Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo Discurso primero

Guerras filosóficas

§. I

1. Aquel gran mofador de los Filósofos, Luciano, apenas los saca alguna vez al teatro de la disputa en sus Diálogos, que no los represente pasando prontamente de las razones a las injurias. Poco nos doliera el gran abuso de sustituir a los silogismos los dicterios, si se hubiera quedado en el siglo de Luciano; pero la lástima es que no se remedió el mal, antes cobró mayores fuerzas con el tiempo. Comparó Claudiano el espíritu de un hombre sabio a la cumbre del Olimpo, que superior a las nubes y los vientos, nunca es inquietada de tempestades {(a) In Panegyr. Manlii Teodoreti.}.

... Ut altus Olympi
Vertex, qui spatio ventos, hyemesque relinquit,
Perpetuum nulla temeratus nube serenum.

2. Si esta es la seña de los Sabios, fuera están de la clase tantos Filósofos, cuyas contiendas más parecen borrascas que disputas: en cuyos escritos a cada paso se leen las acusaciones de ignorancia, de rudeza, a veces también de impiedad, en sus contrarios.

3. La falsa persuasión, en que cada uno está de la verdad de su secta, tiene en gran parte la culpa de este abuso. Cada uno (dice un autor moderno) juzga sus conclusiones tan invenciblemente demostradas como los Elementos de Euclides. De aquí es el furor e indignación contra los que las impugnan: Unusquisque illorum conclusiones suas aequè certò, ac firmiter, ac Euclidis elementa, jam demonstratas [2] esse arbitratur: Unde rancor, & indignatio, si quod contra delectum semel systema afferatur {(a) Auctor Observ. Select. ad rem literar. spectantium: tom. 2. observ. 1.}.

4. Con exceso hiperbólico encarece el mismo Autor en otra parte las iras de los que disputan en las Aulas públicas: Veritas, quam quaerunt, triumphos vult agere: hoc ut fiat, alios vult vincere; inde clamores, rixae, damnationes, ignes, gladii, & ipse furiae infernales {(b) Tom. 1, observ. 10. §. 17.}. En nuestras Escuelas Católicas no notamos estas rabias: tal vez se escapa una, u otra palabra ofensiva: tal vez con el orgullo del que disputa, es lastimada algo la modestia; pero siempre se abomina como monstruo de la aula, si en algún caso raro llega a aquellas extremidades la ira.

5. En los escritos es donde verdaderamente se ensangrientan los Filósofos: dentro de su estudio cada uno trata a su contrario como quiere: da a la pluma toda la licencia que le dicta la pasión propia; o porque se considera en un Tribunal donde es Juez único para la sentencia; o porque le falta el freno, que hay en la disputa personal, de ver delante de sí quien acuse la inmodestia, y quien repela la injuria; como si en las lides del entendimiento no fuera también desdoro de la generosidad dar por las espaldas la herida, o aprovecharse de la ausencia del enemigo para la ofensa.

§. II

6. Esta destemplanza estuvo más disimulada, o más corregida, hasta que después de apoderarse Aristóteles de las Escuelas, el empeño ya de mantenerle en el trono, ya de derribarle, en unos y otros enfervorizó demasiadamente los ánimos. La posesión pacífica, que por poco más de doscientos años (empezando a contar desde cerca de los fines del siglo decimotercio) obtuvo Aristóteles en el dominio de la República literaria, autorizó, a su parecer, bastantemente a sus Sectarios para proceder (digámoslo así) a sangre y fuego contra los primeros que se opusieren a [3] la doctrina de este Filósofo. Tratábase como delito grave (dice el Autor citado arriba) apartarse de ella en cualquiera punto: Piaculum erat asserere quidquam, quod non antea asseruisset Aristoteles {(a) Tom. 3, observ. 14.}

7. El primero, y el que más experimentó el rigor de los Aristotélicos, fue Pedro del Ramo, Profesor Parisiense, hombre de ingenio pronto, alegre y fértil, que en el Colegio de Navarra tomó sobre sí el empeño de defender en conclusiones públicas las contradictorias de cuantas proposiciones Aristotélicas le propusiesen los arguyentes. Pero la felicidad conque salió de tan ardua empresa fue funesta para él; porque encendiendo la emulación de sus contrarios, le ocasionó varios reveses de fortuna, precipitándole en fin en el partido de los Hugonotes, y murió con ellos en la célebre matanza de la noche de San Bartolomé: con tales circunstancias, que más pareció víctima del furor Aristotélico que del celo Católico. Los discípulos de Carpentier, y de otros Profesores enemigos suyos, sacándole de una cueva, donde se había escondido, después de darle muchas heridas, le arrojaron por una ventana; y no bastó para saciar la ira de los matadores, ver que al golpe saltaron las entrañas de su cuerpo; sino que le arrastraron, azotándole por las calles, donde quedó el cadáver dividido en varios trozos.

8. Pareció luego contra Aristóteles Fr. Tomás Campanela, Dominicano, natural de la Calabria, no con mucha mejor fortuna. O ya porque en aquel tiempo cualquiera que contradecía a Aristóteles se hacía sospechoso en la Fe (como él mismo se queja amargamente en una Carta escrita a Gasendo); o ya porque la grande, pero mal reglada viveza de su discurso, le hubiese arrebatado a proferir algunas proposiciones dignas de severo examen: o ya porque la odiosa intrepidez de su genio en la disputa hubiese incitado contra él muchos y poderosos enemigos. De hecho él fue preso por el Santo Tribunal de la Inquisición, y detenido [4] en la prisión veinte y cinco años, hasta que de orden del Papa Urbano VIII salió de ella. Son muchos los que le creen inocente. En realidad sus Obras Filosóficas en dos Tomos de a folio corren, aunque no las pude ver más que de paso. Sólo está prohibido por la Inquisición de España un libro suyo, impreso en Francfort el año de 1632. Posible es que no sea suyo, aunque tenga su nombre, o que los Herejes hayan introducido en él alguna venenosa doctrina. Su sentencia filosófica singularísima fue conceder sentido, y percepción a las plantas.

{(a) En el Suplemento de Moreri, impreso el año de 1735, se lee que Campanela estuvo encarcelado veinte y siete años; mas no en la Inquisición, ni por la Inquisición. Tengo ahora sus Obras Filosóficas en dos Tomos gruesos en folio, y en las Dedicatorias de uno y otro, hablando de su prisión, sólo se queja del Ministerio de España, aunque dando a entender, que sus émulos engañaron al Ministerio. Así dice en la del primero: Siquidem postquam me decepta crucifixit Hispania non digna referens iis, quae pro illa scripsi. Hace esto relación a un Escrito, que sacó a luz a favor del derecho del Rey de España a las Tierras del Nuevo Mundo. Y en la del segundo: Siquidem cum apud ingratos Dominos in ergastulis degerem, Deus, cujus nutu omnia fiunt, atque ordinantur, me tanto tempore teneri voluit, quantum sufficeret ad Scientiarum omnium instaurationem, quam praeconceperam, Deo duce, nec tamen in vulgari prosperitate, aut extra solitudinem, perficere potuissem. De este pasaje se infiere claramente, que sus Escritos Filosóficos no causaron su prisión, pues dentro de ella los compuso. Así corregimos lo que en cuanto a esta parte hemos dicho de Campanela, guiados por el Diccionario de Moreri.}

9. Este autor nos trae a la memoria un ejemplo célebre de la suma reverencia que tenían algunos aristotélicos de aquel tiempo a su Maestro, y de la ira y desprecio conque trataban a los que se desviaban de su Escuela. Haciendo mención Guillelmo Duval, Médico de la Facultad de París, de la sentencia dicha, que atribuye instinto y sentimiento a las plantas, prorrumpe contra Campanela en estas furiosas palabras, que traduzco fielmente del idioma Francés, como las cita el Abad de Vallemont {(b) Curiosités de la Nature, & de l'Art. tom. I. fol. mihi 38.}: Estos son los mismos Dogmas de los Maniqueos, que ha querido loca [5] y temerariamente renovar no sé qué nuevo Filosofastro desvergonzado, calumniador del grande Aristóteles, y enemigo jurado del Peripatetismo Fr. Tomás Campanela, Dominicano. Este es el vil y despreciable Marsias, éste el Pigmeo, el Faetón, el Búho, el Murciélago, el hablador despropositado, que se levanta contra el sapientísimo Aristóteles; esto es, contra el Apolo, el Hércules, el Edipo, el Sol, el Príncipe Soberano de la Filosofía.

10. La invectiva está graciosa cuanto cabe. El error de los maniqueos no fue sólo decir que las plantas tienen alma sensitiva, como decía Campanela, ni aun sólo alma racional, mas también divina: y así llamaban a las plantas miembros de Dios. Es verdad que algunos autores atribuyen a los maniqueos la sentencia de Campanela; pero San Agustín, que supo mejor que todos los errores del Maniqueísmo, los explica en el sentido dicho {(a) De moribus Manich. lib. 2, & in Psalm. 140 & alibi.}; y así no tiene que ver la sentencia de Campanela con el error de los Maniqueos. Mas suponiendo, como quiere el Médico Duval, que Campanela hubiese caído en el delirio de aquellos Herejes, ¿no es cosa admirable que se enfurezca con él, no tanto por oponerse al sentir de la Iglesia, y al dictamen del Espíritu Santo, cuanto por contradecir a la doctrina de Aristóteles? ¡Tanto puede en algunos autores la ciega pasión por la Escuela que siguen!

11. Pero cuando tronó con más fuerza la cólera de los Aristotélicos, fue al verse atacados por los tres partidos de Cartesianos, Gasendistas y Maignanistas. Sobre Descartes, así como halló más sectarios su sistema, cayó también la mayor parte del nublado. Son innumerables los Escritos donde se ve tratado de loco, temerario, delirante, hereje y aun Ateísta. Ni faltó para Gasendo y Maignan su pedazo de tempestad. El doctísimo Maestro Palanco, en la Obra que escribió sobre esta materia, comprehendiendo a todos tres Jefes, juntamente con sus secuaces, debajo del nombre genérico de Atomistas, los trata muchas veces de gente [6] ruda, de corta capacidad y grueso modo de entender. Y a fe que no tienen razón.

12. Yo estoy bien hallado con las formas Aristotélicas, y a ninguno de los que las impugnan sigo. Pero tratar de rudos a Descartes, Gasendo y Maignan, es hacerles una gravísima injusticia. Gasendo fue dotado de nobilísimo y clarísimo entendimiento. Apenas hay hombre sabio que no le colme de altísimos elogios. León Alacio gradúa de admirables sus escritos. El docto Jesuita Renato Rapin dice, que nadie puede alabar bastantemente a Gasendo, y que ningún Filósofo de la antigüedad escribió tanto con tanta solidez. Gabriel Naudeo, que nadie puede contemplarle sin asombro. Maignan está reputado en todas las Naciones, y en todas las Escuelas por varón de muy singular agudeza. Y Descartes (de cuyas opiniones estoy mucho más distante) fue de ingenio exquisitísimamente desembarazado, y sutil: ventaja que no le niegan los que mejor penetraron, e impugnaron su doctrina. El Ilustrísimo, y doctísimo Prelado Pedro Daniel Huet, impugnador de Descartes, en su libro Censura Philosophiae Cartesianae {(a) cap. 8, §. 4.}, le confiesa gran capacidad, agudísimo ingenio y amplísima comprehensión: llegando a decir, que sólo puede negar que Descartes fue un grande, y excelente varón, el que careciere, o de vergüenza, o de conocimiento. Estas son sus palabras: Atque de eo quid sentiam, si quis ex me quaerat, iterum dicam magnum fuisse, & excellentem virum: quod qui negaverit, carebit is utique, vel usu rerum, vel pudore. Fuit enim ad penetrandas res a natura reconditas ingenio acri, & peracuto. Adjuncta erat eximia vis, quae non obrueretur multitudine rerum, nec meditationis continuatione frangeretur; tum & ingens capacitas, & amplitudo, quidquid libuisset facilè complectens.

13. El testimonio de este insigne Prelado, que fue sin duda uno de los hombres de más profunda y vasta erudición que tuvo el pasado siglo, bastará para desengañar a infinitos Semiescolásticos de nuestra España, que sin leer a [7] Descartes, o sin entenderle, si le leyeron, le tratan con sumo desprecio, hablando de él como de un fatuo: y juntamente podrá servir de ejemplo a los bien intencionados para impugnar la doctrina, sin ofender la persona.

§. III

14. No con mayor benignidad, o no con menores iras proceden contra Aristóteles los Anti-Aristotélicos, que los Aristotélicos contra ellos. El P. Malebranche, Cartesiano, aunque por lo común en sus escritos observa la exacta modestia correspondiente a su notoria, y resplandeciente virtud, llegando a hablar de Aristóteles, trata generalísimamente todos sus argumentos de ineptos, vanos, absurdos, y toda su doctrina de un fárrago inútil de palabras, desnudas de substancia y jugo: Hoc posito quid sentiendum erit de ratiociniis Aristotelis, quae nihil sunt, quàm inanis, & absurda verborum farrago? Y poco más abajo: Totam ineptiam, & absurditatem explicationum Aristotelis circa res quaslibet exponere nemo potest {(a) Lib. 6, de Inquir. verit. cap. 5.}.

15. Omito otras invectivas semejantes, que se hallan en varios modernos, por decir sólo lo que tiene algo de singular en este género. Entre todos los declamadores contra Aristóteles, nadie igualó el furor de Emilio Parisano. Este Autor, en un libro que escribió de Aristotelis vita, & gestis, juntó cuanto hasta entonces habían dicho contra este Filósofo sus contrarios: hizo un dilatado catálogo de todos sus errores, interpretando siempre hacia la peor parte todos aquellos puntos en que está dudosa su mente; y aun para que abulten más, un mismo error le repite en varias partes. Trátale mil veces de ignorante, y de ingenio obtuso. ¿Quién no creerá desahogada ya en tanto oprobio la cólera de este furioso Médico? Pues todo lo dicho es nada para lo que falta. Pasa de los errores, y la doctrina, a las costumbres, e índole del Filósofo, y aquí es donde escupe la más negra ponzoña que puede producir un ánimo exacerbado. [8] Dice, y repite muchas veces, que fue el hombre más flagicioso, más infame, más torpe y más ruin que jamás hubo en el mundo: Igitur Aristotele, nihil flagitiosius, iniquius, impurius, improbum, impiumque magis creatum est. Llámale enemigo injurioso, e ingrato contra su Maestro Platón, contra todos los antiguos sabios, y contra sus propios condiscípulos y amigos: In divinum magistrum (& antiquos sapientes) unde animi bona omnia (ut in condiscipulos, & amicos) ingratus, injurius, & hostis. Hácele cargo como delito bien averiguado (siendo así que muchos le absuelven de él a Aristóteles) de haber trazado la muerte de su gran bienhechor Alejandro: Imperatoris, unde cuncta, & ingentia fortunae bona, & maximi honores, trucidator, & carnifex. Trátale de traidor a todo el género humano: Naturae, & humani generis proditor. ¿Hay más que decir? Aún más hay. Dice que si se registran todas las cavernas del Infierno, no se hallará en todas ellas criatura más malvada que Aristóteles; y que Judas, y el mismo Satanás (ya escampa) pueden en comparación suya ser reputados por inocentes: Ut in inferno nihil eo scelestius reperiri possit: quoniam Juda, quia Satana nihil ad Aristotelem. ¿Cabe más? Más cabe: pues concluye diciendo, que no sólo es Aristóteles el peor de cuantos hombres existen, o existieron hasta ahora; mas también de cuantos existirán en los tiempos venideros: Quando inter natos mulierum eo non surrexit pejor, & omnium qui fuerunt, sunt, & erunt, nequisimus extiterit. Esto sí que es saber elogiar. Lo mejor es, que acabado el panegírico, le firma, como haciendo vanidad de él, de este modo: Parisanus veritatis amator. Tales declamaciones, más entretienen que irritan: más deben reírse que reprehenderse.

16. En lo que se sigue de Roberto Flud, se observa más mitigada la ira; pero la imaginación aún más desreglada. Pónese este filósofo Inglés muy a sangre fría a capitular de irreligiosos, y por tanto dignos del más severo castigo del Cielo, a todos aquellos que siguen a Aristóteles en la explicación de algunos naturales fenómenos. Tratando de la [9] formación del relámpago, el rocío y el trueno {(a) Philosoph. Moysaic. sect. 1, lib. 5, cap. 2.}, pretende probar con funestos ejemplos, que Dios castiga como sacrílego insulto el explicar estos terribles Meteoros, según las ideas del Peripatetismo. Veréis (dice, preparando a los lectores) cómo Dios castiga severamente a aquellos que siguen la doctrina de este Pagano, y filosofan indiscretamente como él sobre la generación del rayo. Los ejemplos son, el primero de una pobre rústica Irlandesa, a quien hizo cenizas un rayo, no por otro delito que por haber dicho a otra gente, en ocasión de estar tronando, lo que había oído del modo de discurrir de los Aristotélicos sobre la formación del trueno, para aliviarlos algo del susto. Así murió (dice) esta infeliz, por haber blasfemado como los Peripatéticos. El segundo ejemplo es de un joven Aristotélico, que en semejante ocasión hacía ostentación de su Filosofía, diciendo a los circunstantes no ser el rayo otra cosa, que una exhalación caliente y seca, elevada de la tierra por el calor del Sol, y encendida en la segunda región del aire, en fuerza de la antiperístasis, dentro del seno de la nube. Estando (exclama Roberto Flud) blasfemando así este impío, cayó sobre él un rayo, y le mató, sin tocar en lo demás: y de este modo condenó justísimamente la ira divina la sentencia de Aristóteles; y concluye con una exhortación moral muy patética a los Aristotélicos, para que abandonen los impíos dogmas de su Maestro: En, & ecce mi peripatetice Christiane, exempla notatu digna, &c. Todo tiene aire de misión: pero con tales sermones jamás se logrará otro fruto que la risa de los oyentes.

17. Con muy diferente modo insultó a la Filosofía Aristotélica el Padre Sagüens en el libro que escribió contra el Ilustrísimo Palanco, intitulado Atomismus demonstratus. No se puede negar que en todo el discurso de la obra procedió el sabio Mínimo con toda la modestia, y urbanidad debida a su elocuente y religiosa pluma. Sólo noto que cantó el triunfo, no sólo antes de la victoria, más aún [10] antes de la batalla: pues antes de entrar en la disputa, esto es, en la frente del libro, se ve una lámina, donde se representa la antigua Filosofía como postrada, y la moderna como vencedora. A un lado está la nueva Filosofía representada en la imagen de una gentil, y hermosa doncella, y al otro la Filosofía Aristotélica derribada en el suelo, en la figura de una arrugada y andrajosa vieja. Ello es pintar como querer. No obstante, no le aplicaremos a la lámina, y al libro del Padre Sagüens aquello de Horacio:

Credite Pisones isti tabulae fore librum
Persimilem, cujus, velut aegri somnia, vanae
Fingentur species

Porque aunque lo merece la lámina, lo desmerece el libro. Este es un triunfo de mojiganga, que sólo puede imponer a gente incapaz de conocer el estado de la contienda. En el dibujo de la Filosofía Aristotélica hay el abuso de pintar la ancianidad como oprobio: pues la larga edad, aunque a las mujeres las hace menos atendidas, a las doctrinas las hace más respetables: fuera de que si el Padre Sagüens, y todos los Maignanistas asientan que su filosofía es la misma de Platón, más vieja es que la Aristotélica; y así pintar a ésta con arrugas, y a la Platónica sin ellas, viene a ser el yerro que notaba Dionisio Tirano de Sicilia en las estatuas de Apolo, y Esculapio, que siendo aquél padre de éste, la de Esculapio estaba barbada, y la de Apolo lampiña.

§. IV

18. Al ver combatirse tan furiosamente unos a otros los Filósofos, conozco con cuanta razón dijo San Bernardo, que la sabiduría del mundo es tumultuante, y guerrera: Sapientia mundi tumultuosa est, non pacifica {(a) Serm. I, in Nativit. Dom.}. Es llama elemental, que más arde que alumbra; y en algunos sujetos fuego de pólvora, destinado a herir y no a brillar. Fácil es descubrir el motivo de estas iras. Los que [11] bravean de este modo, no buscan la verdad: pues para lograr este fin, no los estorba quien los contradice, antes los ayuda. Más fácil será encontrarla buscándola muchos, y por opuestos rumbos, que pocos, siguiendo siempre un camino. Sólo atienden a establecer el predominio de la opinión que se ha abrazado. En la lid de opiniones, todos los doctos debieran ser neutrales, y casi todos son faccionarios.

19. No niego que algunos de los que pasan por sabios en el mundo, por falta de reflexión creen, como si fuera de fe, la doctrina de su Escuela: genios superficiales, hombres de mucha frente y poco fondo, láminas en quienes se estamparon como mecánicamente las letras, y es imposible borrar la impresión porque lo resiste la dureza de la materia. Estos siguen su partido con buena fe, aunque tal vez sea defectuosa la caridad. Pero hay otros, y muchos, que impugnan las opiniones contrarias, no por falta de reflexión, sino por sobra de política. Saben bien que los necios son infinitos, y que a todos los que lo son, persuade más el estrépito de las voces, que la fuerza de los discursos. El ignorante que oye a un Filósofo tratar con vilipendio el ingenio, y doctrina de otro, aprehende como superioridad de talento lo que es sólo exceso de orgullo, y juzga que logra la victoria aquel campo donde truena más la artillería, aunque se lleve el viento toda la carga. Sobre este supuesto se aprovechan los eruditos de la credulidad de los indoctos y, despreciando cuanto dicen sus contrarios, hacen que en las Gacetas, que se esparcen al vulgo de la República literaria, suene como victoria verdadera un triunfo imaginario.

20. Adonde se descubre más esta maliciosa política es en la acusación, que recíprocamente se hacen los Filósofos, de ser sus doctrinas incompatibles con los sagrados Dogmas. No es dudable que puede haber opiniones Filosóficas, de que se tiren consecuencias contra las doctrinas reveladas: y así se debe corregir la temeraria presunción de aquellos que, con el título de estar el objeto [12] de la Filosofía sujeto al imperio de la razón, pretenden una libertad sin límites en el filosofar; pero el empeño, en que todos se ponen, de que la filosofía que impugnan está mal avenida con lo que dicta la Fe, muestra que en esto se procede con el mismo motivo de algunos Príncipes, que siempre que hallan escotadura para ello, hacen en sus manifiestos, la guerra que emprenden, causa de Religión. No hay Filósofo que no pretenda que las estrellas, como un tiempo contra Sísara, militen contra el Jefe del partido opuesto; y juzga llevar, como decía de Héctor Ayax Telamonio, la Deidad interesada en su defensa.

Hector adest, secumque Deos in praelia ducit.  (Metam. lib. 13.)

§. V

21. No se descuidaron los filósofos de este tiempo en herirse unos a otros por este lado. Los aristotélicos, luego que aparecieron las Filosofías de Renato Descartes y Pedro Gassendo, sobre acusarlas de sospechosas por nuevas, notaron en la Doctrina de Gasendo ser la misma del impío Epicuro; y a la de Descartes impusieron el feo borrón de conducir el espíritu al Ateísmo, probando, o esforzando esto con el ejemplo del Ateísta Benito de Espinosa, Sectario sobresaliente de Descartes en la Filosofía.

22. Pero este proceso no está bien formado, y es fácil a los contrarios proceder contra los Aristotélicos por vía de recriminación del mismo modo. La novedad en las cosas puramente Filosóficas no es culpable. Nadie hasta ahora fijó, ni pudo fijar columnas con la inscripción Non plus ultra a las Ciencias naturales. Este es privilegio municipal de la doctrina revelada. En el Reino intelectual sólo a lo infalible está vinculado lo inmutable. Donde hay riesgo de errar, excluir toda novedad, es en cierta manera ponerse de parte del error.

Si la novedad fuera mancha de la doctrina, todas las doctrinas serían mal nacidas, porque todas fueron engendradas con esa mancha. Todas fueron nuevas algún tiempo. La de Aristóteles primero fue nueva en el mundo, y [13] después fue nueva en la Iglesia; por lo menos en cuanto al uso de explicar con ella la Teología Escolástica.

§. VI

23. La nota impuesta a la doctrina de Gasendo, es común a la Peripatética. Tan ruin padre tuvo una como otra Escuela, pues no fue más Católico Aristóteles que Epicuro; ni Epicuro fue rigurosamente Ateísta, como comúnmente se piensa. No negó la Deidad, sólo negó a la Deidad la providencia, queriendo quitar juntamente a los hombres el miedo de la Deidad, por el motivo de que no podía hacerles bien, o mal alguno. Así explica Cicerón la sentencia de Epicuro en el libro primero de la Naturaleza de los Dioses, donde dice también, que escribió algunos libros doctrinales del culto de los Dioses: At etiam de sanctitate, de pietate adversus Deos libros scripsit Epicurus. Negó Epicuro el principio de sus Átomos, y Aristóteles negó el principio al Mundo. ¿Qué desigualdad hay entre estos dos errores? No hay otra diferencia, sino que aquél fingió ab eterno existentes las partes, y éste fingió ab eterno existente el todo.

24. Y aun si apuramos más la genealogía de la Filosofía Aristotélica, le hallaremos más feo origen, pues el sistema de sus cuatro elementos le tomó Aristóteles de Empédocles, y éste no conoció otras Deidades que los mismos elementos. Así dice Cicerón {(a) lib. 1, de Natur. Deor.}: Empedocles multa alia peccans, in Deorum opinione turpissime labitur: quator enim naturas, ex quibus omnia constare vult, divinas esse censet. Gasendo propuso la doctrina de Epicuro desnuda del error de la existencia necesaria, y eterna de los Átomos; como los primeros que introdujeron la Filosofía Peripatética en la Iglesia, la propusieron desnuda de la eternidad del mundo, y de la divinidad de los elementos. Más manchada estaba ésta que aquélla. Si ésta se pudo limpiar, ¿por qué no aquélla? [14]

§. VII

25. La acusación contra la Filosofía Cartesiana, de que conduce al Ateísmo, en cuanto se funda precisamente en la impiedad del Cartesiano Espinosa, también es de ningún momento, y también se puede retorcer contra los Aristotélicos. Benito Espinosa fue Cartesiano y Ateísta; pero no nació en él el Ateísmo del Cartesianismo. Profesó este hombre primero el Judaísmo, como hijo de padres Judíos, que fugitivos de Portugal, hicieron en Amsterdam su asiento, y habiendo llegado a alcanzar las implicaciones de aquella secta, después que inútilmente buscó en los Doctores de ella solución en sus dificultades, antes incurrió su ojeriza por la duda; la abandonó, renunciando al mismo tiempo a toda Religión. Algunos dicen que mucho antes tenía ocultas en su espíritu las semillas del Ateísmo, comunicadas por un Médico Alemán, en cuya Escuela (que la tenía de Gramática) había estudiado la latinidad. Otros por el contrario pretenden, que mucho después de acabar todos sus estudios, cuando ya escribía libros, le llevaron a este precipicio sus cavilaciones: porque en la demostración geométrica de los Principios de Descartes, que imprimió a los treinta años de edad, se muestra muy distante del Ateísmo. Cualquiera de las dos cosas que se diga, parece que no vino de la Filosofía de Descartes el ateísmo de Espinosa.

26. He dicho que la acusación, que por este lado se hace a la Filosofía Cartesiana, se puede retorcer contra la Aristotélica. Averroes, el más fino sectario de Aristóteles que tuvieron los siglos, no profesó, por lo menos al fin de sus días, Religión alguna. Descartaba la Cristiana, diciendo que era imposible a causa del Misterio de la Eucaristía; la Judaica, despreciándola con el nombre de religión de niños, por razón de las muchas ceremonias; y la Mahometana llamándola religión de brutos, porque sólo mira al placer de los sentidos. Julio César Vanini, natural de la Pulla, y quemado en Tolosa de Francia por Ateísta el año de 1619, después de haber peregrinado varias tierras, [15] sembrando su error con disimulo, no siguió otra Filosofía que la de Aristóteles, estudiada en los Comentarios de Averroes. Si dos Ateístas Aristotélicos no prueban contra la Filosofía de Aristóteles, tampoco un Ateísta Cartesiano probará contra la Filosofía de Descartes.

{(a) Al famoso Ateísta Vanini dimos el nombre de Julio César. No se llamaba así. Este es nombre que él se suponía, o atribuía. El suyo propio era Lucilio.}

27. Desechado, pues, este argumento como insuficiente para la acusación intentada, porque cuando más, prueba la compatibilidad, no la conexión de esta, o aquella filosofía con la impiedad; lo que únicamente se debe examinar en esta guerra de religión entre Aristotélicos, y Cartesianos, es, si este, o el otro sistema Filosófico por su misma naturaleza envuelven el riesgo de caer en la irreligión; o por legítima consecuencia infieren algún dogma, que sea contra la doctrina revelada. Esto pretenden los Aristotélicos contra los Cartesianos; y esto mismo pretenden los Cartesianos contra los Aristotélicos. Veamos el derecho de los unos, y de lo otros.

§. VIII

28. Los Cartesianos, que no admiten otra causa que la primera, la cual con el impulso dado a la materia, maneja esta vasta máquina, sin que las criaturas presten de su parte actividad alguna, pretenden persuadir, que la introducción de las causas segundas en el teatro de la naturaleza, lleva como por la mano el espíritu del hombre a la idolatría. Dicen que la idea de potencia, actividad o influjo, siempre envuelve en su concepto algo de divino; y como potencia suma, arguye divinidad suprema: potencia inferior, o limitada, arguye divinidad inferior, o dependiente: que los Gentiles, no por otro motivo adoraron los Astros, sino por considerarse subordinados a su influjo: que por eso no admitían igualdad en los Dioses: en Júpiter reconocían divinidad suprema, porque le atribuían un poder [16] no limitado: a los demás tenían por inferiores en el poder, a proporción de su limitada actividad: de modo, que en su concepto no era incompatible con la divinidad la subordinación: que en la substancia lo mismo es admitir segundas causas, que conceder segundos Dioses: que el hombre naturalmente se inclina a prestar adoración a aquello, que con su propia actividad intrínseca puede hacerle mal, o hacerle bien: que si los Aristotélicos Cristianos no caen en este precipicio, es porque les tiene la Religión el freno, y el corazón resiste aquella consecuencia, a que su propia Filosofía los impele. Así, con corta diferencia, discurre el P. Malebranche en el capítulo intitulado De Errore periculosissimo Philosophiae veterum, que es el 3. de la parte segunda del libro 6, de Inquirenda veritate.

29. Yo no puedo acomodarme a creer, que los mismos Cartesianos que hacen esta objeción, la juzguen bien fundada. La razón es, porque no pueden negar, que prescindiendo de lo que enseña la Fe, la propia razón natural dicta, que es del concepto esencial de la divinidad la independencia. Es verdad que no le entendieron así los antiguos Gentiles, por lo menos los vulgares (de los que entre ellos sobresalieron en sabiduría es disputable). Pero cuantos Aristotélicos no oscurecieron la luz nativa con la superstición heredada, tuvieron siempre, y tienen hoy por contrario a la razón natural el Politeísmo, o multiplicación de Dioses; luego aun prescindiendo del freno de la Religión, la razón natural estorba a los Aristotélicos caer en la idolatría, por más que admitan causas segundas: las cuales, incluyendo en la razón de segundas la subordinación, excluyen la divinidad. Lo que, pues, pienso es, que los Cartesianos, viéndose invadidos por los Aristotélicos con el motivo, o pretexto de Religión, con afectación buscaron en aquel argumento el empate, para hacer también guerra de Religión la suya, pasando de la defensiva a la ofensiva; a imitación del Romano, que para asegurar de Aníbal a Roma, pasó a sitiar Cartago.

30. Con mejor derecho, a mi entender, proceden los [17] Aristotélicos contra los Cartesianos. Es verdad que los Aristotélicos de nuestra España, que apenas tienen otra noticia de la Filosofía de Descartes, sino que niega todas las formas accidentales (como también las substanciales, exceptuando el alma racional), componiendo todos los fenómenos, con Materia, Figura y Movimiento, sin el subsidio de otro ente alguno, están muy débiles en la impugnación de Descartes. Sólo pretenden que la doctrina de este Filósofo es incompatible con lo que la Fe enseña del Sacramento de la Eucaristía; porque en éste quedan accidentes de pan, y vino, sin las substancias de pan, y vino: luego hay formas accidentales, distintas realmente de estas substancias; y si no las hay, quedan en el Sacramento las substancias mismas que antes, contra lo que enseña la Fe. Confirman esto con la condenación que hizo el Concilio Constanciense de esta proposición de Wiclef: Accidentia panis non manent sine subjecto in Sacramento. De que se infiere, que la contradictoria: Accidentia panis manent sine subjecto, está definida por el Concilio.

31. Esta objeción no es particular contra los Cartesianos, sino común contra todos los Filósofos corpusculistas. Así el Padre Maignan se hizo cargo de ella, como también, aún con más extensión, su discípulo el Padre Sagüens en los Diálogos que escribió contra el Ilustrísimo Palanco. La solución que dan estos dos Filósofos consiste en distinguir accidentes en sentido Aristotélico, y accidentes en sentido Platónico, o Atomístico; concediendo la permanencia de éstos en el Sacramento, que basta para verificar la definición del Concilio Constanciense. Accidentes en sentido Atomístico llaman las representaciones pasivas del pan, y del vino, respectivas a nuestros sentidos, y causadas por la acción de Cristo, que en cuanto a esto suple en el Sacramento la acción del pan, y del vino.

32. Cómo Cristo pueda suplir las acciones objetivas de aquellas dos substancias respecto de nuestras potencias, se explica fácilmente en la Filosofía corpuscular, de modo, que aunque el modo es milagroso, hay menos [18] resistencia de parte de la razón, y tiene menos que vencer la Fe para asentir a este milagro, que a la separación de los accidentes Aristotélicos. A la verdad, aunque en el Concilio Constanciense se dio el nombre de accidentes a aquello que queda, informando nuestros sentidos después de la consagración; en el Concilio Lateranense debajo de Inocencio Tercero, en el Florentino debajo de Eugenio Cuarto, y en el Tridentino, sólo se le da el nombre de Especies: voz que cuadra mejor a los accidentes Atomísticos que a los Aristotélicos.

33. En vano se dio varios movimientos, jugando de toda su agudeza metafísica el Ilustrísimo Palanco, para derribar esta solución. Contra todos sus conatos la mantiene con solidez el Padre Sagüens. Y lo más es, que a algunos Aristotélicos es preciso valerse de ella para salvar en el Sacramento las apariencias de algunos accidentes del pan, y del vino, que contra los demás Aristotélicos juzgan indistintos de las substancias. El Maestro Poncio dijo, que la raridad, y densidad son indistintas de la substancia del cuerpo. El Padre Oviedo puso identificada con el cuerpo la figura. El Padre Arriaga negó que fuesen accidentes distintos de la substancia la gravedad, y la humedad. Muchos Aristotélicos modernos constituyen ya el olor, no en cualidad superádita, sino en la acción de los efluvios substanciales de los cuerpos odoríferos sobre el órgano del olfato. En estas sentencias es preciso explicar la figura, la gravedad, la densidad, la humedad, el olor que perciben nuestros sentidos después de la transubstanciación, recurriendo a las apariencias, o representaciones pasivas, causadas milagrosamente, sin entidades accidentales Aristotélicas, separables de las substancias de pan, y vino: pues estos Autores no admiten entidades accidentales de figura, humedad, olor, &c. separables de las substancias.

34. Y es bien entiendan todos los Aristotélicos, que de todos los escritos de los Padres Maignan, y Sagüens no se borró hasta ahora ni una tilde, ni en Roma, ni en España. El doctísimo Maignan leyó en Roma toda su Filosofía con [19] general aplauso. Lo que me pareció advertir aquí por aquellos rígidos sectarios de Aristóteles, que (como dice el Sapientísimo Jesuita Dechales {(a) Lib. 2. de Magnete, prop. 8.}) sólo al oír nombrar átomos, o corpúsculos, se llenan de horror: Solo nomine corpusculorum exhorrescunt; y a toda la Filosofía corpuscular quieren arrojar al fuego como herética, o por lo menos sospechosa de herejía.

35. Abandonando, pues, aquel argumento como insuficiente, voy a ver si por otros capítulos es digna de nota la Filosofía de Descartes, en particular como poco acorde a los Dogmas de nuestra Fe, reservando para después decir algo de los demás sistemas de la Filosofía corpuscular.

Nota

Con las Obras del Padre Sagüens andan dos libritos, intitulados el uno Sistema gratiae, el otro Accidentia profligata. En este segundo, quaest. 3. art. 5, en la respuesta al primer argumento se dice, que el Cuerpo de Cristo verdaderamente se divide en la Eucaristía cuando se quiebra la Hostia. Esta doctrina parece ser manifiestamente contra la del Concilio Tridentino, ses. 13, can. 3, donde se define, que debajo de cualquier parte de la Hostia está todo entero el Cuerpo de Cristo: pues si éste se dividiese en la confracción de la Hostia, quedaría no más que una parte del Cuerpo en una parte de la Hostia, y otra en otra. Pero se advierte, que esta proposición, la cual como se profiere en el lugar citado, es opuesta a la definición del Concilio, se halla explicada por el mismo Autor más adelante a la pág. 269, de modo, que se quita la oposición, aunque la explicación no carece de dificultad; y también es reparable que se interpusiesen tantas hojas entre la una proposición, que tiene mal sonido, y la explicación, que le quita la disonancia. [20]

Examen del sistema cartesiano
§. IX

36. Verdaderamente en este sistema descubro varios capítulos dignos de reparo. El primer tropiezo está en la primera basa, sobre que Descartes quiere erigir toda su filosofía. Pretende este Filósofo, que para entrar a filosofar rectamente, niegue primero, o suspenda el entendimiento todo asenso a cuantas verdades tenía admitidas: que dude de todo, hasta de la existencia de Dios, y del Mundo; y hecho esto, empieza la planta de la nueva Filosofía por aquella demostración de la existencia propia: Yo pienso: luego tengo ser: Ego cogito: ergo sum. Esta duda previa, que pide Descartes (si nos la pide seriamente), es imposible, sin saltar al precepto negativo de la Fe, que nos prohibe todo acto de duda, aun por breve momento, en las verdades reveladas; y es imposible dudar de la existencia de Dios, y del Mundo, sin dudar de todos los Misterios.

37. Constituye Descartes la materia por la extensión actual, y dice juntamente, que donde quiera que el entendimiento concibe extensión, la hay realmente: de donde infiere, que el espacio que llamamos imaginario fuera de la superficie convexa del Cielo Empíreo, es espacio no imaginario, sino real, pues allí concibe el entendimiento extensión, según las tres dimensiones de longitud, latitud y profundidad; pudiendo señalar allí la longitud de una vara, la distancia de una legua, &c. y como esta idea, dice Descartes, es innata, que es lo mismo que impresa por el Autor de la Naturaleza, no está sujeta a engaño alguno.

38. De esta doctrina se infieren dos pestilentes consecuencias. La primera, que el Mundo es infinito: pues si el espacio, que llamamos imaginario, es real, y consta de verdadera y positiva materia, como éste no tiene término, se infiere evidentemente que tampoco el Mundo (entendiendo por Mundo la universidad de todo lo que Dios crió) le tiene. Responde Descartes, que no es infinito el Mundo, [21] sino indefinito, porque son indesignables sus términos. Pero esto sólo es jugar de voces; pues a poca reflexión que se haga se conocerá, que de aquella doctrina no sólo se infiere que son indesignables los términos del Mundo, sino que realmente no los hay; y, así, que lo que se llama indefinitud de parte de la cosa significada, es verdadera infinitud.

39. La segunda consecuencia que se infiere es, que antes que Dios criase cosa alguna ya había materia existente: pues en este mismo espacio que ocupa el Mundo, considerado antes que Dios le criase, se concibe extensión del mismo modo que en aquel espacio que está fuera del Cielo Empíreo: luego ya antes había verdadera extensión (porque ésta es una idea innata, como la otra), y por consiguiente verdadera materia: luego la materia es increada, y por consiguiente existente ab eterno con existencia necesaria.

40. Otro absurdo terrible (además de los dos expresados) se sigue de la constitución de la materia por la extensión local, actual; y es que, como el Cuerpo de Cristo esencialmente es material, estará actualmente extenso con extensión local en el Sacramento de la Eucaristía. Esta ilación es tan necesaria, que ya uno, u otro Cartesiano, abandonando a su Jefe, constituyen la materia por la extensión aptitudinal; a lo que no se opondrá Aristotélico alguno: pues la esencia de cualquiera cosa es aptitudinalmente todas sus propiedades; que es lo mismo que decir, que es raíz de todas ellas. Pero explicarla sólo de este modo es dejarla sin explicación.

41. Dice Descartes, que el vacío es tan repugnante en el Universo, que ni Dios con su absoluto poder le puede inducir. Esta doctrina es secuela necesaria de la que acabamos de examinar: porque haga Dios cuanto pueda, siempre en cualquiera espacio contenido dentro del Universo se imaginará extensión, y por consiguiente habrá en él, según Descartes, verdadera materia. Pero asentada la repugnancia del vacío, se infiere que Dios no puede aniquilar la materia contenida en algún determinado espacio, sin [22] criar otra cosa que le llene; y esto es limitar mucho la Omnipotencia. De hecho Descartes aún la limita más, pues da por absolutamente imposible la aniquilación de cualquiera ente. Véase mi primer Tomo, discurso XIII, núm. 2, donde se propone el fundamento de Descartes, y se muestra su futilidad.

42. La formación del Universo, según el sistema Cartesiano, parece incompatible con lo que nos enseña la Sagrada Historia de la Creación del Mundo. Véase el Discurso citado, núm. 12.

43. Adoptó Descartes para su Física al ingenioso sistema del Mundo de Nicolao Copérnico, que ponía el Sol inmoble en el centro, y atribuía a la Tierra los movimientos que quitaba al Sol. Esta sentencia, aunque corresponde exactamente a todos los fenómenos, y atendidas solamente las razones físicas, es muy defensable, tiene contra sí varios textos de la Escritura, en que se significa el movimiento del Sol y la inmovilidad de la Tierra. Y sin embargo de que los Copernicanos responden, que la Escritura en las cosas puramente físicas, se atempera al modo común conque los hombres las explican, y entienden, para lo cual alegan algunos ejemplares, el Tribunal de Inquisición de Roma prohibió la aserción de este sistema, permitiendo sólo usar de él, como hipótesis para la explicación de los fenómenos.

44. Finalmente, la constitución maquinal de los brutos tiene un terrible resbaladero, no sé si hasta ahora observado. Dice Descartes, que los brutos son máquinas inanimadas, y que sus movimientos no son dirigidos por algún conocimiento, o sensación, sí sólo resultantes de la disposición mecánica de sus cuerpos, como en la paloma de Architas o en las estatuas de Dédalo. Su fundamento es, porque si tuviesen algún conocimiento o sensación, éste no podía provenir de la materia, pues a la materia repugna todo conocimiento; y así, para los Cartesianos, alma material es pura quimera: luego sería preciso admitir en ellos espíritu, o alma espiritual, y por consiguiente inmortal: [23] pues la inmortalidad del alma racional sólo se prueba de su espiritualidad. Luego para no caer en este absurdo, es preciso confesar, que los brutos son máquinas inanimadas, desnudas de toda sensación.

45. La máxima en que estriba este argumento (en la mente de Descartes demostrativo), es muy ocasionada a conducir los espíritus a otra consecuencia, muy diferente de la que intenta Descartes. Pongamos que todos los hombres (como Descartes quiere) se persuadan a que alma material repugna, y asimismo repugna conocimiento, o sensación, que no sea parto de alma espiritual. Asentado esto, pregunto: ¿Creerán todos, que los brutos no tienen alguna alma, ni ven, ni huelen, ni oyen, &c.? Me parece que no, porque la experiencia sensible, a que es muy difícil negar el asenso, les está continuamente intimando lo contrario; y así los más de los hombres miran la constitución maquinal de los brutos como delirio. Dirán los Cartesianos, que asentado aquel antecedente, no pueden menos de asentir a esta consecuencia. Pero yo digo, que no los precisa metafísicamente a ella el antecedente concedido, sino a otra consecuencia disyuntiva; esto es, que, o no tienen alma los brutos, o es espiritual la que tienen: y muchos por no poder asentir a la primera parte contra el informe de la experiencia, abrazarán la segunda de la disyuntiva. Supuesto esto, les entra la duda, de si aquella alma es inmortal, y cualquiera cosa que resuelvan dan en un precipicio: porque si es inmortal, es fuerza asentir a la transmigración Pitagórica, o a otro delirio semejante. Y si es mortal, no obstante su espiritualidad, cae por el suelo la razón filosófica, y única, conque se prueba la inmortalidad de la alma racional. Abierta esta brecha, queda una puerta muy ancha al Ateísmo.

46. Opondráseme la experiencia de los muchos Cartesianos que hay Catolicísimos, los cuales, sin embargo de estar persuadidos a que repugna alma material, no infieren de ahí que la tengan espiritual los brutos, sino que carecen de toda alma. Respondo, que supuesto aquel antecedente, [24] podrán asentir a esta consecuencia algunos de especial agudeza, y muchas noticias Anatómicas, Filosóficas y Mecánicas; pero para los que no alcanzan tanto, es totalmente incomprehensible que las varias acciones que ven en los brutos, sean efecto de un puro mecanismo; y en éstos es en quienes digo yo que está el riesgo. Fuera de que siendo el antecedente indiferente a una, y a otra consecuencia, no es fácil saber si hay algunos cartesianos, que en el fuero externo deducen, que los brutos no tienen alma: y en el interno infieren que la tienen espiritual. No es lo que se siente lo que se dice, cuando es delito decir lo que se siente. Pasemos ahora a examinar la Filosofía corpuscular en general.

Examen de la filosofía corpuscular
§. X

47. Tan lejos estoy de condenar la Filosofía corpuscular en toda su extensión, como de abrazarla en toda su latitud. Paréceme que en la explicación de los efectos naturales, ni para todo se han menester las formas Aristotélicas, ni todo se puede componer con el mecanismo. Pero siendo aquí el intento únicamente averiguar si en esta Filosofía hay algo peligroso hacia la Religión, diré sobre este asunto mi dictamen.

48. Si los Filósofos Corpusculistas limitasen la exclusión de las formas Aristotélicas substanciales y accidentales a las cosas insensibles, no veo por dónde se pudiese formar su doctrina ilación alguna contra los Sagrados Dogmas. Negar forma substancial adecuadamente distinta de la materia a los brutos, tiene el inconveniente que arriba queda manifestado contra Descartes. Negar toda cualidad espiritual distinta de la substancia, es muy difícil de componerse con la libertad de nuestros actos, los cuales si no son efectos verdaderamente procedidos de la voluntad, y distintos de ella, mal se entiende su dependencia del albedrío. Extender hasta el orden sobrenatural la exclusión de las [25] formas accidentales, deja bien arduo el componer todo el sistema de la Gracia; y especialmente la misma Gracia santificante, que intrínseca, y formalmente nos hace justos, ¿qué puede ser sino una forma accidental, que intrínsecamente informa nuestras almas?

49. Bien sé que se hicieron cargo de todas estas dificultades y respondieron a ellas los Padres Maignan y Sagüens. Sé también, que ni su doctrina, ni sus respuestas están condenadas. Impugnarlas pedía mucha mayor prolijidad que la que permite el asunto de mi obra, en la cual sólo podía entrar por vía de digresión.

50. Así sólo notaré, que cualquiera de los nuevos sistemas filosóficos, aunque sea absolutamente compatible con la doctrina revelada, tiene un grave inconveniente contra la Teología Escolástica: porque como ésta, desde Santo Tomás, empezó a explicarse siguiendo el sistema filosófico de Aristóteles, zanjada ya de este modo en todas las Escuelas, y en todos los Libros esta gran fábrica, no puede sin mucho dispendio derribarse, para erigirse sobre nuevos cimientos en otra forma.

51. Ni a la verdad la filosofía Aristotélica, que se enseña en las Escuelas, embaraza a los demás Filósofos que se apartan de Aristóteles; pues aquélla, si se mira bien, es una pura metafísica, cuyos conceptos son explicables en cualquier sistema físico. Quiero decir, que los conceptos de materia, forma, substancia, accidente, cualidad, &c., tomados metafísicamente, son verificables en todos los sistemas. Así los explicó todos en el cartesiano el célebre discípulo de Descartes Jacobo Rohol.

52. Por tanto, los que se dedican a la Filosofía, mirándola, no precisamente como escala para subir a la Teología Escolástica, sino como un instrumento para examinar la naturaleza, pueden, sin sujetarse servilmente al Peripatetismo, buscar la verdad por el camino que les parezca más derecho; pero sin perder jamás de vista los Dogmas Sagrados, para no tropezar en alguna sentencia filosófica incompatible con cualquiera de ellos. [26]

53. Esta consideración faltó a tal cual Filósofo de estos tiempos, señaladamente a Renato Descartes, el cual juzgaba desembarazarse bastantemente de las objeciones Teológicas, que le hacían, respondiendo que discurría sólo como Filósofo natural, y no se metía en las cosas sobrenaturales. Esto es lo mismo que si un Piloto, a quien representasen, que según la observación de las Estrellas, iba errada la navegación, respondiese, que él navegaba por el Mar, y no por el Cielo. Los Dogmas Filosóficos necesariamente son falsos, en cuanto no fueren conciliables con los revelados. El Filósofo natural no ha de perder de vista la Fe, como el Piloto nunca ha de abandonar la consideración del Polo.

54. En lo demás es menester huir de dos extremos, que igualmente estorban el hallazgo de la verdad. El uno es la tenaz adherencia a las máximas antiguas: el otro, la indiscreta inclinación a las doctrinas nuevas. El verdadero Filósofo no debe ser parcial, ni de este, ni de aquel siglo. En las Naciones extranjeras pecan muchos en el segundo extremo: en España casi todos en el primero.

55. Pero en todas partes tienen las novedades Filosóficas unos grandes enemigos en los Profesores ancianos. Estos, o por el amor que con el largo trato cogieron a la Escuela que siguen, o porque consideran como matrimonio indisoluble el que hicieron con la doctrina estudiada, con todas sus fuerzas resisten toda novedad. Esto entre tanto que las cosas están en el equilibrio de la opinión, puede llamarse constancia; y en todo caso debe mantenerse en la posesión la doctrina antigua, mientras no presente mejores derechos la nueva. Pero cerrar los ojos al examen de los fundamentos, tratar de quimérica la sentencia opuesta, como hacen muchos, sin saber en qué se funda, no es constancia, sino ceguera, y es incurrir en la injusticia de condenar la parte que no es oída. Y lo que es peor, no faltan algunos, que llegando a desengañarse de la falsedad de sus ancianas opiniones en este, o en aquel punto Filosófico, no quieren confesarlo, o porque tiene por oprobio la [27] retractación o porque juzgan desdoro suyo, que los que son más nuevos que ellos logren el triunfo de dar a conocer que hallaron la verdad, que ellos inútilmente, y por senda errada buscaron tanto tiempo. Aquí lo de Juvenal:

Vel quia turpe putant parere minoribus, & quae
Imberbes didicere, senes spernenda fateri.

Creo que no hay peripatético de mediano juicio, que examinando los argumentos que hay para negar la existencia de la Esfera del fuego en el cóncavo del Cielo de la Luna, no los reconozca invencibles. Con todo, rarísimo se halla, que en el exterior se aparte de la opinión común de la Escuela.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo segundo (1728). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 1-27.}