Filosofía en español 
Filosofía en español

España como sociedad política

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Materialismo histórico / Ortogramas prolépticos: Historia de España / Ortograma Imperial / Teoría de los cinco Reinos (crítica)

El propósito “técnico” principal de Gustavo Bueno en España frente a Europa (1999) es reexponer la Historia de España desde la Idea filosófica del Imperio [716] español. Partiendo, como cuestión de hecho, de la tesis mínima sobre la condición imperial de España durante los siglos XVI y XVII, regresa hasta la génesis de tal condición. Ahora bien, el regressus hacia el pretérito no puede continuar indefinidamente: hay un momento en el que cualquier precedente formal se desvanece; el punto crítico de este regressus es la invasión musulmana. El Islam fue la causa principal, a la vez formal y eficiente, de la contextura imperialista que tenemos como característica del “ortograma” [proléptico] originado en el siglo VIII por la Monarquía asturiana. Y, en el ejercicio de este ortograma seguido durante más de mil años, habría ido conformándose la unidad característica de la sociedad española histórica [738].

[Cuando hablamos de] un “ortograma proléptico”, hablamos de una teleología inmanente (no metafísica), resultante de la sucesiva “entrega”, de unas generaciones a otras, de un “ortograma” que los grupos dirigentes (la intelligentsia áulica) fueron transmitiendo a sus sucesores. Esta es teleología inmanente, vinculada a la causalidad histórica, en lo que la historia tiene de proceso operatorio que, estando sin duda determinado por factores que actúan “por encima de la voluntad de los hombres” (para decirlo con palabras de Marx), sin embargo, solo pueden actuar causalmente a través de los planes y programas [238] de unos grupos humanos, en conflicto siempre con los planes y programas de otros grupos diferentes, aunque mutuamente codeterminados.

Ahora bien, ningún proyecto político, con sus planes y programas, puede ser atribuido a algún sujeto o grupos de sujetos que no tenga en ellos, de algún modo, en su ejercicio, una representación [emic] práctico-proléptica [234]. Solo que las pruebas emic que podemos encontrar en crónicas, medallas, documentos, reliquias… habrán de ser interpretadas siempre desde las ideas etic [237] que tomemos como referencia. Esto que estamos diciendo presupone una teoría de la construcción histórica que reivindica la naturaleza β-operatoria [230] de la construcción histórica [436-443].

Por un lado, las operaciones atribuidas por los historiadores a los agentes o sujetos de la historia han de tener un correlato o respaldo constante (emic) probado en los propios agentes, a través de la documentación pertinente, pero también de los facta concludentia. Y sin que, sin embargo, la construcción histórica haya de considerarse reducida a esa reconstrucción operatoria emic (que convertiría a la Historia en la exposición “idealista” de los proyectos, planes y programas, de sus agentes). El Imperio carolingio, al que los historiadores de la metodología emic suelen considerar como el auténtico Imperio de Occidente en la Edad Media fue, sin embargo, desde el principio, un “Imperio ficción”, fundado en una superchería vergonzante fraguada por sus propios agentes (el Papa y Pipino, reunidos en Ponthion).

La presencia del ortograma imperial en la Corona de Castilla y León durante el final del siglo XIII y durante los siglos XIV y XV podría ser investigada, por ejemplo, más que en eventuales exposiciones doctrinales explícitas, en el terreno del ejercicio de la Realpolitik (facta concludentia) del Reino de Castilla y León, en tanto ese ejercicio se resuelve en una serie de actos susceptibles de ser unidos por la “línea punteada” ortogramática. Una línea punteada no por ello menos objetiva y significativa que las representaciones y proclamas oficiales de sus agentes. Se trata de una situación que cabe considerar como diametralmente opuesta a la que observamos, por ejemplo, en el Sacro Romano Imperio, cuyas proclamas solemnes no solían estar respaldadas por una política real (que, más bien, tendía al repliegue, de Italia o del Oriente). Los matrimonios de Estado, por ejemplo, desempeñaron un funcionalismo político importante en la medida en que continuaban, a través de los derechos políticos hereditarios de los sucesores, las prólepsis de las relaciones de las sociedades políticas implicadas. Desde este punto de vista, cabría afirmar que las series de los “pactos matrimoniales” a luz del ortograma político imperial de expansión por unión-incorporación podrían considerarse uno de los métodos más fértiles, ateniéndose a los facta concludentia, para medir el alcance del supuesto “ortograma”.

El materialismo histórico, considerado desde una perspectiva gnoseológica, podrá entenderse, ante todo, como una investigación de los determinantes objetivos o materiales de los propios planes y programas, así como una investigación de las razones por las cuales han podido conformarse como efectos y no como causas últimas del curso de los acontecimientos. Entre los determinantes de un sistema de planes y programas dado, figuran los planes y programas de la tradición histórica; y entre las razones de la limitación de un sistema de planes y programas dado, habrá de figurar también la acción de otros planes y programas de sentido opuesto. En cualquier caso, la continuidad, en una serie histórica, de los planes y programas de diversas generaciones susceptibles de ser interpretados desde un “ortograma”, no podrá ser atribuida íntegramente a un plan o programa ad hoc, puesto que únicamente podrá reconocerse como un hecho histórico. Desde el reconocimiento de la existencia de determinados “ortogramas históricos” (durante intervalos de longitud variable: un siglo, cinco siglos, ocho siglos) podremos hablar, con una mayor especificidad, de “materialismo histórico” en la medida en que ahora son los propios planes y programas y sus marcos ambitales (concepto confusamente recogido por la historiografía contemporánea, a partir de Braudel, bajo el rótulo de “mentalidades”), aquellos que resultan determinados a través de la realidad material por otros; pero no en el ámbito de una conciencia individual, sino en el ámbito de una “concatenación de conciencias prácticas” que, obviamente, ya no podrá ser considerada (la concatenación) como una conciencia absoluta.

En consecuencia: no se trata, como algunos pretenden, de que los historiadores positivos prefieran dejar de lado cualquier tipo de “hemenéutica de ortogramas” (un “ortograma” no es nunca un hecho documentable) para atenerse a los hechos documentados; se trata de que si los historiadores positivos dan muchas veces la espalda a ciertos ortogramas lo hacen en beneficio de otros, que acaso ni siquiera serán considerados como tales, sino, por ejemplo, como “registros documentales” de planes y programas, es decir, de intenciones operatorias. Pero un proyecto no es un ortograma; un ortograma histórico requiere la consideración de múltiples planes y programas y la efectiva concatenación entre ellos. Por ejemplo, la exposición de una crónica medieval, de planes y programas de un determinado “grupo áulico”, orientados en el sentido de la recuperación o “reconquista de la España visigoda perdida por la traición del conde D. Julián”, no puede confundirse con un ortograma. Solo podremos hablar de “ortograma de la Reconquista” al determinar una concatenación, no solo de sucesivos documentos de ese mismo género, sino, sobre todo, de acciones o de operaciones políticas, diplomáticas o militares, dispuestas en un orden de secuencia tal que sea susceptible de ser interpretado desde ese “ortograma”.

Por tanto, la razón por la cual tantos historiadores profesionales tienden a dejar en segundo plano lo que llamamos el “ortograma imperial”, como categoría capaz de organizar gran parte del material historiográfico de los siglos XIII, XIV y XV, no es tanto su supuesta metodología “factualista”, cuanto la utilización de ortogramas distintos del ortograma imperialista. El más frecuente es, sin duda, el “ortograma de la Reconquista”, pero aplicado, por ejemplo, en el contexto de la “Teoría de los cinco Reinos”. Según esta teoría, formulada por Menéndez Pidal, la ruina de la Idea de Imperial que habría sido determinada por Alfonso VII, tendría lugar a través de la “conciencia de la igualdad” en la unidad de los cinco Reinos que se habrían ya consolidado: León, Castilla, Navarra, Aragón y Portugal. Pero este principio formal de igualdad no tiene en cuenta las diferencias materiales de estos Reinos en potencia política, demográfica, territorial, etc. La supuesta igualdad distributiva, “jurídico formal” (asociada a la regla de “respeto mutuo de sus respectivas soberanías”), no puede hacer olvidar que la composición atributiva (por ejemplo, a través de pactos de cooperación) “de esos cinco Reinos” pudiera hacerse equivalente a “toda España”. (Tras la fusión de Castilla y León se contará, como “quinto reino” al Reino de Granada, considerado como reino vasallo de Castilla).

La Teoría de los cinco Reinos obligaría a dejar de lado, desde luego, al menos a partir de la muerte de Alfonso VII, el ortograma de la Reconquista, como criterio para ordenar la empresa orientada a la recuperación de la unidad de España a través de la Idea del Imperio Astur-Leonés-Castellano. Pero, acaso, lo que la Teoría de los Cinco Reinos deja de lado, no es tanto el “ortograma de la Reconquista” cuanto su transformación, en el sentido de que este ortograma habría de aplicarse distributivamente a cada uno de los cinco Reinos. Ahora bien: ¿es posible llevar a cabo una tal aplicación? ¿Acaso alguno de estos cinco reinos (dejando aparte el Granada) preexistió a la invasión musulmana para poder ser reconquistado? Tendríamos que concluir que, cuando desde la teoría de los “cinco reinos” se habla de Reconquista, refiriéndose a España (“Reconquista de España”), se está teniendo en cuenta la España futura que de la Reconquista pudiera haber resultado (lo que constituye un patente anacronismo metodológico). Y cuando el “ortograma” se combina con la Idea de Imperio, pero aplicado a su vez distributivamente (“el Imperio que la Corona de Aragón logró en el Mediterráneo es el primer paso del Imperio español”), el anacronismo se agrava aún más.

En cualquier caso, sería preferible hablar de “ortograma de Conquista” y no de “ortogramas de Reconquista”; o, más sencillamente, de la política de conquista, por parte de los Reinos cristianos peninsulares, de los territorios ocupados por los musulmanes según “zonas de influencia”, mejor o peor delimitadas. Éste es el “ortograma” que suele ser utilizado por muchos historiadores combinándolo con el principio del “mantenimiento del equilibrio” entre los Reinos peninsulares: la política de conquista de cada Reino, aunque se llame “Reconquista”, se mantendría autocontenida en las respectivas “áreas de influencia”, a fin de hacer posible el equilibrio peninsular: el Reino de Castilla-León tendría como zona de influencia la casi totalidad de Andalucía, el Reino de Aragón-Cataluña tendría como zona de influencia al Levante, en general, y, en particular, a Valencia; también el Este mediterráneo habría que incluirlo en su zona de influencia. Portugal tendría como zona de influencia el sur del Tajo, no acotado por Castilla, y, por supuesto, el África Occidental.

La reconstrucción de la Historia de España, desde la perspectiva de este “ortograma distributivo”, deja al margen, desde luego, la Idea de Imperio, en su sentido filosófico; a lo sumo, solo utiliza ocasionalmente esta Idea en su acepción estrictamente diapolítica [718] (“al poner el pie en Sicilia los primeros almogávares desembarcados de la flota catalana habría comenzado la formación del Imperio Mediterráneo de España”). Pero cuando mantenemos, en la interpretación de la Historia de España [738], el “ortograma imperial” en el sentido filosófico, atribuyéndolo a un Reino determinado los hechos se organizan de otro modo: el “ortograma imperial”, como expresión de un proyecto unitario que suponemos actuando (etic) oscuramente en el concepto de “Reconquista”, solo podrá aplicarse al Reino de Castilla-León.

Por último: la “reconstrucción de la Historia de España” partiendo del Imperio español de los siglos XVI y XVII, una vez llegado a cabo el regressus hacia el pretérito (hacia los siglos medievales, hacia el siglo VIII), requiere ser continuado más allá del punto de partida (los siglos XVI y XVII), es decir, hacia su posteridad, que llega hasta nuestros días. Dicho de otro modo: la estructura de nuestro presente habría que ponerla en la misma génesis de España [739].

{EFE 16-18, 279-280, 288, 308, 313, 280-281, 308-312, 18 / BS24 42 / ENM 70 /
EFE / → ENM / → BS24 27-50 / → BS01 3-32}

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