Filosofía en español 
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Tomo segundo

Prólogo

1. Lector mío, segunda vez parezco en público a leer invectivas, y oír aclamaciones. Discurro de la suerte de este Libro por la del primero; y como sea la misma, estoy contento. El público me ha favorecido liberalísimamente; y esto basta para que yo, bien lejos de desistir de lo empezado, continúe más fervorosamente en servir a su diversión, y utilidad. Algunos pocos quisieron con sus censuras detener la corriente de la general aceptación que logró el primer tomo; pero el haber sido pocos, me basta para consuelo; y si examino el motivo, me sobra para confianza. Los que por defender las facultades que profesaban, y que consideraban agraviadas, escribieron contra mí con tanto ardor, manifestaron hacer demasiada estimación de mi pluma en el concepto que formaron de que esta era capaz de arruinar los créditos de su profesión: de estos no me quejo (aun comprehendiendo los que más se destemplaron), porque donde el honor de la facultad, y el interés de la persona mueven la pluma, le dan tan recio impulso, que la arrojan mucho más allá de la raya que señala la decencia.

2. A quienes no disculpo, aunque los perdono, es a aquellos, que en sátiras anónimas vertieron su saña, sin más motivo que el ver celebrada mi Obra. ¡Oh envidia! monstruo de tan infelices ojos, que no el humo, sino la luz, te saca lágrimas.

3. Es cosa notable que en Francia, aquel gran Teatro de Guerras de Crítica, ningún Autor haya padecido tantas censuras, y tantos Censores, como los dos mayores espíritus que para la elocuencia métrica, y suelta, produjo el siglo pasado en aquel Reino, Pedro Cornelio, y Juan Luis de Balzac. La conspiración contra este segundo fue tal, y tales los artificios de sus émulos desde que [XXIX] vieron el aplauso, conque fueron recibidas sus primeras producciones, que hicieron mudar de dictamen al Público, y al Autor le tuvieron veinte años como ahogado, hasta que disipándose poco a poco las nieblas conque la envidia había cegado los ojos del común, volvieron a brillar las Obras del ilustre Balzac, con resplandor aún más copioso que el que habían logrado al principio. El gran Cornelio no fue tan desgraciado, porque tuvo siempre al Público de su parte, aun viéndole censurado por el formidable Cuerpo de la Academia Francesa, y empeñado todo el crédito del Cardenal de Richelieu en su descrédito. No hago esta memoria por compararme a aquellos por la parte del mérito, sino por la de la fortuna. Ellos merecieron la celebridad; yo la logré sin merecerla. Pero así ellos, como a mí, el aire del aplauso nos llevó hacia el escollo de la envidia.

4. No niego que justamente se me pudo censurar en muchas cosas. Conozco varios defectos míos; y es de creer que sean muchos más los que no conozco. Pero la emulación fue en este lance más ciega que el amor propio; pues no vieron los censores las flaquezas de mi pluma, viéndolos yo mismo; y no advirtiendo los defectos verdaderos, me los achacaron fingidos. ¡Oh cuántos infieles comentarios parecieron de mis Escritos, arrancando con mala fe, y con violencia suma, voces, y cláusulas de su genuino sentido, para escandalizar con quimeras el público! ¿Esta es corrección, o corrupción?

5. Otro linaje de Censores ha habido más dignos de compasión que de enojo. Hablo de aquellos pobres incapaces, condenados a ignorancia de por vida, cabezas de cal, y canto, cerebros amasados con el error, calloso por todas partes el discurso, para quienes toda novedad es mentira, toda vejez axioma. Estos en oyendo, o leyendo algo contra la común opinión, tocan a novedad como a fuego, montan en cólera, ármanse de dos refranes añejos, enristran la lanza del Quantaque, plántanse por los méritos de su antigüedad el yelmo de Mambrino, o la dureza de [XXX] sus cascos les sirve de morrión, y veis aquí la mejor milicia que alista debajo de sus banderas el error inveterado, al fin, invencible a todo argumento.

6. A esto se agrega uno, u otro auxiliar, que al mismo tiempo los patrocina, y los condena, diciendo que ¿para qué se ha de tomar el empeño de sacar al vulgo de sus errores? que los necios son infinitos, y que es prudencia no conmover este poderoso partido. Yo te confieso, Lector mío, que me parece muy cuerda aquella antigua máxima de hablar con los muchos, y sentir con los pocos. Pero tanta cordura no se acomoda con mi sinceridad. Y veo por otra parte que el contemplar tanto a los necios, es estrechar mucho la libertad de los entendidos. Óyeme un chiste, o llámalo, si quieres apotegma. En una marcha que hacía con su Ejército Filipo, Rey de Macedonia, llegó a un sitio hermoso, apacible, despejado; y enamorado de él, quiso que parasen allí las Tropas. Pero los Oficiales le representaron que no era posible, porque no había allí pasto para la Caballería, y bestias del bagaje. ¡Oh qué desdichada vida es la nuestra (exclamó Filipo) si nos hemos de atemperar al gusto, y comodidad de las bestias! Qualis vita est nostra, si ad asinorum commodum nobis est vivendum! Aplícalo tú, que yo estoy de priesa.

7. Algunos alargaron la censura más allá de la calidad de la Obra, notando de osado el proyecto, y de viciosa la intención. Decían que el título de Teatro Crítico Universal era muy arrogante, que era también mucha presunción mía esperar cumplir con lo que en él prometía; y que la magnificencia de la promesa manifestaba un apetito desordenado de gloria. Con decir que nada de esto es del caso, porque es sacar la Crítica fuera de su esfera, tengo respondido bastantemente. Pero añadiré, que en la resolución de esta empresa no procedí fiado a mi dictamen. Años ha que muchos sujetos de mi Sagrada Religión, algunos de la primera magnitud, han estado lidiando con mi pereza, o con mi cobardía, sobre que trabajase para el Público. Vencido al fin de sus instancias, y determinado [XXXI] a escribir para imprimir, les comuniqué diferentes proyectos que tenía ideados, entre los cuales escogieron por más útil, y por más honroso el que sigo. Así, Lector mío, como yo tengo más satisfacción de la prudencia, y buena intención de los que me aconsejaron entonces que los que me fiscalizan ahora, proseguiré sin miedo en la Obra, entre tanto que el Público le dé favorable acogida. Ceder a ajeno dictamen, no fue osadía, sino doctilidad. Nadie desconfía más de mis fuerzas que yo mismo. Si parecieren inferiores al empeño, responderán por mí los que creyéndolas iguales, me han animado.

8. En este Tomo hallarás el mismo método que en el pasado, que es diversificar los asuntos, a fin de evitar el fastidio con la variedad. El estilo también es el mismo. Si hasta aquí te agradó, no puede ahora desagradarte. Digo el mismo respectivamente a las materias; pues ya sabrás la distribución que el recto juicio hace de los tres géneros de estilos, consignando a la moción de afectos el sublime, a la instrucción el mediano, y a la chanza el humilde. Yo a la verdad no pongo algún estudio en distribuirlos de esta manera, ni de otra. Todo me dejo a la naturalidad. Si en una, u otra parte hallares algo del sublime, sabe que sin buscarle se me viene, o porque la calidad de la materia naturalmene me arrebata a locuciones figuradas, que son más eficaces cuando se trata de mover algún afecto; o porque tal vez la imaginación, por estar más caliente, me socorre de expresiones más enérgicas. Y ni yo cuido de templarla cuando está ardiente, ni de esforzarla cuando está lánguida. En punto de estilo, tanto me aparta mi genio del extremo de la afectación, que declino al de la negligencia.

9. En cuanto a la ortografía (pues también de esto suele dar razón el Autor a los Lectores) no sigo regla determinada, porque no la hay. Unos quieren que se arregle a la etimología, otros a la pronunciación; y unos, ni otros cumplen con el mismo precepto que prescriben; pues no se hallará Autor alguno que siga en todo la etimología, [XXXII], o que siga en todo la pronunciación.

10. Advierto, que en las materias controvertibles, especialmente físicas, prescindo de la autoridad de los que favorecen la opinión contraria a la mía. Busco la verdad en sí misma, sin cuidar de la mayor probabilidad extrínseca, la cual supongo estar por las opiniones comunes. La autoridad más grave, como no llegue a infalible, me ejecuta sobre la veneración, sin obligarme al asenso. Sigo la discreta máxima de S. Agustín: Ad discendum dupliciter ducimur, auctoritate, atque ratione. Tempore auctoritas; re autem ratio potior est. De esto es menester que se hagan cargo los que quisieren impugnarme. Salgo al campo sin más armas que el raciocinio, y la experiencia; con las mismas se me ha de combatir. Oponerme, como algunos han hecho, que más se debe creer a tantos, y tales Doctores, que a mí, es saltar fuera del coro; pues yo no pretendo ser creído sobre mi palabra, sino sobre mi prueba. Mis razones se han de examinar, no mis méritos. Pero los que no fueren capaces de pesar las razones, harán muy bien en contar los votos, y atenerse a aquellas opiniones en cuyo favor hallaren el mayor número de sufragios.

11. A persuasión de algunas personas sabias he introducido en este Tomo las dos Respuestas Apologéticas que van al fin de él. Al Doctor Ros respondo en el Idioma Latino; porque él me impugnó en este Idioma. He introducido también la Carta defensiva del Doctor Martínez, porque no se sepulte en el olvido este precioso rasgo de su pluma. Cuanto escribe este sabio, y elocuente Autor es digno de la inmortalidad. La impugnación del Doctor Ros es muy larga para poder darle aquí cabimiento.

12. Avísote que el tercer Tomo seguirá muy en breve al segundo; pues cuando este acabe de imprimirse, estará, dándome Dios salud, trabajada la mayor parte de aquel. No sé si hay algo más que prevenirte. Por ahora no me ocurre. VALE.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo segundo (1728). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas XXVIII-XXXII.}