Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza
Pedagogía Proletaria. Jornadas Pedagógicas de Leipzig 1928
II. Fin de la Educación
B) Escuela y Estado
por Chulguin (Unión Soviética)
INFORME
Todavía hay en cada país pequeños grupos de pedagogos que se niegan a tratar el problema indicado en nuestro título: El Estado no tiene ni el poder ni el derecho, ni siquiera el deber de ocuparse de educación. ¡Nadie tiene el derecho de violentar la personalidad del niño! ¡Que el niño se desarrolle y crezca a su manera “normal” y “natural”! Que él mismo se proponga ideales y que trate de alcanzarlos por sí mismo. “Si buscáis fines determinados en la educación, si obligáis al niño a sufrir una dirección cualquiera, cometéis una injusticia con él”. Los que así hablan no ven, no comprenden que eso es inconcebible en la sociedad burguesa. Lo que educa al niño es el medio, el método de vida, las costumbres y usos, las ideas dominantes en la actividad que le rodea. De todo eso no es posible sustraerse. Desde su más tierna edad, el niño oye las palabras “mío” y “tuyo”; desde los primeros años se ve rodeado de desigualdades, y ve cómo se comercia; él mismo, en sus juegos, compra y vende; ve también a los representantes de la fuerza reinante y juega a los soldados, a los guardias; ve en la calle cómo se dispersan por la violencia las manifestaciones, sabe que los revolucionarios están presos. ¿Qué quiere decir esto? Todo eso significa que, desde el instante en que el niño ve la luz del día, es educado e instruido por el medio que le rodea. El medio le dicta los juicios de valor acerca de todos los hechos que presencia; el medio le impregna un día y otro día una ideología determinada. Por consecuencia, decir que se puede prescindir del medio, que se puede preservar al niño de lo que el medio exige de él, es hablar en vano.
La escuela depende por completo del Estado.
Es imposible descubrir una isla inhabitada; y si hay que continuar viviendo socialmente, hay que aceptar, como una consecuencia inevitable, que el medio educa al niño diariamente, y precisamente en el sentido que agrada a la clase gobernante, puesto que la ideología de la sociedad domina por completo, y cada institución oficial no hace más que ejecutar las órdenes de la sociedad. Es absolutamente imposible escapar a su influencia.
Se puede luchar contra ella. Es verdad que se desarrolla una dura lucha de clases; pero no hay que pensar en evitarla.
He ahí por qué están igualmente equivocados los que afirman que la escuela podría ser independiente del Estado y el educador fijar por sí mismo los fines de la educación que da. Estas gentes, o mienten o sueñan, y no ven cómo sus ensueños son desmentidos a cada momento por la realidad; se niegan simplemente a ver lo que pasa a su alrededor. Como sus sueños son inofensivos, se les soporta; pero, si sus ideales no coinciden con los intereses de la clase dominante, se les expulsa de la sociedad, se les encarcela. Así es como el poder público demuestra que es el jefe de la escuela, el que le fija los fines que los educadores tienen el deber de realizar. Esa verdad no se disimula actualmente. “Es necesario –dice Coolidge– que la educación esté al servicio del orden cívico.
“Nuestros establecimientos están sometidos a una crítica demasiado viva, están expuestos a violentos ataques. Mientras que no se comprenda bien su carácter y se estudie bien su origen; mientras su significación no sea apreciada exactamente, el pueblo fácilmente puede ser víctima de agitadores egoístas que explotarán sus prejuicios para su interés personal.
“Para luchar contra esos agitadores “egoístas” es para lo que está llamada actualmente la escuela. De una vez para siempre hay que declararlo con toda claridad: América ha hecho ya su revolución y el poder público está por completo en las manos del pueblo.”
Según eso, se ve claramente contra qué debe luchar el educador: contra todo lo que incite a la revolución futura. Está claramente expresado lo que él debe hacer. He ahí la directriz de Coolidge.
No es del todo nueva. Así hablaba ya Guillermo II en 1889: “Desde hace ya mucho tiempo –escribía Guillermo II en su Ordenanza del 1° de mayo de 1889– alimentaba el pensamiento de que es preciso que la escuela sirva para combatir la extensión de las ideas socialistas y comunistas.
“En primer lugar, la escuela, educando a los niños en el temor de Dios y en el patriotismo, debe echar los fundamentos de una sana idea de las relaciones políticas y sociales. Entre tanto, he de declarar que en estos tiempos en que las alteraciones y los errores socialistas se propagan con un celo extraordinario, la escuela debería intentar los mayores esfuerzos para contribuir a dar a conocer lo que está conforme con la realidad objetiva y con las posibilidades reales. La escuela debe, desde la más tierna infancia, despertar el convencimiento de que las ideas socialistas no sólo se oponen a los preceptos de Dios y a la moral cristiana, sino que son igualmente irrealizables desde un punto de vista práctico, y, en consecuencia, perniciosas para el individuo y para la colectividad”.
¿Qué ha cambiado desde entonces? Semejantes palabras se las dirige hoy el poder público a los comunistas. Además, esa actividad la aprecian los representantes del cuerpo docente como una actividad efectiva: “El Estado ha demostrado, desde hace mucho tiempo, su derecho y su aptitud para enseñar y para formar al niño –dice Pfleger– (Schulpolitisches Jahrbuch, 1926, pag. 12); la cuestión es indiscutible”. “La escuela primaria ha pertenecido siempre al Estado” (pág. 17). “La escuela es cosa del Estado y debe seguir siendo cosa del Estado” (pág. 10). Por consiguiente, sería un error creer que el Estado se limita a indicar a la escuela sus principales cometidos y nada más. No; toda la organización de la enseñanza primaria, la totalidad de los programas, los métodos de enseñanza, el funcionamiento de la escuela, la formación y la selección de los maestros, todo, absolutamente todo, está subordinado a la consecución de un fin.
El “bluff” de la escuela única y de la escuela renovada
De hecho no se ha realizado la escuela única, la escuela abierta igualmente para todos. Siempre vemos diferentes tipos de escuelas y precisamente para niños de diferentes clases sociales. Sus finalidades son diferentes, como lo es el volumen de los conocimientos enseñados.
Nos ocurre, muy frecuentemente, oír hablar de escuelas nuevas: se escribe mucho a su costa, se las cita con orgullo. Pero, si tomamos la molestia de examinar lo que representan, propiamente hablando, esas escuelas nuevas, la clase social de donde salen sus alumnos, la naturaleza de los fines que se proponen, vemos que lo que se quiere es formar “directores”, formar “una minoría selecta”; he ahí lo que pidieron los padres a Lietz, uno de los primeros fundadores de la escuela “nueva” en Alemania. No obstante, escuelas de ese género existen también fuera de Alemania. Su patria es Inglaterra. Su antecesora es la famosa escuela de Abbotshelm, que dirigia Reddy. Formar una aristocracia intelectual y un cuerpo de “directores” era el fin de esa escuela. Ese movimiento inglés repercutió en América, en Francia y en otros países donde surgieron escuelas con propósitos idénticos; la escuela de Les Roches de Demolins ha sido fundada para “la educación de los niños de las capas más cultivadas de la sociedad francesa; en toda sociedad se necesita una minoría selecta para dirigir a las masas”. ¿Hay necesidad aún de subrayar la cualidad de los niños educados en esas escuelas? No se establecen más que para los hijos de la burguesía.
La organización de tales escuelas es realmente grandiosa y, al lado de eso, vemos en la ciudad y en el campo otras escuelas, de las cuales algunas están desprovistas hasta de lo más necesario, donde el maestro puede tener hasta 40 o 50 alumnos, donde la enseñanza no dura más que algunos meses, donde el programa está mutilado. Esas escuelas son las que se destinan a los hijos de los campesinos y de los obreros.
No se forma en ella a los depositarios del poder, sino dóciles ejecutantes de la voluntad de esos depositarios. Hay también un tercer tipo de escuelas. Estas son las más ricas, en ellas se da una mayor cantidad de conocimientos: son las escuelas medias, que preparan a los subalternos de la industria y del ejército, a los pequeños funcionarios.
Así es como resuelve la burguesía la cuestión escolar. De ningún modo escuela única. Es muy difícil que el niño llegue a la enseñanza superior; en su camino se atraviesan millares de obstáculos. Sin embargo se lucha por la escuela única. Toda una serie de Estados trabajan en ella. Muy recientemente, el partido de Baldwin escribía, en un acuerdo, las líneas siguientes: “Es preciso crear un número suficiente de escuelas de segundo grado que pongan a disposición de los alumnos no pudientes bastante número de plazas. A los once años de edad hay que hacer que pasen los mejores alumnos de las escuelas de primer grado a las del segundo, en las cuales se les instruirá gratuitamente hasta los 16 años.
Luego, los mejores de entre ellos, deben seguir allí hasta los 18 años; de éstos, los que posean mejores facultades, deben ser distinguidos dándoles becas que les permitan asistir a la Universidad.
De manera que el alumno debe demostrar dos veces no solamente sus capacidades, sino también su buena inteligencia para obtener una beca y asistir a la Universidad.
En Francia también ha existido su correspondiente lucha por la escuela única.
Sin embargo, la lucha por la escuela única no es más que una nueva habilidad. Su sentido es muy claro: instituyendo la escuela única, la burguesía quiere extraer e incorporarse las cabezas más capaces del proletariado para nutrir sus propias filas. Envía a los jóvenes más capaces del proletariado a la Universidad para formar en ellos una nueva clase; emplea todos los medios para arrancarlos de su propia clase. En cambio, el acceso a la enseñanza superior está cerrado a todos los demás.
Todo eso no es nuevo, lo recomendaba hace ya varios años Kerschensteiner: “Mientras se crea necesario cortar el camino del desenvolvimiento ulterior incluso a un hombre capaz, o hacerle el acceso más penoso, mientras nuestros establecimientos pedagógicos no lleguen a ser centros de atracción para todos, servirán más bien para atizar que para apagar el fuego del descontento revolucionario. Un gran núcleo de descontentos no se hace peligroso hasta tanto que las instituciones civiles y sociales no amarran a galeras a un hombre enérgico y capaz. Por eso también se procura incorporarse a los hombres superiores y, de ese modo, ir decapitando a las masas. Esta es la significación de “la escuela única”.
La burguesía no tiene interés en instruir realmente a la totalidad de los obreros y de los campesinos ni en desarrollar sus potencias creadoras. Precisamente por eso no crea la escuela única, por eso los programas no dan a los niños una representación pertinente, exacta, de la sociedad, de la lucha de clases, de los ideales, del movimiento obrero y de los métodos que emplea; por eso la escuela no conoce el darwinismo ni el marxismo. A los niños se impregna día por día, hora por hora, la ideología burguesa. Es lo que demuestra no solamente la práctica de las escuelas primarias, sino también la de las escuelas “nuevas”, de las escuelas “libres”. En Ferrière el ejército y la gendarmería están caracterizados como “los protectores y guardianes de la familia, de la escuela y de la sociedad”, y no como fuerza defensiva de la burguesía y como instrumento destinado a reprimir a las masas obreras y campesinas. “Lo excelente” son los “pastores”, los filántropos, los refrenadores religiosos. Según nuestro punto de vista, al contrario, los pastores son obscurantistas, propagandistas de la ignorancia y de la mentira que no hacen más que incomodar al obrero y al campesino. Lo mismo se observa en los manuales de lectura y en todos los demás manuales: unos y otros están saturados de ideas burguesas; son generalmente patrioteros y nacionalistas. Los manuales checoeslovacos hablan tanto de imperialismo como del nacionalismo de los países germánicos de antes de la guerra. En cambio en Alemania no se oye hablar más que de la opresión de los eslovacos, de los Cárpatos por los checos. Eso es típico. Cada Estado habla de la “política de pillaje” de los otros cuando la sufre, y calla sus propios delitos. Cuando el niño está todavía casi en la cuna, los manuales le preparan ya para defensor de su patria contra los “complots de sus vecinos”.
Las mismas observaciones podrían hacerse en lo que atañe al funcionamiento de la escuela. En ella se acostumbra al niño a la sumisión, a la docilidad. Nada de “self-government” de los niños de la escuela del pueblo. No existe más que en las escuelas “nuevas”, es decir, de una manera general, allí donde se forman los niños que han de ser los “depositarios del poder”; en ellas se concede a los niños más libertad, más iniciativa, y es muy natural, puesto que se trata de formar “directores”. Sin embargo, el “self-government” no es, en general, más que un espejo del orden político. El educador es un monarca absoluto y los niños no tienen derechos; o bien su poder está un poco disfrazado por ese pretendido “self-government”. Los alumnos mayores, o los mejores, son los auxiliares del monarca, sus “ministros”, &c. Y ¿todos los demás? El rebaño que vota y nada más. No se cambia nada cuando se instituye la ilusión de un sistema republicano. Esa República no es más que una república de la República burguesa de los mayores. Su misión es inculcar profundamente a los niños el pensamiento de que “para todas las reformas deseables contra todos los males, la urna electoral es el mejor instrumento del éxito”. (Baldwin.) Así, pues, todos los años o todos los meses, se eligen delegados, y esos delegados actúan, trabajan; todos los demás son despojados de sus derechos y quedan inactivos. Pasa un año, y se procede a la reelección. ¿Y entre tanto? Entre tanto, los delegados hacen lo que les parece bien. De esta manera, el “self-government” escolar dispone a los niños conforme al gusto de la clase dominante y les inspira la idea de que puede obtener todo, no por la vía revolucionaria, sino por la vía parlamentaria.
Pero no es eso todo. En la escuela, el niño es despojado, en gran parte, de derechos. La constitución, aún republicana, le es otorgada, “desde arriba”, por el maestro, y ese maestro está autorizado para golpear al niño. Hay pruebas de ello, de cuando en cuando.
Esto no sucede en la Unión Soviética. Por una acción de ese género el maestro padece correcciones disciplinarias. El niño lo sabe. De esa manera la escuela soviética forma un niño distinto. Los métodos pedagógicos burgueses concurren a un fin común. No desarrollan en el niño la iniciativa, la independencia, el poder creador, la audacia; no le enseñan a transformar el medio y el mundo. No; por lo menos en la escuela primaria, se dificulta el desarrollo de esas cualidades. Por eso no se aplica ampliamente el método de proyectos en la escuela primaria. Ese método es un método de combate contra el pasado y la tradición, un método que da conciencia de vida y que la transforma. Este método fracasa frecuentemente si, en vez de emplearlo para transformar el medio, se hace para dar una justificación del mismo.
Al mismo fin concurre también la religión. “Ningún sistema pedagógico puede considerarse satisfactorio si no proporciona a los alumnos una formación religiosa suficiente.” (Baldwin.)
Coolidge se expresa de una manera aún más clara y expresiva: “Todavía hay que incluir un factor en la educación cívica, si no fracasa la totalidad del trabajo. Nuestra enseñanza, nuestros conocimientos, toda la cultura y toda la ciencia no tendrán gran valor como no sirvan para fortalecer los bienes superiores, si no poseemos el Honor, la Verdad, y la Justicia. Si no nos basamos en los valores espirituales, no tendremos tampoco base de progreso; una inteligencia cultivada puede dar grandes resultados, pero no crea las condiciones de la moralidad, del carácter, y de la religión. Sin esas bases, el orden cívico de América no respondería a sus destinos.” Lo mismo, naturalmente, para Alemania. Todo se completa en el sistema. Así, el poder público realiza sus fines por medio de la Escuela.
Fines y programas de la Escuela Soviética
Por consiguiente, si cada Estado burgués asigna a la escuela unos fines perfectamente determinados, si cada escuela se dedica a realizarlos, la U.R.S.S. igualmente asigna unos fines a sus escuelas. Pero sus fines son completamente diferentes. Nosotros formamos campeones de los ideales de la clase obrera, constructores de la sociedad comunista.
Por eso encontramos en la Unión Soviética, otro sistema, otro programa, otra organización de los niños, otra función del educador. La escuela de la U.R.S.S. es una escuela única, y la razón es muy fácil de comprender: La U.R.S.S. tiene interés de que todos los niños reciban la mayor cultura posible, que todos los niños estén llenos de energía y entusiasmo para crear, pues el socialismo no puede ser construido más que por millones de individuos. Pero es preciso instruir a esos millones y millones. Para ellos tenemos que edificar un sistema tal de enseñanza popular, que el niño pueda pasar no sólo de una clase a otra, sino de una escuela a otra, con plena libertad, sin ningún impedimento, sin preparación particular alguna, sin examen, sin pérdida de tiempo. Pero, para todos los niños. No hay escuelas especiales para los hijos de la clase directora; sería inconcebibles ya que la aplastante mayoría del pueblo es la que “dirige”. Nosotros no tenemos más que la escuela única, y en absoluto no tenemos ninguna escuela privilegiada.
En la escuela se ha suprimido toda la disciplina superflua: No se enseña ni griego, ni latín, ni tampoco religión. La religión es el opio obreras y campesinas de las más amplias ideas de una verdadera cultura. Por eso la escuela está impregnada de marxismo y de darwinismo.
Las escuelas de la Unión Soviética no forman soñadores, sino hombres que conozcan la vida, que vean todos sus defectos e imperfecciones, que sepan apartarlos y luchar contra ellos. “Los filósofos trataban sencillamente de explicar el mundo de una u otra manera, pero nosotros ahora tenemos que transformarle” –decía Marx. Por esa razón, los niños no solamente estudian el mundo, el medio en que viven, además toman parte en su transformación. Llevan consigo, al seno de su familia, nuevos conocimientos y los aplican luego a la vida bajo vigilancia de sus maestros. Luchan por una existencia higiénica, por una agricultura próspera, por el mejoramiento de la ganadería; ayudan a la extinción del analfabetismo entre los adultos y los niños, hacen propaganda para la cooperación. Y no son únicamente propagandistas, son también innovadores. Poseen en las tierras de sus padres, parcelas con cultivo modelo, nidales perfeccionados para la cría de pájaros, &c. Se ocupan del ornato de las calles del pueblo; plantan árboles, jardinillos, flores; introducen alumbrado eléctrico y así sucesivamente. Son jóvenes ciudadanos que así se van preparando para su misión de constructores de la Sociedad comunista.
Se ataca a la Unión Soviética, se intenta destruirla, el comunismo no se ha realizado todavía. La Unión está rodeada de enemigos; se la quiere abatir con una guerra que es inevitable. Por eso la escuela, de acuerdo con el ejército de los Jóvenes “pionniers”, prepara a los niños para que sean los campeones de los ideales de la clase obrera.
El niño debe saber combatir, y debe saber construir; para ello es preciso que tenga numerosos y profundos conocimientos, que se asimile las conquistas más recientes de la ciencia, que aprenda a apropiarse de todo lo que sirve para construir y para combatir de la manera más racional. Por eso todo el programa de la escuela soviética está lleno de espíritu moderno, de lo que existe hoy, de lo que sucede ahora y no de lo que ha acontecido en el pasado. Del pasado no se ocupa más que para explicar el presente, en la medida en que eso es indispensable. Nuestros ideales no están detrás de nosotros, sino delante de nosotros. La Unión Soviética es una República del Trabajo; el trabajo es la base de todo, y los niños se ocupan, ante todo, del trabajo. Con respecto a esto se pueden cometer dos errores. Uno de ellos consistiría en hacer aprender numerosos oficios; el otro, en hacer ejercer una sola actividad corporativa cualquiera. Ni uno ni otro punto de vista es aceptable. El papel del trabajador de la Unión Soviética no es comparable al de ningún trabajador del mundo. No es solamente una rueda de la complicada máquina de la producción, ni es el ejecutor servil de una voluntad extraña: es el creador y el arquitecto de un mundo nuevo. Para esto es preciso que conozca los principios fundamentales de la producción, sus leyes fundamentales y, al propio tiempo, se dedique al trabajo práctico. Hace falta que tenga una cultura bastante amplia, que haya recibido una enseñanza suficientemente orientada en el servicio de la producción para que pueda poner su iniciativa, su potencia creadora, al servicio del mejoramiento de la producción, de su perfeccionamiento. Un artesano de pocos alcances, un especialista del oficio, son poco útiles para la Unión Soviética. Por lo tanto, la escuela Politécnica (escuela de primer grado) ayuda a formar al obrero, como creador, como organizador de la producción, como inventor. La Unión Soviética edifica una sociedad nueva, una sociedad sin ejemplo. A este fin, no le bastan gentes instruidas, sino que también necesita gentes llenas de iniciativa y de fuerza creadora, y cuanto más numerosas sean, mejor, más se acelerará el ritmo de la edificación socialista, más pronto se realizará el objeto final. Pero ¿cómo alcanzar este ideal? El método pedagógico tiene aquí la mayor importancia. Debe ayudar al niño a desarrollar en sí mismo aquellas cualidades, a formar estas partes de su individualidad. Para ello, en lugar de los métodos pasivos, se utilizan cada vez más y e una manera cada vez más completa, los métodos de investigación, el método de proyectos. La esencia de los métodos estriba en que los niños aprenden en la escuela no sólo a elegir lo que es necesario y útil en su medio, sino también la mejor manera de proceder en él. A tal fin, deben aprender a hallar la solución mejor, es decir, que deben estudiar teóricamente las circunstancias dadas, descubrir los mejores procedimientos para la solución práctica del problema y, finalmente, emplear los más seguros criterios para apreciar los acontecimientos. Poder de estudio, fuerza creadora, iniciativa, penetración de espíritu, aptitud de investigación, he ahí las cualidades a cuyo desarrollo deben contribuir los nuevos métodos escolares.
La Unión Soviética tiene necesidad de hombres que sepan organizar la producción y dirigir el país. Todo obrero, todo campesino debe saber eso. Para ello se ha implantado en todas las escuelas de la República el “self-government”. Debe hacerse extensivo a todos los niños, democráticamente, es decir, concebido en tales términos que no solamente los mandatarios, sino la generalidad de los niños, realicen en todo momento un trabajo u otro. Una semejanza completa con la organización de cualquier soviet. Se ve trabajar a los miembros del soviet, y, bajo su dirección, en común con ellos, y para sostenerlos voluntaria y gratuitamente, a la gran masa de la clase obrera, de la campesina, y de los intelectuales. En eso consiste la esencia de la democracia soviética. Si el “self-government” está establecido de este modo, no forma una casta de depositarios del poder ni una masa dócil. Todos han de saber administrar, todos deben aprender a organizar. En la Unión Soviética se concibe el “self-government” con flexibilidad. Sus formas, sus rasgos, se modifican según el desarrollo de los niños, según la complicación de la economía, según las características del medio. Esas son las grandes conquistas de la Unión. Por ese camino, los niños aprenden a pensar que todo evoluciona progresivamente, que lo que es bueno hoy, puede ser anticuando mañana, e inútil pasado mañana; por ese método aprenden a mejorar una situación dada. Se ve claramente por qué es preciso que así sea. La dictadura del Proletariado es una etapa necesaria para la instauración del comunismo y nada más. La organización de la Unión Soviética es la más flexible del mundo, y no cesaremos de perfeccionarla. Es preciso enseñar eso también a los niños.
La Unión no comprende nacionalidades oprimidas. Por esa razón vemos desarrollarse más rápidamente que la escuela rusa la de las nacionalidades que estaban oprimidas y humilladas por el régimen zarista; así, todos los niños aprenden en su lengua materna, y hoy solamente tienen necesidad de manuales hechos en la Unión Soviética.
Los ideales de la clase obrera son internacionales; la enseñanza soviética no está inspirada en el odio a las demás agrupaciones nacionales, ni aún a los demás Estados, como es costumbre muy generalizada; en cambio está impregnada en un gran amor por la lucha de la clase obrera, por el socialismo. No es difícil observar que las exigencias del Estado proletario respecto a la escuela corresponden, de la manera más exacta, más frecuente, al desarrollo del niño. El niño es vivo, activo, tiene iniciativa, ve delante de sí todo el porvenir. De año en año, va formándose del mundo y de la sociedad, representaciones cada vez más adecuadas, y, por esa razón, no se satisface con formas dadas e invariables. Así, una organización flexible del “self-government” de los niños, un programa consagrado al presente y lleno de todo lo que constituye para el niño sus razones de vida, unos métodos activos, una profunda libertad para todas las manifestaciones de la iniciativa y de la fuerza creadora: todo esto corresponde perfectamente a la naturaleza del niño.
[Pedagogía Proletaria, París 1930, páginas 83-91]