Filosofía en español 
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Cuadernos Americanos

Cuadernos Americanos

“Publicación bimestral (La revista del Nuevo Mundo)”, concebida en México por el español Juan Larrea Celayeta (1895-1980) en 1941, cuyo primer número (enero-febrero de 1942) –presentado el 30 de diciembre de 1941 “ante un selecto grupo de personalidades mexicanas y españolas” por Alfonso Reyes: “América y los Cuadernos Americanos”– se dice fruto obligado de “un grupo de intelectuales mexicanos y españoles, resueltos a enfrentarse con los problemas que plantea la continuidad de la cultura”:

En los actuales días críticos un grupo de intelectuales mexicanos y españoles, resueltos a enfrentarse con los problemas que plantea la continuidad de la cultura, se ha sentido obligado a publicar Cuadernos Americanos, revista bimestral dividida en cuatro secciones tituladas: Nuestro Tiempo, Aventura del Pensamiento, Presencia del Pasado, Dimension Imaginaria.

Cuadernos Americanos
Junta de Gobierno
Pedro Bosch Gimpera, ex Rector de la Universidad de Barcelona.
Daniel Cosío Villegas, Director General del Fondo de Cultura Económica.
Mario de la Cueva, Rector de la Universidad Nacional de México.
Eugenio Imaz, Profesor de la Universidad de México.
Juan Larrea, ex Secretario del Archivo Histórico Nacional de Madrid.
Manuel Márquez, ex Decano de la Universidad de Madrid. Académico.
Manuel Martínez Báez, Presidente de la Academia de Medicina de México.
Agustín Millares Carlo, Catedrático de la Universidad de Madrid. Académico.
Bernardo Ortiz de Montellano, ex Director de la revista Contemporáneos.
Alfonso Reyes, Presidente del Colegio de México. Académico.
Jesús Silva Herzog, Director de la Escuela Nacional de Economía de México.
Director-Gerente: Jesús Silva Herzog
Secretario: Juan Larrea
(Cuadernos Americanos, volumen 1, año I, número 1, enero-febrero 1942, páginas 3-4.)

Editada como empresa privada (su primer domicilio en el Edificio 'México', levantado en 1938 en el centro histórico capitalino para rentar oficinas, entre Donceles y Tacuba: “Palma Norte 308. Despacho 509-510. Apartado Postal 965. Teléfono 12-31-46”), incluye anuncios, que habían de asegurar su viabilidad económica como nueva institución independiente: en su primer número, cuatro a página completa de Fondo de Cultura Económica, Asociación Mexicana de Turismo, Editorial Losada (Alsina 1131, Buenos Aires) y Nacional Financiera S.A., y otros tres en una página: Letras de México (Gaceta Literaria y Artística Mensual, editada por Octavio G. Barreda), Revista Hispánica Moderna (Casa de las Españas, Columbia University, New York, director: Federico de Onís) y Repertorio Americano (Semanario de Cultura Hispánica, Director: Joaquín García Monge, San José de Costa Rica).

Durante cuarenta y cuatro años publica sin interrupción seis volúmenes al año (salvo en 1958, donde la entrega 100 es doble y corresponde a cuatro meses, julio-octubre), con Jesús Silva Herzog (1892-1985) como Director-Gerente, hasta su muerte:

En este volumen hemos de reconocer –sin alternativa– el hecho doloroso que significa la desaparición física de nuestro Director y fundador acaecido en la ciudad de México el pasado 13 de marzo de 1985. A nuestros lectores, suscriptores, colaboradores y amigos comunicamos el duelo que embarga a Cuadernos Americanos, cuyas páginas significaron para él la gran pasión de su vida, un esfuerzo de hondo interés desinteresado, el pan y la palabra –lo que da y recibe la garganta, a medio camino entre el corazón y el cerebro. En ellas quiso Don Jesús, junto a grandes intelectuales de su tiempo, durante casi medio siglo, enfrentarse con los graves problemas que plantea la continuidad y la cultura. Mas hoy diría lisa y llanamente: la continuidad del hombre, porque en la actual crisis histórica, nunca como hoy la inteligencia obliga de manera terrible, con incesantes remordimientos de razón.

Comunicamos asimismo que por acuerdo de la Junta de Gobierno, tomada el 29 de abril del año en curso, la revista Cuadernos Americanos no cerrará sus páginas. Como un homenaje vivo al vigoroso ideario humanista crítico, pacifista activo y libertario, sostenido por Don Jesús, continuará su camino sembrando y cosechando en el continente que Darío llamó porvenir del mundo.

Es también un acuerdo dedicar el volumen número 5, correspondiente a los meses de septiembre y octubre de este año, a la memoria del insigne pensador y maestro de Nuestra América. Cumplimos con invitar a nuestros amigos y a sus amigos a formar parte de ese homenaje entregando sus reflexiones, recuerdos, testimonios y valoraciones antes del 30 de julio del año en curso.

Con el maestro Jesús Silva Herzog desaparece el último sobreviviente de aquella historia de tres sobremesas de octubre de 1941, integradas por León Felipe, Juan Larrea, Bernardo Ortiz de Montellano y Alfonso Reyes en las que se decidiera fundar la Revista del Nuevo Mundo.

Con Don Jesús se abrió y se cerró una de las más lúcidas, fecundas y hermosas tareas emprendidas por el hombre en esta tierra. Grande fue su talento, profunda la inteligencia, vigorosa la voluntad, recio el carácter y serena la pasión que despertaban sus convicciones, sus verdades, sus errores y sus dudas. Ese grito –noblemente volteriano– mexicano, con raíces universales en Erasmo, Moro, Campanella, Croce, los filósofos clásicos griegos y latinos, los Padres de la Iglesia, Descartes, Hegel, Marx y Engels y tantos otros, voz, grito iracundo, insatisfecho, inconforme, palabra de philosophe, no conocerá el silencio y será en la historia por venir de sus Cuadernos una especie de lejanía –al decir de Bergamín– más íntima por más lejana.

(Cuadernos Americanos, volumen 260, año XLIV, número 3, mayo-junio 1985, página 7.)

El volumen 261 (año XLIV, número 3, mayo-junio 1985, 18+223 páginas) mantiene, sin embargo, inalterada su estructura institucional:

Junta de Gobierno
Juan Carlos Andrade Salaverría
Rubén Bonifaz Nuño
Israel Calvo Villegas
Pablo González Casanova
Fernando Loera y Chávez
Porfirio Loera y Chávez
Arnaldo Orfila Reynal
Jesús Silva Herzog
Ramón Xirau
Leopoldo Zea
Director-Gerente: Jesús Silva Herzog
Subdirector: Manuel S. Garrido.
Edición al cuidado de Porfirio Loera y Chávez

Los volúmenes 262 (año XLIV, nº 5, sep-oct 1985) a 266 (año XLV, nº 3, mayo-junio 1986) se dicen “segunda época”: “Director Fundador: Jesús Silva Herzog. Director gerente: Manuel S. Garrido. Edición al cuidado de Porfirio Loera y Chávez”. En el volumen 263 se modifica por ver primera el diseño que mantenía desde su primer número (donde sólo variaban los colores de las olas de fondo), para añadir un dibujo del director fundador: “Homenaje. Jesús Silva Herzog”. El volumen 266, “Impreso en los Talleres de la Editorial Libros de México, S.A. Av. Coyoacán nº 1035. Col. del Valle. 03100 México, D. F.”, mismo domicilio de la Editorial Libros de México y de “Cuadernos Americanos. La revista del nuevo mundo (Asuntos administrativos: Mª Concepción Barajas R.)”, señala el final de una época de Cuadernos Americanos.

Cuadernos Americanos no dispuso de consejo de redacción como tal. El “Director-Gerente” (Jesús Silva Herzog, volumen 1 a 261) formaba parte de una Junta de Gobierno (que tendía a estar compuesta por once personas [en su concepción inicial: seis mexicanos y cinco españoles], y por la que llegaron a circular hasta treinta hombres más, ni una mujer), junto con Juan Larrea, factotum de Cuadernos Americanos durante sus primeros ocho años, en calidad de “Secretario” de la revista (como tal figura desde el primer volumen en 1942 hasta el 47, septiembre-octubre de 1949). Pero en 1949 se produce la ruptura entre el principal autor intelectual del proyecto (Juan Larrea, que había concebido Cuadernos Americanos como sucesor de la efímera revista España Peregrina, de la Junta de Cultura Española) y su fautor económico empresarial, el director-gerente vitalicio Jesús Silva Herzog. La “Carta de Juan Larrea a Jesús Silva Herzog” (Nueva York, 1º julio 1950), es fuente imprescindible para entender la génesis de Cuadernos Americanos (hechos olvidados por algunos apologetas de Silva).

La marcha del eficaz Juan Larrea es resuelta desdoblando aquel su puesto de “Secretario” en “Administrador” y “Edición al cuidado de”.

Desde el volumen 48 al 67 (enero-febrero 1953) figura “Administrador: Daniel Rangel”. Daniel Rangel Esparza (1893-1982) era hermano político del “Director-Gerente”, pues en 1918 había matrimoniado con Sofía Silva Herzog, su única hermana. En el volumen 68 no aparece su nombre, pero en la entrega 69 (mayo-junio 1953) no figura el nombre del hermano político del “Director-Gerente”, sino el de su mismísimo hermano mayor: “Administrador: Francisco Silva Herzog”. El nombre de Francisco Silva Herzog (1890-1976), y hasta la mención al cometido de “Administrador”, desaparece desde el número siguiente, seguramente más por razones estéticas que por amortización de tal cargo.

Desde el volumen 48 al 120 (enero-febrero 1962) figura “Edición al cuidado de: R. Loera y Chávez”. Rafael Loera y Chávez (1890-1962) junto con su hermano Agustín Loera y Chávez (1884-1961) habían puesto en marcha la colección Cultura en 1916, transformada en Editorial Cultura en 1921: en los “Talleres de la Editorial Cultura”, en la capitalina calle Guatemala 96, se realizaba Cuadernos Americanos desde el primer número. Muerto Rafael Loera le sustituye, desde el número 121 hasta el final, su hijo: “Edición al cuidado de: Porfirio Loera y Chávez”. (Cuando la “Junta de Gobierno” de Cuadernos Americanos se fue transformando en consejo de familia, Porfirio Loera se incorpora a la misma –desde el volumen 229, marzo-abril 1980– después de Fernando Loera y Chávez, juntero desde el volumen 225, julio-agosto 1979).

En el año XL de Cuadernos Americanos, nonagenario el “Director-Gerente” vitalicio, se incorpora un chileno, desde el volumen 236 (mayo-junio 1981), como “Secretario de Redacción: Manuel S. Garrido”. Exilado en México tras el golpe de estado de Pinochet, Manuel S. Garrido (1941) asciende a “Subdirector” en el volumen 248 (mayo-junio 1983) y durante la efímera “Segunda época” (volúmenes 262-266) ejerce de “Director gerente”, el puesto que había desempeñado durante tantas décadas el difunto “Director fundador”.

Carta de Juan Larrea a Jesús Silva Herzog (Nueva York, 1º julio 1950)

Me he retrasado bastante en corresponder a su última carta entre otras razones por haber estado resistiéndome a hablarle con la entera franqueza que me pedía acerca de la marcha de Cuadernos Americanos. Es mucho lo que esto implica. Pero de nada ha valido resistirme. He terminado por ver que debía aprovechar la oportunidad que me brindaba usted para circunstanciar cosas que no carecen de importancia, sobre todo en estos momentos de grave crisis internacional. Voy a hacerlo, pues, con sinceridad y con la buena disposición de siempre. […]

Como ya le escribí en otra ocasión, no faltan razones para considerarme a mí, la “madre” de Cuadernos… Supongo que no tendrá usted reparo en reconocerme, inter nos, dicha “maternidad”. Mas por si existiera en usted alguna duda, no sea que también con el tiempo se le haya esfumado algún detalle de interés, voy a imponerme la tarea de hacer memoria y exponer las etapas de la creación de Cuadernos, con el ruego de que si se me hubiera trascordado algún incidente significativo o hubiera incurrido en alguna inexactitud, que de antemano deploro, tenga usted la bondad de excusarme, ilustrarme y corregirme.

Pero antes quiero dejar constancia de que emprendo este trabajo no por interés particular, sino porque la existencia de Cuadernos justifica algo que, en función del futuro, considero importante para la emigración española a quien conviene que ciertas cosas no se desnaturalicen. Si intervine en su nacimiento y desarrollo con la vehemencia que desplegué y sin mirar sacrificios, no fue, lo sabe usted bien, por razones de índole personal. Me sentía investido por la responsabilidad que, a través de la Junta de Cultura emigrada, me incumbía de salvar en la medida de mis posibilidades el espíritu del sacrificado pueblo republicano español. Estimo que sería traicionar el espíritu de esa emigración si ahora que contra mis deseos tuve que dejar la secretaría de Cuadernos, cooperara con mi silencio a privarla, como parece ser cada vez más clara la inclinación, de uno de los títulos que pueden compensar otras creencias.

No me lleve a mal que, con ese propósito, me retrotraiga en mis recuerdos hasta el mes de marzo de 1939, dos años antes de conocerle a usted. El día 13 de ese mes, cuando Barcelona había caído pero Madrid permanecía firme, se constituyó en París, a mi iniciativa, la Junta de Cultura Española, con la mira de encauzar la emigración de los intelectuales hacia América, sostener su espíritu y dotarles de medios para ganar aquí espiritualmente las batallas que en el territorio nacional se habían perdido materialmente. Salió ya entonces a relucir a grandes rasgos el sistema poético de ideas que muchas veces me ha oído usted exponer después acerca de América y de España. También por iniciativa mía la Junta de Cultura entró desde el primer día en comunicación con la Legación de México que consideró su existencia digna de interés y protección. Como consecuencia, y llevando adelante nuestros planes, la mayor parte de la Junta que ya había comenzado a publicar un modestísimo boletín, partió a primeros de mayo para México, después de adquirir el compromiso de publicar aquí dos revistas a ser posible, una para el gran público y otra para los medios superiores, que enfocara los problemas culturales hondamente. Yo me quedé en París como correspondía a mi cargo para seguir apretando las tuercas duras. Pero declarada la guerra mundial y concluida la emigración, sonó también para mí la hora del embarque. Al llegar a México a fines de noviembre del 39, me encontré con que la Junta no había dado ningún paso para cumplir su compromiso tocante a las revistas y con que me había nombrado Presidente (lo éramos tres). Me eché enseguida encima la tarea de subsanar aquella ineficiencia publicitaria. Así apareció al poco aquel órgano de la Junta de Cultura Española que se llamó España Peregrina, muy modesto en la forma pero muy ambicioso allá en el fondo. Si abrigaba la esperanza confesada de llegar a ser algún día la revista más importante de habla española, es porque tenía conciencia de lo trascendental de los valores que la patrocinaban y de su condición de simiente.

No tardaron demasiado en complicarse las cosas. España Peregrina se vio obligada a interrumpir al noveno número su publicación aunque con el ánimo de reanudarla enseguida. La Junta de Cultura, privada de recursos, tuvo que traspasar sus locales de la calle de Dinamarca. Me tocó personalmente sufrir las inclemencias del naufragio, identificándome con los ideales que a la Junta animaban, fuera lo catastrófico que fuera su inmediato destino. Para darse cuenta de que no estoy hablando de cosas ajenas a Cuadernos Americanos, le basta a usted mirar en torno suyo. En la habitación que ocupa usted actualmente como director de Cuadernos, se encuentra usted rodeado de aquellos mismos muebles de que estaba rodeado yo en España Peregrina, por las mismas estanterías, por los mismos libros. La secretaría de Cuadernos usa los muebles de España Peregrina y sus útiles de oficina, se sirve de la misma máquina en que se escribieron algunos originales y facturas del órgano literario de la Junta de Cultura Española. Y está usted apoyando, siquiera en parte, aunque tal vez sin darse entera cuenta, el mismo ideal que reinaba allí. Porque en aquel recinto se hablaba de dos cosas principalmente: de la reanudación de España Peregrina, en primer lugar, y, en segundo, de su deseable e inevitable transformación en una revista mexicano-española, de carácter continental, más apta instrumentalmente para defender y propagar los conceptos humanos que nos incandescían. León Felipe, amigo de las causas aparentemente perdidas, era entonces, aunque no el único, sí, con mucho, mi interlocutor más asiduo. Imaz, Balbuena, Xirau, Márquez, Millares, Vinós, Carrasco, Carner y otros miembros de la Junta acudían más de cuando en cuando. Luego, no temió frecuentar nuestro escondrijo Bernardo Ortiz de Montellano, atraído por las ideas y proyectos que me había oído sostener con exaltación. Su interés por España Peregrina era tibio, naturalmente. Pero sabía que esta revista que intentábamos poner a flote sólo era un primer paso hacia la consecución de muy altos ideales americanos que oía proponer con firmeza, en virtud de la publicación de esa segunda revista a que me he referido, cuyo advenimiento, basando mi intuición en la marcha de ciertos valores, daba yo por seguro. De ella hablábamos con frecuencia. Siempre que entonces preguntaba yo a Bernardo, que a la sazón trabajaba cerca de usted en la secretaría de su negociado de Estudios Económicos, sobre qué personas de su conocimiento podían ayudarnos a conseguir anuncios para España Peregrina, me respondía: Jesús Silva Herzog. A la pregunta de qué mexicanos, a su juicio, podrían apoyar los valores que nos desvelaban, respondía igualmente: tal vez, Silva Herzog.

A esta época heroica se refería Ortiz de Montellano en el último artículo del “Diario de mis sueños” que se publicó en Cuadernos, aquella frase que a su susceptibilidad de usted le pareció chocante y que tuve que pedir que modificara, al hablar del suceso ocurrido “cuando con Larrea y León Felipe fundamos –decía– Cuadernos Americanos”. Sin embargo, según lo comentamos Bernardo y yo entonces y más tarde cuando le vi en su casa por última vez, no era inexacta la redacción de Bernardo por cuanto se refería a una época anterior a su entrada de usted en escena. Naturalmente, la revista de que entonces tratábamos no se llamaba Cuadernos Americanos, puesto que carecía de título, como siguió careciendo muchos meses después de que hablamos de ella con usted, pero sí era el embrión de Cuadernos Americanos, puesto que tenía sus caracteres constitutivos: revista general, creadora de valores, de carácter sentimental, entre mexicanos y españoles, apuntada a la suscitación de un nuevo humanismo, &c., &c.

Por fin, a nuestro requerimiento, Bernardo nos llevó a León Felipe y a mí donde usted con el propósito inmediato de recabar su ayuda a fin de conseguir algún anuncio para España Peregrina, y el mediato de establecer relaciones con usted de manera que pudiéramos quizá intentar algún día interesarle en más ambiciosas empresas. Usted nos acogió en su despachito de Estudios Económicos con suma cortesía y afabilidad. Ello ocurrió a fines de marzo de 1941 (tengo la fecha exacta pero no a la mano). Alentó vivamente nuestras esperanzas de conseguir los tres o cuatro anuncios que necesitábamos para poder seguir publicando España Peregrina. Y con objeto de tratar más ampliamente acerca de la cuestión, tuvo usted la gentileza de invitarnos a almorzar. En ese ágape –tal vez no sea impropio llamarlo así– entró usted en contacto con el mundo de valores que nos animaba, aunque nuestra primera exposición fuera todo lo circunspecta que las circunstancias pedían. Se habló de la necesidad perentoria, desde el punto de vista espiritual, de que siguiera apareciendo el órgano de la Junta de Cultura, que defendía una posición importante para el sentido de la tragedia española y para la cultura de nuestra lengua. Es decir, se le expuso a usted la primera parte de nuestro proyecto, mas no sin hacer referencia a la segunda. “Hasta que –recuerdo haber dicho en el curso de la conversación– Hispanoamérica, a través de México que es su adelantado, se decida a aprovechar la estancia de los intelectuales españoles aquí para poner en marcha la revista que no tiene más remedio que editarse ahora que Europa está callada por la guerra y España entre las garras de Franco”, &c. No fue usted insensible a esta sugestión que, por lo que le he oído decir posteriormente, coincidía con deseos suyos anteriores de interesarse en la publicación de una revista, aunque no del mismo carácter. Recuerdo también poco más o menos sus palabras: “¿Creen ustedes entonces que se debe fundar en México una revista entre mexicanos y españoles para tratar de los problemas de alta cultura?” Claro que sí, insistí yo, insinuando comedidamente a continuación algunos de los puntos de vista que veníamos barajando. Convinimos al fin de nuestra charla volver a reunimos con objeto de que usted nos comunicara el resultado de sus gestiones relativas a los anuncios y para seguir conversando acerca de la otra posibilidad.

En la reunión subsiguiente, se mostró usted inclinado a, como dicen los franceses, brûler les étapes. Propuso usted dejar por el momento a un lado España Peregrina para tratar de la otra revista más importante en que el espíritu de aquélla se infundiera. Aunque no compartiera usted alguna de nuestras ideas espirituales, que chocaban con sus conceptos materiales, le sonaban a buena música. Nos dijo usted que por su conocimiento de las costumbres de los medios económicos mexicanos y de su eficacia para enfocar las cuestiones de orden práctico, se sentía capaz de ayudar financieramente al sostenimiento de una revista como la que imaginábamos, sin desechar la esperanza de que quizá pudiera usted alguna vez publicar algún artículo. Seguimos cambiando ideas y quedamos en que usted pensaría más detenidamente sobre el particular y que volveríamos a reunimos.

En esta tercera comida apareció usted decidido. Lograría, bien sea acudiendo al entonces Presidente, Don Manuel Ávila Camacho, o bien de otro modo, resolver el aspecto crematístico. Como ya lo habíamos conversado la vez anterior, literariamente la revista estaría dirigida por dos personas: un mexicano, Bernardo Ortiz de Montellano y un español: Juan Larrea. A usted le incumbiría el papel de organizador material, de gerente administrativo. Este proyecto que acataba la procedencia del impulso y sus caracteres básicos, estuvo en vigencia entre nosotros durante no poco tiempo.

Pronto se cambió de ideas en lo que se refiere al modo de lograr los apoyos económicos. Pensó usted que para la independencia de la revista más valía renunciar a los subsidios oficiales y buscar la ayuda privada. Tomamos la decisión, usted de “sablear” a sus amigos, nosotros de solicitar la contribución de los medios españoles. Al objeto de que precisáramos nuestras ideas y de procurarle a usted material para convencer a sus amistades, nos pidió usted que cada uno de los tres iniciadores, pusiéramos, para leérselos, nuestros puntos de vista por escrito. Lo hicimos así. En el archivo de Cuadernos obra el escrito de Bernardo en que se refiere a la conveniencia de estimular el nacimiento de un nuevo humanismo mediante la publicación de una revista que recogiera los esfuerzos mexicanos y españoles; el de León, poemático, en que propone que esa revista no se llame España Peregrina sino el Hombre Peregrino; y el mío, algo más extenso, en el que figuran algunas de las ideas que antes de Cuadernos, durante Cuadernos y después de Cuadernos me trotaban y siguen trotando por la cabeza. Al tratar de la composición de la Junta de Gobierno de la revista proyectada se pensó –no logro precisar si fue usted o yo quien propuso la idea– que estuviera constituida por tantos miembros mexicanos como españoles más un mexicano. Cuatro ycinco, pensábamos en un principio que fueran, y los cuatro españoles de la Junta de Cultura Española, naturalmente: además de los dos presentes, don Manuel Márquez y don Agustín Millares. Más tarde –en agosto– se decidió aumentar el número a cinco y seis y, para ampliar un poco el cuadro, propuso usted que el español fuera don Pedro Bosch Gimpera, llegado no hacía mucho a México, cosa que nos pareció excelente. En nuestras conversaciones a cuatro en las que –fuerza me es decirlo– siempre que no se tratara de asuntos económicos me tocó llevar la voz cantante, seguía firme mientras tanto la doble dirección de Ortiz de Montellano y de Larrea, al tiempo que se iban perfilando los caracteres distintivos de la publicación.

A mediados de junio, nos reunimos por fin en la Escuela de Economía un grupo de mexicanos y españoles –éstos de la Junta de Cultura– más el Dr. Puche, sí no recuerdo mal, con objeto de formalizar el proyecto de creación de la revista. […]

Comprendí también que los conceptos de Ortiz de Montellano, no bastante dinámicos, acabarían por crear conflictos en el seno de la organización. Había que aceptar la realidad tal como era. Por otra parte, convenía en el plano práctico reforzar la posición de usted ante las personas que le iban a surtir de fondos, vincularle a la revista lo más estrechamente a fin de que no perdiera usted el interés, así como impedir que algún intelectual de ideología académica fuera propuesto sin remedio para presidir el grupo mexicano. Fui yo quien sugirió entonces entre nosotros una nueva fórmula directiva que, independientemente de mis personales conveniencias, creo que fue mejor en la práctica de lo que hubiera sido la primera, y bastante feliz en lo que toca a la subsistencia de Cuadernos, pues de otro modo es probable que no hubiera alcanzado tan larga vida. Propuse, pues, que fuera usted el director general y Bernardo y yo codirectores literarios adjuntos, redactores jefes, secretarios o como se quisiera llamarnos. La lucha fue larga porque nunca se prestó Ortiz de Montellano a aceptar otro puesto que no fuera el convenido de director mexicano, razón que acabó por distanciarle de Cuadernos.

En adelante, las cosas marcharon por caminos lentos pero seguros. El 7 de agosto se decidió el título de la revista y se le nombró a usted director. Nos tocó después estructurarla intrínseca y extrínsecamente. A principios de septiembre se presentó el proyecto definitivo a la Junta de Gobierno, que lo aceptó sin modificaciones. Se me nombró a mí secretario. Rentamos una oficina en que me constituí a partir de noviembre mañana y tarde y se hizo lo preciso para que el primer número de Cuadernos fuera presentado en la cena del 30 de diciembre como una revista de tipo nuevo, original y de grandes pretensiones en el orden de la cultura. Nada quita que hubiera yo fracasado en mi intento de publicar un último número de España Peregrina para remitir a sus lectores a Cuadernos Americanos: éstos eran la legítima transfiguración de aquélla.

Ahora bien, no creo que nadie pueda discutirme con justicia la maternidad de la criatura, puesto que todos los caracteres de esa su originalidad, tanto los externos como los internos, le llegaron por mi cauce.

Esos caracteres derivan de los siguientes principios:

Comprensión de la cultura como un todo orgánico, vivo y universal, no limitado a los problemas del conocimiento y de la creación artística, ni a las especializaciones fragmentarias, sino llamado, al tomar conciencia de sí mismo, e integrarse en síntesis, a entrar en operación creadora.

Inseparabilidad, por tanto, de los criterios científicos, históricos y artísticos de los problemas llamados políticos yde los sucesos históricos actuales que piden una comprensión dilucidada, objetiva y orgánica, adecuada a aquella razón de conjunto, y que exige del hombre ilustrado una inteligencia no diremos beligerante pero sí dinámica, creadora.

Insuficiencia patente de los valores antiguos y urgencia de estimular la creación de otros nuevos y más evolucionados, fomentando en esta dirección el sentido de responsabilidad de los intelectuales de nuestro mundo.

Creencia de que el continente americano está llamado a realizar los aportes de conciencia necesarios para infundir caracteres de mundo nuevo y distinto a ese todo cultural naciente, por ser propio de su destino dar cuerpo, al contacto con la universalidad, a una entidad diferenciada, a un hombre y a una cultura nuevos.

La participación española en ese proceso es elemento esencial porque corresponde a su contenido histórico, a la tendencia innata de su destino y al sentido de los acontecimientos actuales servir de puente entre mundo y mundo. De aquí, que su participación en la empresa sea, no instrumental, sino sustantiva.

Los caracteres que derivan de estos principios son:

–La división de la revista en cuatro secciones, con cuatro nombres poéticos distintos correspondientes a los cuatro grandes horizontes creadores en cuya confluencia está situada. Estructuralmente, representa la unión de cuatro revistas complementarias, acordadas orgánicamente a la consecución de un solo fin.

–La importancia primordial dada, conforme a aquella índole viva, a los problemas del día que deben ser comprendidos, a ser posible, en función de una conciencia creadora universal.

–Una orientación americana por sobre cualquier nacionalismo y sobre el europeísmo, con miras a la universalidad.

–El estudio del pasado a instancia del presente y ambos en función del porvenir, sirviéndose de la arqueología como medio para fundamentar el aspecto continental y americano de la empresa, así como para favorecer su difusión.

–Ilustración gráfica intencionadamente poética con el designio de reforzar el texto y de estimular el ejercicio de la imaginación creadora.

–Notas bibliográficas como medio para tocar indirectamente y con miras creadoras los problemas complementarios más interesantes dentro de las posibilidades, desentendiéndose de la crítica corriente de libros.

Pues bien, todos estos caracteres, creo que sin excepción –es decir, salvo un título y medio que se deben a Imaz de los cuatro de las secciones, y el de la revista adelantado por Alfonso Reyes– fueron aceptados a propuesta mía cuando no puestos en práctica directamente. Recuerdo que la aceptación de alguno de ellos, como el de consagrar una sección a los problemas y sucesos de nuestro tiempo, y el de la ilustración gráfica, requirieron despliegue, uno de tenacidad y el otro de insistencia. Que la arqueología figurara en la revista y a ser posible en casi todos los números, tampoco fue cosa comprendida de inmediato. En este aspecto hasta la participación posterior de don Alfonso Caso en la Junta de Gobierno se debió a proposición y a gestiones mías ya que las relaciones entre ustedes, por razones que usted me expuso, se conjugaban a la sazón en tiempo frío.

A todo lo cual debe añadirse la publicación de libros complementarios de las secciones, a la que puso usted resistencia algún tiempo.

Y nada se diga de la constitución material, desde el dibujo y disposición de la portada y forros hasta los caracteres del papel y los detalles de impresión más nimios. Me incumbió a mí determinarlo todo.

Y aquí, sin el menor deseo de mortificarle, me creo obligado a decir que, en contraste con su eficacia en resolver los problemas de organización material y obtención de fondos, no recuerdo ninguna aportación suya en aquellos aspectos fuera del carácter bimestral de la revista frente a mi insistencia en que debiera ser mensual. Quizás olvido cosas. Si me las indicara lo reconocería con gusto.

Entiendo que esa “maternidad” que he venido atribuyéndome se encuentra certificada por mi dedicación íntegra, abnegada, sacrificada incondicionalmente a la perfección y mejor desarrollo de la revista, sin aprovechamiento, afectación y alardes, que suele ser la de las madres hacia sus hijos. No huelga quizá recordar que durante los largos meses que duró la gestación viví económicamente a salto de mata, reservando la plenitud de mis actividades para la revista futura, sin saber siquiera si iba a encontrar en ella algún medio de vida. Y por lo que a esto se refiere, es de creer que el trabajo con que contribuí al nacimiento y aparición de Cuadernos valía probablemente algo más que los ciento cincuenta pesos mensuales que –teniendo en cuenta quizá mi condición de padre de familia y mi calidad de Presidente de la Junta de Cultura Española– se me entregara a partir del otoño y durante varios meses por realizar las siguientes labores: secretaría o codirección, como quiera llamársele; solicitud de colaboración; recepción de visitas; ilustración gráfica sin medio alguno; corrección de originales y pruebas; vigilancia en la imprenta durante veinte o veinticinco días cada dos meses, tarea que durante algún tiempo fue exigente; correspondencia literaria y administrativa; pagos y cobros; contabilidad –rudimentaria, naturalmente–; distribución en México; anuncios, &c. Durante no pocos meses me incumbió tocar todos los instrumentos de la orquesta, sin olvidar la escena y, a ratos, el manejo de la batuta. Más tarde, se duplicó mi estipendio y se me descargó la contabilidad. Pero me inclino a creer que no serán pocos los economistas y sociólogos que estimando la cantidad y la calidad del trabajo rendido, piensan que mi contribución económica y personal a la financiación de Cuadernos fue bastante importante.

Ante sus amigos materialistas históricos suele usted complacerse en hablar del “milagro” de Cuadernos que atribuye usted a la amistad. Sin desconocer la parte que a la amistad puede caberle, ¿no cree usted que, mirado el fenómeno en su conjunto, es ésa una perspectiva incorrecta y que el centro miracular gravita más bien en otra parte, quizás en el entusiasmo “a mil por ciento”, al acierto y constante iniciativa que el espíritu del pueblo español sacrificado supo, al remitirse al Nuevo Mundo, infundir a quienes sintieron vocacionalmente la defensa de su causa? ¿No serán los demás elementos complementarios? Y en consecuencia y por ejemplo, ¿no será un poco pueblerina, un tanto distanciada de la realidad, la adulación emitida públicamente en uno de los actos de Cuadernos –tan venidos a menos– y sin que se sintiera usted obligado a oponer la rectificación más ligera, que el mérito de la revista correspondía íntegramente a usted, como quien dice, asignándome a mí –la generosidad de los zánganos, hueros como se sabe de nacimiento por más que se precien de escritores, suele ser mucha– el papel de simple y hasta casi enfadoso ayudante en cuanto “infatigable abeja surrealista”.

Independientemente de la Junta de Gobierno que sólo actuaba en ocasiones solemnes y que por lo general se limitaba a dar su visto bueno a los proyectos que le eran sometidos, los asuntos de la marcha de la publicación solían ventilarse en el seno de un pequeño comité de iniciativas constituido por lo regular por usted, León Felipe, Imaz y yo. Allí se debatían los problemas democrática y amistosamente, con ventaja, claro está, para el modo de ver y de sentir de los tres componentes de la Junta de Cultura Española. De este modo, sus fuertes instintos de mando, visibles desde un principio y no por mi parte sin sorpresa, pudieron moderarse y ser compatibles con el impulso creador de la revista.

Duró esta situación bastante tiempo. Cuadernos funcionó, a mi juicio, correctamente, como un instrumento al servicio de una empresa de creación cultural nueva y ambiciosa, afirmando posiciones neomúndicas y universales que si después no se han sostenido, catastraron el ámbito para el futuro. Se trataba de ir creciendo, de ampliar el campo de operación donde sembrar al voleo toda clase de estímulos. […]

Cada vez ha sido más fuerte e inconsiderado en usted –error grande– el deseo de sentirse jefe máximo y usufructuario de su destino. Le hablo, ya lo ve usted, con franqueza. Fue error grande porque en cuanto por mi parte vi que el convenio equitativo que tácitamente regía entre nosotros había caducado y que Cuadernos había dejado de ser una idea en marcha hacia grandes y humanas cosas a cuyo servicio nos encontrábamos los en ella interesados, cada cual con sus posibilidades, y se desaprovecharon las ocasiones magníficas que ella misma había contribuido a promover, la tensión de mi entusiasmo declinó sin remedio. […]

Es muy sencillo, dada su forma cuadriculada, seguir llenando las estanterías y las de sus suscriptores con artículos en gran parte de aluvión mejores o menos buenos. Pero ese vegetar sin sentido con prima a la hojarasca, no es lo que hacía de Cuadernos una revista singular, ni lo que justifica la pasión de que procede, los esfuerzos que se han hecho… […]

Le hablo con ruda franqueza, con el derecho que asiste a toda “madre” que se siente responsable del porvenir de su hijo, en un último y quizás heroico intento de hacerle caer a usted en cuenta de bastantes cosas de manera que se evite lo que a mi juicio sería la degradación definitiva de Cuadernos. Como ya en otras circunstancias no ha interpretado usted con la debida justeza mis reacciones, me creo obligado a decirle que no guardo ningún resentimiento por haber tenido que dejar esa secretaría que, según cuentan las crónicas refiriéndose a sus propias palabras, deseaba usted absorber hace tiempo, cosa que explica no pocas. Es excelente, desde mí, que la revista pueda manejarse por sí sola, dejándome en libertad para acometer otros problemas más arduos y avanzados. Y en el fondo ¿no ha acabado usted de completar el cuadro a que antes me referí, de la Junta de Cultura Española, llegando dentro de él hasta ocupar mi puesto? Repito que no estoy resentido. La verdad es que me encuentro más libre, más contento y más favorecido por lo que me importa, que nunca. Imagino que el orden poético-creador o si se quiere providencial a que es sensible mi vida, me ha traído adonde debe estar el atajo que conduce a una etapa más efectiva y amplia del proceso neomúndico que ha empezado a abrirse camino en nuestro tiempo. Cuadernos, desde ese punto de vista, es una base que debería seguir siendo útil, incluso en relación con las cosas importantes que me parece deben hacerse aquí aunque no se disciernan todavía concretamente. Y esta nueva etapa prolonga, como es natural, la línea de los intereses universales del pueblo español, los de México –no en balde me he mexicanizado hasta recibir el sacramento de la pirámide– y los del Nuevo Mundo.

Estamos estos días entrando, como distraídamente, en el momento agudo de la crisis histórica complejísima, frente al que Cuadernos debe asumir la actitud intelectualmente correcta que le corresponde. Los acontecimientos hablan por sí solos. […]

Tiene usted ocasión ahora de infundir nuevo entusiasmo y de revitalizar Cuadernos. Reorganíceles, siempre que se decida a transformarlos en una revista menos ostentosa pero más ágil y eficaz para la lucha presente. Es de temer que la tensión internacional en Corea siga en aumento hasta llegar a su extremo límite. Parece probable que se envenenen las cosas y que durante no corto tiempo nos hallemos al borde de la guerra tremenda. Mi impresión actual sigue siendo la de siempre: creo que se evitará el conflicto generalizado y que la voluntad agresora acabará por perder los colmillos. Lo que no quiere decir que se hayan resuelto todos los problemas. En ese punto es donde empieza realmente la tarea maravillosa.

Y termino, exhausto ya, después de haber cumplido un deber penoso. Ojalá que el resultado de esta carta, cuyos aspectos crueles no se me ocultan, sea la salud de nuestra revista que parecía llamada, así como usted, a ganar la luz esencial, según la expresión de León Felipe.

Con mis mejores deseos personales para usted, es siempre amigo suyo y servidor

Juan Larrea

(Según la versión incompleta publicada por Alejandro Finisterre, “Juan Larrea, León Felipe y el cincuentenario de Cuadernos Americanos”, Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, marzo 1991, nº 501, páginas 92-99.)

Composición de la Junta de Gobierno de Cuadernos Americanos (1942-1986)

Tras la muerte de Jesús Silva Herzog –volumen 261– hubo una breve “segunda época”, volúmenes 262-266

Cuadernos Americanosaño4249515360616268697175777980818385-6
Junta de Gobiernovolumen13434856585968721101825566365747698210122529354862-6
mx J. C. Andrade Salaverría1__?
mx Fernando Benítez1912-2000
mx Rubén Bonifaz Nuño1923-2013
es Pedro Bosch Gimpera1891-1974
mx Israel Calvo Villegas1__?
mx Antonio Carrillo Flores1909-1986
mx Alfonso Caso1896-1970
mx Daniel Cosío Villegas1898-1976
es León Felipe1884-1968
es José Gaos1900-1969
cl Manuel S. Garrido1941
mx Pablo González Casanova1922
mx Mario de la Cueva1901-1981
es Eugenio Imaz1900-1951
es Juan Larrea1895-1980
mx Fernando Loera y Chávez1__?
mx Porfirio Loera y Chávez1__?
es Manuel Márquez1872-1962≈†
mx Manuel Martínez Báez1894-1987
es Agustín Millares Carlo1893-1980
mx José Miranda González1903-1967
ar Arnaldo Orfila Reynal1897-1998
mx Bernardo Ortiz1899-1949
mx Alfonso Reyes1889-1959
mx Jesús Reyes Heroles1921-1985
mx Javier Rondero1921?
mx Manuel Sandoval Vallarta1899-1977
mx Jesús Silva Herzog1892-1985Director-Gerente
es Ramón Xirau1924-2017
mx Agustín Yañez1904-1980
mx Leopoldo Zea1912-2004

[ el ancho de los tramos no guarda proporcionalidad exacta con el tiempo representado: hubo momentos agitados ]

Cada entrega (excepto la segunda) ofrece los nombres que forman la “Junta de Gobierno” de Cuadernos Americanos. Esta tabla consigna las circunstancias y vicisitudes de esos varones, en sus cinco clases: los cinco fundadores que persistieron mientras vivieron [ █ ]; los seis fundadores “que se fueron” [ ◄ ]; quienes fueron siendo captados como junteros [ ► ]; los que abandonaron en vida [ ◄ ] y la “banda de los cuatro” reincidentes [ ► ], luego rota y todo….

La primera crisis de Cuadernos Americanos se produce en cuanto aparece la primera entrega: “Bernardo Ortiz de Montellano, ex Director de la revista Contemporáneos” requiere se quite su nombre de la Junta de Gobierno: él había aceptado codirigir la revista con Juan Larrea, pero no el mandato de un gerente… El volumen 2 elude los nombres de los junteros, pero en el tercero el dimisionario ha sido ya sustituido por Alfonso Caso, con lo que se mantiene la composición deseada de cinco españoles y seis mexicanos.

Durante siete años, hasta el volumen 42 (noviembre-diciembre 1948), se mantiene inalterada la Junta ajustada en el volumen 3, pero en la relación del volumen 43, primera entrega de 1949, se constatan cuatro cambios: ya no están ni el mexicano Mario de la Cueva (“ex Rector de la Universidad Nacional de México”) ni el español Agustín Millares Carlo (“Catedrático de la Universidad de Madrid. Académico”), pero aparecen Antonio Carrillo Flores y Manuel Sandoval Vallarta. Se ha roto el equilibrio “nacional” de los inicios: son ahora siete mexicanos y cuatro españoles. Hasta la entrega 42 se expresaban los méritos de los junteros, desde el volumen 43 sólo sus nombres. El economista Antonio Carrillo Flores era entonces Director General de Nacional Financiera S. A., banca que ya había insertado anuncio de página completa en la primera entrega, y se mantiene en la Junta de Cuadernos Americanos hasta el volumen 67, enero-febrero 1953 (que abandona, probablemente, por haber sido nombrado, el primero de diciembre de 1952, Secretario de Hacienda y Crédito Público de México). El físico Manuel Sandoval Vallarta, que ya había dejado de dirigir el Instituto Politécnico Nacional, había de permanecer hasta su muerte en la Junta de Cuadernos Americanos.

¿Por qué se fueron Mario de la Cueva y Agustín Millares Carlo? ¿Abandonaron antes porque podían, en un proceso que Juan Larrea hubo de demorar hasta el verano de 1949, cuando pudo encontrar alternativa a su modo de subsistencia, aunque precario, como “hombre orquesta” de Cuadernos Americanos? La marcha de Juan Larrea (ya no figura en el volumen 48, noviembre-diciembre 1949) confirma sin duda una nueva etapa de la revista: recuérdese la “Carta de Juan Larrea a Jesús Silva Herzog” (Nueva York, 1º julio 1950).

La siguiente crisis significativa de Cuadernos Americanos se produce veinte años después: la Junta de Gobierno que cierra 1967 con quince personas (volumen 155, noviembre-diciembre 1967) inicia 1968 con diez (volumen 156, enero-febrero 1968), pues cinco junteros dejan de serlo a la vez: Rubén Bonifaz Nuño, José Miranda González, Jesús Reyes Heroles, Ramón Xirau y Agustín Yañez. Los cuatro primeros se habían incorporado al comenzar el curso 1961-62 (volumen 118, septiembre-octubre 1961), junto con Fernando Benítez (quien sólo resistió un curso); Agustín Yañez era algo más veterano. Los hermeneutas deberán explicar qué pudo haber sucedido.

También requiere explicación el llamativo retorno a la Junta de Cuadernos Americanos de cuatro de quienes la abandonaron en el umbral de 1968, registrado en el volumen 176 (mayo-junio 1971), y hasta por qué Jesús Reyes Heroles la abandona por segunda vez…

Razones que sin duda llevaron a Jesús Silva Herzog a preferir, para reponer una Junta que en 1978 sólo contaba con ocho miembros (entre ellos sólo dos fundadores y tres “reincidentes”), a candidatos de “perfil bajo” (Juan Carlos Andrade Salaverría, Israel Calvo Villegas) del entorno empresarial de la revista (Fernando y Porfirio Loera y Chávez), ajenos a pasiones académico políticas.

“Nueva época” de Cuadernos Americanos desde 1987 como publicación de la UNAM

Tras seis meses de silencio, eliminado el subtítulo “La revista del nuevo mundo”, reaparece en 1987 como una de las publicaciones institucionales de la Universidad Nacional Autónoma de México (adscrita a su Centro coordinador y difusor de estudios latinoamericanos): Cuadernos Americanos. Nueva época, Año I, Vol. 1, número 1, enero-febrero 1987 (manteniendo inicialmente para los asuntos administrativos y editoriales a quienes la venían realizando: “Asuntos administrativos: María Concepción Barajas Ramírez. Edición al cuidado de Porfirio Loera y Chávez”, “Talleres de la Editorial Libros de México”), con su armadura ideológica y política ajustada entonces a las postrimerías de la Guerra Fría. Más de treinta años después, se sigue publicando.

Cuadernos Americanos. Nueva Época

Fundador: Jesus Silva Herzog

Director: Leopoldo Zea

Comité técnico: Arturo Azuela, Fernando Benítez, Héctor Fix Zamudio, Pablo González Casanova, Marcos Kaplan, Miguel León-Portilla, Jesús Silva-Herzog Flores, Diego Valadés, Ramón Xirau, Leopoldo Zea.

Consejo internacional: Antônio Cândido, Brasil; Rodrigo Carazo, Costa Rica; Federico Ehlers, Pacto Andino; Roberto Fernández Retamar, Cuba; Enrique Fierro, Uruguay; Domingo Miliani, Venezuela; Francisco Miró Quesada, Perú; Otto Morales Benítez, Colombia; Germánico Salgado, Ecuador; Samuel Silva-Gotay, Puerto Rico; Gregorio Weinberg, Argentina.

Giuseppe Bellini, Italia; Tzvi Medin, Israel; Hiroshi Matsushita, Japón; Sergo Mikoyan, Unión Soviética; Charles Minguet, Francia; Magnus Mörner, Suecia; Richard Morse, Estados Unidos; Guadalupe Ruiz-Giménez, España; Hanns-Albert Steger, Alemania.

Consejo editorial: Sergio Bagú, Horario Cerutti, Ignacio Díaz Ruiz, Elsa Cecilia Frost, Francesca Gargallo, Miguel González Compeán, Jorge Alberto Manrique, Edgar Montiel.

Secretario: Liliana Weinberg.

Consejo de difusión y administración: Coordinador: Juan Manuel de la Serna. Salomón Díaz Alfaro, María Elena Dubernard y Margarita Vera.

(Cuadernos Americanos. Nueva época, año I, volumen 1, número 1, enero-febrero 1987, interior de la cubierta.)

Artículos de Cuadernos Americanos en esta hemeroteca

fecha título autor
1942.01Lo humano, problema esencialJesús Silva Herzog
1942.01La Conferencia de La HabanaCooperación Intelectual
1942.01¿A dónde va la ciencia?Joaquín Xirau
1942.03América y los Cuadernos AmericanosAlfonso Reyes
1942.03La Conferencia de Río de Janeiro [15-28 enero 1942]Manuel J. Sierra
1942.03¿Hubo filosofía entre los antiguos mexicanos?Samuel Ramos
1942.05El derrumbamiento de la cultura alemana (ensayo de interpretación)Luis Recasens Siches
1942.05Los dos medios mundos americanosWaldo Frank
1942.05Hispanismo e hispanidadFrancisco Carmona Nenclares
1942.05En torno a una Filosofía americanaLeopoldo Zea
1942.05Reflexiones sobre el utilitarismoEduardo García Máynez
1942.05Nueva salida de ArielFrancisco Monterde
1942.05¿Por qué deben conservarse los restos de una vieja civilización?Alfonso Caso
1942.05Mirador indioErmilo Abreu Gómez
1942.05Congresos de HistoriaJosé Miguel Quintana
1942.07Sobre una deserción. Carta a Alfonso ReyesGuillermo de Torre
1942.07Localización histórica del pensamiento hispanoamericanoJosé Gaos
1942.07Libertad y planificación (el tema central de nuestra época)Luis Recasens Siches
1942.07Filosofía contemporánea (de Francisco Romero)Eugenio Imaz
1942.07Cartas de Bentham a José del ValleRafael Heliodoro Valle
1942.07Carta a Alfonso ReyesWerner Jaeger
1942.07Paideia (de Werner Jaeger)Joaquín Xirau
1942.09La filosofía en el Tercer Reich, instrumento de guerraAlfred Stern
1942.09La “arianización” de los iberos o la prehistoria del franquismoFrancisco Carmona Nenclares
1942.11Hacia una definición de América. Dos cartasJosé E. Iturriaga & Juan Larrea
1942.11La unión de las AméricasSalomón de la Selva
1942.11Rectificación [a Francisco Carmona Nenclares]Pedro Bosch Gimpera
1942.11Caracterización formal y material del pensamiento hispanoamericanoJosé Gaos
1942.11La construcción de las ciencias del espírituJuan Roura-Parella
1942.11El espejo de HusserlAlfonso Reyes
1942.11Saavedra Fajardo: un político economistaJavier Márquez
1947.09Política Cultural. Ante la reunión de la UnescoLuis Santullano
1947.11En defensa de la libertadGermán Arciniegas
1947.11La conferencia de la UNESCO en MéxicoFrancisco Giner de los Ríos
1958.05El concepto de Imperio no cuaja en Nuestra AméricaFernando Díez de Medina
1958.05José Ferrater Mora en PrincetonHugo Rodríguez-Alcalá
1960.01Latinoamérica y la guerra fríaLeopoldo Zea
1960.01El pensamiento sociológico de Mariano OteroRicaurte Soler

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