Análisis diacrónicos sobre los diccionarios de la (Real) Academia de la Lengua Española
Los diccionarios de la Academia de la Lengua Española
Cuenta la Lengua desde 1713, ya hace más de tres siglos, con una institución cuyos académicos individuos se atribuyen específicamente su cuidado, lo que sin duda ayudó a consolidar al español como lengua imperial hispánica primero –un papel que ya había comenzado a desempeñar desde el siglo XIII, medio milenio antes– y favocerió después su pujanza, como lengua internacional, propia de las muchas Naciones políticas surgidas por transformación del Imperio generador del que somos herederos quienes conformamos la Hispanidad.
Naciones políticas o Estados que, a su vez, se han ido dotando de sus respectivas Academias de la Lengua, por antonomasia, que en número de veintidós conforman hoy la Asociación de Academias de la Lengua Española: la Academia Colombiana de la Lengua desde 1871, la Academia Ecuatoriana de la Lengua desde 1874, la Academia Mexicana de la Lengua desde 1875, la Academia Salvadoreña de la Lengua desde 1876, la Academia Venezolana de la Lengua desde 1883, la Academia Chilena de la Lengua desde 1885, la Academia Peruana de la Lengua desde 1887, la Academia Guatemalteca de la Lengua desde 1887, &c.
Las definiciones del Diccionario de la Academia suelen ser tomadas como canónicas por millones de personas en ambos hemisferios, y a ellas apelan con frecuencia científicos, jueces, políticos, periodistas, abogados, clérigos… Pero no siempre suele advertirse que estas definiciones tienen un fundamento ideológico, del que algunas veces los redactores de las sucesivas ediciones quizá ni siquiera se dieron cuenta, y que se advierte mediante el análisis diacrónico de esas reliquias que son las ediciones pretéritas de los diccionarios. Un análisis que va desvelando la ideología dominante, a veces descarada, de las distintas generaciones de académicos que hasta el presente han sido. Constituye para la filosofía española una tarea necesaria e irrenunciable ir advirtiendo esa ideología que rezuma nítidamente al considerar las definiciones de las sucesivas versiones del diccionario de la Lengua, cementerios temporales de los que siempre se escapa la lengua española, que está viva y no soporta ser enterrada.
En efecto, desde su fundación en 1713, la Academia Española se propuso elaborar un diccionario que superase los añejos de Alfonso de Palencia y Antonio de Nebrija, así como el magnífico de Sebastián de Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana o española, 1611; reimpreso con añadidos por Gabriel de León en 1672). En la Planta, y methodo, que, por determinación de la Academia Española deben observar los académicos, en la composición del nuevo Diccionario de la lengua castellana; a fin de conseguir su mayor uniformidad (Imprenta Real, Madrid 1713, 8 págs.) se dice que se pondrán en el diccionario las voces apelativas españolas, con exclusión de las voces y nombres propios, en estilo conciso, “sin divertirse a erudiciones que no sirvan de adorno a la lengua, ni a citas superfluas de lengua extraña”.
Entre 1726 y 1739 se publicaron los seis grandes volúmenes en folio que forman el Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua (tomo primero: A-B, Imprenta de Francisco del Hierro, Madrid 1726, 723 págs.; tomo segundo: C, Imprenta de Francisco del Hierro, Madrid 1729, 714 págs.; tomo tercero: D-F, Viuda de Francisco del Hierro, Madrid 1732, 816 págs.; tomo cuarto: G-N, Herederos de Francisco del Hierro, Madrid 1734, 696 págs.; tomo quinto: O-R, Herederos de Francisco del Hierro, Madrid 1737, 656 págs.; y tomo sexto: S-Z, Herederos de Francisco del Hierro, Madrid 1739, 578 págs.).
La dedicatoria que a Felipe V hace La Academia Española en el umbral del primer tomo es toda una petición de asunción política del proyecto: “Todo lo que puede contribuir al esplendor de la Nación Española trahe de V. M. el influxo, como de quien desea el mayor lustre de sus vassallos; por lo qual, sin elección ni arbitrio, busca este Diccionario de justicia a V.M. para que defendido de su Real sombra, no pueda tener contra él la censura respiración que no sea aplauso.” El vulgo suele referirse a esta obra como Diccionario de Autoridades, pues, en palabras presentes en su Prólogo, “como basa y fundamento de este Diccionario, se han puesto los Autores que ha parecido a la Academia han tratado la Lengua Española con la mayor propiedad y elegancia: conociéndose por ellos su buen juicio, claridad y proporción, con cuyas autoridades están afianzadas las voces, y aun algunas, que por no practicadas se ignora la noticia de ellas, y las que no están en uso, pues aunque son propias de la Lengua Española, el olvido y mudanza de términos y voces, con la variedad de los tiempos, las ha hecho ya incultas y despreciables.” De este diccionario existe una impresión facsímil en vegetal y formato reducido (Gredos, Madrid 1979, en tres tomos), una edición fotográfica en microfilm (Pentalfa, Oviedo 1989, 33 microfichas) y desde 1999 la propia Academia ofrece por internet las imágenes digitales de sus páginas.
En 1770 aparece el primer tomo (letras A-B) de una frustrada edición actualizada del diccionario en la que también figuraban las autoridades, que se abandonó al decidir la Academia publicar el diccionario reducido a un tomo para su más fácil uso, prescindiendo de las menciones a las autoridades (como lo hizo desde 1780). De este género de Diccionario, que luego se llamó diccionario usual o vulgar, publicó la academia tres ediciones en el siglo XVIII, diez en el siglo XIX (de la cuarta a la décimatercera) y ocho en el siglo XX (de la décimocuarta a la vigésimoprimera).
Durante al Antiguo Régimen, antes de la revolución política española que supuso la Constitución de 1812, publica la Academia Española cuatro ediciones de su diccionario usual:
1780 953 págs., Joaquín Ibarra, Madrid MDCCLXXX, [primera edición].
1783 968 págs., Joaquín Ibarra, Madrid MDCCLXXXIII, segunda edición.
1791 867 págs., Viuda de don Joaquín Ibarra, Madrid MDCCLXXXXI, tercera edición.
1803 929 págs., Viuda de don Joaquín Ibarra, Madrid MDCCCIII, cuarta edición.
Las cuatro ediciones del Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso, publicadas durante el Antiguo Régimen, fueron impresas en los talleres de don Joaquín Ibarra Marín (1725-1785), “impresor de Cámara de S. M.”, regentados después por su viuda. En la cuarta edición se introdujeron algunos cambios importantes: se quitó a la ch su sonido de k, sustituyéndola por c (en ca, co, cu) o por q (en que, qui); se dió lugar alfabético a la ll, se suprimió la ph sustituida por la f, e igualmente se suprimió la k sustituyéndola con c y q, según se había hecho con la ch fuerte.
La Constitución política de la monarquía española decretada y sancionada por las Cortes en Cádiz el 18 de marzo de 1812, emanación de la revolución española acelerada por el ansia imperialista del invasor francés y la consiguiente Guerra de la Independencia patria, al reconocer que “la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios” y que “la soberanía reside esencialmente en la Nación”, no necesitó referirse en ningún momento, a lo largo de sus 384 artículos, a la Lengua, pues era algo que se daba por supuesto (aunque sí creerá necesario confirmar que “la religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera”).
1817 918 págs., Imprenta Real, Madrid 1817, quinta edición.
1822 869 págs., Imprenta Nacional, Madrid 1822, sexta edición.
1832 788 págs., Imprenta Real, Madrid 1832, séptima edición.
1837 791 págs., Imprenta Nacional, Madrid 1837, octava edición.
En las ediciones quinta a octava, las primeras tras el Antiguo Régimen, se abandonan los números romanos para fechar los diccionarios y se acorta su título a un escueto Diccionario de la lengua castellana, por la Academia Española (el Real lo mantiene aún la edición de 1817 pero ya no la de 1822 y siguientes). Estas cuatro primeras ediciones dispuestas por académicos soberanos que ya eran ciudadanos de la Nación política española, permiten advertir a través del pie de imprenta las sucesivas situaciones políticas fruto de los enfrentamientos entre los añorantes del absolutismo o derecha primaria y la izquierda liberal: en pleno absolutismo el diccionario es publicado en 1817 por la Imprenta Real; durante el trienio constitucional es la Imprenta Nacional quien firma la sexta edición en 1822; en el siguiente periodo absolutista vuelve a figurar la Imprenta Real en la edición de 1837; y ya fallecido Fernando VII, en plena guerra carlista, es de nuevo la Imprenta Nacional quien asume la octava edición del diccionario. En la séptima edición, para disminuir el espacio, se introdujeron varios signos y letras de abreviaturas. La octava edición aumentó el número de palabras que según su etimología debían escribirse con j y no con g fuerte.
1843 761 págs., Imprenta de D. Francisco María Fernández, Madrid 1843, novena edición.
1852 730 págs., Imprenta Nacional, Madrid 1852, décima edición.
1869 812 págs., Imprenta de Don Manuel Rivadeneyra, Madrid 1869, undécima edición.
1884 1.122 págs., Imprenta de D. Gregorio Hernando, Madrid 1884, duodécima edición.
De las cuatro siguientes ediciones sólo figura la Imprenta Nacional como responsable de una de ellas, en el resto son los propios editores privados encargados de la edición quienes las firman (Fernández, Rivadeneyra, Hernando). La duodécima edición del diccionario, en plena restauración borbónica, recupera en 1884, tras seis ediciones irreales, la prueba del renovado vigor de una institución monárquica ajustada a los tiempos, pues la de la Lengua vuelve a ser “Real Academia Española”. Para entonces ya están en marcha las Academias de la Lengua de Colombia, Ecuador, México, El Salvador y Venezuela, que como mucho podrán ser Academias Nacionales o Republicanas, pero no Reales, como la de España. La undécima edición de 1869 –huída ya Isabel II al país de origen de su dinastía– suprime en las entradas las correspondencias latinas, y la duodécima edición incorpora etimologías, conoce la introducción de muchas voces técnicas y nuevas, el empleo de la nueva ortografía, la supresión de diminutivos, aumentativos y superlativos fáciles de formar, y, como es natural dado el desarrollo del español en las nuevas repúblicas americanas, con la la irrupción ya mencionada de nuevas academias de la lengua, incorpora muchos americanismos.
1899 1.050 págs., Imprenta de los Sres. Hernando y Compañía, Madrid 1899, décimatercia edición.
1914 1.080 págs., Imprenta de los sucesores de Hernando, Madrid 1914, décimo cuarta edición.
1925 1.275 págs., Espasa-Calpe S.A., Madrid 1925, décimo quinta edición.
1936 1.334 págs., Espasa-Calpe S.A., Madrid 1936 [y Madrid 1939], décimo sexta edición.
La décimatercia edición se publica en 1899, cuando ya ha culminado el proceso de transformación del antiguo Imperio Español en las Naciones políticas que hablan español. En la décimo cuarta, en 1914, se mejoran algunas etimologías y se numeran las acepciones de una misma palabra. Pero es en 1925, una vez que el 12 de Octubre es ya fiesta nacional en la mayor parte de los Estados americanos de lengua española (como “Día de la Raza”, &c.), cuando los académicos publican un diccionario que ha sido revisado a fondo (“esta edición décima quinta del Diccionario difiere de la décima cuarta probablemente más que cualquiera de las otras difiere de su inmediata anterior…”), y al que incluso se hace necesario rebautizar como Diccionario de la lengua española:
«Como consecuencia de esta mayor atención consagrada a las múltiples regiones lingüísticas, aragonesa, leonesa e hispanoamericana, que integran nuestra lengua literaria y culta, el nuevo Diccionario adopta el nombre de “lengua española” en vez del de “castellana” que antes estampó en sus portadas. La Academia, ya desde el prólogo de su primer Diccionario empleó indistintamente las dos denominaciones de lengua castellana y española, en lo cual no hacía más que atenerse al antiguo uso de nuestros autores clásicos, que también daban ambos calificativos a la lengua literaria principal de la Península. Al preferir ahora uno de los nombres, que responde mejor a la nueva orientación seguida, la Academia no desecha en modo alguno el otro, ni excluye de igual denominación a ninguna de las otras lenguas que se hablan en España, las cuales son ciertamente “españolas”, aunque no sean “el español” por antonomasia.» (Diccionario…, 1925, página VIII.)
Tras tres ediciones en las que el diccionario académico había sido publicado por la casa Hernando, la renovada edición de 1925 fue encargada al nuevo conglomerado editorial emergente, la poderosa Espasa-Calpe S.A. (que, de hecho, comenzó a funcionar como tal el 1º de enero de 1926), recién constituida por fusión de las dos empresas editoriales preexistentes que aportaban 1.500 obras a su fondo, iniciando inmediatamente su expansión americana. En 1927 aparece un Diccionario manual e ilustrado de la lengua española (Espasa-Calpe S.A.) que dice ser: “un resumen y a la vez un suplemento de la décima quinta edición del Diccionario de la lengua española que la Academia acaba de publicar […]. Este Manual abrevia muchas definiciones del Diccionario grande y suprime las voces anticuadas o desusadas…”
Ya proclamada la República burguesa en España, y en el exilio desde 1931 la familia Borbón, publica la Academia en 1933 el primer tomo de su Diccionario histórico de la lengua española (Imprenta de la Librería y Casa Editorial Hernando S. A.). Los republicanos académicos siguen puliendo su diccionario, y cuando celebran, el 12 de octubre de 1935, el día de la Hispanidad en la sede de la Academia Española (que obviamente había vuelto a perder la realeza en 1931), con un elocuente discurso de Ramiro de Maeztu sobre el descubrimiento y la colonización de América, está ya prácticamente dispuesta la décimo sexta edición, que termina de imprimirse en Madrid a mediados de 1936, poco antes de estallar la guerra civil.
La mayor parte de los ejemplares que se conservan de la décimo sexta edición, sin embargo, figuran como publicados en 1939, “Año de la Victoria”, pues terminada la guerra civil fue sustituido el primer pliego, recuperando la institución la “Real” condición en su nombre y la corona en su escudo (aunque una nueva restauración borbónica tardaría décadas en materializarse, de hecho, en España). Por tanto, al margen de las fechas de las portadas, los contenidos todos de la décimo sexta edición son republicanos e impresos en 1936:
«Advertencia. La presente edición del Diccionario estaba en vísperas de salir a la venta cuando las hordas revolucionarias, que, al servicio de poderes exóticos, pretendían sumir a España para siempre en la ruina y en la abyección, se enfrentaron en julio de 1936 con el glorioso Alzamiento Nacional.
Perseguidas con diabólica saña bajo la tiranía marxista cuantas instituciones encarnaban el verdadero espíritu de nuestro pueblo, no se podía esperar que la vesania de los usurpadores del poder respetase la vida de la Academia. Fue disuelta, en efecto, de un plumazo; y aunque no tardó en renacer en las tierras privilegiadas de nuestra patria que conocieron las primeras el alborear de la reconquista, la casa solariega de la Corporación, su patrimonio y sus publicaciones quedaron secuestrados en la capital de la nación hasta el día felicísimo de su liberación total.
Mientras tanto, la casa editorial que tenía en depósito las publicaciones de la Academia se vio obligada a poner en circulación un corto número de ejemplares del nuevo Diccionario, que, naturalmente, llevan la fecha de 1936; pero, al hacerse hoy cargo la Corporación de los ejemplares restantes, al mismo tiempo que recobra, con íntima satisfacción, el uso de sus emblemas tradicionales y su título varias veces secular de Real Academia Española, quiere que la 16ª edición de su Diccionario se difunda ya por el mundo con el sello de la nueva España imperial. Por eso se ha cambiado el primer pliego de la obra y se le ha puesto como fecha la del glorioso Año de la Victoria, 1939.
Se observará que, en las páginas preliminares, se ha omitido la acostumbrada lista de académicos con la mención del cargo que ejercen en la Corporación. Esta lista no habría podido hacerse hasta quedar definitivamente constituída la Academia en fecha que señalan sus estatutos para la elección de los cargos, y ello vendría a aumentar en varios meses el retraso ya considerable con que se pone a la venta esta edición. La misma preocupación de salir al encuentro con nuestra diligencia al anhelo del público por disponer del nuevo Diccionario ha hecho que se prescinda también de insertar las listas de las academias correspondientes, pues las probables alteraciones ocurridas en el seno de aquéllas durante más de tres años sólo serán conocidas con certeza cuando en el curso próximo se reanude con dichas academias la colaboración que tan fecunda viene siendo para los fines que perseguimos en común y que, ahora más que nunca, habrá se ser particularmente estrecha y cordial.»
1947 1.345 págs., Espasa-Calpe S.A., Madrid 1947, decimoséptima edición.
1956 1.370 págs., Espasa-Calpe S.A., Madrid 1956, decimoctava edición.
1970 1.422 págs., Espasa-Calpe S.A., Madrid 1970, decimonovena edición.
1984 1.416 págs., Espasa-Calpe S.A., Madrid 1984, vigésima edición.
1992 2.133 págs., Espasa-Calpe S.A., Madrid 1992, vigésima primera edición.
En 1947 la decimoséptima edición se limita a reimprimir la edición de 1936, difundida principalmente a partir de 1939 y agotada rápidamente, lo cual demuestra que el nuevo régimen salido de la guerra civil no tenía mayor inconveniente en asumir íntegramente el diccionario académico tal como había quedado publicado tras haber sido redactado durante cinco años en tiempos de la República:
«La edición 16ª de este Diccionario, cuya impresión se terminó en 1936, aunque, por haber estallado poco después la guerra civil, no llegara a ponerse en circulación hasta 1939, se ha agotado con más celeridad que de costumbre, a consecuencia sin duda de la destrucción de gran número de bibliotecas oficiales y particulares durante dicha guerra en la llamada “zona roja”.
Este rápido agotamiento y la interrupción de las tareas académicas desde antes de estallar el conflicto hasta el restablecimiento de la normalidad tres años después, han sido causa de que los trabajos de revisión y acrecentamiento de esta obra fundamental no hayan podido llegar a su término en el momento en que convendría sacar a luz una nueva edición; pero, considerando la Academia que el mayor mal que podría originarse para el cumplimiento de su misión estatutaria para los estudiosos en general sería la absoluta carencia de ejemplares del Diccionario, ha decidido reimprimir el cuerpo de la obra según se halla en la edición 16ª, añadiéndole, en un copioso suplemento, las novedades más importantes que se deducen de las recientes aportaciones y de los estudios ya efectuados, y dejando para más adelante las enmiendas introducidas en muchos artículos.» (Advertencia, 17ª ed., 1947.)
De manera que durante el franquismo la Academia propiamente sólo preparó dos ediciones, la de 1956 (“Hoy la Academia ofrece a sus lectores una edición verdaderamente nueva de su Diccionario, por cuanto toda ella ha sido objeto de minuciosa revisión”) y la de 1970: “En la presente edición se han intensificado las mejoras que se anunciaban y se hicieron en la edición anterior. […] Por otra parte, nunca como ahora se han aprobado tantas enmiendas a los artículos ya registrados, unas veces para añadirles nuevas acepciones y otras para poner al día definiciones que resultan anticuadas, cuando no claramente erróneas a la luz de los conocimientos de hoy.” Restaurado en 1975 el Borbón en el trono y seis años después de la Constitución de 1978, apareció en 1984 la vigésima edición del diccionario:
«Siguiendo no solo una tradición de la Academia, sino tendencias de nuestro idioma ya desde tiempos anteriores al siglo XVIII, no ha guiado a la Academia un espíritu de purismo y limitación, sino que el Diccionario recoge voces y usos vulgares, junto a la tradición literaria, y acepta de la ciencia y la técnica los términos que entran con tanta fuerza y autoridad en la lengua oral y escrita, incluso en su uso cotidiano; consciente además de la necesidad de guardar la unidad del idioma oficial en tantos Estados independientes y con vida cultural y editorial propias, está abierta a los americanismos, que con Asociación de Academias de la Lengua Española tienen su órgano de presencia en las comisiones académicas de la de Madrid. […] Es posible que las nuevas tecnologías que se han empleado en esta edición permitan que se haga la 21ª en un plazo bastante más corto que el que separa la 20ª de la 19ª.»
Y en efecto, las incipientes nuevas tecnologías permitieron a la Academia publicar una nueva edición, la vigésima primera, el glorioso año de 1992, en el que los socialdemócratas conmemoraron oficialmente (de mala manera y en plan vergonzante) el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, y se celebraron en Sevilla la Expo-92 y en Barcelona los Juegos Olímpicos de verano:
«La Real Academia Española ha querido contribuir a la celebración del V Centenario del descubrimiento de América publicando una nueva edición, la vigésima primera, de su Diccionario usual. Lo hace para cooperar al mantenimiento de la unidad lingüística de los más de trescientos millones de seres humanos que, a un lado y otro del Atlántico, hablan hoy el idioma nacido hace más de mil años en el solar castellano y se valen de él como instrumento expresivo y conformador de una misma visión del mundo y de la vida. […] El enriquecimiento y mejoras que ofrece la nueva edición no colma, ni mucho menos, los deseos de la Academia; esperamos satisfacerlos con la adopción de nuevos procedimientos técnicos en nuestros métodos de trabajo, que llevará consigo la renovación completa de la planta del Diccionario.»
En 1995 comienza la Academia de la Lengua a ponerse tecnológicamente al día, al publicar el diccionario de 1992 en versión electrónica sobre soporte cederrón. Pero en esta puesta al día se les nubló no poco la razón a los académicos, cuando dispusieron, cara a la vigésimosegunda edición del diccionario, prevista para 2001, una nueva planta con “normas aplicables para las próximas ediciones del Diccionario, que permitirán actualizar, en futuras ediciones, las técnicas lexicográficas con las que se pretende dar forma ordenada al vocabulario de nuestra lengua.”
Y entre las novedades importantes que anunciaron sorprendió, notablemente, el anuncio de un pretendido “regreso al alfabeto internacional, que supone prescindir de las antiguas letras che y elle.”
Porque, ¿donde existe ese supuesto alfabeto internacional sin la che y la elle? ¿Entre los griegos, los árabes o los chinos? ¿Quizá entre los rusos o los japoneses? No existe ningún alfabeto internacional por antonomasia, salvo para tantos bobos y papanatas sometidos a las pretensiones imperiales de la lengua inglesa. ¿Acaso no son muchas las naciones que hablan español? ¿Acaso no es entonces el español un idioma internacional, como lo es su alfabeto? Tan alfabeto internacional es el que incorpora la che y la elle como el que ignora esas letras y también la eñe. Si los señores académicos no creen que la letra eñe es internacional, ¿por qué no la eliminan también? De otro modo, ¿qué alfabeto internacional es ese en el que no están las letras che y elle y sí la eñe? Y no menos sorprendente: ¿a qué lugar o a qué época se pretende regresar al tomar esa decisión? Cabe sospechar que en la Academia, en esos años, no daban más de sí.
Impuesta pedante y académicamente la estupidez del alfabeto internacional sin la che ni la elle, reflejaron los periódicos de 12 de octubre de 2001 la rueda de prensa en la que se presentó la vigesimosegunda edición del Diccionario, que se dijo triplicaba el número de americanismos e incluía palabras como guay, zapear, flipar y talibán. Unos meses después podía consultarse libremente el diccionario académico por internet (más adelante al precio de tener que soportar publicidad), y poco más adelante podían verse en facsímil, entre otros, todos los diccionarios publicados por la Academia hasta 1992, en el bautizado “Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española”.
En 2014 se imprimen en soporte vegetal 100.000 ejemplares de la vigesimotercera edición del diccionario académico, dicha “Edición del Tricentenario”. “Según Ana Rosa Semprún, directora general de Espasa, la tirada de 100.000 ejemplares del diccionario es similar a la de un best seller […] Entre las nuevas palabras que han sido incluidas figuran friki, bloguero, chat, audioguía, feminicidio, bótox, precuela, tuit, mileurista o multiculturalidad.” A Espasa Calpe le hubiera gustado vender la edición al precio de 99 euros ejemplar en España y 70 euros en América (recuérdese el nonagenario monopolio que la Academia tiene concedido a esa editorial desde la décimo quinta edición de 1925), pero el público friki bloguero de tuit y chat se desentiende de formato tan arqueológico como arboricida, al quedar satisfecho su interés con la versión semigratuita de internet, que la institución ofrece a cambio de obligar al usuario a soportar publicidad insistente hasta la repugnancia de “Obra Social la Caixa” (entidad bancaria domiciliada en Tabarnia hasta que en 2017 desplaza provisionalmente sus sedes, “en tanto se mantenga la situación política”, a Valencia y Palma de Mallorca), reclamo que dicen patrocinio y hasta deberían agradecer como imbéciles quienes viven presos del mito de la cultura: “Consulta posible gracias al compromiso con la cultura de la Obra Social…” ¡Qué asco!
De manera que, a principios de julio de 2018, el académico Pedro Álvarez de Miranda reconoce que la RAE “está regalando” ejemplares en papel, pues la editorial “quería incluso destruir” los sobrantes invendidos. La prensa burguesa asegura que instituciones del Estado han adquirido a la editorial, para ser donados, varios miles de ejemplares: “La Academia ya ha financiado la donación a Costa de Marfil de 2.500 ejemplares, que ha entregado el embajador de España en el país, Luis Prados Covarrubia, a la ministra de Educación, Kandia Camara. También está en curso la donación de otros 2.500 ejemplares a Senegal…” Parece que se confirma el “vaticinio apocalíptico” que ya quedó expresado en la presentación de la edición impresa de la vigesimotercera edición del diccionario, en diciembre de 2014, en la mexicana Feria Internacional del Libro de Guadalajara: “tal vez será la última impresa en papel”.