Filosofía en español 
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Idea de Nación

[ 736 ]

Nación política / Imperio de Napoleón: Hombres / Ciudadanos / Dialéctica de clases / Dialéctica de Estados

La Gran Revolución fue una revolución burguesa cuyo enemigo propio fue el Antiguo Régimen, y no solo el representado el Reino de Francia, sino también por todos los Reinos e Imperios que la rodeaban: el Imperio español, el Imperio inglés, el Sacro Romano Imperio Germánico, el Imperio ruso. Y esto significa que la situación histórica del “recinto” del reino en el que está ensayándose la racionalización revolucionaria [733], requiere también la ampliación de esa racionalización a las sociedades políticas “envolventes y amenazantes”.

La racionalización (holización) revolucionaria “en recinto cerrado”, dada la presión exterior, no podía mantenerse. Tras las incursiones del Directorio, y en especial de Napoleón Bonaparte, por Europa, Egipto, etc., se hacía preciso reorganizar el “interior del recinto” de un modo más estructurado. Aquí ven algunos la derrota del proyecto revolucionario, y la restauración del antiguo absolutismo; pero esta es una visión muy parcial y miope. La interpretación del bonapartismo como un giro del proceso revolucionario hacia la derecha más inicua se apoya en una concepción de la derecha y de la izquierda [732] basada en rasgos abstractos, casi etológicos. Napoleón Bonaparte es nombrado Primer Cónsul (noviembre de 1799) y poco después Cónsul Vitalicio. La Constitución del año VIII (en la cual se inspiraría la Constitución de Bayona de 1809, impuesta por Napoleón a la España de José I) supone un reforzamiento de Estado como única manera de sostener las principales conquistas de la Revolución, aun cediendo muchas “formalidades” democráticas.

La fortificación del Estado acometida por Napoleón podría interpretarse como un giro metódico que el proyecto de racionalización revolucionaria tuvo que adoptar para extender la Revolución fuera de sus fronteras, derribando las monarquías absolutas europeas que rodeaban a la Nación política emergente. El Imperio de Napoleón, no por efímero, fue menos influyente, en Europa y en la América hispana. Puede decirse que el Imperio de Napoleón contribuyó a las metamorfosis del Antiguo Régimen vigente en tantas sociedades en un régimen más racional; lo que sería inconcebible si estas sociedades no hubieran alcanzado ya un grado de desarrollo social, económico y filosófico tal que las hiciera capaces de encontrar su catalizador en los principios revolucionarios, aplicándolos según sus peculiares necesidades y posibilidades.

Cuando nos situamos en la perspectiva de la izquierda prístina revolucionaria, estructurada en torno al Estado-Nación (una vez llevadas a cabo sus principales construcciones internas durante la década de 1789 a 1799) el bonapartismo lo entendemos como una evolución de la izquierda prístina revolucionaria (línea bonapartista); como la forma (la forma del Imperio) [716-726] que hubo de tomar la revolución, apoyada en la plataforma del Estado-Nación [731], para defenderse de los enemigos que la rodeaban, para poder “abrir brecha” en ellos y para multiplicarse en el exterior (El Trono que instauró Napoleón era Constitucional, y el Altar que él respetó era concordado con Pío VII). La línea bonapartista se ocupó en reforzar al Estado nacional para poder defenderse de los ataques de otros reinos y para poder conformarlos, a su vez, como Estados nacionales. La otra versión de la izquierda prístina, una vez extinguida la línea bonapartista, fue la línea radical; ésta podría verse como la evolución natural de la izquierda prístina, una vez que cambió, pero gracias al bonapartismo, el signo y la forma de la presión exterior e interior. Ahora, la izquierda se recuperará como núcleo de la República Radical, que ya no admite entre sus instituciones ni el Trono ni el Altar. En torno a Sedan cristalizó el Partido Radical, en el “Programa de Belleville” (obra de Gambetta), publicado en 1869. En la Tercera República Francesa, cuya Constitución (1875) se estableció después de la batalla de Sedán (1870), es en donde la izquierda prístina de primera generación, como izquierda radical, encuentra su continuidad más aproximada, frente a las otras izquierdas que habrían ido ya organizándose. El bonapartismo entró en España con los ejércitos de Napoleón, desalojó a los borbones y los sustituyó por un rey “constitucional”, su hermano José. Una de las consecuencias del Imperio napoleónico fue la aparición en España, en torno a las Cortes de Cádiz, del segundo género o corriente histórica de la izquierda (la izquierda liberal), y la re-conformación de España como Nación política [740].

Ahora bien: la propagación del proceso revolucionario implicaba el conflicto entre los “derechos de los hombres” (libres e iguales entre sí, y por tanto, orientados por la fraternidad indefinida, a la constitución de una República Universal (un límite que ya había sido formulado en 1791) y los “derechos de los ciudadanos” (libres, iguales y fraternos en el ámbito de cada recinto nacional). La evolución de este proceso dialéctico conduce a la orientación hacia el Estado de bienestar, como un derecho inalienable de los ciudadanos de un Estado determinado, y al mismo tiempo la imposibilidad de elevar el nivel de bienestar a los seis mil millones de hombres; bienestar universal que a comienzos del siglo XXI parece incompatible con los niveles de bienestar propios de unos pocos Estados privilegiados. Las cenizas del “tercer mundo” son, en efecto, solo un resultado del esplendor del mundo privilegiado, del “primer mundo”. La Gran Revolución desmontó el orden feudal, pero dio paso a un orden social y económico todavía más injusto y cruel, el orden burgués, el de la explotación capitalista sin límites, el orden que Marx analizó en su inmensa obra.

En consecuencia: la dialéctica de este proceso de racionalización no acaba con la primera fase del mismo (la fase destructiva de las “partes anatómicas” [734] de las sociedades antiguas, puesto que las contradicciones se agravan una vez que la racionalización en su segunda fase (sintética, constructiva) [735] ha culminado en la construcción de los nuevos Estados nacionales soberanos, impulsados por su propia prosperidad o bienestar interno. En efecto:

(a) En el ámbito de cada recinto nacional los individuos o átomos racionales han adquirido una libertad y una igualdad (política y jurídica), pero subsisten, y aún con mayor visibilidad, las desigualdades y servidumbres económico-sociales, “culturales”; porque fue precisamente a partir de la liberación de los ciudadanos, la que permitió convertir a los trabajadores en propietarios de su fuerza de trabajo. La homogeneidad político-jurídica, teórica al menos, de los elementos del “todo nacional”, resultaba estar establecida en medio de una heterogeneidad de esos elementos en tanto seguían siendo miembros de clases sociales tradicionales o nuevas, y en conflicto permanente.

(b) En el ámbito de las relaciones entre naciones “racionalizadas” (y, por supuesto, entre Estados que mantenían sus gigantescos volúmenes organizados según la estructura del Antiguo Régimen) las desigualdades y servidumbres subsistían, y aún aparecían otras nuevas. La racionalización de las naciones políticas implicaba, antes que la igualación de estas naciones, la conformación de desigualdades entre ellas: la condición francesa, la condición española, los ciudadanos alemanes, etc.; son iguales y libres en sus Estados respectivos, pero son distintos entre sí, porque estas naciones no forman una única nación, sino naciones distintas, y en conflictos tan agudos como los que mantienen con los Estados del Antiguo Régimen. Entre las naciones políticas “racionalizadas” existen relaciones de igualdad, de fraternidad; pero estas se canalizarán a través de las relaciones de “igualdad de clases”, la igualdad entre las clases burguesas y la igualdad entre las clases proletarias. Estas “clases internacionales” no dan lugar a unas relaciones de “solidaridad” (internacional) que pudieran sobrepasar a las relaciones de “solidaridad” entre los miembros de las clases de cada Estado-Nación. Si el Manifiesto Comunista pudo formular con sentido su llamamiento (“Proletarios de los todos los países, uníos”) es porque la clase proletaria internacional (la “clase universal”) no estaba unida, sino fragmentada y precisamente por las líneas de frontera que separaban las naciones políticas.

La dialéctica de las clases y la dialéctica de los Estados estaba abierta: en las sucesivas guerras que se iban a producir a lo largo del siglo XIX y XX, los obreros alemanes resultaban estar más cerca de hecho de los patronos alemanes que de los obreros franceses. Para poco iba servir el “¡Abajo las armas!” de Liebneck y Rosa Luxemburgo, en los días de la Primera Guerra Mundial. Y lo mismo ocurre con los burgueses alemanes, respecto de los burgueses franceses. El despliegue de esta “dialéctica de clases” a través de la “dialéctica de los Estados” [443] llenó todo el siglo XIX y XX.

{MI 165-169, 171, 175, 178-180, 183-184, 149-150, 184-186 / ENM 132, 79 /
BS29 3-28 / → MI 155-251 / → ENM 81-153 / → MD}

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