
Ramón de Armas
La revolución pospuesta: destino de la revolución martiana de 1895
Pensamiento Crítico, La Habana, febrero-marzo 1971, número 49-50, páginas 7-119.
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Nota introductoria
Como constante, como línea continua que da unidad al período todo de la última década del XIX cubano y a los años del surgimiento neocolonial de Cuba –para mantenerse ya en la historia republicana–, aparece la supervivencia ininterrumpida y la hegemonía sostenida de todas las variantes y modalidades de la reacción y el conservadurismo políticos y económicos –a veces desde el poder; a veces fuera de él. Ello, a pesar de años de guerra prolongada durante la segunda mitad del siglo, y a pesar del poderoso movimiento revolucionario que –iniciado en el propio fracaso de la guerra de 1868-78– toma posteriormente cuerpo y concreción alrededor de la figura cimera de su máximo organizador e inspirador: José Martí.
Si dejamos a un lado el integrismo español –que si bien no ejerce oficialmente el poder, sí lo utiliza y orienta en interés propio y toma como base de su fortuna ese usufructo–, reformismo, autonomismo, anexionismo e intervencionismo son sólo modalidades más o menos intensas de uno misma línea conservadora que se penetra en la República y la da a luz como entidad política al servicio de una misma y única función productora y de un mismo y único sector de la burguesía cubana que –con sus inevitables altas y egresos– se mantiene en el disfrute de la riqueza, si bien no siempre en el ejercicio del poder ni en el usufructo absoluto de la propiedad.
Los grupos de la burguesía cubana que resultaron hegemónicos en todo el período y que lograron la imposición o preponderancia de su política, adoptaron en distintos momentos todas las diversas posturas –a veces, contrapuestas– desde las cuales podían garantizar la supervivencia de sus intereses y, con ellos, la propia supervivencia como tales grupos.