En Moreda de Aller (Asturias)
(Moreda de Aller –Asturias–, 9 de diciembre de 1947.)
Trabajadores, camaradas: En la dura lucha por la justicia, la palabra cumple solamente una misión orientadora; jamás constituye por sí misma fundamento bastante para determinar una actitud. La palabra se avala exclusivamente por la conducta, y la nuestra, a lo largo del tiempo, ha sido siempre ésta: despreciar el sistema de hablar por hablar y sostener el principio de hablar para hacer, porque entre nosotros la única palabra eficaz es la que aparece escrita en el Boletín Oficial y la que usamos para dar la orden tajante de hacer cumplir la ley a rajatabla.
Comprenderéis que entendidas así las cosas no hemos venido a tomar contacto con vosotros para recrearnos, con aire sonriente, en victorias que si facilitan la marcha general del avance, por sí mismas no representan nada. Su valor no es digno de mención sino en cuanto indican una trayectoria, y en tanto esa trayectoria se siga con honradez, con constancia y con energía. Se acabaron los tiempos mitinescos en los que el latiguillo sustituía a las realidades, las censuras fáciles a las obras fecundas y las palabras ingeniosas y oportunas y las promesas falaces a la autenticidad de los hechos consumados. Todo eso puede ser admisible y aceptarse como elemento de distracción, como espectáculo para admirar el ingenio y la habilidad cuando la justicia está cumplida, el bienestar logrado y la alegría preside todos los hogares. Pero cuando falta tanto camino por recorrer para llegar a esas metas, semejantes procedimientos constituyen un escarnio, cuando no un delito, contra la verdad, contra la dignidad de los hombres e incluso contra la propia estimación. Por eso, si despreciamos las palabras jactanciosas con las que pudieran pasear su ridículo orgullo seres pequeños engreídos por menguadas conquistas, condenamos con la máxima dureza a los que desde fuera, en plena euforia de digestión feliz, retrepados en los butacones de grandes hoteles cuyas minutas se pagan con oro robado a la Patria, hablan a los trabajadores españoles intentando justificar posturas que tuvieron millares de ocasiones para ser contrastadas con hechos y que todavía tienen oportunidad de subrayar con realidades de restitución.
Porque es muy cómodo hablar de las dificultades del obrero español y vivir saturado de bienestar administrando el caudal –valga el eufemismo– que en buena parte consiguió la Patria mediante el esfuerzo de los obreros, sus hijos predilectos. Resulta muy conmovedor hablar de las torturas que produce la ausencia de España y altamente poético manifestar como única ambición personal el deseo de recibir eterno descanso en la tierra que los vio nacer para que sus restos hagan brotar, humildemente, el musgo que recubra las piedras milenarias de la Patria; pero resulta también altamente grotesco que estos sublimes pensamientos no animasen sus conciencias ocho años antes, impulsándoles a adoptar un gesto con el que por lo menos habrían tenido la posibilidad de conseguir el eterno descanso en la Patria, la lealtad a todos los que por ellos murieron y el respeto de todos los hombres que se precien de tales. Pero nada de esto hicieron en el momento oportuno, y, conscientes de su error, tratan ahora de subsanarlo creyendo que llegan a tiempo por ello de que más vale tarde que nunca, sin darse cuenta de que en la vida, muchas veces, despreciar la ocasión constituye el desprecio de uno mismo. Lamentamos por ellos este retraso, y como no es de buen gusto ensañarse con los ausentes, vamos a abandonar su recuerdo para ocuparnos de temas más importantes. Porque aunque no caigamos en la equivocación de considerar muy importante la Cámara Minera, sí que le damos algo más de categoría que a los graznidos más o menos armónicos lanzados, sin esperanza y sin fe, por unos cuantos profesionales de la calumnia. Pero a pesar de dar alguna importancia al citado Organismo y venir advirtiendo desde hace tiempo su extraño proceder, no vamos a entretenernos demasiado en considerar el espíritu clasista que le anima. Nos limitaremos a aconsejarle que siga el camino recto de una leal colaboración integrándose en el Sindicato. Porque nosotros, que venimos estimulados exclusivamente por un espíritu de justicia, aconsejamos primero para corregir después.
Más importante que todas estas consideraciones, por ser una idea que llevamos clavada en el alma, es dejar al descubierto, ante vosotros, nuestro pensamiento revolucionario y nuestra rebeldía española contra los enemigos de la unidad en la justicia y en la Patria.
En vuestra presencia, trabajadores laureados por el constante esfuerzo y el permanente cumplimiento del deber, nos parece como si tocásemos con las manos la posibilidad de un futuro alegre en el que los hombres, abiertos los ojos a la verdad de nuestra fe, se dividiesen exclusivamente por su capacidad de honradez, de trabajo y de patriotismo. Porque si todos los que forman, se mueven y actúan en la Patria fuesen dignos acreedores a esa consideración, el problema social sería pronto el primer escalón español de la victoria. Con hombres conscientes de su obligación puede uno entenderse, porque ellos no tienen nada que temer de las transformaciones justas, porque ellos tienen que ser precisamente los primeros interesados en deshacer la gran mentira, la gran injusticia que enfrenta en la gran unidad económica a los oficiales y a los soldados, mantenida por todos los que se aprovechan del rendimiento de su esfuerzo.
Somos tan torpes que andamos todavía inventando habilidades para resolver cómodamente el problema social, insistiendo en esa sobada teoría del arbitraje paternal entre las clases, que viene a ser como buscar la justicia en la superficie, y con ese volver a las andadas no saldríamos del paso jamás. Porque todos esos enfoques parciales de la cuestión social que intentan buscar la armonía entre el trabajador empresario y el trabajador obrero sin modificar el orden social y económico, han sido propugnados hace muchos años por los charlatanes de la política tan a sabiendas como ahora de su inutilidad. Cuantos entienden como meta exclusiva en lo social los sistemas de protección a que la actualidad nos fuerza y hablan mucho y bien del salario mínimo, de la hermandad de las clases, de la elevación necesaria del nivel de vida obrero, pero no hacen la menor referencia a la necesidad de crear un orden económicosocial diferente que nos permita hacer posibles en el grado necesario estos anhelos, están intentando clavar una bandera en el agua.
Porque es verdad que se han logrado en lo social, dentro de este orden provisional que las circunstancias nos imponen, avances positivos, Seguros Sociales, Montepíos y otras Instituciones de previsión; estabilidad y mejora en las condiciones de vida de los trabajadores; pero no es menos cierto que antes de llegar a alcanzar una remuneración holgada del servicio laboral, que no puede ser sólo económica porque ha de atender a dignificar el trabajo transformando el salario, vil compra de hombres, en el justo dividendo que, como al capital y a la técnica, corresponde a la participación creadora del esfuerzo del trabajador, es preciso modificar hondamente la organización actual del trabajo si no queremos que nos detenga definitivamente esa línea de peligro para la economía del empresario, sumando de la de la Nación, que en este estadio el más elemental sentido común le señala como tope a nuestra previsión redentora. Las realidades no se moldean a la medida de las palabras. Cuando un sistema económico-social, que estamos intentando sustituir, divide a los hombres en clases y contrapone sus intereses, porque en él un hombre gana cuando otro pierde, esas clases existen por muchas habilidades dialécticas que despleguemos para negarlo. Y esas clases luchan y esas clases se odian porque no existen términos hábiles para poner de acuerdo las voluntades cuando se marcan casi exactamente a las vidas objetivos contrarios. Se puede ganar la simpatía de unos a costa del rencor de los otros, pero no se puede establecer entre todos ninguna duradera hermandad si no es en la esperanza y en la persecución de un sistema que la haga posible. Lo demás es perder el tiempo o ganarlo según los objetivos de cada cual. Franco vio claro en este problema y eligió la solución revolucionaria y completa que con gran esfuerzo vamos desarrollando en metas sucesivas y para la cual se precisa fe, unidad y disciplina. Para todos los españoles honrados que amen a su Patria, en su transformación espiritual y material está la clave de la sincera unidad española, y ningún trabajador de la Nación podría ni debería seguirnos si nuestro empeño no fuese más allá de los regateos mezquinos que no hacen sino atizar la discordia clasista en su corazón y en su pensamiento.
Estas pocas palabras sólo han querido subrayar, insistir en una orientación española y ortodoxa contra el falseamiento de las posibles visiones sociales a la antigua. En el momento actual de la Patria sobre este extremo, nadie tiene nada que teorizar y mucho menos discutir. Hay una doctrina que se nos ordena seguir por el único español que puede presumir de no haberse equivocado nunca mandando la Patria. Y esta doctrina propugna la modificación del orden social y económico porque la entiende como necesaria para hacer posible la hermandad de todos en el empeño de una común tarea, que es la destrucción de los objetivos contrarios. Él nos ha dado hace poco otra victoria, que tampoco entendemos como definitiva, con la implantación de los Jurados de Empresa. No es mi propósito explicar el alcance de esta importante disposición. Sólo he de advertir que constituye la primera etapa dentro del fin que en ella se persigue. La posibilidad de avances más profundos depende mucho de vuestra actuación. No olvidéis que es el primer paso hacia una verdadera transformación. Si vuestra presencia y colaboración faltan habrá quedado reducido a un ensayo intrascendente; pero si sabéis secundar con coraje y constancia y disciplina la orden del Caudillo, pronto se abrirán las fronteras de nuevos campos a la penetración de nuestra doctrina.
Vosotros, trabajadores de la Patria, sois testigos de mayor excepción. Vosotros sabéis que aun alcanzando el límite de liberalidad que la economía de vuestras Empresas pudiera permitir, no está resuelto el problema social. Es necesaria una organización diferente, y quien no esté dispuesto a seguir el camino revolucionario del Caudillo no quiere a su Patria. Pero estad seguros de que este camino se sigue y aquella meta se alcanzará. Y todos los que esta mañana nos dais la razón en el pensamiento, pero dudáis de su victoria en la realidad, habréis de creer, no importa después de qué batallas, en la gran Patria trabajadora y libre, que no clava sus banderas en el agua, sino en la playa firme de lo real, en la que, como Dios enseña, se estrechen las manos de los hombres.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!