Filosofía en español 
Filosofía en español

Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza

Pedagogía Proletaria. Jornadas Pedagógicas de Leipzig 1928

II. Fin de la Educación

C) Escuela y religión
por Ernst Hierl (Alemania)


INFORME

Queridos camaradas: Tenéis mis tesis a vuestra disposición. Las tesis tienen por objeto delimitar con exactitud el curso del pensamiento. Hoy voy a comentar esas tesis y a convenceros de que las ideas que contienen no han salido únicamente del cerebro de un individuo aislado.

Yo quería sentirme en comunicación con los 800.000 camaradas de nuestra organización; con los trabajadores de la enseñanza que marchan estrechamente unidos al proletariado, a la parte del movimiento obrero que ejerce una dirección consciente, que dirige, confundida con su propia causa, la causa de la humanidad.

Voy a separar de mis tesis una breve exposición histórica. Voy a exponer el desenvolvimiento histórico de la religión y de la escuela, a examinar primero los tiempos pasados y, en conexión con ellos, la época feudal, para pasar luego a la sociedad burguesa y, finalmente, al movimiento marxista. Mi labor será únicamente bosquejar la pedagogía marxista y leninista.

La ideología religiosa y feudal de la burguesía

El origen de la religión no es difícil de describir. Todos estamos de acuerdo en decir que el pensamiento es la cualidad característica del hombre. Contra esa proposición no puede decirse nada esencial. En los escritos juveniles de Marx y Engels, leemos: “el pensamiento consciente es la cualidad distintiva del hombre; el carnero no tiene más que instinto”.

¿Pero en qué medida era religioso el pensamiento primitivo del hombre? Dirigiendo nuestras miradas al pasado, podemos suponer la conexión siguiente: el pensamiento primitivamente no tenía la potencialidad necesaria para dominar el mundo real y tangible, como puede hacerlo hoy, por ejemplo, frente a la naturaleza, la máquina creada por el hombre. Entonces, el pensamiento no llegaba a eso. El hombre aún no se apoyaba más que convulsivamente en esa arma. El resultado era una especie de pensamiento que se caracteriza por el símbolo: el signo.

El salvaje se talla su dios; haciéndolo, ya vence con su cuchillo una resistencia material, pero no vence por eso la existencia del resto del mundo, tan poderoso, que amenaza su bienestar de múltiples maneras. A decir verdad, él se tranquiliza pensando que su dios de palo tiene el deber de dominar el resto del mundo. Entre el fetiche del salvaje y la grandiosa catedral de Strasburgo, que todavía puede producir un entretenimiento religioso a los niños de nuestro tiempo, no hay, en el fondo, diferencia alguna. Tal es la concepción primitiva.

Apenas si se puede hablar de escuela en aquellos tiempos. El hombre se veía aislado del mundo, y eran tantos los peligros que le separaban de él, que sólo se interesaba en un círculo de experiencias muy reducido, en donde la educación se desarrolla sin instituciones especiales.

Más tarde, en la época feudal, la confesión católica es característica como género de educación, el cual se impone todavía con una poderosa fuerza en nuestra época. Según el formulismo católico de la confesión, el cura se sienta “en lugar de Dios”, y el fiel, “el pecador”, que se ha salido de los preceptos religiosos, confiesa al cura los pecados cometidos. El sacerdote vuelve a colocar al fiel en el buen camino. Hay que notar aquí: 1.º) se trata más de una información que de formación, y 2.º) falta el documento colectivo. El sacerdote ordena, ejerce autoridad.

El elemento autoritario de la religión vuelve a repetirse. La Sociedad de clase lo utiliza.

La Sociedad burguesa también lo utiliza desde que el hombre se organiza “en este bajo mundo”, sobre este planeta. Él comienza a organizarse.

Verdaderamente, en su origen, la burguesía desempeñaba un papel revolucionario respecto a la religión. Es agradable recordar esos tiempos. Quiero consignar aquí una historieta de Voltaire, que demuestra cómo, hasta en el espíritu de un librepensador, persiste el concepto religioso –superficialmente, concepto de la religión cristiana– según el cual la tierra es un Valle de Lágrimas. Voltaire, refiere esto en un lenguaje burlón: Había una vez una recepción en casa del Señor; los hombres estaban también invitados; pero comieron demasiados dulces celestes y se sintieron obligados a salir un poco de prisa. Se informaron del ángel de servicio, el cual les dijo: “Allí abajo... en aquella estrella, que brilla débilmente, aquéllos son los retretes del universo. Id, pero no tardéis mucho”. Fueron allá, pero la fiesta celeste se fue alejando por la revolución del cielo, y nosotros, los hombres, nos quedamos donde estamos ahora.

Sin embargo, el planeta podía llegar a ser teatro de la alegría, del trabajo, una mansión dichosa.

La sociedad burguesa ha producido grandiosos resultados: toda la civilización técnica y el comercio mundial. ¿Cómo se manifiesta esa obra en la escuela burguesa? La Sociedad burguesa necesita hombres que, en la marcha de la producción, dispongan de ciertas aptitudes elementales, lectura, escritura, cálculo y algún conocimiento de la naturaleza. La Burguesía no puede tener necesidad de hombres que hagan el signo de la cruz en lugar de accionar una palanca útil. Si alguna cosa se intercepta en la máquina, hace falta que sepan arreglarla. Las necesidades de este grado de desarrollo económico son las que se encarga de satisfacer la escuela; y llegó un momento en que la escuela tuvo que hacerse autónoma y relativamente independiente de la Iglesia. Por primera vez, dejó de ser un apéndice.

¿Pero cómo se consigue que la escuela actual no se preocupe todavía de librarse del dominio de la Iglesia? ¿Cómo se logra que ese dominio, hoy precisamente, oprima a Alemania con un peso tan difícil de mover y con tinieblas tan profundas?

Esa situación se explica históricamente: la sociedad burguesa y la escuela burguesa desarrollan únicamente una nueva forma de tratar la naturaleza; pero no desarrollan una nueva forma de tratar al hombre. La burguesía misma no desarrolla verdaderamente ningún nuevo estudio de la humanidad, las demás obras que ha debido realizar no le han dejado tiempo para ello.

La moral burguesa –visto el estado objetivo de competencia, visto el mercado– consiste en estimular la competencia personal. El ideal es la personalidad, es decir, una forma absoluta y separada de toda relación general. Tal es el espejuelo que todavía ciega a muchas gentes: “la mayor fortuna de los hijos de la tierra es la personalidad, y la personalidad destacada” (Goethe).

Tomad solamente la obra más conocida del poeta alemán más grande de este tiempo, tomad el Fausto, después que el héroe aprendió a conocer todas las alegrías y todos los dolores, todas las escenas del mundo, acabó en gran patrono: “Para que la gran obra se realice, basta un espíritu para mil manos”, o más aún: “Guerra, comercio y piratería, una trinidad indisoluble”.

He ahí ya el imperialismo, sólo que era todavía inocente. Quería comparar con esos textos la última escena del Fausto. En esa escena, Fausto es acogido en el cielo renovado de la Iglesia católica y allí vuelve a encontrarse con Margarita. Comparad esas dos escenas del Fausto y tendréis toda la moral a la cual se circunscribía la sociedad burguesa: moral, mitad cínica (en la penúltima escena) y mitad enternecedora.

Así son también las condiciones de la escuela. Ya hemos dicho que la escuela burguesa desarrolla hasta cierto grado la técnica que necesita para aplicar a la naturaleza los nuevos procedimientos industriales. En cambio, como la Sociedad burguesa no desarrolla ningún nuevo concepto del hombre, la escuela sigue siendo en lo demás históricamente dependiente de la fuerza pasada.

La escuela continúa dependiendo de la tradición moral, es decir, religiosa, de la época pasada.

Había el recurso de indignarse, de oponerse a ello valientemente y los maestros alemanes han tomado parte en ese combate, pero en el fondo de las cosas, históricamente, no había que esperar grandes cambios.

Sin embargo, de generación en generación, la historia prosigue su curso. La Sociedad burguesa, según nosotros, ha cumplido ya su misión. Cada vez se siente más la necesidad de sustituirla por otra cosa. No quiero desarrollar ampliamente esta idea, porque todos y cada uno lo han sentido en sí mismos. Cualquiera que estudie las relaciones de las cosas puede fácilmente encontrar la explicación.

La Sociedad burguesa se da cuenta de ello, por eso observamos, en la época de transmisión y de liquidación en que vivimos, una transformación particularmente interesante y notable de la Sociedad burguesa.

Apenas si se magnifica todavía la antigua competencia burguesa, el libre juego de las fuerzas; aun en América, hay indecisión en este punto; por el contrario, la sociedad burguesa quiere estabilizar la situación presente. En realidad, no puede otra cosa. El mecanismo de la producción, como tal, ha llegado a un alto grado de perfección. Pero, a pesar de ello, comprobamos éste fenómeno: las gentes que crean los productos no pueden comprarlos. Los zapateros hacen “demasiados” zapatos y ellos van durante las crisis del mercado y en los periodos de paso, con el calzado roto. Y así sucesivamente. Eso indica que el capitalismo no puede dominar su propia organización técnica. Hace falta forzosamente cambiar las relaciones de los hombres entre sí y en el seno de esa organización. ¡Es preciso cambiar el sistema de disponer de los instrumentos de trabajo, suprimir la propiedad privada! El capitalismo puede ensayar un nuevo reparto de la tierra. ¡Otra guerrita mundial! Así podría repartir de nuevo los bienes y despertar nuevas ilusiones en una parte de la tierra. Pero no podrá hacer otra cosa que complicar y agravar su propia crisis.

Por consiguiente, la burguesía trata de estabilizar también el régimen burgués desde el punto de vista pedagógico, pero sin verdadera pedagogía, porque, en el fondo, ese régimen vivía de la moral y de la pedagogía religiosa. Un “moderno” concepto del hombre no puede separarse tampoco de la cuestión primordial: ¿Cómo me alimento? ¿Cómo me aposento? &c.

La nueva pedagogía está ligada a la transformación del salario del hombre, de las relaciones del trabajo en el seno de la producción, y a la socialización de los instrumentos de producción. Todo lo demás es un llamamiento a la buena voluntad de los maestros de la sociedad burguesa. Esta buena voluntad se engaña a sí misma y engaña a los demás.

El acuerdo amistoso no puede suprimir la lucha, mejor dicho, no puede conducir a que renuncien las clases poderosas a la dominación económica y, por mucho tiempo, la historia de la humanidad continuará desarrollándose en medio de una lucha brutal para garantirse contra las necesidades económicas.

El hombre honrado querrá suprimir las causas y, precisamente, contar con el elemento de lucha del cual quiere librarse.

La burguesía no puede librarse de eso, no puede salir del sangriento lodazal que ha sido la historia hasta aquí. Y, por tanto, es necesario que mantenga una ilusión de ese género, puesto que ella misma es quien ha introducido esa ilusión, quien ha propagado la idea de que la evolución es, precisamente, la ley de la historia. Y, en suma, cuando no puede avanzar, tiene que hacer creer que puede avanzar.

Desde el punto de vista que nos ocupa, esto significa que, en materia moral y pedagógica, la burguesía vuelve a la ideología religiosa y feudal. Tal es la situación histórica actual. Y nosotros, que estamos empeñados en las luchas escolares, debemos ver bien esa situación, el campo de batalla sobre el cual debemos combatir.

De lo que yo sostengo, se encuentran, por ejemplo, indicios en “la libre América”. En los Angeles los jesuitas forman una nueva Universidad, y Rokefeller construye una iglesia en New-York!

En Europa, interroguemos un poco a nuestro colega Mussolini. Ya sabéis que Mussolini, antes de emprender una carrera llena de promesas, fue maestro diez meses. Pues Mussolini dice: “Los contrastes entre la religión y la ciencia pertenecen a una época concluida. Nosotros, hombres de hoy, hemos pasado ya eso.”

Sí, cuando se considera la historia humana desde el punto de vista de las dos o tres décadas durante las cuales “uno” hace su carrera, se tiene el derecho de decir: “Nosotros hemos pasado ya eso.” La significación profunda de esa idea aparece en las palabras que siguen: “¿Que necesidad tengo yo de una filosofía que no me enseña a sufrir?”

Yo no sé en qué medida quería el mismo Mussolini sufrir, pero sé bien lo que piensa. La religión consuela al hombre. Al sumergirnos en pensamientos mágicos, la vida interior religiosa, tan alabada, desempeña aquí su papel; la mayoría de los hombres deben aprender a renunciar a la felicidad material, al manantial de placeres que constituye el señorío del mundo exterior. Hay ahí una supervivencia del tiempo en que el pensamiento del hombre tenía todavía la forma “visionaria”. Aún se explota hoy esa vida interior bajo la palabra “idealismo”. Y las piadosas declaraciones de un Mussolini revelan toda la significación de semejante tendencia.

A todo eso responde la situación de la escuela.

El Arzobispo de Colonia inaugura el Instituto Católico de Pedagogía y, a fin de huir de los prejuicios, como saben huir de ellos los arzobispos, no se refiere para nada a la religión católica, sino a la antigua leyenda germánica, la leyenda del Lobo Fenris, que hubo de ser encadenado porque era un monstruo. Los Ases forjaron gruesas cadenas, pero no pudieron sujetarle. Entonces vinieron los enanos que tejieron una trama tan sutil y tan tenue, que parecía hecha de seda finísima, y de este modo amarraron al Lobo Fenris. El Arzobispo añade: “Eres tú, maestro educador de mañana, quien, por tu acción en el medio de los niños, rodearás el alma infantil, sencilla y blanda como la arcilla, de la sutil trama que no se podrá romper ni deshacer, como la del Lobo Fenris.”

Se plagia la historia del siglo XVI y se legitima ese plagio afirmando que es una exigencia del sentido histórico.

Para nosotros el sentido histórico es el conocimiento de la historia humana, del margen que separaba las condiciones reales de la existencia y las posibilidades de bienestar de nuestra raza en el planeta; es también la capacidad de influir en ese desarrollo objetivo de las cosas para favorecer el bienestar del hombre. Marx decía: “¡Transforma el mundo!”

Para nosotros el sentido histórico no es la incapacidad de hacer la historia. No se da pruebas de sentido histórico orientándose hacia la confusión y en el espíritu del siglo XVI.

Ese sentido histórico es simplemente el sentido de la docilidad, el sentido de la sumisión a la reacción.

Hay un país en donde las cosas van por diferentes caminos. En ese país, los intelectuales, los educadores, no se inclinan ante las potencias de ese género. Al decir esto no trato de adular a los colegas rusos. Se me dirá que allá también hay un poder público y que los colegas rusos, en el fondo, se conducen con arreglo a las obligaciones que se les impone. Es verdad, se amoldan a esas obligaciones, pero la diferencia está en que pueden hacerlo con gusto, porque adaptándose a esas obligaciones, es a la vida y al interés del porvenir a lo que se adaptan.

Si nosotros tuviéramos un Poder público fuerte y al mismo tiempo capaz de conducirnos, también trabajaríamos con ellos, pues no somos peores. Sí; todo es cuestión del Poder público, y porque la Unión Soviética tiene un Poder público progresista, es decir, hoy día orientado en el sentido del socialismo, allí se ha llegado a la separación de la Iglesia y el Estado bajo una forma pura y completa. Se me dirá, quizás, que lo mismo sucede en América; que allí tampoco se enseña ninguna religión en la escuela. Pero hay que notar que, en América, la vida toda está impregnada de religión, que cada día de vacación se enseña religión a los niños y que, de esa manera, están mucho más instruidos en religión que nuestros niños, no obstante darse en la escuela, con la ventaja de que la imposición está disfrazada.

Tenemos ya en América los comienzos del socialismo religioso en sus grandes líneas. En ese país, se quiere mantener todavía la grandeza del capitalismo con una clase de obreros y empleados elevada y, al mismo tiempo, pervertida.

Si consideramos las grandes perspectivas, hemos de reconocer que América acapara a la vez las riquezas del mundo y sus medios de combate, tanto las armas brutales como las armas demagógicas; por eso América sostiene también la devoción anglosajona. En primer lugar, se trató de incluir a la Unión Soviética en la economía mundial deseada por América, porque la clase obrera rusa, por primera vez, ha hecho la historia. Diciendo esto, no ensalzamos a esta clase más que a los trabajadores de la enseñanza. Pero tenemos ante la vista la situación histórica, y esa situación nos enseña que la clase de los obreros industriales está colocada en la economía en un lugar donde la solidaridad consciente viene a ser una necesidad cotidiana del trabajo, sin la cual los obreros se convierten en puro material humano, pierden su cualidad de hombres. Rebelándose contra eso, la clase obrera ha tomado la dirección de la historia por el camino que conduce a la humanidad consciente. La historia no tiene otro contenido. Al lado de eso, no vamos a ocultar que esa clase, en el periodo de transición, estaba dirigida por tránsfugas (Marx, Lenin, &c.), por “ideólogos” que, como decía Marx, “por su trabajo se elevaron a la altura del desenvolvimiento histórico”, al reconocimiento de que la clase obrera dirige, confundida con su propia causa, la causa de la humanidad.

Materialismo histórico y pedagogía

En la segunda parte de mi discurso voy a desarrollar el concepto de la pedagogía del leninismo marxista: ¡el leninismo marxista, la herramienta intelectual, el arma del mundo moderno! Confrontaré las ideas generales del marxismo y del leninismo con sus aplicaciones pedagógicas. Para ello podemos elegir dos de esas ideas generales: el materialismo histórico y la dialéctica.

Al hablar de materialismo, hace falta, en primer término, desechar los prejuicios que lleva consigo esta palabra, que se resumen en una idea de inferioridad.

Ninguno de nosotros niega que, en el hombre, las cosas pasan por el pensamiento, por el cerebro y que esa operación supone diferencias. En uno, es la digestión la que hace un gran papel, en otro, el sentimiento sexual; pero lo que caracteriza al animal-hombre es la preponderancia del pensamiento, la idea. Lenin mismo habla del “ideal comunista” ¡del ideal!

No nos dejemos engañar por el abuso que se hace de las ideas de materialismo, de idealismo, &c. No se deben confundir el idealismo y el sacrificio. Esta confusión reina en el público, y la sociedad burguesa tiene el mayor interés en “eternizar la confusión” (Marx). Tengámoslo muy presente en todas nuestras luchas intelectuales. Si nosotros, marxistas, nos esforzamos en pensar con precisión, es decir, pensar en materialistas, sometiéndonos siempre al control de la realidad, no tenéis derecho, los demás, a reprocharnos ese hecho, el no tener corazón, ideal.

Hasta entre gentes muy distinguidas corren esas fábulas contra nosotros.

El materialismo histórico puede presentarse bajo una forma simple; el hombre es una especie salida del reino animal, que en nuestro tiempo está todavía en lucha por la satisfacción de sus necesidades primordiales de orden económico, por garantirse contra el hambre, el frio, &c. No podemos, al considerar las cosas a grandes rasgos, desviarnos de ese punto de vista. La satisfacción de esas necesidades primarias es, por ahora, el objeto principal de la historia humana. En cuanto a las clases sociales, son las diversas agrupaciones humanas colocadas en diferentes relaciones con los tesoros de la tierra, con los instrumentos de trabajo naturales y artificiales. Porque el que los posee está, naturalmente, también en situación de imponer a los otros las condiciones de trabajo y de existencia, y de ahí también la lucha de los marxistas y de los leninistas para establecer, socializando los medios de producción, la base indispensable de un nuevo trato del hombre.

Sobre esa “materia” es donde deben actuar nuestros trabajos, y esos trabajos materiales han de resolverse en el orden en que deben estar jerarquizados según el grado de urgencia.

Esas son las explicaciones sobre el materialismo, a las cuales puedo limitarme en esta exposición.

En mis tesis he indicado más cuestiones referentes a la situación biológica y económica del individuo. En primer lugar, hay que colocar la situación de clase, porque está en relación con los obstáculos más difíciles de vencer para el individuo. Yo pregunto también a ese individuo: ¿cuáles son tus perspectivas respecto a la situación de clase? Además: ¿Cuál es tu constitución biológica? ¿Qué importancia tienen en tí el sistema de instrucción, la sensualidad, el sistema nervioso, la sexualidad, &c.? Con eso trato de determinar el individuo. Así se fija la situación que un hombre dado ocupa en la lucha de clases.

Al ocuparse de la clasificación científica del individuo hay que considerar, además, dos puntos de vista como muy importantes; yo los justifico con unas frases de Marx y Lenin.

“No se juzga bien al individuo por el concepto que él tenga de sí mismo”, se lee de pasada en uno de los escritos más célebres de Marx.

Por consiguiente, hay que disponer por medio de la educación al individuo para que reconozca su ser real, y ese ser real debe apreciarse según los criterios objetivos que he señalado antes. Es lo que yo denomino condiciones de vida y posibilidades de felicidad de los hombres; el margen de ellas de que dispone cada uno es examinado científicamente, y nuestra moral –si se puede emplear esa palabra– consiste simplemente en decir a ese hombre: “¡Ve ahí lo que puedes probablemente; he ahí lo que debes! ¡Tu debes lo que puedes! Tu debes, con tus condiciones de vida y tus posibilidades de felicidad, hallar tu lugar en la marcha histórica de la humanidad en su conjunto.” Por otra parte, yo no daría a ese procedimiento el nombre de moral. Todo falso brillo metafísico desaparece y se tiende a una técnica de las relaciones humanas muy conveniente, muy capaz de proporcionar la dicha. ¡Modestia del individuo, grandioso desarrollo de la colectividad llamada a una vida más perfecta!

Lenin decía, en un discurso a la juventud: “En el régimen de clases, todos nos criamos, naturalmente, entre los prejuicios existentes, absorbemos, por decirlo así, “con la leche de nuestra madre”, los prejuicios del régimen de clases.”

Es preciso reconocer la importancia de estas palabras: “por decirlo así, con la leche de nuestra madre”. Porque en ese “por decirlo así” se encuentran en germen todos los resultados de la psicología moderna (Freud, Adler, &c.). Ella ha demostrado que las impresiones de la primera infancia tienen una gran importancia y que nosotros tenemos, por consiguiente, la obligación –haciendo actuar la luz de la conciencia precisamente como yo lo decía (Conoce tus condiciones de vida, tus posibilidades de felicidad, &c.)– de libertar a los grandes grupos y a la humanidad de esos lazos que se han formado en el círculo experimental tan estrecho que constituye el medio ambiente del niño.

Nuestra pedagogía marxista y leninista debe, pues, tener en cuenta estas dos reglas de trabajo: necesidad de hacer volver la conciencia al ser real (el hombre no es lo que se imagina) y de tomar en consideración los lazos formados en la primera infancia.

Dialéctica y pedagogía

Ahí está lo referente a las aplicaciones pedagógicas del materialismo histórico. De modo análogo vamos a intentar definir la dialéctica histórica.

La dialéctica significa que tomamos el desenvolvimiento histórico en todas sus conexiones y que seguimos igualmente el diálogo de las contradicciones por que pasa el progreso histórico.

Por ejemplo, el pacifista, si quiere ser consecuente, debe arrancar las armas de manos del capital (esa conexión de las contradicciones consiste en que, precisamente, el pacifista debe ser militarista en tal o cual medida si quiere serlo seriamente; eso es lo que se llama dialéctica histórica).

¿Qué papel desempeña, pues, la dialéctica en la pedagogía? No se trata de la pedagogía como organización escolar, sino en un sentido más estrecho: tratado de las relaciones de hombre a hombre. Naturalmente, ese tratado depende de la organización de la educación, y, a su vez, esa organización depende de la política.

Lenin dijo, en alguna parte, a propósito de la política: “la política seria comienza donde se cuenta por millones”. Pero lo mismo se puede decir que la educación seria comienza allí donde logra penetrar hasta el individuo.

Aquí me veo obligado a incluir algunas consideraciones acerca del individuo. El individuo, como tal, el individuo biológico, es ya en sí mismo un organismo social, compuesto de átomos, de células o de los elementos que sean. Es un organismo social; las leyes físicas y químicas cooperan armónicamente en el individuo, y todavía hoy el individuo es más perfecto, más coherente en sí mismo que lo es la sociedad.

En el tiempo en que Lenin discutía con los “Investigadores de Dios”, éstos hacían valer que la religión podía servir para dominar al individualismo animal. Lenin hacía observar en contra de eso que el individuo estaba ya socialmente dominado desde la sociedad animal, por consecuencia, en ausencia de toda religión y en la comunidad primitiva.

Pero se objetará que de la sociedad primitiva ha nacido el régimen de clases, de suerte que se ve que el hombre es una criatura que oscila entre el egoísmo y el amor del prójimo.

Ciertamente, el régimen de clases ha nacido de la sociedad primitiva, y yo puedo, por ejemplo, satisfacerme a este respecto con las declaraciones siguientes, de Rosa Luxemburgo:

El régimen de clases “sería una etapa mínima de la grandiosa progresión de la humanidad hacia la civilización”.

Los esfuerzos revolucionarios del presente tienden la mano a la sombría tradición feudal. El círculo del conocimiento se cierra armoniosamente.

Todo eso está bien, pero yo quería saber cómo hemos llegado a la “etapa mínima”. Ese conocimiento proyectará luz sobre la cuestión de saber cómo salir de ella.

Con seguridad, la causa comunista, la creación de instrumentos de producción, utilizables exclusivamente en común, contribuirían a ello.

En el medio técnico que el hombre se crea, puede elaborar mejor su propia naturaleza social.

Para emplear una expresión de Marx, “Actuando sobre el mundo exterior y transformándolo es como el hombre cambia también su propia naturaleza”.

El hombre ha pasado de la etapa animal a la etapa del pensamiento consciente, lo que significa una diferencia relativa, pero grande. Pero, precisamente, el instinto animal del hombre no era en la sociedad primitiva más que eso: un instinto. Luego vino la conciencia; el pensamiento consciente se desarrolló partiendo del instinto, pero también agotando el instinto. Esa sustitución no podía verificarse sin causar cierta inseguridad. Toda transición supone inseguridad. Fatalmente hubo de llegar un momento en que el individuo biológico no estuviera guiado por el instinto, como en la sociedad animal y en la comunidad primitiva; y que tampoco lo estuviera aún por la conciencia. Desde el punto de vista pedagógico, es una observación interesante.

¡Del instinto a la conciencia! Era necesario que el instinto fuera debilitado y lo ha sido. Al mismo tiempo, el elemento social se debilitó primero. Es la época que luego se manifiesta como régimen de clases. Es esa época en que el egoísta juicioso, públicamente detestado, pero secretamente admirado, es el héroe de la historia. ¡Hasta que la conciencia se arraigue más! ¡Hasta que el leninismo marxista se extienda!

Y se extiende a la economía y a la política, y la pedagogía marxista completa la socialización del individuo. Así, el hombre, que llega a la etapa de la conciencia, consigue, en un extenso campo de acción a través de todo el planeta, lo que los animales no alcanzan más que en un círculo de experiencias muy limitado por el instinto.

Es de gran importancia darse perfecta cuenta del porvenir del individualismo, porque todo educador se encuentra ante este problema: ¿qué orientación hemos de dar, al mismo tiempo, al niño en cuanto a su “yo”? ¿qué grado de egoísmo vamos a desarrollar en él?

¿Una pregunta “prohibida” por el socialismo? Pero precisamente porque yo heredo la “lucha de conciencia” del espíritu religioso, de la sensibilidad religiosa potente, pero extraviada, será muy necesario que me ocupe de esta cuestión.

Afortunadamente, existen también las respuestas. La pedagogía marxista y leninista debería formularlas así:

Apreciación personal y científica del puesto que se debe ocupar, y comprobación mutua.

La dialéctica consiste en que no se le dice tampoco al individuo, cuya personalidad está siempre allí, no se le niega. “¡Tú no has de ser un individuo! ¡Tú no has de ser nada más que un buen camarada!”

Eso no cuesta nada –nada al que lo dice. En realidad, el individuo debe ser tratado de tal manera que se le dé desde luego la posibilidad de definir las condiciones de vida y las posibilidades de felicidad de su “yo”, dentro de las circunstancias de una agrupación dada, la que a su vez ha de hallar un puesto en el conjunto de la historia humana.

Por consiguiente, nos estudiamos el uno al otro tan objetivamente como la ciencia las cosas; pero igualmente nos tratamos el uno al otro con el mismo respecto que la ciencia siente ante los hechos.

La añeja máxima religiosa, “ama al prójimo como a ti mismo”, debe considerarse, desde ese punto de vista, como cosa religiosa, es decir, irrealizable.

Por el contrario, al recomendar a los hombres que se valoren entre sí científicamente, como hechos, y se clasifiquen así, se les da una directriz realizable y de una gran importancia pedagógica.

¿Cómo curar los espíritus del mal religioso?

Todavía queda, para concluir, estudiar la relación de la pedagogía marxista y leninista con los seres religiosos.

En primer término, la idea siguiente: con las religiones no podré nunca reconciliarme. En cambio sería pretencioso negar que en muchos hombres religiosos, en hombres tocados de esa enfermedad, puedan ocultarse, y frecuentemente se ocultan, energías mucho más preciosas que en tales o cuales amigos de luces, que vienen a buscar al enfermo para librarle de su mal. He ahí el punto decisivo: imposibilidad absoluta de reconciliarse con las religiones como tales, elemento asido al hombre, o, lo que es peor aún, incorporado al hombre como si fuera un tumor maligno; pero, por otra parte, reconocimiento absoluto del hecho de que ciertas energías preciosas del hombre pueden darse en ese laberinto y que nosotros, los pedagogos, no podemos oponernos más que a los errores del hombre, si es verdad que reconocemos al valor hombre.

No debemos alzarnos contra el valor de tal hombre religioso. Es un hecho que se puede observar en todas partes. Aún hoy, por ejemplo, generaciones enteras de sabios incrédulos, que estudian los fenómenos hereditarios, se basan en los descubrimientos del franciscano Mendel.

¿Como hemos de conducirnos entonces con la joven generación?

En el niño se repite la situación del hombre primitivo. No es necesario aceptar ninguna misteriosa conexión de naturaleza biológica; pero la situación, en líneas generales, es la misma. El niño es nuevo en el mundo; no se da cuenta de las cosas que le rodean, mucho menos de los elementos lejanos. Es débil. Todos los adultos influyen sobre el niño con el peso de los datos y de las vastas formas de su experiencia. Es decir, que el niño presenta una gran receptividad a la infección religiosa; una gran receptividad a la vida interior y al pensar visionario bajo sus formas convulsivas. Esto no tiene duda.

El último de los grandes pedagogos de una burguesía dispuesta a volver a la edad feudal, la Sra. Montessori, ha creado para los niños una multitud de magníficos instrumentos de desenvolvimiento que permiten al niño llegar, frente al mundo material, a un sentimiento optimista de sus fuerzas reales, a un sentimiento optimista de su acrecentamiento. No sufre coacción alguna, ni se le tolera, ni se le obliga a refugiarse en la vida interior, ni a creer que vive imaginarios papeles legendarios y religiosos.

La Sra. Montessori va todavía más lejos: prohíbe formalmente que el mundo, donde los niños están ya perplejos, que es ya para ellos un cuento de hadas, les sea presentado bajo una forma aún más legendaria con ayuda de cuentos y otros procedimientos emotivos análogos.

Sus adversarios dicen: “Precisamente porque el niño es accesible al elemento legendario es necesario darle esa nota emotiva.”

Esa pedagogía, inconscientemente, sin saberlo, sigue la tendencia de los que quieren eternizar la confusión, la tendencia de la sociedad burguesa en regresión hacia el feudalismo.

Hubo una época en que esas leyendas eran todo lo que los mismos adultos sabían del mundo. Pero ¿por qué vamos hoy a contribuir a que los niños crean en unas representaciones a las que tendrán que renunciar forzosamente?

¿Qué pedagogía es esa tan necia, romántica, reaccionaria? Y, sin embargo, no es difícil hacer más y mejor. Fácilmente se observa en los niños que sienten todo cuanto el mundo real nos ofrece. La fuerza de su imaginación les impulsa a ponerse en contacto con todas las cosas, ya se trate de una máquina o de cualquier otra cosa. Los niños deben descubrir por sí mismos las maravillas de que se les habla, las posibilidades creadas, y que les son tan necesarias en el seno del mundo real. La imaginación aplicada a transformar el mundo, la imaginación aplicada a lo real, eso es lo importante. Eso es lo indispensable cuando se considera al hombre integral y la historia de la humanidad; de este modo no se causa perjuicio a la imaginación, como facultad particular del hombre.

Por lo demás, es instructivo, dolorosamente instructivo, el ver cómo la Sra. Montessori se ha pasado al campo de la reacción burguesa. Ha escrito un librito sobre El Niño en la Iglesia ¡Lo fantástico en religión, según ella, no es fantástico!

En los jóvenes se comprende que la disposición a dejarse extraviar por la religión exista todavía. Quieren darse valor y fortalecer sus ánimos traspasando el mundo real y no aplicando su imaginación a los hechos de ese mundo.

Por eso yo encuentro en la revista publicada aquí, en Leipzig, por el Instituto de Enseñanza obrera Voluntad de cultura, un artículo en el que la religión está descrita con simpatía, como la eterna impulsión del hombre a ser llevado más allá de las realidades de este mundo, y a comprender y llegar a unirse con la causa primera de esas realidades.

“Innumerables pedagogos”, que hasta se denominan socialistas, están hoy prontos a inocular a la juventud el espíritu religioso de la sociedad burguesa decadente y a enviar jóvenes, llenos de sensibilidad y de imaginación, a la cruzada religiosa cuyo fin es el descubrimiento del “misterio infinito”.

Pero no es difícil erigir ante los jóvenes una imagen tal de la realidad terrestre, que, a la vista de sus embriagadoras posibilidades abandonen ese fantasma llamado infinito, lleno de necio orgullo, y declaren, orgullosos de su modestia: “Sí, somos unos “pobres” muchachos. No existen entre nosotros y ese misterio infinito las relaciones que el hombre religioso afirma sostener. La “Casa de Dios” de que se nos habla con deleite no es otra cosa que el cielo, mejor dicho, la lejanía del universo; pero hasta ahora el círculo de las experiencias terrestres de mi religión estaba determinado por el sacerdote, que trabaja en favor de toda explotación y del parasitismo, y en beneficio de la clase dominante”.

En cuanto a nosotros, sacamos nuestra enseñanza de la historia de la humanidad aquí abajo: nosotros vemos surgir de cada niño proletario el hombre del porvenir, el hombre que piensa y capaz de perfección. Su imagen resplandece ante nosotros y nos alienta. Sabemos, al mismo tiempo, cuáles son nuestras lagunas, sabemos que cometemos todavía faltas. Pero, aun cuando la vieja generación estuviera luchando toda su vida sin éxito, su fracaso anunciaría la victoria de la joven generación.

¡Ved de qué manera, por nuestra parte, el fracaso se transforma en éxito! Las cosas no sucederán en Alemania como en Rusia; las cosas pasarán de otro modo. Pero la historia humana, la revolución social, no echarán a un lado a Alemania ni a la Europa Central. Lo único que falta saber es si queremos ser simples víctimas o si queremos participar en la dirección. La hora está siempre al llegar, siempre al venir la ocasión.

Algún día os veréis forzados a construir de nuevo las bases de la educación y de la vida personal, y será mucho mejor que se encuentren camaradas capaces de preverlo y de tomar las medidas preparatorias.

Nuestra Internacional trata de trabajar en ese sentido. Ni ingratitudes, ni menosprecios nos desconcertarán en esta labor. Pero nuestro trabajo comprende también la lucha colectiva, la lucha científicamente reflexiva contra las religiones: nuestro trabajo comprende, frente a los que están atacados del mal religioso, ¡todo el amor de que somos capaces, toda la comprensión humana y toda, toda la pedagogía!


TESIS

1. Las religiones constituyen la expresión más concentrada de la prehistoria de la humanidad. El género humano no tiene todavía resuelta la labor rudimentaria que le imponen el medio que le rodea y su naturaleza: la supresión del hambre, la miseria económica, las enfermedades que subsisten a consecuencia de esa miseria y, en una palabra, la supresión de la sociedad dividida en clases.

La humanidad sacaba tranquilamente quimeras religiosas y subproductos filosóficos del proceso de descomposición y de decadencia de las religiones, buenos para desviar de la tarea principal, a saber: el combate contra la sociedad dividida en clases (actitud idealista de replegarse sobre sí mismo, fascinación por las bellas artes, sectas primitivas y sectas evolucionadas del género del socialismo religioso).

2. Por consecuencia de este estado de cosas, los beneficiarios de la división en clases sostienen todas las tendencias religiosas o emparentadas con la religión como apoyo de la sociedad dividida en clases.

3. La escuela se desenvuelve contrastando y compitiendo con la religión, o más exactamente, con la forma organizada de la religión, a saber, las iglesias y las sectas. La sociedad capitalista y su Estado tenían absoluta necesidad de una organización escolar capaz de suministrar ciertos conocimientos, ciertas aptitudes para dirigir la naturaleza exterior al hombre.

Por el contrario, la dirección del hombre perecía, antes y luego, un “privilegio de la voluntad divina” en la sociedad dividida en clases; sometiendo la educación del niño a una triple jerarquía: el padre de familia, el padre del Estado y el padre espiritual.

4. El desenvolvimiento de las cosas bajo el capitalismo ha conducido a la formación de una organización de lucha consciente para dar una dirección nueva a las relaciones humanas, es decir, en favor de la socialización de los medios de producción. Desde que el capitalismo se ve así amenazado por el marxismo y el leninismo, la clase dominante renuncia de una manera cada vez más visible a la actitud científica de los burgueses revolucionarios de antes.

5. La escuela, como organización de la influencia ejercida por la sociedad sobre las jóvenes generaciones, depende desde el punto de vista económico y político, de la sociedad que se vuelve revolucionaria; la escuela, como organismo, no puede llegar a ser progresista más que después del cambio de las relaciones de propiedad y de las relaciones sociales mediante la revolución proletaria. Entonces la escuela llegará a ser el campo donde se podrá imprimir, en el sentido del marxismo revolucionario, una nueva dirección a las relaciones entre los hombres, en lugar de la voluntad “de eternizar la confusión” que hoy constituye la herencia pedagógica de la concepción religiosa de la existencia; concepción decadente y corrompida.

6. La escuela de la Unión Soviética ha realizado la transición de la escuela feudal y burguesa a la escuela orientada en el sentido proletario. Si nosotros queremos sacar de esta experiencia la lección que encierra y evitar que se consolide la escuela de los demás países al servicio de la sociedad burguesa, en vías de desaparición, los avanzados de la pedagogía deben, en todas partes, guardando estrecho contacto con la lucha consciente de las masas proletarias contra la sociedad dividida en clases y sacando partido de su cualidad de especialistas pedagógicos, desarrollar una pedagogía capaz de combatir, con una virtualidad pedagógica efectiva, los efectos del opio religioso y de la pedagogía adormecedora del pasado, pariente próxima de la religión: me refiero, naturalmente, a la pedagogía del marxismo revolucionario.

7. Propagando la pedagogía del marxismo revolucionario, al mismo tiempo nos proveemos de la mejor arma de lucha pedagógica contra los estupefacientes de la religión y de las concepciones emparentadas con la religión; procedemos de la siguiente manera:

a) Nosotros tenemos conciencia de “la marcha objetiva” del desarrollo histórico de la humanidad.

b) Comprobamos, dentro del cuadro de la marcha objetiva de la historia, el margen que separa las condiciones de vida y las posibilidades de felicidad de los hombres, que son el objeto propio del trabajo pedagógico.

c) Planteamos, sobre ello, las cuestiones siguientes: ¿Cuál es tu situación de clase? (Cuestión que examinamos de un modo permanente, teniendo en cuenta los cambios de clase eventuales) ¿Cuál es tu constitución biológica? ¿La salud, las enfermedades, la edad, el sexo? ¿Qué influencia tienen en la totalidad de tu vida el sistema de alimentación, la vida sexual, el sistema nervioso? ¿Cuál es la ley de acción mutua de esos elementos unos sobre otros? ¿Cómo se han asociado hasta aquí en tu vida la situación de clase y las disposiciones personales? Recordemos las condiciones de lugar y de tiempo en las cuales te has desarrollado.

El país natal y la época imprimen un carácter especial a la situación de clase. ¿Cómo se ha ido ensanchando y rectificando, a la luz de tu conciencia, el círculo limitado de experiencias que se ha formado inconscientemente desde tu tierna infancia? ¿Dónde encontrar las relaciones de la historia personal con la historia general del mundo exterior? ¿Dónde están los puntos de ruptura? ¿Cómo ha resultado de todo eso tu posición en la lucha de clases?

d) Una vez que tenemos así claramente determinado el margen de las condiciones de vida y de las posibilidades de felicidad de los hombres con las cuales hemos de realizar nuestro trabajo pedagógico, que son igualmente las nuestras, nos fijamos a nosotros mismos y a cada uno la exigencia pedagógica que consiste en llenar ese margen: Tú debes lo que puedes en presencia de la marcha objetiva del desenvolvimiento social, según tu situación y tus disposiciones.

8. Esa orientación general sobre la pedagogía marxista debe ser utilizada igualmente para tratar los residuos religiosos o pseudo-religiosos. Según el punto de vista expresado en el nº 7 c), contestamos a las cuestiones siguientes:

a) ¿A causa de qué asociaciones están todavía los hombres amarrados al espíritu religioso? ¿Es una necesidad de la naturaleza humana?

b) ¿A causa de qué asociaciones se revuelven contra el espíritu religioso?

c) Luego, insistimos, bajo una forma que nos aleja del espíritu religioso, acerca de esos elementos preciosos que existen en los hombres amalgamados con el espíritu religioso y que constituyen, a sus ojos, el valor.

d) Alimentemos y satisfagamos esas necesidades preciosas del hombres que la religión deja insatisfechas y que le incitan a rebelarse contra la religión.

9. Por consecuencia de nuestro acuerdo con la marcha objetiva de la historia, la pedagogía marxista logrará también realizar la obra que la política marxista ha realizado ya en parte: la liberación de la fuerzas oprimidas y falseadas en el seno de las masas.

Gracias al método indicado, nosotros libertamos, desde la más temprana edad, las fuerzas motrices de la historia de sus ligaduras con la religión, y, puesto que la religión y la pedagogía emparentada con ella están obligadas a arraigar en una rama inmovilizada del desarrollo de la humanidad y, por consecuencia, a entregarse a la opresión y a persecuciones de todas clases, nosotros podemos proporcionar a los niños más bienestar por medio de la educación; se ponen más fácilmente en contacto con sus propias condiciones de existencia y posibilidades de felicidad, con la marcha objetiva de la historia, con la lucha emancipadora del proletariado.

10. Una vez que lleguen a la edad de la razón, nuestros discípulos nos aplicarán a nosotros, sus educadores, cada vez más, el método que nosotros les hemos aplicado. El método que se define con esta breve fórmula: apreciación científica del lugar que uno mismo debe ocupar y mutuo “control”. O más bien, para hablar en forma de imperativo pedagógico: “Tú debes tratar científicamente a tu prójimo y a ti mismo; he ahí el contraste perfecto de la moral religiosa, moral arbitraria y conforme a un estado rudimentario del conocimiento.

La labor de la escuela es superar a la moral y a la pedagogía reinantes en la sociedad dividida en clases; moral y pedagogía que, penetradas hipócrita o visiblemente por el espíritu religioso, constituyen un peligro para toda la humanidad a este fin, es necesario aprovecharse de la dirección avanzada y científica de las relaciones entre los hombres y conjuntamente de la producción superior de felicidad a que conducen esas relaciones.

[Pedagogía Proletaria, París 1930, páginas 92-108]