Filosofía en español 
Filosofía en español

Félix Méndez Martínez  1870-1913

Félix Méndez Martínez

Periodista español nacido en Madrid en 1870 y muerto en la misma capital el domingo 30 de noviembre de 1913, siendo redactor de Mundo Gráfico. En 1896 se casó con Asunción García Díaz, pero antes de un año quedó viudo y pasó a vivir en compañía de su anciana madre. Eduardo Zamacois nos ha dejado el relato de su larga y penosa tuberculosis, que supo soportar con estoicismo durante muchos años. Desde muy joven se decantó por un estilo jocoso, festivo y humorista, colaborando en El Resumen, Nuevo Mundo, Por esos mundos y Mundo Gráfico. Con Ceferino Rodríguez Avecilla escribió El puesto de la inocencia, escrúpulo de sainete lírico (Madrid 1897, 39 páginas). También publicó el opúsculo: ¡Olé, olé las mujeres! Protesta contra la supresión del piropo dirigido en público a las mujeres y razonada a su modo (Talleres de Nuevo Mundo, Madrid 1909, 32 páginas). Le atribuyen algunos un libro de Epigramas, pero dudamos de la existencia real de tal publicación, y además: «Cuando se le habla de publicar libros, de coleccionar sus epigramas y sus sátiras rimadas, Félix Méndez se encoge de hombros. Por sus ojos inquietantes, zahoríes, pasa un chispazo, y la voz, algo ronca y opaca, dice: —¿Para qué?» (Por esos mundos, Madrid, octubre 1911, nº 201, pág. 704). «Félix Méndez valía tanto que será actualidad cuando nadie llore su muerte ni sepa de sus lacerías. Pertenecía a un grupo de escritores víctimas del chiste y de la tuberculosis. ¡Pobrecillos! Almas juveniles, vivaces, movibles, ingeniosas, infantiles, aprisionadas en cuerpos tísicos, minados por el microbio más terrible, el de la peste moderna. Todos ellos eran joviales, optimistas, estoicos. En los divanes de esta hospitalaria redacción de El País, durmieron. Aquí vieron, soñaron y tosieron. ¡Pobrecillos! ¡Cuánto les amamos!» (T. S., «Enfermos de buena sombra», El País, Madrid, 3 diciembre 1913.) «Félix fué un filósofo del vivir. Su triste existencia hubiera sido camino de zarzas donde nunca brotara la flor de un deseo si Félix no ríe.» (Rogelio Pérez Olivares, «De mi sentimiento», Mundo Gráfico, 10 diciembre 1913.) Unos meses antes de morir mantuvo un curioso intercambio de artículos con Miguel de Unamuno, al inquirir Félix Méndez a Unamuno por qué escribía Kultura con K.

«Félix Méndez. Esta tarde, a las dos y media, ha fallecido el conocido escritor Félix Méndez. La noticia llega a nosotros cuando no tenemos tiempo mas que para trazar unas líneas. Félix Méndez, que durante muchos años ha colaborado en los principales periódicos de España y América, era de los escritores festivos actuales el que más público tenía. Su muerte, de la que él se burlaba con frecuencia, y siempre con mucha gracia, pues los médicos le habían desahuciado hacia una veintena de años, causará honda pena entre sus amigos y lectores, que no creían que Félix Méndez pudiera desaparecer aún del mundo de los vivos. El distinguido escritor era además popular por lo simpático de su carácter. Descanse en paz y reciba su apenada familia el testimonio de nuestro pésame.» (Heraldo de Madrid, domingo, 30 de noviembre de 1913, pág. 3.)

«Félix Méndez. Ayer tarde falleció en Madrid el culto, ingenioso y graciosísimo escritor Félix Méndez. Era tal vez el último ejemplar de esa familia literaria que vivía alegremente burlándose de sus propias desdichas, tomando a chacota a la humanidad entera y ahogando los tormentos del espíritu y las dolencias del cuerpo entre tragos y carcajadas. Félix Méndez era todo espíritu. Una racha de viento fuerte hubiera dado con él en tierra, de no ser tan precavido, que cuando el calor achicharraba o el hielo se colaba en los huesos, se metía bonitamente en el lecho o en un gabinete de Fornos y allí aguardaba a que Dios mejorara nuestras horas. Escribía, escribía siempre, no con la manía del que quiere ver su firma a la vez en las columnas de tres o cuatro periódicos; escribía «para ganar su pan y sus vicios», como él mismo decía, y, una vez logrado, no le hacía nadie trazar dos renglones ni aun en el álbum de una reina. Fué por muchos años compañero de trasnoches del pobre poeta Manolito Paso. No había forma de obligarles a que se retirasen a sus domicilios, mientras en un café parpadearan las luces. Juntos los dos, entonaban el cavernoso dúo de las toses pulmonares. —Yo voy ya mejor. Todo es acostumbrarse. Antes, al tercer golpe, me quedaba casi ahogado; ahora me estoy una hora seguidita, escupo la sangre y me quedo nuevo. Y a la hora en que los barrenderos levantan el polvo de las calles y las domésticas sacuden las esterillas por los balcones y danzan en el aire los microbios envenenadores, nuestros dos bohemios iban «oxigenándose», haciendo chistes macabros, inventando planes de comedias y de libros que no se escribían nunca, y acabando por caer en el lecho dando tiritones y con las gargantas apretadas por la asfixia. Méndez ha resistido más porque ha vivido una bohemia señoril. En los últimos años pasaba los veranos en San Rafael, entre peñascos y pinares y respiraba mejor y hasta se animaban sus mejillas con un brillo que no era el de la fiebre tenaz y despiadada, y desde allí se reía del aire puro, de la savia del árbol salutífero, del señorío que se pone de veinticinco alfileres para presenciar en la estación el desfile de los trenes del Norte. Era su condición reírse de todos y de todo; hasta de él mismo. De seguro que la muerte le ha herido a traición entre una mueca y un chiste sangriento. Su obra es copiosa, pero anda desperdigada en periódicos y revistas. Cultivaba la actualidad, examinándola, y comentando desde un punto de vista muy personal, singularísimo, sin caer jamás en chavacanerías ni en alardes de cinismo, en los que la grosería ocupa el lugar del ingenio. Para su familia, para la Redacción de El Mundo Gráfico, a la que perteneció desde que el popular semanario vio la luz, ha sido una pérdida irreparable. Cuantos hemos sido amigos de Félix Méndez sentimos muy vivo dolor por su prematura partida de la vida. Eduardo Muñoz.» (El Imparcial, Madrid, lunes 1 de diciembre de 1913, pág. 1.)

«Félix Méndez. A última hora de la tarde de ayer recibimos la triste noticia de que ha fallecido el popular escritor Félix Méndez, nuestro queridísimo compañero y amigo. Era tan conocido del público el notable literato, vivía en tan estrecha comunicación con la gente, que no es necesario trazar aquí su biografía ni hablar de su labor de muchos años. Félix Méndez, un verdadero humorista, haciendo reír mucho a los lectores con las agudezas de su ingenio, solía hacerles también reflexionar. No puede decirse que sus crónicas tuvieran un público determinado, porque las leía y las saboreaba todo el mundo. Los mayores dolores de la vida, las más crudas realidades, sabía contarlas Félix Méndez con tal donosura, con sencillez tan encantadora, que nos hacía pasar sobre ellas sonrientes; pero dejando al fin de la lectura el acre sabor de las crueles ironías. Como fué en su estilo, fué en su existencia. El mismo se llamaba bohemio; de él se contaban lances estupendos de travesura y de gracia. Nunca se le vio triste ni contrariado, y, sin embargo, Félix Méndez fue en su vida el dolor oculto, la amargura escondida bajo el ropaje del placer, de la risa y del alegre charloteo. Enfermo desde hace años, desde hace muchos años, sin más medios de vida que su pluma, jamás se le vio triste ni dejó de cumplir nunca sus deberes profesionales. Como en las crónicas festivas, hablaba en las conversaciones particulares de su enfermedad, ni más ni menos que si se tratase de un tema más para ganarse los duros de un artículo. Hace poco tiempo, al regresar de sus días de descanso veraniego, le encontramos un día en la calle. —Vienes muy bien, Félix. Esos pinos de la Sierra acabarán por hacerte invencible. El pobre Félix Méndez sonrió con amargura, y contestó con gracia: —Me has confundido con Ochoa; pero en esta lucha grecorromana que sostengo, el día menos pensado me derriban. Lo que siento es no poder describir la derrota. Ya ves –añadía señalando a su pecho encorvado,– tengo un enemigo que no me permite levantar los hombros. Los temores del querido amigo se han confirmado antes de lo que todos creíamos. Hoy, a los cuatro o cinco días de publicar Mundo Gráfico un artículo rebosante de gracia, como si lo hubiera escrito el hombre más alegre, sano y satisfecho de la tierra, el pobre Félix Méndez ha muerto. Lectores y compañeros llorarán con sinceridad su muerte. Nosotros somos los primeros en ese tributo de dolor por la desaparición del queridísimo escritor. Descanse en paz el pobre Félix Méndez, y reciban su familia y los compañeros de Mundo Gráfico nuestro pésame más sentido.» (La Correspondencia de España, Madrid, lunes 1 de diciembre de 1913, pág. 4.)

«Félix Méndez. A las dos y media de la tarde de ayer falleció el notable escritor Félix Méndez. Nunca con más justicia pudo aplicarse a un escritor el calificativo de «humorista». Félix Méndez, dotado de una sensibilidad exquisita y de una percepción de la realidad extraordinaria, debía sentir como pocos seres la áspera rozadura del medio en la piel, la inadaptación de los espíritus elegidos a las cosas prosaicas y mezquinas. Desahuciado, además, por los médicos desde hace veinte años, condenado irremisiblemente a muerte prematura, hubiera caído en la melancolía o la desesperación a no gozar de una fortaleza mental y sensitiva que es patrimonio de muy pocos hombres. Félix Méndez, dueño tal vez de una filosofía optimista que no se cuidó de exteriorizar, o lo bastante generoso para no entristecer con sus propias penas a sus semejantes, llevó a sus lectores en cada ocasión la alegría sana, la que no hiere, la que conforta y dignifica y hace, no reír, sino lo que vale más: sonreír. Hacer reír puede conseguirlo cualquiera; hacer sonreír no es dado sino al verdadero humorista, que presenta el contraste (secreto perdurable de lo cómico), entre lo pensado y lo vivido, entre lo soñado y lo real. Aún no hace muchos días, los lectores suyos, que se cuentan por cientos de millares, saboreaban una crónica llena de espiritualidad y de gracia. Méndez moría cantando el placer de vivir, como si presintiera que la vida no acaba y que el hombre no debe ni despreciarla, ni llorarla, sino mejorarla y embellecerla. Así pudo bromear con sus propias dolencias, derramar a puñados la sal ática sobre los defectos ajenos, «sine ira et estudio», sin personalizar los ataques ni caer en lo grotesco y vulgar. Su risa fué piadosa; séalo nuestra despedida al amigo y al compañero. A la familia del llorado escritor y a la redacción de Mundo Gráfico, enviamos nuestro sentido pésame.» (El Liberal, Madrid, lunes 1 diciembre 1913, pág. 3.)

Textos de Félix Méndez en Filosofía en español

1911 La Colmena · Los niños prodigio

1913 Declino el honor · El que paga descansa

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