Idea pura de democracia: Fundamentalismo, Funcionalismo y Contrafundamentalismo
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Contrafundamentalismo democrático: Materialismo / Espiritualismo Antropológico
El “contrafundamentalismo democrático” es la cuarta acepción de fundamentalismo [866] democrático cuando lo redefinimos desde el materialismo pluralista discontinuista [54]. [Esta] acepción tiene un signo negativo o crítico, porque entiende el fundamentalismo “a la contra”, aunque de un modo recto y no oblicuo [790] (como lo hace la acepción miserable de fundamentalismo). [871]
Esta cuarta acepción puede considerarse como antropológica porque la perspectiva desde la cual estaría conformada sería la más propia de la llamada Antropología cultural [261], que se ocupa de la cultura humana como un todo complejo [406], tal como la definió Tylor. Las “partes” de ese todo complejo son, siguiendo líneas de división horizontal, los círculos o esferas culturales [432], las culturas (círculos o esferas tales como cultura egipcia de las tres primeras dinastías, cultura papúa, cultura fenicia, etc.), y, siguiendo líneas de división vertical, las categorías culturales (lingüísticas, indumentarias, tecnológicas, económicas, de parentesco, religiosas, arquitectónicas).
Suponemos que las categorías culturales [428] antropológicas están constituidas por instituciones, y esta característica la tomamos como criterio distintivo entre las categorías antropológicas (humanas) y las categorías etológicas (zoológicas) [Véase, Gustavo Bueno, “Ensayo de una Teoría Antropológica de las Instituciones”, El Basilisco 2a época, núm. 37, págs. 3-52]. En cualquier caso, ni las culturas humanas ni sus categorías son partes sustantivas, aun cuando tienen una gran independencia estructural y procesual: por ejemplo, las categorías musicales son irreductibles a las categorías escultóricas, es decir, existe una cierta discontinuidad entre tales categorías [666]. Sin embargo, están profundamente involucradas entre sí, y con las categorías etológicas, y, por supuesto, con las biológicas, con las físicas o con las químicas.
En cualquier caso, supondremos que el material antropológico [243] no está íntegramente categorizado; o dicho de otro modo, la organización gnoseológica del todo complejo no agota la integridad de sus materiales.
Ordinariamente se distinguen, en el momento de tratar conjuntamente ese todo complejo, dos grandes metodologías antropológicas, la constitutiva de la antropología materialista y la constitutiva de la antropología espiritualista, a veces, idealista. Ahora bien: en el momento de establecer una diferencia gnoseológica significativa entre estas dos metodologías de la antropología cultural (una diferencia gnoseológica, no ya metafísica, que por ejemplo tomase como criterio la tesis de un espíritu humano vinculado o religado a una divinidad trascendente y también espiritual) nos inclinamos a declararla en torno a la oposición entre el reconocimiento del pluralismo de las partes del material antropológico (pluralismo que implicase siempre discontinuidad) y el monismo de las partes (que implica continuidad entre las culturas diversas y entre las categorías de cada cultura).
Una antropología materialista es la que subraya, ante todo, la multiplicidad discontinua de las partes del “todo complejo”, negando por tanto que ese todo complejo se desenvuelva cumpliendo una ley teleológica (como quiere serlo la “ley del progreso”, o la del fin de la Historia). Una antropología espiritualista subraya la continuidad entre sus partes como orientadas hacia un fin común, tanto si este fin se pone (como lo pone el marxismo metafísico) en la inmanencia terrena de la historia humana, es decir, en un estado final en el que el género humano “se reconciliará consigo mismo” dejando atrás el estado de alienación, como si este fin se pone en la trascendencia de un punto Ω, en función del cual pueda entenderse la sentencia que ya hemos citado: “Todo lo que crece [progresa] converge”, un lema a todas luces contradicho por la experiencia.
En cualquier caso, es evidente que una metafísica espiritualista que tiene en cuenta “la mano de Dios” (o la de la Naturaleza) [69-71] en el destino del hombre, se reflejará en una metodología monista continuista, que tenderá a establecer una jerarquía entre las partes del todo complejo en virtud de la cual todas las categorías antropológicas (económicas, tecnológicas, políticas, etc.) quedarían subordinadas por ejemplo a las categorías religiosas. Y ello hasta el extremo de que ni siquiera se reconocerá ningún sentido al concepto político de soberanía de una sociedad política, “porque la soberanía solo puede predicarse de Dios” (Malebranche, Donoso Cortés, Maritain). […]
¿Cómo podría redefinirse, desde este pluralismo materialista, al propio fundamentalismo democrático [873]?