Idea pura de democracia: Fundamentalismo, Funcionalismo y Contrafundamentalismo
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Fundamentalismo democrático como monismo categorial:
Democratismo trascendental / Contrafundamentalismo pluralista
[Desde el pluralismo discontinuista materialista [1] redefinimos al fundamentalismo democrático] como una aplicación de la metodología monista, si no ya aplicada a la totalidad cósmica, sí a la totalidad antropológica, al “todo complejo” [872].
El fundamentalismo democrático, visto desde el pluralismo (materialista o espiritualista), se caracterizaría, ante todo, por una tendencia a entender las categorías políticas como fundamentos verdaderos de las más importantes, si no de todas, las categorías antropológicas; y, dentro de las categorías políticas, el fundamentalismo democrático sería a su vez el fundamento de todas las demás, que quedarían subordinadas a ella. De este modo, la democracia fundamentalista quedaría elevada a la condición de valor supremo, quedaría sacralizada [860] (suele decirse), y convertida en principio director de todos los demás valores [867]. Esto hará posible hablar de una ética democrática, de una “moral democrática”, de una “economía democrática”, de un “Estado de derecho democrático” (antes de la democracia no se admitirá propiamente el Estado de derecho), y, por supuesto, de una “religión democrática”, de un “arte democrático”, de una “ciencia democrática” y de una “filosofía democrática” [Véase, Gustavo Bueno, “El porvenir de la filosofía en las sociedades democráticas”, El Catoblepas, núm. 100 a 103]. La democracia terminará siendo proclamada como el fin de la Historia [888].
No nos detendremos aquí en subrayar el aspecto metafísico que nos ofrece este “democratismo trascendental”. Sin duda, el fundamento de este mismo fundamentalismo es también metafísico, muy próximo al humanismo cuasimístico del Género humano [720] como Ser supremo, que logra la comunión final de sus miembros tras una Alianza de Civilizaciones. Una Alianza de la Humanidad (Krause) [713] que asegurando la paz perpetua [852] y la solidaridad socialista entre todas las naciones permitirá desplegarse a este Género humano constituyéndolo como centro de un Universo armónico, ecológico y aun galáctico, al que conferirá sentido.
No será gratuito afirmar que el fundamentalismo democrático, así entendido, no es otra cosa sino una transposición al hombre de la función atribuida tradicionalmente al Dios de las religiones monoteístas. Es el Ser Supremo del positivismo de Augusto Comte y de su “religión de la Humanidad”, es la “Alianza de la Humanidad” de Krause (que Sanz del Río presentó en España hace ya siglo y medio, y por cierto, mediante un plagio vergonzante). [Sobre el humanismo, véase, Gustavo Bueno, Zapatero y el pensamiento Alicia, cap. 11; “Los peligros del ‘humanismo de la izquierda híbrida’ como ideología política del presente” (El Catoblepas, núm. 61); “El humanismo como ideal supremo” (El Catoblepas, núm. 158)].
Ahora bien, desde el materialismo antropológico no cabe considerar a las categorías políticas, ni menos aún a las democráticas, como principios directores y organizadores de la vida humana. Ni el orden ético, ni el orden moral, ni el orden religioso, artístico, científico o filosófico están subordinados al orden democrático. La ética, la moral, la religión, el arte, la ciencia, la técnica o la filosofía se desplegaron en sociedades no democráticas. Más aún, puede afirmarse que carecen de sentido expresiones tales como “ética democrática”, “religión democrática”, “ciencia democrática”, “arte democrático” o “filosofía democrática”. Ni la religión, ni la ciencia, ni el arte, ni la filosofía admiten la consideración de ancillae democratiae. Ni siquiera la propia democracia tiene como fundamento la democracia porque la democracia supone dado un pueblo referencial [890] o Nación histórica [727-736] cuyos orígenes no son, en modo alguno, democráticos (salvo para las doctrinas metafísicas rusonianas del contrato social originario).
La política de un gobierno democrático fundamentalista que pretende hacer pasar todas las categorías antropológicas por el “filtro democrático” (el Estado dejará fuera de su campo a cualquier actividad musical, artística, filosófica… que no sea democrática); también dejará fuera de su campo a cualquier actividad religiosa (las vacaciones de Navidad, por ejemplo, serán transformadas en vacaciones de invierno), serán suprimidas las fiestas taurinas, porque su violencia no se juzga compatible con la democracia de la paz y del diálogo [844].
Desde la metodología de un pluralismo materialista [2], la única posibilidad de reconocer el fundamentalismo democrático, es la del contrafundamentalismo. No cabe reconocer la posibilidad de una fundamentación metafísica de la democracia. No cabe apelar al “derecho natural” o a los “derechos humanos” entendidos como derechos naturales que reconocen a todos los individuos humanos como libres, con independencia de su raza, lengua, religión, sexo… Estos derechos, en su versión de 1948, fueron ajustados a las sociedades democráticas homologadas (razón por la cual no fueron firmados por la URSS, China y satélites, ni tampoco por varios Estados islámicos). Y desde luego no emanaban de la naturaleza humana, sino de la historia. Y si han llegado a erigirse en derechos universales, reconocidos por la Asamblea General de las Naciones Unidas, habrá sido debido a los acuerdos internacionales de las Potencias que buscaban de modo perentorio establecer unos criterios pragmáticos para el tratamiento de los individuos humanos en la postguerra, así como para tomar posición ante los Estados que no respetasen tales criterios. Pero de ahí no se deduce que los individuos humanos consistan en ser sujetos de derechos democráticos (como pretenden los teóricos de la democracia que creen poder derivarla de la Declaración Universal de los Derechos Humanos) [481-488]. Entre otras cosas, porque ninguna norma política o jurídica tiene capacidad para agotar la materia individual o grupal de la que están constituidos los seres humanos.
Es importante subrayar que este criterio diferencia el materialismo antropológico del espiritualismo antropológico [874], que cifra como característica de los individuos humanos no ya el no ser agotables por cualquier tipo de normas democráticas, sino en el hecho de poseer un espíritu incorpóreo creado por Dios ex nihilo [67].