Filosofía en español 
Filosofía en español


Julio Palacios

Anecdotario para la historia de la Ciudad Universitaria que había de llamarse de Alfonso XIII

Celebrábase en el Palacio Real de Madrid una recepción en honor de los representantes de los municipios franceses. La Facultad de Ciencias de la Universidad Central estaba representada por su decano D. Luis Octavio de Toledo, por el catedrático D. Ignacio González Martí y por el autor de estas líneas. Un grande de España dio las palmadas protocolarias anunciando la llegada de los reyes. Extinguióse el rumor de las conversaciones y salieron el Rey y la Reina seguidos de fastuoso cortejo. Los Monarcas comenzaron a saludar a todos los concurrentes, uno por uno. A mi lado estaban el embajador de Francia y el señor Pittaluga. Preguntó el Rey al primero si se tenían noticias del accidente que acababa de sufrir el Presidente de la República francesa Mr. Deschanel. Habló luego con Pittaluga de la campaña antipalúdica que se estaba llevando a cabo en tierras de Valencia. Al pasar por delante de mi, fijóse insistentemente D. Alfonso, mientras me daba la mano, en mi medalla de catedrático de la Facultad de Ciencias.

Ya en el comedor de gala, me preguntó el Soberano si había muchos catedráticos jóvenes en mi Facultad y si no se sentía la necesidad de un cambio completo en la vida estudiantil, no sólo desde el punto de vista docente, sino también en su aspecto social. Añadió que su sueño dorado era construir una universidad nueva, en la que se atendiera tanto a la perfección de la enseñanza como al mejoramiento de las condiciones de vida de los estudiantes, velando por su completa formación intelectual, moral y física. [635] Quería que fuese ésta la obra cumbre de su reinado, gastando en cada Facultad lo que pudiera costar un acorazado. Pero era preciso esperar una ocasión oportuna; había de terminar la guerra de Marruecos y mejorar la situación interior del país.

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Pasaron los años. El general Primo de Rivera pacificó Marruecos, terminó con el terrorismo y dio a España un período de tranquilidad y de bienestar que ahora recordamos con añoranza. En la Gaceta del 17 de mayo de 1927 apareció un Real decreto creando la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria y cediéndole los terrenos de la Moncloa. La presidencia de dicha Junta correspondía a S. M. el Rey y los vocales eran todos catedráticos, arquitectos, jurisconsultos y financieros. El Gobierno no estaba representado más que por el Ministro de Instrucción pública y los intereses de la villa y corte estaban personificados en su Alcalde. Era idea del Rey, y así nos lo manifestó expresamente en distintas ocasiones, que la Ciudad Universitaria fuera obra nacional y no estuviera sometida a los vaivenes de la política. Por esta misma razón no se pidió una consignación en los presupuestos, sino que se creó una lotería especial y se hizo activa y eficaz propaganda para conseguir donativos.

Los resultados no pudieron ser más halagüeños, pues los ingresos de la lotería fueron ascendiendo, de año en año, hasta acercarse a la cifra máxima de quince millones de pesetas. Tengo a la vista el balance de 13 de octubre de 1930, y en él se ve que lo recaudado entre la lotería y los donativos ascendía ya a muy cerca de cincuenta y cuatro millones de pesetas. Aparte de esto, y gracias a la simpatía con que la idea del Rey había sido acogida, Alemania y la mayor parte de las repúblicas sudamericanas ofrecieron la construcción de residencias de estudiantes. En algunos casos los fondos estaban ya depositados y hecha la entrega de los terrenos para que las obras comenzasen inmediatamente.

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El Rey dedicó a la empresa la máxima actividad. Dos veces al mes, cuando menos, se reunía la Junta bajo su presidencia. [636] Llegaba a la Moncloa a las diez y media en punto, generalmente en un Ford que conducía él mismo y permanecía con nosotros hasta después de las dos. Encauzaba las discusiones con tal acierto que nunca hubo necesidad de llegar a una votación y con frecuencia, en asuntos difíciles era él quien daba con la solución más acertada.

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El primer donativo fue de procedencia regia. Nos informó Su Majestad de que hacía muchos años había recibido un legado de un español llamado Menéndez que había muerto en Patagonia y había dejado quinientas mil pesetas para que el Rey de España hiciera de ellas lo que tuviera por conveniente. Con los intereses acumulados, el legado ascendía ya a cerca de un millón de pesetas, que fueron entregadas por el Rey para que figurasen en las cuentas como «donativo del Sr. Menéndez, de Patagonia».

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Estábamos en Washington el arquitecto Sr. López Otero, el Dr. Simonena, el Sr. Casares Gil y yo, regresando ya de un viaje de estudio por las mejores universidades de Europa y Norteamérica, cuando nos llamó el embajador de España para decirnos que D. Gregorio del Amo, residente en Los Angeles, había pedido con gran interés noticias de nuestro viaje, sospechándose que trataba de hacer un cuantioso donativo. Comunicamos la noticia al Vizconde de Casa Aguilar, que estaba en Madrid, y éste, sin pérdida de tiempo, fue a California y trajo a Madrid al Sr. Del Amo. Parece ser que el filantrópico patriota, por sus convicciones republicanas, vacilaba en prestar su concurso a una obra de iniciativa regia, pero tuvo la desgracia de caer y romperse un brazo y don Alfonso, que acudió a verlo, supo disipar sus escrúpulos de tal modo que, después de la entrevista, declaró el Sr. Del Amo que no sabía ya si era republicano o monárquico, pero que sí estaba seguro de ser alfonsino. El resultado de todo ello fue que muy poco después se inaugurase la Residencia Del Amo, verdadero modelo de hogares estudiantiles.

No fue sólo el Sr. Del Amo quien sintió entibiados sus sentimientos republicanos ante el entusiasmo con que el Rey quería [637] dotar a España de una universidad modelo. Al que fue decano de la Facultad de Medicina, D. Sebastián Recasens, le oí en cierta ocasión pronunciar las siguientes frases, dichas con la solemne entonación que le era característica: «Quizá doctrinalmente pudiera yo tener simpatías por el régimen republicano, pero mientras ciña la corona de España S. M. el Rey D. Alfonso XIII, fundador de esta Ciudad Universitaria, no consiento que nadie pretenda aventajarme en monarquismo».

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Tropezábase con la dificultad de asegurar el sostenimiento de las dos mil camas que había de contener el Hospital Clínico de la nueva Facultad de Medicina y pensóse en recabar donativos de veinticinco mil pesetas que, puestos a interés hasta llegar a treinta mil, sirvieran para dotar sendas camas que llevasen el nombre del donante. Quiso D. Alfonso encabezar la lista con dos camas, una a su nombre y otra al de su augusta esposa, dando orden al Vizconde de Casa Aguilar de que fuera a recoger las cincuenta mil pesetas a la administración del Real Palacio. Hizolo así el entusiasta y activo secretario, pero el administrador, en forma pintoresca, le dijo que las arcas reales estaban exhaustas a causa del viaje que recientemente había realizado Su Majestad a Inglaterra. Volvió contristado a su casa el Sr. Aguilar y, al llegar, le anunciaron que le esperaba una urgente llamada telefónica. Era el Rey que le llamaba para entregarle no cincuenta mil pesetas, sino doscientas veinticinco mil, pues, además de las ofrecidas había decidido fundar otras siete camas a nombre de su madre la Reina Doña María Cristina, y de cada uno de sus hijos: el Príncipe de Asturias y los Infantes D. Jaime, D.ª Beatriz, D.ª Cristina, don Juan y D. Gonzalo.

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En la Residencia de Del Amo echaban de menos los estudiantes algo de música que amenizase las veladas y les permitiera bailar de vez en cuando. La colecta organizada entre ellos distaba mucho [638] de alcanzar la cifra necesaria. Súpolo el Rey y completó la suma adquiriéndose el aparato gramofónico más perfecto en aquella fecha. Es de notar que esto ocurría después de la caída de Primo de Rivera, cuando el republicanismo se propagaba por España como si fuera un contagio. Los estudiantes de la Residencia eran todos republicanos. El Rey gustaba de visitar frecuentemente las obras y examinar su conjunto desde un altozano próximo a la Dehesa de la Villa, al que el ministro D. Elías Tormo dio el nombre de «Silla de Alfonso XIII»; pero no se consideraba oportuno que fuera a la Residencia por temor a las manifestaciones de desagrado de que pudiera ser objeto.

Por entonces llegó hasta mí el rumor, entre otros análogos, de que las obras de saneamiento de la Ciudad Universitaria habían valido al Rey cuatro millones de pesetas. Es de notar que el presupuesto para dichas obras fue de unas cuatrocientas mil y que no llegaron a gastarse del todo porque en la ejecución hubo economías.

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El viernes 10 de abril de 1931 dedicó el día D. Alfonso a enseñar las obras de la Ciudad Universitaria a Mr. Charlety, Rector de la Sorbona y a Mr. Dresch, Rector de la Universidad de Toulouse, acompañados de representantes diplomáticos y de los vocales de la Junta. Vieron los edificios, ya muy adelantados, de las Facultades de Medicina y Farmacia y de la Escuela de Odontología, visitaron los campos de deportes y las extensas plantaciones forestales, contemplaron las maquetas que daban idea de la grandiosidad que había de tener el conjunto y luego almorzamos en el recién restaurado palacete de la Moncloa. Al final pronunció el Monarca un discurso en francés explicando detenidamente a sus huéspedes lo que había de ser la futura Universidad.

Ya entre españoles preguntó el Soberano por el Estado de las revueltas escolares. Alguien, cuyo nombre recuerdo, pero callo, dijo que todo se arreglaría con rigor, por aquello de que «tranquilidad viene de tranca». Hizo D. Alfonso como si no hubiese oído la poco escogida frase y dijo que él tenía la seguridad de que las algaradas estudiantiles terminarían cuando los alumnos habitasen [639] su nueva Universidad, llevando la vida propia de sus pocos años y haciendo lo que España esperaba de ellos.

Tres días después emprendía D. Alfonso el camino del destierro. Le siguieron los ex ministros vocales de la Junta: Callejo y Yanguas. En el exilio continúan todos, con Guadalhorce y Calvo Sotelo.

La Historia ha de hacer justicia y todos tenemos el deber de dar testimonio de cuanto vimos y oímos.

Julio Palacios