Filosofía en español 
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Mister Beveridge y el señor Jordana retornan a sus lares

Por Juan Alberti

Un inglés, míster Beveridge, y un español, el señor Jordana de Pozas, ambos expertos en la técnica difícil de la sociología, han hecho, cada uno, un viaje reciente al extranjero: míster Beveridge ha venido a España a dar unas lecciones, y el señor Jordana de Pozas se fue a Inglaterra a estudiar algunas cosas. A primera vista, no hay en estos sucesos nada de particular, y parece que ingleses y españoles pueden viajar de España a Inglaterra, o viceversa, con la mayor libertad y despreocupación. Sin embargo, con un poco de profundidad en la observación; el viaje de estos dos profesores ofrece a la meditación enseñanzas bien acusadas, sobre las cuales pretendemos discurrir desapasionadamente.

Porque usted, sir William –a quien los españoles nunca agradeceremos bastante su visita y sus enseñanzas magistrales–, ha venido a España con la mente cargada de preocupaciones; la cosa, en realidad, no era para menos. Se trataba de un viaje a España no más que enviando a uno de los ingleses más representativos del liberalismo tradicional y actuante, y la empresa podía resultar harto peligrosa para la tradición y para el liberalismo. España, tal como la pintan los agentes de la propaganda, es hoy un país antidemocrático, totalitario, dictatorial y opresor de las libertades humanas, de esas libertades por las que los buenos ingleses sienten tan especial devoción. Había en el viaje de usted un posible peligro de “contagio” que era preciso evitar, y para ello fue necesario prevenir a los buenos ingleses diciéndoles que la misión era esencialmente cultural y limitada, que usted no venía sino como un particular cualquiera a dar unas conferencias sobre seguridad social, y, acaso, le habrían advertido del cuidado especialísimo que debía observar en Madrid para no ser engañado por la buena intención oficial.

Todos esos temores, míster Beveridge, eran infundados, y así lo comprobó usted apenas puso pie en esta tierra de hidalgos y de caballeros.

Otra de las prevenciones que asaltaban su mente de usted –y lo comprendemos–era más disculpable; nosotros sabemos que la propaganda antiespañola lanzó por el mundo la especie jocosa –jocosa para nosotros– de que toda nuestra política social, la elaborada después de la victoria de Franco y que no supieron hacer los “defensores del proletariado” que nos gobernaron tan democrática y liberalmente, no tenía efectividad alguna en la práctica y era, a lo más, un magnífico alarde de propaganda oficial. Usted, preocupado por esta insidiosa aseveración, le faltó tiempo para ir solo, sin ningún acompañamiento oficial –lo leemos en su artículo del Star– a comprobar la verdad de esta humana labor social. Unos obreros le confirmaron cuanto en el “Diario Oficial” se viene disponiendo desde que Franco tomó en sus manos el timón de esta nave española, tan vapuleada por las tormentas. Y usted, noblemente, se apresura a decirles a los ingleses que, en efecto, no es cierto cuanto se dice de nuestra política social. Pero ¿y si los obreros hubiesen mentido, como mienten las radios y los periódicos liberales? Pues el resultado sería éste, sir: que su mente, llena de preocupaciones, habría acogido como verdad una mentira, dando por supuesto que la “verdad oficial” era mentira siempre. Es decir, para sus prevenciones anticipadas, sólo los obreros pueden decir verdad. Eran españoles y se portaron como tales.

Por el contrario, estamos seguros de que el señor Jordana no anduvo por Londres preguntando a los obreros ingleses si era verdad que les pagaban los subsidios, acaso también porque el señor Jordana era español.

Nuestro profesor Jordana de Pozas hizo el mismo viaje que usted, sólo que a la inversa, y a nadie tuvo que dar explicaciones previas del mismo y de su finalidad. Ningún español sintió temor alguno de que el señor Jordana de Pozas se contagiase de liberalismo en Inglaterra; nuestro catedrático y sociólogo estuvo en su patria de usted, vio cuanto tenía que ver, estudió lo que le interesaba y regresó una vez terminado su objetivo cultural; exactamente igual que lo que usted hizo, sir William.

Y, a su regreso, no tuvo que aclarar nada a nadie, ni colocarse en plan defensivo para evitar críticas sagaces, ni advertir a los miembros de su partido que se alegraba de haber ido a Inglaterra. Nada de eso, míster; la libertad del señor Jordana es tan amplia, que puede ir y venir sin que ningún español se crea obligado a exigirle cuentas. Es una libertad como aquella que pretendía Disraeli, a quien creo conocerá usted, cuando decía: “Prefiero la libertad de que gozamos al liberalismo que ellos prometen, y prefiero los derechos de los ingleses a los derechos del hombre.” Comprenderá usted también que los españoles estamos en nuestro perfecto derecho de preferir, asimismo, esa amplia libertad del señor Jordana.

Y nada más, míster Beveridge, sino reiterarle nuestro agradecimiento y satisfacción por sus lecciones, y por su nobleza de intenciones al retorno. Ahora, los españoles estamos obsesionados con la idea de acabar con la miseria de nuestros compatriotas y asegurarles honestamente su porvenir. Para esto, dice usted en el párrafo 461 de su Plan de Seguridad Social, “liberarse de la miseria no es cuestión que pueda imponerse violentamente U OTORGARSE A UNA DEMOCRACIA. Es preciso que la gane. Ha de poseer el valor y la fe necesarios y el sentido de UNIDAD NACIONAL, valor para hacer frente a los acontecimientos y dificultades y vencerlos. Fe en nuestro futuro y en los ideales de los procedimientos legales y de libertad, por los que, siglo tras siglo, nuestros antepasados estuvieron dispuestos a dar sus vidas; un sentido de unidad nacional por encima de cualquier interés de clase o sector del país”.

Pues bien, míster; los españoles también hemos dado a la muerte muchas vidas para alcanzar ese sentido de unidad nacional que usted considera fundamental para el establecimiento del “Plan de Seguridad”, y también poseemos el valor y la fe necesarios para llegar hasta el fin.

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  → “William Beveridge: En España se puede hablar claro” (El Español, 6 abril 1946.)
  → Juan Alberti, “Mister Beveridge y el señor Jordana retornan a sus lares” (El Español, 20 abril 1946.)
  → Germán Bernacer, “Sir William Beveridge y el paro. Apostillas a unas conferencias” (El Español, 20 abril 1946.)