Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 58

Escuela cirenaica

Debe esta escuela su nombre a la ciudad de Cyrene, colonia griega del África, en donde nació Aristipo su fundador 380 años antes de la era cristiana. Habiendo oído ponderar la sabiduría y discursos de Sócrates, se embarcó para Atenas, entró desde luego en la escuela de éste, siendo uno de los discípulos más asiduos de Sócrates hasta su muerte. Después de la catástrofe de su maestro, Aristipo recorrió diferentes países, en los cuales tradiciones legendarias le atribuyen anécdotas y relaciones con tiranos, sátrapas y cortesanos; regresó a su patria, en donde pasó los últimos años de su vida, difundiendo en ella las doctrinas que había aprendido y practicado en otros pueblos y climas.

Sócrates había enseñado que la felicidad es el objetivo y fin último de las acciones y de la vida del hombre. A esta, que pudiéramos llamar premisa mayor socrática, Aristipo añadió la siguiente premisa menor: es así que la felicidad del hombre consiste el goce o los placeres; luego el placer es el último fin y el bien verdadero de la vida humana. Verdad es que Aristipo establecía cierto orden jerárquico entre los placeres, dando preferencia a los goces del espíritu, como la amistad, el amor paterno, la sabiduría y las artes; pero esto no quita que el fondo de su teoría sea esencialmente sensualista, y de aquí la denominación de hedonismo con que era generalmente conocida.

Como suele acontecer en estos casos, los discípulos [213] y sucesores de Aristipo, entre los cuales se cuenta su hijo Aretea, maestra a su vez de su hijo Aristipo, denominado por esta razón Metrodidactos, no sólo exageraron el sensualismo primitivo y más o menos moderado de la escuela cirenaica, sino que le llevaron hasta el ateísmo y la negación de toda moral, últimas y naturales consecuencias de todo sensismo. Teodoro, apellidado el Ateo, Bion de Borystenis, y Evehemero, natural de Mesenia según unos, de Mesina según otros, fueron los principales representantes de la evolución ateísta de la escuela cirenaica. Parebates y sus discípulos Hegesías y Anniceris, pertenecieron también a esta escuela, en opinión de algunos escritores; pero son muy escasas y confusas las noticias que existen acerca de su vida y opiniones. Hegesías es considerado como el apologista del suicidio. En general, la vida de los cirenaicos estaba en relación con su teoría moral y con las anécdotas y tradiciones {63} que se refieren a su fundador Aristipo. [214]

En el orden especulativo, los cirenaicos profesaban una especie de idealismo escéptico, muy en armonía con su hedonismo en el orden moral. El hombre, según esta escuela, percibe y conoce sus modificaciones subjetivas, pero no conoce ni puede conocer las causas externas que las producen u ocasionan. Podemos afirmar que somos afectados de esta o de la otra manera; pero no podemos afirmar que existe un objeto externo que sea causa de esta afección interna; y los nombres que damos a las cosas, o, mejor dicho, a sus apariencias, significan en realidad nuestras sensaciones y no los objetos externos. El movimiento, la transformación continua de las cosas, la distancia de los lugares, no permiten al hombre percibir y conocer los objetos exteriores en sí mismos, dado caso que existan. En realidad, nada hay común entre los hombres en el orden cognoscitivo, más que los nombres que dan a las cosas. No existe tampoco criterio alguno mediante el cual el hombre pueda discernir la verdad del error.

El origen del hedonismo cirenaico es haber tomado por objeto de la Filosofía un aspecto parcial de la enseñanza socrática, y el haber confundido la idea abstracta y general de felicidad con el goce sensual.

Sus caracteres doctrinales son el sensualismo en el orden práctico o moral, y el subjetivismo sensista y escéptico en el orden especulativo o del conocimiento. Dados estos caracteres, no son de extrañar ni el ateísmo de Teodoro y de Evehemero, ni la apología del suicidio hecha por Hegesías.

Excusado parece llamar la atención sobre la estrecha afinidad que se descubre entre la doctrina de Aristipo y la de Epicuro. Así es que, andando el tiempo, el [215] cirenaísmo se refundió en el epicureísmo, pudiendo ser considerado como un arroyo destinado a perderse en la gran corriente epicúrea.


{63} Cuéntase, entre otras cosas, que respondió a los que le echaban en cara su comercio con Lais: «Yo poseo a Lais, pero Lais no me posee a mí»; respuesta que trae a la memoria los conocidos versos de Horacio:

Nunc in Aristippi furtim praecepta relabor,
Et mihi res, non me rebus subjungere conor.

El mordaz Diógenes le llamaba perro real, porque vivió algún tiempo al lado de Dionisio el Tirano, preguntóle éste un día por qué las casas de los magnates y poderosos se veían siempre llenas de filósofos, mientras que en las de éstos no se veía a los grandes. «La razón es, contestó Aristipo, porque los filósofos conocen lo que les falta, y los magnates no lo conocen.» Esta respuesta, lo mismo que la que dio al dicho tirano cuando éste, en un movimiento de cólera, le escupió a la cara, indican que el poeta latino antes citado conocía bien al filósofo de Cyrene, cuando escribió: Omnis Aristippum decuit color, et status, et res.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 212-215