Filosofía en español 
Filosofía en español


José Ortega Munilla

Rasgos de España

El maestro Avelino

Acabo de ver en un diario, La Tribuna, la fotografía que representa al insigne médico hispano-argentino D. Avelino Gutiérrez, vestida la blusa del operador ante la magna e ilustrada reunión de los alumnos de San Carlos, los brillantes cultivadores de la ciencia, los afortunados herederos de estos doctores que nos honran y enaltecen ante propios y extraños. Sobre la mesa trágica y sublime yacía un cadáver, y el maestro montañés leía o recitaba, y según pude deducir de la imagen, de cuando en cuando hendía con el bisturí la carne muerta, mostrando sendas de salud y vida. Mi incompetencia me impide explicar lo que el cirujano prodigioso exponía y demostraba. Sólo sé que él habrá dejado aquí enseñanzas pródigas, porque el que allá, en las tierras del Plata, es resurrector de moribundos, inventor de estilos operatorios, creador de maneras técnicas, investigador incansable y dichoso en los éxitos, no habrá pasado por el aula gloriosa, la de nuestros profesores eximios, sin que la efemérides sea inolvidable.

El doctor Avelino Gutiérrez es santanderino, lo que significa energía, clarividencia, entusiasmo patrio, generosidad. Estudió en Buenos Aires, completó sus enseñanzas en Europa y llegó a ser el primer cirujano de su nueva Patria, allí donde hay tantas eminencias en todos los órdenes del saber... Apenas consiguió la fortuna que merecía, dedicó parte de ella al servicio de España. Fundó y dirige la Asociación Cultural, a la que se debe la mayor empresa de propaganda española que en las tierras americanas se ha realizado. Ha hecho donativos espléndidos para la enseñanza en este país, en el que no abundan los donantes discretos que a ese objeto dedican sus magnificencias...

Y al llegar a la Patria encontró entusiasta acogida. Símbolo y expresión de ella ha sido la que le dispensó S. M. el Rey. Cuando un día el ministro de Instrucción pública D. Natalio Rivas, fue a despachar con el Monarca, éste, según el rito, le preguntó qué novedades había en el departamento de su cargo. Y el ministro contestó: «Señor: La novedad más importante es la llegada del eminente médico doctor Gutiérrez, el gran científico de Buenos Aires, nuestro compatriota...» No fue preciso más. Don Alfonso, que estudia incesante y cuidadosamente todo lo que corresponde a su alta función tutelar de los prestigios de la raza, interrumpió con estas palabras: «Es necesario otorgar a ese insigne español todos los honores, todos los homenajes que le corresponden...»

Y cuando, ha poco, fue a la Real Cámara el doctor Avelino Gutiérrez, a quien acompañaba el preclaro Ramón y Cajal, hallóse el maestro hispano-argentino con que D. Alfonso estaba al tanto de sus obras, de sus empeños, de sus labores y de su méritos... No sólo dijo el Rey lo que importaba al caso personal del sabio montañés dichosamente trasplantado a Buenos Aires, sino que expresó por modo asombroso la calidad de la obra que hemos de realizar para la mejora a que aspiramos... «Cuidemos de la interior y personal perfección, y así lograremos el bien común de la ciudadanía y los anhelos totales de la raza...»

¡Síntesis admirable de la trascendental pedagogía en que hemos de afanarnos todos!

Y antes y después de esa recepción palaciana, el doctor Avelino Gutiérrez ha recibido infinitos plácemes, festejos y lauros, en los que han intervenido los más eminentes, desde el artículo bellísimo del ex ministro Francos Rodríguez, a los comentarios de otros literatos. La Residencia de señoritas, fundación suprema de la nueva cultura; la Universidad, en la que impera la sabiduría de Rodríguez Carracido, y tantos otros Centros de perfección espiritual que actúan aquí, han rendido al viajero sus atenciones.

Modesto, serio, severísimo, austero, el doctor Avelino Gutiérrez ha soportado los plácemes con amor y con gratitud, pero con miedo. Fue propuesto para la gran cruz de Alfonso XII, y él rechazó la envidiable presea. Dijo que no merecía esa insignia. Y razonó los términos de la negativa. Hombre de labor incansable, creyó, y cree, que debe volver a la Patria electiva sin el peso de una recompensa. Así conservará entre los españoles del Plata y entre los argentinos, sus hermanos y admiradores, la autoridad de los esfuerzos sin recompensa. En efecto, la mejor recompensa es esta que inició el Rey Alfonso, y se desarrolla en los varios modos de la gratitud nacional, que se le van rindiendo, sin que el maestro adusto pueda evitarlos.

Pero donde yo he adivinado la virtualidad esencial del doctor Avelino ha sido en la fotografía a que aludo. Allí, rodeado el cirujano de sus colegas y de la hermosa comunidad de los discípulos, se me ha aparecido prodigiosamente admirable. Hablaba él con el escalpelo. Decía con el prestigio de su ciencia. Hallaba la verdad en el nervio descubierto, en el músculo adivinado, en la vena rota, y sin más retórica que la de un corte en la carne, podía repetir la frase de Ambrosio Paré, el fundador de la cirugía francesa: «El hierro con que corto, sana. Yo encontraré en el dolor del operado la salud del enfermo...»

J. Ortega Munilla