Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
Montaner y Simón Editores, Barcelona 1893
tomo 12
páginas 579-582

Materialismo

(de material): m. Doctrina de algunos filósofos antiguos y modernos que consiste en admitir como única substancia la materia, negando, en su consecuencia, la espiritualidad y la inmortalidad del alma humana, así como la causa primera y las leyes metafísicas.

... (Daniel Huet) en refutaciones separadas del MATERIALISMO y el deísmo, combatió de propósito a los impíos, etc.
Jovellanos
El sansimonismo, por decirlo en pocas palabras, es: el panteísmo en religión, el MATERIALISMO o el epicurismo en moral, y el despotismo en política.
Monlau
Dicen algunos que las ideas modernas, que el MATERIALISMO y la incredulidad tienen la culpa de todo.
Valera

– MATERIALISMO: Fil. El materialismo es un sistema filosófico que ensaya la explicación de las cosas, y aun de las realidades que aparecen desconocidas y sin embargo nos rodean, tomando como idea primera y principio fundamental la materia. El alcance psicológico, lógico y [580] superiormente metafísico de la hipótesis materialista será fácilmente percibido en la diversidad de sus manifestaciones, en su historia, de tan largo abolengo como lo es el de las primeras sistematizaciones del pensamiento filosófico. En los primeros tiempos de la Filosofía griega (siglo VI), los helenos, que conocían ya algunos de los más sensibles fenómenos celestes y terrestres, idearon la primera concepción científica del mundo, tomando como base de sus especulaciones los datos que tenían recogidos de sus observaciones empíricas. Impresionados por las transformaciones que sufre la materia al pasar por sus tres estados, sólido, líquido y gaseoso, los consideraron como formas fundamentales de la substancia universal. El agua, el aire, la tierra y el fuego (entonces concebido como distinto de los tres estados de la materia) fueron considerados por Thales, Anaxímenes, Heráclito y Empédocles como el principio de las cosas. Explicaban el mundo mediante las tenidas por leyes fundamentales de la materia eterna, que sistematizaron después los filósofos pitagóricos, partidarios del ritmo y anhelosos de ver sólo en la naturaleza número y medida. En esta época la Física y la Filosofía constituían aún una sola ciencia. Las observaciones de los fenómenos sugerían las concepciones especulativas. No es lícito juzgar teorías tan antiguas (anteriores en muchos siglos a nuestra era) a la luz de los conocimientos actuales, sino en vista de los datos que entonces recogía la experiencia, y teniendo en cuenta el servicio positivo que han prestado al desarrollo ulterior de la Ciencia y de la Filosofía. La doctrina de los cuatro elementos, que por espacio de dos mil años ha imperado sin rival, que Empédocles había enseñado antes que Aristóteles, si ha sido refutada más tarde, ha servido con el tiempo de base a las opiniones modernas de la Química acerca de la formación y combinación de los cuerpos compuestos. La Filosofía deductiva de estos primeros pensadores griegos ha dado al mundo culto los elementos de las Matemáticas y los principios de la Lógica formal. Prueban además estas primeras hipótesis materialistas que no es un hecho primitivo en la conciencia humana (como algunos pretenden) la concepción dualista del Universo, que aparece siempre como producto de la pura especulación filosófica. En las más antiguas cosmogonías semíticas se encuentra la doctrina del caos o materia eterna como madre universal, de donde han salido los cielos, los dioses, los hombres y todo lo que existe por vía de evolución o generación espontánea en el principio húmedo (V. Monismo). El mismo sentido se revela en la Filosofía jónica. En toda ella impera el principio unitario, hecho que atestigua cumplidamente la influencia del Oriente en los comienzos de la cultura helénica. El espíritu científico se despertó en Jonia, al Este del mundo griego, en las ciudades que más relaciones tenían con Egipto, Fenicia, Asiria y Persia. Las cosmogonías filosóficas y las explicaciones naturalistas del Universo de los jonios han disipado las nubes místicas que obscurecían el origen del caos, y han conquistado al dominio de la razón y de la experiencia hechos e ideas en un principio abandonados a los sacerdotes y a los poetas. Comenzaron a contemplar reflexivamente las ideas del Universo, o de lo que parece tal, los antiguos pensadores de la Jonia.

Demócrito (precedido de Leucipo) concibe la explicación atomística de la naturaleza (V. Atomismo). Demócrito poseía saber muy extenso: Matemáticas, Ciencias naturales, Estética, Gramática, &c. La idea de una concepción mecánica del mundo, el sentimiento de la necesidad de las leyes de la naturaleza y muchos de los fundamentos de la evolución, tienen sus gérmenes más valiosos en el atomismo de Demócrito. Su principio fundamental, nada procede de nada y nada se pierde de lo que existe en el Universo, sirve de base a las proposiciones de la Física moderna, la indestructibilidad de la materia y la conservación de la energía. Nada sucede casualmente, todo acontece necesariamente y según una razón, dice Demócrito, entendiendo por razón la ley matemática seguida necesariamente por los átomos en movimiento dentro del ciclo eterno de la producción y destrucción de los mundos. Sólo existe realmente el átomo y el vacío, añade Demócrito. Para él las diferencias de todas las cosas proceden de la diversidad de los átomos que las constituyen, en cuanto al número, a la magnitud, a la forma y a la posición. No existe diferencia cualitativa (lo mecánico es el único principio explicativo); los átomos obran los unos sobre los otros sólo por presión y por choque. No hay ni color, ni sabor (impresiones subjetivas); en la naturaleza sólo existe combinaciones de átomos. La opinión que formamos de una cosa depende de la manera según la cual nos afecta. En cuanto el mismo objeto puede afectar diferentemente a varias personas y a nosotros según el tiempo y las circunstancias, todas las cosas son igualmente verdaderas y falsas. La esencia verdadera de los objetos, la única realidad, el átomo, resulta para el hombre inaccesible. Así, el hombre se halla rodeado de un mundo de ilusiones que el vulgo toma por realidades. Nada sabemos; la realidad se halla en el fondo del abismo. Los átomos son infinitos en número y de infinita diversidad de formas. En su eterno movimiento de caída a través del espacio infinito, el torbellino de los átomos es el origen de la formación de los mundos. Epicuro y Lucrecio admiten en general la doctrina de Demócrito. Para Demócrito el alma está formada de átomos pequeñísimos, finos, semejantes a los del fuego, dotados de una movilidad extrema, que recorren todo el cuerpo, suministrándole vida y pensamiento. La muerte es la separación de los átomos animados, que se dispersan, desvaneciendo la conciencia individual. Para Demócrito el alma es una materia particular (corpúsculos materiales). Siendo el alma un caso especial de la materia en movimiento, los procesos racionales, los del pensamiento, la sensibilidad y la voluntad, deben ser reductibles, como los demás movimientos conocidos, a las leyes generales de la Mecánica.

Otra forma del materialismo es el sensualismo de los sofistas. Para el materialista la sensación es cópula indisoluble con la materia, que obra por choque o contacto en el organismo. Los procesos más complejos de la conciencia son para él transformación de los movimientos materiales del medio ambiente. Nada sabemos de la materia como realidad exterior; nuestras sensaciones son para nosotros, pero ignoramos su relación verdadera con la cosa en sí. La sensación es el único dato para nuestras ideas, el sólo objeto de conocimiento, dado inmediatamente a la conciencia. Es, en parte, la misma doctrina de Demócrito; pues aparte la existencia del átomo y del vacío, no reconoce en nuestras sensaciones ningún valor. Es el materialismo de Demócrito el tránsito entre la concepción del mundo puramente objetiva de los antiguos físicos, y la Filosofía subjetiva de los sofistas. Protágoras fue el primero que partió, no del objeto de la naturaleza exterior, sino del sujeto, del ser espiritual, del hombre. En este sentido es un precursor de Sócrates. El átomo es para Protágoras la cosa en sí; la materia le parece algo indeterminada; en flujo y reflujo perpetuo, es lo que parece ser a cada uno. El hombre es la medida de todas las cosas, del ser en tanto que es, del no ser en tanto que no es. Si para el hombre todo es ilusión y vana apariencia en el mundo, si conoce las cosas sólo en la manera según la cual le impresionan, la verdad no es tal, es siempre relativa, llega sólo a lo verosímil. Este escepticismo es aceptado por Aristipo y la escuela cirenaica. V. Aristipo y Cirenaica (escuela).

A fines del siglo IV y comienzos del III, después de la reacción contra el materialismo, representada principalmente por Sócrates, Platón y Aristóteles, renace en Grecia el materialismo. Teophrasto, discípulo de Aristóteles, se inclina a resolver por la doctrina de la inmanencia varios problemas que el maestro pretendía explicar en sentido trascendente; Aristoxeno reducía el alma a la armonía de los elementos componentes del cuerpo; Dicearco consideraba el alma una palabra vacía de sentido, porque nada existe más que la materia; y por último, Stratón de Lampsaco transforma la doctrina peripatética en una concepción naturalista. Se acentúa más y más la protesta a favor del materialismo con Epicuro y los estoicos. La materia de los estoicos no llega a ser tal sino por su unión con la fuerza. Es además la materia de los estoicos animada. Su Dios es idéntico con el mundo, al cual penetra como un aliento y recorre, lo mismo que el fuego, tomando las formas más diversas. El Dios de los estoicos es algo más que la materia; es razón, inteligencia, providencia. Puede ser calificada, por tanto, la doctrina de los estoicos de verdadero panteísmo. V. Panteísmo.

La Filosofía de Epicuro es la resurrección completa del materialismo, de la concepción puramente mecánica del mundo. Acepta Epicuro la misma doctrina física que Demócrito, y dedica su atención principalmente a la Etica (V. Guyán, La Morale d'Epicure et ses rapports avec las doctrines contemporaines). Las teorías materialistas se desarrollan después en Alejandría merced al gran predicamento de que gozara el cultivo de las Ciencias particulares, echando las bases de lo que después se ha llamado método científico. El complemento del método inductivo con la experiencia, que se desarrolla primero en los estudios de erudición, que continúa después en el de la observación cada vez más minuciosa de los fenómenos naturales, da a toda la cultura alejandrina una importancia grandísima en el desenvolvimiento histórico de las hipótesis materialistas. No se profesa el materialismo en la escuela de Alejandría (V. Alejandría, Escuela de) de una manera concreta; antes bien dominan en el neoplatonismo interpretaciones y combinaciones de las doctrinas fundamentales del espiritualismo; pero el gran auge que adquirieron las Ciencias particulares, el progreso de la Medicina experimental y de todas las Ciencias naturales, dejaron dispersos gérmenes que fructificaron más tarde en el Renacimiento. La teoría materialista (la de los átomos de Demócrito) fue especialmente profesada en Roma por Lucrecio. V. De Rerum natura.

Durante la Edad Media, el imperio del espiritualismo cristiano, el desarrollo de la Escolástica y el predominio de las religiones monoteístas (cristianismo, mahometismo y judaísmo) favorecieron las especulaciones ideales y la cultura positiva, el saber de hecho quedó relegado al olvido, y a veces, ante el temor de conjeturas audaces, fue menospreciado y perseguido. No representa, sin embargo, la Filosofía de la Edad Media un paréntesis completo de la historia del materialismo. El nominalismo de Occam (V. Nominalismo) es el verdadero precursor de Bacon, de Hobbes y de Locke. Aunque condenado por la Iglesia y de momento desechado, el nominalismo (que más tarde se reprodujo, y en nuestros días reaparece en el positivismo) representa protesta necesaria para que naciese una nueva ciencia, que en vez de sacarlo todo del sujeto dejase hablar al objeto, a las cosas, cuyo lenguaje es con frecuencia bien diferente del escolástico (Véase Ergotismo). El nominalismo presta atención preferente a lo concreto, olvidado por el imperio absoluto del idealismo platónico y de las argucias formalistas en las interpretaciones escolásticas. Al nominalismo hay que referir en primer término la Filosofía de la inducción de Bacon en la Edad Moderna, precedente obligado del renacimiento de las doctrinas materialistas. Lo mismo Gassendi que Hobbes reproducen la teoría atomística de Leucipo y Demócrito. Respetando ambos, Gassendi y Hobbes, las instituciones sociales, señaladamente el Estado, como la única realidad moral, pues sin ella no hay bien ni mal, vicio ni virtud, estudian, sobre todo Hobbes, al hombre en su estado natural, y comienzan a deducir consecuencias para el orden social de la hipótesis materialista. En el estado de naturaleza, el hombre sigue sus instintos violentos y salvajes. Vivir es la ley suprema de todas las criaturas, que son fuerzas tan mecánicas como las de los átomos de Demócrito, que caen a través del vacío infinito. Para vivir, los seres se devoran unos a otros. La naturaleza es el teatro de la lucha eterna de todos contra todos; es el reino del egoísmo implacable; el imperio sombrío del hambre y de la muerte. Del egoísmo, pero del refinado y bien entendido, dimana la necesidad de la misma protección, que obliga a los animales y al hombre a formar sociedades. Para Hobbes, y más tarde para Rousseau, existe un contrato entre los pueblos y los fundadores de Estados. Hobbes acepta los gobiernos de fuerza, el despotismo. El hombre no siente inclinación ninguna a obedecer las leyes, carece del instinto político que le atribuye Aristóteles. Si vive en sociedad es porque necesita proteger su vida y su propiedad, pero el temor al castigo es el único que puede dominar sus instintos naturales. La fuerza es el derecho. Boyle y Newton, si abandonan las especulaciones filosóficas de Hobbes y Gassendi, verdaderos maestros del materialismo del siglo XVII, introdujeron en el estudio de las Ciencias naturales los principios y los métodos del materialismo. Prescinden ambos de los problemas [581] especulativos y se atienen al empirismo, a pesar de que Newton, por su genio matemático y por su fórmula del principio de la gravitación, revele un predominio de sus facultades deductivas. Boyle tenía de la esencia de los cuerpos una idea completamente materialista, y compara al Universo al reloj de la catedral de Estrasburgo. Es para él un gran mecanismo puesto en movimiento por leyes fijas y determinadas. Ensaya la explicación de todos los fenómenos por leyes mecánicas del movimiento de los átomos, siquiera este movimiento, en cuanto a su impulso primordial, lo atribuye, como Newton, a Dios. Curiosas et elaboratas machinas llama a los cuerpos de los seres vivos; y siguiendo el atomismo antiguo, sólo ve en el nacimiento y desaparición del mundo orgánico e inorgánico la agregación y disgregación de los corpúsculos materiales. Más profundo es aún el sentido de Newton en su concepción del sistema mecánico del Universo. Fiel al espíritu científico, Newton no ha especulado acerca de la causa de la atracción, ateniéndose a lo que podía demostrar las relaciones matemáticas de un hecho universal, de una ley general, en cuya virtud los cuerpos se atraen en razón directa de las masas y en razón inversa del cuadrado de las distancias. Cree en una causa física de la gravitación, pero desconoce su naturaleza y no cuida de investigarla. Se atiene a lo mecánico y a lo cuantitativo. Los materialistas del siglo XVII lo eran en el sentido antiguo; no admitían acción de un cuerpo sobre otro sino por comunicación mediata o inmediata del movimiento de las partes. El choque de los átomos era el tipo de todo mecanismo. Sólo un sentido práctico, muy raro y aun extraño para los latinos, puede conciliar, como conciliaban los ingleses Boyle y Newton, su deísmo con una concepción mecánica y exclusivamente materialista del Universo.

El materialismo del siglo XVIII, que adquirió principalmente su desarrollo en Francia, es debido al extraño maridaje del materialismo inglés del siglo XVII con el escepticismo de los franceses. D'Holbach, Lamettrie, y los filósofos enciclopedistas deducen las últimas consecuencias (con una crudeza rayana en lo repulsivo) de la hipótesis materialista. El desarrollo ulterior del materialismo, el que ha alcanzado en nuestros días con el portentoso desarrollo de las Ciencias naturales, ha tomado caracteres propios, que son dignos de tenerse en cuenta (V. Naturalismo y Positivismo). Desde luego el materialismo moderno ha sutilizado a tal extremo la idea de la materia, que por una lógica inmanente en las cosas ha hecho gravitar necesariamente la hipótesis materialista hacia una concepción ideal de la materia (V. Monismo). Si consideramos el átomo y el movimiento como las dos nociones fundamentales del mecanismo científico, con su carácter común de ocupar un lugar determinado en el espacio y en el tiempo, no podremos olvidar que la Filosofía científica novísima, la de hoy, la hija directa de Kant, considera espacio y tiempo como formas subjetivas de la sensibilidad. Se impone, por tanto, un concepto subjetivo e ideal de la materia y del materialismo. Sin dilucidar de momento el intrincado problema de nativistas y empíricos acerca de la noción de espacio, nadie desconocerá en ella y en la de tiempo un carácter acentuadamente subjetivo, que pone por lo menos en duda su pretendida realidad palpable, y, por lo tanto, la de la materia y la del átomo. La Química moderna prueba de modo evidente cuán necesaria es la intuición sensible para todo aquel que quiere orientarse en medio de los fenómenos, y con qué fuerza se impone. Sin embargo, todos estos modos sensibles de representación son únicamente auxiliares para una construcción completa del lazo causal. Además, observemos la gradación que científicos y filósofos siguen, sutilizando el átomo y reconociéndole implícitamente cualidades que cada vez le idealizan más. Si Gay-Lussac concebía los átomos como infinitamente pequeños, comparados con los cuerpos que componen, Ampère y Cauchy los consideraban inextensos. Moigno, con Faraday, prefería designarlos centros de fuerzas, y de la misma opinión son Weber y Fechnez en su teoría de los átomos. Lange, el historiador del materialismo, el que más justicia ha hecho siempre a esta manera de pensar, se burla donosamente del dogmatismo con que Büchner afirma la existencia de la materia. Las especulaciones de la Física, que en cierto modo volatilizan la esencia de la masa y del átomo, se hallan confirmadas por la autoridad de las experiencias y por el éxito de las inducciones de la nueva Química. Du Bois-Reymond, con datos físicos y químicos, llega a sostener que no existe fuerza ni materia, abstracciones formuladas desde distintos puntos de vista. Habrá que reconocer que sin la hipótesis de los átomos no hay posibilidad de explicación matemática del movimiento; pero entonces resultará el concepto del átomo una necesidad mental, una condición del pensamiento científico. Y apenas si el principio fundamental del materialismo, si la idea de la materia es susceptible de definición, a no ser con predicados negativos (V. Materia). El ya citado Lange intenta hasta tres definiciones de la materia, que ninguna revela cualidad positiva: «Llamo cosa, dice, un grupo de fenómenos ligados entre sí, que considero como un todo distinto, prescindiendo de las demás relaciones y de todos los cambios interiores. Llamo materia en la cosa lo que no puedo o no quiero resolver en fuerza y lo que personifico como la base y el soporte de las fuerzas conocidas. Llamo fuerzas las propiedades de las cosas que conozco por sus acciones determinadas en otras.» Y pone como comentario de estas definiciones las palabras de Rokitatsky: «La teoría atomística lleva necesariamente a una concepción idealista del mundo.» A los trabajos físicos y químicos que demuestran el carácter relativo e hipotético de la idea de materia, aún se puede añadir los trabajos de Müller, Ueberweg y Helmoltz, refutando la creencia en la realidad externa de los objetos materiales por la vista recta y proyección exterior que de ellos hacemos. Otro tanto acontece con la creencia en la realidad de las propiedades sensibles, sonido, color, &c. La base de nuestros aparatos sensoriales consiste en que del caos de las vibraciones y de movimientos de todas clases de que están repletos los medios circundantes, sólo ciertas formas de movimiento, que se repiten según relaciones numéricas determinadas, son en cierto modo abstraídas por nuestros órganos, y relativamente reforzadas para que lleguen a la percepción de la conciencia. En tanto las demás formas de movimiento desaparecen sin producir la menor impresión en nuestra sensibilidad. No se dice toda la verdad cuando se declara que el sonido, el color, &c., son procesos del sujeto; es preciso añadir que los movimientos que los ocasionan no desempeñan en el mundo exterior el papel que les atribuímos por su acción sobre nuestros sentidos. La Optica y la Acústica de Helmoltz prueban que los sentidos formulan raciocinios inconscientes. Traduzcan los raciocinios inconscientes, en el pensamiento reflexivo, los resultados del mecanismo físico o el trabajo de un pensamiento inconsciente en el seno de la materia, como entiende Hartmann, siempre aparecerá demostrado con los datos de la nueva Fisiología que la percepción sensible supone entre los cuerpos exteriores y el alma el intermediario de toda una serie de operaciones orgánicas, análogas a raciocinios. Aunque la Ciencia, limitada a las intuiciones sensibles, llegue a describir para cada movimiento espiritual procesos correspondientes en la materia, esta materia, con todo lo que implica, es una abstracción de las imágenes suministradas por nuestra representación.

Prescindiendo de la deficiencia que implica la concepción mecánica del mundo, que sólo mira el anverso, lo cuantitativo, sin ocuparse del reverso, de lo cualitativo (V. Materia), se percibe claramente que el error inevitable del materialismo consiste en proceder de una petición de principios. Comienza, en efecto, por admitir la materia como cosa dada sin condiciones, independiente en su existencia del conocimiento del sujeto. Confunde de esta suerte las condiciones mentales de la experiencia con las pretendidas cualidades de la materia, que queda después reducida a un substratum con predicados negativos. Luego limita la parte afirmativa de las llamadas cualidades de la materia a su actividad mecánica, referida a los fenómenos de la impenetrabilidad, peso, &c., atributos que no pueden explicarse si se considera la idea de la materia independiente del sujeto que la percibe, pues poseen los mencionados atributos un carácter subjetivo innegable. Sustituye lo cualitativo por lo cuantitativo, refiere la cualidad a la forma y concibe la hipótesis de los átomos como los materiales donde imagina hallar el soporte de la manifestación de toda fuerza. Como el átomo no es dato de la percepción empírica, sino concepción mental, la idea primera del materialismo, la materia atómica, es una abstracción; no es la materia empírica la dada in rerum natura. Separada del conjunto de sus cualidades, las que muestra en la experiencia, la materia (átomo o no átomo) semeja un caput mortuum sin más atributo que el mecánico del choque. No es lícito con semejantes abstracciones prescindir de las cosas mismas que en el choque se mueven, de la constitución del cuerpo movido, de las circunstancias que dentro del medio natural determinan el movimiento y de las condiciones propias del sujeto para percibir el fenómeno dentro del cual aparece la concreción de fuerza y materia. No simplifica, antes bien suprime, la dificultad del problema la solución mecánica que el materialismo acepta. Añadamos aún que no es legítima la intervención de la idea de la fuerza en una filosofía que no reconoce más dato para el conocimiento que el de la sensación, porque la idea de la fuerza no se ve, ni se palpa, ni se oye, y todos los que hablan de ella lo hacen porque adquieren experiencia directa de ella en su propia actividad motriz o intelectual, en un elemento personal en suma, que si quisiera reducirse todo él a materia habría por lo menos que reconocerlo como materia organizada y viva, algo más que el átomo y lo mecánico. Para los sentidos sólo existe serie de fenómenos, movimientos más o menos sucesivos; y si, siguiendo la lógica del error, se llega con algunos materialistas al fenomenismo (V. Kantismo), otra vez el substratum o sostén del fenómeno surge como postulado irreductible a la experiencia.

El materialismo metafísico es una hipótesis superficial y temeraria (es una concepción del Universo fundada en la imaginación más que en la razón), y el psicológico es una generalización prematura. Hijo el materialismo de una metafísica empírica y en su fondo tan dogmática como la que puede engendrar el idealismo más desenfrenado, alcanzo en los tiempos de la Enciclopedia, al finalizar el siglo pasado, y conservó durante la mitad del actual, efecto de los primeros descubrimientos de las Ciencias naturales, un auge que va perdiendo gran predicamento y favor. Indicios seguros son los que manifiestan que el materialismo va en un plano inclinado, si se considera que las más incontestables objeciones que contra él se formulan proceden de las mismas Ciencias naturales, cuyo desarrollo fuera antes para él causa ocasional de su rehabilitación.

Aquella crudeza de inducciones grosso modo, de que tan prendados se muestran los enfants terribles del materialismo, cuyo propagador fuera Büchner, que no se satisfacía con otras interpretaciones de la experiencia que las que dieran de sí conclusiones tan escuetas como las de que el pensamiento es secreción del cerebro y que las ablaciones de los hemisferios y circunvoluciones cerebrales suprimen mecánicamente y pedazo por pedazo el sueño entitativo del alma, son consideradas hoy unánimemente como audacias injustificadas de una aparente y engañosa lógica, cuyo deleznable fundamento consiste en toscos razonamientos analógicos, en los cuales se olvida, y por lo mismo se diluye y pierde, lo cualitativo y específico de lo experimentado y observado. Con largo y dilatado abolengo en la historia del pensamiento (según lo prueba la reseña, casi en índice, que dejamos bosquejada de su desenvolvimiento histórico), adquirió el materialismo nueva vida y alcanzó gran boga, efecto de la aplicación al estudio de los fenómenos anímicos del método somático o fisiológico.

De las innumerables experiencias (cuantas quieran citarse) que prueban que se corresponden en cierta proporción el fenómeno psíquico, interno y sucesivo, con el filológico, externo y continuo, indujo ilegítimamente el materialismo a la relación de causa a efecto, declarando de manera precipitada que la materia, lo tenido neutra e indefinidamente por fijo y palpable, es el único principio exigido para explicar la complejidad de la vida humana. A la sombra del dogmatismo vacío, creyóse el materialismo dueño absoluto y único de la verdad; desatendió, cuando no menospreció, los continuos progresos de las Ciencias naturales; miró de soslayo la serie indefinida de verdades parciales que iban acaparando estas mismas ciencias para el acervo común de la cultura; se encastilló en la suma cuantitativa de sus experiencias con rapidez [582] vertiginosa sistematizada para dar por buenas sus conclusiones dogmáticas, y ahora se encuentra con el peregrino, aunque previsto, fenómeno de que las Ciencias naturales dan de sí, como desprendimiento lógico de sus lentas y laboriosas investigaciones, una discreción cualitativa que no cabe dentro de los moldes estrechos de aquellas generalizaciones tan protegidas como falsas. En su mismo campo, en el seno del naturalismo empírico, donde toma su filiación inmediata, encuentra las más fuertes e incontrovertibles objeciones, sin que haya sido preciso para ello más que se cumpla la ley propia de todas las ciencias en formación, a saber: que las Ciencias naturales hayan rebasado su estado primitivo, el de ser ciencias puramente descriptivas, para convertirse en ciencias sistemáticamente constituídas y encaminadas a indagar con igual tesón la íntegra homogeneidad de sus cantidades o fuerzas y la cualitativa distinción y diferencia de estas mismas energías.

Nada concreto significa el materialismo como suma cuantitativa, cual montón hacinado de experiencias, si no contesta cumplida y satisfactoriamente a las exigencias impuestas para la discreción cualitativa de estas mismas observaciones empíricas. Cuantas definiciones (siquiera séan negativas) se intentan de la materia (V. Materia) implican una contradicción completa del criterio ortodoxo del empirisino. Quien concibe la materia (St. Mill) como posibilidad permanente de sensaciones, ha de admitir realidad in potentia, incurriendo en el grave pecado de la Metafísica, porque la idea de la materia (como realidad que no es toda ella sensible ni está completamente efectuada en el fenómeno, sino que tiene virtud y poder para manifestarse) es el objeto propio del estudio de la Filosofía y de la Metafísica. Pudiera, ante estas dificultades y el deseo de salvar una consecuencia aparatosa, aceptarse como bueno el expeditivo camino seguido por algunos declarando que la materia es el noumenos incognoscible de Kant, aplicable por igual a la hipótesis materialista y a la espiritualista; pero ni tal conclusión es ya positiva ni da de sí aquella decantada exactitud con que matemáticamente se mide y pesa el proceso mental y se destruye y reconstituye el alma pedazo a pedazo, como presume el materialismo mecánico. En fin de cuenta, el materialismo es una Psicología subjetiva o latente, introducida violentamente en los movimientos mecánicos del organismo y en las conexiones de sus funciones vitales, sin que se añada más que una especie de Deus ex machiná, la materia, completamente desconocida y elevada a la categoría de principio, causa y origen del proceso psíquico. Para explicar la complejidad de la vida humana recurre el materialismo a lo inexplicable. ¿Qué le impulsa por semejante camino? Las experiencias que de consuno ofrecen el organismo y el Cosmos no justifican semejante hipótesis. A esta síntesis prematura del materialismo impulsan en primer término inducciones anticipadas, experiencias sujetas a una interpretación violenta, y además la idea concebida a priori de un mecanismo que una, como cantidades homogéneas, cualidades distintas. Pierde afortunadamente el materialismo terreno en la opinión de las gentes cíentíficas, y contribuye a ello en primer término lo que le sirviera de causa ocasional para su renacimiento: el progreso de las Ciencias naturales. Combatido por las mismas Ciencias experimentales, el materialismo no ha podido nunca justificarse ante la Lógica y la Metafísica; de suerte que hoy es en general una Metafísica dogmática, con vestidura empírica que no está sancionada por la lógica de sus deducciones ni puede ser comprobada por las experiencias particulares. El sedimento que deja el materialismo, como abono utilizable para los progresos de la cultura, se halla discretamente puntualizado en la historia del pensamiento, y sobre todo en la obra magistral de Lange (V. Histoire du Materialisme, 2 t.). Actualmente las corrientes materialistas, salvo la cultura fisiológica, ejercen poca influencia en el problema psicológico, y sus más sinceros partidarios templan la crudeza de aquellas sus primeras conclusiones y aceptan especie de Materialismo doctrinario con las teorías organicistas. V. Organicismo.

En lo que se refiere a las consecuencias morales, el materialismo, luego que ha abandonado el sueño de una religión de la humanidad (bosquejada por Comte y aceptada por otros en la esfera teórica), abandona la defensa de la Moral en parte al Estado y en parte a los esfuerzos individuales. Supone que un gran número de funciones propias de la vida moral deberían ser encomendadas a la escuela como órgano del Estado y como empresa libre de círculos sociales, que con plena conciencia de lo que quieren contribuyen al progreso de la instruccion y de la moralidad. Protesta el materialismo teórico (que se diferencia, como ya lo hizo notar Haeckel, del práctico) contra la opinión que interpreta su doctrina como conjunto de preceptos que sólo buscan los placeres sensuales. El desbordamiento de las pasiones sensuales procede, ante todo, del temperamento y de la educación, y no se concilia con ningún punto de vista filosófico. Aunque algunos, como Aristipo y otros, han proclamado principio de la conducta el placer de momento, el imperio y dominio sobre sí es siempre una condición exigida por la Filosofía, aunque no sea más que para aumentar la capacidad del goce (tránsito obligado del sensualisino al utilitarismo moral, bien acentuado en la doctrina de Epicuro). El verdadero problema consiste en averiguar si puede justificarse un principio de conducta moral segun las ideas del materialismo teórico. La concepción mecánica del Universo (verdadero distintivo de la hipótesis) ofrece únicamente como deducción el egoísmo y por extensión la simpatía. Enemigo declarado el materialismo mecánico de la finalidad, no puede rebasar, cuando señala norma a la conducta, del egoísmo y de su abstracta generalización en la simpatía. El tránsito del egoísmo al altruismo es el fruto de la hipótesis materialista en cuanto se refiere a las doctrinas morales (V. Altruismo). Como la Moral no comienza sino donde termina el egoísmo, y como la simpatía es un hecho subjetivo que no ofrece nunca reglas con carácter de universalidad, no se peca de suspicaz afirmando que el materialismo carece de doctrina moral. Además, en cuanto el altruismo es un egoísmo mayor, con su mismo vicio de origen, no puede llegar nunca la doctrina materialista más que al utilitarismo moral. Toma éste siempre el bien como un medio, nunca como un fin, y la Aritmética moral, por ejemplo, de Bentham, no se eleva nunca a la vista del conjunto ni a la concepción de un principio general que pueda servir de norma a la conducta. Como máximum, puede concederse que el materialismo llegue a la afirmación de la existencia de la vida social; pero la base psicológica (aun prescindiendo del fundamento metafísico) de toda doctrina moral es condición que no dará nunca de sí la hipótesis materialista. Que, aun profesándola, algunos siguen siendo hombres probos, varones justos y honrados, nada prueba respecto a la impotencia de la doctrina para justificar una teoría moral. En cambio demuestra que la constitución propiamente moral del hombre se impone a los aparatosos rigorismos lógicos de los procedimientos abstractos.

MATERIALISTA: adj. Dícese del sectario del materialismo. U. t. c. s.

.... con el nombre de deístas y MATERIALISTAS, atacan los principales dogmas de nuestra religión, &c.
Jovellanos
Un cachazudo médico vecino
Del cuarto principal, MATERIALISTA,
Sin turbarse subió, &c.
Espronceda

MATERIALIZAR: a. Considerar como material una cosa que no lo es.

... en todo lo que te voy diciendo descubres la tendencia de MATERIALIZAR el matrimonio y subordinar a cálculos de la cabeza lo que yo mismo te he confesado que depende de impulsos del corazón, &c.
Castro y Serrano

– MATERIALIZARSE: r. Ir dejando uno que prepondere en sí mismo la materia sobre el espíritu.

Lo malo es que con esta vida terno MATERIALIZARME demasiado; &c.
Valera

MATERIALMENTE: adv. m. Con materialidad.

— Porque está MATERIALMENTE
En tu mano el que le tenga.
— ¿MATERIALMENTE en mi mano?
— Si. ¿Cómo? Como está en ella
Ese papel.
Calderón

– MATERIALMENTE: Teol. Sin el conocimiento y advertencia que constituyen buenas o malas las acciones.

... MATERIALMENTE no yerras: mas formalmente a tu ira satisfaces, no al derecho de David.
Palafox

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