Filosofía en español 
Filosofía en español

Idea de Imperio

[ 719 ]

Imperio metapolítico o transpolítico: Fuentes metafísicas / Engranaje con las sociedades políticas

Cuarto concepto categorial de Imperio [716]. Es un concepto de “segundo grado” obtenido, al igual que la acepción III (Imperio diapolítico), en la vía de la “reflexión progresiva”. Pero, a diferencia del concepto diapolítico [718], que se conforma desde “el interior” del sistema de relaciones e interacciones que las diferentes sociedades políticas mantienen entre sí, el concepto trans-político de Imperio se conforma “desde el exterior” de las sociedades políticas estrictas, adquiriendo significado político cuando termina “recayendo” sobre tales sociedades políticas. Este cuarto concepto está conformado desde una perspectiva eminentemente emic (es un concepto forjado por agentes eclesiásticos o por las escuelas helenísticas de retórica o la filosofía), lo que no excluye la posibilidad de un tratamiento objetivo del mismo, a través de documentos, inscripciones epigráficas, etc.

Como “lugares” extrapolíticos (intencionalmente, al menos) de naturaleza metafísica podemos aducir estos: Dios y la Conciencia.

- Dios. El concepto trans-político de Imperio [“tallado desde el punto de vista de Dios”] es utilizado, de hecho, por muchos politólogos, sin preocuparse demasiado de las diferencias que pueda tener con el concepto estrictamente politológico de Imperio. Un ejemplo: el término “Imperio” se utiliza, como si se tratase de la misma cosa, tanto cuando se habla etic del “Imperio de Sargón” (designando la hegemonía de Sargón de Agade, hacia 2850 a.C., sobre las diferentes regiones mesopotámicas del Éufrates Medio, la costa de Siria del Norte, las minas del Taurus, sobre las “Montañas del Plata”…), como cuando se habla emic de cómo “Enlil (Dios) dio, a Sargón Summer, Accad, el Alto País de Mari, Iarmuti, las Montañas del Plata…”.

No se trata de un mero cambio de denominaciones geográficas (en lugar de “Éufrates Medio”, que es denominación etic –nuestra–, “Alto País de Mari”, que es denominación emic). Se trata de que, en un caso, “Imperio” se refiere a la tercera acepción (diapolítica), que es acepción etic y, a la vez, emic (la perspectiva del propio Sargón como político); y, en el otro caso, “Imperio” se dice según esta cuarta acepción (trans-política), que es solo emic, porque proclama la perspectiva de Enlil, una divinidad que se revela “desde fuera de la vida política terrestre”. El historiador positivo no dará demasiada importancia a esta diferencia porque reducirá el concepto trans-político (el que concierne a Enlil) al concepto diapolítico, considerando a Enlil como una fórmula ideológica para designar, por ejemplo, a la camarilla política (Sargón y su grupo de sacerdotes) que busca conferir dignidad suprema a sus planes y programas de rapiña.

Ahora bien: ¿Enlil es solo Sargón? No: Enlil representa (o puede representar) no, desde luego, a algún Dios real, pero sí a fuerzas y, por supuesto, a planes y programas distintos de los estrictamente diapolíticos. Por ejemplo, a determinadas fuerzas sociales representadas en el seno de los propios pueblos explotados (a los cuales precisamente se les ofrece la imagen de Enlil) no solo para “engañarlos” (como si fuesen un mero rebaño de niños), sino para demostrarles que ellos están también presentes en los planes y programas de la sociedad política a través de Enlil, como Dios común. Por tanto, que el Imperio de Sargón no es solo una empresa depredadora organizada por políticos que utilizan a los pueblos (vencidos) como meros instrumentos de sus intereses, sino que es también una empresa en la que los intereses de los propios pueblos (vencidos) están de algún modo representados (y, lo que es más, con su consenso y aun con su acuerdo) a través de Enlil que les habla.

- La conciencia humana. Uno de los muchos modos (el que aquí más interesa) en el que la conciencia (se supone) puede actuar al margen de la sociedad política para comprenderla “desde fuera”, consiste en elevarse (a través de los profetas y, sobre todo, los filósofos griegos) a la Idea de una Ciudad Universal, de una “Cosmópolis” o Imperio Universal Único (convergente con el concepto límite diamérico de Imperio), capaz de englobar, en una sociedad única, a todos los hombres (también a los bárbaros que todavía no viven en ciudades y que, acaso, no quieren vivir en ellas, como, por ejemplo, los “villanos del Danubio”).

¿Qué peso político puede tener en la Realpolitik esta cuarta acepción de Imperio que emana de fuentes metafísicas (la teológica y la “cósmica”)? Desde una perspectiva materialista, es evidente que no puede proceder de su condición metafísica (inmaterial, teológica, espiritual). Será preciso que tales Ideas metafísicas (que, sin duda, se registran emic en los documentos y en los monumentos pertinentes) actúen causalmente a través de realidades corpóreas operatorias; más aún, será preciso que estas realidades corpóreas metapolíticas tengan una definición capaz de “engranar” con las sociedades políticas realmente existentes. Esta es la razón por la cual, desde el materialismo histórico [737], hay que rechazar las explicaciones meramente psicológicas de la causalidad de estas Ideas, que apelan, por ejemplo, a ciertos procesos de “propagación de las Ideas” que suponen una “revolución de las conciencias”; o a una “revolución de las mentalidades” (en el sentido de Braudel) que las haga capaces de subvertir el orden establecido.

Ahora bien, para que una tal propagación tenga efectos políticos será preciso que actúe a través de causas también políticas. Planteada así la cuestión, es evidente que los lugares reales desde donde podemos oponer al Imperio (diapolítico) realmente existente (por ejemplo, el Imperio Romano) unas Ideas-fuerza de Imperio metapolítico, dotadas de causalidad histórica suficiente como para poder otorgarle etic “beligerancia” en el conjunto del proceso histórico, habrán de ser lugares en donde actúan, fuera de los límites que el Imperio mantiene con su medio (exterior e interior, si utilizamos la distinción que Claude Bernard aplicó a los organismos), otras fuerzas poderosas, capaces de modificar su rumbo y aun de destruirlo. Estas fuerzas serían las que hablan en nombre de Enlil, sin ser Enlil; las que hablan en nombre de Dios, sin ser Dios; o las que hablan en nombre del Logos, sin ser el Logos. “Fuera del Imperio”, pero “hacia el Imperio” (y de ahí la posibilidad de conformar un nuevo concepto de Imperio), actúan, por ejemplo, las fuerzas sociales de su medio exterior (los bárbaros, los pueblos marginados) y las de su medio interior (los esclavos, los desheredados, la “plebe frumentaria”).

En una palabra: el concepto metapolítico de Imperio no lo consideramos conformado desde la Idea teológica de Dios, sino, para el caso del Imperio de Occidente, desde la Iglesia romana, en la medida en que representa a clases oprimidas de las ciudades y a muchos esclavos y, muy especialmente, a unos Estados ante otros Estados. Ni estará conformado desde la Idea filosófica de “Género Humano”, sino desde los bárbaros o desde los pueblos marginados del Imperio, y muy principalmente, desde el pueblo judío. Las corrientes procedentes de estos lugares tan diversos confluirán, y turbulentamente, al desembocar en el Imperio. Llegarán a intercalarse entre sus grietas: el estoicismo, expresión inicial de una perspectiva propia de gentes orientales helenizadas, se extendía por amplias capas del funcionariado de la República y del Imperio para llegar hasta el propio círculo del Emperador, Marco Aurelio; el cristianismo, recogiendo ideas no solo estoicas, sino también judías (“ya no hay griegos ni gentiles”), se infiltrará entre las legiones (reclutadas, cada vez más, entre los bárbaros), o entre las clases urbanas bajas, y continuará ascendiendo hasta la familia del Emperador Constantino (el Emperador comenzará a ser ahora, como si fuera un sacerdote, el representante de Dios en la Tierra; en las monedas del 330, el Emperador lo será ya “por la Gracia de Dios”). El monoteísmo trinitario se revelará como la teología más adecuada a la Monarquía Imperial de Constantino. Es en ésta donde se iniciará precisamente la Idea de Imperio Universal y Único que prevalecerá a lo largo de los siglos, y cuya fórmula podría ser esta: “Desde Dios (o por Dios) hacia el Imperio”. San Agustín lo expresará unos años después de un modo más rotundo: la Ciudad Terrena solo podrá comenzar a ser una verdadera República Universal cuando se conforme de acuerdo con la Ciudad de Dios; por sí misma no podía dejar de ser un simple Estado depredador que no se diferenciaría, sino en volumen, de una partida de piratas.

Se abre así la dialéctica característica de los siglos medievales que la historiografía conoce como “desarrollo de las relaciones entre el Estado y el Imperio”. Dialéctica que en el Imperio de Oriente (que mantuvo su unidad) seguirá cursos muy distintos de los que habrían de seguirse en el antiguo Imperio de Occidente, desmembrado en los “Reinos sucesores”, pero con la Iglesia romana actuando como una suerte de “Agencia Inter-nacional”, que tendía a personificar en algún reino (Carlomagno, Otón I) el papel de representante del Imperio, de Dios sobre la Tierra.

Concluimos: la perspectiva transpolítica [721] es la única que puede canalizar las energías procedentes del entorno de cada Estado, de los pueblos bárbaros, o de los demás Estados y, en consecuencia, alcanzar una perspectiva filosófica [720]. Un “sistema imperial” no puede explicarse a partir de una única acción dominadora del Estado hegemónico; la acción solo es eficaz y sostenible si cuenta con la reacción de las sociedades afectadas, reacción que implica necesariamente el consenso, en diverso grado, de estas sociedades. Un “sistema imperial” [718] entraña, en definitiva, la acción del Estado imperialista, las reacciones de los Estados subordinados y la codeterminación de estos entre sí.

{EFE 195-202 /
EFE 171-367 / → CC 285-345}

<<< Diccionario filosófico >>>