Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo cuarto Discurso séptimo

Mérito, y fortuna de Aristóteles y de sus Escritos

§. I

1. Por cualquier camino que los hombres se hagan ilustres, pueden influir en su fama, ó el mérito sólo, ó la fortuna sola, ó aliados el mérito y la fortuna. Esto último es lo común. El mérito, faltándole coyunturas favorables para darse a conocer, yace escondido mientras el sujeto vive, y se sepulta con él cuando muere. Aún conocido, puede desdorarle la calumnia y obscurecerle la envidia. La fortuna puede elevar a un indigno hasta la altura del Trono; pero será rarísimo el caso en que haga su fama gloriosa, por más panegíricos que forme la adulación; porque estos no se creen entonces, y ni aún se leen después. Es, pues, menester por lo común para hacer a un sujeto ilustre, que intervenga con la excelencia de sus prendas la concurrencia de accidentes favorables.

2. No puede negarse que Aristóteles fue hombre de rarísimos talentos, de ingenio sublime, de comprensión [126] vasta, de erudición prodigiosa. Pero también, sin hacer injuria a su mérito, se puede asegurar que la autoridad que logró en estos últimos siglos, se debió en gran parte a su fortuna. Es muy justo que Aristóteles sea considerado como uno de los mayores hombres de la antigüedad. Y aún sea norabuena a contemplación de sus Sectarios (aunque algunos Padres son de opuesto sentir) el mayor Filósofo que produjeron los siglos. Esto le dará derecho para que siempre que se haya de decidir alguna controversia filosófica, no por razón, sino por autoridad, sea preferida la suya a la de otro cualquiera Filósofo; mas no para que su sentencia se haya de recibir necesariamente, negado todo recurso al tribunal de la razón. Sin embargo, toda esta plenitud de jurisdicción le atribuyen sus Sectarios, de los cuales algunos se han desmandado a enormes exageraciones. Su Comentador Averroes dijo, que Aristóteles es la suma verdad: que su entendimiento fue el último término del humano entendimiento, y que la Divina Providencia nos dio este grande hombre para que supiésemos cuanto puede saberse. Mas al fin Averroes fue impío. ¿Qué mucho que hablase de este modo? Lo admirable es, que algunos Doctores Católicos no hayan sido mucho más sobrios que Averroes. El famoso Teólogo Enrico de Hasia no dudó (según refiere Gabriel Naudeo) estampar que Aristóteles pudo adquirir naturalmente un conocimiento tan perfecto de la Teología, como logró Adán en el sueño que tuvo en el Paraíso, y San Pablo en su extático rapto. Un Teólogo Español de mucho nombre afirmó, que ningún hombre puede penetrar los arcanos de la naturaleza tanto como Aristóteles, sin la asistencia particular de algún Ángel. Guillelmo, Obispo de París, mucho antes tenía adelantado este elogio al grado de delirio, diciendo, que este Filósofo tenía en todas sus acciones por consejero un espíritu, a quien con ciertos sacrificios y ceremonias había hecho bajar de la esfera de Venus. Gasendo refiere, que conoció a un célebre Profesor de Teología, quien (según él mismo decía) estaba en fe de que haría un grande servicio a Dios, testificando [127] con su propia sangre ser verdad cuanto se contiene en los escritos de Aristóteles.

3. Ya veo que de estas y otras semejantes extravagancias solo se debe hacer cargo a los particulares que las profirieron, no en común a la Escuela Peripatética. Bien que la alta veneración que infinitos Profesores de ella tributan a su Caudillo, puede mirarse como causa ocasional de aquellos excesos; pues pretender que nadie contradiga a Aristóteles, es procurarle aquella sumisión ciega que sólo se debe a una autoridad infalible.

4. Tres causas, ó tres accidentes favorables me parece concurrieron a dar a Aristóteles toda esta elevación, dejando aparte su grande ingenio y doctrina, que sin duda tuvieron mucha parte en ellas; pero no siendo bastantes para el todo, es preciso examinar lo que coadyuvó a su mérito su fortuna.

§. II

5. El primer accidente favorable para Aristóteles fue introducirse su Filosofía en Europa, a tiempo que en ella no había otra alguna. De los escritos de todos los que demás Filósofos unos se habían desaparecido, y otros no había parecido jamás; pues aún las Obras de Platón se queja Santo Tomás en el tercero de los Políticos, que se hallaban en su tiempo. En orden a todas las demás ciencias naturales era por lo común suma la ignorancia. Sabido es el caso de nuestro sabio Benedictino el Papa Silvestre Segundo, a quien porque hizo algunas máquinas hidráulicas, y otras curiosidades matemáticas, como muy inteligente que era de estas Facultades, levantaron que era hechicero; juzgando que sólo por arte diabólico podían ejecutarse tales maravillas; y no se quedó esta voz en algún rincón entre cuatro ignorantes ó maldicientes, antes corrió por toda Europa, y hicieron caso de ella muchos Escritores. Campanela, citando a Juan Vilano, añade que rehusaban algunos Cardenales darle sepultura sagrada, porque en su aposento hallaron un libro que juzgaron ser de Nigromancia, porque tenía varias figuras matemáticas. [128] Sabido es también lo del célebre Franciscano Rogerio Bacon, que se hizo sospechoso de hechicería por la misma causa; en tanto grado, que le obligaron a ir a Roma a purgarse de la calumnia.

6. En este estado de rudeza halló Aristóteles a Europa cuando introdujeron en ella los Árabes sus escritos por medio de la Escuela de Córdoba. Hallóla, digo, como País abierto y desguarnecido, a quien ocupa el primero que acomete. En tales circunstancias no es mucho se verificase el adagio Español: En tierra de ciegos quien tiene un ojo es Rey. No hubo competidor que pudiese disputar a Aristóteles el dominio de las Escuelas. Así sin trabajo usurpó esta soberanía, que después pretendió y pretende retener por el título de prescripción.

§. III

7. El segundo accidente favorable para Aristóteles fue haberse aplicado a ilustrarle el Angélico Doctor Santo Tomás. Como los escritos de este gran Maestro fueron recibidos en toda la Iglesia con tanto aplauso, sus créditos se refundieron por vía de reflexión en las Obras de Aristóteles. Algunos pretenden, que Santo Tomás en todo lo que favoreció a Aristóteles habló según la representación de Comentador; no según su propio interior y resolutorio dictamen. De Alberto Magno consta, que hizo semejante protesta, previniendo a los Lectores que usase cada uno libremente de su juicio en admitir ó reprobar las opiniones Aristotélicas. Y para pensar que Santo Tomás propuso, y explicó la doctrina de este Filósofo con el mismo espíritu, da fundamento lo que dice Campanela, citando la Crónica del Orden de Predicadores, part. 2, lib. 1, cap. 10, que en esta Religión ilustre se hizo un Decreto para que fuese seguido Santo Tomás en los Escritos Teológicos, y Morales; pero no en los Filosóficos: Sequendus est Divus Thomas Dominicanis in Theologicis, & Moralibus, non autem in Philosophicis. Parece que para esta prohibición consideraron, no como de Santo Tomás, sí [129] sólo como de Aristóteles, la Filosofía de Aristóteles que está vertida en las Obras de Santo Tomás.

§. IV

8. El tercer accidente favorable, y que contribuyó sobre todo a la exaltación de Aristóteles, consistió en las invectivas y declamaciones que contra él hicieron algunos Herejes, especialmente Lutero, al introducir su infeliz y perniciosa reforma. En parte por deuda a la justicia (pues era iniquidad maltratar tan groseramente a tan esclarecido Filósofo), parte por punto de honor, reclamaron contra sus dicterios muchos sabios Católicos. De aquí tomaron ocasión otros, ó más ardientes ó menos sabios, para confundir la causa de Aristóteles con la de la Iglesia Católica; de modo, que cualquiera que en aquel tiempo se declaraba contra la Filosofía ó Dialéctica de Aristóteles, sin otra razón se hacía para ellos sospechosos en la Fe; porque juzgaban que no por otro motivo se impugnaba a este Filósofo, que porque su doctrina es utilísima para defender nuestros dogmas, refutar los errores opuestos.

9. Esta persuasión más ó menos mitigada echó altas raíces en muchas Escuelas Católicas, entre ellas la de París; pues aún en el año de 1629 refiere el Padre Renato Rapín que el Parlamento, a instancias de la Sorbona, expidió un Decreto contra los Químicos, donde se decía entre otras cosas, que no se podían impugnar los principios de la Filosofía Aristotélica, sin impugnar juntamente los de la Teología Escolástica recibida en la Iglesia. Censura en que (por no decir algo más) se dio mucho al hipérbole: porque los principios de la Teología Escolástica son los dogmas revelados, con los cuales ¿qué oposición tendrá el que los mixtos se compongan de sal, azufre, mercurio, agua, y tierra, que son los principios químicos? ¿Ni qué conexión el que se compongan de agua, tierra, fuego, y aire, que son los elementos Aristotélicos?

10. Mas adonde se fijó más el celo Peripatético, y el concepto de que nuestra Santa Fe es en algún modo interesada [130] en la defensa de Aristóteles, fue en nuestra España. Esta es una cantilena que aún hoy se oye a cada paso dentro y fuera de las Aulas. Dícese, que los Herejes generalmente están mal con Aristóteles porque su Dialéctica nos sirve para desenredar sus sofismas e impugnar sus errores: que la Teología Escolástica estriba toda en la Filosofía Aristotélica; y así no se puede derribar esta, sin que caiga la otra. En fin, entre nuestros menos sabios profesores se venera a Aristóteles como un escudo de la fe, y se sospecha que los Extranjeros que siguen sistema filosófico opuesto, son, si no finos Herejes, muy tibios Católicos. No se piense que digo demasiado, pues en mucho más fuertes términos expresa el Ilustrísimo Cano la pasión ciega de algunos Peripatéticos por su jurado Príncipe. Veneran (dice) a Aristóteles como si fuera Cristo, y a sus dos Comentadores Averroes, y Alejandro Afrodiseo como si fuesen San Pedro, y San Pablo: Habent Aristotelem pro Christo, Averroem pro Petro, Alexandrum pro Paulo.

§. V

11. Aún cuando el supuesto en que se funda esta estimación de Aristóteles (conviene saber, el odio común de los Herejes) fuese verdadero, sería el culto demasiado. Pero el caso es, que el supuesto mismo es falsísimo, y puede reputarse por uno de los errores comunes que hay en el vulgo de nuestras Escuelas. No sólo son y han sido muchos los Herejes amantes de Aristóteles; pero el mismo Aristotelismo fue cuna de algunas Herejías, y sirvió de arma defensiva a varios errores. La Herejía de Almarico (de que hablaremos abajo) nació del estudio de Aristóteles. De la misma fuente manó el Ateísmo de Averroes. El Ilustrísimo Cano dice que en su tiempo corría la voz de que en Italia muchos dogmatizaban contra la inmortalidad del alma y contra la providencia Divina, fundados en Aristóteles. La perfidia Arriana, dice claramente San Ambrosio, que tuvo su origen en la doctrina Aristotélica: Sic enim Arianos in perfidiam ruisse cognoscimus, dum Christi [131] generationem putant usu hujus saeculi colligendam, reliquerunt Apostuolum, sequuntur Aristotelem; (in Psalm. 118) y en el libro primero de Fide, cap. 3. advierte, que todo el esfuerzo de los Arrianos se fundaba en las cavilaciones de la Dialéctica (la de Aristóteles sin duda): Omnem venenorum nuorum vim Ariani in Dialectica disputatione constituunt. El Heresiarca Aetio, que añadió nuevos errores a la Secta Arriana, explicaba a los discípulos sus dogmas según las categorías de Aristóteles. Así lo refiere Suidas, citado por el Cardenal Baronio al año de Cristo de 356. Es cosa constante, que los errores de Pedro Abelardo, y de Gilberto Porretano, en orden a la Trinidad Santísima, esencia, y atributos Divinos, se ocasionaron de que temerariamente quisieron arreglar tan altos Misterios a las imperfectas luces de Aristóteles; y de su Dialéctica, en que eran sumamente versados y sutiles, sacaban todos los argumentos con que opugnaban el sentir de los Ortodoxos.

12. Ni aún ciñéndonos a los Herejes de los últimos siglos, es verdadero el supuesto de su odio común contra Aristóteles; pues aún entre estos tiene muchos y grandes Panegiristas su doctrina. Parezca el primero Felipe Melancton, el mayor amigo, y de mayor confianza de Lutero. Melancton, pues, no en una parte sola, sino en muchas de sus escritos abraza ardientemente el patrocinio de Aristóteles, y de su Filosofía, y Dialéctica, juzgándolas utilísimas a la República, y a la Iglesia. Nótense estas palabras suyas en la Epístola a Leonardo Eccio: Verè judicas plurimum interesse Reipubliae, ut Aristoteles conservetur, & extet in Scholis, ac versetur in manibus discentium. Y estas que cita el Padre Jacobo Gretsero de él en una oración laudatoria a Aristóteles: Nunc quaedam de genere Philosophiae addam, cur Aristotelicum maximè nobis in Ecclesia usui esse arbitremur. Constare arbitror inter omnes, maximè nobis in Ecclesia opus esse Dialectica, &c. Todo lo que sigue en este pasaje son elogios de la Dialéctica, Física, y Etica de Aristóteles. Isaac Casaubon (in Persium, satyr. 5.) dice, que los libros que escribió de Dialéctica Aristóteles, exceden [132] cuanto todos los demás mortales. Hugo Grocio le concede el Principado de todos los Filósofos: Inter Philosophos meritò principem obtinet locum Aristoteles: in Praef. ad librum de Jure belli, & pacis. Vosio (apud Pope Biount) afirma, que excede a todos los Filósofos que le precedieron, cuanto el Sol excede a la Luna y a las Estrellas. Erasmo, que pasa entre muchos por Faccionario de los Protestantes (apud eundem Pope Blount), le celebra por el más docto de todos los Filósofos, sin exceptuar aún a Platón. Finalmente (omitiendo otros muchos particulares que pudiera nombrar) sábese, que cuando Renato Descartes empezó a hacer ruido en el mundo con su nuevo sistema, se declararon contra él, y a favor de Aristóteles tres Universidades Protestantes enteras en cuerpo formado: la de Leyden, la de Groninga, y la de Duisberga. Y Pedro Bayle en su Diccionario Crítico, tratando de Aristóteles, dice: Que luego que aparecieron en Francia las nuevas opiniones contrarias a este Filósofo, tanto los Teólogos Protestantes, como los Católicos, acudieron apresurados a su socorro, implorando de una y otra parte el auxilio del brazo secular contra los nuevos Filósofos.

13. ¿Dónde está, pues, esa uniforme conspiración de los Herejes contra Aristóteles, que tanto se clamorea? En la imaginación de los que careciendo de noticias legítimas, sólo se informan de rumores populares.

§. VI

14. Miremos la materia por otro lado. Díganme los que consideran la doctrina Aristotélica importantísima para defender nuestros dogmas, y contrastar los errores opuestos, si en alguno de los más ilustres controversistas Católicos hallaron frecuentado el uso de esa doctrina, para el fin de convencer a los Herejes. Tengo presentes los cuatro Tomos de Controversia del gran Belarmino, el del Eximio Doctor contra la Herejía Anglicana, las Disertaciones del Padre Natal Alejandro, entretejidas en su Historia Eclesiástica contra varias Herejías: he visto la [133] parte más considerable de las Obras de controversia del famoso Obispo Bosuet. Apenas alguno de estos hace jamás memoria de Aristóteles, ni de cosa suya. Si tal vez, rarísima, le citan, es muy de paso y para materia inconducente a los dogmas; como Belarmino, tocando la división del Gobierno en las tres especies de Monárquico, Aristocrático, y Democrático (de Rom. Pont. lib. 1.) y el Padre Suárez, tratando del Principado Político (lib. 3) aún en estas materias, en que pudieran verter muchas y muy buenas cosas de Aristóteles, sólo hacen de él una ligera memoria, y acuden a los Padres de la Iglesia, como a fuentes de la verdadera doctrina. ¿Ni qué uso de los preceptos de la Dialéctica se encuentra en estos grandes Autores? Ninguno. Uno u otro silogismo, formado de tarde en tarde; pero ni una palabra de conversiones, de reducciones, de equipolencias, y demás baraúnda sumulística. Con razón; porque éstas no son las armas propias de la Iglesia; pues como dice S. Ambrosio, no es del agrado de Dios que su Pueblo se defienda con las sutilezas de la Dialéctica: Non in Dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum. (lib. 1. de Fide, c. 3.) Así se sabe, que San Agustín, mientras fue Hereje, toda su fuerza ponía en la Dialéctica; porque el error no puede sostenerse sin el artificio del sofisma. Hecho Católico mudó de armas, porque las halló más sólidas. La Iglesia se defendió de todos sus enemigos, y los rebatió vigorosamente por el espacio de mil años y más, sin Aristóteles. ¿Por qué no podrá hacer ahora lo mismo?

15. No obstante lo dicho, fácilmente convendré en que en varias ocasiones pueda tener su uso la Dialéctica contra los Herejes, especialmente cuando sea menester descubrir la falacia de algún sofisma suyo, ó no se pueda sin la forma silogística reducirlos a razonar derechamente sobre el punto de la dificultad. También se debe conceder, que la Teología Escolástica en la planta que hoy la tenemos de método y locuciones con que se trata y disputa, no puede subsistir sin la Lógica, y Metafísica de Aristóteles, porque el método del Aula es todo dialéctico (bien [134] que para esto bastan poquísimos preceptos, y es supérflua tanta multitud de reglas y cuestiones como se introducen en la Lógica), y las locuciones son en gran parte derivadas de la Lógica, y Metafísica. Confieso asimismo, que el uso de estas locuciones tiene su utilidad, que es el hablar en las materias con precisión, distinción, y claridad. Esta advertencia es del Cardenal Belarmino, el cual en el lib. 2. de Cristo, cap. 2. dice, que las voces que usa la Teología, sin tomarlas de la Escritura, no sirven para impugnar a los Herejes, sino para discernir sus dogmas de los nuestros: Nec enim Catholici dicunt istis nominibus oppugnari haereticos, sed damnari, & excludi ab Ecclesia, nam propter novas haereses cogimur nova nomina invenire, ut perspicuè distinguamur ab illis, & Catholici sciant quid credere debeant.

16. Digo que esta conducencia pueden tener la Lógica, y Metafísica de Aristóteles para la Teología. Y si se pretendiere más, no lo rehusaré. Pero como el encuentro de los Aristotélicos con los nuevos Filósofos no es sobre Metafísica, y Dialéctica, sino sobre la Física, quisiera saber cómo, ó por dónde puede interesarse la Teología Escolástica, y mucho menos la Dogmática en la manutención de la Física de Aristóteles. No niego yo, que hay aserciones ó errores físicos que se oponen a algunos dogmas Teológicos, como en el Discurso primero del segundo Tomo notamos en algunos de Cartesio. Pero esto es bueno para que se descarten y condenen todos aquellos en quienes se hallare este vicio, que se opongan, que no, a la doctrina Aristotélica; mas no para que esta sea la norma a que se ha de atender para admitir, ó reprobar las proporciones en materia de Física. ¿Rigió por ventura el Espíritu Santo la pluma de Aristóteles, para que creamos que todo lo que se opone a Aristóteles, se opone directa ó indirectamente, expresa o implícitamente a la Fe? Antes bien el Ilustrísimo Cano, y otros muchos notaron que en Aristóteles se hallan más errores capitales, opuestos a lo que enseña la Fe, que en otro Filósofo alguno; sin embargo de que en esta materia suspendo el asenso hasta hacer [135] recuento de los muchos que se hallan en Platón. ¿Qué conclusión Teológica, ni aun qué opinión Escolástica en materias Teológicas se arruina por negar los cuatro elementos Aristotélicos, por quitar a la privación el usurpado título de principio del ente natural, por explicar las formas substanciales, y accidentales de los compuestos insensibles, como las explican los Filósofos modernos, por admitir átomos criados, por explicar innumerables fenómenos con el movimiento y figura de las minutísimas partículas, y otras mil cosas? Es claro que ninguna. Por tanto, en Francia, en Italia, y dentro de la misma Roma hay muchísimos Teólogos Escolásticos de profesión, aun entre los Regulares, que se apartan en la Filosofía de Aristóteles. El Padre Maignan, que fue un gran Teólogo, siguió sistema físico, totalmente opuesto al Aristotélico: lo mismo su Discípulo el Padre Sagüens. Corren los escritos de uno y otro, sin que ni la Inquisición de Roma, ni la de España les hayan borrado una tilde. Lo mismo digo de los escritos (siendo tantos) del incomparable Gasendo.

17. Viene aquí muy a propósito lo que el ingeniosísimo Campanela, enemigo jurado de Aristóteles, refiere haberle sucedido, siendo examinado por los Señores Inquisidores del Tribunal Romano sobre sus opiniones filosóficas. Dice, que habiendo proferido su sentir, y confesado por suyos los escritos que sus enemigos le habían hurtado, y presentado al Santo Oficio, ni le reprendieron por contradecir a Aristóteles, ni le mandaron que en adelante le siguiese; antes algunos de los Cardenales asistentes aprobaron su modo de filosofar: Nec reprehensione vocali, nec praecepto recedendi ab impugnando Aristotelem, nec rationibus Patres doctissimi me objurgarunt, sed laudarunt, praecipuè Cardinales Sanctorius, & Bernerius, & Sarnanus. Nescio cur nunc alii murmurant scioli. Videant processus in Sancto Officio, & meas opiniones ibi examinatas (disp. in Prolog. instaurat. scient.). Es cierto que Campanela filosofó después con la misma libertad que antes, y siempre contra Aristóteles, sin que por eso fuese advocado a Tribunal alguno; de donde [136] se infiere, que no hay en Roma la ventajosa preocupación por Aristóteles que en España.

§. VII

18. En lo que hemos discurrido hasta aquí se ve claramente lo mucho que hizo la fortuna de Aristóteles para su exaltación en las Escuelas. Ahora veremos lo poco que hizo para su elevación el mérito en los tiempos que le desasistió la fortuna. Muchos de sus Sectarios se imaginan que Aristóteles siempre fue la Deidad de la Filosofía, y que los siglos todos, desde su muerte hasta ahora, conspiraron a darle el glorioso título de Príncipe de los Filósofos. Bien lejos de eso, ningún otro Filósofo experimentó tan inconstante y varia la fortuna. Tanto en el mundo, como en la Iglesia, todo ha sido altos y bajos el crédito de Aristóteles. Tomemos desde su origen la serie de sucesos.

19. Por la parte de las costumbres padeció vivo y muerto terribles acusaciones. Los Sacerdotes de Atenas intentaron contra el proceso sobre el crimen de irreligión, y se tomó con tal calor el negocio, que Aristóteles se vio precisado a retirarse fugitivo a Chalcis. Notáronle de ingrato a su Maestro Platón, por la flaqueza y falta de memoria, ocasionada de su edad octogenaria, estaba inhábil para desenredar quisquillas y sofismas. No sólo le hicieron sospechoso de haber conspirado con Hermolao, y Calístenes contra la vida de Alejandro; mas añadieron, que había sido cómplice en la muerte de este Príncipe, y revelado a Antípatro que en un vaso hecho de la uña de caballo ó asno silvestre se le podía enviar el veneno mortífero del agua de la fuente Estigia, la cual, por ser sumamente corrosiva, todos los demás vasos de cualquiera materia que fuesen gastaba y destruía. Publicaron que había sido traidor a su Patria Estagira, haciendo que cayese en manos de Filipo Rey de Macedonia, que la arruinó; aunque después para expiar en parte tan atroz delito, obtuvo de Alejandro que la reedificase, ó permitiese reedificar. Imputáronle el crimen de Idolatría, respecto de [137] su esposa Pithia, a quien, ó viva, como dicen unos, ó muerta, como sienten otros, dio los mismos cultos y honores que rendían los Atenienses a Ceres Eleusina. Y para complemento de todo, no faltaron quienes diesen los más infames y sucios colores al grande amor que profesó a Aristóteles Hermias, Tirano de Atarne; no obstante que todos aseguran, que este Tirano era Eunuco.

20. Creo, siguiendo a los Autores de juicio más sano, que ninguna de estas acusaciones tuvo fundamento sólido, y que por la mayor parte fueron hijas de odio y emulación: lo que se hace muy persuasible, a vista de que los primeros Autores que se descubren de ellas, fueron Licón, y Aristipo, Filósofos que seguían Sectas opuestas a la Aristotélica. Sin embargo, algunos de los Filósofos modernos, por no omitir género alguno de hostilidad contra nuestro Filósofo, de nuevo publican aquellos crímenes como si fuesen ciertos. Conducta reprensible, y condenada por todas las leyes de la justicia y equidad.

§. VIII

21. Pasando de las costumbres a la doctrina (que es nuestro propio asunto) y créditos en ella, el primer revés que se ofrece contemplar en la fortuna de Aristóteles, es, que Platón no le dejase por sucesor en la Academia, sino a su condiscípulo en la Escuela Platónica Espeusipo. Es verdad que a favor de este pudo influir, no tanto el mérito de la doctrina cuanto el vínculo del parentesco, porque era hijo de una hermana de Platón. Pero podemos conjeturar, que fue un ingenio de primer orden, por lo que dejó escrito el Filósofo Favorino, que Aristóteles compró sus escritos por tres talentos, suma muy considerable; pues suponiendo habló del talento Attico, importaba ciento y ochenta libras de plata.

22. Resarció Aristóteles la pérdida de la sucesión en la Escuela Platónica, levantando nueva Escuela, opuesta a aquella en el Liceo. Así se llamaba un sitio fuera de las murallas de Atenas, donde Aristóteles y sus sucesores enseñaron, de donde paró el nombre a la misma Secta, como [138] el de la Academia a la Platónica, y el de Pórtico a la de Zenón. Dicen unos, que Aristóteles levantó Escuela viviendo aún Platón. Otros, con más fundamento, que teniendo con su Maestro la atención de no declararse su rival, se abstuvo de enseñar públicamente hasta que aquel murió.

23. Tuvo Aristóteles gran concurso de discípulos; pero quedó muy lejos de alcanzar la Monarquía literaria, a que aspiraba su ambición. Quería quedar único en el Mundo, ó que el Liceo sofocase a la Academia, y no hubiese otra Filosofía que la suya. Esta idea ambiciosa de Aristóteles se manifestó principalmente en el prurito continuo de impugnar, qué justa, qué injustamente a todos los Filósofos famosos que le precedieron. Muchos han notado en él el vicio de infidelidad en referir las opiniones ajenas, violentando el contexto y el sentido, para darles el peor semblante que podía. Santo Tomás (a quien nadie puede en esta materia recusar, ni por testigo ni por Juez) lo dice expresamente en el libro cuarto de Regim. Princ. cap. 4., añadiendo, que con quienes practicó más frecuentemente esta iniquidad fue con Platón, y con Sócrates. Como estos dos eran los más famosos, y los miraba de más cerca, se interesaba más en su descrédito, por apartar los principales estorbos de su gloria. Dijo agudamente el famoso Bacon, que Aristóteles usó con los demás Filósofos de la política de los Emperadores Otomanos, que para reinar seguros matan a todos sus hermanos cuando les llega la sucesión. Es muy verosímil que como trató mucho con Alejandro, el discípulo le pegase al Maestro la ambición; pues este quiso ser único en el mundo en cuanto a la doctrina, como el otro en cuanto a la dominación.

24. Como quiera que fuese, no logró su designio. La Academia se mantuvo siempre con grandes créditos, y produciendo hombres insignes. Lo más reparable en el caso es, que después del transcurso de algún tiempo se advierte una notable decadencia (si ya no fue extinción total) en el Liceo, manteniéndose entonces, y mucho [139] tiempo después con aplauso y gloria la Academia. Esta decadencia se colige de que no se halla noticia más que de seis sucesores de Aristóteles en la Escuela, inmediatos unos a otros, que son, el primero Teofrasto, el segundo Stratón, el tercero Lycón (distinto de otro que se nombró arriba enemigo de Aristóteles), el cuarto Aristón, el quinto Critolao, el sexto y último Diodoro. Al contrario, en la Escuela Platónica se cuentan trece continuados sucesores: el primero Espeusipo, el segundo Jenócrates, el tercero Polemón, el cuarto Crates, el quinto Crantor, el sexto Arcesilao, el séptimo Lacides, el octavo Evandro, el nono Egesino (ó, como le llama San Clemente Alejandrino, Hegesilao), el décimo Carneades, el undécimo fue oyente Cicerón, el terciodécimo Antioco Ascalonita; bien que este tentó conciliar la doctrina Platónica con la Aristotélica, y la Estoica, enseñando una mezcla de toda tres. Véase Tomás Stanleyo en las partes cuarta, y quinta de su Historia de la Filosofía.

25. De modo, que cuando llegamos a los tiempos de Cicerón, hallamos obscurecida con un fatal eclipse la Secta Aristotélica. O había faltado la Escuela del Liceo, ó era tan poco frecuentada, y sus Maestros de tan poco nombre, que no quedó memoria de ellos. Esta decadencia se hace más notoria por un pasaje de Cicerón (Init. Topic), donde hablando con el insigne Jurisconsulto Trebacio, sobre que un grande Retor de Roma no tenía noticia alguna de Aristóteles, añade, que no lo admira; porque aún entre los Filósofos eran poquísimos los que tenían noticia de él: Minimè sum admiratus eum Rhetori non esse cognitum, qui ab ipsis Philosophis, praeter admodum paucos, ignoratur. El comercio de Roma con Atenas en aquel tiempo era mucho; conque aunque Cicerón hablase sólo de los Filósofos Romanos, se infiere lo olvidado que estaba en una y otra parte Aristóteles: pues no podía tener nombre considerable en Atenas, quien casi totalmente era ignorado en Roma. [140]

26. Andrónico, Filósofo Peripatético, natural de Rodas, que vino a Roma por aquel tiempo, trabajó eficazmente por poner en reputación su doctrina, publicando e ilustrando con Comentarios algunos libros de Aristóteles. Más como quiera que sacase los libros y el autor del sepulcro del olvido, le faltó mucho para colocarlos en el trono. Cobró Aristóteles nombre y Sectarios; pero era sin comparación mayor el número de los que seguían otras Escuelas. Donde se debe advertir, que había entonces, fuera de la Aristotélica, cuatro Sectas célebres de Filosofía: la Platónica, la Estoica, la de Epicuro, y la de Pirrón. Todas habían nacido en la Grecia, y todas, ó por lo menos las tres primeras, tenían lugar destinado para su enseñanza en Atenas, de donde pasaron a Roma. Una cosa no se debe omitir aquí; y es, que la Escuela Platónica produjo tres hombres insignísimos, Cicerón, Plutarco, y Filón Judío: la Estoica otros tres muy grandes, Estrabón, Séneca, y Epitecto. Busquen los Aristotélicos en su Escuela, discurriendo por todo aquel siglo, no digo otros seis, pero ni aún tres, ni aún dos que puedan compararse a aquellos.

27. Pasando más adelante, parece que no solo la Filosofía Aristotélica cayó de aquel tal cual grado en que se había puesto, mas también padecieron notable detrimento la Platónica, y la Estoica; pues Diógenes Laercio dice, que sólo florecía en su tiempo la Secta de Epicuro. Poco tiempo después de Diógenes Laercio padecieron los Filósofos Peripatéticos una terrible persecución en Roma, porque el Emperador Antonino Caracalla (según refiere Dión Niceo, y otros apud Gassend.) los desterró a todos, aunque con un motivo impertinente; esto es, que todos, aunque con un motivo impertinente; esto es, que aborrecía a Aristóteles, creyéndole autor de la muerte de Alejandro, cuya memoria veneraba mucho.

§. IX

28. Entretanto que las cosas de Aristóteles pasaban así entre los profanos, no era mucho lo que por [141] otra parte le favorecían los Padres de la Iglesia, y Escritores sagrados. San Agustín, aunque conoció y admiró su grande ingenio, estimó más a Platón, como testifica en varias partes. San Gerónimo (1. Advers. Jovinian.) elogia hiperbólicamente su altísimo entendimiento. Pero en otras partes advierte que su doctrina es acomodada para defender las Herejías, y opuesta a los Cristianos Dogmas. Este era el común sentir de los Doctores de la Primitiva Iglesia, y por esta parte daban comúnmente grandes ventajas a Platón. San Basilio en el libro primero contra Eunomio, después de proponerse un argumento de aquel Hereje, tomado de cierta doctrina de Aristóteles, habla de este con desprecio: dice que no deben hacer caso los Católicos de la doctrina de aquel Filósofo Gentil, y aplica a este intento aquellas palabras del Apóstol: Quae autem conventio Christi ad Belial? Aut quae pars fideli cum infedeli? El juicio de San Ambrosio no es más favorable, como ya vimos arriba. San Gregorio Nacianzeno está terrible contra Aristóteles. Así dice en la Oración primera de Theología: Aristotelis jejunam, & angustam providentiam, versutumque item artificium, & mortales de anima sermones, & nimis humana, atque abjecta hujus viri dogmata confuta. Es verdad que este Padre se declara también contra los demás Filósofos Gentiles, sin excluir a Platón. Así dice en la Oración de Moderatione in disputationibus servanda, que las dudas de Pirrón, los silogismos de Crisipo, el malvado artificio de las artes Aristotélicas (artium Aristotelis pravum artificium), y el hechizo de la elocuencia de Platón, son como unas plagas Egipcias, que perniciosamente se introdujeron en la Iglesia. Por lo cual, no sé con qué razón dijo el Cardenal Palavicini en la Historia del Concilio Tridentino, lib. 8, cap. 19, que el Nacianzeno en las Oraciones del Misterio de la Trinidad mezcló con los oráculos de la Escritura los documentos del Estagirita. Muy lejos estaba este Padre de dar tanta estimación a la doctrina de Aristóteles. No niego que en aquellas Oraciones habla no sólo como Teólogo, mas también a [142] veces como Filósofo. Pero no se hallará, que use de máxima alguna propia de la Escuela Peripatética, ni de otra Secta alguna, sino de unas nociones generales y comunes a todos los Filósofos. Sidonio Apolinar (lib. 4, epist. 3 a Claudiano) atribuye a Platón la explicación, y a Aristóteles la implicación: Explicat ut Plato, implicat ut Aristoteles. Lactancio Firmiano (de Falsa Relig. cap.5.) haciendo cortejo de la doctrina Aristotélica con la Platónica acerca de Dios, dice que Aristóteles se contradice a sí mismo, proponiendo cosas repugnantes y encontradas; pero Platón está constante siempre en confesar un solo Dios, Autor de todo. Donde se debe advertir, que da a éste el atributo de Sapientísimo entre todos los Filósofos, según el juicio común: Plato, qui omnium Sapientissimus judicatur. Y en el libro de Ira Dei, cap. 19, cuenta a Aristóteles entre los Filósofos que ni temieron a Dios, ni tuvieron alguna consideración por él. Es cierto, que en los escritos de Aristóteles no se puede hacer pie fijo sobre esta materia. Unas veces, y son las más, está por la Idolatría, y multitud de Dioses: otras insinúa sin mucho rebozo, que hay un Dios sólo: otras parece que no admite ninguno, ó a aquel que admite le despoja de la providencia, de la libertad, y de otros atributos; de modo que parece el Dios de Benito Espinosa. Omito a San Ireneo, a San Cirilo, a San Epifanio, Orígenes, Tertuliano, y otros; pues los alegados bastan para conocer el infeliz estado en que estaba Aristóteles en los primeros cinco siglos de la Iglesia, entre los principales Maestros de ella.

§. X

29. Al principio del sexto siglo se mejoró la fortuna de Aristóteles por la diligencia de aquel insigne hombre Boecio Severino, que tradujo algunos libros suyos de Griego en Latín, y le dio a conocer y estimar en el Occidente. Aunque este fue un resplandor como de relámpago que duró poco, porque con la decadencia que padecieron las Ciencias humanas en los siglos [143] inmediatos, cayó también el Estudio de Aristóteles.

30. Pero no mucho después que estaba sepultado este Sol en Europa, se vio amanecer en la Africa. Los Arabes que habían logrado sus escritos, los tradujeron en el idioma propio, aplicándose los más sabios de ellos a ilustrarlos con Comentarios, y a enseñar su Filosofía a la Morisma. La dominación Sarracena hizo pasar la doctrina Peripatética de Africa a España; y Averroes, que sobresalió entre todos los Comentadores Arabes, la hizo plausible en la Escuela de Córdoba. De aquí hizo tránsito a la de París, mediante la traducción de las Obras de Aristóteles de Arabe a Latín; aunque consta, que luego se logró otra del Griego, hecha sobre un ejemplar que se trajo de Constantinopla, y se refirió a la primera. Esta fue una de las épocas felices para Aristóteles; porque no halló, como dijimos arriba, quien le disputase el imperio de la Filosofía, ni aun un palmo de su terreno.

§. XI

31. También esta felicidad fue de breve duración: porque habiendo Almarico de Chartres, que de Catedrático de Lógica en la Universidad de París pasó a tratar las Letras sagradas, caído en varios errores, fueron éstos condenados en un Concilio que se juntó en París el año de 1209, y castigados los Sectarios de Almarico. Este ya era muerto; pero su cadáver fue desenterrado y arrojado a una letrina. O por presunción legal ó por certeza de que los errores de Almarico eran deducidos de la doctrina de Aristóteles, en el mismo Concilio fueron condenados los escritos del Filósofo, y prohibido con censuras leerlos y tenerlos. Rigorde dice, que se prohibieron los libros de Metafísica. Roberto, Monje Antisiodorense, y Cesario refieren que la prohibición cayó sobre los libros de Física. Estos Autores se citan en la Colección de Concilios del Padre Labbé; donde se añade, que un Legado de la Sede Apostólica, que el año de 1215 (esto es, cinco años después de concluido aquel Concilio) reformó la [144] Universidad de París, prohibió así Física, como Metafísica de Aristóteles por estas palabras: Non legantur libri Aristotelis de Metaphisica, & de naturali Philosophia; y que el año de 1231 el Papa Gregorio IX prohibió de nuevo el uso de los libros que habían sido condenados en el Concilio de París, hasta que fuesen examinados y purgados de toda sospecha de error. Natal Alejandro en su Historia Eclesiástica dice lo mismo, alegando los mismos testimonios. Lo mismo otros muchos. Por lo cual se equivocó el Padre Juan Dominico Musancio, cuando dice, citando al Padre Labbé, que las obras que se condenaron en el concilio de París no eran de Aristóteles, sino falsamente atribuidas a Aristóteles; pues ni el Padre Labbé dice esto, ni lo dice alguno de los Autores que cita. Pudieron dar motivo a la equivocación estas palabras del Monje Rigordo: Libelli quidam ab Aristotele, ut dicebantur, compositi, qui docebant Metaphysicam. Pero al expresar, que se decía que aquellos libros eran de Aristóteles, cuando más es dejar en duda si lo eran, ó no; más está muy lejos de afirmar que no lo fuesen. El Antisiodorense positivamente afirma que los libros condenados eran de Aristóteles; y la prohibición del Legado Apostólico seis años después, cayó sobre ellos nominatim.

32. Este fue un golpe mortal para la doctrina Aristotélica, un precipicio desde el Cielo al abismo, un tránsito del Trono al cadalso. Mas como la suerte de nuestro Filósofo es caer para levantar, y levantar para caer, no tardó mucho tiempo en restituirse a su antiguo esplendor.

§. XII

33.Catorce años después de la condenación de Almarico, vino Santo Tomás al mundo, para gran bien de la Iglesia, y mucho honor de Aristóteles, cuyos escritos ilustró con ingeniosísimos Comentarios, reprobando cuanto contradecía abiertamente a los sagrados dogmas, admitiendo lo que no tenía oposición con ellos, e interpretando benignamente todo lo que tenía sentido [145] dudoso entre la verdad y el error. Duda es que ha ocurrido a algunos, cómo habiendo precedido las prohibiciones que hemos dicho, pudo Santo Tomás leer y comentar la Física y Metafísica de Aristóteles. Campanela conjetura, que así él, como su Maestro Alberto Magno, obtuvieron permisión de la Sede Apostólica. Pero no es menester este recurso; porque verosímilmente se pude discurrir, que cuando estos dos hombres grandes escribieron, ya la prohibición de leer los libros de Aristóteles estaba totalmente levantada. Sobre lo cual se debe notar que la prohibición de Gregorio Nono, que fue la última, tiene la limitación quousque examinati fuerint. Muy verosímil es, pues, que este examen se hiciese luego, y con la anotación de los errores que se hallaban en Aristóteles (para que nadie diese asenso a ellos), se permitiese la lectura.

34. En cuanto al motivo que tuvo Santo Tomás para ponerse tanto de parte de Aristóteles, el Cardenal Palavicini sienta no haber sido otro, que el de desarmar a los Mahometanos y otros enemigos de la Iglesia, que se favorecían de la autoridad de Aristóteles contra nuestros sagrados dogmas. Para este efecto no conducía tanto impugnar a Aristóteles, como explicarle. Lo primero no derribaría su autoridad, la cual estaba altamente establecida entre los Arabes; y éstos eran los que en aquel siglo estaban reputados por los depositarios de las Ciencias. ¿Qué hizo, pues, Santo Tomás? Al modo del advertido Caudillo que halla porción de los enemigos, que atacarlos a todos, concibió un proyecto digno de su generoso espíritu, que fue traer a Aristóteles al bando de la Iglesia Católica, y hacer que militasen debajo de las banderas de la verdad las armas que antes servían al error. Con esta mira (según el citado Cardenal) puso de concierto a la Teología Escolástica con la Filosofía Aristotélica, aprovechándose de las voces y conceptos de ésta para explicar los Misterios de aquella. Donde advertiremos, que no fue este Santo Doctor, como se dice comúnmente, el primero que [146] transfirió a la Teología el método Escolástico, pues ya lo habían practicado antes de Santo Tomás Ruscelino, Pedro Abelardo, Gilberto Porretano, y otros muchos. Pero es gran gloria de Santo Tomás, que un método de enseñar la Teología, que poco antes se tenía por peligroso, y más acomodado para inspirar errores que para ilustrar verdades (lo que persuadían los funestos ejemplos de los tres Teólogos citados, como también el de Almarico), le hiciese con su alto ingenio, no sólo inocente, más también útil.

§. XIII

35. La alta reputación, que justísimamente ganó luego en la Iglesia la doctrina de Santo Tomás, hizo brillar la de Aristóteles, a que ayudaron también mucho San Buenaventura, el Sutil Escoto, y otros famosísimos Teólogos; de modo, que en breve tiempo se puso la autoridad de Aristóteles en estado de pasar por inconcusa en las Escuelas. No había conocimiento de otro algún Filósofo; lo que hizo mucho para que este nombre se le adjudicase a Aristóteles por antonomasia, hasta que en el siglo decimoquinto Gemisto Plethon, y el Cardenal Besarion, Filósofos Platónicos (a quienes siguió en el siglo siguiente Francisco Patricio), quisieron rebajar la estimación de Aristóteles, levantando sobre ella la de Platón. Pero tuvo poco suceso su empresa.

36. Por otra parte Teofrasto Paracelso (que nació cerca del fin de aquel siglo, y de quien dimos bastante noticia en el discurso segundo del tercer Tomo), tocando la trompeta a favor de la Filosofía Hermética que había aprendido en los escritos del famoso Benedictino Alemán Basilio Valentino, Príncipe de los Químicos, y en la Escuela de otro Benedictino Alemán, el celebérrimo Abad Tritemio, de quien se confiesa discípulo el mismo Paracelso, declaró la guerra a las cuatro formidables Potencias de Hipócrates, Aristóteles, Galeno, y Avicena, con la introducción de los principios Químicos. O que realmente hiciese curas admirables, ó que tuviese arte y [147] fortuna para persuadirlo, fue ganando algunos Sectarios, que después de su muerte se multiplicaron; y otros tantos veneradores le faltaron a Aristóteles; ó por mejor decir, otros tantos enemigos se levantaron contra él.

37. Casi al mismo tiempo Bernardino Telesio, natural de la Ciudad de Cosenza, en el Reino de Nápoles, hombre de sutil ingenio, se declaró contra la Física Aristotélica, estableciendo la suya sobre los principios que después con alguna variación siguió Campanela. Tuvo en Italia muchos discípulos y Sectarios mientras vivió; pero no sé que hiciese después algún progreso considerable su sistema.

38. No con menos fuerza, que Paracelso en Alemania, y Telesio en Italia, tocó al arma en Francia contra Aristóteles Pedro del Ramo, de cuya osadía en contradecir cuanto había dicho Aristóteles, como también de su muerte infeliz, dimos noticia en el primer Discurso del segundo Tomo. Este inventó nueva Lógica, ó nuevo método dialéctico, que fue entonces seguido de algunos; pero hoy apenas se halla tal cual Ramista en las Naciones.

§. XIV

39. Hasta aquí, desde que Santo Tomás abrazó el partido Peripatético, todo fue triunfos para Aristóteles. La semilla de la doctrina Química aún no había fructificado. Las demás, ni entonces ni después echaron raíces. Vino después el grande y sublime ingenio de Francisco Bacon, Conde de Verulamio, Gran Canciller de Inglaterra, quien con sutiles reflexiones advirtió los defectos de la Filosofía Aristotélica; ó por mejor decir, advirtió que no había Filosofía alguna en el mundo: que la Física de Aristóteles era pura Metafísica: que en los escritos de Platón no se hallaba más que una mera Teología natural: que la Filosofía de Telesio era solo instauración de la de Parménides; la de Ramo una despreciable quimera: que los Químicos habían tomado a la verdad el rumbo que se debía seguir; conviene a saber, el de la experiencia, [148] pero limitada esta a unas pocas operaciones del fuego, corta basa para fundar un sistema; concluyendo de todo esto, que era menester empezar de nuevo sobre cimientos sólidos esta gran fábrica de la Filosofía, echando por el suelo como inútil todo lo edificado hasta ahora; para cuyo fin formó el proyecto en aquella admirable Obra, que llamó Instauración magna, compuesta de varios libros, como son, el nuevo Organo de las Ciencias, la Historia Natural, los Impetus Filosóficos, la nueva Atlantis, &c.

40. Nota: Adviértese, que los elogios que aquí se dan a Bacon, son relativos precisamente a sus especulaciones Físicas; confesando, que para otros objetos más importantes fue hombre de cortísimas luces.Los escritos de este hombre hicieron muy diferente eco en el mundo que todos los antecedentes enemigos de Aristóteles: en ellos, demás de un sutil ingenio, una clara penetración, y una amplísima capacidad, resplandece un genio sublime, una celsitud de índole noble, que sin afectar superioridad al Lector le representa tener muy debajo de sí a todos los que impugna. No fundó Bacon nuevo sistema Físico, conociendo sus fuerzas insuficientes para tanto asunto: sólo señaló el terreno donde se había de trabajar, y el modo de cultivarle para producir una Filosofía fructuosa. Esta moderación contribuyó mucho a la estimación de sus máximas, mirándolas como partos de un hombre que no atendía a su gloria, sino a la verdad. Con esto empezó a minorarse mucho en las Naciones la veneración de Aristóteles, y en esta decadencia de culto al Estagirita, hallaron poco después abierto el camino para filosofar con libertad Descartes, Gasendo, y otros.

41. Campanela, aunque escribió mucho contra Aristóteles, no fue poderoso a desposeerle de un palmo de tierra. La suerte de este hombre fue, que en todas partes admiraron su ingenio, y en ninguna se enamoraron de su doctrina.

42. Descartes, luego que empezó a filosofar, se hizo un gran lugar en las Naciones, y hoy tiene muchos Sectarios. Pero ya son menos que cincuenta años ha; porque se han ido minorando sus créditos al paso que se fueron exaltando los de su competidor Gasendo. En general se puede decir, que la Filosofía corpuscular, que Aristóteles [149] había arrojado del mundo, ha tomado un gran vuelo en este siglo; porque demás de los que siguen a Descartes, Gasendo, y Maignan, hay un gran cuerpo de Filósofos experimentales, los cuales trabajando conforme al proyecto de Bacon, examinan la naturaleza en sí misma, y de la multitud de experimentos combinados con exactitud y diligencia, pretenden deducir el conocimiento particular de cada mixto sin meterse en formar sistema universal, para el cual son insuficientes los experimentos hechos hasta ahora, aunque innumerables; y acaso lo serán todos los que en adelante se hicieren; por lo cual el designio de Bacon, que era formar por la combinación de experimentos axiomas particulares, por la combinación de axiomas particulares otros axiomas más comunes; y de este modo ir ascendiendo poco a poco a los generalísimos; acaso cuando venga el fin del mundo no habrá llegado a la mitad del camino. Pero como la experiencia, examinada con sabia reflexión, ha descubierto que varias operaciones de la naturaleza, atribuidas antes a las cualidades Aristotélicas, se ejercen precisamente en virtud del mecanismo, es esta una preocupación favorable para la Filosofía corpuscular, tomada vagamente y sin determinación de sistema.

43. Finalmente, el estado presente de la Filosofía Aristotélica en las Naciones, es, que los profesores Regulares por lo común la defienden; pero no son pocos (aún entre éstos) los que absolutamente la han abandonado; y son muchísimos los que cuando llega el caso de explicar cualquier particular fenómeno, tocante a las cosas insensibles, recurren al mecanismo sin acordarse de las cualidades Peripatéticas. Fuera de las Religiones, para cada Aristotélico hay cuarenta ó cincuenta Antiaristotélicos.

44. He representado, siguiendo la serie de los tiempos, los altos y bajos de la fortuna de Aristóteles: en que se ve lo primero, que la fortuna no se arregló al mérito, pues éste siempre es uno, y aquella fue varia. Lo segundo, que la autoridad que algunos atribuyen a Aristóteles, no está vinculada, como juzgan, a su doctrina, en virtud de [150] una constante inmemorial y no interrumpida posesión. Pasemos ya de Aristóteles a sus escritos.

§. XV

45. El mérito de los escritos de Aristóteles, como hoy los tenemos, es inferior al mérito de su Autor. Esto por dos razones: La primera, porque es dudoso si hay alguna suposición en ellos. La segunda, por la corrupción ó corrupciones que han padecido desde que salieron de la pluma de Aristóteles hasta que llegaron a nosotros.

46. Por lo que mira a lo primero, no es leve la razón de dudar que se toma del catálogo de los libros de Aristóteles, hecho por Diógenes Laercio; en el cual, así como se nombran muchos que no llegaron a nosotros, faltan también no pocos de los que hoy tenemos. No se hace memoria, digo, en el catálogo de Diógenes Laercio de los ocho libros de los Físicos, ó de Naturali auscultatione, de los catorce Metafísicos, de los cuatro de Caelo, de los dos de Generatione, de los cuatro de Meteoros, de los diez de Ética ad Nicomachum, ni de Anima se nombran tres, sino uno solo. La gran diligencia de este Autor en informarse de la vida doctrina y escritos de los Filósofos, hace muy probable que no se le escapen unas obras de tanto bulto como las que hemos nombrado, si fuesen partos legítimos de Aristóteles.

47. Responderáse acaso, que se pudieron mudar los títulos de algunos libros, de modo que los que hemos nombrado, estén debajo de diferente inscripción en el catálogo de Diógenes Laercio; y que también pudo mucho, lo que entonces estaba comprendido en un libro, dividirse después en muchos libros. No negaré que todo esto pudo ser, y que en parte haya sido; pero en el todo es difícil ajustarlo. Porque (pongo por ejemplo) ¿cómo podremos introducir en el catálogo de Diógenes Laercio catorce libros de Metafísica, si de esta ciencia (según distribuyó aquel mismo catálogo por clases, ó facultades Francisco Patricio) [151] no se hallan en él, sino tres: uno de Contrariis, otro de Principio, otro de Idea? Tampoco (aunque de materias Físicas se hallan setenta y cinco libros en el catálogo de Diógenes Laercio) es fácil introducir en ellos los ocho de Físicos, tenemos; porque los títulos de aquellos, exceptuando uno que hay de Motu, señalan materias diversas de las que se tratan en los ocho libros de Físicos; sino es que acaso se introduzcan en los treinta y siete que Laercio inscribe naturalium per elementa; pero alguna violencia es menester por aquella restricción per elementa, porque en los ocho libros de Físicos no se hace memoria de los Elementos.

48. A mucho más extendieron algunos la duda de los libros de Aristóteles. Sobre lo cual léase el siguiente pasaje de Gabriel Naudeo en el capítulo 6 de la Apología por los grandes hombres, donde discurriendo sobre los libros que falsamente se atribuyeron a muchos Autores esclarecidos, llega a Aristóteles, y dice así: No es, pues, cosa extraña que Francisco Pico, que sucedió tanto en la doctrina como en el Principado de su tío el gran Pico, Fénix de su siglo, se haya esforzado a probar con muchas razones que es totalmente incierto, si Aristóteles compuso algún libro de los que hoy están comprendidos en el catálogo de sus Obras: lo cual fue también confirmado por Nizolio, y tan examinado por Patricio, que después de investigar con exacta diligencia la verdad de esta proposición, concluye, que entre todos los libros de este demonio de la naturaleza no hay sino cuatro muy pequeños, y que son de ninguna importancia en comparación de los demás que hayan llegado a nosotros fuera de duda, y controversia; conviene a saber, el de las Mecánicas, y otros tres que compuso contra Zenón, Gorgias, y Xenophanes.

49. La causa de esta incertidumbre, que señala Naudeo, citando a Galeno, y a Francisco Patricio, y que confirma Gasendo, citando a Ammonio, y a Filopono, es la ansia grande de Ptolomeo Filadelfo, Rey de Egipto, a juntar una copiosísima Biblioteca, por la cual pagaba a precio excesivo cualquiera libro que le presentasen de [152] alguno de los Autores más famosos. De aquí vino, que muchos, sabiendo cuán apreciadas eran las Obras de Aristóteles, le vendieron debajo del nombre de este Filósofo muchas que no eran suyas, sino de otros Autores. Así según el testimonio de Filopono, se hallaron en aquella Biblioteca cuarenta libros de Analíticos con el nombre de Aristóteles; siendo así que no se admiten comúnmente sino cuatro. ¿Y quién sabe, si los cuatro que hoy tenemos son legítimos, ó algunos de tantos espurios? La misma duda se ofrece en orden al libro de Categorías. En la Librería de Alejandría, dice Ammonio, que había dos. Entre las Obras de Aristóteles sólo tenemos uno. Acaso se habrá perdido el legítimo, y el nuestro será espurio. Sin embargo, contra este capítulo de incertidumbre tenemos algo que decir, y se propondrá más abajo.

50. Por lo que toca a la corrupción de las Obras de Aristóteles, es cuento largo, y se necesita de desenvolver un pedazo de historia, el que tomaremos de dos grandes Autores, Estrabón, y Plutarco. Es de saber, que Aristóteles al tiempo de morir entregó todos sus libros a su discípulo Teofrasto, como también la Presidencia del Liceo. Teofrasto los entregó con el resto de su Biblioteca a su discípulo Nelo. Este hizo transportarlos a Scepsis, Ciudad de la Troade, Patria suya, y los dejó a sus herederos: los cuales viendo la ardiente solicitud con que los Reyes de Pérgamo, de quienes eran vasallos, buscaban todo género de libros, y mucho más los de mayor estimación, para hacer una rica, y numerosísima Biblioteca, no queriendo enajenarse de los de Aristóteles, que consideraban como una porción preciosa de su herencia, los escondieron debajo de tierra, donde estuvieron sepultados cerca de ciento y sesenta años, al cabo de cuyo espacio de tiempo fueron extraídos por la posteridad de Neleo, de aquella obscura prisión; pero muy maltratados, porque por una parte la humedad destiñendo el pergamino había borrado mucho; por otra los gusanos los habían roído en varias partes. En este estado fueron vendidos a [153] Apelicón Teico, rico vecino de Atenas, y muy codicioso de libros, el cual los hizo copiar; pero los Copiantes, que carecían de la habilidad necesaria, llenaron incongruentemente los vacíos, supliendo según su capricho, los pasajes que estaban borrados ó comidos. Después de la muerte de Apelicón, su Biblioteca fue transportada a Roma por el dictador Sila, y en ella los libros de Aristóteles, los cuales fueron comunicados por el Bibliotecario de Sila al Gramático Tiranicón, que era amigo suyo, y de las manos de este pasaron a las de Andrónico Rodio, que hizo sacar varias copias de ellos.

51. Ateneo está opuesto a esta relación, porque dice que Neleo no dejó los libros de Aristóteles a sus herederos, sino que los vendió a Ptolomeo Filadelfo, Rey de Egipto. Y aquí se hace lugar el reparo que ofrecimos arriba. Si los libros que tenemos de Aristóteles, no fueron extraídos ó copiados de los ejemplares de Alejandría, la multitud de libros espurios ó supuestos a Aristóteles que había en aquella gran Biblioteca, no induce incertidumbre alguna sobre las Obras de Aristóteles que corren. O digámoslo de otro modo: Si fueron copiados nuestros libros del original que guardaron los sucesores de Neleo, asegurados estamos por esta parte de la legitimidad de ellos, sin que el error que se padeció en Alejandría, comprando los espurios, nos pueda perjudicar. Ahora, pues, en esta materia más fe merecen Estrabón, y Plutarco, que Ateneo: ya porque son dos contra uno, ya porque Estrabón es más antiguo que Ateneo, ya porque alcanzó a Tiranión, y a Andrónico Rodio, y vivió en la misma Ciudad de Roma donde estaban aquellos dos: circunstancias que persuaden, que estaba bien enterado de los hechos. Añado, que no se dice, cuándo ó por qué medio se nos comunicaron los libros, ó legítimos ó espurios de Aristóteles, que había en la Biblioteca de Ptolomeo Filadelfo. Esta Biblioteca, según cuenta Plutarco, fue quemada por los Soldados de César en la guerra de Alejandría. Después del incendio no se pudo sacar copia de ellos; antes del incendio no hay testimonio ó memoria que lo persuada. [154]

52. En atención a lo dicho, parece ser que el error padecido en Alejandría, ó la multitud de libros supuestos a Aristóteles que había en aquella Biblioteca, no induce en los que hoy tenemos la grande incertidumbre que pretenden los Autores arriba alegados. Pero nos queda para contrapeso la corrupción del texto, ocasionada de los Copiantes de Atenas.

53. A ésta sucedió otra segunda en Roma; porque, según Estrabón, también aquí hubo la inadvertencia de dar a copiar los ejemplares a sujetos idiotas, que cometieron muchos errores en el traslado; y así el texto, que había venido de Atenas viciadísimo, en Roma se puso peor. Estos fueron los libros de Aristóteles que se hicieron públicos en Roma, y muy probablemente no había otros en el mundo; pues los de la Biblioteca de Alejandría, siendo verdadera la narrativa de Estrabón, todos se deben creer espurios. Conque siendo preciso que las obras de Aristóteles que hoy existen, sean copia de las que traídas de Atenas se publicaron en Roma, es consiguiente necesario, que el texto que hoy tenemos esté en muchas partes corrompido, y que atribuyamos a Aristóteles lo que le pasó por el pensamiento.

§. XVI

54. Aún no se explicó todo el mal, porque no se hizo hasta ahora cuenta de la versión de Griego en Latín. Toda, ó casi toda traducción desfigura algo el original: mucho más, si se hace de una lengua más abundante de voces en otra no tan copiosa; aún más si la materia traducida pertenece a alguna facultad que se cultiva mucho en la lengua original, y poco ó nada en la lengua en que se saca el traslado: a que se debe añadir el que la facultad no trate de cosas del uso común, ó demostrables con el dedo; sino de conceptos inadecuados, cuya distinción ó confusión pende del modo con que el entendimiento los percibe.

55. Todas estas circunstancias se hallan en la traducción de las Obras de Aristóteles. La Lengua Griega es sin comparación más copiosa que la Latina. De aquí vino [155] introducirse en esta tantas voces de aquella, por no hallarse otras equivalentes. Pero aún son infinitas las que faltan; por lo cual se puede decir con Séneca: (lib. 2. de Benefic. cap. 34.)Ingens est copia rerum sine nomine. Cuando, pues, uno que es perito en las dos Lenguas Griega, y Latina quiere traducir algún escrito de aquella a esta, necesariamente encuentra muchas veces el tropiezo de no hallar voz Latina equivalente a la Griega; en cuyo caso, ó ha de usar de perífrasis, ó de la colección de muchas voces, ó ha de substituir alguna voz que no tenga la misma significación, cuando se trata de objetos que se presentan a los sentidos, y así se explican adecuadamente las voces Griegas pertenecientes a Matemática, y Anatomía. Pero las voces del uso filosófico, ó por lo menos muchas de ellas, ni aún de este modo se pueden trasladar exactamente de la Lengua Griega a la Latina; porque se ignora qué concepto pura y precisamente responde a ellas. Y esta imposibilidad se considera mayor, si se atiende lo poco ó nada que se cultivaba la Física en Roma, cuando vinieron a esta Ciudad las Obras de Aristóteles.

56. Pongamos un ejemplo en las voz Entelechia, que ocurre frecuentemente en el Griego de Aristóteles. Esta voz, atendiendo al contexto, en unas partes parece que significa movimiento, en otras forma, en otras alma, en otras quinta esencia, en otras Dios. ¿Quién sabrá cuál es el genuino significado de esta voz? Nadie sin duda. De Hermolao Bárbaro, que fue doctísimo en Latín, y en Griego, cuenta Pedro Crinito, que consultó al demonio para que le dijese el legítimo significado de esta voz, y el demonio no le quiso responder, ó él no entendió la respuesta. Supongo que este es cuento; pero fundado en la verdadera imposibilidad de entender aquella voz. De Guillelmo Budeo, que apenas tuvo igual en la inteligencia de la Lengua Griega, leí, que inventó la nueva voz latina perfectihabia para suplemento de la Griega Entelechia. ¿Pero qué concepto nos da la voz perfectihabia, que nos pueda servir para la inteligencia del texto [156] de Aristóteles? Y sin embargo, sin la inteligencia de la voz Entelechia queda obscuro casi cuanto sintió y escribió Aristóteles en orden al compuesto natural.

57. ¿Qué certeza tenemos de que en otras muchas voces filosóficas no suceda casi lo mismo? ¿Quién podrá asegurarnos de que las voces Substancia, Accidente, Cantidad, Cualidad, Relación, Acción, Causalidad, Unión, Hábito, &c. corresponden exactamente a las voces Griegas, por quienes se han substituido? Estas eran facultativas en Atenas cuando Aristóteles escribió, y hacían una especie de lenguaje, que sólo entendían los Filósofos. ¿Qué Lexicon nos han dejado para su inteligencia? Aún aquellos primeros Peripatéticos Griegos, que comentaron las Obras de Aristóteles, es harto dudoso que las entendiesen bien. Fúndolo esto en lo que dicen Plutarco, y Estrabón, que los Filósofos Aristotélicos que hubo antes que las Obras de Aristóteles se hiciesen públicas en Roma, sabían poquísimo de la Filosofía Aristotélica, y eso poco sin distinción ni método, por la falta de los libros de su Príncipe. Luego no había, cuando estos parecieron, sujeto que pudiese estar asegurado de entender y explicar perfectamente las voces facultativas de la Filosofía Aristotélica. Y si se añade a esto el que Aristóteles en muchos de sus escritos, especialmente en los de Physica auscultatione, de Anima, y otros afectó confusión y obscuridad (como sienten algunos), parece queda fuera de toda duda el que nadie podría penetrarlos en el tiempo que hemos dicho.

§. XVII

58. Finalmente resta otro capítulo de duda por la cualidad de los traductores. Tradujo Juan Argirópilo los ocho libros de Físicos, los cuatro de Caelo, y los diez Eticos. Los de Generatione, de Anima, y otros muchos, Pedro Alcionio. ¿Es seguro por ventura, que tradujeron bien, de modo que el Idioma Latino represente fielmente las mismas ideas y conceptos que se forman en la lectura del Griego? No hay tal seguridad. De Argirópilo, dice Pedro Nannlo, Profesor Lovaniense, que traduciendo con [157] material literalidad palabra por palabra, estragó el concepto, y le aplica aquel hemistiquio: Dat sine mente sonum. El mismo sentir atribuye Baillet a otros doctos, los cuales añaden, que en los parajes donde no comprendió la mente de Aristóteles, usó de un circuito de palabras, que nada significan. De Alcionio refiere Paulo Jovio, que habiendo traducido mal algunas Obras de Aristóteles (cum aliqua ex Aistotele perperam, insolenterque vertisset), el docto Español Juan de Sepúlveda escribió contra él, manifestando claramente los defectos de su traducción, que Alcionio confuso y corrido apeló al recurso de comprar en las Librerías todos los ejemplares que pudo del escrito de Sepúlveda, y hacerlos cenizas.

59. De todo lo dicho sale por consecuencia necesaria, que hoy tenemos el texto de Aristóteles sumamente diverso de cómo le dejó su Autor; de tal modo, que apenas podemos asegurar, que tal ó tal sentencia sea de Aristóteles, aunque la tengamos estampada entre sus Obras.

§. XVIII

60. De aquí se sacan tres grandes ventajas para Aristóteles, porque se le defiende de tres grandes notas que hoy le ponen sus enemigos. La primera es la obscuridad, la segunda frecuentes contradicciones, la tercera muchos absurdos. La obscuridad es defecto casi transcendente a todos los escritos muy antiguos de materias doctrinales físicas, que sólo leemos en las traducciones; y en los de Aristóteles más forzoso, por los muchos que entraron la mano en ellos a enturbiar la doctrina, que acaso en su fuente estaría clara como el agua. Decimos acaso, porque también es probable, que en algunos de sus libros no quiso Aristóteles explicarse bastantemente. Y a favor de este sentir se alega la respuesta que dio a una carta de Alejandro, en que este Príncipe se quejaba de que hubiese dado al público los libros de Naturali auscultatione, cuya doctrina quería Alejandro quedase reservada entre él, y su Maestro; a que satisfizo Aristóteles, diciendo, que aquellos libros [158] estaban escritos de modo, que sólo los podrían entender los que se los oyesen explicar a los dos. Bien que no faltan quienes den una interpretación favorable a esta respuesta.

61. Las contradicciones tampoco deben ponerse a cuenta de Aristóteles, habiendo otros muchos a quienes se pueden atribuir con más probabilidad. Mucho más verosímil es, que estas naciesen de los Copiantes que corrompieron el texto y pusieron mucho de su casa, que no que un hombre de un genio tan despejado y comprensivo, no advirtiese sus propias inconsecuencias, siendo tantas y de tanto bulto.

62. Los absurdos pueden considerarse, ó en las opiniones, ó en las pruebas, ó en todo lo que pertenece a la explicación de las materias; como definiciones, divisiones, &c. En cuanto a las opiniones, es justo que se reputen por de Aristóteles aquellas que se encuentran tratadas con extensión, y son coherentes a sus principios, y a lo que dice en otras partes. Pero se debe desconfiar de todo lo que se halla articulado de paso, y no tiene conexión con su sistema, siempre en ello se halle algún absurdo considerable; siendo más verosímil, que éstos sean añadiduras con que los Copiantes llenaron algunos de aquellos espacios borrados o comidos en los escritos de Aristóteles. Lo mismo podemos decir de muchas razones probativas, que se hallan en ellos, no solo insuficientes, pero ridículas. Pongo por ejemplo. En el libro primero de Caelo, cap.1, prueba, que el mundo es perfecto, porque consta de cuerpos: prueba que todo cuerpo es perfecto, porque consta de tres dimensiones: prueba que lo que consta de tres dimensiones es perfecto, porque el número ternario todo lo comprende; y esta última proposición la prueba por cuatro capítulos. El primero es un embrollo pitagórico, más impenetrable que el Laberinto de Creta: Nam, ut Pythagoricietiam ajunt, ipsum omne, ac omnia tribus sunt definita. El segundo, porque el principio, medio, y fin (en que está toda la perfección de cada cosa, ó incluidas todas las cosas) hace número ternario. El tercero, porque en los sacrificios de los [159] Dioses se usa del número ternario, como que la naturaleza misma le dicta. El cuarto, porque hasta que haya tres no se dice todos, o se empieza a decir todos cuando hay tres. Esto es, si hay dos hombres solos, no decimos todos, sino entrambos; pero en habiendo tres, no decimos entrambos, sino todos. ¿Quién podrá creer, que en la mitad de un pequeño capítulo juntó a tantas, y tan irrisibles inepcias el que se llama Príncipe de los Filósofos? Omito las razones fútiles con que resuelve los más de los problemas, pues por ser tantas, y su futilidad tan visible, juzgan algunos que es supuesta a Aristóteles aquella Obra.

63. La insuficiencia, ó redundancia que se nota en aquellas divisiones Aristotélica, cuyos miembros dividentes se exponen en un dilatado contexto, no es fácil atribuirlas a la corrupción de los ejemplares. Pero pueden en parte depender de la mala traducción ó inteligencia de las voces, las cuales en su original, y según la mente del Autor tendrían acaso, ó más extenso ó más estrecho significado.

64. En las definiciones se halla muchas veces claudicante Aristóteles, ó porque son confusas, ó porque no contienen sino una repetición del definido. ¿Qué cosa más confusa que la definición del movimiento? Actus entis in potentia, prout in potentia? ¿Qué es esto sino una algarabía? ¿Y qué es esto sino echar tinieblas sobre la luz, definiéndola: Actus perspicui, quatentus perspicuum est? La repetición del definido en la definición se halla en muchas; como en la de la cualidad qua quales esse dicimur, en la de la alteración actus alterabilis, prout alterabile est, y en otra que da del movimiento actus mobilis, prout mobile est. ¿Qué se hace en tales definiciones, sino repetir por un circunloquio lo mismo que se expresaba, y entendía mejor en una palabra sola? El absurdo de definir de este modo las cosas, que sería intolerable en un Profesor de ínfima nota, es increíble en un sabio de tan alto carácter. Por tanto, lo que discurro es, que los traductores, ó no comprendiendo la significación y energía de las voces que vieron en el original, substituyeron las que no correspondían en el latín; ó no hallando [160] voces equivalentes en este idioma, quisieron suplirlas con unos circunloquios, que nada explican en el objeto, que es lo que (como arriba dijimos, citando a Baillet) notaron algunos eruditos en Argirópilo.

§. XIX

65. Lo que se sigue necesariamente de todo lo dicho es, que el mérito de las Obras de Aristóteles, como hoy las tenemos, es muy inferior al del mismo Aristóteles. Los escritos son espejos de sus Autores; y así les sucede lo que al espejo, que de cualquiera modo que se desfigure, representa desfigurado al original. Cicerón, y Plutarco dicen, que Aristóteles fue elocuentísimo. ¿Qué seña, ó qué vestigio de elocuencia hallamos en sus escritos? Una elocución dura, descarnada, seca; y en muchas partes se echa menos el método. Así, aunque en el tiempo de aquellos dos sabios estaban ya muy alterados los escritos de Aristóteles, no tanto, ni con mucho como ahora. Aún parecía en ellos la elocuencia, que a nosotros enteramente se nos ha desaparecido.

66. Por tanto, sería iniquidad hacer cargo a Aristóteles de cuanto se halla en sus Obras, o mal discurrido, ó mal explicado. Esta injusticia cometen frecuentemente los Filósofos modernos, los cuales, no dejando piedra por mover a fin de desacreditar a Aristóteles, le imputan como errores suyos muchos que son borrones ajenos.

67. ¿Mas qué? ¿Pretendemos para restablecer el honor de Aristóteles quitársele enteramente a sus escritos? No por cierto. Yo contemplo a Aristóteles como uno de los espíritus más altos, y que acaso no tuvo superior en la humana naturaleza. Sus Obras las considero como pinturas de Artífice primoroso, en quienes después algunas groseras manos repararon lo que había desteñido la injuria de los tiempos. Veo lo que han afeado la pintura estos suplementos defectuosos; mas no por eso se me esconde la valentía de los primeros rasgos.

68. Esto es, hablando de aquellos tratados que por la [161] obscuridad de la materia, ó por impericia de Copiantes y Traductores están más viciados; pues algunos hay, y de mucha importancia, que conservan bastantemente en cuanto a la substancia su integridad antigua. Lo que escribió de Etica, de Política, de Retórica casi todo es admirable, y todo muestra una compresión, y magisterio insigne. Los diez y ocho libros que se conservan (otros muchos se perdieron según el testimonio de Plinio), pertenecientes a la Historia de Animales, todos son excelentes y utilísimos; aunque es Obra esta, en que resplandecen más la diligencia, exactitud, y erudición, que el ingenio. Aumenta su precio el que fue traducida por Teodoro Gaza, el más sabio, perspicaz, puntual Traductor de cuantos pusieron la mano en los escritos de Aristóteles.

69. En efecto ninguno de los antiguos Filósofos, ni aún todos juntos, nos dejaron cosa que sea comparable a las Obras que poseemos de Aristóteles. Unos nada escribieron, como Sócrates. De otros sólo quedaron algunos fragmentos, como de Epicuro. De otros perecieron todos, ó casi todos los escritos, como de Trismegisto. Otros sólo escribieron Teología Natural, Filosofía Moral, y Política, como Platón; exceptuando aquella poca Física, que vertió en el Timeo. Otros solo Filosofía Moral, como Séneca. Y se debe confesar, que cuanto escribieron de esta Facultad Séneca, Platón, y todos los demás antiguos, se queda muy atrás de la Etica de Aristóteles. Este de todo, ó casi todo escribió. Erró mucho, es verdad; pero mucho más acertó. ¿Y en qué Filósofo antiguo no se hallarán, a proporción de lo escrito, tantos, ó más errores que en Aristóteles? En verdad que en Platón, que tanto preconizan los modernos, se encuentran hartos muy capitales.

70. Por otra parte los errores de Aristóteles (hablo de aquellos que son contra los sagrados Dogmas) ya no pueden hacer daño alguno en las Escuelas. Este es el principal capítulo por donde pretenden desterrarle sus enemigos. ¡Objeción vana, y terror imaginario! ¿Qué importará, que el Filósofo que reina en las Aulas haya caído en esos errores, [162] si ya las Aulas unánimemente los tienen descartados? ¿Qué Filósofo de nuestras Escuelas Católicas se ha visto declinar a la Idolatría, ni al Ateísmo? Si se me responde con Lucilio Vanini, repongo, que este no estudió a Aristóteles como se enseña en las Aulas, sino como lo comentó Averroes.

71. Otra objeción especiosa hacen los modernos contra Aristóteles; y es, que por sus escritos nadie se puede hacer Físico, ó Filósofo natural; porque cuanto enseñó en los ocho libros de Físicos es pura Metafísica. Respondo, que en esto acaso procedió Aristóteles con más sobriedad que muchos de los Filósofos que le precedieron. Lo mismo digo de los que hoy siguen a Aristóteles, respecto de los que abrazan alguno de los sistemas modernos. Yo estoy pronto a seguir cualquier nuevo sistema, como le halle establecido sobre buenos fundamentos, y desembarazado de graves dificultades. Pero en todos los que hasta ahora se han propuesto encuentro tales tropiezos, que tengo por mucho mejor prescindir de todo sistema Físico, creer a Aristóteles lo que funda bien, sea Física, ó Metafísica, y abandonarle siempre que me lo persuadan la razón ó la experiencia. Mientras el Mar no se aquieta, es prudencia detenerse a la orilla. Quiero decir: mientras no se descubre rumbo, libre de grandes olas de dificultades para engolfarse dentro de la naturaleza, dicta la razón mantenerse en la playa sobre la arena seca de la Metafísica.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo cuarto (1730). Texto según la edición de Madrid 1775 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 125-162.}