Revista de las Españas
Madrid, noviembre-diciembre de 1932
año VII, número 75-76
páginas 545-548

Los bárbaros

Felipe González Ruiz

La antropofagia en los indios
del Continente americano

Motivo de rudas controversias ha sido y sigue siendo el tema de si en América fue o no conocida la antropofagia. El problema no parece estar resuelto; pero las dificultades que para ello se encuentran no son de orden técnico, sólo estriban en que los polemistas de ambos bandos se obstinan en no ver aquello que no quieren. Si de este tema se hubiera hecho un simple problema etnológico hace tiempo que los etnólogos lo habrían resuelto. Mas como siempre que ha salido a discusión ha sido por motivos políticos, la verdad científica ha dejado, con frecuencia, bastante que desear.

El dios Huitzilopochtli
El dios Huitzilopochtli
(Del Codice Borbonicus)

Los autores que condenan en absoluto la conquista de España (actualmente muy pocos) consideran al indio americano, sin excepción, como víctima inocente de la crueldad del invasor. Por el contrario, los que sólo ven en la gran epopeya hispana la empresa más grandiosa de todos los tiempos, inculpan a los salvajes americanos de poseer las más depravadas cualidades de canibalismo y barbarie.

Quisiéramos nosotros, alejados de todo interés particular, poner un poco de luz en el asunto, puesto que si por nuestros escasos conocimientos no podemos aportar nada nuevo, al menos por nuestro desapasionamiento nos será dado apuntar algún dato positivo de orientación en la materia.

Por canibalismo entendemos aquí el acto de que un ser devore a un semejante. En este sentido estricto, de todos los vertebrados superiores puede decirse que el canibalismo es un extravío casi exclusivamente humano. Limitándonos a los animales más perfecta y complejamente constituidos es muy cierto el refrán que dice que «un lobo no come a otro lobo». En cambio, la especie humana llega a veces a extravíos tan espantosos en este sentido que el célebre aforismo latino homo hominis lupus (el hombre es un lobo para el hombre) resulta un pálido reflejo de la realidad, por cuanto que el hombre hace con sus semejantes lo que un lobo no hace con otro.

El dios Quetzalcohatl
El dios Quetzalcohatl
(Del Codice Borgia)

Pasando a animales más inferiores, suelen citarse casos famosos de canibalismo, por ejemplo: el alacrán o escorpión hembra, que devora al macho después del apareamiento. También son célebres en este sentido los ortópteros, conocidos con el nombre de Mantis religiosa y vulgarmente por los de beata, prega a Deu, cerbatana, &c. Se ha visto a hembras de esta especie, no obstante el aspecto recogido a que aluden sus nombres, aceptar la cópula de varios de sus famélicos, degradados e insignificantes machos y devorarlos después de las nupcias tranquilamente. El gran entomólogo francés Fabre crió en cautividad una de estas hembras, y le fue sirviendo machos a intervalos de varias horas. Ocho de éstos infelices fueron devorados por la terrible comadre. En las larvas xilófagas, o sea devoradoras de madera, que excavan galerías en el interior de los troncos, es frecuente que si dos galerías se encuentran, una de las larvas devore a la otra y pase a través de su cuerpo. Pero harto [546] deshonor es para la especie humana que tengamos que descender para encontrar un paralelo a sus costumbres antropófagas a los seres más rudimentarios de la escala animal, donde no resplandece el más leve destello de soñoliento intelecto. Volviendo a los hombres, y más particularmente a los indios de América, hemos de distinguir la antropofagia propiamente dicha de la antropofagia ritual, que tiene más disculpa. La primera es sencillamente la monstruosa costumbre de comer habitualmente carne humana. La segunda se refiere a una creencia religiosa que se cumplía por mandato de los dioses en los cuerpos sacrificados a la divinidad.

El hecho del canibalismo ritual es indudable en la mayoría de las razas indígenas de América, desde los pieles rojas dolicocéfalos de Canadá hasta los fueguinos o patagones. Ni aun los grandes pueblos o imperios, cuyo grado de cultura en el momento de la conquista tanto se ha ponderado, pueden salvarse de tan terrible inculpación. Sacrificios humanos, seguidos de banquetes rituales, se celebraban en Méjico ante las grotescas figuras de Huitzilopochtli, el dios de la guerra, cuyo gran teocalí o templo de Tenochtitlan fue testigo de tan horrendas carnicerías. Igualmente a los dioses mayores, Quetzalcohatl, dios del viento y al dios del día o sol, llamado Tetzcatlipoca telpochtli (el joven), se les aplacaba con espantosas matanzas, seguidas generalmente de repugnantes banquetes en que se devoraban los cuerpos de las víctimas sacrificadas. No menos cruel era el culto al dios menor Chalchiuhtlicue, y, en general, en toda la América Central, donde influenció la poderosa civilización azteca, se seguían estos ritos sangrientos. Por ejemplo: en los Güetares de la península de Nicoya. Del reprochable vicio de antropofagia ritual no se salvó tampoco la importante cultura Maya ni los pueblos Chibchas. Quizá los que puedan librarse de esta imputación en el momento de la conquista sean los Incas, pues aunque ante las figuras de sus dioses Pachacamac o Pachayachachi y Huiracocha se sacrificaban víctimas humanas, no hay noticias ciertas de que fueran luego devoradas.

El dios menor Chalchiuhtlicue
El dios menor Chalchiuhtlicue
(Del Museo de Berlin, citado por H. Beuchat, Manuel d'Archeologie Americaine)

Pero aparte del canibalismo ritual, ¿existió en América el canibalismo propiamente dicho? Por mucho que algunos autores quieran negarlo o disculparlo, la antropofagia tuvo allí terribles cultivadores. Por habernos dedicado ahora casi exclusivamente al estudio de la etnografía de Colombia y Venezuela hablaremos sólo de los caribes, espantosas hordas, verdadero azote de aquellos territorios, antes de la conquista. Pero, desde luego, no es sólo a la nación caribe a la que se le puede llamar antropófaga en América.

El Dr. Julio Salas, profesor de Sociología de la Universidad de Mérida en Venezuela, tiene un meritorio libro titulado Los caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia. [547] En él pretende demostrar que los caribes no fueron antropófagos y anota falsas noticias propagadas por los primeros cronistas sobre esta cuestión. Sin embargo, no puede negarse la gran parcialidad con que trata las costumbres de estos salvajes. En cierto pasaje describe los horrendos suplicios dados por los caribes a sus prisioneros y cómo les hacían tremendas sajaduras para aplicar a ellas la boca y arrancar pedazos de carne palpitante. Y luego de relatar con frase patética estos repulsivos detalles, añade: «Cuando llegaron los españoles supieron de boca de los indios dóciles los horrores que aquéllos ejecutaban, lo cual dio lugar a la inculpación de antropofagia dada a esta nación». Pues ¿qué? ¿No le parece al Dr. Salas suficiente motivo para llamarles antropófagos el verles cometer tan espantosas hazañas?

No se puede negar tan terrible lacra a la nación caribe. Citaré otro ejemplo de un ilustrado autor colombiano, el Sr. Cuervo Márquez, académico de Historia de Bogotá. Cito siempre autores indígenas porque son los que pueden tratar con más cariño a estos salvajes, y es de presumir que en caso de que sufra la verdad es por el lado que los beneficia, no por el que exagera sus terribles costumbres. Dicho etnólogo, refiriéndose a ciertas tribus caribes, principalmente a los paeces, panches y yalcones, dice:

«Casi todas ellas eran antropófagas, hasta el extremo de que su único alimento consistía en la carne humana, y para procurársela vivían en constante guerra las unas con las otras, sin que las alianzas ni la consaguinidad de tribu fueran bastante para retraerlos de esta costumbre, que ya era vicio tan feroz como sanguinario. Basta un ejemplo: en el año 1540, los paeces confederados con los yalcones, dieron, a órdenes del cacique Pioanza, varios asaltos a la naciente población de Timaná; en el último de ellos, el combate se libró sólo con los escuadrones yalcones, que fueron rechazados con notables pérdidas. Los paeces presenciaron la derrota desde una altura, y una vez que estuvo consumada, no se preocuparon sino de hacer la cacería a sus aliados derrotados; capturaron un gran número, y con ellos tuvieron abundante provisión de carne por mucho tiempo. Al pueblo de Carnicerías, en vecindario de los paeces, le dieron los españoles este nombre porque allí encontraron mataderos y mercado público de carne humana.»

En estas feroces tribus se hizo célebre la terrible indígena llamada la Gaetana, que tan espantosa venganza tomó de la muerte que a su hijo dieron los españoles. El blanco de esta horrenda represalia fue el desgraciado capitán Añasco. Fray Pedro Simón nos da cuenta de este suplicio en sus Noticias Historiales, con las siguientes palabras:

«Dejando correr con la furia que quisieron los extremos de su encono y venganza, esta vieja, lo primero en que los executó fue, como a otro Mario Romano, en sacarle los ojos, para con esto acrecentarle los deseos de la muerte. Horadóle luego ella por su propia mano, por debajo de la lengua y metiéndole por ella una soga y dándole un grueso nudo, lo llevaba tirando de ella de pueblo en pueblo y de mercado en mercado, haciendo grandes fiestas con el miserable preso, desde el muchacho hasta el más anciano, celebrando todos la victoria, hasta que habiéndosele hinchado el rostro con monstruosidad y desencajadas las quijadas con la fuerza de los tirones, viendo que se iba [548] acercando a la muerte, le comenzaron a cortar, con intervalos de tiempo, las manos y brazos, pies y piernas, por sus coyunturas, hasta que le llegó la muerte.»

* * *

Mi objeto al contar estas terribles escenas no ha sido el de rebajar la catadura intelectual o moral del indio americano en su totalidad. Sólo he pretendido que se reaccione un tanto contra ciertos autores americanos que quieren presentarnos en todo momento al indígena como una víctima inofensiva. A veces, el invasor sería cruel; pero había ocasiones en que el enemigo que tenía delante estaba formado por los seres más feroces y sanguinarios que ha habido sobre la Tierra, y en esos casos los duros castigos empleados con el vencido eran una casi natural ley de guerra. Si no hubiera habido hombres con el temple suficiente para contender con tan feroces tribus, gran parte del territorio americano estaría aún entregado a la más abyecta barbarie.

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