Filosofía en español 
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Cuestiones proemiales

[ 784 ]

Poiesis como producción (conformación de los sujetos): Técnicas y Tecnologías

“Hombre”, por su formato de concepto clase [816], nos remite inmediatamente a los individuos humanos, a los “hombres de carne y hueso”, sujetos de conducta tal como la estudia la Etología humana o la Antropología Etológica. Desde la perspectiva de este concepto clase de hombre, es como suele ser planteada la cuestión tradicional del “hombre y la técnica”. Desde esta perspectiva etológica, es desde donde las técnicas se nos muestran como “estrategias de compensación” desplegadas por unos primates que, acaso como consecuencia de una ontogenia neotécnica, nacieron en estado de desvalimiento (inermes, sin vello, sin garras, sin dientes…), como si fueran “monos malnacidos”, que mantuvieron muchos rasgos embrionarios en el estado adulto. Si han sobrevivido es porque, gracias al desarrollo de las técnicas, pudieron compensar su desvalimiento originario. Sus manos, en esta perspectiva, serán la clave de su recuperación: el palo sustituyó a las garras, los sílex afilados a los colmillos (así Kortland); así también, los vestidos compensaron la falta de pelo (por ello, en lugar de definir al hombre como un “mono desnudo” –fórmula de Desmond Morris que solo tendría sentido si el vello natural se interpretase, con audaz metáfora, como una suerte de indumento superpuesto– habrá que definirlo como “mono vestido”). Y esta es la perspectiva que constatamos ya en el mito de Prometeo, tal como lo expone Platón, por boca de Protágoras en el diálogo que lleva su nombre. Perspectiva renovada durante el siglo XX, en el que siguió actuando la tradición pesimista agustiniana (la quiebra que la naturaleza humana habría experimentado como consecuencia del pecado original), a través de las teorías de Bolk (sobre la neotecnia humana), de T.H. Lessing, de Alsberg (las técnicas, y aun la cultura humana, no representan mucho más que una ortopedia), de Gehlen, y aun de Ortega (“el hombre no tiene naturaleza, sino historia”).

Las técnicas, o las artes, serían, para decirlo al modo de Aristóteles, formas de poiesis, pero de una poiesis [236] que consistiría en la imitación (o mímesis) de la Naturaleza. Sin embargo, la teoría de la poiesis-mímesis, es decir, la poiesis como imitación de la natura naturata, era demasiado estrecha para contener a las nuevas tecnologías de la época paleotécnica y, sobre todo, de la época neotécnica (para utilizar la terminología de Mumford). La televisión constituye la mejor refutación de las teorías compensatorias u ortopédicas de la técnica. No es el ojo del hombre el que “recupera” la clarividencia gracias a determinados ingenios ortopédicos: jamás tuvo un primate el don de la clarividencia. Es la televisión la que ha permitido al hombre alcanzar la clarividencia funcional. Si se quisiera mantener el criterio aristotélico de la mímesis, sería necesario aplicarlo, no ya a la natura naturata, sino a la natura naturans o, si se prefiere, a la physis, como entidad cuasi divina, creadora de formas constituyentes inauditas (como las que estallaron en la llamada “explosión del Cámbrico”), y que no se limitaba a imitar morfologías o naturalezas ya constituidas por la physis.

Trasladadas estas ideas a la tradición judeo-cristiana del Dios creador, las técnicas, eotécnicas, paleotécnicas y neotécnicas o tecnologías (o neo-tecnologías), y aun la cultura humana en general, servirían de preparación para entender la poiesis como una “creación” en el sentido judeo-cristiano. De este modo, la poiesis que da lugar a las técnicas o a las artes, o bien será interpretada como una continuación de la obra divina de la creación, o bien será creación divina ella misma. Las técnicas o las tecnologías, lejos de ser una mera “estrategia ortopédica”, mediante la cual los hombres “desposeídos” intentasen imitar a sus hermanos naturales mejor dotados, habrían de entenderse como fruto de la actividad mitopoyética (E. Cassirer). Detrás de cada técnica o de cada tecnología estará actuando una metafísica, dirá Heidegger. Más aún: la estirpe divina [669] atribuida a las creaciones técnicas o tecnológicas, explicaría el tardío reconocimiento (según algunos, hasta nuestros días) de las cuestiones filosóficas que tienen que ver con el origen de las técnicas. Pues no es que “los hombres” no hubiesen advertido con sorpresa su condición de animales inventores de técnicas o tecnologías, de “ingenios”, en el sentido extrasomático del término (que recoge muy bien Covarrubias en su Diccionario: “Las mismas máquinas inventadas por los hombres con primor que llamamos ‘ingenios’, como el ingenio del agua que sube desde el río Tajo hasta el alcázar de Toledo, que fue invención de Juanelo, segundo Arquímedes”); es que habría atribuido a los dioses o a los démones la invención de tales ingenios “sobrehumanos”.

Pero las técnicas o las tecnologías solo son sobrenaturales cuando las ponemos en relación con una supuesta naturaleza humana individual, inerme y desvalida. Sin embargo, una tal naturaleza es una abstracción, como lo es también el propio “hombre de carne y hueso”. Porque la “unidad humana”, en cuanto entidad específica, no es el individuo, sino el grupo. Y el grupo humano, ya en sus comienzos, lejos de ser un animal inerme y desvalido, comenzó a manifestarse como una poderosa máquina de depredación frente a los demás animales y a la Naturaleza, en general. O, mejor dicho (si convenimos en entender como un simple mito el concepto global de “Naturaleza”), a las “naturalezas particulares” y a las “coaliciones” o enfrentamientos entre estas “naturalezas” [69]. El garrote o la piedra preparada, que individuos homínidos prehumanos utilizaban ya ampliamente (sin que por ello pudieran conceptuarse como “ingenios ortopédicos”) solo podrán desarrollar todo su alcance en el grupo, en el mantenimiento del fuego, en la caza cooperativa. Estos “sujetos previos” al desarrollo de las técnicas no eran propiamente humanos; puede decirse que estas técnicas “hicieron al hombre”, tanto o más como decimos que el hombre “creó tales técnicas” (el “fuego hizo al hombre”, decía Engels).

La poiesis no es, por tanto, creación ex nihilo, en su sentido teológico. Es creación a partir de materiales preexistentes, es decir, de las naturalezas, realmente existentes, en ejercicio. De otro modo: la poiesis es producción, si es que la producción no solamente consiste en la fabricación de objetos, llevada a cabo por sujetos operatorios humanos ya preexistentes, es decir, si producción es también conformación de los mismos sujetos operatorios que producen.

Por lo demás, que las técnicas desplegadas por los grupos homínidos hayan sido la fuente de la propia hominización o transformación de los homínidos en hombres, tampoco constituye un proceso concebido ad hoc para explicar la evolución humana. La abeja melífera (Apis melifera), no fue solo el insecto que (en virtud de ciertas disposiciones suyas, a las que hubiera que reconocer algo de divino, como dice Virgilio en el libro IV de sus Geórgicas: Esse apibus partem divinae mentis…) llegó a construir panales admirables: la abeja misma fue un resultado de estos panales.

Diremos, en resolución, que la producción técnica y tecnológica, en su más amplio sentido, es el proceso mediante el cual ha tenido lugar la neogénesis humana. Y esto nos permite descubrir el fondo racional de las etiologías míticas que atribuyen a seres sobrenaturales la invención de los ingenios técnicos o tecnológicos. En efecto, no son propiamente los individuos humanos quienes han inventado las técnicas o las tecnologías [785], sino los grupos formados por estos individuos. Son los grupos o los individuos moldeados por ellos, los verdaderos creadores de aquellos productos supraindividuales que los mitos reconocerán como obras de personas sobrehumanas (como puedan serlo Orfeo o Prometeo).

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