Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XIX

Artes Divinatorias

1. Como en el Discurso pasado se detuvo tanto el Sr. Mañer, abrevia en éste. Unas veces camina despacio, en otras de priesa, aunque en todas partes pica. En el num. 1 vuelve a su tos, de que las Artes Divinatorias no [119] son Error común. ¡Válgate Dios la porfía! ¿Ni aun siquiera común de dos, o común de tres? Que a mí esto me bastaría para dar por bien empleada la erudición que gasto en este asunto, por más que el Sr. Mañer diga, que la desperdicio sin provecho. Y vamos claros: Si no gasto a cuenta del Sr. Mañer: ¿qué le va, ni le viene en que la desperdicie? Vuelvo a decir: Cuando mi escrito no sirviese de desengañar, sino a dos, o tres infatuados de las Artes Divinatorias, ¿no serían bien empleados la erudición, y el trabajo? Pero el Sr. Mañer no está bien informado. El error es harto general. Pregúnteles a los Misioneros que han corrido varios Países, y sabrá lo mucho que han hallado que corregir entre la gente rústica en materia de adivinanzas. Y por lo que mira a lo particular de la Quiromancia, Pueblos enteros acuden casi en procesión, como a Oráculo a cualquier Tunante que con mediano artificio simule entender este ministerio.

2. Número 2 propone una cláusula mía, en que digo que si la Quiromancia tuviese algún fundamento, la cruz (háblase de aquella, o aquellas cruces formadas en las rayas de la mano) no había de ser signo moral ni civil, sino natural. Y en el num. 3 impugna esto diciendo, que tenga fundamento o no la Quiromancia, siempre deberá ser natural el signo. Con la venia de su merced: Si la Quiromancia no tiene fundamento, la cruz de la mano nada significa: luego no es signo ni moral ni político ni natural.

3. Num. 4 me culpa haber explicado la rueda de Beda, por el riesgo de que algunos quieran usar de ella. Ese riesgo está removido, habiendo yo convencido patentemente que es una quimera. Antes bien he visto yo algunos que andaban buscando solícitos la rueda de Beda, juzgándola un arcano portentoso, y después que leyeron el Teatro Crítico a carcajada suelta se ríen del embeleco.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 118-119.}