Filosofía en español 
Filosofía en español


A los funcionarios del Ministerio de Trabajo

(Madrid, noviembre de 1947.)


Señores funcionarios, camaradas: Os saludo con un saludo familiar y de viejos camaradas. Aunque vivimos bajo el mismo techo, formamos bajo las mismas banderas y constituimos una sola unidad de combate en el ejército de la paz mandado por Franco, no tenemos muchas ocasiones de encontrarnos juntos.

La lucha que hemos emprendido, y en la que vosotros constituís la masa de maniobra, no nos concede treguas para el descanso y la asamblea. Aún no ha llegado, y tardará mucho en llegar, la voz de «alto el fuego», y los equipos más aguerridos de nuestra unidad han de verse poco y han de batallar mucho.

Pero estamos unidos por la base bien fraguada de una tarea común, de una común ilusión y de una común obediencia al Caudillo, cuyas órdenes y cuyas consignas cumplimos todos con el mismo ardor, y vosotros con más méritos, porque constituís el verdadero aglutinante de una política que sin vosotros no pasaría de ser una brillante teoría, un noble deseo, una pura sombra.

Y estamos unidos también con el afecto común de verdaderos camaradas que se apoyan mutuamente y que al compartir los mismos riesgos, sufrir los mismos ataques, coronar los mismos objetivos y vencer los mismos obstáculos, engendran en nuestra alma ese sentimiento de fraternidad que no tiene par en ningún otro sentimiento dentro de las colectividades. Ese sentimiento que da un sentido a la vez castrense y religioso a nuestra tarea, en la que más que en otra alguna se necesita ser mitad monjes, mitad soldados.

El lema de nuestras banderas fue escrito en el momento de mayor pasión creadora de la Revolución Española, cuando estaban los espíritus al rojo y las alas de nuestra ambición estaban más tensas y tenían más ambición de espacios infinitos en los que saciar una ardiente sed de perfecciones. Fue entonces cuando quedaron clavadas en nuestras banderas aquellas palabras que pedían para el hombre español Patria, Pan y Justicia. La Patria fue rescatada por la sangre de los mejores, entre ellos muchos camaradas vuestros cuyos nombres no solamente están grabados en las letras de bronce de esa lápida que os recuerda cada día su ejemplo, sino que están grabadas en nuestras almas y pesan sobre cada departamento de esta Casa como la presencia de aquellos ¡arcángeles con espadas!, para recordarnos en cada jornada cuál es nuestro deber y hasta qué límites de sacrificio estamos obligados a llevarle.

El pan, lentamente, dolorosamente, sobre una tierra esquilmada, dentro de una soledad que nos hace en estos momentos valernos como unos Robinsones abandonados entre un océano de privaciones y de bíblicos azotes, lo están ganando día a día, inclinados sobre la áspera gleba, los labriegos de España, tenaces y valientes, sacrificados y sobrios, fieles a la tierra madre, con un apego mayor cuanto más desgraciada la sienten bajo sus manos filiales.

Y la justicia la estáis ganando vosotros, camaradas. Vosotros todos, los altos y los bajos, los bien pertrechados de mayor cultura y los que principalmente están armados con la coraza de la voluntad y el patriotismo. Yo os conozco bien a todos. A los que trato por razón de su cargo con más frecuencia y a aquellos cuya presencia y cuya lealtad y cuya eficacia adivino detrás de la abrumadora obra realizada, y para los que tengo cada día un recuerdo cordial y a quienes quisiera poder estrechar la mano al inaugurar cada jornada, aunque no fuera más que para percibir en la mía el calor de un corazón noble y modesto, entregado al amor de los desheredados.

Habéis constituido el segundo ejército de liberación de la Patria. Gracias al heroísmo del primero, del ejército fabuloso de las armas, la materialidad de la Patria española fue liberada del caos y de la indignidad, de la injusticia, el fraude y el crimen. Gracias a vuestro callado heroísmo, que ni siquiera tiene la recompensa de los laureles recibidos en el campo de batalla, gracias a ese mudo arrojo con que cada funcionario realiza entusiásticamente la obra de cada día, ha sido posible iniciar la liberación de los espíritus y comenzar la tarea de ganar para el hombre español una suma de libertades que no tienen nada que ver con aquellas libertades que paseaban los farsantes por las calles de España como quien pasea un anuncio de un circo, y en cuyo nombre tantos crímenes y tantas esclavitudes se han consumado.

Las libertades que vosotros estáis conquistando son la libertad de cobijarse en una vivienda digna, la libertad de percibir un jornal suficiente, la libertad de no capitular ante la enfermedad o la vejez, la libertad del trabajo fijo, la libertad de defenderse contra el abuso del fuerte, y en suma, la libertad que hoy tienen los trabajadores españoles de presentarse ante la sociedad como seres humanos redimidos y no como miserables esclavizados por el feudalismo de los fuertes.

Conozco vuestra modestia, vuestro auténtico sentido del servicio, que desprecia el inmediatismo de un éxito personal y lo sacrifica en aras del éxito colectivo que estamos obligados a alcanzar. Sé que cuando realizáis una labor no la realizáis para destacar ante el jefe, sino para que el jefe pueda ofrecerla como labor de todos, como labor de equipo, al jefe inmediato y éste al otro hasta que llegue a manos del Jefe supremo de la Revolución Española el parte final de que la orden ha sido cumplida con castrense sencillez. Sé que ninguno de vosotros padece ese demoledor y esterilizante defecto de los que sienten celos del que trabaja y está cerca del jefe por su mayor eficacia o sencillamente porque el jefe le necesita. Sé que no habéis dado en vuestra alma cobijo a la envidia ni a la insidia ni a la intriga. Y porque sé eso estoy orgulloso de mandaros; y porque sé eso estoy seguro de que puedo marchar sin volver la vista atrás porque nada me amenaza, porque mi paso está guardado por vuestra lealtad y porque me sigue un aguerrido ejército de valientes que no me abandonará en el peligro y con el que estoy seguro de llegar a la victoria.

Porque sé eso he accedido a recibir de vuestras manos este homenaje, que constituye para mí un timbre de gloria, porque es como la proclamación de una capitanía sobre el campo de batalla. El Caudillo me ha hecho el honor de ponerme al frente vuestro. Vosotros me hacéis el honor de aclamar su decisión con vuestros corazones. Gracias, camaradas. Gracias, y adelante. Con vosotros, limpios de envidia; con vosotros, lavados en la fresca intemperie de nuestra lucha; con vosotros, purificados en el sacrificio, con vosotros y con Franco, ¡Arriba España!

 
(Madrid, noviembre de 1947.)