Filosofía en español 
Filosofía en español


Lucio Anneo Séneca

Filósofo y pensador español más destacado del Imperio romano.

1. Vida y obras. Fue hijo de Marco Anneo Séneca el Retórico, y nació en Córdoba el año 4 d. de C. Muy pronto marchó a Roma con su familia y allí acabó su formación de retórico, jurista y filósofo. Se dedicó a la abogacía, destacando por sus extraordinarias dotes de orador. Hizo viajes por diversas partes del mundo y fue nombrado pretor por el emperador Claudio. Sufrió destierro en Córcega durante ocho años por motivos aún no suficientemente aclarados y fue nombrado preceptor de Nerón. Acusado ante el emperador por envidiosos de su elevado puesto y su fabulosa fortuna, Séneca abandonó la corte, pero acusado de nuevo de haber participado en una conjuración contra el emperador, fue condenado a muerte. Se suicidó cortándose las venas, y bebiendo la cicuta estoicamente de acuerdo con su doctrina.

Séneca es el más importante representante de la stoa o filosofía estoica en su último período, siendo sus preocupaciones fundamentalmente éticas, hasta el punto de que se ha querido establecer un contacto entre él y el cristianismo naciente, atribuyéndole una correspondencia con el apóstol San Pablo. Es un filósofo práctico más que un teórico o un sistemático. Se aparta en muchos puntos del estoicismo, aceptando elementos tomados del cinismo y del epicureismo, lo que da por resultado en eclecticismo de carácter moralista preocupado por la filosofía en cuanto ésta significa una enseñanza y un consuelo para la vida. Esto es, en suma, el «senequismo».

Séneca separa el estudio de la naturaleza: la filosofía natural, del estudio de los hombres, la ética: teñida de religiosidad. La ética ha de servir para buscar el consuelo a los males de esta resignación ante el dolor y la muerte.

Se han perdido algunas de sus obras. Escribió nueve tragedias, una sátira contra el emperador Claudio, Apokolokyntosis; escritos sobre ciencias naturales: Naturalium quaestionum Ubri septem; escritos morales: Ad Lucilium de Providentia, Ad Serenum de constantia sapientis, Ad Novatum de ira, Ad Marciam de consolatione, Ad Gallionem de vita beata, Ad Serenum de otio, Ad Serenum de tranquillitate animi, Ad Paulinum de brevitate vitae, Ad Polybium de consolatione, Ad Helviam matrem de consolatione, Ad Aebutium liberalem de beneficiis y Ad Neronem Caesarem de clementia. Además escribió 124 Epistolae morales a Lucilio.

El estilo de Séneca es vigoroso, rico en sentencias, a veces cortado y siempre expresivo.

2. Filosofía. La filosofía de Séneca es fundamentalmente práctica. Sus doctrinas físicas revelan una gran influencia de Poseidonio y un gran conocimiento de la filosofía griega, así como una aguda observación de la naturaleza.

A Séneca le interesa más la filosofía como forma de vida que como especulación teórica, y gira toda ella en torno a la figura del «sabio», del «sofós». Para Séneca la sabiduría y la virtud son la meta de la vida moral, lo único inmortal que tienen los mortales. La sabiduría consistirá según la doctrina estoica en seguir a la naturaleza, dejándose guiar por sus leyes y ejemplos. Y la naturaleza está regida por la razón. Por tanto, obedecer a la naturaleza es obedecer a la razón, y poder de este modo ser feliz. La felicidad de que es capaz el hombre consiste en adaptarse a la naturaleza, y para ello mantener un temple anímico equilibrado que nos deje a salvo de las veleidades de la fortuna y de los impulsos del deseo que oscurecen la libertad. La libertad consiste en la tranquilidad del espíritu, en la imperturbabilidad del ánimo que hace frente al destino, la ataraxia.

Sólo es feliz el que, dejándose guiar por la razón, ha superado los deseos y los temores. La virtud debe desearse por sí misma, no por otra cosa; el premio de la virtud es la misma vida virtuosa y razonable que nos pone al abrigo de las turbaciones. La moral exige extinguir los deseos desordenados, especialmente la ira. El sabio debe esforzarse por mantenerse impávido. No se le exige una insensibilidad, pues perdería su condición humana, pero debe soportar las adversidades. No ha de tratar de reformar el mundo, que tiene sus leyes necesarias, sino procurar adaptarse a sus exigencias.

Séneca traza un programa de heroísmo pasivo, que exige una reforma de la imaginación y de la mente para que no se impresione por el horror de los dolores, la miseria y la muerte. Los hombres deben prestarse auxilio mutuo, vivir en sociedad profesándose afecto y estima. La naturaleza exige el amor de los elementos que la componen. Hacer daño a otro hombre es algo irracional que va contra la misma esencia de la naturaleza.

La muerte no es un bien ni un mal, puesto que es algo inexistente. Sin embargo, puede ser una liberación cuando las circunstancias de la vida condenan al hombre a una esclavitud incompatible con la libertad. Entonces el hombre tiene el camino abierto para dejar la vida. Nada nos fuerza a vivir en la miseria, en la necesidad. «Demos gracias a Dios de que nadie está obligado a permanecer en la vida», dice en una de sus cartas. Séneca propugna, pues, el suicidio en cualquiera de sus formas que él detalla en De ira como una liberación. Sólo ha de temerse lo incierto, pero la muerte viene con necesidad absoluta y nadie se libra de ella. En el caso extremo el sabio sigue siendo dueño de la vida, dejando voluntariamente la vida sin odiarla.

Séneca oscila, al pretender justificar este desinterés del sabio que busca la virtud por sí misma, entre una naturaleza que lo es todo y un cierto teísmo providencial. Y a veces identifica a Dios con la naturaleza, que está penetrada toda ella por la razón divina. La Naturaleza, la Razón, el Destino son nombres diversos de Dios.

El alma, del hombre es lo que el hombre tiene de racional y divino, y la que ayudada por la filosofía, nos hará resistir a la fortuna y al azar.

Séneca condena la esclavitud y proclama la igualdad de los hombres; pide que se perdone al enemigo y que se haga el bien a todos; exige el dominio de sí mismo y condena los combates de gladiadores. Tal parecido con la moral cristiana ha llevado a algunos a hablar de una correspondencia epistolar de 14 cartas entre el filósofo y el Apóstol, pero evidentemente son apócrifas.

Toda esta doctrina respondía a la misma personalidad de Séneca. Vivió una vida dramática y se vio mezclado en las turbias luchas que se tramaban en torno al poder. Durante varios años la responsabilidad pública de Séneca fue enorme y de él dependía la suerte de muchas personas. Pretendió llevar a la práctica las doctrinas de los teóricos estoicos; pero al tropezar con la realidad se manchó con sus impurezas, y así tuvo, por ejemplo, que excusar los crímenes de Nerón mientras él mismo se enriquecía. Había en Séneca dos personalidades, muchas veces disociadas y enfrentadas. El moralista estoico, severo e idealista, y el hombre [265] público, apasionado por la vida política y ambicioso. El estoicismo llenaba profundamente su corazón, pero las intrigas políticas le hicieron muchas veces olvidarse de las máximas elevadas. El destierro y la desgracia purificaron su alma, y renunciando a cambiar al mundo imponiéndole la felicidad mediante la política, purificó y acendró su vida interior, desligándose de las vanidades del mundo y sometiéndose al orden del cosmos.

En lógica, Séneca, siguiendo a los estoicos, admite la singularidad del objeto conocido y la corporeidad de todo lo existente. No admite, por tanto, las ideas esenciales platónicas situadas en un lugar celeste. Las ideas son realidades físicas dotadas de propiedades activas, de la misma manera que nuestra alma es una partícula del alma universal. El bien, por ejemplo, es un fluido que impregna el alma del sabio. Todo es corpóreo. Nuestros sentidos aceptan estas realidades corpóreas y las aceptan con evidencia. Y como el mundo es en sí racional, está traspasado de racionalidad; nuestras ideas pueden organizarse también en ciencia. La razón es inmanente al mundo y, por tanto, la razón de cada hombre hallará al mundo inteligible, puesto que el alma es una chispa o soplo divino.

El alma es un soplo extremadamente sutil y cálido, spiritus, es una sustancia continua gracias a la cual los cuerpos complejos conservan su unidad. El alma del mundo mantiene también la cohesión de la tierra y sirve de vínculo con el cielo.

La tierra es en cierto modo un ser vivo, orgánico, con funciones corporales, humores y ritmos como el hombre. De este modo explica Séneca los fenómenos de la naturaleza, el rayo, las cavernas, las corrientes de agua.

En la vida psicológica del hombre se contrapesan el impetus, la pasión y el juicio reflexivo. La inteligencia debe analizar y clarificar las pasiones, despejándolas de todo lo oscuro e irracional. Por eso la virtud consiste en una inteligencia que juzga acertadamente de un modo estable. En este aspecto de las doctrinas senequistas es perceptible el influjo socrático, según el cual el error y el mal coinciden. De hecho esta virtud racional es ahogada y oscurecida por múltiples circunstancias que favorecen la perversión. El placer, el dinero, el orgullo, cosas en sí «indiferentes», puesto que no son bienes, se enseñorean del hombre.

La virtud consistirá en el dominio de la racionalidad; pero dado que el mundo «ya» es racional, la virtud es independiente de toda evolución del mundo y de la sociedad. Séneca excluye toda posibilidad de rebelión y protesta. El bien supremo es la sumisión al orden racional del mundo. Aparte de él, no hay bienes ni males, sino cosas indiferentes. En todo caso, el dolor más agudo es el más breve y con la muerte vendrá la felicidad. Las riquezas no son bienes porque están sujetas a veleidades y no dan tranquilidad de espíritu; precipitan al rico, por el contrario, en un torbellino de deseos.

Sólo sobreviven las almas que se han elevado sobre lo bajo de este mundo gracias a la razón. Las demás no han llegado a un grado suficiente de conciencia y no podrán desligarse de lo material.

Séneca rechaza la mitología griega y romana, juzgándola poco digna de la divinidad. El Universo es un conjunto orgánico y debe ser dominado por un solo ser: Dios, Júpiter. Las divinidades no son sino aspectos y caracteres de este ser supremo. La conciencia debe obrar según lo que en cada momento exija de nosotros el orden del Universo. Eso es el Destino. Lo demás es atribuible a la pasión o a la fortuna, al azar.

Séneca no se queda nunca, sin embargo, en un plano de ética teórica o abstracta. Lo que interesa, según él, no son las sutilezas de la lógica ni las profundidades de la física, sino la vida moral. Los tratados de Séneca son cartas o diálogos. Trata de aconsejar, de guiar por el camino del bien, de la razón y de la ascesis, superando lo contingente y azaroso, dominando la pasión y el deseo.

Séneca predica la fraternidad universal y la superación de los límites angostos de la ciudad o la patria. El sabio tiene por patria el Universo y el destierro es un mero cambio de lugar.

No obstante todo lo anteriormente expuesto, las opiniones y doctrinas de Séneca no forman un sistema y son frecuentes las contradicciones. Muestra una decidida preferencia por la ética como ciencia práctica autónoma, desentendiéndose de las grandes cuestiones metafísicas. De ahí la originalidad del senequismo frente al estoicismo antiguo: por su espiritualismo frente al monismo, y por subrayar frente al Todo la dignidad moral de la persona.

Bibliografía: Juan Francisco Yela Utrilla, Séneca, 1947; P. Grimal, Sénèque, 1947; Juan Carlos García-Borrón, Séneca y los estoicos.

Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina
Catedrático del Instituto Femenino de Enseñanza Media de Oviedo.