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Comentarios críticos al Diccionario soviético de filosofía

Club de Roma

Club de Roma en el Diccionario soviético de filosofía


 

Club de Roma · Daniel López Rodríguez · 20 de enero de 2020

El Club de Roma comparte programas y proyectos, no siempre en plena armonía, con otras instituciones como el Council on Foreign Relations, el Royal Institute International Affair, el Club Bilderberg o la Comisión Trilateral. Es una institución globalista aliada del “Nuevo orden mundial” en su empeño de poner en marcha un Gobierno Internacional Único. Como buen ejemplo de institución globalista, el Club defiende el humanismo consensuado en la “Declaración Universal de Derechos del Hombre” de 1948. El humanismo del Club de Roma, que paradójicamente entra en contradicción con su ecologismo fundamentalista, es un humanismo indefinido.

El Club se fundó en abril de 1968 por obra y gracia de Aurelio Peccei, un destacado miembro del Club Bilderberg, del comité directivo de la empresa FIAT y del consejo de administración del Chase Manhattan Bank rockefelleriano. En la página web del Club se dice que Peccei tenía una personalidad singular “capaz de mediar entre los mandatarios de USA, China o la URSS al tiempo que se reunía con jóvenes, promoviendo el FORUM HUMANO, o conversaba con el Vaticano. Su carisma contribuyó, junto a los debates de finales de los setenta, a que el Club apareciese para algunos como una nueva conciencia de la Humanidad, mientras que para otros no era más que un círculo de pensamiento que trataba de apuntalar el imperialismo y que impediría el desarrollo de los pueblos marginados con su invocación constante a los límites”.

Otro de los fundadores fue Alexander King, científico escocés, compañero de la Orden de San Miguel y San Jorge y miembro de la orden de caballería dicha “muy excelente orden del imperio británico” (The Most Excellent Order of the British Empire); junto con el economista alemán, diseñador industrial, profesor de mecánica y político Eduard Pestel.

El Club de Madrid (centrado en los aspectos de la agenda política del Club de Roma) y el Club de Budapest (grupo creado por Ervin Lázsló que trata, ni más ni menos, de movilizar todos los recursos culturales de la humanidad para enfrentar los desafíos futuros) son filiales del Club de Roma.

Entre sus miembros más relevantes están la Reina Beatriz de Holanda (miembro del Club Bilderberg, e hija del fundador de dicho club), Ruud Lubbers (ex primer ministro de Holanda), Horst Köhler (ex canciller de Alemania, ex director del Fondo Monetario Internacional y miembro de Bilderberg), Mauno Koivisto (ex primer ministro y ex presidente de Finlandia), Jacques Delors (ex presidente de la Comisión Europea), Manmohan Singh (ex primer ministro de la India), Ernesto Zedillo (ex presidente de México), Luis Alberto Lacalle (ex presidente de Uruguay), César Gaviria (ex presidente de Colombia), Belisario Betancur (ex presidente de Colombia), Henrique Fernández Cardoso (ex presidente de Brasil), Mario Soares (ex presidente de Portugal), Daniel Jensen (Bilderberg, Trilateral), Sol Linowitz (CFR, Trilateral), Edgar Pisani (Instituto Aspen, Bilderberg), Jimi Carter (presidente de Estados Unidos, CFR, Trilateral), Kurt Wilhelm Rothschild (uno de los padres fundadores de la Johannes Kepler Universität Linz, en Austria), entre otros.

Entre los españoles, por sólo mencionar algunos, están José Luis Cerón (ministro de Comercio durante el XV gobierno de Franco), Carlos Robles Piquer (político y diplomático de Alianza Popular), Cristóbal Halffter (músico y compositor), Federico Mayor Zaragoza (ex ministro de Educación y Ciencia, ex diputado del Parlamento Europeo y director general de la UNESCO entre 1987 y 1999, y uno de los pensadores Alicia más eminentes), Joaquín Ruiz-Jiménez Cortés (ministro de Educación Nacional entre 1951 y 1956), Fernando Morán (ministro de Asuntos Exteriores entre 1982 y 1985), Javier Solana (ministro de Asuntos Exteriores entre 1992-1995, secretario general de la OTAN entre 1995-1999 y Alto representante de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea entre 1999 y 2009), Juan Luis Cebrián (ex presidente del Grupo Prisa y asiduo a las reuniones del Club Bilderberg), Isidoro Fainé (importante empresario español que fue presidente de La Caixa); y también sus majestades Don Juan Carlos y Doña Sofía.

Y nos falta por mencionar al español más importante perteneciente al Club. Los días 19 y 20 de julio de 1976 se celebró por primera vez en España (en Madrid) la conferencia anual del Club de Roma, cuyo título fue “La humanidad ante sus alternativas”, donde fue elegido, como primer miembro español del Club de Roma, Ricardo Díez Hochleitner (1928), luego vicepresidente del Club entre 1988 y 1990, presidente entre 1990 y 2000 y desde entonces presidente de honor.

Otro de los miembros a destacar, para más inri miembro honorario, es, ni más ni menos, Mijaíl Gorbachov, último Presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Secretario General del Comité Central del PCUS (1985-1991), uno de los principales responsables del colapso y hundimiento del “Imperio del Mal”, como lo llamaba su colega Ronald Reagan. Gorbachov, ecologista fundamentalista empedernido, y además –por si fuera poco– socialdemócrata (es decir, anticomunista), ha llegado a decir que hay que darle más peso e importancia a la ecología que a la vida humana. Fundador en 1993 de Green Cross International, había de ser uno de los tres principales patrocinadores de la Carta de la Tierra. Gorbachov también pertenece al Club de Madrid y al Club de Budapest.

El Club de Roma se caracteriza por sus informes apocalípticos sobre el crecimiento demográfico mundial, en la línea del fabianismo malthusiano, y por ello toma partido por un drástico control de la natalidad, en sintonía con el proabortismo fomentado por las Fundaciones Ford y Rockefeller. Ya en 1952 John Davison Rockefeller III fundó el Consejo de Población, en donde se planteaba el problema de la superpoblación mundial.

El Club de Roma fue fundado por la élite para determinar la amenaza que suponía para el planeta la explosión demográfica, sacando la conclusión de que hay que reducir el crecimiento demográfico, porque los recursos son limitados y la desaparición inminente de algunos es irreversible. El Club se fundó con vistas a orientar sus actividades “a relacionar el futuro del desarrollo humano con el logro de la sostenibilidad”. Al parecer, fue en el Club de Roma donde se acuñó la famosa expresión “desarrollo sostenible”, porque los señores miembros del Club buscan mantener una sustentabilidad que tenga como resultado la riqueza para todos. Estos señores se quejan del excesivo consumo del género humano, con el que se llenan la boca como humanistas indefinidos (aunque –como hemos advertido– son más ecologistas que humanistas); y sin embargo, no se quejan del excesivo consumo y despilfarro de las élites globalistas y su tren de vida (a costa de la pobreza de millones de personas).

Leemos en el Diccionario Soviético de Filosofía: “La actividad del Club de Roma persigue el objetivo de realizar investigaciones de los problemas globales de la contemporaneidad, procurar que se comprendan las dificultades que surgen en el camino de desarrollo de la humanidad, ejercer la correspondiente influencia sobre la opinión pública, &c.”. Y también se señala que “la actividad teórica del Club de Roma es heterogénea: abarca una amplia gama de estudios científicos concretos y razonamientos filosóficos generales sobre el ser del hombre en el mundo, sobre los valores humanitarios y las perspectivas de desarrollo del género humano”. El diccionario se refiere a los programas del Club como “utópicos”, y hace mención a “los aspectos negativos de la actividad teórica del Club de Roma, que condicionaron la aparición de una serie de recomendaciones inconsistentes desde el punto de vista científico y metodológico y carentes de perspectiva en el plano social”.

En el Club pretenden tener una mirada largoplacista, de ahí que se quejen de la “mentalidad cortoplacista” de la mayoría de políticos y empresarios que se preocupan más del beneficio inmediato que de crear un mundo mejor para sus nietos. “Se trata de mirar más allá del hoy y de las circunstancias locales, pero sin olvidar que el pensar globalmente no debe ser una excusa para no actuar localmente”. Uno de los lemas del Club es “pensar globalmente, actuar localmente”, de ahí que se hable de “perspectiva glocal”.

El Club se centró en lo que Peccei llamó “la problemática global”, esto es, la diferencia cada vez más notable entre el crecimiento económico sin límites y los recursos limitados del planeta.

El programa del Club de Roma para tales propósitos se llama Los límites del crecimiento (The Limits to Growth) publicado en 1972, antes de que estallase la crisis petrolífera (aunque ya se venía preparando desde 1969 y ulteriormente la obra ha tenido varias actualizaciones). Se trata de un informe encargado al Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT en sus siglas en inglés). La autora de este informe, junto a la colaboración de otros 17 supuestos científicos, fue la biofísica y científica ambiental especializada en dinámica de sistemas Donella Meadows, junto a Jorgen Randers, William W. Behrens III y Dennis Meadows. Esta obra fue un éxito internacional al venderse más de diez millones de ejemplares. Como dijo Donella Meadows con espíritu dogmático, “el único motivo de que se venda tan bien en todos los círculos políticos es que no existe un planteamiento alternativo” (Véase en youtube el vídeo RrDPqJpXh78 minuto 24:54). Se tradujo al menos a treinta idiomas, y desencadenó una tormenta mediática, pues tanto políticos como ciudadanos en general se opusieron a la idea de que un crecimiento infinito en un planeta finito sería algo catastrófico. Los límites del crecimiento –un estudio inspirado en el clérigo anglicano y demógrafo británico Thomas Malthus (1766-1834), que muchos científicos han diagnosticado como el mayor desatino en la historia de la ciencia demográfica– terminó poniendo las bases del ambientalismo moderno y sería una de las obras más leídas, vendidas y comentadas del ecologismo, coronándose como el adalid del ecologismo escatológico que hoy en día es sin duda la ideología dominante.

La principal conclusión a la que llegó Los límites del crecimiento rezaba: “los recursos entrelazados de la Tierra –el sistema global de la naturaleza en el que todos vivimos– probablemente no pueden soportar las tasas actuales de crecimiento económico y de población mucho más allá del año 2100”. Se trataba de encender las alarmas por la insuficiencia de los recursos naturales frente a la voracidad humana, porque –por lo visto– estamos al borde del precipicio y por ello debemos interrumpir nuestro crecimiento. “Si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recursos, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito e incontrolable descenso tanto de la población como de la capacidad industrial”. Y se pronostica: “Hacia el año 2100 se estaría alcanzando un estado estacionario con producciones industrial y agrícola per cápita muy inferiores a las existentes al principio del siglo XX, y con la población humana en decadencia”. Como vemos esto del “Estado de emergencia climática” que se adoptó en 2019 ya venía preparándose desde los años 70.

Los límites del crecimiento recibió críticas tanto de liberales como de socialdemócratas y comunistas. El informe fue refutado por Alfred Sauvy, economista, demógrafo y sociólogo francés, el cual acuñó la expresión “tercer mundo”, asimilándolo al “tercer estado” de la Revolución Francesa. También sería refutado por otros especialistas no oficialistas. Algunos de los errores de bulto han sido reconocidos por el Club de Roma. Por ejemplo, el informe pronosticaba que para 1990 las reservas de petróleo de todo el mundo quedarían agotadas. Y 30 años han pasado desde 1990 y no parece ese el caso, ni mucho menos. Asimismo, desde 1962 la población mundial se ha duplicado y no parece que vayamos al colapso total pronosticado por los agoreros del Club de Roma.

En el Club de Roma se sentía preocupación y necesidad de frenar el crecimiento de la población mundial, pero sobre todo de los países comunistas: China, la URSS y sus satélites. Están convencidos de que si hubiese menos personas en el mundo habría más riqueza. Con mucho morbo se ha dicho: “Por medio de guerras de limitado alcance en los países desarrollados y de la aniquilación mediante el hambre y las enfermedades de la población de países del tercer mundo, ocasionar de aquí al año 2050 la muerte de 3000 millones de seres humanos, a los que califican de inútiles consumidores de alimentos” (John Coleman, La jerarquía de los conspiradores: historia del Club de los 300, 1992). Y en un informe que, al parecer, fue aprobado por el trilateralista y presidente estadounidense Jimmy Carter y aceptado por su secretario de Estado Edwin Muskie, titulado El Mundo en el año 2000, se decía que la población de Estados Unidos debería ser reducida a 100 millones de habitantes para el año 2050.

Como vemos, muchos de los problemas que plantea el ecologismo actual ya fueron esbozados en los años 70 por el Club de Roma. De este club salieron movimientos como la ecología política, el ecofeminismo y el ambientalismo. Y desde aquí se ha impulsado la ideología dominante del calentamiento global o cambio climático, que tanto ha hecho la ONU para que se difunda, como vemos en nuestros días con proyectos como la Agenda 2030, cuyo nombre completo es Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Es decir, estamos otra vez con el “desarrollo sostenible” acuñado por el Club de Roma. Vemos que el ecologismo no es un movimiento antisistema o subversivo contra el orden establecido sino oficialismo puro y duro.

El 25 de septiembre de 2015 los 193 países que componen la ONU, o más bien sus respectivos gobiernos, han asumido un plan de acción para reducir la pobreza en el mundo, luchar por la igualdad entre hombres y mujeres y combatir el cambio climático (que es asumido como causa del C02 expulsado por la industria humana, aunque un supervolcán expulse mucho más, detalle que los globalistas quieren ocultar, como tantas otras cosas, así como exageran lo que les interesa). Asimismo, la Agenda 2030 también está al tanto de la ideología de género. Por tanto la Agenda 2030 es globalismo en estado puro.

Los 193 países firmantes, tantos como están inscritos en la ONU, se comprometen a cumplir de aquí al año 2030 17 objetivos y 169 metas de desarrollo sostenible (vemos que el término viene a ser un poco como el leit motiv de los ecologistas fundamentalistas escatológicos alarmistas).

Uno de los 17 objetivos anunciados pretende reducir la desigualdad en y entre los países. Y otro trata de promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible. El último objetivo propuesto, el punto 17, se lleva la palma: “Fortalecer los medios de ejecución y revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible”. Lo cual, viniendo de una institución corrupta, tanto en lo delictivo como en lo no delictivo, y en ocasiones inútil, como es la ONU, mueve a la risa. La dialéctica de Estados y de Imperios pondrá los sueños húmedos e ingenuos de estos globalistas en su sitio, como ya estamos viendo con la misma Globalización oficial, que sólo ha sido el porvenir de una ilusión.

Con la Agenda 2030 la ONU pretende “fortalecer la paz universal”. Pero difícilmente se puede fortalecer algo que ni existe ni puede existir. También se pretende fortalecer “el acceso a la justicia”. Pero, ¿de qué justicia se está hablando? ¿Acaso de una justicia universal? ¿Es que tienen complejo de Jesucristo los onuburócratas? Todo esto se parece mucho a los postulados del Papa, sobre todo de los papas dialogantes postconciliares, siendo el colmo el Papa Francisco, precisamente citado por el documento de la ONU.

La Agenda 2030 es algo así como una agenda utópica o de la Alianza de las Civilizaciones, esto es, una Agenda Alicia (o aureolar, ya que sus promotores creen que ya está en marcha y que sólo es cuestión de tiempo para su pleno cumplimiento). Ahora bien, están por ver los finis operis que pueden desencadenar tales planes y programas de acción distribuidos por 193 países (obviamente unos con mayor poder y repercusión que otros, y ni que decir tiene que unos se entregarán más a la Causa que otros).

En España la Agenda 2030 no empezó a ponerse en marcha hasta septiembre de 2018. En el Informe de progreso, que es la implementación de la Agenda 2030 en España, que publica la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica y el Caribe, así como la presidencia del gobierno y el Alto Comisariado para la Agenda 2030, publicado en 2019, es decir, con Pedro Sánchez como presidente en funciones, se pueden leer perlas como: “El Gobierno de España ha dado pasos decididos en el cumplimiento de este compromiso con los ODS [Objetivos de Desarrollo Sostenible], con el firme convencimiento de poner a las personas y el planeta en el centro de la actuación política. La Agenda 2030 ha pasado a ocupar el centro de nuestra visión de Estado y representa nuestra forma de actuar en el mundo” [corchetes nuestros]. Vemos que los políticos españoles son los más entregados a la Causa, como si viviesen en el país de las maravillas y la dialéctica de Estados e Imperios no fuese tal y fuese la Alianza de las Civilizaciones, que ya va poniendo en marcha la propia Agenda 2030. Los problemas de los españoles es lo de menos, lo importante es poner al planeta en el centro de la agenda política. ¡Así nos va!

En 2020 el encargado del gobierno de España para afrontar la Agenda 2030 es Pablo Manuel Iglesias Turrión, secretario general de Podemos y vicepresidente de Asuntos sociales (cuyo jefe de gabinete es el ex JEMAD José Julio Rodríguez Fernández, es decir, un ex militar encabeza el gabinete del ministerio de Asuntos Sociales, ¡todo muy coherente!).

Con Turrión al frente de la Agenda 2030 en el gobierno de España el partido Podemos podrá tener influencia en la política exterior española y participar en diversos foros internacionales. Turrión podrá codearse con diferentes personalidades de la diplomacia internacional e incluso con gente de la élite globalista financiera, y podría rascar por ahí unos milloncitos para su formación política (no para los pobres). A su vez, Ione Belarra se hará cargo de la secretaría de Estado para la Agenda 2030.

Patrick Michaels, profesor de Ciencias Medioambientales de la Universidad de Virginia y ex presidente de la American Association of State Climatologists se ha referido a la burocracia del cambio climático en los siguientes términos: “Decenas de miles de puestos de trabajo dependen ahora del calentamiento global. Es un gran negocio. Se ha convertido en una gran industria en sí misma”. Y el profesor Philip Stott, de la Universidad de Londres, manifiesta: “Y si la teoría del calentamiento global colapsara, habría una terrible cantidad de gente despedida y buscando trabajo” (citado por Cristina Martín Jiménez, El Club Bilderberg. La realidad sobre los amos del mundo, Absalon Ediciones, 2010, pág. 206).

Daniel López Rodríguez

 
→ Edición conjunta del Diccionario soviético de filosofía · índice de artículos del DSF
Las cuatro versiones soviéticas del Diccionario filosófico de Rosental e Iudin
Diccionario filosófico marxista · Rosental & Iudin · Montevideo 1946
Diccionario de filosofía y sociología marxista · Iudin & Rosental · Buenos Aires 1959
Diccionario filosófico abreviado · Rosental & Iudin · Montevideo 1959
Diccionario filosófico · Rosental & Iudin · Montevideo 1965
Diccionario marxista de filosofía · Blauberg · México 1971
Diccionario de comunismo científico · Rumiántsev · Moscú 1981
Diccionario de filosofía · Frolov · Moscú 1984