Filosofía en español 
Filosofía en español

 
El Basilisco, número 14, 1993, páginas 91-96

 
El códice Oviedo del Libro de los doce sabios
(noticia de un “nuevo” manuscrito)

Gustavo Bueno Sánchez
Oviedo

 

es bien sabido que la Biblioteca de la Universidad de Oviedo, en realidad la Universidad toda, fue destruida por el fuego en el revolucionario 1934: Asturias perdió aquel 13 de octubre la mayor parte de su patrimonio bibliográfico, pues a la Universidad, además de las obras que la institución había ido adquiriendo con el tiempo, habían ido a parar los ricos fondos procedentes de los conventos desamortizados{1}.

Aquella penosa pérdida determinó, sin duda, una especial sensibilidad en la Universidad asturiana por su biblioteca, una joven biblioteca de cincuenta años en una institución que ronda su cuarto siglo. Hoy por hoy cuenta Oviedo con la biblioteca universitaria mas mecanizada de entre las españolas: su catálogo informatizado es el más abundante, en relación al total de fondos existentes y en términos absolutos (la asturiana solo cuenta con medio millón de libros mientras que otras universidades españolas superan los dos millones). En esta nota damos cuenta de una reciente e importante adquisición realizada, hace muy pocos meses, por la Biblioteca Universitaria de Oviedo (al modo clásico diríamos: siendo rector de la Universidad don Santiago Gascón y director de la Biblioteca don Ramón Rodríguez). Un “nuevo” códice de finales del siglo XIV, conservado durante seiscientos años en manos privadas y que sólo ahora puede ser manejado por el público; un manuscrito que será conocido como el códice Oviedo del Libro de los doce sabios.

Este códice está formado por 126 folios (2 folios sin numerar + 36 folios numerados + 85 folios sin numerar + 3 folios sin numerar en blanco) escritos con letra de finales del siglo XIV o comienzos del XV (los folios numerados escritos con tintas de dos colores, marrón y rojo). Mide 287 x 191 mm [200 mm con la encuadernación] y la caja de la escritura 116 x 153 mm. Está encuadernado en piel repujada y ricamente ornamentada de la época (bastante bien conservada), con cinco clavos de metal en cada tapa. Es perfecta la conservación del papel, limpio y sin manchas, aunque algunas hojas están certeramente atravesadas por dos o tres mínimos puntos de polilla, que no afectan a la lectura. En el recto del primer folio sin numerar está dibujado, con aspecto posterior al del resto del texto, un escudo que representa una cabeza de toro; en el verso de esa misma hoja otro dibujo de un escudo coronado por una leyenda, de letra posterior a la del cuerpo del texto, en la que se lee: “Es de Don Aº Pimentel”, ex-libris, probablemente, de Alonso de Pimentel, tercer conde de Benavente, muerto en 1459{2}.

En el verso del segundo folio sin numerar aparece un “índice” del contenido: “El libro de los XII sabios y relación de los reyes de León y Castilla, desde el infante don Pelayo hasta el rey don Enrique hijo del rey don Juan I, son por todos cuarenta y uno.” En realidad comprende tres obras: (1r-33v) Libro de los doce sabios, (34r-36v) Versos de Don Juan Manuel puestos al final de los capítulos del Conde Lucanor [92] y (85 folios sin numerar) Crónica de Juan Rodríguez de Cuenca, despensero de la Reina Doña Leonor.

El papel de todo el códice es de la misma procedencia (aparece la misma filigrana en todos sus pliegos). Los 126 folios del códice corresponden a 63 pliegos que forman cinco cuadernos cosidos y encuadernados (las guardas pegadas a las tapas son del mismo tipo de papel){3}.

Parece que el cuerpo del texto de todo el códice corresponde a un mismo copista, si bien los dos primeros textos (que forman el primer cuaderno), donde se utilizan tintas de dos colores (en marrón el texto y en rojo los calderones, la numeración de los folios y numerosas separaciones en las líneas), parecen escritos con más cuidado. En los inicios de los distintos capítulos el copista dejó un hueco (de tres o cuatro líneas de alto) destinado a ser ocupado por una letra capital: en el margen superior izquierdo de ese hueco figura (de un tamaño similar al del resto del texto) la letra que falta.

Aparecen en el códice otras letras (que parecen algo más modernas) que se sirven de tintas diferenciables de las del cuerpo del texto. Estos añadidos posteriores son los siguientes: los dos escudos y ex-libris del primer folio sin numerar, el “índice” del segundo folio verso sin numerar; la letra “E”{4} capitular del “prólogo” de los doce sabios (folio 1r); otro escudo “Pimentel” (con dos cabezas de toro) que, curiosamente, se extiende del folio 1r al 2r merced a un corte realizado en el papel, por debajo del texto (de unos 130x10 mm, corte realizado quizá para eliminar algún nombre que figurase con anterioridad); el rótulo “año de DCCLII años de la era de Cesar” al comienzo de la Crónica (primer folio, sin numerar, del segundo cuaderno), así como los rótulos (con los nombres de los reyes) de los distintos capítulos. En el hueco dejado para ser ocupado por la capitular al inicio de la Crónica, por último, aparece, una vez más, dibujada la cabeza de un toro.

El contenido de este “nuevo” códice ovetense (Libro de los doce sabios, Versos del Conde Lucanor y Crónica de Juan Rodríguez de Cuenca) es el mismo contenido que el del manuscrito conservado en la Biblioteca Menéndez Pelayo (Santander), catalogado como Manuscrito 77{5}. Aunque se conocen otros cinco manuscritos del Libro de los doce sabios, en ningún otro, salvo éste de Santander, se produce la misma coincidencia. Hay que sospechar, por tanto, alguna relación entre el códice de Oviedo y el de Santander. Es indudable que nuestro códice es anterior al de Santander, y creemos que puede asegurarse que el ahora conservado en Oviedo sirvió para copiar el que fue de Menéndez Pelayo. El códice de Santander está formado por 41 folios, con letra del siglo XVI, ex libris de D. Pedro Isidro de Yebra Pimentel, y se encuentra falto de las hojas finales (que dejan incompleto el texto de la Crónica).

El manuscrito ovetense, respecto del cántabro, es un ejemplar de lujo. Así, mientras que en el ejemplar de nuestra Universidad el texto del Libro de los doce sabios ocupa 33 folios por las dos caras (66 páginas), en el manuscrito de la Biblioteca Menéndez Pelayo ese mismo texto ocupa solamente 28 páginas: el códice al que se dedica esta noticia no es una simple copia, sino un ejemplar singular, un manuscrito realizado con el mayor cuidado y lujo, en el que, para esta primera obra, se utilizan constantemente en la escritura dos tintas, y en los inicios de cada capítulo se han dejado los huecos que deberían ocupar letras capitales ornamentales. El formato externo de ambos ejemplares es similar, pero no así los márgenes o, lo que es lo mismo, la caja de la escritura. En el de Oviedo la caja de escritura es de 153x116 mm (en el de Santander 215x145 mm): los amplios márgenes{6} respetados en todas las páginas del códice asturiano confirman esta condición de ejemplar de lujo que le suponemos, frente a lo que sería más bien una copia funcional.

Por ser la caligrafía más moderna que la del nuestro, por la peor calidad formal del ejemplar y por la procedencia vinculada también a un miembro de la familia Pimentel, puede colegirse que dicho Manuscrito 77, de letra del XVI, conservado en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, corresponde a una copia del nuestro, que indudablemente es anterior (como anterior fue Alonso de Pimentel, a quien perteneció en algún momento nuestro ejemplar, respecto de Pedro Isidro de Yebra Pimentel, a quién perteneció el ejemplar de Santander).

El “Libro de los Doce Sabios”

El Libro de los doce sabios o Tratado de la nobleza y lealtad es obra de mediados del siglo XIII, de autor desconocido, probablemente español, vinculado a la corte del Santo rey Fernando III (1217-1252). Habría sido precisamente [93] Fernando III quien habría mandado componer esta obra para que sirviera a la educación de su hijo, el Sabio Alfonso X (1252-1284). Se le considera como uno de los más antiguos ejemplos de prosa didáctico-moral, preparada para la instrucción de un joven príncipe o rey, escrita en español{7}.

Sabemos de otros cinco manuscritos que transmiten el texto de esta obra (el de Oviedo, el sexto, no aparece nunca mencionado en la bibliografía, permaneciendo “desconocido” hasta ahora). Esos otros cinco manuscritos se encuentran: tres en la Biblioteca Nacional en Madrid, otro en la Biblioteca del Monasterio del Escorial, y el ya mencionado de la Menéndez Pelayo en Santander. La obra fue impresa por primera vez por Diego de Gumiel, en Valladolid 1502{8}; reeditada en las Memorias para la vida del santo rey Fernando III atribuidas al P. Andrés Marcos Burriel (Madrid 1800, págs. 188-206); y recientemente ha sido objeto de estudio y edición crítica, realizada naturalmente por un extranjero, John K. Walsh{9}.

Los seis manuscritos ahora conocidos son los siguientes, ordenados de más antiguos a más modernos (mantenemos la letra con la que son designados los cinco conocidos por Walsh y llamamos O al “nuevo”):

XIV-XV   O   Ms de la Universidad de Oviedo
XIV-XV   B   Ms 12.733 de la Biblioteca Nacional
XIV-XV   E   Ms &.II.8 de la Biblioteca del Escorial
XVI   M   Ms 77 de la Biblioteca Menéndez Pelayo
XVIII   C   Ms 9.934 de la Biblioteca Nacional
XVIII   D   Ms 18.653 de la Biblioteca Nacional

Las copias C y D son del siglo XVIII, o, en todo caso, posteriores a la edición impresa de 1502. La copia B tiene letra de finales del siglo XIV o principios del XV, como la copia E. La copia M, como hemos dicho, es posterior, del siglo XVI.

Walsh supone que el libro se escribió hacia 1237, y que hacia 1255 se le añadió el epílogo (no se conservan esos supuestos originales). Walsh, por el análisis de las variantes del texto, define dos tradiciones: aquella a la que pertenecen BM (de B toma el texto que sigue en su edición crítica) y aquella a la que pertenecen ECD. Walsh afirma que M está muy “emparentado” con B. Sin embargo ocurre que en varios casos B es incompleto, por ejemplo, según Walsh, “faltan en B el dicho del séptimo sabio en el cap. V y el del sexto sabio en el cap. VI” (pág. 43). En su edición crítica, Walsh toma esos textos y otros que le faltan a B precisamente de M (que coincide con el resto y con la edición G de Gumiel, Valladolid 1502). M se aparta a veces de los otros textos: así en el capítulo XXIX línea 12 (de la edición crítica), mientras que los otros manuscritos dicen “codiçia e deseo”, en M leemos “deseo e codiçia”. Como cabía esperar en O, en el ejemplar de Oviedo (del que antes aseguramos fue copiado M) –folio 23r, línea 11– encontramos la misma variante que aparece en M.

Un análisis de urgencia del texto contenido en la copia de Oviedo respecto de los otros manuscritos permite adelantar que el “nuevo” O es tan antiguo como B y E y que O es más completo que B. Por indicios que habría que confirmar concienzudamente (lo que rompería los límites que debe tener esta nota) podría incluso sospecharse que E procediese de O (algunas variantes, por ejemplo el “El” del inicio, a que antes hicimos referencia, así lo sugieren). Hay que advertir que mientras que todas las otras copias (a excepción de M, a la que ya nos referimos abundantemente) están insertas en códices que contienen gran variedad de textos, el códice Oviedo, por sus características formales, es la única copia de lujo que se conserva del Libro de los doce sabios (y tan antigua como la que más).

Por la antigüedad y carácter singular de O se hace necesario revisar la edición crítica de Walsh, inesperadamente anticuada ante la irrupción de este nuevo códice. La actualización del stemma de los manuscritos anteriormente conocidos (pág. 62 de la edición crítica) y las matizaciones o cambios respecto de las conclusiones de Walsh sólo podrán hacerse tras el correspondiente estudio filológico que deben hacer los especialistas (quizá merezca la obra una nueva edición crítica a la luz del nuevo manuscrito). Ese estudio lo podría realizar algún español (podría ser alguien de la misma universidad asturiana, ahora propietaria de la “novedad”), aunque es más fácil que acabe firmado por cualquier benemérito hispanista, que sumará a todas las dificultades la de no poseer como idioma materno el del texto.

Versos de Don Juan Manuel tomados del Conde Lucanor

Don Juan Manuel, sobrino del rey Sabio y nieto de Fernando III, nació en 1282 y murió probablemente en 1349. Entre sus obras más importantes se cuenta el Conde Lucanor o Libro de Patronio. Al final de los capítulos de esta obra se sirve Don Juan Manuel de unos versos que resumen la doctrina expuesta, en forma de refranes o proverbios. En los folios 34r-36v del códice ovetense se [94] transcriben estos versos: el primero dice “Non vos engañedes nin creades en donado / facer ningún omme por otro su daño”; el último “La verguença todos los males parte / por verguença face onbre bien sin arte”{10}.

Sumario de los Reyes de España

La tercera obra presente en el “nuevo” códice corresponde a la Crónica atribuida al que fuera Despensero de la Reina doña Leonor{11}, Juan Rodríguez de Cuenca{12}.

Sabemos de la existencia de, al menos, otros siete manuscritos de esta crónica, parece que todos más modernos que el contenido en el códice de Oviedo: Sánchez Alonso menciona seis{13}, siendo el séptimo el contenido en el ya mencionado Ms 77 de Santander, incompleto para esta obra. No fue editada esta crónica hasta 1781, por Eugenio de Llaguno{14}, edición de la que existe reciente reproducción facsimilar{15}.

En el códice ovetense el texto de esta Crónica se extiende, como hemos dicho, a lo largo de 85 hojas sin numerar escritas por las dos caras, con características similares a las de los otros textos del ejemplar, salvo que en su escritura sólo se utilizó tinta de un color. Comienza de esta manera: “Estos son los reys que ovo en Castilla et en Leon desde el año de la era de Cesar de sietecientos e cincuenta y dos años que conqueron los moros las Españas en tiempo del rey don rodrigo que fue el postrimero rey de los godos...”. Esta Crónica trata de 41 reyes, desde don Pelayo hasta Enrique III. Los primeros corresponden a los reyes de Asturias y León (Pelayo, don Favila, Alfonso, Fruela, Aurelio, Silo, &c.), los últimos son: Fernando III, Alfonso X, Sancho IV, Fernando IV, Alfonso XI, Pedro I, Enrique II, y, dedicándoles mucho más espacio que a los anteriores, Juan I (1379-1390) y Enrique III (1390-1406).

El texto de la Crónica, tal como aparece en el manuscrito ovetense, muestra cómo su autor era coetáneo de Enrique III, pues comienza así el capítulo dedicado a este rey: “Despues que finó este justo y catolico rey don Juan reinó su hijo el rey don Enrique nuestro señor que agora reyna en Castilla y en León el cual rey nuestro señor fiamos en Dios y en la su merced que el reynara por munchos años y buenos...”. Termina de este modo: “... desea tan complidamente con tan leal y verdadera voluntad, de Dios e de nuestro señor el Rey su hermano y provecho comun de todos los sus reinos”.

Cuando Eugenio de Llaguno publicó esta Crónica por primera vez, hace poco más de doscientos años, lo hizo sobre una copia tardía, manteniendo “las alteraciones y adiciones que posteriormente le hizo un anónimo” al texto del Despensero mayor de la reina Doña Leonor, mujer de Juan I de Castilla. Llaguno separó el texto atribuido al Despensero del alterado y añadido por el anónimo. [96]

Ocurre, y esto confiere al códice ovetense un singular interés, que, sobre todo al final, cuando se trata de Enrique III, el texto recién conocido difiere notablemente respecto al impreso por Llaguno. El siguiente párrafo corresponde a las últimas líneas del texto impreso por Llaguno, en cursiva los añadidos que aparecen en el manuscrito asturiano (que se extiende seis páginas más, en texto inédito no publicado por Llaguno):

«E esta razón deste noble Rey Don Fernando tomóaron bien nuestro señor el Rey y el su leal hermano ynfante don Fernando para se guardar bien de tales maldiciones como estas: porque en estas dos cosas especiales quél rey nuestro señor ha fecho en ellos los sus reinos con acuerdo y consejo del señor infante su hermano, sin todas las otras de bien que ellos han fecho, dióeron campo e carrera para le ser dadas bendiciones de cada dia de viejos e de viejas, e de todos los otros de los reinos del dicho Señor Rey, por las quales bendiciones les alargara Dios los dias de la vida con muncha salud que les dará por muchos años e buenos, con ese noble rey don Fernando que gano la frontera de los moros que dijo esa santa palabra e noble blason tienen el rey don enrique nuestro señor et el su leal e verdadero hermano ynfante don fernando, tres debdos especiales de parentesco de padres a fijos sus descendientes deste rey don Fernando fasta los dichos señores e leales hermanos rey nuestro señor e infante don Fernando. El segundo debdo es de parte del ynfante don Manuel fijo deste noble rey don Fernando... [el códice Oviedo sigue durante tres folios completos, seis páginas, con texto inédito] sus Regnos. E yo esto escrebí, que non era maravilla de facer este justo e noble Rey Don Enrique nuestro señor estas bondades, pues es fijo del Rey, e de la sancta Reyna que yo conosci.»

Se puede observar que, tal como aparece esta Crónica en el códice de Oviedo, se menciona de forma repetida al hermano infante don Fernando cuando se habla de Enrique III. La desaparición de esa referencia en copias posteriores (y en la edición impresa) apuntan hacia el carácter coyuntural y políticamente determinado que pudo haber impulsado la redacción de esta Crónica, realizada por un fiel servidor de doña Leonor, la “neurasténica” esposa de Juan I. El infante don Fernando, hijo legítimo de Juan I de Castilla (y de su primera esposa la reina doña Leonor, hija de Pedro IV de Aragón) nació hacia 1379. Muerto Enrique III (25 diciembre 1406) respetó, como regente de Castilla, la minoría de edad de Juan II, negándose a ser el sustituto de su hermano. En 1410 se destacó tomando Antequera, por lo que se le conoce como Fernando de Antequera, y ese mismo año sucedió a Martín el Humano como rey de Aragón, Fernando I de Aragón.

Al tratar la Crónica del tiempo presente al de su redacción, y mantener el texto de este códice intangibles las referencias al infante don Fernando, podemos suponer que las fechas del manuscrito de Oviedo se limitan al período en el que reinó Enrique III (1390-1406), y más probablemente a los últimos años del siglo XIV.

Sugerimos (hipótesis que sólo una edición crítica podría confirmar o desmentir, pero que no parece descabellada a la vista de las descripciones bibliográficas de los otros manuscritos conservados, que no hemos visto) que en el códice de Oviedo se encuentra la copia más antigua conocida de esta Crónica, antes de que sirviera para realizar sobre ella burdas interpolaciones (que dejó señaladas Llaguno), pero también antes de que fuera eliminado el infante don Fernando del texto de la misma. Es más, el interés que, gracias al nuevo texto, desvelaría la Crónica, en tanto que reivindicadora de los dos hermanos, sería el de explicar su redacción (basada en alguna intencionalidad) que le quitaría el carácter marginal que, por superflua, se le viene atribuyendo en la historiografía. Esta Crónica podrá parecer superflua a la vista de las copias conocidas, pero seguramente ganará interés ante el texto inédito ofrecido por el nuevo códice{16}. Ni que decir tiene que los medievalistas tiene ante sí el reto de una edición crítica y un estudio riguroso de esta Crónica tras el hallazgo que supone el nuevo códice.

Para terminar esta breve nota aventuramos, respecto de los orígenes del nuevo manuscrito propiedad de la Universidad de Oviedo, que el códice pudo estar ligado a la figura de don Alvaro de Luna. Juana Pimentel, la segunda esposa del Condestable de Castilla, la “triste condesa” que ahogó la pena provocada por la muerte de su esposo en la abulense soledad de Arenas de San Pedro, era hija precisamente del Conde de Benavente, el que “firmó” con su ex libris el ejemplar.

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{1} Para estos asuntos es imprescindible el reciente y copiosísimo libro de Ramón Rodríguez Alvarez, La Biblioteca de la Universidad de Oviedo, 1765-1934, Universidad de Oviedo 1993.

{2} “Guerrero español, tercer conde de Benavente, muerto en Benavente en 1459. Enemistóse con Juan II por causa de don Alvaro de Luna, y habiendo logrado evadirse de la prisión en que fue encerrado, se hizo fuerte en su villa, a la que puso cerco el rey en persona sin conseguir tomarla. Más tarde, reinando Enrique IV, acudió con su hueste a la guerra de Granada. Había sido merino mayor de León y Asturias” (Espasa 44:944).

{3} La formación de los cinco cuadernos es la siguiente: Primer cuaderno, formado por 19 pliegos (38 folios); primer folio sin numerar (en el recto dibujo de un escudo con cabeza de toro, en el verso dibujo del exlibris de “Aº Pimentel”); segundo folio sin numerar (recto en blanco; en el verso índice escrito con letra posterior e igual tinta que el exlibris); a partir del tercer folio éstos están numerados hasta el final del cuaderno; el pliego central (por donde pasan las cuerdas del cosido) corresponde a los folios numerados XVII y XVIII; el cuadernillo se cierra con el folio XXXVI (este primer cuaderno contiene el texto de los Doce sabios y los versos del Conde Lucanor, y es el único que está numerado y escrito a dos tintas); Segundo cuaderno, formado por 12 pliegos (24 folios), en este cuaderno comienza la Crónica de Juan Rodríguez de Cuenca (al final del cuaderno figura el comienzo del siguiente: “e de los otros reyes”); Tercer cuaderno, formado por 12 pliegos (24 folios), al final del cuaderno figura el comienzo del siguiente: “rey don alfonso”; Cuarto cuaderno, formado por 12 pliegos (24 folios), al final del cuaderno figura el comienzo del siguiente: “otras que”; Quinto y último cuaderno, formado por 8 pliegos (16 folios), en el que los tres últimos folios están en blanco.

{4} Aunque esta capitular es una “E”, la letrita que dejó escrita en el margen superior izquierdo el copista es una “a”. De esta forma, mientras que el copista pretendía que El libro de los doce sabios comenzase “Al muy alto e muy noble (...) Fernando de Castilla e de León”, el error de quien dibujó la capitular provoca que la lectura más fácil sea la frase, sin sentido, pues es obvio que se trata de una dedicatoria que hacen los doce sabios al rey que les hizo el encargo: “El muy alto e muy nobre...”. Digamos ya que la variante “El” en lugar de “Al” aparece en dos de las otras cinco copias (sin contar esta) que se conservan de esta obra, como más adelante se detalla.

{5} Descrito en Miguel Artigas y Enrique Sánchez Reyes, Catálogos de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, I. Manuscritos, Santander 1957, págs. 120-122.

{6} Los márgenes del códice ovetense guardan proporciones canónicas y son los siguientes (página impar): izquierda 40 mm, arriba 45 mm, derecha 35 mm, abajo 90 mm. El texto de cada página se extiende a lo largo de 18 líneas de cuidada, hermosa y legible escritura.

{7} “Finalmente, en este mismo reinado de Fernando III aparecen las primeras muestras de la literatura filosófica en lengua vulgar, a imitación de modelos orientales. Pertenecen al género didáctico-moral y están redactadas en forma sentenciosa, la más a propósito para instruir a gentes rudas en sus deberes tanto públicos como privados; por esto han sido bautizadas acertadamente con el nombre de `catecismos político-morales'. Los más antiguos son el Tratado de la Nobleza y Lealtad y las Flores de Filosofía. El primero se denomina usualmente Libro de los doce Sabios, porque finge en su comienzo una asamblea de doce sabios, `algunos dellos grandes filósofos, e otros dellos de santa vida', convocada para redactarlo.” (Tomás y Joaquín Carreras Artau, Historia de la filosofía española. Filosofía cristiana de los siglos XIII al XV, Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, Madrid 1939, tomo 1, pág. 9).

{8} Tractado de la nobleza y lealtad. Compuesto por doze sabios: por mandado del muy noble rey don Fernando que gano a Sevilla (en el folio XXIII vuelto: “Fue impreso en la noble villa de Valladolid por Diego de Gumiel, año de quinientos y dos”): se conserva un único ejemplar localizado de esta edición impresa (en la Biblioteca de El Escorial, descrito por el P. Benigno Fernández, Ciudad de Dios, 55 (1901), págs. 534-535). Parece tratarse de un error una supuesta edición en Valladolid 1509.

{9} El libro de los doze sabios o Tractado de la nobleza y lealtad [ca. 1237], estudio y edición, por John K. Walsh, Real Academia Española de la Lengua (Anejos del Boletín de la Real Academia Española, XXIX), Madrid 1975, 180 págs. El erudito estudio de Walsh, págs. 7-65, la edición del texto y sus variantes, permiten apreciar en sus justos términos la tremenda importancia del “nuevo” códice de Oviedo, desconocido evidentemente por este meritorio hispanista.

{10} Obviamente los versos de Don Juan Manuel contenidos en este códice merecen un estudio particular, que renunciamos aquí siquiera a bosquejar. En la descripción del Ms 77 (mencionada en la nota 5), que hemos asegurado procedería del ovetense, ya se advierten notables variantes respecto de las versiones conocidas de esos versos, afirmándose que “acaso esto indique la existencia de otro manuscrito distinto de los conocidos del Conde Lucanor)”.

{11} El Marqués de Mondejar (Memorias de Alfonso el Sabio, pág. 90) dice que no fue despensero de ésta, sino de doña Catalina, mujer de Enrique III.

{12} “Cronista español de la segunda mitad del siglo XIV. Fue despensero mayor de la reina doña Leonor, esposa de Juan I de Castilla. Dejó una obra muy interesante titulada Sumario de los reyes de España, que empieza en Pelayo y acaba en Enrique III. La mejor edición es la de Llaguno (Madrid, 1781) pues en las anteriores se admitían adiciones que habían hecho algunos autores posteriores y que el referido Llaguno suprimió. Bibliogr. Marqués de Mondejar, Corrupción de Crónicas y Memorias de don Alfonso “el Sabio”; Amador de los Ríos, Historia crítica de la literatura española” (Espasa 51:1283).

{13} Copiamos la papeleta 1025 correspondiente a la obra Fuentes de la historia española e hispano-americana, de Benito Sánchez Alonso (en la 3ª edición, Madrid 1952, tomo 1, pág. 168): “1025 [¿Rodríguez de Cuenca, Juan?]: Sumario de los Reyes de España, por el Despensero mayor de... Doña Leonor, mujer del Rey Don Juan el Primero de Castilla, con las alteraciones y adiciones que posteriormente le hizo un anónimo. Publicado por D. Eugenio de Llaguno Amirola...– Madrid, 1781, 95 p., 4º (Contiene los reinados de Pelayo y sus sucesores hasta Juan II, incluyendo los de Asturias, León y Castilla. De todos los sumarios publicados en aquel tiempo, éste es el más conocido y estimado, pues, aunque inútil en la parte que comprende la Crónica general de Alf. el Sabio, interesa en lo posterior, caracterizando muy bien a los monarcas que él personalmente conoció). (Ms.): BN, 8463 (incompleto), 12988 (íd.), 1181 (íd.); BReal, 2-L-5 (una refundición hecha en tiempo de Enrique IV), 2-J-2 (íd.); BNParís, 111, n. 145 del Cat. de M.-F.”.

{14} “Juan Rodríguez de Cuenca, EDICIONES. 6186. Sumario de los Reyes de España por el Despensero Mayor de la reyna Dª Leonor, muger del rey Don Juan el primero de Castilla, con las alteraciones y adiciones que posteriormente le hizo un anónimo. Publicado por Eugenio de Llaguno y Amírola, Imprenta de Antonio Sancha, Madrid 1781. VIII+95 págs. (Crónicas y Memorias de los Reyes de Castilla, 3)” (Simón Díaz, BLH, III-2º:6186)

{15} Juan Rodríguez de Cuenca, Sumario de los reyes de España, reimpresión facsímil de la de Madrid de 1781, índices realizados por Mª Desamparados Pérez Boldo; Editorial Anubar, Valencia 1971, 116 págs.

{16} Aunque muchos autores tienden a restar importancia a esta Crónica, la opinión que le merece a Benito Sánchez Alonso (Historia de la historiografía española, Madrid 1947, tomo 1, págs. 309-310) parece equilibrada en lo que tiene de reconocimiento como fuente para el período de Juan I y Enrique III: “No obstante, si el pequeño espacio que consagra a Juan I y Enrique III no puede llamarse crónica, avaloran esa parte detalles de interés de los que no suelen consignarse; incluso se reproducen ingenuamente las palabras con que las gentes del pueblo comentaban las regias decisiones. Por lo demás, toda la obra revela muy escasas letras en el autor, así como falta de discernimiento para escoger los puntos a que da cabida en ella”.

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Fragmentos del Libro de los doce sabios

Al muy alto y muy noble, poderoso y bienaventurado señor rey don Fernando de Castilla y de León. Los doce sabios que la vuestra merced mandó que viniésemos de los vuestros reinos y de los reinos de los reyes vuestros amados hermanos para vos dar consejo en lo espiritual y temporal: en lo espiritual para salud y descargo de la vuestra ánima, y de la vuestra esclarecida y justa conciencia, en lo temporal para vos decir y declarar lo que nos parece en todas las cosas que nos dijiste y mandaste que viésemos. Y señor, todo esto vos habemos declarado largamente según que a vuestro servicio cumple. Y señor, a lo que ahora mandades que vos demos por escrito todas las cosas que todo príncipe y regidor de reino debe haber en sí, y de como debe obrar en aquello que a él mismo pertenece. Y otrosí de cómo debe regir, y castigar, y mandar, y conocer a los de su reino, para que vos y los nobles infantes vuestros hijos tengades esta nuestra escritura para la estudiar y mirar en ella como en espejo. Y señor, por cumplir vuestro servicio y mandado hízose esta escritura breve que vos ahora dejamos. Y aunque sea en sí breve, grandes juicios y buenos trae ella consigo para en lo que vos mandastes. Y señor, plega a la vuestra alteza de mandar dar a cada uno de los altos señores infantes vuestros hijos el traslado de ella, porque así ahora a lo presente, como lo de adelante por venir, ella es tal escritura que bien se aprovechará el que la leyere e tomare algo de ella, a pro de las ánimas y de los cuerpos. Y señor, El que es Rey de los Reyes, Nuestro Señor Jesucristo, que guió a los tres reyes magos, guíe y ensalce la vuestra alteza y de los vuestros reinos, y a todo lo que más amades y bien queredes.

Y señor, pónese luego primeramente en esta escritura de la lealtanza que deben haber los hombres en sí. Y luego después de la lealtanza se pone la codicia que es cosa infernal, la cual es enemiga y mucho contraria de la lealtanza. Y después vienen las virtudes que todo rey o regidor de reino debe haber en sí, y que tal debe de ser, y que a todo regidor de reino cumple de él ser de la sangre y señorío real, y que sea fuerte y poderoso y esforzado, y sabio y enviso, y casto, y templado y sañudo, largo y escaso, amigo y enemigo, piadoso y cruel, amador de justicia y de poca codicia, y de buena abdiencia a las gentes. Y adelante está como se entiende cada una de estas condiciones y por qué manera debe usar de cada una de ellas.

Capítulo I.
De las cosas que los sabios dicen y declaran en lo de la lealtanza.

Y comenzaron sus dichos estos sabios, de los cuales eran algunos de ellos grandes filósofos y otros de ellos de santa vida. Y dijo el primero sabio de ellos: `Lealtanza es muro firme y ensalzamiento de ganancia'. El segundo sabio dijo: `Lealtanza es morada por siempre y hermosa nombradía'. El tercer sabio dijo: `Lealtanza es ramo fuerte en que las ramas dan en el cielo y las raíces a los abismos'. El cuarto sabio dijo: `Lealtanza es prado hermoso en verdura sin sequedad'. El quinto sabio dijo: `Lealtanza es espacio de corazón y nobleza de voluntad'. El sexto sabio dijo: `Lealtanza es vida segura y muerte honrada'. El seteno sabio dijo: `Lealtanza es vergel de los sabios y sepultura de los malos'. El octavo sabio dijo: `Lealtanza es madre de las virtudes, y fortaleza no corrompida'. El noveno sabio dijo: `Lealtanza es hermosa armadura y alegría de corazón y consolación de pobreza'. El décimo sabio dijo: `Lealtanza es señora de las conquistas y madre de los secretos y confirmación de buenos juicios'. El onceno sabio dijo: `Lealtanza es camino de paraíso y vía de los nobles, espejo de hidalguía'. El doceno sabio dijo: `Lealtanza es movimiento espiritual, loor mundanal, arca de durable tesoro, apuramiento de nobleza, raíz de bondad, destruimiento de maldad, profesión de seso, juicio hermoso, secreto limpio, vergel de muchas flores, libro de todas ciencias, cámara de caballería'.

Capítulo II.
De lo que los sabios dicen en lo de la codicia.

Desque hubieron hablado en lo de la lealtanza, dijeron de codicia. Y dijo el primero sabio: `Codicia es cosa infernal, morada de avaricia, cimiento de soberbia, árbol de lujuria, movimiento de envidia'. El segundo sabio dijo: `Codicia es sepultura de virtudes, pensamiento de vanidad'. El tercero sabio dijo: `Codicia es camino de dolor y simiente de arenal'. El cuarto sabio dijo: `Codicia es apartamiento de placer y vasca de corazón'. El quinto sabio dijo: `Codicia es camino de dolor, y es árbol sin fruto y casa sin cimiento'. El sexto sabio dijo: `Codicia es dolencia sin medicina'. El seteno sabio dijo: `Codicia es voluntad no saciable, pozo de abismo'. El octavo sabio dijo: `Codicia es fallecimiento de seso, juicio corrompido, rama seca'. El noveno sabio dijo: `Codicia es fuente sin agua, y río sin vado'. El décimo sabio dijo: `Codicia es compañía de diablo, y raíz de todas maldades'. El onceno sabio dijo: `Codicia es camino de desesperación, acercana de la muerte'. El doceno sabio dijo: `Codicia es señoría falsa, placer con pesar, vida con muerte, amor sin esperanza, espejo sin lumbre, fuego de pajas, cama de tristeza, rebatimiento de voluntad, deseo prolongado, aborrecimiento de los sabios'.

Capítulo VII.
Que habla de la castidad y de las virtudes.

Dijeron que fuese casto por cuanto castidad en el príncipe es una maravillosa virtud. Y no tan solamente aprovecha a los que la tienen mas a todos su súbditos, por cuanto necesaria cosa es que los que han de complacer a alguna persona que sigan su voluntad y ordenanza, y hagan manera de obrar aquellas cosas que saben que son cercanas a su voluntad, por tal de haber la su gracia y merced, especialmente de los magníficos príncipes y reyes. Y como en espejo se catan las gentes en el príncipe o regidor casto, y ámanselo y lóanlo y codicianle todo bien, y ruegan a Dios por su vida, y no han duda que les tomará las mujeres ni las hijas ni les hará por ende deshonra ni mal. Y es muy cercano salvamento del alma, y maravilloso loor al mundo, y es extraña señoría y gracia de Dios en las batallas, como muchas veces hayamos visto los príncipes castos ser vencedores y nunca vencidos. Y tomemos ejemplo en el Duque Gudufré y en otros muchos príncipes cuantos y cuan grandes hechos y maravillosas cosas hicieron y acabaron por la castidad, lo cual las historias maravillosamente notifican. Y por la lujuria vimos perdidos muchos príncipes y reyes, y desheredados de sus reinos, y muchas muertes y deshonras y perdimientos así de cuerpos como de almas de que damos ejemplo en el rey David y el destruimiento que Dios hizo por su pecado, y en el rey Salomón que adoró los ídolos, y en Aristóteles y Virgilio, y en el rey Rodrigo que perdió la tierra de mar a mar, y en otros reyes y príncipes y sabedores que sería luengo de contar de que las historias dan testimonio.