Revista Contemporánea
Madrid, 30 de octubre de 1877
año III, número 46
tomo XI, volumen IV, páginas 487-497

Manuel de la Revilla

< Bocetos literarios >

Don José Echegaray

I

Aquella deidad misteriosa que encerrada en el templo de Saís, ofrecía eterno e inescrutable problema a la curiosidad de los egipcios, no era, sin duda, más impenetrable y oscura que lo es esa inteligencia singularísima que vive entre nosotros bajo el nombre de D. José Echegaray. Conjunto extraño de facultades y aptitudes al parecer contradictorias; enigma viviente que a los unos semeja desbordado genio, a los otros helado calculador, a muchos reflexivo y laborioso talento, a no pocos ingenio luminoso y profundo, a todos personalidad excepcional y peregrina; especie de síntesis hegeliana en que se unen todas las contradicciones y se suman todas las antinomias; ecuación de inconexos términos, cuya incógnita, después de despejada se llama genio, cuando lógicamente debiera apellidarse monstruo; el Sr. Echegaray es una de las figuras más originales y notables que registra nuestra historia literaria en el presente siglo.

Juzgar sus obras, con ser empresa difícil, no es imposible; señalar los procedimientos que emplea, la pauta a que se ajusta, el fin a que se encamina, el ideal con que sueña: mostrar [488] todo lo que hay de grandioso, de original y de bello en su dramaturgia, y todo lo que es en ella error, absurdo, y a veces delirio, tarea es también que cualquier crítico de regular inteligencia puede desempeñar; pero definir la naturaleza de su espíritu, indicar el carácter de su genio, retratar su personalidad, es cosa que entraña tales dificultades que apenas es posible llevarla a cabo.

¿Es el Sr. Echegaray un genio? Si por tal se entiende el espíritu poderoso, de organización superior, de grande iniciativa que acomete gigantes empresas, se arroja por nuevos e ignorados caminos, y rompiendo los cauces estrechos en que el común de las gentes se mueve, se aparta de las sendas trilladas y se lanza con ímpetu vertiginoso, ora a las alturas del cielo, ora a las profundidades del abismo, pero nunca al bajo suelo en que se arrastra el vulgo, entonces --no cabe dudarlo-- el Sr. Echegaray es un genio, y de los mayores, porque pocas personalidades tan originales, tan características, tan temerariamente atrevidas y tan osadamente emprendedoras registra la historia literaria de nuestros tiempos.

Pero si el genio (sobre todo en el terreno del arte) es la razón clara y luminosa que penetra con seguro paso y perspicaz mirada en la región de la verdad; si es el caluroso y arrebatado sentimiento en el cual se reflejan con toda su intensidad las pasiones humanas como son; si es la inspirada y viva fantasía que graba en imperecederas imágenes la belleza palpitante, real, llena de vida y de color que la naturaleza ofrece al artista y éste devuelve a la naturaleza, engalanándola con nuevos encantos, merced a esa operación maravillosa que se llama idealización; si es el exquisito sentido de lo bello, el fino y delicado gusto que transige, si es necesario, con lo feo, pero no con lo repugnante, que nunca salva la imperceptible línea divisoria que separa lo artístico de lo que no es; si es, sobre todo, el espíritu creador que produce esas figuras y esas concepciones que nunca mueren, y que con ser ideales y fantásticas parecen más reales y verdaderas que la realidad misma; en tal caso, ¿cómo dar el nombre de genio a quien jamás pintó la naturaleza tal como es, sino como pensó que debe ser o como quiso que fuera; a quien rara vez acierta con la verdadera [489] expresión del sentimiento humano casi siempre sustituido en sus obras por la frenética convulsión de la locura; a quien no idealiza lo real, sino falseándolo, no vacila en confundir a cada paso lo trágico con lo horrible, lo estético con lo monstruoso, y finalmente, no ha logrado crear una sola figura ni una sola concepción dramática que tenga vida propia ni verdad alguna porque las primeras son casi siempre convencionales fantasmas y las segundas artificiosas combinaciones de datos falsos?

¿Será por ventura el Sr. Echegaray, como algunos piensan, un talento calculador, un agudo y reflexivo entendimiento que sin inspiración ni genio alguno, procediendo more geométrico, combinando factores, resolviendo ecuaciones, enlazando teoremas, construye fríamente sus obras peregrinas? No y mil veces no. Un talento sin genio no caería en los graves errores que el Sr. Echegaray comete ni crearía las sublimes bellezas que esmaltan sus obras. Trazaría laboriosamente un trabajo frío, meditado, lleno de proporción y regularidad, sin méritos salientes, ni cualidades notables, siempre dentro de lo razonable y lo verosímil y siempre fuera de lo genial y lo extraordinario; pero no haría nada parecido a lo que hace el Sr. Echegaray.

Pero si no es un genio en el sentido en que lo son, por ejemplo, Calderón y Shakespeare, si no es tampoco un talento a la manera de Moratín o Scribe, ¿qué es el Sr. Echegaray? ¿Qué clave puede explicarnos el misterio de esa personalidad extraña y grandiosa que tan grandes bellezas y tan enormes monstruosidades engendra, y que atraviesa hoy la escena española, como nube preñada de rayos, que a la vez ilumina y oscurece, fecunda y devasta, destruye y crea?

Lo diremos en dos palabras. El Sr. Echegaray es un genio de naturaleza excepcional a quien sobran dos cosas, fuerza y fantasía, y faltan otras dos: verdadero sentimiento o conocimiento claro de la realidad; es el punto extraño de la unión de dos cosas antagónicas: la abstracción y la imaginación; es el producto singular de la mezcla de dos entidades heterogéneas el matemático y el poeta, es el genio apartado de la realidad por la fuerza de la abstracción, que penetra en el arte por el [490] mero esfuerzo de la fantasía. He aquí explicado el misterio: he aquí despejada la oscura incógnita que se llama D. José Echegaray. Ahora analicemos.

II

Ante todo (y sin que esto sea penetrar en el sagrado de la vida privada) debemos declarar que el Sr. Echegaray sólo ha visto el mundo por fuera, como todos los sabios. La actividad humana dispone de tan reducido tiempo y de tan breve espacio, que no le es dado desplegarse en más de una dirección a la vez. El sabio tiene, por esto, algo de anacoreta necesariamente. Para explicar el campo de lo cognoscible es fuerza, en cierto modo, renunciar a la vida. Llegar a ser matemático de primera fuerza, notable físico, e ingeniero eminente, a la par que economista no vulgar, cosa es que sólo se consigue a costa de sacrificar la juventud en aras del estudio. La ciencia se adquiere en el silencio del gabinete o en la soledad del laboratorio; no en el bullicio de la vida mundanal. La experiencia de la vida es casi siempre incompatible con el saber verdadero; pues para lograrla, se necesita el estruendo de la vida pública, la agitación de los salones y acaso la fiebre de las orgías. Por eso los grandes novelistas y los grandes dramáticos, han sido por lo general hombres de mundo y acaso desenfrenados calaveras. No retratara Cervantes con fidelidad tan pasmosa la naturaleza humana si no fuera soldado en Lepanto, cautivo en Argel, maleante alcabalero y menesteroso poeta en España.

No fuera tan gran dramático Calderón, si a sus profundos estudios filosóficos y religiosos no precediera su libre y alborozada juventud.

Absorto en sus trabajos, pasó sus primeros años el Sr. Echegaray y no debió ser muy grande la experiencia del mundo que entonces adquiriera. Por eso las figuras que crea, singularmente las mujeres, carecen casi siempre de verdad. Seméjase en esto a Víctor Hugo, que tuvo siempre la candidez de un niño y por eso concibió gitanas pudibundas, presidiarios virginales, mancebos castos y prostitutas santas. Por eso los hechos que en sus dramas desenvuelve son producto de una humanidad que sólo vive en su poderosa inteligencia. [491]

Demás de esto, se dedicó con especial afán el Sr. Echegaray a las matemáticas tanto puras, como aplicadas a las ciencias físicas, rayando en ellas a tal altura, que no hay en España acaso quien con él compita en materias tales. ¡Singular preparación, por cierto, para llegar a ser poeta dramático! Es la matemática la más abstracta de todas las ciencias; pero no es, como se piensa, producto exclusivo de la razón, sino que en ella juega papel tan importante como singular la fantasía. Derivada de la experiencia, como todos los conocimientos humanos, llega, sin embargo, al punto extremo de la abstracción idealista, toda vez que estudia la cantidad, la extensión y la forma, con absoluta separación de todos los objetos en que estas propiedades se manifiestan. A esa carencia de objeto concreto y definido debe su ponderada exactitud que sólo consigue --¡tal es la dura condición de la inteligencia humana!-- a carecer por completo de realidad.

La fantasía desempeña en esta ciencia un papel muy especial. Obligada a representar con toda la pureza y fidelidad posibles cantidades abstractas y sin vida, camina siempre esclava de fórmulas preconcebidas, amoldada al rigor de los teoremas, privada en absoluto de toda libertad. Pero al mismo tiempo adquiere cierta lógica inflexible que rara vez posee cuando libremente crea los bellos fantasmas de la poesía y de las artes, si bien en este segundo caso se ajusta a la lógica de la realidad, no siempre de acuerdo con la abstracta y formal lógica del entendimiento.

Pero no sólo convierte la matemática a la fantasía en esclava de la abstracción, sino que sofoca el sentimiento. En todas las restantes ciencias tiene cabida esta sublime facultad del espíritu; el espectáculo de la vida exuberante de la naturaleza, la contemplación de la armonía que en ella reina, pueden excitar el entusiasmo del naturalista que vive en íntimo contacto con la fecunda realidad; pero ¿qué influencia han de ejercer en el sentimiento las heladas abstracciones del matemático?

Ahora bien: si un hombre, dotado de vigoroso genio y viva fantasía, después de invertir los mejores años de su vida en el estudio de la ciencia matemática, se dedica de improviso a la poesía, eligiendo el más realista de los géneros poéticos, el [492] que requiere mayor sentimiento y más profundo conocimiento de la vida, el género dramático, en una palabra, ¿cuál será el resultado de esta transición atrevida y violenta? ¿Qué carácter tendrán las producciones de ese matemático injerto en poeta?

Fácil es adivinarlo. Ese hombre no acertará a reproducir en la escena la verdad ni la pasión; para él, alejado del mundo y sumido en abstracciones, serán eterno misterio los afectos y pasiones humanas, y la vida enigma impenetrable. Acostumbrado a la abstracción, será profundamente idealista, porque para él la realidad, con su vida inagotable, sus delicados matices y su variedad infinita, se identificará con la abstracción rígida, estéril, fríamente lógica, que constituyó la ocupación constante de su vida. Pintará la sociedad, el hombre, la vida, no como son, sino como en sus cálculos se le antoja que deben ser. Verá en los personajes que en las tablas se mueven los factores de un problema, y en los acontecimientos que en ellas se desarrollan los términos de una ecuación; el desenlace de una acción dramática será para él una incógnita que hay que despejar, y los incidentes que a este desenlace conducen habrán de combinarse y desarrollarse para llegar al fin deseado con el rigor de una demostración geométrica. Un problema psicológico o social, una intriga dramática, serán a su juicio un teorema de mecánica; dadas tales fuerzas, la resultante habrá de ser fatalmente la que del inflexible juego de aquéllas se desprenda. Demostrar un enunciado, mediante un razonamiento lógico; tal será, para espíritu semejante, concebir, desarrollar y llevar a término un pensamiento dramático.

Habrá de ser, por tanto, quien con tales elementos se dedique al teatro, idealista y fatalista: idealista, porque la verdad será para él la verdad lógica y formal de la abstracción, y no la verdad palpitante, viva, mudable y caprichosa de la realidad viviente: fatalista, porque en sus concepciones rigurosamente enlazadas según una lógica implacable no cabrán la libertad, la contingencia ni el acaso, cosas excluidas del preciso y exacto cálculo matemático. Los dramas que conciba no serán la viva reproducción de un conflicto humano, sino el desarrollo lógico y fatal de una tesis asentada a priori, y a cuyo predeterminado desenlace habrán de encaminarse, dentro de rígido [493] cauce, todos los sucesos; no siendo los personajes tampoco figuras de carne y hueso arrancadas a la realidad viviente, sino personificaciones abstractas de una fuerza determinada que juega como factor en el problema y se mueve constantemente en una dirección única, con arreglo a las leyes de una mecánica inflexible. Teoremas representados; he aquí lo que serán las producciones escénicas de un ingenio de esta especie.

Pero si otros elementos no intervinieran en la creación de tales obras, no habría en éstas el sello de inspiración y grandeza que, en medio de su falsedad, ostentan las del Sr. Echegaray. Otro factor interviene en ellas, y este factor, que constituye parte importantísima de la excepcional naturaleza del poeta, es la fantasía.

Con efecto; no hay solamente en el Sr. Echegaray una razón poderosa que, habituada a la disciplina matemática y a la contemplación del ideal abstracto, da a su espíritu la vigorosa fuerza lógica que todos le reconocen: hay, además, una fantasía calurosísima, verdaderamente oriental, llena de vigor pictórico, que es la principal causa de las grandezas, y también de los errores de sus obras.

Esta fantasía, más que la razón y el entendimiento, es la que coloca al Sr. Echegaray en el rango de los genios. A ella debe el vigor, el colorido, el brillo deslumbrador de sus creaciones; a ella los rasgos bellísimos, y a veces sublimes, que las esmaltan; a ella las portentosas situaciones y los cuadros de efecto en que abundan. Pero a ella también, tanto como al carácter abstracto de su modo de razonar, son debidos los incalificables errores del Sr. Echegaray.

Antójasenos que en el Sr. Echegaray se cumple uno de los más raros fenómenos psicológicos: la sustitución de la fantasía al sentimiento. Es un hecho, para nosotros indudable, que muchos espíritus que en realidad ni conocen ni experimentan el verdadero sentimiento, llegan a fingirlo y a representarlo en el arte con el solo auxilio de su imaginación. Es ésta bastante viva y poderosa en ellos para representarles con cierto vigor sentimientos que no experimentan, convirtiéndose de esta suerte en intuición maravillosa de lo sentido. Pero como nada sustituye cumplidamente a la propia experiencia, el sentimiento [494] que de la simple fantasía se origina casi siempre peca de falso, o al menos de exagerado, y nunca se mantiene en los términos medios, ni ostenta los delicados matices del verdadero sentimiento. Por eso, si quiere ser dramático, es teatral; si patético, melodramático; si tierno y delicado, lloros y sensiblero; si enérgico y terrible, brutal y repugnante. Y es que la fantasía es plástica de suyo, y sólo se fija en los aspectos del sentimiento que mayor relieve ofrecen, en sus tonos más acentuados, en sus colores más chillones, en sus manifestaciones más extremas. Por eso, los dramas del Sr. Echegaray deslumbran a la imaginación, excitan los nervios, pero al corazón le dejan frío. La dulce y penetrante emoción que engendra el verdadero sentimiento, que del alma brota, nunca es producida por esos movimientos convulsivos de la pasión extremada o falsa, únicos que sabe concebir la fantasía cuando no se inspira en las intimidades del corazón humano.

De aquí el efectismo del Sr. Echegaray, sobre el cual tanto hemos insistido en repetidas ocasiones. Cuando la fantasía y la razón teórica no van acompañadas del sentimiento, de la experiencia y del sentido de lo real, fácilmente incurren en vicio semejante. La fantasía es pictórica por naturaleza y busca ante todo el cuadro de efecto; la razón teórica, habituada a la abstracción matemática, busca la fórmula, que es en lo racional el equivalente del cuadro en lo fantástico. Faltando la experiencia y el conocimiento de la realidad, que no puede tener el austero sabio que sólo conoce el mundo desde el retiro de su gabinete, esto es, en teoría, el resultado necesario es la concepción de un teorema dramático traducido por la fantasía en una serie de efectos pictóricos, que es a lo que reduce el análisis los dramas del Sr. Echegaray.

Y, sin embargo, es tan poderoso el alcance instintivo del espíritu del Sr. Echegaray, es tal la fuerza de su fantasía, y tal también el poder de su entendimiento penetrante, que no pocas veces logra acertar con la realidad y reproducirla con rasgos de pasmosa exactitud. Pero bien pronto su lógica matemática y su fantasía le apartan del buen camino, y le engolfan de nuevo en la abstracción idealista y en la región de los fantasmas. [495]

Por tales razones, es el Sr. Echegaray un genio, pero incompleto. Genio es; porque es creador, original, atrevido y poderoso; porque nunca se mueve en la esfera de lo vulgar; porque en todo imprime el sello de una personalidad acentuada, llena de relieve y de fuerza; pero no es genio completo, porque le falta la llama del sentimiento que sustituye imperfectamente con la fantasía, y porque le falta el sentido de la realidad, de la que le apartan de consuno su propia naturaleza, su pasada vida y sus antiguas aficiones.

No es exacto decir que el Sr. Echegaray es un talento sin genio; menos aún que es un genio sin talento, en el sentido estricto de esta palabra. Si por talento se entiende la reflexión, el exceso de ésta, que le hace someter al rigorismo de la matemática todas sus obras, es precisamente lo que le perjudica, porque al llevarle a la abstracción, le aparta de la realidad. El talento que falta al Sr. Echegaray, es el que nace de la experiencia, no el que procede del entendimiento abstracto; es el que obliga al poeta a mantenerse dentro de lo verosímil y lo razonable; el que le impele a buscar sus personajes en los modelos vivos y no en una fantasía extraviada por la abstracción; el que, dándole el inapreciable don que se llama buen gusto, no le permite traspasar la esfera de lo artístico y caer en lo deforme o lo repugnante. Talento práctico, talento escénico, gusto, destreza, tacto; he aquí lo que falta al Sr. Echegaray, no el talento reflexivo que enlaza razonamientos, combina silogismos, induce leyes y deduce principios en la esfera abstracta de lo ideal puro, lejos de toda realidad y toda vida.

Un genio dominado por la abstracción matemática, cuyos procedimientos aplica a la realidad viviente y palpitante, que es precisamente la que a ellos no se amolda; inspirado, por ende, en un idealismo absoluto, al cual no acompaña el ardiente sentimiento que da vida, relieve y relativa verdad a lo ideal; dotado de una vigorosa y plástica fantasía, harto habituada a la rapidez de la fórmula geométrica para no ser rígida en sus creaciones poéticas, asaz desordenada e impetuosa para mantenerse en los límites de lo verosímil, y lo bastante viva e inspirada para sustituir al sentimiento, disfrazarse con máscara de sensibilidad, adoptar las apariencias de observación, dar vida [496] A ficticia, pero vigorosa, a los fantasmas, y en ocasiones, por verdadera maravilla, tocar con su mágico pincel en la realidad misma, a reserva de perderse luego en lo imposible o en lo absurdo; falto del conocimiento del mundo y de la vida que sólo suministra la experiencia, y de la destreza y buen gusto que sólo da el estudio constante y detenido de los principios del arte, de los grandes modelos y de la práctica diaria de la escena; --he aquí el Sr. Echegaray. Espíritu singular por cierto; titán poderoso, que toca con la frente en las nubes y hunde los pies en el abismo; igualmente familiarizado con lo sublime y con lo absurdo, con lo monstruoso y con lo bello; en todo extremado y expuesto, por tanto, lo mismo a grandes caídas que a grandes triunfos; idealista hasta la exageración casi siempre, y en ocasiones realista hasta el extremo; heterogénea inteligencia de matemático y de poeta en la que se identifican la fórmula y la imagen, la acción dramática y la ecuación algebraica, la mecánica y la psicología, el alma y el guarismo; enigma extraño, apenas descifrable, que a un tiempo es regeneración y ruina de la escena; personalidad poderosísima y grandiosa, cuyo paso ha de dejar profunda huella en nuestra historia literaria, y cuya singular grandeza no pueden desconocer sus más encarnizados adversarios.

III

¿Qué más hemos de decir del Sr. Echegaray? No hemos de ocuparnos de sus obras, ya juzgadas por nosotros en repetidas ocasiones. No hemos tampoco de referirnos a su vida política, que no es de nuestra competencia, y dista mucho de ser su mayor título de gloria. Hizo en ella lo que todos los sabios; y con esto queda dicho todo. De su persona, ¿qué hemos de decir? Pintamos al poeta, pero no al hombre; que a tanto no llega nuestra jurisdicción. Baste con decir que el autor de esos terribles dramas que a todos espantan, no es, como pudiera creerse, un romántico de largas melenas, enmarañada barba, torva mirada y traje de sepulturero; ni tampoco un espíritu lúgubre sentimental y desesperado. Es, por el contrario, un hombre animado, jovial y ocurrente, al parecer de genio vivo [497] y pronto, de amena conversación y trato, y de figura muy poco poética. Una frente calva y espaciosa; unos ojos vivos y penetrantes, ocultos tras unos espejuelos; una boca algo burlona; una fisonomía sumamente movible y expresiva; un cuerpo que tiene poco que agradecer, en punto a gallardía, a la madre Naturaleza; tal es, en breves términos, el retrato del Sr. Echegaray.

Para completarlo, baste decir que como hombre de ciencia es de los primeros en España; que como prosista se distingue por la belleza, elegancia y riqueza de inspiración con que trata las más áridas cuestiones de la ciencia, cuyas abstractas teorías convierte en amenísimas novelas, y que como poeta lírico (a juzgar por lo poco que de este género ha hecho) no desmiente la regla general de que nunca los grandes dramáticos se distinguieron en este terreno.

Y con esto concluimos. El lector dirá que este boceto no es boceto, sino prolija y fastidiosa disección anatómica de una inteligencia; pero, ¿qué culpa tenemos nosotros de que el Sr. Echegaray sea un problema psicológico, que no lograrían descifrar los más grandes psicólogos del mundo, aunque se llamaran Tomas Reid, Dugald Stewart o Alejandro Bain? Después de todo, si algo prueba esto, es que la inteligencia del Sr. Echegaray no se ha fundido en el vulgar hornillo en que se funde la del común de los mortales, sino en aquel en que se elaboran los genios excepcionales que, aun en sus errores, son gloria y orgullo de la humanidad.

M. de la Revilla

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