Filosofía en español 
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Tomo octavo Discurso quinto

Fábulas Gacetales

§. I

1. Siendo la Gaceta uno de los principales órganos de la Fama, no será mucho apropiemos a aquella lo que de ésta dijo Virgilio:

Tam ficit, pravique tenax, quam nuntia veri.

2. En dos clases se deben distinguir las noticias Gacetales. La primera es de las que conciernen al Estado: la segunda, de las que tienen por objeto cosas particulares, inconexas con el gobierno Político. Los Lectores comunmente se quejan de la poca sinceridad que hallan en las primeras. Yo al contrario, destino este Discurso a acusar la poca fidelidad de las segundas.

3. La insinceridad Política es un gran mal del Mundo; pero mal irremediable. Así sería gastar inútilmente el tiempo, aplicar la pluma a su corrección. Entretanto que haya guerras entre algunas Potencias, las Gacetas de cada Reino exagerarán las ventajas propias, disminuyendo las pérdidas; como al contrario, exagerarán las pérdidas, disminuyendo las ventajas del enemigo. Enciéndese con esto la animosidad, o se evita el desaliento de los vasallos, cuya disposición de ánimo influye por muchos caminos en los progresos de la guerra. Atribúyese a Cathalina de Medicis, Reina de Francia, el dicho de que una noticia falsa, creída tres días, es capaz de salvar de una ruina inminente todo un estado. Si no se [55] hallan ejemplos, o muy raros, de fructificar tanta utilidad las mentiras políticas, son harto frecuentes los de haber aprovechado mucho. No hay que acusar la insinceridad de los tiempos presentes. En todos se acudió a este remedio en las enfermedades del Estado: y acaso en los pasados con más exceso, pues se trataba como delito referir sinceramente las calamidades públicas. Tito Livio reprende como imprudencia perniciosa la veracidad, con que el Cónsul vencido refirió la triste derrota de Cannas: Auxit rerum suarum, suique contemptum Consul, nimis detegendo cladem, nudandoque. Y en Atenas atormentaron bárbaramente a uno, que les anticipó la noticia de la derrota, que los suyos, debajo de la conducta de Nicias, habían padecido en Syracusa. Al contrario, habiendo Stratocles insultado a los mismos Atenienses con la falsa noticia de que habían sus Tropas ganado una batalla, que efectivamente habían perdido, y hecholos, sobre este supuesto, pasar en fiestas, y regocijos todo el tiempo que tardó la noticia de la derrota, no le dieron castigo alguno; antes admitieron por satisfacción la trunada de decirles, que ¿qué daño les había hecho en darles días alegres?

§. II

4. Pienso que en orden a este artificio político de las Gacetas, menos padece la credulidad de España, que la de otras Naciones; porque estoy en la fe de que no hay Gacetas más verídicas, y acaso ni aún tanto, como las de Madrid. He notado, que una, u otra vez, en que no hay la más ajustada correspondencia de las noticias a los sucesos, viene el defecto de la Gaceta de París, de donde las copia la de Madrid. Con todo hay quienes solicitan las Gacetas Extranjeras, pareciéndoles, que en ellas han de hallar la verdad, que falta a la de Madrid; y no pocas veces desmienten osadamente a ésta en todo lo que se encuentra con aquéllas. Tengo presentes en la lectura de un Autor moderno las [56] extravagancias de la Gaceta de París, en la Relación del Sitio de Landau por los Alemanes, el año de 1702. No sólo en todo el progreso de aquel largo sitio continuó en publicar, que los Alemanes perdían muchos millares de hombres, sin adelantar un palmo de tierra; mas llegando el caso de saberse en París la rendición de la Plaza, la Gaceta representaba aún muy duradero el asedio, y más en estado de que los Alemanes le levantasen, que de que lograsen su intento. Más admirable es lo que Gerónimo Ruscelli refiere de la Gaceta de Roma, en la cual se publicó a 28 de Febrero del año 1523, que no era cierto, que Solimás hubiese tomado a Rodas, sin embargo de que aquella Plaza estaba rendida desde 22 de Diciembre del año antecedente.

5. Por más que se repitan en esta materia los ejemplares, nunca, o en muy pocos se lograrán los escarmientos. Los Pueblos están siempre prontos a creer todo aquello, que favorece su conveniencia, o lisonjea su inclinación. Hay quienes, aún reconociendo los motivos, que se ofrecen para dudar de la verdad de las noticias, con la voluntad procuran hacer un género de fuerza al entendimiento, para que las crea, por gozar una felicidad imaginada, entretanto que no llega el desengaño. No sé si Cicerón era de este número, cuando corriendo el rumor de la muerte de su enemigo Vatinio, de que no se señalaba Autor fidedigno, dijo, que entretanto que se apuraba la verdad, se inclinaba a creer la noticia {(a): Quintil. inst. Orat. lib. 6. cap. 3.}: Vatinij morte nunciata, cujus parum certus dicebatur Auctor, interim, inquit, usura fruar. Es muy verisimil, que habló de chanza Cicerón.

§. III

6. Respecto, pues, de que en esta parte es inútil, y aún acaso peligroso el desengaño, le aplicaremos únicamente a la otra especie de mendacidad, que [57] no tiene conexión alguna con las materias del Estado.

7. Digo, que también en esta línea es, entre todas las que he visto, la más circunspecta, y segura la Gaceta de Madrid. ¡Ojalá tomasen ejemplo de ella otras, que se imprimen en España! Hablo de las de Zaragoza, y Barcelona. Los rumores populares, y noticias falsas de asuntos importantes, que llegan a aquellas dos Ciudades, no es creíble, que no se esparzan también en la Villa de Madrid. Con todo, en la Gaceta de esta Corte no se leen varias patrañas, que han divulgado por el Mundo las Gacetas de Barcelona, y Zaragoza. Sin duda, hay siempre la importante providencia, de que a la formación, y corrección de aquella, preside algún Ministro dotado de Prudencia, y Crítica.

8. Para inducir los Lectores a la desconfianza, que deben tener las noticias Gacetales, y a los Gaceteros alguna mayor cautela en admitirlas, y estamparlas, notaré aquí algunas patrañas suyas de mayor tamaño, en que los Lectores, que las hubieren creído, lograrán asimismo la utilidad del desengaño; y por lo que mira a dos de ellas, también se interesa en el desengaño mi propio crédito. Así no negaré, que el amor propio, aunque honesto, y decoroso, ha influido algo en la formación de este Discurso.

§. IV

9. La Gaceta de Zaragoza de 28 de Octubre de 1736, y la de Barcelona, que se siguió a ésta dentro de pocos días, publicaron el hallazgo de un Carbunclo en la vecindad de Orán, circunstanciando la noticia con mil particularidades, como quien había sido venturoso en el hallazgo de preciosidad tan rara: con qué motivo, y qué diligencias puso para ello: la descripción puntual de la ave: en cuya frente estaba colocada la piedra: la suma de dinero, que por ella ofrecía el Cónsul de Francia: la resistencia del Soldado, que la halló, a venderla, por reservarla para tal Personaje [58] de quien esperaba más importante gratificación, &c.

10. Decíase en una, y otra Gaceta, que varias cartas, que habían llegado de Orán la testificaban: esto es, sonaba en ellas, que no sólo en Zaragoza, mas también en Barcelona, se habían recibido diferentes cartas, que la referían, y confirmaban. Con esto, y con estar individuada con tanta exactitud la Relación, se agregó tal asenso, que muchos, aunque no en mi presencia, no dejaban de notarme, como Autor poco instruido en la Historia Natural, por haber negado la existencia del Carbunclo en el segundo Tomo, Discurso II., num, 39. entretanto que yo estaba riéndome de su credulidad.

11. Bien lejos estaba yo de esperar, y mucho más de solicitar el conocimiento del origen de esta fábula, cuando la suerte me la trajo por carta, que a este efecto me escribió Don Antonio del Río, Intendente de la Real Hacienda en Orán, sujeto con quien yo antes no tenía alguna correspondencia, movido sólo del celo de atajar, cuanto estuviese de su parte, el curso de la patraña. Su Relación, dejando aparte las cortesanías, y adornos de la carta, que manifiestan su mucha discreción, y bello juicio, es como se sigue.

12. «Todo lo que dice la Gaceta de Zaragoza del mes de Octubre, en cuanto al Carbunclo, que supone haberse cogido en esta Plaza, es incierto porque no ha habido, ni hay tal cosa. El principio de este enredo consistió solamente en haberse visto algunas noches por la falda del monte, en que están situados los Castillos de Santa Cruz, y San Gregorio, un fuego fatuo, o errante, que causando alguna novedad al Vulgo de los Soldados, por verlo vagante, a deshora, y por parajes pendientes, y escarpados, donde no podía llegar gente alguna, no sabían a que atribuir aquella luz. Con este motivo, y el de haber experimentado antes Don N. Ayudante mayor del Regimiento N. que se halla de guarnición en esta Plaza, que en la Gaceta de Zaragoza venían copiadas a la letra algunas [59] cosas, que había fingido en una carta, para divertir a un Amigo de aquella Ciudad, sobre la buena correspondencia, que había solicitado con nosotros un Moro, nombrado el Damux, y otros Jeques de su parcialidad; le pareció al mismo Don N. que teniendo el arbitrio por medio de su amigo, de que se estampasen sus noticias en la Gaceta, podía inventar una novedad extraña, que corriese por toda la Europa; y más cuando las buenas creederas del Gacetero le ofrecían portador seguro; acordándose del fuego fatuo, le dio el nombre de carbunclo, y fraguó su papeleta, que antes de remitir mostró aquí a algunos Amigos, según, y conforme refiere la Gaceta; y en efecto ha conseguido satisfacer el festivo genio que tiene, pues queda celebrando con otros muchos la facilidad del Gacetero de Zaragoza».

13. Tres sujetos resultan culpados en la patraña: el Oficial que la forjó, y los Gaceteros de Zaragoza, y Barcelona, que la estamparon. Querrán sin duda decir los Gaceteros, que cuando más, se les podrá notar la credulidad, pero no la mala fe, porque imprimieron lo que vieron manuscrito en carta remitida de Orán. Pero esta excusa no les vale. Dice el Gacetero de Zaragoza, que varias cartas recibidas de Orán refieren la noticia. La carta no fue más que una, y ésta es una variación muy substancial, porque cualquiera Lector dificulta mucho menos el asenso, sabiendo que las cartas testificantes son muchas, que siendo una sola; siendo generalmente cierto, que se grangean mucha más fe muchos testigos, que uno solo. Así concurrió con una falsa suposición a autorizar la patraña. Aún es mayor la culpa del Gacetero de Barcelona, pues supone cartas de Orán remitidas a aquella Ciudad, donde no se recibió carta alguna. Prueba manifiesta de que el Gacetero de Barcelona no tuvo más noticia, que la que leyó en la Gaceta de Zaragoza, es, que copió a ésta, letra por letra, aún en aquellas cláusulas, en que el Gacetero de Zaragoza hablaba en propia persona. [60]

14. Que se tome por la parte de la Política, que por la de la Moralidad, son feísimas estas invenciones. Si es torpe cosa mentir, y engañar a un hombre sólo; ¿qué será mentir, y engañar a todos los hombres; y no sólo a todos lo existentes mas aún a los venideros? Tanta extensión como la dicha tiene una mentira de esta clase, colocada en una Gaceta. La Gaceta la comunica a millones de hombres, y entre estos, muchos la trasladan de la Gaceta a varios libros, que después subsisten, testificándola a toda la posteridad.

15. Según las reglas Teológicas, la malicia de un acto, con que se engaña a muchos hombres, se multiplica tanto como el número de éstos. De suerte, que el acto con que se engaña a veinte hombres, en caso que no incluya veinte pecados numéricamente distintos, como asientan muchos, por lo menos contiene veinte malicias de la misma especie, como enseñan otros. Contémplese ahora cuántos millones de millones de malicias contendrá un acto, con que se engaña a todos los hombres de muchas Naciones, presentes, y venideros. Convengo en que son malicias sólo veniales. ¿Pero a qué alma, que no tenga, o el entendimiento muy estúpido, o la voluntad muy depravada, no dará honor el agregado de millones de millones de malicias, aunque leves? He suprimido en la copia de la carta de Don Antonio del Río, el nombre del Autor de la Fábula, y el de su Regimiento, por no hacer pública en el Mundo la mal regida festividad de su genio.

16. Otra consideración de gran peso se ofrece aquí; y es, que la mentira del Carbunclo (lo mismo digo de otras muchas) aunque mirada superficialmente, sólo sea de las que los Teólogos llaman, o jocosas, u oficiosas, examinadas sus consecuencias, puede ser en muchos casos perniciosa. Es naturalísimo, que entre muchos de los que ignoran el ordinario meteoro de los Fuegos errantes, o fatuos, algunos, viendo tal vez un fuego de estos, y creyendo, por estar imbuidos de la Fábula Gacetal, [61] ser luz de un Carbunclo, codiciosos de tan exquisita, y preciosa piedra, se metan de noche en alcance suyo por barrancos, y precipicios, donde pierdan la vida miserablemente. Si este error cae en un hombre poderoso, y no muy temeroso de Dios, no dudará de exponer a cualquiera riesgo alguno de aquellos, cuya fortuna tiene en sus manos. Vean los que toman como una relación inocente la invención, y publicación de semejantes Fábulas, de cuántos, y cuan graves daños se exponen a ser Autores; y véase lo que en general razonamos sobre este asunto, en orden a las mentiras oficiosas, y jocosas, en el Tom. VI. Disc. IX. §. IV.

§. V

17. Casi al mismo tiempo que en las Gacetas de Zaragoza, y Barcelona se imprimió la Fábula del Carbunclo; esto es, dentro del mismo mes de Octubre, publicó la de Amsterdán otras dos no menos portentosas; conviene a saber, el atraso del Sol un cuarto de hora, y la desaparición de uno de los Satélites de Júpiter. Raro encuentro, o combinación de patrañas. Al tiempo que las Gacetas de Zaragoza, y Barcelona publican el hallazgo del Carbunclo, que viene a ser lo mismo que la aparición de un nuevo Astro en la tierra, la de Amsterdán noticia la desaparición de un Astro antiguo en el Cielo. Es verdad, que el Gacetero de Amsterdán dio en esta misma materia un buen ejemplo a los nuestros, porque dentro de pocos correos vino en aquella Gaceta la retractación de ambas noticias, afirmando, que habían sido embustes forjados por no sé que Almanaquista de París.

§. VI

18. Otra Gaceta de Holanda, impresa el día 3 de Abril de 1689, dio al público una Historia de la clase de aquellas, que dan especialísimo deleite a la curiosidad; pero que, como la del Carbunclo, multiplican los riesgos de la codicia. Debo la noticia a un libro, [62] intitulado: La Critica della morte, ò vero l´Apologia della vita, que suena traducido del idioma Iuglés al Italiano por Luis de Rialto. No dice el Autor en qué Lugar de Holanda se imprimió; por eso la nombro Gaceta de Holanda, sin más determinación. La Historieta, que refiere la Gaceta, es del tenor siguiente. A poco más de la mitad del siglo pasado se apareció en Venecia un Alemán, llamado Federico Gualdo, el cual por muchos años fue objeto de la admiración de aquella República, por su prodigiosa extensión, y profundidad en todo género de Ciencias, y Facultades, acompañada del uso fácil de muchas lenguas. Notose también en él la particularidad de hacer grandes empresas, y liberalidades, sin poder descubrirse de qué fondo, o por qué conducto le venían los dineros. Esta circunstancia, junta con la de su gran sabiduría, indujo en muchos la sospecha, y en muchos la persuasión, de que poseía el gran secreto de la Piedra Filosofal. Finalmente, por un extraño acaecimiento, se descubrió un retrato de Gualdo, que él mismo tenía muy guardado, el cual le representaba al vivo en la misma edad que parecía tener entonces. Vista la pintura por muchos inteligentes en la Facultad, todos convinieron en que era obra del Ticiano. Había más de cien años que el Ticiano era muerto. La pintura figuraba al Gualdo de cuarenta años, poco más, o menos, y esta misma edad representaba el Gualdo, cuando se descubrió el retrato. Ni había lugar a pensar, que la pintura tuviese otro objeto distinto, por ser extrema la semejanza con el que estaba presente; ni los Pintores querían conceder, que pudiese ser de otra mano, que la del Ticiano. Estando el Pueblo, o persuadido, o muy inclinado a que el Gualdo poseía el secreto de la Piedra Filosofal, fue fácil resolver esta dificultad. Los que jactan en el mundo experiencias de esta grande obra, añaden la quimera, de que la menor felicidad, que se logra por medio de ella, es acumular riquezas inmensas; siendo la mayor alargar la vida por muchos centenares [63] de años, conservando en constante juventud al dichoso que alcanzó este admirable secreto. Lo que, pues, se creyó del Gualdo, y de su retrato, fue, que éste verdaderamente era obra del Ticiano, y que aquel tenía mucha mayor edad, que la de cien años; pero por medio de su preciosísima medicina se había conservado en la representación de una misma edad desde que el Ticiano le había pintado. Poco tiempo después del descubrimiento del retrato se desapareció el Gualdo furtivamente de Venecia, sin que jamás se pudiese saber, qué paradero tenía. Esta fuga se atribuyó a la necesidad de evitar los riesgos, a que se dice están expuestos los que llegan a rastrearse alcanzaron el secreto de la Piedra Filosofal.

19. Esta es la Historia de Federico Gualdo, que según el Autor, que hemos citado, publicó la Gaceta de Holanda, y que resueltamente debemos colocar en el número de las Fábulas Gacetales. Dado caso, que alguno, o algunos hombres hayan arribado a la composición de aquellos admirables polvos, que transmutan en oro los metales interiores, tenemos siempre por quimérica la virtud, que les atribuyen, de preservar de toda enfermedad el cuerpo humano; y mucho más la de indemnizarle de aquella decadencia, que aún prescindiendo de las enfermedades, causa inevitablemente la sucesión de los años.

20. Y nótese, que esta Fábula también se debe anumerar en la clase de las perniciosas. La esperanza de lograr la Piedra Filosofal, fundada en muchas relaciones falsas, que aseguraban su existencia, ha ocupado inútilmente a gran número de hombres, consumiendo miserablemente sus caudales. Ha sido también ocasión para que muchos crédulos padeciesen considerables estafas, dejándose persuadir de varios tunantes embusteros, que por este medio se harían riquísimos. De mi dictamen convendría, para evitar estos daños, que el Magistrado Supremo de cada Reino prohibiese, y recogiese todos aquellos Escritos, que pueden excitar, o fomentar esta vana esperanza de los hombres. [64]

§. VII

21. Aún serían algo tolerables las Gacetas del Norte, sino publicasen sino Fábulas sólo por accidente perniciosas. Pero en los Países, donde reina la herejía, no para en este término la licencia de los Gaceteros. Una especie de calumnia atroz es frecuente entre ellos, que es infamar con la nota de sus mismos errores, ya a éste, ya a aquel sujeto de los que logran alguna distinción entre los Católicos. De esto daremos algunos famosos ejemplares.

22. Poco después que la Santidad de Clemente Undécimo expidió la Bula Unigenitus contra las proposiciones del Padre Quesnél, publicó una Gaceta de Holanda, que la Universidad de Salamanca no había querido aceptar dicha Bula. Conmovió notablemente esta especie a aquella Nobilísima, y Catolicísima Universidad, y con varias cartas, impresas, y esparcidas en Francia, y Roma, rebatió la impostura, la cual no pudiendo sostener el Gacetero, se retractó poco después. No me acuerdo cuál de las dos Gacetas, o la de la calumnia, o la de la retractación, decía, que de París se había recibido la noticia.

§. VIII

23. Reinando en la Iglesia el Soberano Pontífice Alejandro Séptimo, tuvo el Gacetero de Amsterdán osadía, para hacerle sospechoso, por lo menos, de un Catolicismo poco celoso; pues refirió, que este Papa reprobaba, como violento, y ajeno del piadoso espíritu de la Iglesia, el proceder de los Católicos contra los Herejes Waldenses, en los Dominios del Duque de Saboya. Es declamación vulgarísima de los Herejes, que su reducción al Gremio de la Iglesia, sólo se debe procurar por la vía de la persuasión, o convicción del entendimiento; mas nunca por el terror del suplicio; y para justificar esta máxima, la han adoptado, y adoptan falsamente a varios sujetos de la Iglesia Romana, [65], dignos de veneración, ya por la dignidad, ya por la piedad, ya por la doctrina.

24. A más se extendió, en orden al Papa expresado, el desaforado arrojo de Labrune, Calvinista Francés, refugiado en Holanda el cual, en un libro intitulado: Viaje de los Suizos, escribió, que Alejandro Séptimo, antes de ser Papa, y Cardenal, había estado resuelto a abandonar la Religión Católica, retirándose a Alemania a la casa del Conde Pompeyo, pariente suyo, ya inficionado de la herejía, que de su madre había heredado alguna hacienda en aquella Religión; pero que muriéndose el Conde Pompeyo, cuando Alejandro estaba para emprender el viaje, lo dejó, aunque conservando siempre en el corazón el afecto a la Religión Protestante. Un Autor, no de mejor Religión que Labrune, pero de menos mala fe; esto es el famoso Pedro Bayle, en obsequio, no de la Dignidad Pontificia, sino de la verdad, rebatió con un testimonio concluyente esta calumnia, convenciendo de impostura toda la narración de Labrune. Con gusto sacó a luz, siempre que se ofrece, estas patrañas hereticales, para el desengaño de muchos, que piensan escondérseles en los Libros Históricos de los Herejes, noticias muy curiosas, y apreciables; y no faltan uno, u otro, que con la esperanza de lograrlas, atropellan las inviolables leyes, que les prohiben la lectura de tales Libros.

§. IX

25. A nuestro insigne Monje D. Juan de Mabillon, no sólo levantaron los Herejes el deseo de abandonar la Religión Católica, mas también la ejecución. Noticia es ésta, que consta de la Vida del mismo Mabillon, impresa al principio de su Tomo: Analecta vetera, reimpreso en París el año de 1723. Allí se lee, que la voz de la deserción de Mabillon se extendió por toda Inglaterra, y Alemania. Es creíble, aunque de la relación no consta expresamente, que de la extensión [66] de este rumor fueron el principal instrumento las Gacetas. Noticioso del caso Mabillon, escribió una carta vindicativa de su honor, para hacerla circular impresa por todas partes; pero antes de la ejecución supo, que aquel rumor ya se había disipado, con que dejó la carta dentro de la Celda; pero se halla copiada en dicha Vida impresa de Mabillon, y empieza: Exigit charitatis, officijque ratio, ut horrendam prorsus, &c.

§. X

26. Dichoso sería yo, si como soy parecido a Mabillon en haber abrazado el mismo Instituto, y en haber padecido por la malignidad heretical la misma calumnia, que aquel insigne Benedictino, me pareciese algo a él en las eminentes prendas, que le adornaron. Llego a aquella parte del discurso, en que especial, y directamente es interesado mi honor. En los ejemplos, que hasta ahora alegamos, sólo se ha visto, que la malicia de los Herejes toma por objetos de sus imposturas a sujetos acreedores por alguno, o algunos capítulos a la pública veneración. Ahora veremos, que tal vez bajan la puntería de sus flechas a personas de cortísima representación, pues no desdeñaron tomar la mía por blanco de ellas. Es verdad, que al mismo tiempo se envuelven indirectamente en la calumnia Ministros altos, y muchos Eclesiásticos de España, aunque sin nombrarlos. Voy a referir el caso.

27. En la Gaceta de Londres de 27 de Noviembre de 1736 se estampó lo siguiente: En muchos papeles hebdomadarios, y diarios de esta Ciudad se ha insertado la Carta siguiente, que se dice ser escrita de Madrid por un Teólogo Español a uno de sus Amigos en Inglaterra. Copia inmediatamente la Carta, que es a letra la que yo también voy a copiar.

28. «La voz, que se esparció dos meses ha, de que dentro de poco tiempo se trabajaría en una reforma de la Doctrina en España, se confirma de día en día. Si [67] este proyecto se pone en planta efectivamente, se podrá atribuir en parte a la impresión, que ha hecho un Memorial, presentado al Supremo Consejo de Castilla por un Doctor Español, llamado del Fejo. Este es un hombre de mucho espíritu, y literatura, que ha adquirido fama por varias obras, en las cuales se propone principalmente por fin combatir los Errores Populares, y disuadir al Público de muchos falsos principios, de que está imbuido, así en puntos de Fe, como de Moral. Con este mismo designio ha compuesto sus Críticas generales, Obra excelente, compuesta con una libertad de espíritu, hasta ahora poco practicada en España. El Doctor del Fejo lleva más adelante sus reflexiones en el Memorial, presentado al Consejo de Castilla. Representa en él, que se han introducido en la Religión muchos abusos, que sería conveniente corregir: que entre los puntos de Doctrina se encuentran no pocos admitidos como Artículos de Fe, aunque en realidad no están fundados directamente en la Escritura Sagrada: que hay otras materias, que parecen oscuras, y convendría muchos declararlas; y más cuando los Sabios, y aun los mismos Teólogos, no las entienden en su verdadero sentido; y que así sería absolutamente necesario convocar en España un Concilio Nacional. Quisiera también el Doctor del Fejo, que se extendiese la reforma a otros puntos contenidos en su Memorial (los que se callan aquí, porque son de naturaleza, que no admite divulgarse). Este Memorial fue aprobado por la mayor parte de los Ministros del Consejo de Castilla. Un gran número de Eclesiásticos de este Reino adoptaron el proyecto de este Doctor. Otros, por el contrario, le contradicen; y aseguran, que tiene otros fines particulares, dirigidos a introducir la Anarquía en la Iglesia de España, haciéndola independiente de la Santa Sede. Esta acusación se funda en una cláusula del Memorial, donde se dice: Que la Corte de Roma saca todos los años del Reino de [68] España cerca de diez millones de reales de a ocho, así de lo que utiliza en los Beneficios, como de lo que interesa en otras ventajas; y que toda esta suma se podría emplear con más utilidad en otros destinos, que cediesen en la prosperidad de los Vasallos del Estado. Como quiera que sea, muchas personas, aún de aquellas que aprueban el dictamen del Doctor del Fejo, están persuadidas, que su plan de reforma no se podrá poner en práctica, sin encontrar dificultades casi insuperables.»

29. Esta noticia, y carta fue luego reimpresa en la Gaceta de Utrech de 7 de Diciembre del mismo año. De ésta pasó, según tuve noticia de París, a la de Berna; y no dudo de que haya circulado por todas las Gacetas de Europa, impresas en los Países dominados de la Herejía; porque el mismo motivo que tuvieron los Herejes Anglicanos para fingirla, tienen los de otros Reinos, o Repúblicas para extenderla.

§. XI

30. Doy por supuesto, que esta carta no fue fabricada en España, sino en Inglaterra. Así el título de Maestro, como mi Apellido, están puestos a la Extranjera. Como nosotros decimos el Maestro Fulano, hablando de uno, que lo es en Teología, en las Naciones dicen siempre el Doctor Fulano. La immutación, o falta de una letra en el Apellido Feyjoo, es frecuente en la translación de Apellidos de unas Naciones a otras, cuando la noticia se pasa por el oído, y no por la pluma. La proposición, o artículo Del, que se pone antes del Apellido, y corresponde al Francés Du, aunque acá se usa en muchos Apellidos, es más frecuente entre los Extranjeros. Fuera de esto, ¿qué veisimilitud tiene, que algún Español escribiese a Londres, en injuria de su Nación, tal complejo de quimeras?

31. Lo que más naturalmente se presenta al discurso conjetural, es, que algún embustero de Londres, [69] juntando la especie, que corría por Europa, de las diferencias de la Corte de Roma, con la de Madrid, con la noticia de mis Escritos, las agregó, haciendo un monstruo horrible del complejo de una, y otra. Las que eran cuestiones meramente Políticas, y Económicas entre las dos Cortes, hizo disputas Dogmáticas, y torció mi impugnación de Errores Populares, a que sonase refutación de Máximas Doctrinales, que yo venero, y abrazo, como verdades sacratísimas.

32. El que en mis Escritos pretendo disuadir al Público de muchos falsos principios, de que está imbuido, en puntos de Fe, y de Moral, es un desvarío, que desmienten a cada paso los mismos Escritos. He procurado disuadir al Vulgo de algunas preocupaciones suyas en orden a efectos puramente naturales; pero aún en orden a las cosas naturales he dejado intactos los principios. De modo, que, aún restringida la proposición a puntos de mera Física, es falsa. En puntos de Fe, no sólo no he tocado en los principios; mas ni aún en las más remotas consecuencias. En orden a Teología Moral, una, u otra opinión he propuesto, que a algunos parecerán algo particulares; pero tan sólidamente fundadas en los principios recibidos, que hasta ahora ningún Teólogo se aplicó a impugnarlas. Por lo menos no llegó a mi noticia.

33. Pero volvamos a los puntos de Fe, que es lo más delicado de la materia. Es cierto, que todas las expresiones de la carta miran a hacer entender, que mis dictámenes, en asunto de Religión, coinciden con muchos de los Protestantes, y especialmente con el de la independencia de la Santa Sede. La misma voz de Reforma de Doctrina, que dice la carta pretendo en el Memorial presentado es característicamente significativa del sistema dogmático de los Protestantes, que comunmente se llaman Reformados, y a su doctrina dan el nombre de Reforma. ¿Pero puede forjarse patraña más visible, o impostura más monstruosa, habiendo yo, en varias partes de mis Escritos, fulminado las más vehementes [70] declamaciones contra todos los Protestantes, y contra todos sus errores? Véase el Tomo primero, Discurso I, num. 24, lo que digo de los vicios de todos los Heresiarcas, y de las extravagancias, y contradicciones que hay en los Escritos de todos los Herejes. En el Tomo segundo, Discurso IV, num. 26, y 27, cómo pondero, y hago irrisible la fatuidad de cuantos entre ellos se han metido a Profetas, manifestando al mismo tiempo, que todas sus predicciones salieron falsas. Y en el mismo Tomo, Discurso VII, num. 8, la Crítica, que hago de Lutero, y de sus Escritos. En el Tomo tercero, Discurso VI, num. 34, cómo impugno la obstinación de todos los Secretarios modernos en negar la realidad de los milagros, con que Dios confirma la verdad de la Religión Católica. En el Tomo cuarto, Discurso VII, num. 30, cómo acuso la insolencia con que han levantado innumerables falsos testimonios contra el honor de muchos sujetos Católicos, esclarecidos por su doctrina, virtud, y carácter. Finalmente, omitiendo otros muchos pasajes concernientes al asunto, véase en el Tomo séptimo, Discurso V, desde el num. 28, hasta el 39 inclusive, una dilatada, eficaz, ardiente invectiva contra los delirios hereticales; cuya última cláusula es muy notable a nuestro propósito. No se ha menester (digo) saber más, para comprender, que todo lo que llaman los Herejes Reforma, es un tejido de doctrina disparatado, sin fundamento, sin apoyo, sin pies, ni cabeza. ¿No es cosa admirable, que habiendo yo puesto a los ojos de todo el mundo una tan auténtica irrisión de la doctrina, a quien dan los Protestantes nombre de Reforma, pretendan ellos hacerme Autor en España de la misma doctrina?

34. Con no menor evidencia me justifican mis Escritos en orden al particular capítulo de pretender la introducción de la Anarquía en la Iglesia de España. La voz Anarchia significa falta de Cabeza, o Superior en un Pueblo, Comunidad, o República. Con que lo mismo es atribuirme el designio de introducir la Anarquía en la [71] Iglesia de España, que el de pretender, que esta Iglesia no reconozca al Papa por Superior, y Cabeza suya. Propia es de la Oficina de Londres tan atroz impostura, para dar a entender al mundo, que hay ahora por acá alguna disposición para descabezar la Iglesia Española, como se descabezó, en tiempo del infeliz Enrico la Anglicana.

35. Miente el Autor de la Relación, lo que quisiera que fuese verdad. En el Tomo tercero, Discurso VI, num. 34, apliqué a los Herejes modernos la Fábula de la Zorra de Esopo, que habiendo en una desgraciada empresa perdido la cola, sugería a las demás, que se cortasen las suyas, proponiéndoles en ello ciertas conveniencias imaginarias. Mucho mayor monstruosidad es en un cuerpo Racional, y Místico la falta de Cabeza, que en el natural de un bruto la falta de cola. Esta horrenda deformidad, que dos siglos a esta parte está padeciendo la Iglesia Anglicana, dos siglos ha también, que no cesan sus Doctores de proponerla, como una insigne conveniencia a todos los Reinos de la obediencia Apostólica. Entre tanto, o se van engañando con falsas esperanzas, o unos a otros se las procuran inspirar con sueños, y quimeras. Pero si es justo, que cada Zorra guarde su cola, mucho más lo es, que cada Católico conserve su Cabeza.

36. Con igual evidencia, digo, me justifican mis Escritos en orden a este capítulo particular, que en orden al general de que se habló antes. En varias partes de mis Libros, o por mejor decir, siempre que ocurrió oportunidad de hablar en el asunto, he reconocido al Papa, no sólo como Superior legítimo de la Iglesia; más aún como infalible Oráculo de ella. En el Tomo primero, Discurso VIII, num. 44, propongo como argumento concluyente contra los Astrólogos Judiciarios la Bula de Sixto Quinto, y siento la obligación, que tienen los Ordinarios de toda la Cristiandad a proceder contra los Profesores de la Judiciaria, en virtud de precepto, que les [72] impone aquella Bula. En el Prólogo del Tomo tercero con ocasión de un hecho, en que un particular faltó a la obediencia debida al Sumo Pontífice, reconozco en todos los Fieles la indispensable obligación de obedecerle. En el Tomo sexto, Discurso I, Paradoja II, donde trato de la necesidad de minorar en España el número de los días festivos, propongo, que para este efecto se recurra a su Santidad. Este lugar es sumamente concluyente en orden al asunto. Para cercenar días festivos han dado Ordenanzas algunos Concilios Provinciales {(a): El de Treveris, el año de 1549: el de Cambray, año de 1545: el de Burdeos, año de 1583.}, sin recurrir a la Silla Apostólica. Con todo, yo no admito que esto se ejecute sin intervenir su autoridad, por no ser tan seguro. Quien en este punto no quiere la Iglesia de España independiente de la Santa Sede, ¿cuán lejos estará de atribuirla la independencia en otros Artículos, en que los Derechos Divino, y Eclesiástico coartan la jurisdicción de las Iglesias particulares? Finalmente, en el Tomo séptimo, Discurso VIII, num. 10, impugno la práctica del Toro de San Marcos con el Rescripto de Clemente Octavo al Obispo Civitatense, cuya declaración propongo allí como definitiva, y obligatoria. ¿Puede darse convicción más plena de mi sincera sumisión a la Silla Apostólica?

37. Yo no sé si se presentó algún Memorial al Real Consejo en asunto de las diferencias pasadas con la Corte de Roma, porque vivo más distante con el espíritu de los negocios Políticos del Aula Regia, que con el cuerpo de la Aula misma. Pero es evidentísimo, que si hubo tal Memorial, su designio sería diferentísimo del que le achaca el Gacetero de Londres. La cláusula que cita del Memorial, es prueba concluyente, aún cuando faltasen otras; pues aquella cláusula tiene por único objeto una providencia puramente económica, en que se debe suponer, que el Autor no pretendía la total negación, [73] sino una considerable disminución de los subsidios, que goza Roma de España; y aún cuando se extendiese a más esta pretensión, ceñida a intereses temporales, podía en la mente del Autor dejar intacta la substancia de la Religión.

38. Muchos imaginarán ociosa la justificación, que hago de mi persona en el asunto presente; pero realmente no lo es. Yo he notado, que no pocos de los que tenían, y habían leído mis libros, se han dejado sorprender de algunos impostores, que inicuamente me levantaron, que yo decía cosas, que ni aún me habían pasado por el pensamiento; lo que ejecutaron, ya trucando pasajes, ya mudando, ya quitando, ya añadiendo palabras, ya trastornando con forzadas interpretaciones el sentido. En la mano tenían el desengaño los que poseían los libros, mayormente cuando los Calumniadores citaban con especificación el lugar sobre que caía la impostura. Con todo, no se desengañaban. ¿Por qué? Porque nada interesados en la averiguación de la verdad, no volvían los ojos al pasaje citado, para hacer el cotejo. O en la osada satisfacción del Impugnador imaginaban un fiador seguro de su verdad; o en caso que les restase algún escrúpulo, se les hacía molesto interrumpir la lectura del Impugnador, por ir a hacer en mis libros el examen de su buena, o mala fe. Este es el motivo por qué he puesto aquí a los ojos de los Lectores muchos de los pasajes, que más fuertemente acreditan mi firme adhesión a todas las doctrinas de la Iglesia Católica Romana, por las cuales estoy pronto a derramar toda la sangre de mis venas.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo octavo (1739). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 54-73.}