Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XX

Profecías supuestas

1. El número 1 se dirige al tema ordinario de pretender, que en mis Discursos por ningún respeto indirectamente introduzca cláusula alguna, que derechamente no sea impugnación de algún error común. En vano se le representa al Sr. Mañer el título de mi Obra: Teatro Crítico Universal, o Discursos varios en todo género de materias, debajo del cual se comprehende mucho más que errores comunes, aunque el fin de la Obra sea desterrarlos. En vano se le dirá también, que en cualquiera escrito entran oportunamente muchas cosas, que miradas por sí solas, no pertenecen substancialmente al asunto, pero tienen cabimiento, o como exornación, o como digresión, o como incidencia, o como preámbulo. Nadie aprovecha; porque el hombre está intratable. ¿A qué podré atribuirlo? ¿A que ignora, que en los escritos, como en todos los compuestos naturales, y artificiales, entran no sólo substancia, sino accidentes? Es mucha ignorancia. ¿A que quisiera ver mi Teatro Crítico en la catadura de un esqueleto seco, sin amenidad, erudición, ni hermosura, para que nadie le arrostrara? Es mucha malicia.

2. Número 2 hay un raro trastorno. Tratando yo de la opinión de los que sienten, que las Profecías de las Sibilas fueron supuestas por algún Cristiano en el segundo siglo, la había impugnado; porque no es de creer, que a la sabiduría de los Padres más vecinos a aquel tiempo se ocultase, si le hubiese, este engaño. ¿Qué dice a esto el Sr. Mañer? Dice, que si a los Padres no se ocultó el engaño, no le hubo. Hasta aquí vamos bien: pues eso pretendo yo. ¿Qué [121] más? Que pues no le hubo, tampoco en los que son del sentir de los Padres podrá darse el error. ¡Hay cosa más graciosa! Yo impugno como error la opinión que es contraria al sentir de los Padres: Y Mañer me impugna a mí, o piensa que me impugna, diciendo, que en los que son del sentir de los Padres no hay error. ¿Quién hasta ahora vio tal modo de impugnar? Lo mejor es, que sin decir otra cosa, concluye el número con una de aquellas cortesanías acostumbradas, como si dijéramos fárrago, o fuerte materialidad.

3. Número 3 concediendo, que en los Oráculos del Gentilismo no siempre era el demonio quien respondía, y que algunas veces los Sacerdotes fingían con su voz la de la Deidad que se veneraba en el simulacro, entra en si eran más o menos frecuentes aquellos casos que estotros. Eso, Sr. Mañer, por el camino que V.m. sigue, es imposible calcularlo. Los ejemplares que alega en el resto del Discurso, gratuitamente concedidos todos, sólo prueban lo que no negamos; esto es, que algunas veces respondía el demonio. Pero que éstas eran las más, ¿por dónde lo probarán aquellos ejemplares, aunque los multiplique por veinte, treinta, ochenta ni ciento? Aquí no cabe cómputo matemático, sino conjetura crítica. Lo que el recto juicio dicta (y aun es regla filosófica) es, que aquellos efectos que pueden depender de causa natural y regular, se atribuyan a ésta, siempre que no hay certeza de que intervino causa preternatural y prodigiosa. Este es el caso en que estamos. Las locuciones de los simulacros Gentílicos pudieron ser del demonio, y pudieron ser de los Sacerdotes. Que algunas veces eran de aquél, no hay duda; como ni tampoco, que otras veces eran de éstos. Pero por lo común, ¿qué juicio se debe hacer? Que pues se tiene tan a mano una causa tan próxima, tan natural, tan doméstica, como la asistencia de Sacerdotes embusteros, es ridiculez concebir a los demonios corriendo diariamente la posta desde el Infierno a Delfos, a Dodona, a Júpiter Hamnon, a Sínope, a Crisópolis, y a Claros. Sr. Mañer, esto de la buena crítica no se adquiere revolviendo Indices, y escribiendo apuntamientos en la Real Biblioteca. [122]

4. En los números 4 y 5 pretende que no fueron de burla, o por política las consultas que hicieron a los Oráculos Agesilao y Alejandro, de las cuales yo doy noticia. Esto lo quiere salvar con que pudo ser esto, pudo ser aquello, y pudo ser lo otro. El averiguar si una cosa se hace, o dice de burlas o de veras, no se logra extendiendo los ojos a toda la posibilidad, pues muchas cosas posibles son increíbles; sino examinando con juicio sólido la acción y las circunstancias. Cotéjese lo que sobre estos hechos escribimos el Sr. Mañer y yo, y veremos qué dictamen forma el lector discreto.

5. Número 6 dice que si los Oráculos de la Gentilidad fuesen ordinariamente dados por el artificio de los Sacerdotes, nunca este fingimiento pudiera mantenerse por tantos siglos, y en tantas partes del mundo. ¿Por qué no? Apenas hay alguna Religión falsa en el mundo, que principalmente no se origine y mantenga por los embustes de sus Sacerdotes y Doctores. Nace el error del embuste; y con todo se mantienen por tantos siglos el embuste y el error. Cogerían (no hay duda) una u otra vez a los Sacerdotes en el engaño. Mas esto era insuficiente para sacarlos de la superstición; porque no era consecuencia de que una u otra vez los engañasen los Sacerdotes, que los engañasen siempre o las más veces. Apenas hay fuerza humana, que arranque las raíces que echa un error en la plebe. Sobre esto se debe considerar, que en el respeto de los Oráculos se interesaban la subsistencia de los Sacerdotes, y la política de los Príncipes. Cuando estos dos brazos conspiran a mantener en una creencia engañosa al Pueblo, no hay otro remedio que el divino. Aquella duplicada autoridad tiene gran fuerza para persuadir; y a los que con la persuasión no induce al asenso, obliga con el miedo al disimulo. De este modo unos yerran por falta de capacidad; y los que son dotados de más luz, sólo la aprovechan para su desengaño, porque a vista del peligro, no sólo no se atreven a impugnar el error ajeno, mas ni aun a manifestar el conocimiento propio. Por esta razón no podemos saber si los que creían los Oráculos, excedían [123] mucho en número a los que no los creían. Pero atento al poderoso influjo que regía su creencia, y a las buenas creederas del Vulgo, es persuasible que en esta clase casi ninguno disintiese.

6. La prueba que en este mismo número toma el Sr. Mañer de los sacrificios de sangre humana, es futilísima. ¿Qué, era menester para esto que el demonio hablase frecuentemente en los Oráculos? Una vez sola que lo hiciese en aquellos pocos simulacros a quienes se ofrecían humanas víctimas, bastaba para dictarles esa execrable ley. Aun sin locución externa alguna podía inducirlos a esa abominación, persuadiéndola con sugestiones internas a aquellos que fuesen de más autoridad entre los Paganos. En fin, nada de esto era necesario: pues los mismos Infieles podían discurrir que las víctimas humanas, como más preciosas, eran más eficaces para obligar las deidades, y sobre este supuesto moverse por sí mismos a aquel abominable culto.

7. La pariedad de los milagros, de que usa en el mismo número Mañer, acepto de muy buena gana; esto es, como el que haya milagros falsos no quita que los haya verdaderos, tampoco las ilusiones que hacían los Sacerdotes en los Oráculos prohibían que otras veces hablasen en ellos los demonios. Hasta aquí vamos conformes. Ahora prosigo yo: Y como el que haya milagros verdaderos no quita que sea sin comparación, mayor el número de los falsos; tampoco el que hablase algunas veces el demonio en los Idolos quita que fuesen muchas más, sin comparación, las veces que hablasen los Sacerdotes. Vea el Sr. Mañer dónde para su paridad. Me he detenido algo más en este número, porque es donde dice algo.

8. El número 7 es mera preparación para el 8, donde toma por asunto probar el silencio de los Oráculos del Gentilismo. Y aquí es también donde el pobre se alucina y se confunde lastimosamente. Ni advierte lo que yo digo, para impugnarme; ni advierte lo que alega, para no impugnarse a sí propio. Yo sólo negué la consulta de Augusto, y respuesta del Oráculo de Delfos contenida en los tres versos [124] que pongo al num. 11 de mi Discurso, alegando por prueba de esto (bien que no única) el testimonio de Cicerón, que asegura, que el Oráculo de Delfos ya antes de Augusto había enmudecido. El Sr. Mañer me imputa, que niego el silencio de los Oráculos (hablando así en común) en la venida del Redentor. ¿Qué tiene que ver uno con otro? ¿No tenía el Gentilismo más Oráculo que el de Delfos? Aunque éste hubiese enmudecido antes, como no hubiesen enmudecido los demás, y enmudeciesen cuando vino Cristo al mundo, ¿no se verifica que cesaron los Oráculos del Gentilismo en la venida del Redentor, que es lo que Mañer pretende probar? Luego habla fuera de propósito.

9. No advierte tampoco lo que alega. Lo primero, porque dos textos de Isaías, que cita commovebuntur Simulacra Aegypti a facie eius... interrogabunt Simulacra sua, nada menos dicen que lo que él quiere. El commovebuntur interpreta enmudecerán. No sé qué latinidad es ésta. Algunos, cuando están conmovidos, es cuando hablan más. El segundo texto dice, que los Egipcios consultarán sus Oráculos; pero que éstos no responderán, ni lo dice aquel texto, ni otro alguno de todo el contexto. Con buenos papeles se viene el Sr. Mañer. Y dejo aparte, que aun cuando le dejásemos en salvo su extravagante construcción, probarían los textos el silencio de los Oráculos de Egipto, mas no el de todos los demás del mundo, que es su intento.

10. Lo segundo, porque las demás autoridades que cita, están pugnando unas con otras, y con el mismo Mañer; o el mismo Mañer, truncándolas, hace que pugnen. Escoja lo que quisiere. A S. Jerónimo le hace decir, que después de la venida de Cristo callaron todos los Idolos. Y Mañer nos deja dicho en el num. 6, que aún hoy están hablando en los Reinos de Canarte, y Maduré. El pasaje de Simón Mayolo dice, que luego que nació Cristo cesaron los Oráculos. Pero otros Autores alegados allí mismo, y el mismo Mañer dicen, que iban callando sucesivamente en los Lugares, al paso que se iba introduciendo en ellos la luz del Evangelio. El Abad de Fleuri es testigo contra producentem, pues dice, [125] según le cita Mañer, que con las reliquias de S. Babilas no se dieron más respuestas en el famoso Templo de Apolo, que hacia aquel Lugar ilustre. Luego hasta aquel tiempo daba Apolo respuestas. S. Babilas murió el tercero siglo: luego mucho tiempo después de la venida del Redentor daba sus respuestas Apolo. Más: Las reliquias de S. Babilas fueron transportadas a Dafne, Lugar donde estaba el Templo de Apolo, que venía a ser como un Arrabal de Antioquía, de orden de Galo, que fue creado César por Constancio el año de 351. Entonces ya, y más de un siglo antes, sobre todo el País de Antioquía había no sólo rayado, sino levantadose mucho sobre el Horizonte la luz del Evangelio. Luego si en el tiempo inmediato antes de la translación de las reliquias daba sus respuestas Apolo, este hecho prueba contra la opinión de que sucesivamente como iba rayando en los varios Países del mundo la luz del Evangelio, iban callando en ellos los Oráculos del Paganismo. Finalmente, el Sr. Mañer está tan inconstante en todo su contexto, que ya quiere que hayan cesado universalmente los Oráculos con la venida del Redentor; ya que hayan callado los más, y proseguido otros en su galería; ya que este silencio no se siguiese inmediatamente a la venida de Cristo, sino a la publicación del Evangelio, respectivamente a los Países en que se iba publicando.

11. Mi sentir sobre esta materia, ya que no le expliqué en el Teatro Crítico, le expongo aquí en las siguiente aserciones. Digo lo primero, que es falso que cesasen generalmente los Oráculos con la venida del Redentor. Esta aserción es contra algunos Autores que afirman este silencio universal; y consta mi aserción de innumerables testimonios de Autores Eclesiásticos y Profanos, los cuales convencen que aún por mucho tiempo después dieron sus respuestas algunos Oráculos. Prescindimos aquí, si era el demonio, o si eran los Sacerdotes los que hablaban en ellos. Digo lo segundo, que al introducirse el Evangelio en los varios Lugares o Países del mundo, unas veces enmudecían los Oráculos, y otras no. Una y otra parte consta asimismo de innumerables [126] Historias. Esta variedad consistía en que Dios unas veces con su mano poderosa ataba la lengua, o al demonio, si éste era el que hablaba, o a los Sacerdotes Idólatras, para que no continuasen su engaño a vista de los Ministros del Evangelio; y otras, por sus altísimos juicios, no quería hacer ese milagro. Digo lo tercero, que después de introducido el Evangelio en cualquier Lugar, y héchose en él tan poderoso que destruyese enteramente la Idolatría, era preciso que cesasen las respuestas de los Oráculos cuando éstas eran dadas por los Sacerdotes. Es claro, pues ni aun habría Idolo que sirviese de instrumento, y los Sacerdotes, o dejarían de ser Idólatras, o tendrían escondida su Idolatría.

12. Número 9 entra el Holandés Antonio Vandále, y la impugnación que contra él escribió el P. Baltús: y al número 10 la Carta perteneciente al asunto que escribió el P. Bonchet al P. Baltús, como todo se halla en las Memorias y Diccionario de Trevoux. Vamos sobre esta especie a cuentas, Sr. Mañer; y vamos poco a poco, que si aun yendo muy despacio se equivoca, si se apresura un poco, dirá que dos y tres son catorce.

13. Lo primero pregunto, ¿a qué viene aquí el Holandés Antonio Vandále? Este Autor escribió un libro de Oraculis Ethnicorum, cuyo asunto fue probar, que nunca (atienda al nunca, porque suelen escapársele los adverbios) el demonio habló en los Oráculos del Gentilismo; sino que siempre (atienda también al adverbio siempre) eran las respuestas de ellos fingidas por los Sacerdotes. Que el asunto de Antonio Vandále era tan universal como he dicho, se halla expreso en las Memorias de Trevoux del año de 1707, artic. 103, y artic. 104; en el Diccionario de Trevoux, v. Oracle; y en la República de las Letras, tom. 1. artic. 1, donde se da un extracto del libro de Vandále: que yo el propio libro de Monsieur Vandále no le he visto, y discurro que tampoco el Sr. Mañer. Díganos ahora su merced, ¿qué tiene que ver esto con lo que digo yo? Vandále dice, que jamás el demonio habló en los Oráculos del Gentilismo. Yo confieso que habló algunas veces; pero que las más era engaño de [127] los Sacerdotes. En cuanto a la cesación de los Oráculos, el P. Baltús (según el extracto de su impugnación, que se halla en las Memorias de Trevoux) le concede al Holandés, que no cesaron de golpe al tiempo de la venidad del Redentor, sino a medida que los hombres fueron conociendo el Evangelio, y su doctrina saludable fue recibida por todas partes. Contra esto nada dije; porque, que el Oráculo de Delfos callase antes, no quita que los demás callasen después. ¿Pues a qué propósito nos trae a Antonio Vandále, y nos cita al P. Baltús?

14. Lo segundo, explíquenos el Sr. Mañer, ¿qué quiere dar a entender, cuando dice, que el asunto de Antonio Vandále es muy propio de un Anabaptista, cual él lo era, mas muy impropio de quien, aun en caso de duda, debiera estar por la parte piadosa y edificante? Muy propio de un Anabaptista será todo aquello que fuere consecuencia, o tuviere conexión con los dogmas de su secta. ¿Pues qué consecuencia, o conexión tiene con los dogmas de los Anabaptistas, el que el demonio no hablase en los Oráculos del Gentilismo? Si el Sr. Mañer escribiera sólo para la ínfima plebe, nada extrañará. En las Memorias de Trevoux del año de 1725, artic. 27, hallará, que el Abad Anselmo, de la Academia Real de las Inscripciones, llevó la misma sentencia del Anabaptista (con no ser Anabaptista, sino Católico), en cuanto a que los Oráculos del Gentilismo eran todos ilusión de los Sacerdotes. Y en el Diccionario de Dombes (cítole los libros que más revuelve el Sr. Mañer), v. Oracle, leerá esta sentencia del Abad Villars, que tampoco era Anabaptista: Está decidido por espíritus del primer orden, que todos los pretendidos Oráculos no eran más que una superchería de la avaricia de los Sacerdotes Gentiles, o un artificio de la política de los Soberanos. Junte el Sr. Mañer con estos dos a Monsieur de Fontenelle, de la Academia Francesa, que se explicó por el mismo sentir en el Compendio que hizo de la historia de Vandale, y hallará por un Anabaptista que llevó aquella opinión, tres Católicos que siguieron la misma. Esto no es más que mover pendencias por antojo, y hablar [128] sólo para la ínfima plebe, que todo lo que dice un Hereje tiene por herejía.

15. Mas aun es peor la segunda parte de la proposición: Mas muy impropio de quien, aun en caso de duda, debiera estar por la parte piadosa y edificante. ¿Quién es este Padre de Concilio, que habla de allá arriba con tan alto magisterio? ¿Es más que el Sr. Mañer? Pues oiga el Sr. Mañer. Lo que es muy impropio, y muy ajeno de todo Cristiano, es después de haber censurado una opinión (con razón o sin ella), como propia de herejes, levantarle a un próximo suyo (Católico por la Gracia de Dios) el falso testimonio de que lleva la misma opinión. Cuando se me llega a maltratar con injuria tan atroz, es preciso repelerla con esta claridad. Mas no por eso hago juicio, ni Dios lo permita, que el Sr. Mañer me hizo esta ofensa con conocimiento, y deliberación. Otro concepto muy diferente tengo hecho de su mucha Cristiandad. Sólo, pues, lo debo atribuir, y atribuyo a inconsideración.

16. Cuánto dista la opinión de Antonio Vandále de la mía, está patente a todo el mundo. En lo demás, ¿por dónde se interesa la piedad, o qué edificación se sigue de que se crea que el demonio era quien más frecuentemente hablaba en los Oráculos del Gentilismo? ¿Ni qué detrimento en la piedad, o que ruina espiritual puede seguirse de que se crea que las más veces era engaño de los Sacerdotes? Monsieur Vandále decía, que siempre era engaño de los Sacerdotes. Con todo, los PP. de Trevoux, en nombre del P. Baltús, dicen, que la opinión de Vandále nada perjudica a la Religión Cristiana, cuando para calificar de desinteresado el testimonio de los PP. en esta materia, dicen en el citado art. 104: A los PP. les era indiferente que estas supersticiones tuviesen por causa la impostura de los Sacerdotes, o la operación de los demonios. La falsedad de la Religión pagana se demostraba igualmente en una y otra suposición. Pues el Sr. Mañer revuelve tanto las Memorias de Trevoux, aprenda de sus sabios Autores a discurrir con solidez: y no nos ande gritando, que lo que yo he dicho de los Oráculos [129] del Gentilismo, quita a la Religión Cristiana una de las pruebas de su verdad. ¿Qué prueba es ésa? Si es prueba defectuosa, sofística, o fundada en una suposición falsa, haré servicio a la Religión, y a la verdad en quitársela. Ojalá pudiese yo desterrar de las lenguas y plumas de todos los Católicos todos aquellos argumentos a favor de la Religión, que no sean eficaces y sólidos: porque hacen un gran perjuicio, a la verdad, cuando los Infieles que los oyen, percibiendo el defecto de la prueba, juzgan que no tiene otras mejores nuestra Religión; o que, pues en defensa de ésta nos valemos de sofisterías y suposiciones falsas, es injusta la causa que defendemos.

17. Por ceñirnos a la presente materia, ¿de qué servirá para convertir a un Gentil, proponerle que todos los Idolos del Gentilismo enmudecieron al tiempo que nació Cristo? Si sabe algo de historia, no servirá sino para obstinarle más: porque no sólo de los Autores profanos, mas aun de los nuestros le consta, que después de la venida de Cristo se oyeron respuestas a muchos Simulacros, y a algunos después de pasados siglos enteros. Doy que todos nuestros Autores estuviesen conformes en el hecho, que juzgan ventajoso a la Religión. Tampoco servirá de nada, si los Gentiles refieren el hecho de otro modo. Doy (pongo por ejemplo), que todos nuestros Autores, convenidos sobre la fe del primero que lo dijo, fuese Eusebio u otro, afirmen el silencio del Oráculo de Delfos luego que nació Cristo, con las circunstancias dichas de la consulta de Augusto, y aquellos tres versos Me puer Hebraeus, &c. ¿Qué haremos con esto? Responderá el Gentil, que ésta es una fábula (como de hecho lo es) pues de las Historias Romanas consta, que no hubo tal viaje de Augusto a Delfos; y su Cicerón, a quien dará mucha más fe que a Eusebio, le dice, que el Oráculo de Delfos ya había dejado de dar respuestas antes que naciese Augusto. Y si nos insta sobre que le mostremos, en qué Autores o monumentos seguros halló Eusebio aquella especie (que pues fue posterior a Augusto cerca de trescientos años, ni pudo ser testigo de ella, ni oírla a testigos de vista), no [130] sabremos cómo lo hemos de responder. Con que quedará más terco en su error, sobre la persuasión de que no tenemos a favor de nuestra Religión otros argumentos que los de este jaez.

18. Así que cuanto es más segura la causa que se defiende, tanto mayor cuidado se debe poner en no echarla a perder con algún falso o leve raciocinio. El argüir sobre hechos inciertos o poco seguros (mucho más si son conocidamente falsos) a favor de la Religión, nace de un indiscreto y falso celo, que tiene consecuencias perniciosas. No hay que andar con ese ridículo trampantojo de que se le quita a la Religión Cristiana una prueba de su verdad. No se le quita sino un estorbo donde tropieza el Infiel. ¿Tan falsos estamos de pruebas legítimas, sólidas, concluyentes, que sea menester acudir a argumentos insubsistentes, fundados en suposiciones falsas o dudosas? Si la indiscreción, y acaso a veces la malicia no hubiera supuesto entre los Católicos muchos milagros falsos, hiciéramos mucho más fuerza a los Herejes con los verdaderos. ¿Pero qué nos sucede en esta materia con ellos? Lo que a Tiberio con los Romanos, que por haberle cogido en varias mentiras, ya no le creían las verdades. Etiam vero & honesto fidem demisit, dice Tácito de él. Entre los Católicos debe reinar por todo la verdad, la solidez; y ya que el vulgo no puede ser curado enteramente de su vana credulidad, ni en la parte más sana del mundo se puede evitar todo embuste; pero por lo menos los que toman la pluma en la mano para defender la Religión verdadera, de nada deben echar mano que no sea proporcionado a la justicia de la causa. Me he detenido en esta materia, porque me obligó a ello la gravedad de la injuria.

19. Número 11 me capitula por descuido una chanza mezclada con ironía; esto es, haber dicho, que el Profeta (falso) Nicolás Dravicio, es natural que dijese muchas verdades, porque se sabe que era un buen bebedor. ¿Por qué será descuido éste? A los niños, y a los locos (dice el Sr. Mañer) se atribuyen comúnmente las verdades; pero jamás he oído que se pongan en los ebrios. ¿Qué dice, señor? ¿Con que no [131] ha oído jamás que el vino revela los secretos del corazón? ¿Qué es eso, sino decir verdades? No por otra cosa se dice que las hablan los niños y locos, sino porque como les falta el uso de la razón, hablan lo que sienten sin reserva. El caso es, que añade Mañer que cuando los bebedores llegan a perder el juicio, no hablan, y mientras hablan no le pierden. ¡Hay sencillez semejante! El Sr. Mañer no debió de ver sino borrachos taciturnos. Pues yo he visto muchos muy habladores. Y aun los mismos borrachos taciturnos, antes de llegar a aquel último término de la ebriedad que les induce silencio y modorra, ¿no pasan por el grado de la inmoderada alegría, en que medio turbado el juicio se habla con demasía, y se franquea indiscretamente el pecho? ¿Quién lo duda? Ahora bien: ¿Quién se descuida? ¿El Sr. Mañer o yo? ¿Y no es bueno, que para notarme lo dicho de descuido haya hecho párrafo aparte, con título separado que dice en letras gordas arriba: DESCUIDO PRIMERO? Aun cuando yo hubiera errado, mostraría un gran hipo de contradecir, el detener la pluma en menudencias como ésta. Pero con hacer muchos párrafos con títulos particulares de descuido primero, descuido segundo, &c. llamar descuidos a las verdades más notorias, y poner por objeciones las que no lo son, se hace un cuadernillo, que después con dejar el papel flojo cuando se encuaderna, tiene su perspectiva de libro.

20. Número 12 y último. En esta cláusula o cláusulas mías: Hemos vagueado hasta ahora por la Noruega de la infidelidad. Ya salimos al país de la luz en la región del Catolicismo, halla otro descuido enorme. Dice, que esto es suponer, para que la contraposición sea ajustada, que la Noruega es la región de la tiniebla. Sobre lo cual magistralmente se pone a explicarme que la luz se reparte con igualdad por todo el Orbe, y que tanta porción de luz goza la Noruega como otra cualquiera región del mundo. ¿Y no sabe más que eso el Sr. Mañer? Pues por acá sabemos algo más. Y también podrá saber algo más su merced, si estudia bien mi tercer Tomo, con el ánimo humilde de desengañarse de sus errores, y no con el hipo poco decoroso de cazar mosquitos: [132] pues en dicho tercer tomo, pág. 155, num. 70, y pág. 216, num. 9 aprenderá, que los Países Subpolares, o más vecinos a alguno de los Polos (v.gr. la Noruega), gozan, no sólo igual cantidad, pero aun mayor, o gozan más tiempo la luz del Sol que los que están más distantes de los Polos, y más vecinos a la Equinoccial; de suerte, que a proporción de su mayor latitud, o Septentrional, o Austral, es mayor el tiempo en que los ilumina el Sol. En las dos partes citadas se explica este fenómeno, y se señalan los principios de donde proviene. Entonces sabrá quién es el que en la Gramática de la Geografía no ha llegado a las declinaciones: elegante equivoquillo, con que el Sr. Mañer me nota de ignorantísimo en la Geografía.

21. ¿Pero cómo siendo esto así, hacemos de la Noruega la antonomasia (digámoslo así), de la obscuridad? Pregúnteselo a sus Contertulios, y a otros infinitos, que con estar en el supuesto de que tiene la Noruega tanta luz como España, hacen lo mismo, y a cada paso, para significar un sitio lóbrego, o un edificio obscuro, dicen, es una Noruega. Y por si acaso ésos no se lo dicen, yo le digo desde ahora, que en esta expresión figurada cae la ilusión precisamente sobre aquella estación del año en que son las largas noches de la Noruega, y no sobre todo aquel espacio de tiempo que comprehende las cuatro estaciones del año.

22. Si yo dijese lo que en este número nos dice el Sr. Mañer sobre la cantidad de los días y noches de la Noruega, justísimamente me daría por condenado en aquel fallo, de no haber llegado a las declinaciones en la Gramática de la Geografía. Nótese aquella proposición: En la Noruega, por estar entre los climas quince, y diez ocho (por ejemplo la Ciudad de Rugén), tiene en Invierno doce horas de noche, y en el Verano otras tantas de día. Desafío al más diestro en acumular errores Geográficos, sobre que en tan breve espacio, como el que ocupa esta proposición, no junta tantos errores como hay en ella. Vayan contando.

23. Error primero: Que la Ciudad de Rugén pertenece a la Noruega. No pertenece sino a la Pomerania: sobre lo cual véanse todos los Geógrafos. [133]

24. Error II: Que la Noruega está entre los climas quince y diez y ocho. La Noruega por la parte Septentrional alcanza más allá del clima veinte y cuatro, porque se extiende hasta sesenta y dos grados de latitud Septentrional, y hasta los sesenta y seis grados inclusive se cuentan veinte y cuatro climas; de modo, que allí terminan los climas que los Geógrafos modernos llaman propios u de días, y empiezan los que llaman impropios u de meses.

25. Error III: Que tiene la Noruega, ni parte alguna de la Noruega, doce horas de noche en Invierno. El Invierno comprehende tres meses; con que decir que en Invierno tiene la Noruega doce horas de noche, es decir que las tiene por el espacio de tres meses: lo que es tan falso, que sólo en dos días del año tiene esas doce horas precisas de noche, uno al entrar la Primavera, y otro al entrar el Otoño: lo que es común a toda esfera oblicua.

26. Error IV: Que en Verano tiene la Noruega, ni parte alguna de la Noruega, doce horas de día. Que se tome el Verano por la Primavera o por el Estío, siempre es error, porque sólo tiene doce horas de día en dos días del año, y son los mismos en que tiene las doce horas de noche. Esto, como dije, es común a toda esfera oblicua. En la esfera recta son siempre iguales los días con las noches. En la paralela no hay más que un día y una noche en todo el año. En la oblicua sólo hay dos días, en que son iguales el día y la noche; y de estos días, el uno cae en el Equinoccio Verno, el otro en el Autumnal.

27. Error V: Poner por contrapuestos el Invierno y el Verano, en cuanto a tener aquél doce horas de noche, y éste doce horas de día; siendo evidente, que en esto no puede haber contraposición; pues si el Invierno tiene doce horas de noche, tendrá también doce horas de día; y si el Verano tiene doce horas de día, tendrá también doce horas de noche. ¿No es buen errar, juntar cinco errores substanciales de Geografía en una proposición que no excede tres líneas?

28. Lo que hay en orden al asunto que aquí tratamos, se lo diremos brevemente al Sr. Mañer. Desde la Equinoccial [134] hasta el círculo Polar se cuentan comúnmente entre los modernos (los antiguos hacían otra cuenta por falta de conocimiento geográfico) veinte y cuatro climas. La diferencia de estos climas se regula por el exceso de media hora en el día máximo del año; de suerte, que empezando a contar desde la Equinoccial exclusive, el primer clima da doce horas y media en el día máximo del año (advirtiendo, que se consideran para este efecto los climas, no en el principio, ni el medio, sino en el término), el segundo trece, el tercero trece y media, el cuarto catorce, &c. A esta proposición van creciendo los días máximos del año hasta el círculo Polar, donde el día máximo es de veinte y cuatro horas; y otro tanto la noche máxima. Desde el círculo Polar hasta el Polo (en cuyo espacio se cuentan los climas fríos) siempre el día máximo es mayor que veinte y cuatro horas, excediendo tanto más, cuanto es mayor su latitud o altura de Polo, hasta que debajo del Polo hay un día de seis meses, y la noche tiene otro tanto.

29. En consecuencia de esto, la Noruega que está comprehendida entre cincuenta y ocho y setenta y dos grados de latitud Septentrional, con poca diferencia, según la mayor o menor latitud de los varios Países que comprehende, tiene los días máximos del año, mayores o menores. En la parte que está en sesenta y seis grados y medio de latitud (donde se considera el círculo Polar Artico) es el día máximo del año de veinte y cuatro horas. Desde allí, caminando hacia el Polo, siempre excede el día máximo de veinte y cuatro horas, tanto más, cuanto es mayor la latitud, o menor la distancia del Polo; y de allí, caminando hacia el Mediodía, siempre es el día máximo menor que las veinte y cuatro horas; y tanto menor, cuanto es menor la latitud, o mayor la distancia del Polo. De suerte, que en una parte de la Noruega tiene el día mayor del año veinte horas, en otra veinte y una, en otra veinte y dos, en otra veinte y tres, en otra veinte y cuatro, en otra veinte y cinco, &c.

30. Lo mismo que decimos del día máximo, que cae en el Solsticio Estivo, se debe entender de la noche máxima, [135] que cae en el Solsticio Hiberno. Pero se debe advertir, que aquí se toma por día aquel tiempo precisamente, que el Sol realmente se eleva sobre el Horizonte; y por noche aquel tiempo que realmente está debajo de él; porque si se cuenta por día todo aquel tiempo en que se goza la luz del Sol, y por noche todo aquel tiempo en que falta la luz Solar, vienen a ser mayores los días, y menores las noches, y así no hay igualdad entre el día del Solsticio Estivo, y la noche del Solsticio Hiberno; sí que ésta es considerablemente menor que aquél. Esta desigualdad consiste, no sólo en la adición de la luz crepuscular que aumenta el día, mas también en la refracción que padecen los rayos Solares en la Atmósfera, la cual hace que el Sol parezca sobre el Horizonte algún tiempo antes que realmente se eleve sobre él, y algún tiempo después que realmente se deprime, como explicamos en el III Tom. Disc. VII, §. 10 per totum.

31. De los dos principios expresados depende, que comprehendiendo todo el período del año, gocen, como hemos dicho, más tiempo la luz del Sol los Países más vecinos al Polo, que los que se acercan más al Ecuador; porque los crepúsculos duran más tiempo, por la mayor oblicuidad con que desciende el Sol debajo del Horizonte; y la elevación aparente del Sol sobre el Horizonte también dura más tiempo, a causa de la mayor refracción que padecen sus rayos por la mayor densidad de la Atmósfera. De suerte, que la elevación real del Sol sobre el Horizonte, tanto tiempo del año se goza en España, como en la Noruega; pero la luz del Sol, no sólo con igualdad (como juzga el Sr. Mañer, y se piensa comúnmente), sino con exceso, se goza en la Noruega, que en España.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 120-135.}