Filosofía en español 
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Historia del Partido Comunista de España1960


 
Capítulo segundo ☭ La República

El movimiento de Asturias

El 16 de diciembre de 1933, de acuerdo con lo pactado entre los radicales y la CEDA, que de momento quedaba en la sombra, formó Gobierno Alejandro Lerroux. Comenzaba el período de ofensiva de la reacción conocido con el nombre de Bienio Negro y en el transcurso del cual la oligarquía latifundista y financiera orientaría su actividad a destruir cuanto había sido conquistado por el pueblo en una lucha tenaz y a establecer un régimen fascista, apoyándose en las propias instituciones y leyes de la República.

Pero los planes de la reacción estaban llamados a estrellarse contra la voluntad de las masas trabajadoras; bien pronto quedaría en evidencia que las elecciones de noviembre no eran el síntoma precursor de un repliegue de la lucha de las masas; antes bien, el movimiento revolucionario se desplegó después de aquéllas en toda su grandeza, confundiéndose en el torrente general de la lucha contra la reacción fascista el movimiento político y reivindicativo de la clase obrera, el movimiento campesino y el movimiento nacional-democrático.

El año de 1934 ocupa un lugar destacado en la historia de la lucha de nuestro pueblo contra el fascismo y no sólo por su heroico levantamiento armado, sino porque en él se inició el camino de la clase obrera hacia la unidad de acción.

En este auge combativo y unitario desempeñó un papel importante el Partido Comunista de España, animador de poderosas acciones en las que fue templándose el espíritu combativo de las masas, afianzándose la fe en sus propias fuerzas y solidificándose su unidad de acción. [87]

1934 fue el año de la huelga del 19 de febrero en solidaridad con los trabajadores austríacos, de la huelga del 17 de abril contra el terror fascista, de la protesta popular contra los pactos militares propuestos por el Gobierno francés, de la poderosa réplica del proletariado madrileño a la concentración fascista de El Escorial, de la huelga campesina de junio, primer movimiento huelguístico en escala nacional de los obreros agrícolas españoles; de la huelga de 200.000 obreros madrileños el 8 de septiembre en apoyo de los «rabassaires» y contra los terratenientes catalanes, que habían llegado a la capital a solicitar del Gobierno central la anulación de la Ley de Contratos y de Cultivos aprobada por el Parlamento catalán: fue el año del mitin del Estadio para defender a las Juventudes Socialistas y Comunistas, amenazadas por el Gobierno Samper; de los impresionantes actos de protesta contra el asesinato por los pistoleros fascistas de la joven socialista Juanita Rico y del joven comunista Joaquín de Grado, de la primera gran manifestación de mujeres contra los planes del Gobierno de movilización de reservistas, de la enérgica acción del proletariado astur para evitar la concentración fascista de Covadonga y de tantas otras grandes luchas políticas de las masas populares de nuestro país.

Las grandes campañas populares de resonancia nacional por la libertad de Thaelman, de Dimitrov, de Prestes, en solidaridad con los valientes insurrectos de Viena, eran la expresión de la lucha infatigable del Partido Comunista de España por desarrollar en la conciencia de las masas el sentimiento del internacionalismo proletario y, en primer lugar, de la solidaridad de todos los trabajadores con la Unión Soviética, el país del socialismo victorioso.

En el fuego de estas acciones, a través de grandes huelgas económicas y políticas y de impresionantes concentraciones antifascistas en las que actuaban hombro con hombro comunistas, socialistas, anarquistas y republicanos, fue forjándose la unidad.

Era difícil al Partido Socialista pasar de la colaboración ministerial a la unidad de acción y a la lucha revolucionaria con el Partido Comunista y con la clase obrera que no militaba bajo sus banderas. [88]

Pero en el Partido Socialista Obrero Español, al que un tiempo calificó el viejo Vandervelde de Partido Socialista de tercera categoría, por la crítica que en él se hizo a los dirigentes reformistas de la II Internacional, había siempre, a pesar de sus debilidades y de sus errores, una base obrera cuya voluntad e intereses no podían ser postergados constantemente sin riesgo para la unidad y la existencia del propio Partido Socialista.

Y fue esta base clasista, en la que hallaba una gran simpatía la política unitaria del Partido Comunista, la que obligó al Partido Socialista, cuyo representante más caracterizado era Largo Caballero, a modificar su política y a aceptar, bien que con reservas y contraproposiciones que restringían su importancia, un acuerdo con el Partido Comunista para la acción conjunta contra el peligro fascista.

La Juventud Socialista, dirigida por jóvenes con gran sentido revolucionario, fue un factor determinante en la radicalización del Partido Socialista, que hizo posible el entendimiento con el Partido Comunista de España.

El 12 de junio de 1934, el Pleno del Comité Central de nuestro Partido reiteró sus llamamientos a la Ejecutiva del PSOE a fin de llegar al Frente Único. El Comité Central proponía a los socialistas pactar una tregua política, suspendiendo los ataques mutuos para confrontar fraternalmente proposiciones y contraproposiciones que facilitaran el acuerdo.

Frente a las proposiciones de Frente Único presentadas por el Partido Comunista al Partido Socialista, éste respondió con la contraproposición de las Alianzas Obreras, que si bien eran un paso en el camino hacia la unidad, llevaban en su propia esencia una contradicción que anulaba su eficacia: la ausencia en esas Alianzas de los campesinos; la negativa, en el fondo, a reconocer a los campesinos como a una de las fuerzas motrices de la revolución española.

A pesar de estas insuficiencias, el Partido Comunista, con gran sentido de responsabilidad nacional, aceptó participar en las Alianzas Obreras. Este acuerdo fue adoptado en la reunión plenaria del Comité Central celebrada los días 11 y 12 de septiembre de 1934 y constituyó un viraje táctico audaz, que si de un lado hablaba de la madurez y flexibilidad del Partido, de [89] otro demostraba a las masas que, para los comunistas, la lucha por la unidad no era una «maniobra», sino una de sus más caras y fervientes aspiraciones.

Al ingresar en las Alianzas, el Partido se proponía establecer una corriente de unidad y de contactos permanentes con los trabajadores socialistas y ugetistas y laborar por convertir esas Alianzas –que hasta entonces habían sido una combinación por arriba– en órganos actuantes de Frente Único, vinculados a las masas obreras por abajo, es decir, en los lugares de trabajo; aspiraba, además, a transformarlas en Alianzas Obreras y Campesinas, para unir las dos fuerzas fundamentales de la revolución democrática española, como condición indispensable de su victoria. En la vida de nuestro Partido, el Pleno de septiembre de 1934 es un jalón histórico: la comprensión y transigencia de que dio pruebas el Partido, su flexibilidad y su disposición a hacer sacrificios por lograr la unidad de la clase obrera, aunque fuese todavía de una forma insuficiente, permitieron allanar muchas dificultades.

Con el Partido puede decirse que entró en las Alianzas un chorro de savia vivificadora, que les imprimió un carácter más combativo y dinámico; las Alianzas comenzaron a intervenir activamente en la lucha cotidiana de las masas y a extenderse de un lugar a otro. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron antes de que estos organismos unitarios adquiriesen la solidez y la amplitud necesarias. La contrarrevolución no quería esperar a que ese proceso unitario progresara y decidió dar la batalla. El Gobierno Samper dimitió y el 4 de octubre de 1934 se anunció la constitución de un Gobierno en el que por primera vez participaban representantes de la CEDA, cuyas tendencias fascistizantes eran públicas. La reacción creía llegada la hora de lanzar un reto abierto a las masas populares.

Contra la entrada de la CEDA en el Gobierno se pronunciaron, además del Partido Comunista y del Socialista, Izquierda Republicana, Unión Republicana, Izquierda Radical Socialista, Partido Republicano Federal, Partido Republicano Conservador y los nacionalistas catalanes y vascos.

El Partido Comunista propuso, al dimitir Samper, la declaración inmediata de la huelga general en toda España como medio de impedir la entrada de la CEDA en el Gobierno; pero [90] el Partido Socialista rechazó esta proposición; había anunciado a los cuatro vientos que la entrada de la CEDA en el Gobierno sería la señal para la insurrección y había instruido a todas sus secciones en este sentido.

Nuestro Partido consideraba esa actitud profundamente errónea, ya que con ella se entregaba la iniciativa a los reaccionarios, dándoles la posibilidad de ser ellos, y no las fuerzas obreras, quienes determinaran el comienzo de la huelga revolucionaria y de escoger a tal fin el momento más favorable para la reacción. Estimaba, de otro lado, que la preparación política y técnica del movimiento era a todas luces insuficiente para una lucha de aquella envergadura. El marxismo enseña que no se puede jugar a la insurrección, que para que ésta triunfe son imprescindibles una serie de premisas que en aquel momento aún no habían sazonado en nuestro país. Mas, con todo, los factores negativos tendían a desaparecer rápidamente gracias a la actividad de nuestro Partido y al espíritu combativo y unitario de las masas; y los comunistas, pese a las discrepancias abiertas en torno a los métodos aplicados por el Partido Socialista, no pensaron ni un momento en quedarse al margen de la lucha, sino que se entregaron a ella con verdadero fervor, dedicándole todas sus fuerzas, su entusiasmo y su experiencia, sin reparar en riesgos ni escatimar sacrificios.

El mismo día 4 de octubre «Mundo Obrero» escribía:

«Ha llegado la hora de la decisión. La responsabilidad de quienes den un paso atrás o comiencen a vacilar dando al enemigo la posibilidad de ganar posiciones es incalculable. Exigimos audacia, decisión, cuidado y rapidez, energía y firmeza… Cuando comience la lucha, las Alianzas concentrarán en sus manos la dirección, ellas son el organismo fundamental de la lucha por el Poder».

La huelga declarada el 4 de octubre se extendió el día 5 a casi toda España; en Madrid y Cataluña, Euzkadi y León estallaban luchas armadas, y en Asturias se producía una insurrección popular.

Cataluña, donde la pequeña burguesía nacionalista representada por la Esquerra, tenía en sus manos el gobierno de [91] la Generalidad, Podía haber sido uno de los puntos decisivos del movimiento. Pero la Esquerra, en lugar de apoyarse en las masas obreras y campesinas, de dar al pueblo las armas de que disponía para cerrar el paso al fascismo, capituló cuando el combate no hacía más que empezar. Esta conducta demostró la incapacidad de la pequeña burguesía catalana para dirigir el movimiento nacional; así lo comprendieron muchos obreros y campesinos que en el período ulterior evolucionaron hacia las posiciones marxistas.

En la rápida derrota del movimiento en Cataluña incumbió una gran responsabilidad a los líderes anarquistas, los cuales no sólo se negaron a declarar la huelga general, sino que se dirigieron desde Radio Barcelona a todos los trabajadores exhortándoles a abandonar la lucha.

En Asturias es donde existía mejor preparación y más unidad. El día 5 ya estaba en poder de los obreros casi toda la cuenca minera y el 6 la mayor parte de Oviedo. Aquel mismo día los obreros de Trubia se apoderaban de la Fábrica de Armas. Sólo después de dos semanas de combates pudo ser sofocada la insurrección popular por un ejército pertrechado con toda clase de armamento.

El general Franco, consejero a la sazón del ministro de la Guerra y a quien cierto periodista calificó aquellos días de «dictador invisible de España», fue el responsable máximo de los crímenes y desmanes perpetrados en Asturias por las tropas legionarias traídas de África.

En el curso de la lucha, los trabajadores asturianos confiaron muchos de los puestos de mayor responsabilidad y peligro a los comunistas, que hicieron prodigios de energía y de heroísmo. Centenares de comunistas dieron su sangre generosa en la lucha contra el avance del fascismo y millares de ellos, al lado de sus camaradas socialistas y anarquistas, continuaron la batalla hasta el último instante. Ejemplo de valor y abnegación fue la joven comunista Aida Lafuente, que dio su vida para proteger la retirada de un destacamento minero.

La lección de Asturias fue, ante todo, una lección de unidad. Mientras en el resto del país la CNT se había opuesto a la entrada en las Alianzas, los anarquistas asturianos ingresaron en ellas a pesar de la oposición de sus jefes; y los lazos [92] de unidad anudados en la lucha común antes de Octubre se apretaron aún más al estallar la insurrección. Cuando el Comité Nacional de la CNT ordenaba desde Barcelona a sus organizaciones mantenerse al margen de la lucha, los trabajadores confederales de Asturias se batían heroicamente al lado de los comunistas y socialistas.

La unidad sellada en las Alianzas Obreras, que en el transcurso de la lucha se habían convertido en algunos lugares en Alianzas Obreras y Campesinas, como preconizaba el Partido Comunista, fue la clave de la gloriosa lucha de los obreros asturianos, que durante quince días tuvieron en sus manos el Poder.

Entre las causas de la derrota del movimiento de Octubre, además de la actitud ya señalada de los líderes anarquistas y de la capitulación de la Esquerra, hay que subrayar las deficiencias de la dirección del Partido Socialista. Los líderes del PSOE lanzaron a las masas al combate armado sin la debida preparación en el plano político y en el técnico. En realidad, en su cálculo, lo esencial no era preparar la acción revolucionaria de los trabajadores, sino agitar la amenaza de una insurrección popular para obligar al Presidente de la República a llamar a los socialistas a formar Gobierno.

Por otra parte, en el movimiento se reflejaron las consecuencias de la derrota de la huelga campesina de junio. A pesar de las propuestas del Partido Comunista, los líderes socialistas se habían negado entonces a respaldar la lucha de los jornaleros agrícolas con huelgas del proletariado industrial. Derrotados después de quince días de pelea, desorganizadas sus filas, los campesinos no pudieron prestar la debida ayuda a la clase obrera en las jornadas de Octubre.

A pesar de sus fallos, la insurrección de Octubre de 1934 fue la primera respuesta nacional de las fuerzas democráticas a los intentos de la reacción fascista de establecer en España su dominación.

Y aunque en esta primera batalla seria contra el fascismo que se daba en escala nacional, pero con profundas repercusiones internacionales, el proletariado sufrió un revés, la reacción no pudo realizar plenamente sus designios.

El pueblo derrotado era más fuerte que los vencedores.

Historia del Partido Comunista de España, París 1960, páginas 86-92.