En España se puede hablar claro
Las ideas y la personalidad de Sir William Beveridge
“He venido a exponer libremente mis opiniones y a aprender vuestro modo de abordar los problemas.”
Invitado por nuestra Facultad de Ciencias Políticas y Económicas para inaugurar su nueva cátedra de Seguridad Social, que ha dotado el Instituto Nacional de Previsión, pasó unos días en España el profesor inglés sir William Beveridge. Su llegada, como la de otros ilustres hombres de ciencia extranjeros que recientemente han visitado nuestra Patria, entraña un significado que cada español entiende y que no es preciso ponderar. Justamente por estos días habían de cumplirse siete años de la victoria de nuestra juventud, coronadora de una de las actitudes más universales y amplias de la Historia española. Desde aquel 1.º de abril al 1.º de abril de 1946 experimentaríamos el dolor de tanto sacrificio ignorado o negado por el mundo, el amargor de tanta invectiva injusta sistemáticamente dirigida sobre nosotros. A raíz de la paz del mundo, cuando parecía lógico y deseable que todo volviera a mejor armonía y mayor justicia, los ataques se recrudecieron. Sólo el tiempo y la innegable realidad española van abriendo pupilas remisas y enderezando equívocas voluntades.
Ahora, con la llegada de sir William Beveridge, personalidad de calificación nada sospechosa respecto al juicio que luego hubiera de expresar, ha habido ocasión de conocer algo de nuestra palpable y paulatina recuperación sobre todas las incomprensiones y malicias.
El profesor inglés, lo mismo con ocasión de sus conferencias que en declaraciones a la prensa y radio nacionales, se ha expresado en esta forma concluyente: “A pesar de cuanto se me había dicho, he podido hablar aquí con perfecta libertad.” Todavía aclaró: “Por lo que he podido ver, todo el mundo puede expresarse con esta misma claridad, del mismo modo que en Inglaterra.”
Sir William Beveridge venía suficientemente prevenido. Aquel amigo que le fue a despedir en Northumberland le expresó en una amable pregunta algo significativo; ingenuidad no nueva ya para nosotros: “¿Pero no es usted muy valiente al ir a España?” A esto se respondía Beveridge: “Y es verdad que, en cierto aspecto, he necesitado valor: valor físico para resistir una hospitalidad tan extremada como se me ha concedido. Estoy sumamente satisfecho de mi estancia.”
Con tan breve elocuencia se aclaran, y seguirán aclarándose, puntos incontestables de nuestra verdad española. Sir William Beveridge, llamado a España por su prestigio en una materia que integra buena parte de la obra ilusionada y entusiasta de nuestro pueblo, ha venido a Madrid. Le hemos visto y nos ha visto. Como expresión de este enlace espiritual propugnado y hecho efectivo por España hablan estas frases del profesor: “Yo vine a exponer libremente algunas de mis opiniones y a aprender vuestro modo de abordar los problemas.” Y estas otras: “Opino que, independientemente de lo que los Gobiernos hagan o dejen de hacer, es deseable mantener abierta la comunicación de ideas entre las universidades y los hombres de ciencia de las diferentes naciones, siempre y cuando todos disfruten de la libertad que yo disfruto hoy para hablar sin temor ni parcialidad, para decir exactamente lo que pienso.”
Así ha hablado de España sir William Beveridge. Por nuestra parte no cabía más discurso que cuatro frases sinceras y la realidad. De esas cuatro frases expresivas de nuestra espiritual aspiración sería el resumen las palabras de Fernando María Castiella cuando dijo –voz de los universitarios españoles– que nuestra juventud “siente ansias de una todavía mayor justicia social y que no será nuestro pueblo quien se rezague, bajo la sombra de la Cruz, a crear un mundo más justo”. – A. de A.
Un hombre, un plan
Cuando sir William Beveridge pisó tierra española, las primeras miradas avizoras de las cámaras fotográficas se hacían símbolo puro del interés de cualquier español. Interesante, sobre todo presagio, la figura del viejo profesor. A la impresión recibida a través de antiguas y recientes fotos periodísticas, se sumaba la simpatía de su trato comunicativo y afable. En igual moneda ha sido pagado, sin duda, el ademán cordial de sir William Beveridge. Humano y abierto su gesto de buen universitario, sincera y humana la actitud de nuestros hombres de estudios, deseosos de ensanchar con el mejor intercambio intelectual la esfera de nuestra espiritual presencia en el mundo.
En Beveridge hay, ante todo, “el hombre”. Y si todo hombre se justifica en un quehacer, en un proyecto de obra, en un “plan”, la persona de este gran profesor toma en seguida el prestigio magno de ser portador de un plan de especial generosidad y altruismo. No es el hombre con “su” plan, sino el hombre ofreciendo un plan para todos. Veamos primero al hombre:
Sir William Beveridge es de familia escocesa y nació hace sesenta y siete años en la India, donde su padre desempeñaba el cargo de juez. Su carrera administrativa y universitaria mostró la enorme capacidad de trabajo y la aptitud organizadora, contrastada en múltiples ocasiones, de sir William Beveridge. Fue justamente Mr. Churchill quien sugirió a Lloyd George la Idea de confiar a Beveridge la ejecución del Plan Nacional de Seguros concebido por el premier liberal. A partir de entonces le fueron confiadas tareas tan delicadas como la organización de la Bolsa del Trabajo y de Racionamiento Alimenticio durante la primera guerra mundial. Como presidente del Comité Estatutario del Seguro de Pago, Beveridge no sólo enjugó el déficit que este organismo había contraído durante la depresión de 1931, sino que consiguió que los fondos administrados ascendieran en 1942 a 134 millones de libras esterlinas. Al comenzar la última guerra, sir William Beveridge aceptó la responsabilidad de estudiar un plan para utilizar plena y adecuadamente la mano de obra británica. Más tarde preparó un proyecto, por encargo del Board of Trade, para el racionamiento del carbón. Finalmente, en junio de 1941, el ministro encargado de los Problemas de la Reconstrucción, Mr. Arthur Greenwood, le nombró presidente de la Comisión Interministerial para el estudio de los sistemas de Seguros Sociales que se hallaban en vigor en aquel entonces. La trascendencia política de la tarea confiada a dicha Comisión, integrada totalmente por funcionarios públicos, motivó el que el citado ministro estimase conveniente que la responsabilidad del informe que, como resultado de su actuación, debía emitir, recayese íntegramente en sir William Beveridge. En consecuencia, y a tenor de una carta que dirigió a éste en 27 de enero de 1942, los representantes de los diversos Departamentos quedaban reducidos a simples consejeros y asesores de sir William, por lo que el informe, terminado el 20 de noviembre de aquel año, fue obra exclusiva personalísima de éste. Lo que no fue obstáculo para que hiciera compatible el fatigoso trabajo que requería la redacción de su puño y letra de un documento de más de 80.000 palabras con la presidencia del Comité de Especialistas de las Fuerzas Armadas, cargo para el que le nombró Mr. Bevin. Beveridge es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Londres, y en Derecho por las de Aberdeen y Chicago, así como Master of Arts por la de Oxford. En 1938, cuando cuatro grandes fundaciones decidieron dotar conjuntamente un nuevo organismo, el Instituto Nacional de Investigación Económica y Social, se eligió para dirigirlo a sir William Beveridge.
Este es el hombre Beveridge. Su “plan”, la auténtica, obra cumbre de su vida, es indiscutiblemente el informe sobre los Seguros Sociales, conocido en el mundo entero con el nombre de “Beveridge Report”. Su ampliación es el “Full Employment in a free Society”, sobre el que ha disertado en Madrid.
Entre las obras publicadas por Beveridge hay que destacar también “Unemployment”, estudio del problema del paro obrero; “Causes and Cures of unemployment”, trabajo encaminado a divulgar el propio tema, y “Tariffs”, defensa del librecambio, realizada en colaboración con otros economistas (Robbins, Bowley y Hicks, entre otros). Beveridge ha colaborado, además, en la Prensa con un sinnúmero de artículos; los principales han sido recogidos en el libro The Pillards of Security.
Sir William Beveridge es Comendador de la Orden del Baño, milita en el partido liberal y pertenece al Reform Club.
La Seguridad Social
Resumidas de mano del propio Mr. Beveridge, reproducimos a continuación sus ideas fundamentales sobre Seguridad Social. Dichos conceptos constituyeron el cuerpo básico de una de sus conferencias:
«Se denomina Seguridad Social la seguridad de los individuos, organizada o fomentada por el Estado, frente a los riesgos que puedan sobrevenirles, incluso cuando la situación general de la sociedad sea satisfactoria. Esta definición de Seguridad Social no abarca las disposiciones encaminadas a conseguir la ocupación total, la fijación de salarios mínimos, la sanidad pública, la reglamentación del trabajo o los planes educativos y de construcción de viviendas. Todas estas medidas tienden a lograr que la situación general de la sociedad sea satisfactoria, pero su realización deja expuesto, no obstante, al individuo a los riesgos inherentes a los cambios de ocupación, enfermedades, accidentes, pérdida de capacidad para el trabajo por razón de edad, fallecimiento e interrupción o fin de sus ganancias, así como a los gastos extraordinarios ocasionados por nacimientos, matrimonio o muerte.
Dejar que los individuos afronten solos estos riesgos puede significar que un número considerable de ellos no consiga cubrirlos satisfactoriamente y sufra escasez. El Plan de Seguridad Social contenido en el Informe sobre Seguros Sociales y Servicios Afines que elevé al Gobierno británico en noviembre de 1942, pretende librar de la penuria a todos los ciudadanos, garantizándoles el derecho a una renta suficiente para atender a su subsistencia cuando sus ingresos se interrumpan o cesen.
El Informe propone un plan general y unificado de seguros sociales contra las pérdidas de ingresos debidas a paro, enfermedad, accidentes de trabajo, ancianidad y fallecimiento del trabajador, mediante una sola aportación semanal que cubra todos estos riesgos. El plan afecta a toda la población, pero estableciendo las adecuadas diferencias entre aquellas personas que realizan un trabajo asalariado y las que trabajan por su propia cuenta o como patronos, así como aquellas otras que no realizan trabajo remunerado. Los premios en dinero previstos han de ser suficientes para atender a las necesidades imprescindibles de la persona asegurada y de las que de ella dependan, aun cuando carezca de otros medios, y no se reducirán si posee dichos medios. Deben, más bien, considerarse como un mínimo susceptible de aumento. El informe prevé los gastos originados por maternidad, fallecimiento y tratamiento médico integral, tanto a domicilio como en hospitales, sin exigir ningún pago en razón de dicho tratamiento. Propone también un sistema de subsidios familiares aun cuando el padre perciba ingresos, que tiene por objeto garantizar que ningún hijo sufra penuria por muy numerosa que sea la familia.
El Plan de Seguridad Social ha sido sustancialmente incorporado al Proyecto de Seguros Nacionales, que se halla actualmente en el Parlamento, pero con ciertas modificaciones, la más importante de las cuales es el aumento que experimenta la asignación en caso de accidente del trabajo cuando se trata de personas que han alcanzado la edad suficiente para alcanzar pensiones o se encuentran próximas a ella. Este aumento es de 65 chelines en los hombres y 60 en las mujeres. Por el contrario, los subsidios en razón al número de hijos son inferiores.
El Plan representa una ampliación del principio de un mínimo nacional que cubra tanto las épocas en que la perfección de ingresos se interrumpe como aquellas otras en que dichos ingresos se perciben normalmente. El plan
a) no es un fomento de la ociosidad. El subsidio de paro no se pagará a aquellas personas que rehúsen un trabajo adecuado. Todos los premios en dinero se hallan condicionados a la aportación individual;
b) no es un freno de la iniciativa y de la responsabilidad individual. Los premios en dinero previstos son un mínimo que no se reduce con la existencia de otros medios, sino que deja campo a la iniciativa de cada individuo para obtener ingresos suplementarios. El Plan no iguala a todos coercitivamente, sino que establece un tope a las desigualdades;
c) no supone cargas adicionales para la comunidad. Asegura simplemente que las necesidades debidas a enfermedad, paro, niñez, ancianidad, sean atendidas de una forma equitativa y ordenada, con objeto de conservar la salud y la capacidad de trabajo de la gente. Es una redistribución del poder adquisitivo tanto entre ricos y pobres (por medio de la imposición) como entre las épocas en que se perciben ingresos y las épocas en que éstos no existen, con objeto de poner en primer lugar las cosas importantes. Se pretende que todos puedan comer pan en cualquier tiempo mejor que pasteles algunas veces, y sólo algunos.
Todo país necesita algún Plan de Seguridad Social, pero no el mismo Plan necesariamente. Los países que tienen una gran población campesina o aquellos en que las diferentes clases que integran la comunidad tienen grandes diferencias en el tenor de vida, podrán muy bien necesitar algo diferente del Plan británico, relativamente sencillo y amplio al propio tiempo, que prevé asignaciones uniformes para aportaciones también uniformes que no guardan relación con los salarios. La Seguridad Social es una materia en la cual cada país obrará prudentemente estudiando lo que hacen los demás, pero no imitándolos servilmente.»
La doctrina del “Full employment in a Free society”
Los conceptos que siguen resumen el contenido de las otras dos conferencias de Beveridge sobre “La ocupación total en una Sociedad libre”.{1}
«La ocupación total es aquella situación en la que hay por lo menos tantas ocupaciones retribuidas vacantes como hombres y mujeres que busquen trabajo o, como prefiero llamarla, la situación en que hay de hecho más ocupaciones que hombres y mujeres que las desempeñen.
Una sociedad en que no hay ocupación total no ofrece a sus ciudadanos las condiciones esenciales de una vida feliz, puesto que una de estas condiciones es que todo ciudadano en edad de trabajar que tenga oportunidad para hacerlo y obtener una ganancia experimente la sensación de que su aportación es necesaria. El paro de masas es el asesino de la felicidad.
La ocupación total no se conseguía en las economías del mercado, no planeadas, de los siglos XIX y XX, de que son ejemplo típico las grandes naciones industriales, como Inglaterra y los Estados Unidos. En estos países el número total de empleos, así como su carácter, quedaba al arbitrio de las empresas privadas, bajo el influjo de los precios y de los beneficios. El mercado de trabajo era normalmente un mercado de compradores, en el cual la oferta era superior a la demanda. Se hallaba sujeto a grandes depresiones recurrentes, con grandes masas de parados, que fueron creciendo en severidad y duración a lo largo del siglo XX.
La ocupación depende del gasto de dinero para hacer cosas o para obtenerlas. Si la ocupación disminuye, esto quiere decir que algunos gastan menos que antes; si la ocupación aumenta, que algunos gastan más que antes. El fracaso de las economías del mercado, no planeadas, del pasado en la consecución de una ocupación total continuada significa que el gasto no era suficiente, ni por su magnitud ni por su continuidad. La adopción de una política de ocupación total en un país cualquiera supone que el Estado acepta la responsabilidad de garantizar en todo momento que el gasto total sea adecuado y, como consecuencia, que proteja a los ciudadanos contra el paro de masas en época de paz de forma tan absoluta como acepta la responsabilidad de protegerle contra la violencia en las personas y en las cosas, o, en la guerra, contra los ataques del exterior.
Esto no supone que el Estado deba realizar todo el gasto, ni siquiera la mayor parte de él. El gasto es de muchas clases: la adquisición de alimentos, de vestidos y otros bienes perecederos, o el uso de servicios como el agua, la luz y el transporte por los consumidores; la adquisición de bienes duraderos, como casas y mobiliario también por éstos; el establecimiento de fábricas por las empresas privadas o la demanda que éstas realizan de maquinaria o materias primas; y los servicios que prestan a la comunidad las autoridades provinciales o locales en materia de defensa, policía, carreteras, educación, &c. Cada una de estas formas de gasto ofrece ocupación. Para que esta ocupación sea total, la suma de cada uno de estos gastos debe ser suficientemente alta para crear demanda de todo el trabajo y todos los recursos del país.
La experiencia de la guerra demuestra que es posible conseguir este propósito. Cuando la colectividad persigue en la guerra una finalidad común de defensa o de victoria y está dispuesta a gastar el dinero que sea necesario, sin otra limitación que la que represente el potencial de trabajo disponible, el mercado de trabajo se convierte en un mercado de vendedores, el paro desaparece y todos los hombres y mujeres adquieren valor.
La forma de lograr la ocupación total en la paz consiste en que la colectividad persiga el propósito, la finalidad común de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y gastar el dinero que sea necesario para lograr dicha finalidad, en tanto hay hombres aptos para trabajar. Esto supone, entre otras cosas, atacar a los gigantescos males sociales de la Necesidad (mediante unos seguros sociales completos), la Enfermedad (mediante los servicios sanitarios y una política de alimentación y de vivienda), la Miseria (mediante los planes de ordenación urbana y rural, así como de edificación) y la Ignorancia (por medio de un programa educativo). Requiere también un programa de inversiones mediante un gasto de dinero en maquinaria a otros medios de producción y transporte que incremente la cantidad total producida “per capita” y eleve, en consecuencia, el tenor de vida. No se pretende lograr la ocupación considerándola como un fin en sí misma, sino como un medio de producir las cosas que son indispensables y de producir primero aquellas más apremiantes que satisfacen las más generales y urgentes necesidades.
La adopción de una política de ocupación total implica una nueva responsabilidad para el Estado, pero no supone el socialismo, en el sentido de que el Estado posea y dirija todos los medios de producción. La ocupación total es posible tanto en una comunidad socialista como una comunidad que mantenga la empresa privada en una gran parte del campo de la actividad industrial. Puede conseguirse por el método de demanda social mejor que por el de producción socializada. La política de la vivienda constituye un ejemplo de ello.
El Estado, mediante grandes préstamos, podría crear una demanda de vivienda que constituyese parte del ataque a la miseria. Las casas podrían construirse o por las privadas privadas o por las autoridades públicas. Una política de ocupación total es esencialmente financiera: restablecimiento de la autoridad del Estado sobre la capacidad adquisitiva para mantener un gasto total adecuado.
El instrumento práctico de esta política es el presupuesto anual presentado por el ministro de Hacienda. El presupuesto influye en el gasto privado por medio de los impuestos y autoriza el gasto público. Más que cualquier otra medida, el presupuesto determina cuál será el gasto total y si habrá paro u ocupación total. Pero los presupuestos de otras épocas raras veces se han redactado pensando en esta vital finalidad; su preocupación primordial ha sido equilibrar gastos e ingresos. La ocupación total requiere un principio nuevo: el gasto total de todo género, público y privado, debe ser suficiente para crear una demanda de todo el trabajo disponible. El presupuesto debe basarse en el potencial de trabajo.
La ocupación total no significa la inexistencia de paro. Habrá inevitablemente cierto paro eventual, debido al progreso técnico, a los cambios de demanda, las variaciones estacionales, &c. El volumen de este tipo de paro dependerá de las medidas que se adopten para influir sobre la localización de la industria y para aumentar la movilidad y capacidad de adaptación de los trabajadores. No supone, por el contrario, el fin de la competencia, de la iniciativa, del espíritu de empresa, del progreso y del riesgo, ni tampoco que los hombres ya no tengan jamás necesidad de cambiar de ocupación. Pero sí significa una demanda de trabajo fuerte y continuada, de modo que si, por una razón cualquiera, el trabajo de un hombre deja de ser imprescindible, habrá otro empleo en el cual sea necesario.
Una política de ocupación total es esencialmente positiva. Pretende que toda necesidad se transforme en demanda efectiva mediante el adecuado gasto y que haya siempre oportunidades. No es, en proporción considerable, una política intervencionista. Las únicas intervenciones deseables se refieren, no a los ciudadanos en general, sino a los hombres de negocios, afectan a la localización de sus fabricas y a la continuidad de sus inversiones. La ocupación total supone también un planteamiento nuevo del problema de la fijación arbitral de los salarios para mantener la justicia en las diferentes industrias y la garantía de una elevación continuada de los salarios reales a medida que la productividad aumenta, en vez de tratar de conseguir ventajas para sectores privilegiados de la comunidad que puedan conducir a la inflación.
No es preciso que la política de ocupación total sea igual en todas las naciones, pero todas las naciones que participan en cuantía apreciable en el comercio internacional deberían mantener una ocupación estable mediante métodos apropiados. El comercio internacional asocia a las naciones tanto en el bienestar como en la adversidad.
Esta política es compatible con el mantenimiento de una sociedad libre, definida como aquella que preserve las libertades esenciales del ciudadano, a saber: de conciencia, de palabra, de prensa y de enseñanza, así como la libertad en la elección de profesión, en el gasto de la renta personal y la de asociación para fines políticos o económicos, incluida la de crear nuevos partidos y cambiar los Gobiernos por medios pacíficos. Algunas de dichas libertades esenciales se suprimen en la guerra, pero ello se debe a la urgencia y a la finalidad perturbadora de ella, que exige que seres humanos realicen cosas inhumanas. Pero esta supresión no es necesaria en época de paz para conseguir una ocupación total. Y no sólo pueden mantenerse estas libertades esenciales, sino incluso aumentar la posibilidad de su disfrute en régimen de ocupación total.
No queremos que la paz se parezca en muchos aspectos a la guerra, sino solamente en uno: la inexistencia de masas de parados. Tiene importancia relevante una lección de la guerra: que la ocupación total se consigue planeando la demanda, haciendo una lista de necesidades por orden de prioridad y procurando que haya dinero suficiente para dedicar todos nuestros recursos productivos a satisfacerla. La importancia de esta elección es muy grande, porque las necesidades de la paz, aunque diferentes de las de la guerra, son igualmente ilimitadas.»
——
{1} Este es el título del libro de Beveridge publicado en Inglaterra en noviembre de 1944. El mismo año apareció una edición en Estados Unidos. Resumiéndolo, se publicó un folleto en diciembre de 1944, editado por “The New Statesman and Reynold's News”. Existe igualmente una traducción francesa, publicada por Domat-Montchrestien, París (“Du Travail pour tous dans une société libre”).
——
→ “William Beveridge: En España se puede hablar claro” (El Español, 6 abril 1946.)
→ Juan Alberti, “Mister Beveridge y el señor Jordana retornan a sus lares” (El Español, 20 abril 1946.)
→ Germán Bernacer, “Sir William Beveridge y el paro. Apostillas a unas conferencias” (El Español, 20 abril 1946.)