pasar por ellos, y por la parte del Sol, de donde vienen los rayos que hieren uno, y otro. Estando el Sol en la altura de cuarenta y cinco grados sobre el Horizonte, es claro, que el rayo que en la incidencia hiere al punto A, que supongo está hacia el Sol, hiere en la reflexión, no al punto A, sino al punto B. Este mismo punto es herido por la incidencia de otro rayo, que vino por el mismo plano; y en la misma conformidad, cuantos puntos de aire se consideran en aquel plano, son calentados por la incidencia de un rayo, y por la reflexión de otro. Luego tanto los calienta el Sol, atendida esta razón sola, viendo los rayos inclinados, como viniendo perpendiculares. Esta tengo por rigorosa demostración Matemática.

6. Es, pues, preciso recurrir a otro, u otros principios. Tres han descubierto otros Filósofos más perspicaces, los cuales conjuntos, concurren a aumentar el calor de la tierra, a proporción que el Sol está más elevado sobre el Horizonte. El primero es, que a dicha proporción es cada espacio de la tierra herida de mayor cantidad de rayos: el segundo, es la mayor fuerza, con que entonces hieren los rayos; y el tercero, pasar los rayos por menos espacio de la Atmósfera.

7. Lo primero se entenderá, considerando que si de un cuerpo elevado a alguna distancia de un plano, se tiran algunas líneas rectas, y paralelas entre sí, que vayan a terminarse a dicho plano, tanto más disgregadas llegarán a él, o tanto mayor espacio del plano comprehenderán, cuanto el cuerpo de donde vienen las luces estuviese más desviado de la perpendicular, o lo que es lo mismo, cuando las líneas vinieren más inclinadas al plano. En este caso estamos cuanto a la Cuestión presente. Aunque la Tierra en el todo es esférica, cada parte de su superficie, aunque comprehende muchas leguas, por razón de ser en aquel poco trecho la [30] esfericidad, o curvatura insensible, o tal vez ninguna, se considera como un plano, que recibe los rayos del Sol; y éstos, a proporción que el Sol está más desviado de la perpendicular, o más bajo, respecto del Horizonte, vienen más inclinados; de que se sigue disgregarse más en el terreno, o tocar a la misma porción del plano menor cantidad de rayos, y éstos, a proporción de su mayor disgregación, calientan menos la tierra. Yo he computado el exceso de calor, que por este capítulo recibe la tierra en este País, que habito, estando el Sol en la altura Meridiana del Solsticio Estivo, respecto del que recibe en la altura Meridiana del Solsticio Hiberno, por los senos de los ángulos; (que es por donde se debe hacer la cuenta) suponiendo, que la primera altura en esta Ciudad de Oviedo, es de setenta grados, y cinco minutos; y la segunda de veinte y tres grados, y cinco minutos: porque así corresponde a la elevación de Polo de cuarenta y tres grados, y veinte y cinco minutos, en que colocan los Geógrafos esta Ciudad; y resulta, que el exceso de aquel calor a éste, es como de veinte, a poco más de ocho.

8. Pero por el segundo capítulo, sobre el exceso señalado de calor, se añade otro igual. La razón es, porque los rayos considerados aun en la misma cantidad, hacen más impresión, a proporción que caen más directos, o menos distantes de la perpendicular; y tanto menos, cuanto caen más oblicuos, o inclinados al Horizonte. Esto se ejemplifica en una bola, pelota, u otro cualquier cuerpo tirado contra un plano, que tanto menos impresión hace en él, cuanto se tira más al soslayo. Aquellas piedras, que los muchachos, por diversión, disparan muy sesgadas contra el agua, resaltan de ella; porque yendo tan oblicuas, no tienen fuerza para romperla. En el tomo 5, disc. 12, num. 17 probamos, que la luz tiene fuerza impulsiva, y en efecto esta fuerza impulsiva es la que calienta, poniendo en movimiento las partes insensibles de los cuerpos. Con que, cuanto más directos los rayos, hacen más impresión en la tierra, y menos, cuanto vienen más oblicuos. Este exceso, colocado [31] también en la mayor altura Meridiana del Sol en el Solsticio Estivo, en orden a este País, da el mismo exceso de calor, comparado a el que recibe de la altura Meridiana del Sol en el Solsticio Hiberno, que el que he calculado arriba, por la mayor cantidad de rayos. Con que junto uno con otro, el calor que este País recibe del Sol en el Solsticio Estivo, excede al que recibe en el Hiberno, cuanto excede el número cuarenta al de ocho, y poco más.

9. Es verdad, que Mr. de Mairán, Filósofo profundo, de la Academia Real de las Ciencias, hizo una reflexión, que al parecer desbarata el fundamento del cálculo que se ha hecho en orden a la fuerza de los rayos; y es, que cualquier porción que se tome de la superficie de la tierra, no puede considerarse como un plano seguido, y uniforme, porque realmente no lo es; sino una colección de innumerables planos diferentemente inclinados, y que reciben los rayos del Sol debajo de todos los ángulos posibles. En la plana más igual, las arenas, las partículas de tierra, las hierbas, &c. tienen innumerables posturas diferentes; de modo, que no es dudable, que muchos de estos cuerpecillos, aun en el Solsticio Hiberno, por alguna de sus caras reciben los rayos del Sol perpendiculares, y muchos más con poca inclinación. Al contrario, en el Solsticio Estivo, éstos mismos reciben por algunas de sus caras los rayos muy inclinados, o en ángulos muy agudos. Luego el cómputo que se hace de la mayor, o menor fuerza impulsiva de los rayos, por su menor, o mayor inclinación, estriba en un fundamento de mera apariencia.

10. Pero el mismo Mr. Mairán socorrió aquel cómputo vacilante con un suplemento a sus faltas, ingeniosa, y solidamente discurrido. Es regla general, y que nadie ignora, que cuanto un cuerpo recibe por algún lado más directamente, o con menos oblicuidad rayos de cualquier Luminar, tanto mayores sombras arroja por la espalda. Pues ve aquí compensado con una perfecta equivalencia el defecto objetado al cálculo. Aquellos cuerpecillos que por una cara reciben en el Invierno con poca, o ninguna oblicuidad [32] los rayos Solares, a proporción arrojan mayores sombras en el terreno donde yacen: con que cuanto aumentan el calor por el primer capítulo en el todo del terreno, le disminuyen por el segundo. En efecto, cualquiera puede observar, que cuando el Sol, estando muy bajo, respecto del Horizonte, hiere algún plano arenoso, resulta en él una mezcla de luces, y sombras; pero donde son mucho mayores las sombras, que las luces: y al contrario, cuando el Sol está muy alto, parece que el mismo sitio está todo en fuego, o bañado de una lumbre continuada.

11. El tercer capítulo de desigualdad de calor en las dos estaciones, es el mayor, o menor espacio de Atmósfera que penetran los rayos. Es claro, que cuanto está más bajo el Sol, tiene mayor espacio de Atmósfera que penetrar; por consiguiente encuentra mayor número de partículas, que interceptan sus rayos, los reflejan, o quiebran. Con que también por este capítulo se disminuye en el Invierno el número de rayos que llegan a la tierra. Pero la aumentación, o disminución de calor, que proviene de este principio, no puede reducirse a un cálculo justo, como la que pende de los dos antecedentes.

12. Concluyo esta célebre Cuestión, advirtiendo, que aunque arriba dije que el Vulgo no conoce otra causa del mayor calor en el Estío, que su mayor detención sobre el Horizonte, aquello se debe entender de causa que realmente lo es. Pero fuera de aquélla, juzga el Vulgo que hay otra, que ni lo es, ni puede serlo. Piensa, digo, que contribuye a la aumentación de calor en el Estío, estar el Sol más cerca de nosotros, que en el Invierno, concibiendo groseramente, que en aquella declinación sucesiva que va haciendo hacia las partes Australes, pasando de nuestro Trópico al otro, al paso que se va minorando la duración del día, se va sucesivamente alejando de nosotros; y al contrario, se nos va acercando cuando del otro Trópico se restituye al nuestro. Pero éste es un error de tal tamaño, que antes sucede todo lo contrario; siendo cosa constante en la Astronomía, que la mayor cercanía del Sol a nosotros, cae a los [33] fines de Diciembre, que es cuando está en su Perigéo: y su mayor distancia a los fines de Junio, que es cuando está en el Apogéo: y esta mayor distancia es, según los Astrónomos modernos, cerca de un millón de leguas. Con todo, hace poquísimo, o casi nada, para aumentar, u disminuir el calor esta diferencia de distancias; porque un millón de leguas no llega a ser la trigésima parte de la menor distancia del Sol a la tierra.

Cuestión Segunda

13. ¿Qué días del año son los de mayor calor, y mayor frío? Parece que de lo resuelto en la Cuestión antecedente se debe deducir, que por lo común el mayor frío se experimentará en el día del Solsticio Hiberno, y el mayor calor en el día del Solsticio Estivo, y a proporción en los días inmediatos antecedentes, y subsiguientes a uno, y otro Solsticio. Pero realmente no es así. En la Historia de la Academia Real de las Ciencias leí, que por observación experimental de treinta años, hecha en París, se halló que por lo regular, ni el mayor frío, ni el mayor calor se sienten en los días de uno, y otro Solsticio, sino cuarenta días después de uno, y otro. He dicho por lo regular, porque por varios accidentes de la Atmósfera sucede a veces hacer más frío en tales, o tales días de Noviembre, y Marzo, que en algunos de Enero.

14. Podrá replicárseme, que la experiencia de París no infiere, que suceda lo mismo por acá; porque acaso en diferentes climas habrá particularidades, que induzcan en esta materia grandes variaciones. Pero repongo lo primero, que la causa (luego la señalaremos) es general a todos los climas, y así en todos se debe seguir el mismo efecto. Repongo lo segundo, que las observaciones que yo he hecho en todos los sitios que he habitado, se conforman con la de París. He experimentado lo primero, que muy rara vez hace gran frío en el tiempo del Solsticio Hiberno. Lo segundo, que comunísimamente los mayores fríos vienen en todo el mes [34] de Enero. Lo tercero, que nunca en el Solsticio Estivo se experimenta el mayor calor del año. Lo cuarto, que los mayores calores comunísimamente se sienten en el mes de Julio.

15. La razón de suceder esto, no es que el Sol, en tal día de Julio, v. g. el día quince, caliente más, que el día veinte y dos de Junio; antes se debe creer, que calienta menos, porque ya sus rayos vienen más oblicuos. Pero aunque el Sol calienta menos, la tierra se calienta más. Esta Paradoja se descifra fácilmente, advirtiendo que a la tierra siempre queda de un día para otro algún residuo de calor, que antes le dio el Sol; y este residuo, en el tiempo en que son cortas las noches, es considerable: porque la frescura de la noche, siendo corta, disminuye poco el calor que la tierra tenía al fin del día antecedente. De este modo se van sucesivamente agregando más, y más grados de calor, desde mediado Mayo, pongo por ejemplo, hasta primero de Agosto. Podemos considerar, que a este plazo, poco más, o menos, han crecido las noches lo bastante para refrescar la tierra otro tanto como el Sol la calentó el día antes, cuyo equilibrio sensiblemente durará algunos, aunque pocos días. Mas de ahí adelante refrescará la noche más que calentó el Sol, y de este modo, agregándose grados de frío unos sobre otros, como antes los de calor, se va enfriando la tierra más, y más hasta fines de Enero, o poco más o menos. Esto se percibirá bien con el ejemplo de uno, que teniendo la mano fría, la acerca bastantemente al fuego. Es cierto que siendo el fuego igual, y la distancia la misma, tanto calienta la mano en el primer momento, como en el segundo, cuarto, o vigésimo; con todo, la mano siente mucho más calor en el vigésimo, que en el primero, porque va reteniendo algo del calor que recibió en los momentos antecedentes, cuyo agregado, junto con el que va recibiendo de nuevo, va haciendo sucesivamente el calor más, y más intenso.

16. Esta doctrina, aunque en lo general verdaderísima, admite en lo particular algunas modificaciones por las [35] varias combinaciones de los principios, que concurren a aumentar, u disminuir el calor.

Cuestión Tercera

17. ¿Calienta algo la Luna? Respondo. Inclinéme a la parte negativa en el primer Tomo del Teatro, disc. 9. n. 6. Ahora estoy inclinado a la afirmativa; aunque no se puede negar, que el calor que viene de la Luna, si viene alguno, es, respecto de nosotros, totalmente insensible.

18. Fúndome lo primero, en que la luz, como supongo ya probado en el lugar que cité arriba, tiene fuerza impulsiva: luego motriz: luego da alguna agitación a las partes insensibles de los cuerpos: luego calienta; pues aquella agitación, según los Modernos, es el constitutivo del calor; y según los Antiguos, causa de él. La luz de la Luna llega a nosotros: luego nos calienta algo. Fundome lo segundo, en que la luz de la Luna es la misma del Sol, reflejada en ella: la luz del Sol calienta: luego también la de la Luna: si se respondiere, que se refleja la luz, mas no el calor; opongo, que no sólo es reflejable la luz del Sol, mas también el calor: como en efecto acá en la tierra nadie duda que se reflejan uno, y otro. ¿Pues por qué no en la Luna?

19. Fúndome lo tercero, en que no hay motivo para negar el calor a la luz de la Luna; pues el único que se alega es, que no se siente: y esto nada prueba; porque generalmente siempre que la impresión, que cualquier objeto hace sobre nuestros cuerpos, es levísima, no la percibimos. Ya en la Carta pasada hablé algo de esto.

20. Pero resta la dificultad de la experiencia hecha en el Espejo Ustorio, en cuyo foco, como dije en el lugar citado del primer Tomo, disc. 9. n. 6, reflejados los rayos de la Luna, no producen calor sensible; y parece, que si sus rayos tuviesen algún calor, por débil que fuese, congregándose tantos en aquel breve espacio, no podrían menos de hacerle sentir. Respondo lo primero, que acaso el Autor que [36] dio noticia de aquella experiencia, habló hiperbólicamente, tomando calor poco sensible, por calor insensible. Respondo lo segundo, que acaso también habló, no absoluta, sino respectivamente al calor, que producen los rayos del Sol, reflejados en el mismo foco, respecto de cuya suprema sensibilidad se puede decir, que es ninguna la del calor, (aunque absolutamente algo sensible) que producen los rayos de la Luna. Respondo lo tercero, que como nadie sabe, ni puede saber el último término, hasta el cual puede disminuirse el calor, sin perder enteramente su ser, nadie tiene fundamento para negar que el de la Luna pueda ser tan tenue, que aun congregados sus rayos por el Espejo Ustorio, no llegue a ser perceptible.

Cuestión Cuarta

21. ¿Calientan también las Estrellas? Del argumento que hice arriba por la fuerza impulsiva de la luz, se sigue que sí. Se sigue también, que un fuego que vemos arder a dos, o más leguas de distancia, nos calienta algo. Y aunque uno, y otro se hace arduísimo, suponiendo, como se debe suponer, la ignorancia del último término de la remisión de las cualidades, y que la falta de percepción no infiere la carencia total del calor, me parece puedo desafiar a todo el Mundo a que me pruebe eficazmente lo contrario. Muchos, y muy clásicos Filósofos reconocen algo de calor recibido en el hielo; porque si no le tuviese, ni se derretiría, ni se evaporaría. Donde advierto, que el hielo, aun en las noches más frías, está humeando continuamente; lo que se ha conocido con varios experimentos en la disminución de su peso.

Cuestión Quinta

22. Dan algunos a los que se ven precisados a viajar en días muy calurosos el consejo de que pongan extendido sobre el sombrero un pliego de papel, diciendo, que con esta diligencia no hiere tanto el Sol. ¿Es cierto esto? Respondo [37] y ciertísimo. Siendo muchacho oí esto, y hice burla de ello. Cuando llegué a saber algo de Filosofía, a poca reflexión, conocí, que no podía dejar de ser, y la experiencia me confirmó en el asenso. El efecto dicho se sigue necesariamente a la mayor reflexión que padecen los rayos Solares, hiriendo en cualquiera superficie blanca; esto es, que son pocos los rayos que penetran adentro, y los más resaltan hacia afuera. El hecho es notorio, no sólo a todos los Filósofos, mas aun a muchos que no lo son. A la reflexión de los rayos es consiguiente preciso la reflexión de calor, que tienen, y así es mucho menos el calor que comunica el Sol a un cuerpo, que le recibe en una superficie blanca, o penetra mucho menor porción de calor a un cuerpo blanco, que a otro de distinto color.

23. Quien quisiere, fuera de toda duda, certificarse de la mucha resistencia, que hace el color blanco a la penetración de los rayos del Sol; y al contrario, con cuánta facilidad se deja penetrar de ellos el negro, no tiene más que hacer el siguiente experimento, que yo hice algunas veces en presencia de varios sujetos que lo admiraron, por su ignorancia en las cosas físicas. Tome uno de estos pequeños vidrios Ustorios, de que hay por acá bastantes en anteojos de cortos de vista, y póngale al Sol, de modo, que sus rayos, penetrando el vidrio, vayan a herir un papel blanco colocado en el punto del foco. Verá que tarda un buen rato en prender fuego en él. Moje después otro papel con tinta, y así mojado, preséntelo en el mismo foco: con toda la humedad que tiene el papel, le quemará mucho más presto el Sol, que al papel blanco, y seco.

24. Lo mismo sucede con un trapo de lienzo seco, y otro bañado de tinta. Aunque aquél no resiste tanto, como el papel blanco, (por no hacer tanta reflexión, a causa de no ser tan terso) resiste más, que el trapo mojado con tinta. Así, no sólo el pliego de papel, acomodado sobre el sombrero, es útil para defender del Sol, mas también un lienzo blanco. Y cuanto más blancos sean, así el papel, como el lienzo, tanto más defenderán. Fundado en esta Física experimental, [38] tengo por sin duda, que padecerá mucho menos calor, puesto al Sol, uno que vista de blanco, que otro vestido de negro; y así viajará con menos incomodidad, por un gran Sol, un Religioso Mercenario, que un Monje Benito. No es aquí ocasión de explicar la causa por qué el Sol penetra menos los cuerpos blancos, que los negros. Para resolver la Cuestión propuesta, basta constar el fenómeno por la experiencia, que es más segura, que cualquier raciocinio filosófico.

Cuestión Sexta

25. ¿Por qué el calor ablanda la cera, y endurece el barro? Respondo. Lo primero ejecuta desligando con la agitación las partes de la cera enteramente, si el calor es grande, en cuyo caso la pone bastantemente fluida, y en parte, si el calor es muy intenso; de modo, que desligadas entonces muchas partículas de la cera, el todo hace poca resistencia a cualquiera agente, que intenta darle otra figura. El barro endurece, disipando el humor que le ablanda, faltando el cual, las partes térreas, por su más firme unión, que la de las partes de la cera, no pueden ser divididas por la acción del calor, y así retienen su nativa dureza. El ser unos cuerpos más o menos fácilmente divisibles, que otros, pende únicamente de la varia textura de sus partes.

Cuestión Séptima

26. ¿Enrarece el calor todos los cuerpos? Juzgo que sí. Mr. Lemery, habiendo puesto una regla de hierro por algunas horas a un ambiente muy frío, y algunos meses después al Sol, en un día bastantemente cálido, la halló algo más prolongada, después del segundo experimento, aunque el exceso era tan poco, que por él hizo la cuenta, de que una barra de hierro, larga doscientas y diez y seis brazas, se extendería sólo un pie más, trasladada del hielo a la acción del Sol. (Histor. de la Academia de Duhamel, tom. 2, p. 61.) Pero [39] yo leí, no me acuerdo adónde, otro experimento que da algo mayor extensión; y fue, que poniendo a un Sol muy ardiente una barra de hierro, larga seis brazas, adquirió un dedo más de longitud. El Padre Regnault asegura, que poniendo por muchas horas al ambiente externo, en tiempo muy frío, dos piezas de mármol perfectamente iguales, y metiendo luego la una en agua bien caliente, se hallaron desiguales, por haberse extendido algo la que entró en el agua caliente.

Cuestión Octava

27. ¿Por qué el fondo de un caldero, que está con agua hirviendo sobre el fuego, en aquel momento que se retira de él, se experimenta frío al tacto; pero muy luego, esto es, al punto que cesa el hervor de la agua, toma mucho calor? Respondo. El hecho es cierto. Yo hice la experiencia tres, o cuatro veces en la chocolatera, puesta inmediatamente sobre ascuas bien encendidas, y estando en actual hervor la agua contenida en ella; y siempre hallé, al punto que la apartaba del fuego, la superficie externa del fondo tan templada, que en el contacto no sentía la menor incomodidad. Pero muy prontamente tomaba tanto calor, que se hacía totalmente insufrible al tacto. La noticia del fenómeno es tan antigua, que ya se halla propuesto en los Problemas de Aristóteles, (Sect. 24. num. 5.) aunque ni bien expuesto el hecho, ni bien resuelta la duda. Sennerto trata extensamente la Cuestión, proponiendo varias soluciones, con que diferentes Autores pensaron ocurrir a la dificultad, que ciertamente es gravísima; pero realmente todos aquellos discursos están muy lejos de satisfacer. Finalmente, Mr. Homberg, de la Academia Real de las Ciencias, juzgó, que dio en el hito. Considera este Filósofo la llama, o aquella ardiente exhalación, con que el fuego calienta el caldero, y la agua contenidad en él, como un complejo de delicados dardos, cuyo movimiento es de abajo arriba. Estos poco a poco se van haciendo en la agua pasajes, por donde logren [40] pronto, y libre curso; y abriéndolos, o cuando ya los tienen abiertos, hacen hervir el agua. En aquel momento, en que el caldero acaba de apartarse del fuego, ya el fondo del vaso no recibe más calor de la llama, u de las ascuas, por estar ya fuera de ella, u de ellas: con que sólo resta, que le calienten las partículas ígneas, que antes ha recibido. Por éstas, supuesto su movimiento de abajo arriba, y que los pasajes del agua están abiertos, nada se detienen en el fondo, antes rapidísimamente se entran en el agua; de modo, que en aquel momento que el caldero se aparta del fuego, ni es calentado por éste, porque ya está fuera de su acción, ni por las partículas ígneas, que antes le comunicó el fuego, porque entonces ya están introducidas en el agua; y aun en caso que quedasen, al tiempo del contacto, algunas en el fondo, ya por ser pocas, ya porque su impulso es solamente hacia arriba, no podrían hacer impresión muy sensible en quien toca el fondo. ¿Pero por qué se calienta éste al momento que en el agua cesa el hervor? Porque entonces, comprimiéndose las partes del agua con su propio peso, se cierran los pasajes de abajo arriba, que el fuego había abierto: con que las partículas ígneas, introducidas en el agua, desistiendo del rumbo tomado, se disparan hacia todas partes; esto es, no sólo hacia arriba, y a los lados, mas también hacia el fondo del vaso; y de aquí resulta el concebir entonces nuevo calor.

Cuestión Nona

28. ¿Por qué las manos se calientan mucho después de tenerlas un rato metidas en nieve? Respondo. Porque muchas partículas de la nieve, aplicándose exactamente a los poros de la mano, los cierran, y así impiden el éxito al vapor caliente, que el cuerpo está continuamente exhalando. De aquí resulta congregarse mucho mayor porción de aquel vapor hacia la superficie de la mano, el cual es preciso la caliente; lo que al principio no sucede, porque siendo el vapor poco, prevalece la acción de la nieve. [41]

Cuestión Décima

29. ¿Por qué el agua, de que se sirven los Molinos, les da mucho mayor impulso estando fría, que caliente? Respondo. Creí un tiempo depender esto de estar más condensada con el frío; porque la rarefacción disminuye la fuerza, que un cuerpo con su propio peso hace al caer. Pero después he considerado, que lo que la agua se enrarece con el calor, (no siendo éste tan violento, que la haga hervir) es tan poco, que se debe considerar como insensible para el efecto propuesto. De dos modos, pues, juzgo concurre el calor a minorar el impulso del agua. El primero es, haciéndola más fácilmente divisible, lo que pende de las partículas ígneas, que introducidas en el agua, quitan a muchas su recíproca adherencia. Esta mayor divisibilidad, por dos medios también, quiebra algo la fuerza del agua, porque lo primero, el aire, con quien se encuentra al caer, la disgrega algo: lo segundo, en el punto de herir el rodezno, se disgrega también uno, y otro, con algún exceso a la disgregación, que padece estando fría. Ni se me oponga, que cuando se disgrega en el rodezno, ya hizo todo el impulso, que podía hacer. Realmente no es así, porque aquel impulso no es instantáneo; esto es, un cuerpo que cae sobre otro, no ejerce sobre él toda su fuerza en el primer instante del contacto. Una piedra grande, que cae sobre un tablado, va ejerciendo sobre él su fuerza desde el primer instante del contacto, comprimiéndole sucesivamente hacia abajo, hasta que el tablado forma un arco, en que su resistencia, o fuerza elástica se pone en equilibrio con la fuerza compresiva de la piedra.

30. El segundo modo, con que el calor puede minorar el impulso de la agua, es dando movimiento a sus partículas en todos sentidos, o hacia todas partes. Es claro, que el calor de un cuerpo, o no es otra cosa, que la agitación de sus partículas insensibles hacia todas partes, o por lo menos produce dicha agitación, y ésta no puede menos de mitigar algo el movimiento de la agua hacia abajo: porque dando [42] algún impulso a las partículas del agua hacia arriba, y hacia los lados, otro tanto han de perder del impulso, que les da su gravedad hacia abajo.

Cuestión XI

31. ¿Por qué las telas, o paños más vellosos, defienden más del frío, y tanto más, cuanto el vello, o flueco es más delicado? Respondo. He leído esta Cuestión propuesta en un Filósofo, el cual responde, que la ropa de aquellas circunstancias, enredando en su pelusa las partículas nitrosas del aire, que son las que producen la sensación de la frialdad, no las permite penetrar al cuerpo cubierto con dicha ropa. Creo que este Autor padeció notable engaño. Yo soy de tan opuesto sentir, que bien lejos de atribuir el efecto al impedimento, que pone la ropa a intromisión del frío externo en el cuerpo, juzgo consiste en el impedimento, que pone para que el calor interno del cuerpo salga fuera.

32. Pruebo, que la causa no es la que señala aquel Autor. Lo primero, porque las partículas de nitro que causan la frialdad, son tan delicadas, o sutiles, que penetran todo cuerpo metálico, y aun el vidrio; a no ser así, no enfriarían los licores contenidos en las cantimploras de vidrio, u de cualquiera metal. ¿Cómo, siendo esto así, podrá resistir su introducción ninguna ropa? Lo segundo, porque si fuera ésta la causa, cuanto más denso, y apretado fuese el tejido, de quien prende el flueco, tanto más defendería del frío, lo cual es contra la experiencia: pues antes bien, en igual cantidad de materia, cuanto más flojo es el tejido, (sea de lana, algodón, o seda) tanto más abriga: y así son para este efecto preferidas las bayetas a otros tejidos de lana.

33. La causa, pues, de abrigar más aquellas ropas, es, que con la delicadeza, y flexibilidad de sus hilos, o hebras, se aplican, y ajustan más exactamente a los poros del cuerpo; y cerrándolos, impiden la salida a los vapores cálidos, a cuya emisión está haciendo continuado conato el calor interno. Viene aquí como símil oportuno lo que arriba dije de la causa, porque aplicada la nieve por un rato a la [43] mano, la calienta. Advierto, que los tejidos de que hablamos, no sólo hacen su efecto, puestos inmediatamente sobre el cutis, mas también colocados sobre la camisa, u otra ropa; pues cerrando en este segundo caso los poros de la ropa interpuesta, detienen allí los vapores cálidos, como en el primero los detienen en el cutis; aunque me inclino a que el efecto no será tanto.

34. De aquí hago una ilación contraria a la práctica de todo el mundo en usar de bayetas para cortinas de puertas, y ventanas, con preferencia a cualquiera paño, en que no haya mucho mayor cantidad de lana, debajo de la persuasión, de que aquéllos defienden más del frío externo. La experiencia de lo mucho que abriga nuestros cuerpos la bayeta, produjo este engaño, por la ignorancia del principio a quien se debe este beneficio. Si la bayeta, como yo juzgo, defiende nuestros cuerpos del frío, deteniendo los vapores cálidos con su exacta aplicación a los poros, de aquí no hay consecuencia alguna para que haga el mismo efecto, pendiente sobre puertas y ventanas.

Cuestión XII

35. El Aire que expelemos del pecho con la respiración, no es más frío, ni tanto en Invierno, como el de afuera. ¿Por qué, pues, soplando contra la mano, con aquel mismo aire la enfriamos más, que la enfriaba el aire externo? Porque la mano, y todo nuestro cuerpo está continuamente circundado de una Atmósfera caliente, formada por los vapores que transpiramos. El soplo la aparta: con que da lugar a que el ambiente externo se aplique inmediatamente a la mano, y éste es quien la enfría. Así el soplo no enfría los cuerpos inanimados. Por más que se sople, o con nuestro aliento, o con unos fuelles, contra la bola del Termómetro, no se le hará bajar al licor ni el ancho de un cabello. [44]

Cuestión XIII

36. ¿Quién es más frío, el aire, o la nieve? Respondo. Pocos habrá, a quienes no parezca ridícula la pregunta, porque casi todos supondrán, como cosa de evidente notoriedad, que la nieve es más fría, que el aire. Sin embargo, la experiencia muestra lo contrario. Uno de los años pasados, en una noche muy fría, puse el Termómetro en el balcón de mi Celda, y noté por la mañana dónde había bajado el licor. Pasado algún tiempo, nevó; metí el Termómetro en la nieve, deteniéndole en ella como tres cuartos de hora; (tiempo sobradísimo para que la nieve hiciese todo el efecto de que era capaz) pero el licor quedó un dedo más arriba del lugar donde había bajado en el balcón.

37. Esta experiencia, a la verdad, prueba bien contra la preocupación en que está el Vulgo, el cual juzga, que por más frío que esté el aire, nunca iguala la frialdad de cualquiera nieve. Prueba digo, que tal vez el aire está tan frío, que excede la frialdad de alguna nieve; mas como el experimento de la frialdad del aire se hizo en diferente tiempo, que el de la frialdad de la nieve, no prueba, que cuando las dos frialdades son coexistentes, aquélla exceda a ésta; pues acaso la nieve no está siempre igualmente fría, sino con desigualdad correspondiente a la mayor, o menor frialdad del aire. Pero donde no llegó mi experiencia, llegó la de Mr. de la Hire, el cual varias veces pasó el Termómetro del aire a la nieve, y de la nieve al aire, y siempre subía el licor en la nieve, y bajaba restituido al aire; con la circunstancia, de que el Sol estaba entonces descubierto; y aunque no tocaba al Termómetro, parece que el aire inmediato a este instrumento recibiría algún grado de calor, por la comunicación con el otro, que era ilustrado del Sol.

38. La mayor sensación de frío en la mano metida en la nieve, que circundada del ambiente, nada prueba contra esto. Mayor sensación de frío percibe la mano metida en la agua, que expuesta al ambiente. Con todo es cierto, que la [45] agua no es más fría, que el ambiente, pues no tiene otra frialdad, que la que el ambiente la comunica con su nitro, o espíritu nitroso. En igualdad de aplicación del agente frío, o cálido a la mano, aun siendo igual, o el calor, o el frío, se perciben, o sienten más uno, y otro, cuanto el cuerpo que se aplica es más denso. Así enfría más un cuerpo metálico, que una piedra; entre las piedras más el mármol, que la piedra común; y la piedra común, más que un poco de madera.

Cuestión XIV

39. ¿Por qué cuando la nieve está para caer, y aun cuando está actualmente cayendo, se siente menos frío, que después que cayó? Responde el Padre Regnault, que es verisímil, que la nube de que se forma la nieve, y la misma nieve al caer, repelen hacia abajo las exhalaciones, que suben de la tierra; y éstas, repelidas, adquieren aquel movimiento en todos sentidos, en que consiste el calor. Esta solución es ingeniosa. Pero no se podrá decir, que las exhalaciones, sin el subsidio de este nuevo movimiento, son más calientes, que el ambiente que entonces nos toca; y así, ¿no más que con que se detengan en él, es preciso que le comuniquen algunos grados de calor? Creo que sí, y que esto es más natural.

40. Fúndome en que las exhalaciones se levantan, no sólo de la superficie de la tierra; mas también de alguna profundidad, y en cualquiera profundidad está la tierra más caliente en tiempo frío, que en la superficie; por consiguiente más caliente, que el ambiente vecino a la tierra. Luego las exhalaciones traerán de allí algún calor mayor, que el del ambiente; y por consiguiente, detenidas en él, le calentarán algo. Más. Las exhalaciones, según la común Filosofía, por su naturaleza son calientes, y secas. Luego detenidas en el ambiente por la nube, o por la nieve que cae, sin adquirir por la repulsión aquella especie de movimiento, en que consiste el calor, tienen el que basta para calentar algo el aire, en que se detienen. Más. No sólo las [46] Exhalaciones, mas ni aun los que se llaman con especialidad Vapores, pueden, según los Modernos, ascender a la Atmósfera, sin que a cada partícula de vapor se agrege alguna porción de materia ígnea; de modo, que el complejo de uno, y otro haga un todo más leve, que igual volumen del aire de acá abajo: luego así vapores, como exhalaciones, llevan consigo bastante fuego, o materia ígnea para calentar el aire, donde detenidas por la nieve que cae, hacen alguna mansión.

Cuestión XV

41. ¿Por qué la helada destruye el fruto de las viñas, cayendo sobre ellas al tiempo que están brotando? El Padre Regnault propone la Cuestión en estos términos: ¿Por qué el frío quema las plantas, y los brotones, cuando aún están tiernos? Y responde así: Un exceso de calor tiene más parte en esto, que el frío. El frío aprieta las fibras: el aire interior los jugos, y el agua, de que las fibras de las plantas, y de los brotones aún tiernos, están embebidas. Un exceso de calor viene de repente a dilatar el aire, los jugos, el agua. La súbita dilatación rompe las fibras: los jugos no pueden ya moverse con toda libertad, para distribuirlas el nutrimento necesario: con que se van consumiendo, y los brotones sin vida se ennegrecen, y parecen quemados.

42. Pero esta respuesta se funda en un principio falso. Y es mucho, que un Escritor tan diligente cayese en tal equivocación. Bien lejos de dilatarse la agua, y cualesquiera jugos, cuando el calor los deshiela, antes entonces ocupan menos espacio, que cuando estaban helados; siendo general en todos los líquidos, que cuando se hielan, se extienden, y ocupan mayor espacio, que en el estado de fluidez. De aquí viene, que si un vaso lleno de agua, y bien cerrado se expone a una fuente helada, llega el caso de romperse; porque el agua helada, no cabiendo en el espacio donde cabía antes, extendiéndose, rompe el vaso; lo que más de una vez ha sucedido con vasos muy fuertes de metal. Es también muy sabida la experiencia, de que la agua, contenida en un [47] vaso de vidrio de bastante capacidad, y de cuello estrecho, y largo, de modo, que no le llene del todo, en helándose, sube algo más arriba del término adonde llegaba antes. Es claro, pues, que si la agua, y jugos contenidos en los brotones de las plantas, cuando hay helada, extendiéndose, rompen las fibras; esto ha de suceder, no cuando el calor los deshiela, sino al contrario, cuando los hiela el frío.

43. Podrá oponérseme a esto lo que sucede en las viñas con la escarcha; y es, que aunque ésta caiga de noche sobre ellas, como a la mañana el Sol esté cubierto, se salva el fruto, pero perece, si el Sol se descubre: luego al deshelarse el jugo con el calor del Sol, es cuando se hace el daño. Respondo concediendo, que realmente el Sol es quien destruye el fruto; pero no deshelando, sino con otra acción muy diversa. Es una curiosísima Filosofía la que voy a exponer ahora.

44. Debe suponerse, que la escarcha no es otra cosa que un agregado de gotas de rocío de figura esférica, o por lo menos muy convexa por la parte superior. Esta figura tienen las gotas de cualquiera líquido, por la igual presión del aire por todas partes; con la advertencia, de que cuanto más menudas son las gotas, tanto más retienen la figura esférica, o tanto mayor convexidad, después que caen, porque a las mayores las aplana algo más su mayor peso. Siendo, pues, de esta figura las gotas de la escarcha, cada una viene a ser un pequeño Espejo Ustorio, que recibiendo los rayos del Sol, con la refracción los dirige a un foco proporcionado en distancia, y tamaño a su pequeñez; esto es, brevísimo, y muy próximo: de modo, que cae el foco en el mismo pimpollo, sobre que está colocada la gota; y así, por medio de cada gota quema el Sol una pequeña parte del pimpollo, y todo el pimpollo por medio de todas las gotas.

45. El que aquellas cristalinas esferillas son el órgano por donde el Sol hace el estrago, se evidencia de que si antes de salir el Sol corre algo de viento, que las disipa, no se sigue de la acción del Sol daño alguno. De aquí se sigue, [48] que la expresión vulgar de que la Escarcha quema las viñas, es verdadera en todo rigor filosófico, y los que usan de ella hablan con propiedad, aunque lo ignoran, o por lo menos ignoran el por qué. Realmente las quema, como instrumento del Sol en la forma que he dicho.

46. El dificultar, que una cosa tan fría, como es la escarcha, puede servir de instrumento para quemar, sólo cabe en una grande ignorancia de Física, y Matemática. Sábese, que con hielo se puede hacer un Espejo Ustorio, que queme con mucha violencia aquel poco tiempo, que puede durar. Si puesta la agua en un vidrio cóncavo esférico, se helare totalmente, y después se pusiere al Sol, los rayos que pasen por el hielo, quemarán muy bien al cuerpo, que se coloque en el punto del foco.

47. Esto no quita que el frío, siendo muy intenso, haga también daño, aun a las plantas más robustas. Hácele sin duda, y muy grande a veces en la forma que he insinuado arriba; esto es, helando la humedad contenida en ellas, la cual dilatándose por este medio, rompe sus fibras. En el Invierno del año de nueve, el más cruel en toda la Europa, de cuantos acuerdan los que hoy viven, y vivían entonces, se observó en Francia, que los árboles más robustos, y de textura más firme, fueron los que más padecieron de aquel intensísimo frío. Lo que Mr. Chomel, de la Academia Real de las Ciencias, discurrió sobre el caso, fue, que en los árboles más blandos cedían las fibras, por ser más flexibles, al impulso extensivo de la humedad congelada, y contenida en tronco, y ramas; por tanto no se rompían. Pero en los árboles de textura más firme, por ser más rígidas las fibras, no aflojando al impulso del hielo, era preciso que éste las rompiese. Así como la agua congelada en un vaso de barro, Talavera, vidrio, o metal, si ocupa antes de helarse, toda su concavidad, y está cerrado el vaso, le rompe al helarse; porque la materia del vaso no puede extenderse, y dar de sí; pero no hará este efecto en un vaso de cuero por la razón contraria.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 26-48.}