Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Carta X

Dictamen del Autor, sobre un escrito, que se le consultó, con la idea de un proyecto, para aumentar la población de España, que se considera muy disminuida en estos tiempos

1. Muy señor mío: No bien convalecido aún de las fluxiones reumáticas, que este Invierno padecí, como casi en todos los demás de algunos años a esta parte; pero en el próximo pasado más que en otros; porque saliendo de los límites del Invierno, se extendieron a casi todo el espacio de la Primavera; recibí la de Vmd. en que expresa haber recibido con alguna satisfacción la noticia del ventajoso concepto, que hice de sus reflexiones sobre la despoblación de España, y el remedio con que se puede ocurrir a este daño. Es así, señor mío, que hice de este escrito el concepto, que a Vmd. expresaron; y dicho escrito me confirmó más en el asenso a una verdad, que mucho tiempo ha, por el trato, en parte de palabra, y mucho más por escrito, con algunos Caballeros Indianos, había comprendido; esto es, que la cultura, en todo género de letras humanas, entre los que no son Profesores por destino, florece más en la América, que en España; lo que con esta misma expresión me certificó el muy discreto Sr. Conde de las Torres, cuando en su segundo arrivo del Perú a nuestra Península, solo por favorecerme, tomó de Galicia el rodeo por Oviedo para la Corte.

2. Es así, Señor, que en esta Obra hallo mucho que aplaudir: el asunto, la erudición, el método, el estilo. El asunto es alto, noble, útil; por tanto digno de empeñar [253] en su logro un genio elevado, y aun celoso patriota. La erudición brilla en la copia de noticias oportunas, deducidas, ya de la Historia Sagrada, ya de la Profana, ya de la práctica, o Gobierno político, y económico de otros Reinos. El método es el más bien ordenado; pues colocoando cada objeto en el lugar congruente, los presenta todos en tal punto de vista, que la multitud está muy fuera del riesgo de la confusión. En fin, el estilo es claro, limpio, natural, enérgico, brillante, y decoroso.

3. Casi generalmente convienen los Políticos, en que la mayor riqueza de cualquiera Estado consiste en una población copiosa; o, con más propiedad, en un efecto, como necesario de ella. La multitud de habitadores presenta la gente, que es necesaria para las Artes mecánicas, para las Liberales, para el comercio, para la Guerra, en que no solo se logra la ventaja de aumentar el número de estos instrumentos de la felicidad pública; más también (lo que no sé si habrá sido observado por otros) la de mejorar la calidad.

4. Explico mi pensamiento. Cuanto mayor es el número de los que se aplican a algún Oficio, o Arte; tanto más verosímil, o probable se hace, que en esa colección se descubran algunos genios de eminente, o sublime habilidad; por consiguiente capaces de añadir nuevas perfecciones a aquella Arte a que se aplican. A los ojos se viene, que por lo común mucho más fácil es hallar dos, o tres genios excelentes en ocho, o diez millares de hombres, que en dos, o tres centenares; donde hay muchos, que donde hay pocos en que escoger.

5. Pero cuanto es fácil comprender lo mucho que conviene a cualquiera Estado una numerosa población; tanto es difícil, cuando se halla considerablemente disminuida, reponerla. Para esto es necesario lo primero examinar de qué causa provino el detrimento. Y Vmd. muy de intento se aplica a este examen, respecto de España, debajo de la suposición, de que su población se halla al presente muy disminuida, si se compara con lo que fue en [254] otros tiempos. Pero antes de pasar adelante, yo quiero suplicar a Vmd. me permita resolver una duda, que me ocurre, sobre si dicha suposición es verdadera.

6. Juan Botero, en sus Relaciones Históricas, y Geográficas, después de hacer el cómputo, de que Italia tiene ocho millones de personas, dice, que España no llega a tanto. Escribió este Autor en tiempo de Felipe II: con que podemos suponer, que en aquel tiempo tenía España siete millones y medio; pues si pasase de ahí, prudencialmente, por medio del plus minusve, podría el Autor alargarse a los ochos millones de Italia. Siete millones y medio de individuos atribuyó también poco ha a España D. Gerónimo Ustariz en su tratado de Comercio, y Marina. Pero se ha de advertir, que Botero en su cómputo incluyó a Portugal: Ustariz solo las Provincias sujetas a la Corona de Castilla: lo cual se hace claro por el contexto de uno, y otro Autor. Con que suponiendo, como parece se debe suponer, que Portugal tiene ahora, por lo menos, millón y medio de personas, resulta, que España, tomada integramente, está hoy más poblada, que en tiempo de Felipe II, con el exceso de millón y medio, o un millón a los menos.

7. De los siglos superiores al de Felipe II, retrocediendo hasta el tiempo de la primitiva Iglesia, no tengo especie de haber leído cosa alguna, de donde con bastante probabilidad pueda inferir, si fue mucha, o poca la población de España en aquellos tiempos. Solo cierto argumentillo, conjetural me ocurre, de que no era muy numerosa; y es, que en tan repetidos combates, como hubo con los Moros, desde su introducción en España, hasta su total expulsión, no osbstante el fervoroso deseo de Príncipes, y vasallos de exterminar aquellos Bárbaros; si no me engaña la memoria, en ninguna ocasión nos representan las Historias Ejército muy numeroso de nuestra parte; pues aun en la famosa acción de las Navas de Tolosa, en que al parecer se hizo el último esfuerzo contra ellos; pues como dice el P. Orleans en su excelente Historia, [255] de las Revoluciones de España: todas las fuerzas de la España Cristiana se vieron unidas entonces debajo de las mismas banderas; con todo, consta, que el número de nuestros combatientes no igualaba la tercera parte del de los enemigos.

8. Retrocediendo más hasta colocarnos en el tiempo, que precedió la Venida de Cristo, no sé que haya prueba alguna positiva de que España estuviese muy poblada en aquella edad, sino un pasaje de Cicerón, cuyas palabras tengo en la memoria, aunque no me acuerdo en qué Obra suya las leí; y son las siguientes: Nec numero Hispanos, nec fortitudine Gallos, nec sapientia Graeco, nec astu Paenos superare possumus. Ni Vmd. alega otra prueba para este asunto determinado, mas que la autoridad del Orador Romano. Y aun noto, que la alega tan de paso, o tan por mayor, que en esto mismo da a conocer lo poco que fía de ella. Yo copio sus propias palabras; porque bien examinadas, así como, sin fundamento, suponen la población numerosa de España, tampoco sirven al intento, a que el Autor las dirije.

9. El propósito de Cicerón es, deducir que todas las ventajas, que con las armas lograron los Romanos sobre las demás Naciones, se debieron a la especial protección de sus Dioses, granjeada por medio del culto, que les rendía Roma, más atento, y devoto, que el que le prestaban las demás gentes. Deduce (digo) esta aserción, de que en orden a aquellas prendas, circunstancias, o partidas, que en la guerra dan superioridad a una Nación sobre otras, cuales son el número, la fortaleza, la ciencia, y la astucia; no halla, que los Romanos excediesen a las Naciones que conquistaron, Españoles, Galos, Griegos, y Cartagineses. Con que solo restaba, que sus triunfos fuesen efecto de un especial, y merecido favor de los Dioses.

10. Pero el pasaje citado en todas sus partes abre lugar a una Crítica, que enteramente arruina el discurso X empezando por la conclusión, para proceder en todo [256] su contexto con orden retrógrado, ¿qué podía servir a los Romanos la protección de unos Dioses quiméricos? La astucia ratera, y vil de Cartago, era para el negocio de la guerra muy desigual a la prudentísima conducta de Roma. Fue (no puede negarse) un grande hombre en las armas Aníbal. Pero no tuvo más que un Aníbal la República Cartaginesa; y tuvo muchos Aníbales la Romana. Era filosófica la sabiduría de los Griegos, y pericia Militar la de los Romanos: buena aquella solo para la disputa: infinitamente útil en la Campaña.

11. Últimamente, no tiene algún sólido fundamento la comparación, que se hace de Españoles, y Galos, atribuyendo a los primeros el exceso del número, y a los segundos la ventaja, de la fortaleza. Yo la haría por el rumbo opuesto, esto es, concediendo la fortaleza con algún exceso a los Españoles, y el número a los Galos. De estas dos Naciones ¿cuál resistió más a las armas Romanas? Sin duda la Española. En diez años conquistaron los Romanos las Galias, comprendiendo en ella la Bélgica; y la Cisalpina, que es un espacio mucho mayor de tierra, que el que comprende lo que hoy llamamos Francia. Pero la conquista de España costó a Roma cerca de doscientos años de continuas guerras. A que se debe añadir, que los Españoles pelearon siempre disgregados; esto es, sucesivamente cada Provincia, o porción de tierra por sí sola. Las fuerzas de la Galia llegaron a unirse todas en un cuerpo, debajo de la conducta del Príncipe Vercingentorix. De modo, que en la conquista de Alesia pelearon los Romanos contra trescientos veinte mil hombres.

12. Vamos ya a la cuestión del número, que es lo que hace al propósito. No se halla en las Historias antiguas, que España vertiese jamás alguna porción de gente considerable a conquistar otras tierras, o formar nuevas colonias, como hicieron comúnmente aquellas Naciones, que redundaban de gente; y como ejecutaron los mismos Galos en las irrupciones, que con formidables Ejércitos hicieron en Italia, desolando aquella Región; y en una de las cuales [257] se apoderaron totalmente de Roma; y en las poderosas excursiones por la Grecia, y por la Asia Menor, hasta erigir en ésta un nuevo Reino, con el nombre de Galatia, o Gallogrecia; cuyos habitadores, después de la Venida del Mesías, tuvieron la dicha de convertirse del paganismo al conocimiento del verdadero Dios; e inmediatamente, después de la Muerte del Redentor, abrazaron la Ley de Gracia, como testifica la Epístola Canónica, con que los honró el Apóstol S. Pablo.

13. Pero todo lo dicho solo prueba dos cosas: la una, que la población de España no se aminoró desde el Reinado de Felipe II: la otra, que no era tan grande en tiempo de Cicerón, como este Autor imaginó. Y ni de una, ni de otra se sigue, que, hablando en general, el número de los habitadores de esta Penínsusla no esté muy disminuido, respecto de lo que fue en otro tiempo. La razón es, porque entre Cicerón, y nuestro Felipe II mediaron muchos siglos; en los cuales por varias causas, acaso aún no averiguadas, sucesivamente pudo irse menoscabando la población. Guerras, epidemias, inundaciones, incendios, intemperies de la Atmósfera, contrarias a la proliferación, abatimiento de los ánimos de los naturales, oprimidos de los Moros, y otros accidentes, fácilmente ocasionarían este daño: que aunque cada una de dichas causas, por sí solo, no fuese capaz de inducir tanto daño, la concurrencia, o sucesión repetida de unas a otras, era suficiente para producirle.

14. En efecto, no solo es claro, que por varias causas se puede disminuir la población de España en el espacio del tiempo expresado, o en alguna porción considerable de ese espacio; mas con prueba positiva se infiere, que hubo dicha disminución. Yo no examiné, ni pude examianar con los ojos, sino una pequeña porción de España; esto es, Galicia, Asturias, y tal cual corto retazo de una, y otra Castilla. Pero muchas veces llegaron a mis oídos los clamores de los que anduvieron casi todo el ámbito de la Península; los cuales amargamente se lastimaban [258] de los grandes vacíos que habían reconocido en muchos Lugares; de modo, que por el espacio, que ocupaban las casas, evidenciaban, que en otro tiempo habían tenido la mitad, una tercera parte más de habitadores. Añádanse las ruinas, o edificios desmoronadas, que en muchas partes se encuentran, sirviendo solo de estorbo a los vientos, y dando lástima a los caminantes.

15. Debe suponerse, y en parte consta de lo dicho arriba, que este menoscabo de la población, no vino de golpe sino paulatinamente, según las casualidades fueron presentando sucesivamente las varias causas parciales de este daño. Así no se puede señalar época determinada, aún comprendiendo en ella toda la extensión de un siglo, para algún accidente que la ocasionase. Los accidentes fueron sin duda muchos, y disgregados por el largo espacio de algunos siglos.

16. Por lo cual convengo con Vmd. en que ninguno de los capítulos, que en su escrito excluye de la razón de causas de la depopulación, lo es adecuadamente; pero estoy en que todos concurren; y que de ellos, y los que arriba señalé, juntamente con otros, que fácilmente se pueden imaginar, se compone la causa total, y adecuada de dicha depopulación.

17. ¿Pero cómo se podrá remediar el daño? Hoc opus, hic labor. Aunque los Médicos ostentan, como máxima constante, la de que cognitio morbi, inventio est remedii, yo la reputo sumamente incierta. Por la mayor parte las enfermedades, que ellos califican incurables, son las que más se franquean al conocimiento. El más rudo principiante discierne la parálisis, la hidropesia, la rechitis, la apoplejia perfecta, el cálculo renal, la gota. ¿Y quién cura estas enfermedades? Nadie. Aun aquellas enfermedades, que absolutamente se tienen por curables, tanto más se niegan al remedio, cuanto menos esconden su malicia; siendo claro que cualquiera enfermedad cuanto más se agrava, tanto más se hace visible, y a proporción tanto menos curable. [259]

18. Lo mismo que en las enfermedades del cuerpo natural, con poca, o ninguna diferencia, sucede en las del Cuerpo Político de una República. Conocemos la debilidad de las fuerzas de España, que consiste en la falta de gente. Esta es su enfermedad. Acaso conocemos también, que las causas de ella son las insinuadas arriba: peste, incendios, inundaciones, años estériles, guerras, extracciones de gente hacia la América, expulsión de los Moros, &c. ¿Mas cuál será el remedio? No lo veo; pues ni podemos resucitar los que murieron en las campañas, o en los Hospitales, ni revocar a España, los que ya ha siglos salieron a otras tierras; ni aumentar los frutos de los años calamitosos; ni suplir, o reparar la disminución del número de habitadores, que provino de la falta de providencias políticas, y económicas, conducentes a una numerosa prolificación.

19. Es así; porque el daño padecido ya, es imposible dejar de haberse padecido. Pero pueden tomarse desde ahora providencias oportunas, para que no se padezca otro igual en adelante. Convengo en ello. Y también convengo, en que Vmd. propone algunas, cuya utilidad, tomando la colección de ellas, se viene a los ojos. Pero dudo mucho, que se pueda llegar a la ejecución. Fúndome, en que la percepción del efecto pretendido necesariamente ha de caminar con pasos muy lentos. Habiendo yo hecho una especie de cálculo por mayor; o, digámoslo así, a buen ojo, de los progresos, que se pueden esperar en el aumento de la población, en virtud de aquellas providencias, me parecen son menester cinco, o seis series de generaciones, para producir el aumento de un millón de Individuos (número necesario, para que la mayor copia de habitadores se haga sensible); y la serie de cinco, o seis generaciones, tomando completa la producción de cada matrimonio, como para el intento presente se debe tomar, ocupa regularmente mayor espacio, que el de un siglo.

20. Puesto lo cual, fácilmente se viene a la consideración cuánta es la tibieza de los hombres en procurarse [260] aquellas conveniencias, por grandes que sean, que solo se pueden producir a la distancia de cien años. ¿Qué Labrador se aplica a cultivar el suelo, que solo ha de fructificar después de pasados veinte lustros? Y mucho menos con la incertidumbre de si entonces han de percibir el fruto sus nietos, y bisnietos, o algunos extraños. Esta, si no la única, es la principalísima razón, por qué de las tres partes de la tierra una esté enteramente inculta, y otra mal cultivada.

21. Semejante es el caso en que estamos. Las providencias, que Vmd. ha meditato, podrán acrecentar la población de España, hasta una séptima, u octava parte más de lo que es ahora. ¿Pero cuándo se verá existente este aumento? De aquí a ciento y veinte años. ¿Y quiénes han de disfrutar ese beneficio? Otros hombres distintos de los que en la mayor parte de ese tiempo han de poner las manos en la obra. Pues no hay que esperar de éstos, sino una aplicación muy lánguida.

22. Y no hablo solo aquí de los subalternos, o ínfimos ejecutores de esta grande obra. Lo mismo digo de los Ministros superiores, que con autoridad, inmediatamente participada del Soberano, la han de ordenar, y dirigir. En éstos subsiste del mismo modo, como es claro, el obstáculo expresado, para que tomen con algún calor la empresa.

23. Añada Vmd. otro no menor para la ejecución de los medios, que debe costear el Erario Real. Los socorros de este tesoro, aun en las Repúblicas donde más domina el amor de la Patria, rarísima vez se emplean en gastos, cuya utilidad se mira muy distante; porque continuamente los están implorando los Ministros de Estado, y de Guerra, para necesidades, que representan existentes, o muy próximas. Y si algo se contribuye para aquellos, es con grande escasez, y como destilado gota a gota. No pienso, que Vmd. ignore con cuánta pereza camina por esta razón el Canal de tierra de Campos: obra sin duda utilísima, que bien cuidada, podría producir un gran beneficio al Reino; y la dilación de pocos [261] años entibia los ánimos de los que son capaces de provarla. ¿Cuánto más los entibiara, para la obra, que Vmd. pretende, la dilación de duplicado espacio de tiempo?

24. Lo discurrido hasta aquí procede en la suposición, de que el proyecto de Vmd. mirando en sí mismo, y prescindiendo de las dificultades, que he propuesto en orden a la ejecución, logre la aprobación del Monarca, o de los sujetos a quienes el Monarca quiera cometer su examen; porque este es el primer paso, que se ha de dar en el negocio. ¿Y podemos esperar esa aprobación, como segura, o por lo menos, como muy probable? No pienso, que en la contingencia de las acciones humanas se pueda señalar otra más incierta. La razón es, porque en ninguna cosa se discurre con más variedad, que en las materias prácticas de Gobierno; lo que pende de los varios aspectos, que tienen, según los varios puntos de vista en que se miran.

25. Esto es lo que me ha ocurrido sobre la materia. Pero estoy muy lejos de pretender, que Vmd. admita estas pocas reflexiones mías, en la cualidad de avisos, consejos, o advertencias; sí solo como dudas, a que la superior discreción de Vmd. sabrá dar la solución más oportuna; y en consecuencia de ella, o dar al público el proyecto, o dejarle en el retiro de su gabinete. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Oviedo, y Junio 27 de 1757.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 252-261.}