Filosofía en español 
Filosofía en español


Miguel Herrero-García

Actividades culturales

En la sociedad «Acción Española» han continuado las series de conferencias que vienen dando con tan reconocido éxito los señores Pradera y Sáinz Rodríguez.

Disertó D. Víctor Pradera sobre el tema «localización de la soberanía», que lógicamente correspondía tratar después de su última conferencia acerca de la naturaleza de la nación, definida como una entidad colectiva. De acuerdo con el carácter de tal entidad, afirmó la necesidad que la nación tiene de medios adecuados a la realización de sus fines propios: a fines nacionales, medios nacionales. El medio más importante que la nación posee para llenar su cometido es el orden; y con ser tan importante, no deja de ser medio. Por eso, a veces, hay que jugárselo, como se juega la fortuna, cuando llega la ocasión.

Respecto a la soberanía nacional, hace falta delegarla en personas físicas para hacerla efectiva. En este punto, la teoría rousoniana merece dura diatriba al Sr. Pradera; después pasa a contrapesar la delegación de la soberanía en un presidente o en un monarca. La primera es inferior, menos estable, más sometida a innumerables contingencias que la segunda. Filosóficamente como históricamente, las repúblicas son inferiores a las monarquías. Establece una bella comparación entre el rey y el padre de familias, entre la compenetración del rey con los intereses de su pueblo y la del padre con los bienes de su casa. La unidad de mando, la continuidad de gestión, la independencia de autoridad y el interés hereditario son calidades que avaloran la forma de gobierno monárquico, por encima de las efímeras ventajas que presentan las democracias republicanas. [315]

D. Pedro Sáinz Rodríguez desarrolló, a su vez, el tema «La política de la Restauración y el pesimismo nacional». Analiza, en primer término, la obra de Cánovas, perfectamente ambientada en las ideas e instituciones políticas de su época: parlamento, partidos de turno, caciquismo. Cánovas no podía hacer ni más, ni mejor de lo que hizo. Su edificio, es verdad, estaba condenado al fracaso; pero también lo estaban todos los sistemas a la sazón vigentes en Europa, y entonces, sin embargo, gozaban de deslumbrante prestigio. Desde 1876 a 1898 se da en España un florecimiento de restauración arqueológica. La tradición, aunque adulterada por el liberalismo, pugna por abrirse paso y moldear los progresos patrios. El representante eximio de esta restauración espiritual es Menéndez Pelayo. Frente a él, como encarnación de la desespañolización, está Giner de los Ríos. La lucha entre ambas tendencias llega al año de la pérdida de las colonias, en que una mal llamada generación del 98 exacerba el antiespañolismo, hace bandera del «pesimismo, nacional» y comienza a combatir abiertamente al régimen político. Durante todo el siglo XX, por régimen político se entendió a los hombres gobernantes, jamás a las instituciones reales. Las etapas de los avances revolucionarios son tres: 1909, caída de Maura; 1917, Asamblea de Parlamentarios; 1923, golpe de Estado. Cada vez los políticos aparecen más incapacitados y las instituciones liberales más gastadas. De ahí los aplausos que el pueblo unánime tributó al dictador Primo de Rivera. La proclamación de la República ha consagrado nuevamente las formas democráticas, sufragio y parlamento, que fueron la polilla corroedora de la Monarquía de D. Alfonso XIII.

El Círculo de estudios que dirige D. Eugenio Vegas ha tenido que duplicar las sesiones cada semana, en vista del éxito que ha obtenido entre la juventud inscrita en «Acción Española».

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En la Academia de Ciencias ingresó con la solemnidad de actos semejantes, el docto catedrático de Termología, D. Julio Palacios. Su discurso versó acerca del llamado Principio de indeterminación de Heisenberg, según el cual es imposible idear un experimento que permita simultáneamente hallar la posición de un punto [316] material y medir su velocidad, sin que resulten sendas indeterminaciones que, multiplicadas entre sí, den un producto superior a cierta constante universal perfectamente conocida, que se llama «cuanto de acción de Planck». Para darnos cuenta de la trascendencia de esta proposición, bastará decir que en el límite, cuando llegásemos a fijar con precisión geométrica la posición de un corpúsculo, nos sería imposible saber si, en el mismo instante, se hallaba en reposo o se movía con la velocidad de la luz.

Evidentemente, ningún hombre de ciencia hubiera pensado en sentar un nuevo postulado que se hallara en pugna con nuestras ideas preconcebidas, si no se hubiese visto inducido por razones poderosísimas. Por otra parte, el principio en cuestión no cuenta con más de cinco años de existencia y es notorio que en tan corto plazo no han podido agotarse las pruebas a que puede ser sometido; de modo que su justificación ha de buscarse principalmente, en la importancia de los conflictos lógicos que ha permitido resolver. La exposición que el nuevo académico hace de la evolución científica desde el renacimiento hasta nuestros días, hace ver con toda claridad cómo los hechos experimentales, en particular los resultados obtenidos en espectroscopia han conducido de un modo perentorio a la moderna teoría cuantista, elaborada independientemente por Heisenberg, Dirac, de Broglie y Schrödinger y de la que se desprende lógica e ineludiblemente el principio en cuestión.

Como resumen de su bosquejo histórico hace resaltar el señor Palacios lo que pudiera llamarse espíritu conservador de la ciencia. Procédese siempre por generalizaciones sucesivas, de donde resulta que, en general, las teorías primitivas están contenidas en las nuevas como casos particulares. Esta circunstancia destaca notablemente en la teoría de los cuantos; tanto en su forma primordial como en las más modernas, que reseñaremos a continuación. El desarrollo de las ideas cuantistas ha sido siempre presidido por el Principio de correspondencia de Bohr, que puede considerarse como la declaración expresa del principio conservador a que aludíamos. No es posible enunciar dicho principio brevemente, pero podemos decir, de modo si no muy concreto, cuando menos muy expresivo, que «al elaborar las modernas teorías debe tornarse de las clásicas todo cuanto se pueda, no sólo en cuanto a los conceptos básicos, sino hasta en el aspecto formal». La [317] ciencia no ha dado pasos en balde. Si es preciso modificar sus principios no es porque sean falsos, sino más bien porque conteniendo la verdad no contienen toda la verdad.

Tras una exposición crítica de los métodos matemáticos utilizados por Heisenberg, que requieren en el lector una preparación adecuada, entra el disertante en el análisis del nuevo principio.

Evidentemente, bastaría un solo experimento que permitiese averiguar simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula, midiendo ambas magnitudes con una precisión superior a los límites impuestos por el principio de indeterminación para que toda la moderna teoría cuantista cayese por su base. No hay que decir que tal método de comprobación es irrealizable dada la pequeñez de h. Otro camino consistiría en someter al contraste con la experiencia cuantas consecuencias de él se deduzcan. Finalmente, podemos someter el principio en cuestión a un análisis crítico, a fin de ver si logramos descubrir alguna contradicción.

Cuando comenzó a vulgarizarse el principio de relatividad, circularon profusamente por libros y revistas problemas en que se trataba de averiguar cómo tal observador, puesto en determinadas condiciones, apreciaría la longitud de ciertas reglas o la marcha de ciertos relojes. También ahora ponen los físicos a contribución su ingenio ideando lo que pudiéramos llamar medidas estilizadas que permitan descubrir algún punto flaco en el principio de indeterminación; pero éste sale siempre victorioso.

Cuando la ciencia clásica daba por plenamente conocido un fenómeno, aseguraba que siempre que se reuniesen tales o cuales circunstancias se producirían necesariamente estos o los otros acontecimientos. El éxito indiscutible logrado en infinidad de casos concretos, y, sobre todo, el progreso alcanzado por la técnica al utilizar los resultados teóricos, han sido causa de que, por un proceso de generalización, nos hayamos familiarizado con la idea de que el universo se halla regido por el principio de causalidad: en el orden físico y en las mismas circunstancias, las mismas causas producen los mismos efectos. Llevando las cosas a su extremo, podríamos decir con Eddington «si tuviésemos datos completos del estado del universo durante el primer minuto del año 1600, sería un mero problema matemático el deducir ha ocurrido u ocurrirá a partir de aquella fecha. El futuro estaría determinado por el presente lo mismo que la solución de una ecuación [318] diferencial queda fijada por las condiciones en los limites».

El principio de indeterminación destruye de raíz tan ambiciosas ilusiones. La ciencia es incapaz de predecir con exactitud el futuro y esto no por razón de dificultades prácticas, sino por la esencia misma de las cosas. Tan desconsoladora limitación de nuestros conocimientos queda algo amortiguada si se advierte que la ciencia puede atribuir grados determinados de probabilidad a los diferentes acontecimientos posibles y que, en ciertos, casos, la probabilidad de algunos de éstos es tan considerable que equivale a la certeza. Para restablecer algo la confianza que los principios clásicos merecen cuando se aplican a sistemas macroscópicos, es decir, en los que interesan a la ingeniería por ejemplo, cabe recordar que cuando se descubrió la naturaleza estadística que debía atribuirse a los principios de termodinámica, hizo ver Boltzmann que la probabilidad de que al manejar un gas en una vasija nos encontrásemos, por ejemplo, con que todas las moléculas se habían reunido en la mitad del espacio libre y dejaba vacío el resto, era comparable a la probabilidad de todos que los habitantes de una ciudad populosa se suicidasen en el mismo momento sin acuerdo previo y por causas totalmente distintas.

De todos modos, el principio de indeterminación hace perder toda significación al célebre principio de causalidad, ya que siéndonos imposible el precisar exactamente las circunstancias que concurren en un hecho cualquiera, el enunciado en cuestión contiene lo que en lógica se llama una petición de principio y pasa a la categoría de las proposiciones que el lenguaje humano es capaz de construir sin que pueda decirse que son verdaderas o falsas.

En resumen, podremos afirmar que la ciencia es incapaz, a partir de datos actuales, de predecir con exactitud el futuro o de reconstruir fielmente el pasado, aun en los casos más sencillos. Cuando más, la certidumbre sólo podrá lograrse para los acontecimientos que ocurran en el tiempo comprendido entre dos órdenes de medidas, uno que nos dé las velocidades y otro que fije las coordenadas.

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El segundo centenario del insigne naturalista D. José Celestino Mutis ha abierto margen a un número de actos y conferencias [319] que describen una vez más las cordiales relaciones entre la ciencia y la santidad. El ilustre académico señor Blanco Juste nos ha descrito con maravillosa precisión la figura de Mutis, desde que entra en las aulas de la Universidad hispalense. Vino después a Madrid, donde oposita a la plaza de médico del Real protomedicato, siendo su juez el sabio Piquer; explica Anatomía en San Carlos, y a la vez estudia botánica en el jardín de Migas Calientes con Miguel Bernades; contribuye a la transacción del Método de Tournefort al sistema sexual de Linneo. Embarca rumbo a Nueva Granada y allí reside cuarenta y ocho años; en ese lapso de tiempo hace su vida ejemplarísima de sabio y santo. Creyente fervoroso y católico se ordena sacerdote y llega a ser canónigo de la Santa Iglesia Metropolitana de Bogotá; como virtuoso sacerdote oye confesiones y asiste a coro; consuela y practica la fe de sus mayores; médico eminente, asiste a los enfermos; dicta reglas de higiene; lucha contra la viruela, cuya vacuna impone; la malaria la combate con su amargo austero: quina; astrónomo, funda el observatorio de Bogotá; explorador, asciende a los Andes; botánico, descubre plantas medicinales hoy en uso; descubre, estudia, y propaga siete especies de quina, más veinte variedades, y como médico dosifica y observa. Maestro, funda la Corporación científica, y de allí salen sus 18 famosos discípulos, entre ellos Caldas, en cuyo honor habla el bronce de la Biblioteca Nacional, «perpetuo desagravio de la Madre España». Su tesoro, custodiado en el jardín Botánico de Madrid hace ciento catorce años, se conserva inédito; son 105 cajones conteniendo 5.190 láminas a la acuarela y a lápiz y 711 diseños, 48 cajones con anatomía de plantas y quina, 15 con minerales; nueve, con semillas; seis con varias curiosidades, 6.717 dibujos pertenecientes a la expedición de Bogotá se describen 130 familias botánicas descubiertas por él y un herbario de 20.000 plantas repartidas en 45 cajones sin rotular. Mineralogista, zoólogo, matemático, lingüista, pues Catalina II de Rusia le encarga el arreglo de la Gramática de Lengua rusa, en unión de los señores Ugalde y Álvarez, sacerdotes. Sabio y santo, murió cristiano fervoroso el 11 de septiembre de 1808, contemplando al Autor de su existencia. Durante su vida no hizo sino admirar las obras del Creador y cumplir fidelísimamente sus mandamientos. Elogiado por todos los sabios de [320] la tierra, incluso por Linneo, que le dice en cartas : «Tu nombre inmortal no lo borrará edad alguna.»

A todos los actos en honor de Mutis se ha asociado el Ministro de Colombia, D. José Joaquín Casas, hombre de excepcional cultura, y sobre todo, de íntima comunión con el alma española. Mutis, español en Colombia, y Casas, colombiano en España, han realizado el gran ideal de la raza una, católica y civilizadora.

En estos mismos días dos acreditados naturalistas de nuestro campo han demostrado que el espíritu de Mutis sigue alentando en nuestra patria. El Padre Agustín J. Berreiro presidió la última sesión de la Sociedad de Antropología, Etnología y Prehistoria e hizo un magistral resumen de los viajes realizados en los años 1830 a 1832 por un estudiante de cuarto año de Medicina, D. Marcelino Andrés, por varias regiones africanas.

D. Felipe Manzano, catedrático de Ciencias Naturales, con decidida vocación a las aplicaciones prácticas en el terreno de la agricultura, disertó en la Casa del Estudiante sobre el tema de las «Reproducciones en fanerógamas» y sus diferentes formas de producirse en forma anemófila y entomófila; estudia la reproducción de algas y hongos, deteniéndose en las feoficias, como tipos de gran complicación, y describe los órganos sexuales del «fucus vexiculosus» y en las caráceas.

Esta conferencia forma parte de la serie sobre Botánica organizadas por D. Pedro Martínez Olmos entre los Estudiantes Católicos.

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La Asociación Católica de Padres de Familia ha reanudado en el Salón María Cristina el curso de resonantes conferencias, interrumpido por orden gubernativa. Fue el primero en ocupar la tribuna D. Rufino Blanco, pedagogo de gran renombre por sus innumerables obras y por su fecundo magisterio.

Continuó el curso de conferencias D. Romualdo de Toledo, quien a su paso por el Ayuntamiento de Madrid desplegó inestimables dotes en la reorganización escolar municipal. Desde entonces viene el Sr. Toledo trabajando incansablemente en [321] cuestiones escolares, sobre las que demostró poseer una vastísima documentación.

En el mismo salón habló D. Ramiro de Maeztu sobre el tema «La España misionera». Una cálida disertación sobre la ingente labor de los misioneros españoles, en aquellos siglos en que la obra de la fe y la obra de España caminaban unidas. El Sr. Maeztu desenvolvió con honda emoción el cuadro de la verdadera epopeya española.

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Otro nuevo atentado al tesoro artístico nacional tiene que lamentar la cultura española. La iglesia de San Julián, de Sevilla, ha ofrecido a la voracidad de las llamas una escultura de Martínez Montañés, una tabla de Alejo Fernández, un lienzo de Zurbarán, y varios espléndidos retablos y tallas del siglo XVIII. Seguimos en pleno período de devastación. Hace pocas semanas, protestando del vandálico sacrilegio de la catedral de Valencia, hicimos observar la enemiga que la revolución tiene declarada al arte, y en especial al arte religioso. Esas imágenes y esos cuadros conservan como áureos esencieros el alma del pasado, y la revolución educa a sus adeptos en el odio al pasado, en la incomprensión de la historia. He aquí un desengaño más que la intelectualidad recoge de su ciega alianza con la revolución. Hasta hubo un tiempo en que se pensó que el Arte pudiera sustituir a la Religión. ¡Tan alta cosa era el Arte para los intelectuales! Con seis copias, de unos cuadros del Museo del Prado, aspiran los intelectuales de la República a sacar de su soñolencia al espíritu aldeano y ponerlo en vibración. Pues ahí tienen a sus masas destruyendo edificios mozárabes, incendiando tallas y lienzos admirables. Tal es el destino, en poder de los revolucionarios, de ese Arte en que la intelectualidad cifraba el sueño dorado de educar al pueblo y elevarlo a una finura de sentimientos casi versallesca. Mientras esos salvajes deshacen la obra sagrada de la cultura católica, es decir, de nuestra cultura, sigan los intelectuales viendo cómo desaparece ese Arte que tanto les dolía que se perdiese, cuando la ponderación de su dolor era un arma política. [322]

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Por su bello artículo titulado «Señora: ¿se le ha perdido a usted un niño?», ha sido premiado con el «Premio Mariano de Cavia de 1931» –instituido por D. Torcuato Luca de Tena– nuestro colaborador D. César González Ruano. En la rápida y brillante carrera literaria del Sr. González Ruano, el galardón obtenido no puede señalar sino el fin de una etapa y el comienzo de otra en que su completa formación doctrinal asegure para nuestra causa uno de sus más fecundos y significativos valores.

M. H.-G. [Miguel Herrero-García]