Filosofía en español 
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Nuestro tiempo

Hispanismo e hispanidad

por F. Carmona Nenclares

 

Justa cosa es que los hombres, que desean aventajarse a los demás seres vivientes, procuren con el mayor empeño no pasar la vida en silencio, como las bestias, a quienes Naturaleza creó inclinadas a la tierra y siervas de su vientre.”
Salustio, De la Conjuración de Catilina.
(Ed. Ciap. Madrid, 1923; páginas 23-4.)

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El año 1929 una publicación de Madrid, la Revista de las Españas, órgano de la Unión Ibero-Americana, institución sostenida por el Estado para mantener las relaciones propias de su nombre, insertó en varios números sucesivos una encuesta acerca del concepto, génesis y porvenir del hispanismo. Vale la pena que en 1942 y desde este lado del Atlántico recordemos sus pormenores más importantes. Ofrece algunas garantías. La fecha en que fue publicada viene a dotarla, por lo pronto, de una preciosa objetividad. Pues la escisión actual de España no se había producido, al menos con el corte físico de abismo que hoy presenta. Estaba latente.{1}

Conviene fijar cuanto antes una cuestión de vocabulario. El término de hispanismo, que señala un conjunto de fenómenos político-sociales derivados de la presencia de España en América, no constituye, como el de hispanidad, una improvisación. Ni mucho menos. En 1929 los escritores consultados por la Revista de las Españas, algunos de los cuales figuran ahora en las filas del falangismo, ignoraban qué fuera la hispanidad (palabra creada, en su sentido actual, por el Instituto Ibero-Americano de Berlín), pero sabían, en cambio, qué era el hispanismo. No cabe duda. Puede comprobarse teniendo a mano la publicación; daremos detalles. Hubo unanimidad en la definición. Sería hispanismo aquello que desde el punto de vista material o ético contribuyese a que los países iberoamericanos alcanzaran el límite máximo de su nivel histórico propio. Este fenómeno de crecimiento tendría que verificarse siempre, descontando las divergencias naturales, los principios de diferenciación biológica, dentro del cuadro general transmitido por la cultura ibérica. Así fue expuesto el hispanismo en 1929.{2} Por ahí delata parte de su contenido. Ibero-América reproduciría, aunque los hechos singulares jamás se repitan, la historia de España. La reproduciría, agregamos por nuestra cuenta, hasta en los movimientos de rebeldía. Estuvieron coordinados con análogos movimientos ibéricos.

Por lo tanto, muchos sucesos que hoy, por diversos motivos, todos de índole nazi-falangista, se dan como señales de anti-hispanidad serían, para los redactores de la Revista de las Españas, ilustres muestras del hispanismo más palmario. Ejemplo: la gran epopeya de la independencia. ¡El ejemplo máximo! Inserto en la concepción que venimos exponiendo presenta mayor acento hispánico que ningún otro. Pues, justamente, la obra de España en América culmina en él y por él.

Este es todavía nuestro concepto del hispanismo. Es también, quizá, el concepto. Escribimos nuestro porque incluye el que han reivindicado, entre 1936-1941, Salvador de Madariaga, Luis Araquistáin, Fernando de los Ríos, Joaquín Xirau, Enrique Diez-Canedo, &c. Todos ellos percibieron que la hispanidad es una pieza de la concepción nazi del mundo. Fue lanzada sobre América utilizando el punto de apoyo del régimen teocrático-fascista impuesto en España de resultas de la última guerra civil.

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Tomemos las cosas desde más lejos. El de hispanismo sería un término comparable al de romanismo. Este punto de vista no incluye, que sepamos, ningún síntoma de megalomanía. Iberia, provincia romana fue una de las del occidente latino que absorbió inmediatamente, al menos en su borde mediterráneo, los elementos románicos (derecho de ciudadanía, administración y ejército, fundación de ciudades y régimen municipal, religión y lengua). Parece evidente. España adquirió, gracias a la romanización, conciencia de su personalidad.{3} Tomó ser histórico. Séneca representa, por eso, la primera presencia, concreta e individualizada, del alma ibérica. Roma introdujo a España en la Historia Universal.

Tal es el sistema de ideas que debe articularse para entender el sentido del hispanismo. Lo que España recibió de Roma –incluyendo el cristianismo–, lo transmitió al Nuevo Mundo. Transmitió, además, lo propio e inconfundible de España misma, aquello que la define: lo refractario e impermeable al tiempo y espacio, lo antihistórico. Los pueblos de América se lo incorporaron integrándolo con las características peculiares autónomas. Aquí vemos asomar el fenómeno de la tradición.{4} Un pueblo que carece de tradición carece también de raíz (porque carece de inserción en el tiempo), pero tampoco la raíz basta para que actúe en la historia. Necesita de algo más. Le hace falta la expresión de lo universal, que se concreta siempre en lo originario y peculiar. Por aquí hacemos pie entre las cosas.

Esto da la conclusión. Nuestra conclusión, al menos. Es manifiesto, por lo tanto, que los actos de rebeldía contra España por parte de los criollos forman parte del hispanismo. Parte principal. Tratábamos de alcanzar esta premisa hacía tiempo. También Numancia, terror de Roma, señala una fecha de la romanización ibérica. Aquí radica, precisamente, el sentido universal de Roma y España, capaces de incorporar a su civilización culturas divergentes pero que alcanzaron la divergencia gracias a la incorporación misma. Tomaron de Roma y España, por supuesto, las armas contra Roma y España.

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La acción de España en la Historia Universal ha sido designada por A. Weber en los siguientes términos: “En el suelo español había permanecido constantemente viva la influencia de los resultados del más antiguo desenvolvimiento de la conciencia humana, desde los griegos pasando por los romanos y representado después por los árabes”.{5} Estamos de acuerdo. En eso ha consistido la misión ecuménica de Iberia. Colocada en el punto más occidental del círculo mediterráneo –el Mediterráneo, cuna de pueblos–, sirvió en lo físico y espiritual a la manera de síntesis de la antigüedad. Prolongó el impulso mediterráneo por el Atlántico y Pacífico. Iberia dio, pues, lo suyo –incluso lo indiscutible e inconfundiblemente suyo, lo antihistórico–, vinculado a la cultura clásica. Inserto en ella.

El Renacimiento creó el interés del hombre por las cosas humanas. También por la Tierra. ¿Acaso no puede entenderse la obra hispánica del descubrimiento de América como una empresa del Renacimiento? Para nosotros lo es, del único que le fuera permitido a España: muestra del ímpetu, del arrojo, del coraje ibéricos. (¡España, vertical pura!) Y es, además, una empresa acometida por los elementos populares de la sociedad ibérica. Eso, de donde viene su estilo, impuso el predominio del individuo sobre el Estado. Impuso también la divergencia entre las leyes dictadas por la metrópoli y la realidad físico-social americana. De aquí arranca la razón y drama de la historia de América. Esta entró en la Historia Universal empujada por el impulso ibérico pero su verdadero principio biológico residía en ella misma. Debía ser alumbrado –pues fue un parto–, en el dolor y la sangre. La naturaleza de las cosas, sean o no españolas, es así.

Tocamos otra vez nuestro punto de vista originario. ¡Punto de vista y centro de gravedad, a la par! La acción hispánica en América –sea cualquiera el juicio que merezca–, introdujo el fermento que precipitó el parto mencionado. Dios hace siempre geometría (según Platón, a través de Plutarco), pero las empresas terrenales tienen senderos misteriosos e inescrutables. Las de España, ese país del todo o nada, cuyas cosas no pueden mirarse sólo por un lado, pues están naturalmente cortadas a bisel, resultan incomprensibles en términos matemáticos. Su inteligencia tiene que desprenderse de la comprensión de su dualismo esencial.

Dualismo. Sí; seamos francos. Ese es el hecho. España está desgarrada. Viene de su ser orgánico, del enigma de la morfología ibérica. ¿Qué hace ahí arrojada, en el rabo de Europa, hermética a las llanuras franco-germánicas por los ásperos Pirineos, pero unida al África –el Oriente–, por un istmo fácil y seguro donde la luz y el aire (el paisaje entero), son una caricia para los sentidos? Tal es el sino que presenta. ¡Sino y destino! En América (volvamos donde estábamos), introdujo por una parte el extremismo denodado y brutal de lo hispánico; por otra, las Leyes de Indias, un fenómeno hispánico también. Términos de una experiencia contradictoria donde se deshizo, primero que nada, España misma.

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El hecho colonial tiene que ser afrontado desde dos puntos de vista. Por el primero, es evidente que la vida tiende a la expansión y que el hecho colonial significa expansión vital; por el segundo sabemos que el cuerpo social se amputa, eliminándolos, los elementos que de alguna manera amenazan a los componentes de su existencia.{6} La acción hispánica en América viene, naturalmente, originada por ambos principios. Pero abandonó pronto sus comienzos para alcanzar otro estadio.

Una sociedad organizada exige de sus miembros una cierta similitud de ideas y conducta. Impone una especie de mimetismo psíquico y será hermética por ese motivo a los miembros que resulten una excepción. Estos miembros inadmisibles son proyectados hacia fuera. Constituirán en adelante grupos de tipo cosmopolita capaces de injertarse en sociedades dotadas de menor resistencia. La transmisión del espíritu humano a las regiones más apartadas del planeta se ha realizado siempre con arreglo a este esquema. La hispanización de América es un caso ejemplar.

Fue, vista en bloque, una gran empresa de unificación humana. España actuó entonces con el instinto de esa metamorfosis que tiende a suprimir el aislamiento humano y eleva a los hombres al mismo plano de humanidad. Instinto del más puro corte clásico; lo tuvieron Grecia y Roma creando sobre él, precisamente, el marco de desenvolvimiento de la civilización occidental. No lo han tenido, en cambio, las grandes potencias imperialistas: Francia e Inglaterra. Por eso, la obra de España en América será una hispanización pero no es una colonización en término estricto. Abrió nuevos contactos humanos a base del supuesto de la unidad de la especie humana. Aquí tocamos la diferencia que veníamos rastreando. Ninguna empresa colonizadora aceptaría el reconocimiento, a la manera de una ley funcional, del supuesto mencionado.

Utilizaremos ahora algunos hechos como esqueleto de nuestro razonamiento. El indio y el conquistador estuvieron desde el primer día frente a frente. Cierto. Era una idea generalizada el que las guerras contra los indios continuaban las de la Reconquista ibérica. Los guerreros medievales recibieron ciudades y títulos; los conquistadores debían recibir, por la misma razón, repartimientos y encomiendas. Esto prolongó en el Nuevo Mundo el medioevo ibérico.{7} Mientras tanto estaba en discusión la naturaleza antropológica del indio. ¿Era hombre o bestia? El Estado se declaró contra su condición servil. Le reconoció en 1542 naturaleza de hombre libre, sometido a tutela. Hubo más. Carlos V abolió la mita en Nueva España y después en el Perú y Nueva Galicia. Incluso llegaron a abolirse las encomiendas. Pero todo fue inútil. El carácter originario de la empresa –asalto armado de América–, se impuso siempre, a través de la acción individual. El Estado no logró dominar la realidad social indo-ibérica. Prevaleció el individuo sobre el Estado. La letra sobre el espíritu.

Es aquí donde deseábamos llegar. Pues el punto constituye uno de nuestros objetivos. Atención. Ese divorcio entre los hechos y las leyes de Ibero-América puede observarse también en el curso de la vida española moderna y sus principios directores. Caracteriza justamente la decadencia ibérica (coetánea de la hegemonía hispánica, para mayor sorpresa), larga manifestación de agonía de la cual el régimen teocrático-militar de 1939-42 representaría un brote tardío y fatal. La sociedad criolla nació en la lucha contra las instituciones ibéricas. (Pues para el criollo de 1800 su existencia formaba parte también de la historia de la libertad). Tomó de esa lucha la conciencia de su ser y el músculo que le capacitara para materializarlo. Por su parte, la sociedad ibérica adquirió personalidad en una experiencia análoga. Antes y después del descubrimiento del Nuevo Mundo luchó contra el mismo Estado que combatiera en su día el criollo liberal.

Esta coincidencia representa un fenómeno de la mayor importancia. (Proporcionó el argumento sobre que venimos escribiendo). México, por ejemplo, torturó rebeldes y quemó herejes; lo mismo hicieron Tordesillas, Valladolid o Granada. Pues España impuso en América, en su doble faz despótica y generosa, el estilo y sistema de vida que ella tenía y tiene para vivir. Los criollos liberales rompieron un día con España mientras el liberalismo ibérico (incrustado en un Estado cuyas instituciones involucionaban hacia lo anti-moderno), fue derrotado una y otra vez. La última en 1936-39. La suma total resulta, por lo tanto desalentadora aunque, tratándose de España, quepa siempre una esperanza contra la esperanza misma. Los criollos lograron un día librarse de España, pero el liberalismo español no ha logrado todavía su victoria definitiva. Tales son los hechos.

Luego debemos adoptar, a la manera de un punto de partida o de término, la consideración de que el descubrimiento y conquista del Nuevo Continente por los españoles fue como debía serlo: en el orden material y en el moral. Fue como era y es España. Aquí no se nos olvida nada de lo que parece imprescindible para el juicio; absolutamente nada. Incluimos, por una parte, el orgullo y la crueldad ibéricas; por otra, la espiritualidad y universalidad hispánicas. Las dos Españas, si se quiere. Son los elementos dispares que, en conjunto, constituyen la entraña de ese fenómeno llamado Iberia. Fenómeno excepción de Europa.

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Los historiadores profesionales estiman que la Historia es, desde cualquier punto de examen que se adopte, el relato de sucesos pretéritos que carecen de relación funcional con el presente. Según ellos, sólo lo que tiene doscientos años de vida, por lo menos, es Historia; el resto les parece simple y banal política. Así han hecho de la Historia una cosa cómoda, comparable a un invernadero donde tomara el sol viejo y pálido del pasado la humanidad cobarde de muchos historiadores. Justamente, de muchos historiadores profesionales.

El presente, los sucesos que fluyen en su marco, son incómodos y peligrosos. Cierto. Exigen que se tome una actitud frente a ellos. Rechazan la neutralidad, pero son también Historia. Este es nuestro punto de examen. Viene abonado por la concepción clásica de lo histórico. Entiende que el presente, eslabón de la cadena del tiempo irreversible, propio de la Historia, representa la confluencia del pasado y del futuro. Es retrospectivo y prospectivo. Trátase de una cadena cuya cohesión resulta indestructible; de la unidad de los eslabones surge la Historia misma, esa biografía del género humano.

Esta conclusión era, desde el principio, nuestro objetivo. Acabamos de alcanzarlo, pero no vamos a detenernos en él. Es un simple paso. Valiéndonos de los principios de que nos ha provisto indagaremos el contenido ideológico y moral de la hispanidad. Definida por el documento que ha creado su significación actual (decreto de la Gaceta Oficial, de Madrid, instaurando el Consejo de la Hispanidad), sería la reivindicación de Ibero-América para España. Pero no para cualquier España sino para la España teocrática-falangista triunfadora de la guerra civil. Reivindicación espiritual, en principio; reivindicación material en cuanto los factores internacionales sean propicios. España se autodeclara Imperio y reclama su ex Imperio. La hispanidad representa, por lo menos, un retroceso a la situación anterior a 1800. Nada menos. El fascismo ibérico aspira a suprimir el tiempo.

Pero la hispanidad es algo más que fascismo, pues es fascismo español elaborado para los ibero-americanos fascistas. Sí. Hispanidad, fascismo criollo; tal es la cosa, querámoslo o no. Resulta tan evidente que cabe expresarlo en la forma de un juicio de identidad. O sea, además de despotismo, crueldad, estupidez, fanfarronería, hambre, terrorismo, desesperación, &c. (notas consubstanciales, en cualquier meridiano, del fascismo, ese último estadio del sistema capitalista), es, la hispanidad, otra cosa. Otra cosa propia de lo ibérico. Es teocracia. Ha sido impuesto así por una Iglesia cínica, ambiciosa y beligerante, en nombre de un catolicismo político. Por algo la historia de España –¡inmenso éxtasis hispánico!–, puede ser entendida como una lucha sostenida por el Estado, para constituirse, contra la Iglesia romana.

6

Recapitulemos sobre algunos detalles sueltos.

Sabíamos lo que era el hispanismo, al menos en su significado más elemental, antes de que la última guerra civil hubiera estallado en España. Nadie puede dudarlo, ni será posible una duda sobre ello teniendo en cuenta la cita de la Revista de las Españas. Esta comprueba la presencia de dicho hispanismo. Pero, en cambio, era desconocido el sentido actual, con levadura ario-germánica, del término hispanidad. El triunfo del fascismo ibérico en la última guerra civil española es el acontecimiento que ha introducido dicho término con el significado que tiene: reivindicación fascista del ex Imperio español para una España fascista. Porque se trata de fascismo e Imperio; anverso y reverso del mismo fenómeno.

Luego la guerra civil española será, vista en su contenido teórico-moral, el suceso que haya de tenerse en cuenta –estamos haciéndolo–, para entender hasta su raíz el contenido de la hispanidad. No hay otro similar. Resalta a primera vista que la hispanidad proyectó fuera de la península ibérica las premisas introducidas allí por el triunfo del fascismo. ¡Nada hay que triunfe más que el triunfo! Y lo que ha triunfado en España quiere deslizarse ahora, envuelto en la piel de cordero de la hispanidad, en la vida política americana. De aquí viene nuestra definición. La hispanidad es el fascismo elaborado para el gusto criollo.{8}

Bien. Pero, y a todo esto, ¿qué es España?… Ya hemos dado algún indicio; entre otros el de su lugar en Europa, arrojada en una península extraña. Por lo demás, sea en 1942, 1930, 1867 o 1802 (no importa el guarismo pues Iberia vive en el éxtasis ácrono), era y es, en su estructura orgánica, la misma entidad: teocracia o terrorismo católico, una tierra organizada en formas feudales, un Estado dotado exclusivamente de capacidad de involución. ¿Acaso hay algo más en ella desde 1523, fecha de la batalla de Villalar? El alma ibérica moderna ha fracasado. España no tuvo Renacimiento, ni Reforma, ni Ilustración. Colonizó el Catolicismo por medio de la Compañía de Jesús, regimini militantis ecclesiae, pero no ha logrado, a lo largo de ciento y pico de años, entre 1802-1936, la revolución liberal. De ahí que el liberalismo hispánico tome cuerpo en expresiones larvadas, absolutas y agresivas, en hechos de fuego y sangre. Parece una venganza ancestral pero es, simplemente, una compensación. Nada más. En la mecánica social, como en la mecánica física, cuando un cuerpo ejerce sobre otro una fuerza aparece en este otro una fuerza igual y directamente opuesta a la primera.

7

Nuestro tiempo es la revelación más evidente de que el hombre está dominado en las épocas de crisis por lo irracional, maligno y demoníaco. ¡El lo lleva dentro! Quizá todas las épocas de crisis hayan sido análogas –en su causalidad e ingredientes, en su inmensa desdicha–, a la actual pero ninguna de ellas, ni la ocurrida a la Europa del helenismo y cristianismo, ni la del siglo XIII, ni la Revolución Francesa, &c., alcanzó un nivel más dramático y proceloso. Es una crisis total, del hombre en sí. Viene derivada de lo que el hombre es y de lo que determinadas instituciones sociales hacen de él. Somos enigmáticas criaturas que elaboramos nuestros propios lazos.

Hay que descontarlo. Este es el cuadro general de nuestro tiempo. Dentro de su área se verifican los movimientos que le hacen típico. El más típico resulta ser el fascismo. Equivale en cualquiera de sus variantes –nazismo, falangismo, hispanidad–, a una revolución anti-revolucionaria. Mussolini (que ha soplado el huracán fascista sobre su país), define el fascismo así: “Es una concepción religiosa en la que se concibe al hombre en una relación inmanente con una ley superior, una Voluntad objetiva que trasciende al individuo particular y lo convierte en miembro consciente de una sociedad espiritual”.{9} Naturalmente Mussolini personificaría en carne y hueso, según él, esa Voluntad objetiva. Tiene la policía para sostenerlo. Hitler, por su parte (¡cuidado!, Hitler forma parte del mismo huracán nazi), señala en la Grossdeutschtum el mito del movimiento nazi. La España del fascismo teocrático, en fin, ha descubierto la hispanidad. Por estos tres ejemplos queda puesto en claro nuestro pensamiento. Ahora parece indiscutible. Se trate de un individuo o de un grupo social, el fascismo sirve de compensación a sus resentimientos. Es un anti. Carece de entraña creadora.

Lo más extraordinario viene, sin embargo, ahora. Pues el fascismo, ha tomado del marxismo todo su contenido, excepto el nombre y la dirección del movimiento. Mientras que el marxismo trata, según los textos comprobables, de alcanzar la democracia íntegra, el fascismo lo que pretende es derrocarla. Por sus textos y por sus hechos es así. El observador ingenuo –aunque no el pequeño burgués ignaro, fascista antes del fascismo–, quédase perplejo al descubrirlo. Todavía hay más. Algo que convierte la sorpresa en estupefacción. Consiste en lo siguiente: la impotencia de la democracia para cumplir sus propios objetivos (sin que podamos entrar ahora en la consideración de si es casualmente impotente o substancialmente impotente), ha producido el engranaje necesario para que apareciera el fascismo, esa negación del hombre considerado como principio originario de cultura. Causa: la naturaleza, sea la cósmica o la política, tiene horror al vacío. El fascismo tomó el sitio que correspondía a la democracia. Lo llenaba sin ocuparlo.

8

Es lástima. Hemos dejado en el curso de estas notas muchas cuestiones abiertas. Son problemas que tienen que señalarse con cuidado evitando al mismo tiempo penetrar en su inquisición. Vivimos en todos los aspectos de un modo provisional. Por eso el angustiado pensamiento moderno –irrisión de la venerable lógica–, procede estableciendo conclusiones para las que debe buscar luego, de prisa, premisas comprobatorias. Ello es observable aquí, sin duda, desde la primera línea.

Formamos parte de nuestro tiempo. El fascismo, seamos amigos o enemigos suyos, constituye uno de los lazos de unión. Nos creíamos (nosotros, criaturas), soberanos de un universo que podíamos entender y dirigir. ¡Qué error! Las fuerzas con que estamos articulados permanecen, sean naturales o sociales, fuera de nuestro control. Ahí está la prueba del fascismo; ¡hace grotesca la ingénita arrogancia del homo sapiens y para su dolor no hay lágrimas posibles! Pues, ¿quién, desde el fascismo puede asegurar que la historia del mundo sea el lento desenvolvimiento de la Razón? Eso quedó destrozado. El fascismo derrumba todos los triunfos de la Razón. Luego el lugar del hombre no reside en un sitio por encima del orden material y espiritual, no; reside en un sitio por debajo del doble orden, cuyos ingredientes (formas sociales, religión, arte, pensamiento, economía), son inteligibles en tanto que históricos pero no en tanto que eternos.

La eternidad es la desesperación del hombre. Y es en la historia, en la tierra –sólo en ella–, donde esa eternidad puede ser entrevista. Situación que constituye el drama entero del homo sapiens. Nuestro insoluble dilema.

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{1} Revista de las Españas, Madrid, 1929, cuarto trimestre. Fueron consultados Ramiro de Maeztu, José María Salaverria, Enrique Diez Canedo, José María Chacón y Calvo, J. Torres Bodet, E. Giménez Caballero y F. Carmona Nenclares, a la sazón crítico literario de la Revista. Era su director el Sr. Sangróniz, ministro de Franco en Venezuela.

{2} Ramiro de Maeztu eligió el vocablo hispanidad para expresar este sentido del hispanismo. Véase su Defensa de la Hispanidad (Madrid, “Acción Española”, 1930). El vocablo no prosperó entonces.

{3} L. Homo: El imperio romano (Madrid, “Espasa-Calpe”, 1936; págs. 71, 103).

{4} Hemos adquirido la noción de progreso de la observación de la vida, proceso de lo permanente que se transforma. La tradición, continuidad de todo lo que fue, representa, por lo tanto, uno de los ingredientes necesarios al progreso pero éste sólo se realiza en la medida que la tradición sea rota. Crear es, por una parte, aunque sólo por una, destruir.

{5} A. Weber: Historia de la Cultura, págs. 137 y sigts. (Ed. “Fondo de Cultura”, México, 1941).

{6} G. Hardy: La politique coloniale et le partage de la Terre, págs. 3, 9, 35. (“Biblioteque de syntése historique”, Ed. A. Michel, París, 1937).

{7} J. Ots Capdequi: El Estado Español en las Indias, págs. 7, 15, 23. (Ed. “Fondo de Cultura Económica”, México, 1940).

{8} Dos detalles concluyentes. Sería hispanismo la declaración emitida por las Cortes de Cádiz, antecedente inmediato de la I y II Repúblicas ibéricas, acerca de que la nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. Sería hispanidad el hecho de que la Academia de la Lengua Española suprima del Diccionario oficial del idioma los vocablos de origen americano.

Contraste: la Academia de la Lengua Argentina recibe en homenaje al señor Pemán. Fue quien dirigió, en prueba de hispanidad, la eliminación de los americanismos.

Moraleja: el fascismo no tiene patria.

{9} “Enciclopedia Italiana”, artículo Fascismo. Redactado por Mussolini.