Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XVIII

Historia Natural

1. Aquí tenemos mucho que hacer, porque el Sr. Mañer hizo estudio especial sobre la materia de este Discurso, a fin de merecer los gloriosos títulos de resucitador de Pigmeos, y Unicornios, restaurador de Gallos espanta Leones, y Basiliscos, descubridor de Esmeraldas Orientales, Torpedos, &c. y todo debajo del alto carácter de Juez Conservador de errores vulgares.

2. El primer disparo que me hace, es, que no dí bastantes pruebas de que son errores los que capitulo como tales, y aun algunos me contento con decir que lo son, cuasi sin más prueba que mi palabra. Aquel cuasi me incomoda un poco, y al Sr. Mañer le aprovecha: porque si le pregunto, qué error es el que capitulo cuasi sin prueba; me señalará el que quisiere, pretendiendo que la prueba que doy, no es más que cuasi prueba.

3. Es cierto, que no dije cosa alguna, sin fundarla, o en experiencia, o en autoridad, o en razón; pero el Sr. Mañer echó menos la pesada multitud de citas que yo quise, así en este como en los demás Discursos evitar, por no enfadar a los lectores. Hago saber al Sr. Mañer, que algunas, y no pocas veces, el no citar, o el no señalar capítulos, folios, y números, va sobre la buena fe de que el Público ha de practicar la equidad de creer a un Religioso, que no le ha dado motivo alguno para que no le crea. Y también le hago saber, que aquellos que padecen frecuentes equivocaciones en citar lo que no dicen los Autores, por más que citen, no deben ser creídos hasta leer las especies en sus originales, y tomar los dichos personalmente a los testigos. A mí, [84] gracias a Dios, hasta la hora presente, por más que revolvieron los huesos a mis libros, no me han cogido en cita alguna falsa, y que, aun donde no cito, tengo muy bien que citar, lo verá en el presente asunto el Sr. Mañer.

4. Luego me da en los ojos con cinco errores comunes pertenecientes a la Historia Natural, que omití, y debí notar. Puede ser que haya omitido más de catorce, aunque esté en el conocimiento de que lo son, pues pocos hay tan felices, que les ocurra sobre un asunto de mucha extensión todo aquello que saben. De hecho en la reimpresión de mi segundo Tomo, que cuando escribo esto, está para hacerse, se notarán otros dos errores pertenecientes a la Historia Natural, que por olvido omití en la primera edición.

5. Pero veamos cuáles son esos cinco errores omitidos, de que ahora me hace cargo el Sr. Mañer. El primero, que falta una porción de mundo que descubrir, mayor que la descubierta. El segundo, que en el viaje de la América se va cuesta abajo, y se vuelve cuesta arriba. El tercero, que el mar está más alto que la tierra. El cuarto, que el Imán untado con ajo pierde su actividad. El quinto, que el Camaleón se sustenta del aire.

6. Respondo, que el Sr. Mañer, por querer decir todo lo que sabe, aunque no venga al caso, saca las cosas de sus quicios. Los tres primeros errores no pertenecen a la Historia Natural, sino a la Geografía. El cuarto pertenece al tratado de Magnete, que los Matemáticos ha muchos años hicieron suyo, y no me atrevo a turbarlos en la posesión. Fuera de esto, el primer error está tan lejos de ser común, que hasta ahora a nadie he visto que estuviese en él. El cuarto error tampoco es de los comunes. Vaya el Sr. Mañer preguntando por Madrid, que yo creo que andará calles enteras, donde no haya un alma que diga, si el Imán untado con el ajo pierde, o no pierde la virtud. Pero halló el Sr. Mañer esta especie verbo ail en el Diccionario de Dombes, que es su pan de cada día, y no quiso perderla.

7. El último, si es error, no hay duda que es error común, y que pertenece derechamente a la Historia Natural. [85] Pero no quise capitularle por error, porque dudaba, y aun dudo si lo es. Si yo le hubiera anotado por error común, estoy cierto que el Sr. Mañer me impugnaría, diciendo que no lo es. Ve aquí que me meto a adivino, y le digo punto por punto lo que sucedería en ese caso. Fuera el Sr. Mañer a su Oráculo sempiterno el Diccionario de Dombes, llegaría al verbo Camaleón: lo que hallaría allí lo primero, sería una relación de Mons. Perrault, el cual inclina a que el Camaleón no se sustenta del aire. Luego inmediatamente a ésta, vería citada otra relación de la señora Escuderi, la cual dice que dos Camaleones que la trajeron de la Africa, en diez meses que duraron no tomaron alimento alguno sensible; de donde infiere, que se sustentaron únicamente del aire. Vistas estas dos relaciones (que son todas las que hay allí en orden al alimento del Camaleón), ¿qué haría el Sr. Mañer? Lo que hace otras veces: tomaría la segunda, que es la que le hacía al caso para impugnarme, y dejaría la primera en el tintero. Pues quédese el Camaleón como se estaba, y coma lo que pudiere; que si yo le quisiese sustentar de alguna cosa sólida, por eso mismo el Sr. Mañer, aunque le viese morir de hambre, o reventar de flatos, no le daría sino aire, y más aire.

8. Vamos ahora discurriendo por los puntos de Historia Natural, que me impugna el Sr. Mañer, y desde luego le protesto, que ya que en dos de dichos puntos me alega el Diccionario de Dombes, en aquellos dos, y en casi todos los demás, le tengo de dar con el Diccionario de Dombes en los ojos, para que todo el mundo vea que el Sr. Mañer defiende una causa tan infeliz, que los mismos testigos que busca para su abono, deponen para su condenación.

Pigmeos

9. Yo digo, que no los hay; el Sr. Mañer, que sí. Allá va en todo caso su Diccionario de Dombes, v. Pygmee. Persona de corta talla, que no tiene más de un codo de alto. Pygmaeus. Dícese así del nombre de un Pueblo fabuloso, que se decía estar en Tracia, &c. [86]

10. ¿Qué alega por la existencia de los Pigmeos el Sr. Mañer? Dice, que se quiere dejar de las autoridades de Homero, Ovidio, Pomponio, Mayolo, Bartolino, y otros, porque no se las desprecie por apócrifas (¡y cómo!), y quizá con mucha razón (y sin quizá también) porque le basta el Profeta Ezequiel, que al cap. 27, describiendo las grandezas de la Ciudad de Tiro, dice así: Pygmaei, qui erant in turribus tuis, &c. Los Pigmeos, que estaban en tus muros. De aquí concluye el Sr. Mañer, que constando de la Escritura que los hubo, no se pueden dar por fabulosos. ¡Oh qué bien!

11. Si quien le socorrió al Sr. Mañer con este texto, y las tres versiones (bien que impertinentes) adjuntas, le hubiera advertido, que sólo muy pocos Autores con Nicolao de Lira entienden aquel lugar de la Vulgata en el rigor literal, y que ésta es hoy la exposición más desvalida de todas, estando opuestos a ella casi todos los Expositores Sagrados, le hubiera excusado la confusión de que ahora se le diga que hay poca diferencia de entender la Escritura por la corteza, a leerla sólo por el pergamino. Nadie sabe con certeza el propio significado de la voz Gammadim, que está en el Hebreo, y no se halla en otro lugar de la Escritura. De aquí vino la variedad de las versiones, según la varia raíz de donde cada uno deriva aquella voz; en tanto grado, que hay quienes, en vez de entender en ella Pigmeos, entienden Gigantes.

12. Decimos, pues, con el común de los Expositores, que la inteligencia de Lira es totalmente improbable: porque, ¿a qué propósito habían de colocar Pigmeos sobre sus muros? ¡Bella gente para defenderlos! Responde Lira, que no los ponían para defensa, sino para hacer irrisión de sus enemigos. ¡Buena escapatoria! ¿Y sólo para esto conducían gente de una Nación extraña? Quien cree esto, ¿qué no creerá? ¿Qué era menester sin poner sus mujeres, y niños sobre las torres, si el intento solo era dar a entender por escarnio a sus enemigos que les bastaban contra ellos los más débiles defensores?

13. Las tres versiones que alega el Sr. Mañer, cierto que son muy del caso. El Caldeo (dice) vierte Cappadoces, [87] Simmaco Medos, y los Setenta Custodes. ¿Y por qué regla, ni Capadoces, ni Custodes significarán Pigmeos, u hombres de brevísima estatura? Aun para los Capadoces ya hay alguna regla, que es la de Corripe Cappadocem, que como dice que se abrevie, podrá alguno entender en la brevedad del acento, la del tamaño. Dice el Sr. Mañer, que las dos primeras versiones se pueden aplicar a las Naciones de donde eran los Pigmeos. ¡Cosa inaudita! Ninguno de cuantos hasta ahora hablaron de Pigmeos, los puso, o fingió ni en la Capadocia, ni en la Media. Unos los colocaban en Tracia, otros los retiraban a la India Oriental, otros daban con ellos en la Etiopía, u otra alguna remota Región de la Africa. ¿Pero en la Capadocia, ni en la Media? Muy bien harían los Medos, si fuesen Pigmeos, tantas gloriosas conquistas como fue menester para hacerse dueños en la antigüedad de una de las cuatro famosas Monarquías; y mucha gloria de Ciro sería por cierto haberlos vencido, y sujetado a los Persas. ¿Qué es esto, sino perder totalmente el tino en la defensa de una causa injusta, y echar mano de lo primero que se presenta a la imaginación, aunque sea la extravagancia más absurda?

14. Prueba lo segundo el Sr. Mañer, que hay Pigmeos, señalando por tales la Nación de los Groelandos. Pero se engaña el Sr. Mañer. Que los Groelandos, los Lapones, y los Samoyedos, todas tres gentes muy Septentrionales, son de más corta estatura que las demás Naciones de Europa, se lee en algunos Geógrafos. Que sean propia, y rigurosamente Pigmeos, no sé que alguno lo diga; por lo menos de los Geógrafos modernos. Sólo vi citado en el Diccionario Portugués a Magino; Pero Bluteau, Autor del Diccionario, se ríe de él, y de los Pigmeos. Pygmaeus significa Cubitalis, hombre de un codo de estatura, derivado de una voz Griega, que significa Codo, como puede ver en el Calepino de Paseracio; y todas esas Naciones Septentrionales son de mucho mayor tamaño que un codo; y yo apostaré algo, sin haberlo visto, que nada dice contra esto el Atlante Veneto del P. Coroneli, que vuelve a danzar aquí, y que sólo dice (aun [88] según la cita del Sr. Mañer) lo que dicen otros Geógrafos; esto es, que los Groelandos son de corta estatura.

15. Dice el Sr. Mañer, que a los fines del año pasado de 1728 presentaron al Rey de Dinamarca tres varones, y dos hembras de aquella Nación, tan pequeños, que ninguno pasaba de codo y medio de altura. Yo se lo quiero creer, aunque sólo lo dice sobre su palabra. Pero de eso mismo se infiere que no son Pigmeos los Groelandos; porque es natural que para hacer el presente más exquisito, escogiesen los más pequeños que hallaron. Y si los más pequeños llegaban a codo y medio (que es exceder en medio codo la estatura de los Pigmeos), ¿cómo serán Pigmeos los demás?

16. Adviértese, que cuando negamos Pigmeos, sólo excluimos Nación entera que sea de esta estatura; no la posibilidad o existencia de algún individuo monstruosamente pequeño, que no pase de un codo.

Unicornio

17. Dice el Sr. Mañer, que dudando yo, como dudo, si son más los Autores que afirman su existencia, o los que la niegan, debí mantenerme neutral en esta cuestión; y que ponerme de parte de la negativa, fue querer decidir la duda con mi dictamen. Quiere decir, que la decidí por mi antojo, y sin razón alguna. Engáñase mucho el Sr. Mañer, o quiere engañar a los lectores. Desde el número 14 hasta el 23 doy pruebas de mi dictamen, y respondo a las objeciones, como se puede ver fácilmente. Ahora vaya por prueba de supererogación el Diccionario de Dombes, cuyos Autores, v. Licorne, después de representar la poca fe que merecen los Escritores, que afirman la existencia del Unicornio, y la insigne variedad que hay en sus relaciones, concluyen diciendo, que los Autores de más juicio tienen, que éste es un animal fabuloso. A éstos me atengo.

18. Aquí me apinge el Sr. Mañer, no menos que cinco descuidos. ¿Qué tales serán ellos? Como los demás. El primero le nota en esta cláusula mía: En una cosa están convenidos, [89] o todos, o casi todos los Naturalistas; y es, que hay alguna, o algunas bestias, que tienen sólo una asta en la frente: por tales señalan ya el Asno Indico, ya la Rupicabra Oriental, ya otra llamada Origes. Magistralmente decide el Sr. Mañer, que no hay tales bestias, ni otra alguna unicorne, sino la de que se disputa; y así los textos de la Escritura que nombran el Unicornio, no pueden salvarse sin la existencia de esta misma bestia, que yo niego.

19. Para justificar su proposición, y mi descuido, cita a Gesnero, Jonston, y el P. Scoto, en los cuales dice no parecen tales bestias unicornes, especialmente el Asno Indico, que es por quien comienza. Esta es la buena Crítica del Sr. Mañer. Va a la Real Biblioteca: revuelve allí dos o tres libros, y en no hallando en ellos la especie que busca, la condena por fabulosa. ¿Qué prueba es el silencio de tres Autores, para negar la existencia de algún animal? ¿Lo que se halla omitido en esos tres, no podrá hallarse en otros trescientos?

20. Aún no está descubierta toda la hilaza. Los tres deben rebajarse a dos; pues el P. Scoto no debe entrar en cuenta, por cuanto en su Física curiosa no tuvo la intención, ni le pasó por el pensamiento, de hacer historia de animales, sino de elegir a su arbitrio especies pertenecientes a Física, para divertir a los lectores.

21. Aún falta lo más, y lo peor; y es, que estos dos se quedan en uno. Es el caso, que Gesnero latamente, y no en una parte sola, sino en dos, trata del Asno Indico debajo de este mismo nombre: la una, verbo Monoceros, poco después del principio, ibi: Quin etiam Asinum, sive Onagrum Indicum, si non idem, inter Unicornia tamen animalia, &c. y prosigue diciendo en lo que conviene, y en lo que se distingue del Unicornio, cuya existencia cuestionamos, y asegurando la conveniencia en cuanto a ser unicornes entrambos. Pero más largamente, y más de intento, cuando trata de Onagro, sive Asino silvestri, donde tiene título separado para el Asno Indico, en letras mayúsculas, de este modo: De Asinis, vel de Onagris potius, Indicis. Y empieza a tratar de ellos por la [90] siguiente cláusula: Silvestres Asinos equis magnitudine non inferiores apud Indos nasci accepi, eosque reliquo corpore albos, capite vero purpureo, oculisque nigris (caeruleis vertit Raph. Volat.) esse, cornuque in fronte gerere unicum.

22. ¿Quién, a vista de esto, no admirará la confianza con que dice el Sr. Mañer que en Gesnero no se halla memoria alguna del Asno Indico? Aun si sólo tocara este Autor incidentemente, y de paso esta noticia, fuera disimulable audacia. Pero tratando Gesnero del Asno Indico debajo de título propio, ¿quién, si no lo viera, creería que había de atreverse, ni el Sr. Mañer, ni nadie, a decir que Gesnero no hizo de él ni aun la menor mención? Mas es, que dice, que en Gesnero no se halla noticia de otro algún Asno que el cada día por las calles encontramos. Y es bueno, que Gesnero después de tratar de esta especie común, largamente por títulos separados va tratando de otras muchas especies de Asnos. De Hinno, Inno, & Ginno, es un título; y éste comprehende tres especies distintas: luego de Onagro, Sive Asino silvestri: después de Asinis Scythicis, & Africanis, que son dos especies de Asnos cornutos. En fin, de Asinis, vel Onagris potius, Indicis, omitiendo otro título de Onocentauro, porque a éste le da por fabuloso. Cómo se dicen, y cómo se estampan estas cosas, yo no lo sé. Lo que sé es, que si para hacer Anti-Teatros, es menester asegurar que los Autores dicen lo que callan, y callan lo que dicen (como hasta ahora hemos visto que hace el Sr. Mañer, y aún veremos adelante mucho más), mejor fuera hacer cruces en la boca, que Anti-Teatros para remediar el hambre.

23. Con que sólo queda Jonston de los tres nombrados. Este Autor no le tengo, ni le hay en este País; así no puedo examinarle. ¿Pero qué debo discurrir? ¿Será verdad que no habla palabra del Asno Indico? ¿O será otra tal esta cita, que la de Gesnero? Como a mí no me hace al caso que este Autor lo diga, o lo calle; haga el lector el juicio que quisiere.

24. De la Rupicabra Unicorne, después de dar vueltas por aquí, y por acullá, viene a convenir en que Gesnero da [91] noticia de ella; mas es sobre la fe de un Autor Polaco, que cita, el cual afirma que se halla en los montes Carpacios. Mire qué tacha. Si los montes Carpacios tocan en parte a Polonia (como no hay duda), ¿quién mejor podrá dar noticia de los animales que hay en ellos, que un Autor Polaco? Y nótense las palabras con que cita Gesnero a dicho Autor: Antonius Schnebergerius in quadam ad me epistola agens de Unicornibus Rupicabris, inquit: Certum est, minimeque dubium in Carpatho monte versus Russiam, Transilvaniamque reperiri feras similes omnino Rupicabris, excepto quod unicum cornu e media fronte enascitur, nigrum, &c. Nótese, digo, que el Autor le dio la noticia a Gesnero en una carta escrita a él, y que le dice, que ésta es una cosa cierta, y que no admite la menor duda. Certum est, minimeque dubium. Nótese asimismo, que en otra parte le da Gesnero al Escritor, que le dio esta noticia, el glorioso atributo de Summus naturae perscrutator. Mire qué circunstancillas estas para que no le creyese.

25. También es falso lo que insinúa el Sr. Mañer, que Gesnero no cita otro Autor que aquel Polaco, por la Rupicabra Unicorne; pues once líneas más abajo nombra otro que afirma su existencia con estas palabras: Simeon Sethi, Capream etiam, quae Moschum gerit, Monocerotem esse scribit; donde advierto a los lectores que lo ignoraren, que Monoceros es voz Griega, que significa animal que no tiene más de un cuerno. También cita por la misma Cabra Unicorne en el fin del Corolario a la historia de Monocerote, a Alberto Moscenio, Polaco, a quien llama eximiae doctrinae juvenis.

26. De la Cabra Oryges dice, que Gesnero, aunque habla de ella, afirma que es animal ignoto en nuestro tiempo, y atribuye la misma limitación a Jonston, y al P. Scoto. Eso, con licencia del Sr. Mañer, no es del caso. El decir que es animal ignoto en nuestro tiempo, no es negar su existencia, si no es que se siga el extraordinario rumbo del Sr. Mañer, que niega todo lo que ignora. Item: Que este animal sea ignoto ahora, no lo dice Gesnero asertivamente, [92] sino con duda: Ferae nostro saeculo ignotae, ni fallor. Item: El que sea ignoto en este tiempo, no quita que fuese conocido en otros tiempos; y como lo fuese en aquel tiempo en que la Escritura habló del Unicornio, nos basta, y sobra: pues el que haya esta, y otras especies de bestias unicornes, lo traemos para el efecto de salvar los Textos de la Escritura que nombran el Unicornio, sin conceder que haya aquel animal determinado, a quien se da este nombre vulgarmente. ¡Válgame Dios, y los descuidos que se le caen al Sr. Mañer, a cada descuido mío que quiere notar! Si quiere más noticias de bestias unicornes, y los Autores que las traen, lea a César en sus Comentarios, lib. 6, cap. 26: a León Alacio sobre un texto de S. Eustatio, donde dice que algunos Autores señalan siete especies de bestias unicornes: al insigne Expositor Benedicto D. Agustín Calmet en su Diccionario Bíblico, donde dice: Porro Vaccae, Tauri, Equi, Asini, Damae, Caprae, aliaque plura animantia, aliquando Unicornia sunt. Poco antes había contado la Oryges entre estas especies, y poco después cita a Dalecampio para siete especies de brutos unicornes: al Diccionario Portugués de Bluteau, y allí estas palabras: Se por Unicorne habemos de entender hum animal, que tenha hum só corno na testa, ha muitos destes unicornes no mundo; porque na Africa, è na Asia ha Touros, Bacas, Cabalos, Asnos, Cabras, &c. que tem hum sò corno na testa; y en fin, a Gaspar de los Reyes en su Campo Eliseo, quest. 67, num. 6, donde cita otros Autores, que dicen lo mismo. Vea el Sr. Mañer, que el dejar de citar Autores no es por falta de ellos, sino por excusar el tropiezo embarazoso de citas en la lectura. Vea también, qué dirá el mundo de que el Sr. Mañer no halla en toda la Real Biblioteca un Autor que dé noticia de Asnos, y Cabras Unicornes, y yo haya hallado tantos sin entrar en ella.

27. El segundo descuido me le pone en haber escrito, que la noticia que da Alberto Magno de que el Unicornio se rinde manso y amoroso a una doncella, la copió de Juan Tzetzes. Opone a esto el Sr. Mañer, que Juan Tzetzes no dice que el Unicornio se rinde a una doncella, sino a un [93] muchacho vestido de mujer; y así, si Alberto Magno copió aquella noticia, no fue de Tzetzes, sino de S. Gregorio, que en el lib. 31 de los Morales dice lo mismo.

28. Aquí me es preciso (aunque con harto dolor de mi corazón) decir, que el Sr. Mañer incurre en una fuerte materialidad. Que al Unicornio le atraigan con una doncella, o con un muchacho vestido como tal, formalmente es una misma cosa, pues los mismos que dicen esto segundo, suponen el amor del Unicornio a las doncellas; por eso con el vestido le representan como tal al muchacho. Explicaréme con un ejemplo. Volaron los pájaros a las uvas pintadas de Zeuxis. ¿Diremos que aquellos pájaros eran amigos de uvas pintadas? No por cierto. Antes los atraían las pintadas, porque eran aficionados a las verdaderas. Pues haga cuenta el Sr. Mañer que estamos en el mismo caso. El muchacho vestido de mujer (en la relación de Tzetzes), era una doncella pintada para el Unicornio; y éste se iba amoroso a la doncella pintada, porque la juzgaba verdadera. Así Tzetzes, y Alberto coinciden en una misma cosa, que es el amor del Unicornio a las doncellas.

29. Es verdad que antes de Tzetzes S. Gregorio había dicho lo mismo, y no es éste el más antiguo Autor en quien se halla, como piensa el Sr. Mañer; pues en S. Eustatio, anterior a S. Gregorio, se halla la misma especie. Pero habiendo yo de impugnarla por fabulosa, tocaba a mi respeto callar aquellos Santos, y nombrar solamente a Tzetzes, Autor Griego, en quien se verifica lo de Graecia mendax, pues en 13 Chiliadas que escribió, echó las mentiras a millaradas. ¿Y quién duda, que S. Eustatio, y S. Gregorio tomarían aquella fábula de otro Griego más antiguo?

30. En el mismo número donde me nota este descuido el Sr. Mañer, me avisa otro, que para referirle es preciso prevenir a los lectores con aquello de Horacio:

Spectatum admisi, risum teneatis amici.

Es el cuento, que tratando de la especie del Unicornio que trae Alberto Magno, dije: Si fuese verdad lo que dice [94] Alberto, &c. sobre que el Sr. Mañer gustó de tirarme el siguiente varapalo: Y lo primero que se hace reparable, es el descuido en el modo de tratar a S. Alberto Magno con la llaneza de llamarle Alberto a secas: Así el Señor Mañer eo acumine quo pollet, eaque comitate qua assolet.

31. Alégrome cierto de que el Sr. Mañer me dé esas lecciones de cortesía, para pagárselas en la misma moneda. Ha de saber su merced, que esa que llama llaneza es el tratamiento más respetoso, y noble de todos, cuando se habla de algún hombre eminente. ¿Cómo es esto? Yo se lo diré. La mayor altura a que puede arribar el mérito de un sujeto, es, que sólo con decir su nombre, entiendan todos que se habla de él. Así, nada expresa tanto la heróica grandeza del Magnánimo Conquistador de la Asia, como el que habiendo habido tantos Alejandros en el mundo, y muchos por varios capítulos insignes, cuando se dice solamente Alejandro a secas, se entiende, que se habla de aquel héroe incomparable. El que le nombrase Alejandro Tercero, Rey de Macedonia, tan lejos estaría de tratarle con decoro, que le haría injuria, pues con eso mismo significaría que sólo el título de Rey Tercero de aquel nombre, y de aquel Reino, y no sus acciones gloriosas, le distinguía de los demás Alejandros. Del mismo modo, nadie nombra más dignamente a S. Agustín, que el que le llama a secas Agustino; porque habiendo habido muchos Agustinos célebres en virtud y letras, nada da idea más majestuosa de este gran Padre, como que el nombre de Agustino a secas le signifique a él, como que es único, o como que los demás en comparación suya, se obscurecen, y no tienen nombre alguno.

32. Y valga la verdad: ¿No oyó el Sr. Mañer mil veces en los Sermones nombrar Pablo, y Agustino a secas, cuando se citan estos dos Santos? ¿y Benito, Domingo, Francisco, Ignacio a secas, cuando se predica a estos gloriosos Patriarcas? ¿Será esto llaneza, o falta de respeto? ¿Pues qué me inquieta, sin qué, ni por qué? A fe que el Sr. Mañer es un hombre raro, y que hasta ahora no parecieron en la República Literaria reparos semejantes a los suyos. Pues creame, [95] que con ser tan singular, aunque escriba mil Anti-Teatros, no logrará que nadie le cite, diciendo Salvador a secas.

33. El tercer descuido que me nota, es, negar aquella existencia del Unicornio, lo que dice, no me puede ser posible sin caer en inconsecuente, porque en el primer Tomo, a la pág. 259, respondiendo a un argumento, dije: En cuanto al Monoceronte, Gesnero cita varios Autores, que aseguran, que aún persevera su especie. No sé qué contradicción hay aquí. Lo mismo digo ahora, que dije entonces: Es cierto, que Gesnero cita esos varios Autores; y con todo, yo me estoy firme en que no hay Unicornio. Para responder a aquel argumento, bástame lo que dije allí, sin meterme en la cuestión de si hay Unicornio, o no, porque no era lugar oportuno para entrar en esa discusión. ¿No sabe el Sr. Mañer, que a un mismo argumento se pueden dar diferentes respuestas? Luego no se infiere, que no me pueda ser posible (posibilidad refleja, o posibilidad de posibilidad, con la cual sólo atinó la singular Metafísica del Sr. Mañer) sin caer en inconsecuente. Sin caer en inconsecuencia, querría decir.

34. El cuarto descuido es, que cité a Olao Magno por la existencia de los Unicornios marinos: lo que no puede hacer, habiendo dicho en otra parte que este Autor está reputado por fabuloso. Tuviera razón el Sr. Mañer, si no hubiera citado más que a Olao; pero mire que cité juntamente con él a Gesnero, a Etmulero, a Willubeyo, y a Primerosio; y a la sombra de estos cuatro Autores ya puede entrar Olao Magno, aunque eche sus mentirillas de cuando en cuando. Precisamente ha de haber leído muy poco quien no haya visto citado mil veces a Olao Magno por los mismos que le juzgan de fe poco segura. Esto se compone confirmando su dicho con otros testigos. Y si al Sr. Mañer parecen pocos los alegados, lea a Jacobo Savari, y a Nicolas Lemeri en la voz Monoceros, y verá que uno, y otro dicen, que es fábula cuanto se cuenta del Unicornio, y que las astas que comúnmente se enseñan, son de un pez llamado Narval. [96]

35. El quinto descuido es haber dicho, que es imposible darse antídoto universal para todos los venenos. ¿Y qué hay contra esto, Sr. Mañer? Hay el que Barba, Arte de los Metales, cap. 4, dice, que la tierra Lemnia, dicha así, (son palabras del Sr. Mañer) porque se saca de la Isla de Lemos, es remedio universal contra todo género de veneno. ¡Gran Médico debió de ser este Barba, cuando su autoridad sola basta para calificar de universal un antídoto! Así lo juzgarán sin duda los lectores que ignoren qué Autor es éste. ¿Pero qué carcajadas darán, cuando sepan que no fue Médico chico ni grande, ni Cirujano, ni aun Barbero? El Licenciado Alvaro Alonso Barba, fue un Cura de la Parroquia de S. Bernardo en el Potosí, que con la ocasión que le daba la proximidad de las Minas, se aplicó a su inteligencia mecánica; y escribió un librito sobre este asunto, que intituló Arte de los Metales. ¿Pues qué más quieren? ¿No es Autor a propósito este para dar nombramiento sellado de antídoto universal a la tierra Lemnia, y a lo que él quisiere? Sí por cierto: del mismo modo que el Sr. Mañer, o su Impresor lo es para hacer Isla del Archipiélago a la tierra de Lemos.

36. Supongo, que algo más autoridad tendrá que el Licenciado Barba, en materia médica, el famoso Médico de Lieja Herman Boherave. Léale pues, en sus Instit. Medic. num. 1129, y allí estas palabras: Generale autem antitoxicon prophylacticum nullum omnino cognoscitur hactenus, quin & repugnat tale esse. Y en Ballivio, Dissert. de Tarant. cap. 8, hallará, que para la mordedura de la Tarántula no hay antídoto que aproveche sin la música.

37. Otra buena es, que la piedra de la serpiente está reconocida por antídoto universal; y añade el Sr. Mañer, que ésta es cosa tan notoria, que no admite disputa. Alabo la satisfacción que tiene de la credulidad de los lectores. Los que más extensión dan a la virtud de esta piedra (o cuerno, por mejor decir) es para curar toda mordedura de sabandija venenosa. Pero tome el Sr. Mañer una dragma de solimán por la boca (lo mismo digo de otros innumerables venenos), y veremos de qué le sirve la piedra de la serpiente. [97]

Basilisco

38. Dice el Sr. Mañer que no pruebo bien que el Basilisco carezca de la eficacia venenosa que vulgarmente se le atribuye. ¿Por qué? Porque los que estamos (son palabras suyas) en que mata con la vista, no entendemos sea con los rayos visuales, sino con los venenosos efluvios que por aquella parte despide; y esto no en cualquiera positura, sino en la vista recíproca, y distancia proporcionada; esto es, que no estando muy distante, mire el Basilisco cuando a él le miren.

39. Si el Sr. Mañer habla por sí solo, no es del caso, pues yo no me puse a impugnar su propia opinión, ni sabía cuál era ésta cuando escribí del Basilisco, ni aun sabía que había D. Salvador Mañer en el mundo; sino la opinión vulgar y común. Si le ha dado sus poderes el Vulgo para responder por todos los comunes, y explica en su voz el sentir de toda la Cámara Baja, es falso lo que dice: pues la opinión vulgar es, que mata el Basilisco con la vista (hablando con propiedad) sin acordarse de efluvios, ni aun saber qué cosa son efluvios, ni haberlos oído nombrar.

40. Lo de la vista recíproca también es falso. La opinión más común, aun entre los Naturalistas, es, que el Basilisco mata mirando, aunque no sea visto. Lo de la distancia proporcionada, en el sentido en que lo toma el Sr. Mañer, también es añadido. Lo que dicen los que afirman esta fábula, es, que el Basilisco alcanza a matar adonde alcance a ver, sin pedir más proximidad o proporción. Así todo lo que nos dice el Sr. Mañer para hacer mi prueba ineficaz, es un tejido de supuestos arbitrarios, y una desfiguración total de la opinión común, para evadir la dificultad.

41. Si la opinión vulgar acerca del Basilisco fuese la que pinta el Sr. Mañer, lo que yo diría en ese caso, es, que no hallaba repugnancia física en el hecho; pero que esto no bastaba para creer su existencia, no alegándose pruebas experimentales, calificadas por Autores fidedignos; porque no todo lo que es posible se debe admitir como existente. [98]

42. El Diccionario de Dombes (porque no nos falte este socorro) afirma, que el Basilisco pasa entre los modernos por serpiente fabulosa. Y poco más abajo añade, que los hombres de juicio se burlan con Mathiclo de las relaciones que hay tocantes a esta materia. Con el Diccionario de Dombes concuerda perfectamente el de Moreri, y con uno y otro el Portugués de Bluteau; a que añadiremos la autoridad del célebre Benedictino Calmet en su Diccionario Bíblico, v. Basiliscus, cuyas son estas palabras: Insigniores tamen Medici, & Philosophi recentiores, putant commentitium, & prorsus inventum, quidquid de Basilisco fertur: addunt etiam a nemine unquam visum fuisse.

León

43. Lo primero que aquí encuentro, es una corrección magistral, porque dije que cuanto escribieron los Naturalistas de las admirables antipatías de algunos animales, todo es mentira. Dice el Sr. Mañer, que para afirmar que todo es mentira, es necesario probar que los Autores escribieron contra su mente, lo que es dificultoso, &c. ¿Qué hemos de decir a esto? Que el Sr. Mañer no sabe que la mentira se divide en formal, y material, y que sólo a la primera conviene en ser contra mentem. ¿Y por qué no lo diremos? No es injuria afirmar que el Sr. Mañer ignora lo que no ha estudiado, ni tiene obligación a estudiar. Lo más que podrá censurársele es, que se haya metido a escribir sobre materias de que no ha estudiado ni aun los primeros rudimentos.

44. Vamos al caso. Dice, que la experiencia que yo alego de Camerario, no prueba que el León no huye del canto del Gallo, sino que no huye de la presencia del Gallo. No es mala la distinción si valiera. Pero el mismo Sr. Mañer hace que no valga; pues después de referir la experiencia de Camerario, que fue, que soltándose un León dio en un gallinero, donde mató juntamente con el Gallo la mayor parte de las Gallinas, añade la del Doctor Barreta que vio varias veces en el Retiro ser pasto de los Leones, algunos [99] Gallos. Pregunto ahora al Sr. Mañer: ¿Si todos esos Gallos estaban callandito, y no dijeron siquiera esta boca es mía, cuando los acometían los Leones? Decir que ninguno chilló, es quimera. Chillarían todos, y mucho, salvo que hubiese alguno tan desgraciado que tuviese la garra del León sobre su cabeza y pescuezo, cogiéndole enteramente sin prevención, lo que es casi imposible. Si chillaron, y los Leones no huyeron, ve aquí que no le amedrenta más al León el canto, que la presencia del Gallo. Si no es que nos diga el Sr. Mañer, que no es lo mismo cantar el Gallo, que chillar, o gritar. Mas tampoco esta distinción puede aprovecharle; pues si el canto del Gallo pone miedo al León, debe ser por el metal de la voz, no por el tono o serie de la solfa; pues siendo así, si aquella misma solfa se trasladara a la voz humana, hiciera el mismo efecto; y con prevenirse bien un cantor de quiquiriquíes, se podría entrar, como por su casa, por las cuevas de los Leones.

45. Mas si, con todo, las experiencias propuestas no le hacen fuerza, vea al Sr. Caramuel en su Teología fundamental, num. 405, donde pregunta: An Leo Gallum fugiat? Y dice lo siguiente: Leonem dicunt voce Galli terreri, & fugere (mire si estamos en los términos de la cuestión): luego: Haec sententia apud vulgus obtinuit, & in multis philosophorum libris reperta, ab omnibus creditur, & supponitur; etsi quotidiana experientia (aquí conmigo) demonstret evidenter contrarium. ¿Quiérelo más claro? Pues prosiga en la lectura de aquel pasaje, y verá que el Sr. Caramuel habla de experiencias oculares suyas, que tuvo en Madrid, Valladolid, Gante, y Praga. Vaya ahora, para mayor abundamiento, el Diccionario de Dombes, verb. Lion, dice así: Es un error popular creer, que el León tiene miedo al Gallo. Supónese, que pues le llama error popular, habla del miedo al canto: pues éste es el miedo que la opinión popular le atribuye. Vaya también con el de Dombes el Diccionario Académico Francés de las Artes, y las Ciencias, asimismo verb. Lion. Estas son sus palabras: Dícese también, que tiene miedo al Gallo, y su canto le hace huir; pero se [100] ha visto lo contrario por experiencia.

46. Sobre el otro asunto, si el León huye del fuego, el Sr. Mañer altera enteramente el asunto de la cuestión. Todo lo que dice y alega, probará cuando más, que a todos los brutos, especialmente los silvestres, es molesta la vista de la llama, o porque hace en su órgano alguna impresión desapacible, como aun en los hombres sucede algo de esto, o por ser objeto muy insólito a sus ojos, y totalmente desemejante a cuanto ven en las selvas. Pero no es eso lo que yo niego; porque no es eso lo que aquí se trata. La cuestión es, si determinadamente en la especie Leonina hay alguna aversión antipática que la obligue a huir del fuego. Esto es lo que yo negué, y probé mi dictamen con la experiencia referida por Juan Bautista Tabernier; a la cual piensa el Sr. Mañer que opone algo con decir, que el interés del pasto movió al León a agarrar el Soldado que estaba junto a la hoguera. Señor mío, si la aversión del León al fuego fuese antipática, no se llegaría a él (según la doctrina corriente de los Naturalistas que refieren estas antipatías), ni por el interés de un pasto, sin el cual podría pasar, ni aun por librar de un riesgo evidente la vida. Así dicen los Autores antipáticos que la culebra no pasa por donde hay ramas de fresno, aunque la maten; que los ganados no pasan por sitio donde estén enterrados los intestinos del lobo, aunque los deslomen, &c.

Sangre menstrua

47. Dije que hay mil experiencias de que la sangre menstrua no tiene la actividad ponzoñosa que tantos libros la atribuyen. Esto le revuelve la sangre y la bilis al Sr. Mañer porque dije mil experiencias a bulto, sin determinarlas una por una; y a fe que era menester un gran libro para esta relación individual. ¿Y qué haríamos con eso? El público sin eso me cree, porque me ha experimentado hombre de verdad en mis escritos; y al Sr. Mañer tan fácil le sería negar las mil experiencias determinadas, como indeterminadas. Por esto, y porque la materia no es muy [101] limpia para manejada tan de cerca, omitiendo la noticia privada que tengo de algunos experimentos, echaré por otro camino, y le pondré delante al Sr. Mañer Autores de especial nota, para hacer fe en esta materia; esto es, Médicos sabios, prácticos, y modernos.

48. Teodoro Craanen (Dissert. Phisic. Medic. part. 2, pag. 519.), largamente prueba con razón y experiencia, que las menstruadas no manchan los espejos, ni su sangre es venenosa. Juan Dominico Santorino (Opusc. de Catameniis, num. 7) niega a la sangre menstrua toda cualidad deleteria o venenosa; y en el número 31, después de decir, como muchos le atribuyen cualidad maligna, prosigue: Verum mira quae de hoc sanguine praedicantur, antumo potius esse vetularum nugas, aut circulatorum figmenta. Este Autor es de grande autoridad en lo que tratamos; porque escribió tratado particular del flujo menstruo, que eso significa Catamenia. Lucas Tozzi (lib. 5 Aphorism. 39) dice, que en la retención larga de menstruos se hace de la sangre leche; lo que no pudiera ser, si ella fuera tan mal condicionada como dicen. Juan Jacobo Waldismit (tom. 1, pag. 114) da por sentado con experiencia, que la sangre menstrua, bien constituida, cerca del novilunio expira cierto olor fragrante, al modo de las flores de la Caléndula; donde no sólo se debe notar el buen olor, el cual remueve toda sospecha de la alta corrupción, que le atribuyen, mas también aquella expresión bien constituida (bene constitutus): luego el ser sangre menstrua, no es incompatible con que esté bien constituida, o bien condicionada.

49. Si nos hiciese mucho al caso la autoridad de Aristóteles, también la prodríamos agregar; pues éste (lib. 2 de Generat. Animal. cap. 20) afirma, que son de una misma naturaleza la sangre menstrua, y la leche: Eadem natura lactis, & menstruorum est. Lo que coincide con lo que poco ha alegamos de Lucas Tozzi.

50. Corone la fiesta el Diccionario de Dombes, donde después de referir lo que Hipócrates, Plinio, y Columela dicen de la cualidad maligna de la sangre menstrua, se añade: [102] Pero todo esto es fabuloso; pues es cierto, que esta sangre es la misma que la que está contenida en venas y arterias.

51. Advierto, que alguno de los Autores alegados admite que las mujeres en el tiempo del flujo menstruo pueden alterar algunas cosas, como vinos, y guisados; pero no por razón de la sangre, sino de los copiosos hálitos que entonces arrojan por transpiración. Mas aun esto, si tal vez sucede, se debe atribuir a la constitución particular de algunas; siendo cierto que en muchas casas unas mismas criadas están guisando todo el año en la cocina, y sacando el vino de la bodega, sin que se avinagre el vino, ni se estraguen los guisados.

52. Sr. Mañer: las autoridades que aquí he alegado, pudiera haber estampado también, cuando escribí contra este error común, y aun otras muchas. Pero no quise llenar de citas, ni en esta, ni en otras materias, porque es borrar papel, y embarazar al lector. No hay cosa más fácil que amontonar autoridades. Este es un atajo para hacer gruesos volúmenes a poca costa; porque entre tanto que se traslada, no se discurre. Yo seguiré el método que he guardado hasta aquí, aunque lluevan Anti-Teatros. Una cosa es ser Autor, y otra Copiante. Aquel, de que lo ha leído en varios Autores sobre esta o aquella materia, forma una masa metal, que después con su propio discurso extiende, ordena, y sazona. Este, sin estudio previo ni uso del discurso, sólo con ponerse los libros delante, va sacando retazos de aquí, y de acullá, y cuando más, cose, pero no teje.

Piedra de la Serpiente

53. Dije que las que se venden por tales, no lo son, sino trozos de cuerno de ciervo preparado. Contra esto no opone otra cosa el Sr. Mañer, sino que Juan Bautista Tabernier dudó si estas piedras son facticias, o naturales, y en las Memorias de Trevoux del año de 1703 se halla expresada la misma duda. Uno, y otro es cierto; pero ¿qué sacamos de aquí? ¿Es preciso que duden todos, lo que [103] aquellos dudaron? ¿Cuántas cosas para unos son dudosas, y para otros ciertas?

54. Lo que realmente sucedió en esta materia fue lo que regularmente sucede en el desengaño de otro cualquiera error. Lo primero es el error: al error sucede la duda, y a la duda el desengaño. Tiempo hubo en que todos creían que éstas eran legítimas piedras: empezaron después a descubrirse motivos para la desconfianza, y se suscitó la duda. Este fue el estado en que halló esta materia Tabernier, si acaso no fue él el primero que trajo la duda a Europa. Y en fin, la investigación a que movió la duda, produjo el desengaño de que no son piedras naturales, sino facticias; esto es, trocitos de cuerno de ciervo tostados.

55. El engaño que hubo al principio, fue motivado de la codicia, y fue común a otras mercancías Orientales; porque para subirlas excesivamente el precio, fingían los vendedores, o la esencia, o los accidentes que podían hacerlas más estimables. Así en aquel tiempo en que la canela nos venía por manos de los Arabes, persuadieron a los Europeos que era menester ir a buscarla en los nidos de las águilas; siendo así que hay en Ceilán muchas, y grandes selvas de estos árboles. Mucho después se hizo creer acá que la porcelana se formaba de conchas, que era menester más de un siglo para prepararlas; y no es otra cosa que una beta de tierra que se halla en aquellos países, como afirman los PP. Matín Martini, y Luis le Compte, Misioneros Jesuitas, como testigos de vista. Lo propio sucedió con la piedra de la serpiente, para venderla mucho más cara de lo que es razón; porque la circunstancia de raro y peregrino sube el precio a cualquier género; y ya se ve cuanto más rara será una piedra que sólo se encuentra en la cabeza de ciertas serpientes que hay en parte determinada del Asia, que un pedacito de cuerno de ciervo, que en cualquier parte se halla.

56. Hoy está descubierto el secreto, y no sólo en la Asia, mas en nuestras Islas Filipinas, y en la América se hacen estas fingidas piedras; de modo que no hay más duda, [104] que la que quiere introducir uno u otro interesados en la venta, los cuales no pudiendo ya mantener el engaño en un todo, se esfuerzan a mantenerle en parte, procurando persuadir que hay piedras facticias, pero que también las hay naturales; lo que se desvanece fácilmente, observando la perfecta semejanza que tienen todas en peso, textura y color, salvo la distinción que les da a algunas, el estar más o menos tostadas.

57. Lo que dice Juan Bautista Tabernier, que en su tiempo sólo los Bracmanes las vendían, es una eficacísima prueba de la suposición. Porque si las piedras fuesen naturales, y se hallasen en la cabeza de tales serpientes, tan fácil les sería hallarlas, y aprovecharse de ellas a todos los demás naturales de aquel País, como a los Bracmanes. ¿Sabíase cuál era la serpiente, que las criaba? ¿por qué no podrían matarla los que no eran Bracmanes, y sacarla la piedra? Es, pues, sin duda, que si sólo los Bracmanes conservaban entre sí el secreto de la piedra ficticia, sólo ellos sabían de qué materia se hacía, y escondían la noticia con la ficción de que la hallaban en la cabeza de alguna serpiente, de la cual acaso en todo el País no había sido el nombre que ellos querían darla.

58. Aquí me nota un descuido el Sr. Mañer, que es haber escrito, que los Bracmanes de la India son los Sacerdotes de aquellos Idólatras. Dice el Sr. Mañer, que no son los Sacerdotes, sino los Nobles de aquel País; pero no da otra prueba de su contradicción que la que se contiene en esta cláusula: Su Reverendísima pudo haberlo visto en las Memorias de Trevoux de 1713, art. 91, donde se dice la casta de los Bracmanes, o la alta Nobleza. Perdone su merced, que yo no pude haber leído en el lugar que me cita, lo que no hay en él. Vi todo el artículo citado, el cual trata de los cuatro tomos, que con el título de Summa Criticae Sacrae sacó a luz el P. Querubin de S. José, y en todo él no hay palabra tocante a Bracmanes, ni Bramenes, ni Bramines, que de todos estos tres modos se nombran.

59. Esto de los descuidos que me nota el Sr. Mañer, [105] es de las comedias más graciosas que jamás se habrán representado en el Teatro Literario. Empeñóse en notarme setenta descuidos en mis dos primeros Tomos. Voy mirándolos uno por uno, y en todas partes, en vez de mis descuidos encuentro sus alucinaciones.

60. Pues el Sr. Mañer no da más pruebas de que los Bracmanes de la India son los Nobles, que una cita supuesta, yo estoy exento de darla en mi defensa; pues su merced hace el papel de actor, y yo de reo. No obstante, porque todo lo admite el partido, allá van por gracia y amistad esas pruebas.

61. En materia de significaciones de voces tienen su propia jurisdicción los Diccionarios, y así vayan éstos delante. El de Dombes: Bramin, o Bramine. s.m. Este es un Sacerdote de la Religión de los Indios Idólatras, sucesores de los antiguos Bracmanes. El de Moreri: Bramenes, Bramins, o Bramines. Secta de Paganos en las Indias, que se dedican al culto de sus Idolos, y al ministerio de sus Templos. Después de los Diccionarios, parezca el doctísimo Prelado Pedro Daniel Huet, el cual en su Demostración Evangélica, prop. 4, art. 6, trata largamente de los Bracmanes, conociendo siempre en ellos la cualidad de Sacerdotes, ibi: Apud illos (Indos) sacris procurandis Bracmanes vacant. Después de interponer otras cosas: Ad Idola accedentes Bracmanes tintinnabulum gestant, instar tintinnabulorum summi Hebraeorum Pontificis. Más abajo: Solis Bracmanibus patent interiora templi. Poco después: Cibaria Idolis Bracmanes apponunt, instar panum propositionis. Así va discurriendo en el paralelo que hace de los ritos de los Bracmanes o Sacerdotes Indianos, con los de los Sacerdotes de los Hebreos. En fin, el Obispo Osorio, citado en el Teatro de la Vida humana, tom. 3, pag. 363. Indorum Bracmanes Sacerdotes, &c. Pónese la cita de Osorio, lib. 2. Rerum Emmanuelis. Andese el Sr. Mañer a caza de descuidos. [106]

Ballena

62. Es la cuestión si la Ballena tiene la garganta tan estrecha, que no quepa por ella (como siente el vulgo) más que una sardina. Dije que no; y el Sr. Mañer, que quiere impugnarme, no alega a favor de la opinión del vulgo prueba alguna que pueda llamarse tal: cita unos Autores, que dicen que a la Ballena no le cabe en un hombre entero por la garganta. Sea así norabuena. ¿Esto probará que no la cabe más de una sardina? ¿No hay medio? Quépale un Congrio, o una Merluza, y estoy contento, porque para impugnar el error vulgar, esto basta.

63. Cita después los Diccionarios del Abad de Chalivoi, y el de los Autores de Dombes, la Relación de la Embajada de los Holandeses a la China, Gesnero, y Aldrovando, en prueba de que las Ballenas sólo se alimentan de cierta espuma que extraen del mar, de unos pequeños insectos, y de algunas hierbas, sin que jamás en su vientre se hallen peces gruesos, ni aun medianos; y según Gesnero, ni aun pequeños trozos de peces: Sine ullis piscium frustis. Tampoco todo esto admitido, prueba cosa. A ningún buey le han hallado en el vientre, sino menudísimos trozos de hierba despedazada; a ningún caballo otra cosa, que esto mismo, o granos de cebada, o paja muy triturada; sin que por eso pueda inferirse que al buey, y al caballo no les quepan por la garganta una pera, o una manzana enteritas. De modo, que el alimentarse la Ballena de las cosas dichas, puede depender de que ésas cuadran a su complexión, y su gusto, y no de que no pueda pasar cosas más gruesas.

64. Y es muy de notar, que ninguno de los Autores citados por el Sr. Mañer, que especifican el alimento de la Ballena, nombra la Sardina, siendo así que se sabe, que éste es ordinarísimo alimento suyo. De donde se infiere, o que el Sr. Mañer cita mal, o que los Autores citados trataron esta materia con grande inconsideración. De cualquier modo, para nuestro intento se anula enteramente su autoridad. [107]

65. Pero lo más reparable de todo es el engañoso modo de citar que practica el Sr. Mañer. Cita a los Autores de Dombes, y la Embajada de los Holandeses a la China para el asunto de que las Ballenas sólo se alimentan de espuma, y de unos pequeños insectos. Cita asimismo a Gesnero, para persuadir que no se halla jamás pez alguno, ni grande, ni chico, en el vientre de la Ballena. Sobre esto hay muchas cosas que advertir; y es bien advertirlas, porque nadie se deje sorprender de las citas del Sr. Mañer.

66. Adviértese lo primero, que cuando los Autores de Dombes dicen que las Ballenas se sustentan de la espuma del mar, no hablan ex mente propria, sino aliena, como se conoce en este ádito pegado a la noticia: Según lo que dicen Eliano, Rondelecio, y Gesnero. Adviértese lo segundo, que la Relación de la Embajada de los Holandeses a la China, se halla citada en los Autores de Dombes dentro del mismo parrafillo donde está lo que cita de ellos el Sr. Mañer. Adviértese lo tercero, que en el parrafillo siguiente citan dichos Autores la Relación de la Embajada de los Holandeses al Japón, la cual dice lo contrario de lo que se refiere en la Embajada a la China. La Embajada a la China dice que no se halla en los estómagos de las Ballenas sino ciertas arañas negras, y un género de hierba verde. La Embajada a el Japón dice, que es cierto que se alimentan de peces, y que se han hallado en el vientre de algunas, cuarenta, o cincuenta. No se advierte esto para notar de encontradas las dos Relaciones, pues puede ser que en diferentes mares tengan diferente gusto y nutrimento las Ballenas, y que aquellas dos Relaciones hablen de las que se hallan en mares distintos: digo que no se advierte para este fin, sino para que se conozca la añagaza del Sr. Mañer en citar; pues estando inmediatos los dos parrafillos, el uno en que se cita la Embajada de los Holandeses a la China, el otro en que se cita la Embajada de los Holandeses al Japón, sólo citó aquélla, porque le pareció que podía hacer al caso para impugnarme, y omitió ésta, que claramente prueba mi sentencia. Adviértese lo cuarto, que la cita de Gesnero es [108] engañosa, porque donde este Autor dice sine ullis piscium frustis, no habla ex propria mente, sino de opinión de Rondelecio, a quien cita en el título de Ballena, &c. Rondeletius. Pone inmediatamente debajo la imagen o dibujo que hace del pez, Rondelecio; y luego entra la Relación escrita por el mismo Autor. Adviértese lo quinto, que la Ballena de que allí se habla, no es propiamente tal, sino espuria, como notó el mismo Gesnero; y así después pone otro título separado, de este modo: De Ballaena vera. Rondeletius. Adviértese lo sexto, que citando Gesnero los dichos de más de treinta Autores en orden a la Ballena, sólo uno se halla entre ellos que favorezca algo la opinión del vulgo. Digo algo, porque ni aun éste afirma la estrechez de la garganta, sino que tiene en ella atravesada una membrana con varios agujeros, por cada uno de los cuales sólo puede caber un pequeño pez.

67. Adviértese, en fin, que cuando Gesnero habla ex mente propria (lo cual hace en el Corolario) exhibe prueba decisiva a mi favor: pues afirma, que el año de 1545 se pescó en Grypsuvald, puerto de la Pomerania, una Ballena, en cuyo vientre se halló gran copia de peces, y entre ellos un Salmón vivo, largo de una vara: In ejus ventriculo reperta est ingens copia piscium non concoctorum adhuc, & inter alios Salmo, sive lachsus vivus ulnae longitudine. Donde se deben advertir tres cosas. La primera, que dicha Ballena era de las más pequeñas, pues excedía poco de veinte y cuatro pies: y si ésta podía engullir un Salmón grande vivo, ¿qué podrán engullir algunas, que se han hallado largas doscientos pies, o cerca? como se lee en muchos Autores, y entre ellos en el Diccionario de Dombes; dejando aparte las de la China, a quienes se atribuye sin comparación mayor tamaño. Lo segundo se debe advertir, que esta Ballena se cogió, viviendo ya en edad de veinte y nueve años (según la cuenta que hice) el mismo Gesnero: por lo cual pudo asegurarse bien del hecho. Lo tercero, que este Autor dice que el Canciller de la Pomerania (Cancellarius Principum Pomeraniae) le escribió esta noticia a Sebastián Munstero. [109] Y era aquél mucho personaje para juzgarle capaz de escribir cosa que no fuese verdad en materia en que no podía sacar interés alguno de mentir. El P. Jorge Fournier, célebre Jesuita, en su Tomo en folio de Hidrografía, pag. 183, dice, que en tiempo de Felipe II se halló en Valencia una, que tenía en el vientre dos hombres muertos. Omitimos otras historias y autoridades, que podríamos alegar al mismo intento.

Torpedo

68. En este asunto hace el Sr. Mañer que me impugna, y no me impugna. Yo concedí que este pez, si le tocan con un asta, o báculo, produce en el brazo del que le hiere una breve sensación dolorosa mezclada con algo de estupor. Sólo negué que cogido en el anzuelo, por el hilo y la caña comunique alguna cualidad capaz de entorpecer el brazo del pescador; o que haga el mismo efecto el contacto de la red en que le cogen. Pongo las propias palabras de que usé, así en la afirmativa, como en la negativa. Ahora véase todo lo que sobre este punto alega el Sr. Mañer, y se hallará, que las autoridades y experiencias que propone, prueban únicamente lo que concedí, y ninguna de ellas lo que negué. ¿Pues para qué se metió en este asunto? Para lo que en otros muchos: para hacer que hacemos, y abultar el escrito.

69. Y noto que a Stefano Laurencini, a quien halló citado en el Diccionario de Dombes, verb. Torpille, le cita el Sr. Mañer diminutamente; y que según lo que dice este Autor, aun de lo mismo que yo concedo al Torpedo, se debe rebajar mucho: pondré su cita, como se halla en el Diccionario citado: El Sr. Stefano Laurencini, Florentín, hizo un Tratado particular de Torpedo. Dice, que la pequeña especie no pesa jamás más de seis onzas, y que la grande pesa desde 18 a 24 libras. Coloca este pez en el número de los vivíparos. Su corazón palpita ocho o nueve horas después de arrancado. Pero afirma (aquí conmigo), que es menester [110] tocar el Torpedo inmediatamente con la mano en dos músculos que le ciñen, donde reside su veneno, para sentir el estupor.

70. Según este Autor, pues, es claro que el contacto con el báculo, u otro cualquiera, que no se haga con la mano inmediatamente, no basta para causar estupor: ni aun el de la mano basta, si ésta no toca alguno de los dos músculos. Hemos quedado lindamente, Sr. Mañer. De modo, que este Autor (que es de gran peso en la materia presente, porque la trato más de intento que todos los demás, y había según sus experiencias propias, a lo que se deja entender), no sólo impugna la facultad estupefactiva del Torpedo, según aquella extensión que le da la opinión común; pero rebaja mucho, y aun muchísimo de lo que yo admito. ¡Oh, si me trajera muchas de estas citas el Sr. Mañer, cuánto se las estimara yo!

71. Lo de si el Torpedo produce el pasmo con virtud narcótica, o por vía de mecanismo, es cuestión que no pertenece a la Historia Natural, sino a la Física: ajustado el hecho, que es lo que toca al Naturalista, en orden a la causa cada uno razona según los principios físicos que sigue. Que los PP. Kirquer, y Scoto lo atribuyesen a virtud narcótica, no hay que extrañar, porque seguían la antigua Filosofía, que todo lo compone con virtudes, y cualidades, y en su tiempo estaba aun muy niña la Física, que favorece el mecanismo. El Laurencini, en aquella expresión donde reside su veneno, da a entender que siente lo mismo. Pero la circunstancia de que sólo se sigue el efecto, tocando al Torpedo en los músculos (los cuales son los instrumentos inmediatos del movimiento), es una valiente conjetura de que es obra de puro mecanismo. Lo mismo se persuade también, si el estupor no se comunica por el contacto mediato del hilo del anzuelo, u de la red, u de otro cualquier cuerpo, que pueda complicarse; sí sólo por un báculo, u otro cuerpo, que no se doble fácilmente; y es, que por medio de éste hace impresión en la mano el movimiento del Torpedo, lo que no puede por el otro. [111]

72. Si el Sr. Mañer, u otro cualquiera quisiese ver admirablemente explicado cómo este pez produce el estupor, y hormigueo en el brazo por puro mecanismo, vea la Historia de la Academia Real de las Ciencias del año de 1724, página 19, donde hallará la explicación dada por Monsieur de Reaumur, tan ajustada al fenómeno, y tan conforme a la exacta anatomía que el mismo Académico hizo de este pez, que a ningún hombre razonable dejará la menor duda.

Árbol de la Isla de Hierro

73. Dije que en la Isla de Hierro (una de las Canarias) no hay el Árbol, de cuyas hojas se cuenta que se destila diariamente agua bastante para el uso de todos los moradores de la Isla; pero sin meterme en si le hubo, o no en otro tiempo. El Sr. Mañer concede que no le hay hoy; pero dice que le hubo en otro tiempo. Estamos compuestos, pues el Sr. Mañer concede lo que yo afirmo, y yo no me meto con lo que él añade. No obstante el Sr. Mañer se extiende en este punto, por abultar como está dicho, aunque no tiene que impugnar.

74. Mas por hablar claro, lo que no dije en el Teatro Crítico, lo digo ahora: que tampoco creo que hubo algún tiempo este árbol. El Sr. Mañer sólo cita por su pasada existencia al Licenciado Núñez de la Peña, quien dice (según la cita del Sr. Mañer), que después de haber durado muchos años, un furioso temporal le arrancó el año 1625. No he visto al Licenciado Núñez de la Peña, y puedo temer que esta cita se parezca a otras muchas que quedan atrás notadas, y a otras muchas que se notarán en adelante. Pero no haya defecto alguno en la cita. Digo, que es poco fiador un Autor sólo para asegurar una maravilla tan grande de la naturaleza, y que no tiene semejante en otro algún lugar del Mundo. Este es argumento legítimo de crítica. Dice el Sr. Mañer, que el tal Licenciado Núñez de la Peña era natural de aquellas Islas. Confieso, que es circunstancia que le proporcionaba para informarse bien del hecho. Pero asimismo [112] es circunstancia, que para la fe le rebaja el crédito: porque la pasión nacional suele hacer a los Escritores fáciles, o ya en creer, o ya en referir prodigios que tocan a su País.

75. Lo más célebre que hay aquí, es, que después de citar a dicho Licenciado, no pareciéndole al Sr. Mañer que este testigo bastase para asegurar en los lectores la certeza de que hubo tal árbol, para quitarles toda duda, entra en el num. siguiente de este modo: Su certeza se deja conocer, en que un hijo de Gomer, nieto de Noé, por hijo de Japhet, le puso a la Isla el nombre de Hero, como puso su padre el suyo a otra de las Canarias, que se llama Gomera: aquel nombre después corrompido, quedó en la de Hierro; mas en el idioma de aquellos primeros Pobladores Hero significa fuente, y Til el árbol que destila; y no habiendo en la Isla fuente alguna, ni memoria de que la hubiese, la entenderían por el árbol Til, porque destilaba el agua, que a los habitadores servía de fuente.

76. Si desde que hay discurso en el mundo, se hubiere hallado discurso tocante a crítica de este jaez, o Crítico alguno que con semejantes principios pretendiese probar cosa alguna como cierta, me condeno a quemar los tres Tomos que llevo escritos del Teatro Crítico. Para que algo se infiera con certeza, es preciso que todos los supuestos y premisas que sirven a la ilación, sean ciertos. Cualquiera que sea falso, o dudoso se refunde el vicio en el consiguiente. Pues ve aquí, que en el discurso del Sr. Mañer no hay cosa cierta: todo desde la cruz a la fecha, a buen librar, es dudoso. ¡Qué bien saldrá con certeza el consiguiente que pretende inferir! Ya se ve cuán dudoso es todo lo que se dice de las poblaciones que edificaron los hijos y nietos de Noé: todo fundado en etimologías arbitrarias que no hay cosa más insubsistente, y así cada uno etimologiza como quiere. ¿De dónde sabemos que la voz Hierro vino por corrupción de la voz Hero, pudiendo excogitarse más de quinientas voces diferentes, que tengan alusión bastante, para que de cualquiera de ellas corrompida, se pueda formar la voz Hierro? ¿Quién hoy sabe, ni puede saber, cuál fue el [113] idioma de aquellos primeros Pobladores, y si en él la voz Hero significaba fuente? No podemos saber qué lengua se habló en España dos mil años ha; y al Sr. Mañer le consta cuál era el idioma de una Isleta del Océano ha tres o cuatro mil.

77. Añádese, que la etimología no da motivo alguno para pensar que algún hijo de Gomer diese nombre, ni de Hero, ni de Hierro a aquella Isla. Dos veces nombra la Escritura los hijos de Gomer. La primera en el cap. 10. del Génesis: Porro filii Gomer, Ascenez, & Riphat, & Thogorma. La segunda en el primer Libro del Paralipómenon, cap. 1, con las mismas voces: ¿En cuál de estos tres nombres se encuentra el menor parentesco o alusión al nombre de Hero?

78. Pero aun dado de barato todo esto, ¿saldrá la consecuencia que busca el Sr. Mañer? Nada menos. Dice su merced, que no pudiendo ponérsele a la Isla nombre significativo de fuente, por alguna fuente que hubiese en ella, porque ninguna hay en la realidad, se infiere que se puso por el árbol que destilaba agua. Díganos su merced: de que hoy no haya fuente en la Isla, ¿se infiere que nunca la hubo? ¿Cuántas fuentes se perdieron, y se están perdiendo cada día? No digo un gran terremoto, cualquier leve concusión del terreno puede cegar el conducto, y divertir a otra parte la corriente:

Hic fontes natura novos emisit, & illic
Clausit, & antiquis tam multa tremoribus orbis
Flumina prosiliunt, aut exsiccata residunt.
Ov. 15. Met.

79. Luego pudo darse el nombre de fuente a la Isla, por alguna que tuviese en la antigüedad, y hoy falte. Añádese a esto, que en los motivos de la imposición de los nombres se discurre con tanta libertad, que Mandeslo, citado por Tomás Cornelio, bien lejos de conceder que el nombre de aquella Isla en la antigüedad significase fuente, dice que se le puso el nombre de Hierro (por no tener ninguna) con alusión a su terreno duro y seco. [114]

80. Sin embargo, al Sr. Mañer le pareció que con este fárrago de supuestos arbitrarios probaba con certeza, que hubo en la Isla el Arbol que se cuestiona. Alabo la buena crítica. A lo que nos dice de las dos albercas mencionadas en Tomás Cornelio, digo yo, que advierta el Sr. Mañer, que aquel Autor hace primero la relación del Arbol y todas sus circunstancias (en que entran las albercas), y inmediatamente reprueba toda aquella relación por fabulosa.

81. Habiendo visto sobre cuán vanos fundamentos quiso establecer el Sr. Mañer que hubo tal Arbol, digamos el que tenemos para negarlo. Este se toma de las mismas relaciones que hoy nos aseguran que no le hay. El P. Tallandier, citado en las Memorias de Trevoux, dice así: El Arbol de la Isla de Hierro, cuyas hojas son otras tantas fuentes, es un cuento inventado por los Viajeros. Esta expresión manifiesta que ni le hay, ni le hubo. Si le hubiese habido algún día, no sería invención de los Viajeros, sino de la naturaleza. Fuera de que sería una omisión muy reprehensible callar en la relación que negaba su existencia, el que un tiempo le había habido. Que el P. Tallandier se informó exactamente de las particularidades de las Canarias, aunque lo quiere negar el Sr. Mañer, consta con certeza de su misma relación; pues un hombre que se informó del tiempo que se gastaba en subir el pico de Tenerife (siete horas) y las brazas que tiene de altura perpendicular (mil y trescientas), ¿cómo es creíble que dejase de averiguar con toda exactitud lo que había en orden a la estupenda maravilla (única en su especie en el mundo) del Arbol de que hablamos?

82. Tomás Cornelio dice: Que personas dignas de fe, que han escrito desde aquellas Islas, siendo preguntadas por Cartas, respondieron que tal Arbol milagroso no se halla, sin añadir palabra de que haya existido algún tiempo: lo que no es creíble se omitiese, si hubiese memoria cierta de su pasada existencia. Donde noto, cuán injustamente me nota el Sr. Mañer de citar mal a Tomás Cornelio, cuando digo, que las relaciones que alega, testifican que este Arbol es soñado. Esta expresión el Arbol es soñado no la pongo en [115] cabeza de Tomás Cornelio, ni la atribuyo a las relaciones que él cita; y así no se hallará en el Teatro Crítico escrita de letra bastardilla, que es la señal ordinaria de que se copia literalmente al Autor que se cita. La expresión es mía: la substancia es de Tomás Cornelio. El dice que no se halla tal Arbol; y cuando algunos afirman que hay alguna cosa en el mundo, la cual realmente no hay, es modo de hablar comunísimo para negar su existencia, decir que es un sueño, lo cual se tiene por equivalente a decir, que la especie es fingida. Cierto que no son para un escrito público tan fútiles reparos.

Esmeraldas del Oriente

83. Dije que ni en el Continente, ni en Isla alguna de la Asia hay minera alguna de Esmeraldas, fundándome en la autoridad de Juan Bautista Tabernier, que es la mayor que en esta materia se puede desear, porque toda su vida traficó en pedrería, y con este motivo paseó muchos años varios Reinos de la Asia.

84. Vanamente pretende el Sr. Mañer impugnarme. Cita los Diccionarios de Chaviloy, y de Dombes. Yo estoy en que se crea a Juan Bautista Tabernier con preferencia a los dos Diccionarios; porque los Autores que concurrieron a formarlos, no podían tener de esta materia la certeza que Tabernier. Pero hagamos al Sr. Mañer liberalmente el partido de admitir, como inconcusa, la autoridad de sus Diccionarios. ¿Qué dicen éstos? Así el de Dombes: No se conocen otras Esmeraldas, que las Occidentales; porque de las otras que se llaman de la Vieja Roca, la mina se ha perdido. Pues a fe que la deposición de este testigo es a mi favor. Si hubo, o no hubo algún tiempo Esmeraldas Orientales, o mina de ellas en el Oriente, de eso no he dicho palabra, ni tampoco Tabernier. Este Autor habla de lo que había o no había en el Asia en su tiempo; y yo que me ciño a lo que él depone, hablo con la misma limitación. Aunque haya habido en tiempo de marras esta mina que llaman de la [116] Roca vieja, los Autores de los dos Diccionarios unánimes confiesan, que se ha perdido: Miserabile verbum fuit. Lo que se ha perdido, no se posee de presente: luego Tabernier y yo, que hablamos de presente, tenemos razón, y los dos testigos que alega el Sr. Mañer, son contra producentem: trabajo, que le sucede muchísimas veces.

85. Con esto se desvanece la objeción, que hace con las Esmeraldas que adornaban el Racional del Sumo Sacerdote, diciendo, que saldrían de la Roca Vieja, que había entonces, y no hay ahora; y como hablamos de ahora nada prueban las Esmeraldas que había en el Racional ha dos y tres mil años. Pero no es menester nada de esto. En su Diccionario de Dombes puede ver el Sr. Mañer, que antes se daba nombre de Esmeralda al jaspe verde muy fino. ¿Y cómo se puede entender de otro modo lo que se lee en el capítulo primero de Esther, que el pavimento del salón, donde dio su famoso convite el Rey Asuero, era de Esmeralda y Mármol? Super pavimentum Smaragdino, & Pario stratum lapide. ¿Cómo se puede entender de otro modo lo que Teofrasto dice de una Esmeralda de cuatro codos de largo, y tres de ancho, que había presentado el Rey de Babilonia al de Egipto? ¿Cómo lo que de otras portentosas Esmeraldas escribe Plinio?

86. Si aun estas dos soluciones no bastaren para satisfacer al Sr. Mañer (bien creo, que para otro cualquiera bastarán), allá va la tercera. Supongo que el P. Calmet entendería algo mejor la Biblia que el Sr. Mañer: pues vea aquí, que este famoso Expositor juzga que la que en la Vulgata se llama Esmeralda, no era la piedra a quien hoy comúnmente se da este nombre; y añade, que de los nombres Hebreos de las piedras preciosas de que habla la Escritura, apenas hay uno, cuya significación se sepa con certeza: Smaragdus etiam inter gemmas Rationalis Summi Sacerdotis recensetur; sed Hebraeum Baraket, nitorem, & fulgorem astri exprimens, gemmam potius Cerauniam, Astroitem, & Iridem, cujus plura sunt genera, Auctore Plinio, indicare videtur. Recolenda sunt tamen, quae alibi animadvertimus, [117] ex nominibus Hebraicis gemmarum vix extare ullum, de cujus significatione liquido constet (In Diction. Biblico, verb. Smaragdus.)

87. Alega también a Mons. Struys, que dice se crían Esmeraldas en la Isla de Madagascar. ¿Pero esto, qué prueba? ¿Qué se crían en la Asia? No: porque la Isla de Madagascar no pertenece a la Asia, sino a la Africa. ¿Qué las que hay en la Asia van de aquella Isla, y no de la América, contra lo que dice Tabernier? Tampoco; porque aunque Madagascar esté más a mano que la América para el comercio de la Asia, puede retirar a los Asiáticos del comercio con los de aquella Isla la general opinión de que son los hombres más falsos y embusteros del mundo. También pueden ser las Esmeraldas de Madagascar tan pocas, que no pueda establecerse con ellas tráfico alguno. En cuanto a las dificultades casi invencibles, que propone el Sr. Mañer, para que las Esmeraldas de la América pasen a la Asia, por los dilatados giros que pide este viaje, falta de comercio entre tal y tal Nación &c. digo, que Tabernier, que vivió ochenta y nueve años, y gastó lo más de su vida en el comercio de piedras preciosas por el Asia, sobre ser curiosísimo, aun en lo que no importaba a sus intereses, sabría mejor que el Sr. Mañer, si había o no tantas dificultades en la conducción.

88. Cítame en fin el Sr. Mañer a mí mismo. ¿Cómo esto? Es el caso, que en el Discurso V del primer Tomo, despreciando todas las piedras preciosas, como inútiles para el uso de la Medicina, escribí estas palabras: Yo por lo menos creo, que sirve más la menos virtuosa hierba del campo, que todas las Esmeraldas que vienen del Oriente. Respondo lo primero, que bien pueden venir del Oriente a Europa Esmeraldas, sin que se críen ni haya minera de ellas en el Oriente. Como al contrario, los Galeones traen del Occidente muchos géneros, que no nacen en el Occidente, sino en Filipinas, Japón, China, &c. Así no hay contradicción alguna de lo que dije allí, con lo que digo acá. Respondo lo segundo, que cuando se toca por incidencia, y no de intento, alguna especie, se habla de ella según la opinión común y [118] corriente, prescindiendo de verdad, o falsedad. Esto es tan cierto, que aun a los dichos de los Sagrados Concilios ponen esta excepción gravísimos Teólogos. Cuando trataba de la Medicina, sería una gravísima impertinencia ponerme a disputar, si se crían, o no Esmeraldas en el Oriente. Tocóse en una palabra esta especie por incidencia: no es ése el lugar donde se debe buscar mi sentir.

89. Al fin de este Discurso se me señala otro descuido, que es haber llamado Indios a los naturales de las Islas Filipinas. Dice, que no se les puede dar este nombre, porque las Filipinas no son Islas que se sitúan en ninguna de las demarcaciones de las dos Indias de Oriente y Occidente. Esto lo dice con tanta satisfacción el Sr. Mañer, que aunque se hace cargo de que el P. Tallandier usa de la misma voz que yo, pasa por encima de ello, como si nadie lo dijese. Pues aguárdese un poco. Abra el Diccionario de Moreri, v. Philipines, y vea que empieza así: Filipinas, Islas de Asia en el mar de las Indias. Abra el de Tomás Cornelio, v. Luzón, y vea cómo empieza de este modo: Luzón, Isla del mar de las Indias, y la principal de las Filipinas. Ahora bien: ¿quién entendería más de demarcaciones geográficas, Moreri, cuyo gran Diccionario comprehende juntamente con lo histórico, lo geográfico, y Tomás Cornelio, que escribió tres grandes Tomos de Geografía, o el Sr. Mañer?


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 83-118.}