Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Carta IX

La advertencia sobrepuesta a la Carta antecedente manifiesta al motivo, y asunto de la siguiente

1. Mi dueño, y amigo: Con especialísimo gusto, y no inferior aprecio, recibí la noticia, que Vmd. se sirvió participarme, de haber resuelto traducir a nuestro idioma Castellano el libro de Jacobo Nihell, en que este doctísimo Médico Anglicano copió, expuso, e ilustró con algunas importantes adiciones, las nuevas observaciones del pulso, que para la predicción de varias crises hizo nuestro ilustre Español D. Francisco Solano de Luque, Médico de la Ciudad de Antequera, y miembro de la Regia Sociedad de Sevilla.

2. La empresa, a que Vmd. trata de aplicar la mano, ejecutada con el acierto, que se debe esperar de la claridad, con que Vmd. sabe exponer los asuntos, a que dedica la pluma, notoria ya a todos en otros escritos anteriores, que Vmd. produjo a luz pública, será sin duda de una suma utilidad; porque las nuevas, y especialísimas luces, que en el conocimiento del pulso adquirió nuestro sagacísimo observador Solano de Luque, y de él copió el Anglicano Nihell, constituyen un Directorio insigne, por donde pueden regirse los Médicos en la curación del mayor número de las enfermedades.

3. No ignoran, aun los menos instruidos Profesores, cuanto es, no solo peligroso, sino también pernicioso, turbar con remedios intempestivos la naturaleza, cuando esta está entendiendo en la obra de disponer una crise saludable. Pero cada Médico dice, que los remedios de que usa, no son intempestivos, antes oportunos; porque sirven de ayudar la naturaleza, y con ese fin los aplica. Y yo [230] digo a esto, que alabo la satisfacción: porque ¿cómo puede saber el Médico, si ayuda a la naturaleza, o la incomoda, ignorando como necesariamene ignora, el delicado mecanismo de aquella obra, en que entonces está trabajando, de qué instrumentos usa, cómo los mueve, cuál es el fin próximo a que los dirige? Sin riesgo de ser notado de arrogante, me atrevo a decir, que puesto en el caso, al Médico más presumido de científico, a cuatro, o cinco preguntillas, que le haga sobre la materia, le reduciré a conocer (aunque no a confesar) que es infinito lo que le falta saber, para arribar a un conocimiento algo claro de aquella natural operación.

4. Por falta de este exactísimo conocimiento, del cual, sin temeridad, se puede asegurar, que no es capaz hombre alguno, sucede muchas veces, que el Médico piensa, que ayuda a la naturaleza, con lo mismo que la desbarata. Frecuentemente procede ésta con un movimiento muy pausado, porque no tiene fuerzas para más en la cocción, o expulsión del humor vicioso, que la incomoda. Quiere el Médico ayudar aquel movimiento, añadiendo algunos grados de velocidad. ¿La auxilia? La descompone: al modo, que si un hombre débil, que camina muy lentamente, piensa otro ayudarle, dándole por la espalda un empellón, con que le arroja al suelo, y tal vez le deja incapaz de dar otro paso: o al modo de un jinete imprudente, que revienta el caballo fatigado, incitándole con la espuela a que camine en una hora, lo que no puede sino en dos, o tres horas.

5. Los Médicos tienen muy a mano un Aforismo, o Axioma, que a su parecer, los autoriza para estos temerarios procedimientos, que es aquel decantado, quo vergit natura, eo ducere oportet. Doy que conozcan el rumbo, que toma la naturaleza (en que sin embargo, es natural, que en varios casos se engañen, equivocándose con los amagos, que no pocas veces suscita alguna accidental causa pasajera; o también tomando por movimiento de la naturaleza, lo que solo es travesura de la causa [231] morbífica). ¿Qué haremos con eso, cuando ignoran, si el paso que lleva es proporcionado, ya a sus fuerzas, ya a las del enemigo, que tiene a la vista, si conviene retardarle, o promoverle?

6. En tanta obscuridad, y en un camino tan lleno de tropiezos ¿qué luz puede alumbrar al Médico, para que no yerre los pasos? La que le dio Solano de Luque, y no hay otra. A este raro hombre destinó la Divina Providencia para ilustrar a los Médicos en el conocimiento pronóstico del éxito de las enfermedades; y por medio del conocimiento pronóstico guiarlos en el procedimiento curatorio. O porque con una meditación profunda rastreó, que en las varias pulsaciones de la arteria se explicaba la naturaleza con un lenguaje, que, bien entendido, daría grandes luces para el gobierno de la salud; o porque alguna feliz casualidad le excitó esta imaginación; como un efecto esta misma, cayendo en entendimientos penetrantes, y reflexivos, fue el primer origen de otros útiles descubrimientos; con particular aplicación se dedicó a la observación del pulso, y mediante ella, halló en su movimiento varias circunstancias, y modificaciones, que, o no fueron notadas por los Médicos, que le precedieron; o si las notaron, por falta de reflexión no acertaron a usar de ellas. ¿Pero qué uso podrían hacer? El que hizo Solano: notar después con una puntualidad exquisita todos los sucesos subsiguientes de la enfermedad: y bien combinados entre sí, cotejarlos con las mutaciones antes experimentadas en el pulso, para ver, qué novedades, y en qué tiempos se subseguían a tales, o tales variaciones del pulso.

7. Todo esto pedía una atención prolija, un ingenio muy despierto, un juicio exquisito, un discernimiento extremamente delicado, y una comprensión de esfera dilatadísima. Tanto era menesteer para tal empresa: tanto había presentado nuestra dicha en el genio superior de Solano; y por tanto logró éste aquellas prodigiosas predicciones de crises, que admiraron, como milagrosas, [232] muchos doctos Médicos, siendo testigos de vista, de lo que antes no creían a las voces de la Fama.

8. La advertencia de las señales, que preceden las crises, es de una suma importancia, así como la falta de ella es en muchos casos perniciosísima para los enfermos. Todos los Médicos, que saben algo, saben, que cuando la naturaleza está ocupada en la disposición de una crise, es convenientísimo, y aun extremamente necesario, procurar, cuanto se pueda, la tranquilidad, y sosiego del enfermo; porque de inquietarle se pude seguir, y es preciso que efectivamente se siga muchas veces, la perturbación de aquella obra: así como cuando un Artífice está oficiando un Artefacto, que pide mucho tino, o tiento en la mano, cualquiera impresión, o impulso extraño, o hacia la materia en que trabaja, o hacia el instrumento que aplica, o hacia el miembro con el que le maneja, trastornando la operación, en vez de los aciertos pretendidos, ocasionará monstruosos errores. De aquí se deduce naturalmente, que habrán resultado innumerables muertes de hombres, por el corto conocimiento, que hubo hasta ahora, de las señales, que preceden las crises: como por la razón contraria, que se salvarán en adelante innumerables vidas, si los Médicos se aprovechan de las luces, que Solano dio en esta materia.

9. Es cierto, que antes que Solano viniese al mundo, o por mejor decir, desde que el mundo es mundo, la arteria humana daba los mismos indicios previos, que ahora, de la terminación de las fiebres. La naturaleza hablaba; pero no había quien entendiese su idioma, hasta que apareció en Solano el grande Intérprete de las voces, y frases de la naturaleza en este asunto.

10. Y verdaderamente es una cosa muy notable, que en tantos siglos, y en tanto número de Médicos, cuyo principal cuidado fue siempre, por lo menos desde Galeno acá, explorar con el tacto el pulso de los enfermos; ninguno se adelantase a rastrear, ni una mínima parte de aquella ciencia superior, con que Solano preveía las crises venidearas [233] con la determinación de sus especies, de los conductos, en que se habían de ejercer, y del tiempo en que habían de arribar; anunciando frecuentemente, no solo el día, mas aun la hora; y tal vez a la distancia de uno, o dos días. De modo, que el descubrimiento de esta intelectual Provincia enteramente estaba reservado para nuestro Médico de Antequera, verdadero Colón de esta parte de la Medicina.

11. Ni esta carencia de entendimiento, en los Médicos anteriores a Solano, provino, de que éstos nada pensaron, o discurrireron sobre tal objeto. Muchos meditaron, hablaron, y escribieron del pulso. Pero cuanto alcanzaron con alguna certeza, se reduce a unos limitadísimos documentos, que se pueden escribir, o copiar un muy pocas líneas. Todo lo demás fueron incertidumbres, dudas, y aun ilusiones, y quimeras. Hipócrates, por más que quieran los Médicos, que alcanzó, cuanto puede dar de sí la Medicina; o nada, o muy poco supo del pulso. De lo cual es prueba clara, el que en los siete libros de las Epidemias, en que hace historia de tanto número de enfermos con fiebres agudas, a quienes asistió, y en quienes notaba con escrupulosa puntualidad cuantos síntomas, fenómenos, o novedades, por menudas que fuesen, se iban sucediendo; ni una palabra nos dice del pulso en algunos de tantos. El Hipócrates Romano, (que así le apellidan muchos) Cornelio Celso, no veo tampoco, que ni en los libros, que escribió de Medicina, Farmacéutica, ni en los de Quirúrgica, hiciese memoria alguna del pulso. Plinio en tres partes de su Historia Natural, y en una de ellas con elogio de Clarus Medicina, nos da noticia de otro Médico antiguo, llamado Herófilo, el cual fatigó mucho el discurso en orden a este objeto; mas solo para fabricar un sistema de mara fantasía, arreglando los varios movimientos de la arteria a los tonos, y proporciones musicales.

12. Vino después Galeno con pluma tan liberal, en orden a la doctrina del pulso, que escribió de él mucho [234] más de lo que sabía. Fue el caso, que sobre aquellas diferencias de pulsaciones, que comúnmente se distinguen señaló no pocas otras, que ni a él, ni a otro Médico alguno descubrió la experiencia; dando por existentes todas aquellas agitaciones de la arteria, que su imaginación el representó posibles en esta cuerda vital, omitiendo examinar, como era preciso, si en la humana máquina, del modo con que está organizada, hay agentes proporcionados, para imprimir tantos diferentes impulsos, y en el móvil disposición para obedecerlos.

13. La libertad, que se tomó en esta parte Galeno, para formar un sistema, en que arrojó a su fantasía la autoridad, que solo pertenecía de derecho a la experiencia, en vez de adelantar la ciencia pronóstica de los Médicos, la atrasó; al modo, que el Arte engañoso de la Crisopeya, en vez de enriquecer al avaro Alquimista, le empobrece, conduciéndole a buscar en las llamas del horno el precioso metal, que solo se forma en las entrañas de la tierra. Quiero decir, que esta siniestra doctrina de Galeno produjo un duplicado error en los Médicos; porque creyendo éstos, no solo que realmente existían las diferentes pulsaciones, que Galeno había señalado, mas también, que en realidad no había otras, perdieron en buscar las primeras el tiempo, que acaso útilmente hubieran empleado en inquirir las segundas; pudiendo su diligencia, ayudada de la fortuna, presentarles las que después descubrió Solano.

14. Ni estoy lejos de pensar, que tal vez el imaginario sistema de Hipócrates, en orden a los días críticos, contribuyó con la antojadiza doctrina de Galeno en orden a los pulsos, para obscurecer a los Médicos la senda por donde habían de buscar en éstos la ciencia pronóstica de las crises, que hoy debe el mundo al ilustre Médico de Antequera.

15. Cuando al sistema Hipocrático de los días críticos denomino imaginario, quiero decir, que dicho sistema, no solo es opuesto a la verdad; mas aún si se habla [235] de probabilidad intrínseca, carece de toda probabilidad. ¿Pero no es esta una proposición osada, y escandalosa, para la mayor parte de los Médicos? Eslo sin duda, sin que por eso deje de ser verdadera. En el segundo Tomo del Teatro Crítico, disc. 10, probé este dictamen mío, con tan fuertes razones, que estoy enteramente persuadido, a que cualquiera Médico, que sin pasión las lea, y reflexione, no podrá menos de ceder a su fuerza, a que añado ahora, que así las observaciones, que había hecho hasta entonces, como otras muchas, que hice después acá, me han mostrado claramente, que la opinión Hipocrática de los días críticos no es menos opuesta a la experinecia, que a la razón.

16. Mas los Médicos al contrario, creyendo infalible la doctrina de los días críticos, y verosímilmente inducidos por ella al dictamen, de que no había otras crises saludables, que las que Hipócrates había ligado a la serie numérica de los días; aunque la experiencia se las presentase una, u otra vez, mirándolas como una extravagancia de la naturaleza, o como una apariencia engañosa, incapaz de constituir regla alguna, se abstuvieron de toda nueva especulación sobre esta materia; y así, el gran secreto del conocimiento, y predicción de otras crises, totalmente inconexas, con tal, o tal número de días, secreto se estuvo por tantos siglos, hasta que le descubrió nuestro ilustre Español.

17. Y tengo por muy probable, que el primer paso, que éste dio para su descubrimiento, fue el desengaño del sistema de los días críticos. Lo que no tienen duda es, que él conoció, que carecía de todo fundamento aquella doctrina Hipocrática, pues claramente la reprueba en el Apéndice de su Lydius Lapis Apollinis, §. 6. Y este desengaño le removió un grande estorvo para la empresa de la penetración del secreto; porque estando tan altamente establecida la veneración de Hipócrates, que no solo le tenían los Médicos por infalible, recibiendo como axioma la sentencia de Macrobio: Hippocrates tam fallere [236] quam falli nescit; mas comúnmente creían, que lo que Hipócrates no había alcanzado en la Facultad Médica, ningún otro hombre llegaría a alcanzarlo; generalmente desesperaban, de que se hallasen otras reglas para pronosticar las crises, que las que Hipócrates había fijado.

18. Que había llegado a tan alto grado entre los Médicos el concepto de la comprensión de Hipócrates, en todo lo perteneciente a su Facultad, se vio claramente en su unánime conspiración contra el descubrimiento de la circulación de la sangre; del cual, aunque no fue el primer Autor Harvéo, fue el primero, que probó la circulación, con tales razones, que hizo evidencia de su realidad. ¿Y qué impresión hicieron estas razones en los Médicos? Ninguna por entonces. Tenaces estuvieron mucho tiempo, en que la circulación de la sangre era un sueño, y Guillermo Harvéo un extravagante, un visionario. ¿Esto por qué? Solo porque Hipócrates no lo había conocido; porque ¿cómo era posible, decían, que si hubiese tal movimiento de la sangre en el cuerpo humano, se ocultase a la omnisciencia Médica, y Anatómica del oráculo de Coó?

19. Mas aunque la persuasión del dogma de los días críticos, establecido por Hipócrates, era impedimento al designio de investigar otro género de signos en las enfermedades, aun removido este estorbo, restaba mucho que hacer; lo cual se evidencia, de que ya algunos Autores de mucho ingenio, que precedieron a Solano, se habían desengañado de ese mal fundado dogma, sin que por eso emprendiesen dicho descubrimiento. Basta nombrar a dos que ciertamente valen por dos mil. Estos son Cornelio Celso, que comúnmente es denominado el Hipócrates Latino, y nuestro insigne Valles, a quien llaman muchos, y con mucha razón, el Hipócrates Hispano; añadiéndole el epíteto de Divino, que antes se juzgaba privativamente adjudicado al Hipócrates Griego. Son claros los textos de uno, y otro sobre el asunto; de aquel en el lib. 3 de Re Medica, cap. 4; y de éste, en el lib. 4 del [237] Methodo, cap. 5. Sin embargo, ni uno, ni otro nos dieron otras señales pronósticas en las enfermedades, que las que de tiempo inmemorial son comúnmente admitidas de los Médicos. Esta gloria estaba reservada por la Divina Providencia para Solano.

20. Ni es muy de admirar, que ninguno de tantos Médicos, como precedieron a Solano, arribase a tan feliz conocimiento. Cualquiera que haga una justa reflexión sobre la materia, hallará, que esto pedía una meditación profunda, una perspicacia extraordinarísima, una aplicación infatigable. Y aun sobre todo esto, verosímilmente sería necesario, que alguna dichosa casualidad excitase el pensamiento, y la esperanza de tan precisoso hallazgo, como en otros inventos utilísimos ha sucedido.

21. Mas ya que no se deba admirar, el que nadie preocupase un tan importante descubrimiento a Solano, es sin duda digno de nuestra mayor admiración, y aun de nuestra indignación, el que después que Solano penetró a este escondrijo de la naturaleza, y en algún modo robó la luz, que allí estaba retirada, poniéndola a la vista de todos, para que este arcano de la naturaleza sirviese al Arte; nuestros Médicos nacionales, o por descuido, o por pereza; o lo que sería mucho peor, por desprecio, no quisiesen usar de él. El hecho es, que apenas en España sonaba el nombre de Solano, cuando ya en otras Naciones era famoso. No ignora Vmd. que la primera noticia, que yo tuve de este admirable hombre, me vino de París, aunque por la mano de un Médico Español, residente en aquella Corte (D. Joseph Ignacio de Torres); el cual, en la Carta misma en que me la participaba, amargamente gemía, que un Autor celebrado en todas las Naciones cultas de la Europa, solo en la suya fuese casi enteramente desconocido.

22. Como yo entonces estuviese bastante noticioso de la fama de los Autores más celebrados en la Facultad Médica, no dejó de sorprenderme ver elogiado en aquella Carta, como célebre en gran parte de la [238] Europa, uno, que yo jamás había visto citado por otro, ni oído hablar de él en conversación alguna: por lo que luego entré en un vivo deseo de adquirir más individual informe del mérito, doctrina, y escritos de este Autor, lo que a poco tiempo logré en la lectura del Comentario de los Aforismos del gran Boerhave, hecho por su ilustre discípulo el Holandés Gerardo Van Switen; el cual, nada me dejó ignorar de cuanto entonces deseaba saber, porque en el primer tomo del referido Comentario, pag. 59, y siguiente, habla con bastante extensión, y con mucha mayor admiración de Solano, y de sus portentosos descubrimientos en orden al pulso: da noticia del libro Lydius Lapis Apollonis, en que Solano expuso toda su nueva prodigiosa doctrina; y cuenta, como el docto Médico Inglés, Jacobo Nihell, residente en Cádiz, cuando salió a luz dicho Libro; porque a aquella Ciudad le habían conducido los Mercaderes Anglicanos de aquel emporio mercantil, para su asistencia: que Nihell, digo, a quien Van Switen cualifica de Eruditísimo Médico (Eruditissimus Medicus Anglus), ya de Agudísimo, (Acutissimus ille Medicus) asombrado de tan nueva, y tan importante porción de la ciencia Médica; pero recelando al mismo tiempo, que Solano hubiese ostentado su realidad más de lo justo (lo que es muy común en los inventores), se transfirió a Antequera, distante de Cádiz tres jornadas, donde en dos meses, que se detuvo allí, se aseguró de ser verdad cuanto había leído de la nueva doctrina del pulso en el Lydius Lapis, y obtuvo de Solano cuantas luces, y confirmaciones experimentales deseaba; porque en aquellos dos meses acopañaba a Solano, como Discípulo, o Practicante suyo en las visitas de todos sus enfermos: resultando de aquí, que Nihell después trasladó a la lengua Inglesa todas las nuevas reglas pronósticas de Solano, añadiendo a una, u otra alguna modificación, que a Nihell sugirieron otras observaciones, que, separado de Solano, hizo por sí mismo.

23. Añado a lo dicho, que Don Pedro Marín, natural [239] de la Andalucía, que sirvió al Rey en el ministerio de las Aduanas de estos Puertos de Asturias, se hallaba en Antequera (como él mismo publicó aquí), cuando aportó allí el Médico Nihell, a quien trató, como asimismo a Solano; y de algunas de sus maravillosas predicciones fue testigo.

24. Instruido yo de todo lo dicho, procuré desde luego adquirir el libro Lydius Lapis, encomendando la diligencia de buscarle a un Religioso de mi correspondencia, habitante en un Monasterio de la Corte. Éste, aunque tomó con bastante calor el cumplimiento del encargo, inquiriendo de Libreros, y de Médicos, a dónde se encontraría de venta dicho libro; tardó muchos días en hallar quien le informase; bien que últimamente ya apareció un Librero de corto caudal, que le tenía, y a quien se compró. Pero lo que hay en este caso de admirable, es, que algunos de los Médicos, y aun pienso que los más, de quienes quiso mi corresponsal informarse, al oirle hablar de Solano de Luque, como Médico, y Escritor en materia de Medicina, le dijeron, que tal hombre no habían jamás oido nombrar; al modo que los Cristianos, poco instruidos, de Efeso, a la pregunta, que les hizo S. Pablo, si habían recibido el Espíritu Santo: Sed neque si Spiritus sanctus est, audevimus.

25. Permítame ahora Vmd. para desahogo de mi dolor quejarme, no sé si diga amargamente, o amorosamente (pero será queja agridulce, que tenga de uno, y otro) quejarme, digo, de la indiferencia, o despego, con que los Profesores Españoles, y otros muchos, que no son Profesores, miran el honor literario de nuestra Nación.

26. Imprimiose el libro Lapis Lydius en Madrid (como consta de su frontispicio) el año de 1731. El año de 54 en que yo solicité el libro, ya las extraordinarias observaciones de Solano, estamapadas en él, y aun antes de aquel tiempo, eran celebradas, sin no en todos, en varios Reinos de la Europa. Lo que me consta: lo primero, de que me lo certificaba así en su citada Carta de París, [240] después que había peregrinado por otras Naciones, Don Joseph Ignacio de Torres. Lo segundo, de que aquellas observaciones, confirmadas, y adicionadas con las de Jacobo Nihell, impresas por éste en lengua Inglesa, y traducidas poco después por Guillermo Ortuik en la Latina, ya corrían con aplauso, no solo en la Inglaterra, Holanda, y Alemania, mas también en Italia; pues la traducción Latina, que yo tengo, fue impresa en Venecia por Tomás Vettinelli el año de 48. Lo tercero, de que el ejemplar, que tengo presente, de los Comentarios de Van Switen, en cuyo primer tomo está el amplísimo elogio de Solano, y de su invento, fue impreso en Leyda, o Leyden, el año de 49. Y se debe creer, que por los altos, y generales créditos, así del Comentador, como del Comentado, aquella Obra luego se esparció por todo el mundo. Consta últimamente lo mismo de lo que veo en las Noticias Literarias de las Memorias de Trevoux, del mes de Febrero del año de 48, pag. 367, donde hay la siguiente cláusula: Observaciones nuevas, y extraordinarias sobre las predicciones de las crisis por el Pulso, hechas por el Doctor D. Francisco Solano de Luque, Español; y después por diferentes Médicos, e ilustradas con nuevos casos, y notas por Mons. Nihell, traducidas del Inglés por Mons. Lavirotte, Doctor en Medicina de la Universidad de Mompeller.

27. En lo que acabo de referir se ve, que el crédito de Solano, a pocos años después de su muerte, no solo estaba extendido por toda, o casi toda la Europa, mas también, que este crédito se debía, no al capricho de la fortuna, o concurrencia de algunas circunstancias favorables, sí solo al mérito, y valor intrínseco de su nueva doctrina. Extendieron ésta los doctos Médicos, que he nombrado, y que ninguna pasión viciosa podía interesar en la gloria de Solano. Fue el primero el Eruditísimo, y Agudísimo Nihell, que expuso aquella doctrina en lengua Inglesa, para beneficio de su Nación. El segundo, Guillermo Ortuik, que la tradujo a la Latina, y dedicó su traducción al Doctor Ricardo Mead, Médico primero del [241] Rey de Inglaterra, y celebradísimo en aquel Reino, lo que no haría sin la previsión cierta, de que la Obra sería de su agrado. El tercero, Mons. Lavirotte, que la tradujo en la lengua Francesa; y para certificarnos de su voto en la materia, basta saber que era Profesor de la celebérrima Escuela Médica de Monpeller.

28. Pero quien, sobre todo, recomienda las nuevas utilísimas reglas pronósticas de Solano, es el testimonio ya alegado del sapientísimo Gerardo Van Switen, cuya eminencia en la Facultad Médica, conocida de todo el mundo, movió al Emperador Francisco Primero, hoy reinante, y a su incomparable Esposa la excelsa María Teresa, Reina de Hungría, a llevarle de Leyden a Viena, constituyéndole primer Médico suyo una, y otra de las dos Majestades Imperiales, cuya elección parece fue universalmente aplaudida, por lo que aquí oí a un Jesuíta capacísimo, que estuvo cinco años en París; y aseguraba, que en aquella Capital era unánimemente reputado Van Switen por el primer Médico de la Europa.

29. A este grado de estimación había llegado en las Naciones, según mis limitadas noticias, pocos años después de su muerte, la nueva doctrina de Solano: digo, según mis limitadas noticias; pues casi no puedo tener otras, que las que me ministran mis pocos libros viviendo en un País, donde apenas hay más libros que los míos, a excepción de los destinados a aquellas Facultades, que se enseñan en nuestras Aulas. Es muy verosímil, que según el rápido vuelo, que en corto tiempo tomó el crédito de dicha doctrina, hoy esté mucho más propagada, y traducida, acaso, no solo en las lenguas Francesa, Inglesa, y Latina, mas también en la Italiana, Alemana, Esclavona, Rusiana, Sueca, &c.

30. Bien. Y ¿entretanto en España qué tenemos de Solano? ¿Qué hemos de tener? Unos solo saben que hubo un tal Médico en la Andalucía, que escribió algo de su Facultad: otros, ni aun han oído su nombre: Sed neque si Spiritus Sanctus est, audivimus. ¡Rara negligencia! Y tanto [242] más reprehensible, cuanto está, de parte de España, se puede considerar como un pecado de reincidencia no siendo esta la vez primera, ni aun la segunda, que abandonando España, con un olvido desdeñoso, producciones estimables de algunos ingenios suyos, dio lugar a que los Extranjeros las jactasen como propias.

31. Un insigne ejemplo de tan notable desidia tenemos en el Arte de enseñar a hablar a los mudos, cuyo inventor fue el Monje Benedictino Fr. Pedro Ponce, como concluyentemente probé en el Tom. IV de Cartas, Carta VII, y después se apropiaron, o quisieron apropiarse la gloria de tan prodigioso invento algunos Extranjeros. Es verdad, que el primer robo de ellas se hizo dentro de España, cometido por Juan Pablo Bonet, Aragonés, sobre el Benedictino Castellano, como demostré en la citada Carta. Después anduvieron a la rapiña de este blasón, entre el famoso Matemático Inglés Juan Wallis: el Médico Suizo Juan Conrado Ammán; y el Portugués D. Juan Pereira. Y aunque éste publicó, que el Arte, que el enseñaba, era nuevo, y distinto del que habían ejercido los anteriormente nombrados; el Jesuíta, de que poco ha hice memoria, quien trató muy despacio a Pereira en París, me aseguró, que su Arte no era otro, sino el mismo de Ponce, Bonet, Wallis, y Ammán.

32. Pudiera citar, como segundo ejemplo al mismo propósito, la invención del Succo nerveo, de que fue Autora la célebre Española Doña Oliva de Sabuco; y que, olvidada luego en España, reprodujo después, según se dice, como hallazgo propio, un Inglés, llamado Encio, a quien no conozco por otras señas, que la dicha. Mas sobre que esta novedad Anatómica no me parece de mucha utilidad, pues no veo, que por ella se haya innovado cosa alguna en la práctica de la Medicina; la realidad de Succo nerveo aun no está decidida: dudándose con razón de ella, aun después de los esfuerzos, que mi íntimo amigo el ingenioso Doctor Martínez hizo para probarla.

33. Tampoco haré proceso a los Físicos, y Médicos [243] Españoles, sobre no habernos dejado memoria alguna de la primera averiguación de la circulación de la sangre, hecha por el Albeitar Español Francisco la Reina (como escribí en la Carta XXVIII del Tom. III), caso que llegase a su conocimiento; pues si, aun después de demostrada claramente por Harveo la circulación, la trataron de quimérica todos los Médicos Europeos, ¿qué mucho que la despreciasen los Médicos Españoles, viéndola solo muy ligeramente insinuada por un Albeitar?

34. Mas aún cuando fuese culpable en nuestros Médicos el olvido, de que un compatriota suyo fue el primero, que reconoció la circulación de la sangre; siempre lo es mucho más, que, cuanto fue de su parte, dejaron borrar la memoria, de que otro compatriota dio a conocer un nuevo Arte, pronóstico en la Medicina, cuanto excede en el valor esta invención a aquella. No es dudable, que los descubrimientos en las Artes, y Ciencias tanto son más estimables, cuanto más útiles. Y es constante ser mucho más útil al género humano el conocimiento previo de las crises, que adquirió Solano, que el de la circulación de la sangre. La razón es clara; porque apenas adelantó, o perfeccionó en cosa alguna la Medicina; pues hoy los Médicos siguen en la práctica de su Arte las mismas reglas que observaban, antes que se manifestase la circulación de la sangre. ¿No se ve a cada paso, que para calificar sus recetas, y curaciones, siempre que se les disputa el acierto de ellas, alegan a su favor textos de Hipócrates, y muchos también los de Galeno, y Avicena? Pues aquí de Dios. Todos tienen hoy por constante, que ni Hipócrates, ni Galeno, ni Avicena conocieron la circulación, habiendo cesado ya la pretensión de algunos, que por envidia de Harveo querían atribuir a Hipócrates este conocimiento. Luego la práctica, que hoy siguen los Médicos, siendo la misma que doctrinaron Hipócrates, Galeno, y Avicena, es totalmente independiente del conocimiento de la circulación. Si se atiende, pues, precisamente a la utilidad Médica de este invento, bien podríamos [244] los Españoles apartarnos de la querlla, dejando, que allá se la disputen el Inglés Harveo, los tres doctos Italianos, el Servita Pedro Pablo Sarpi, Andrés Cesalpino, y Fabricio de Aquapendiente: que todos estos tienen su pretensión más, o menos bien fundada sobre el asunto.

35. ¿Y sería justo mirar con la misma indiferencia las reglas que estableció Solano para pronosticar las crises? Bien lejos de lo justo, la indiferencia hacia este objeto sería un grande erro, sería crueldad, sería inhumanidad, sería barbarie. Ni estas expresiones, aunque al parecer propias del estilo declamatorio, exceden del temperamento de una razonable censura.

36. Ya arriba insinué, cuán perniciosa cosa es perturbar la naturaleza, cuando está ocupada en aquella operación (llámase fermentación, o cocción, o como se quiera) con que va disponiendo la crise. Es tanta su delicadeza en aquel estado, que la más leve aflicción, o molestia, puede descomponer enteramente la obra, a que está aplicada. Creo, que ya en alguna parte cité aquella advertencia Hipocrática, de que una simple gotera, que cae en la cuadra, donde está la cama del enfermo, es capaz de desbaratar la operación preparativa de la crise. Así en aquel tiempo, en nada se debe poner tanto cuidado, como en la quietud, y reposo del enfermo; procurando su tranquilidad, no solo del cuerpo, mas también del alma, complaciéndole cuanto física, y moralmente se pueda, removiendo de sus sentidos todos los objetos, que le son tediosos; y presentándole únicamente los gastos; lo cual se debe extender aun a los sujetos, que le asisten, o hacen conversación: la disposición del lecho, la comida, la bebida, &c. Y en esto último muchas veces se peca gravísimamente, importunando al enfermo, hasta hacerle perder enteramente la paciencia, sobre que tome tal, o tal alimento, puntualmente aquel, que él más aborrece.

37. Entre tantos axiomas Médicos, como hay, tengo por el más importante de todos uno, a que los Profesores, no solo atienden poquísimo en la curación de las [245] enfermedades, mas ni aun apenas hacen memoria de él en sus consultas; batiéndonos los oidos a cada paso con otros infinitamente menos útiles. Éste es aquel, que tan claramente dicta la razón natural: omne violentum est inimucum naturae. Pero ahora, contrayendo este axioma al hombre, ¿qué es lo que podemos considerar violento a este compuesto físico? Todo lo que es ofensivo de su naturaleza, así en el alma, como en el cuerpo.

38. Donde se debe tener presente, que por la íntima unión de estas dos partes, constitutivas de nuestro ser, cuanto es ofensivo del cuerpo, lo es del alma; cuanto es ofensivo del alma, lo es del cuerpo, lo que es una necesaria resulta del enlace, con que las ligó el Creador: resulta impenetrable sin duda a nuestra inteligencia. Pero aún más incomprensible en cuanto a la comunicación de los males del alma al cuerpo, que los del cuerpo al alma; porque al fin el alma, como tiene idea representativa de las lesiones, que afligen al cuerpo, ya se entiende en algún modo, que pueda dolerse de lo que padece este asociado siervo suyo. Pero no teniendo el cuerpo por su entitativa materialidad alguna percepción, o imagen representativa, aprece mucho más impenetrable el modo, con que resultan el él los males del alma.

39. Sin embargo, esto, que es totalmente incomprensible a nuestra Filosofía, se hace diariamente palpable a nuestra experiencia. Llégale improvisadamente al hombre más bien complexionado del mundo una noticia funesta, como la de la muerte de su único hijo, o de la pérdida de toda su hacienda. Esta noticia, si es escrita, por la vista; si hablada, por el oído, se va en derechura al alma, sin romper ni una fibra en alguno de los dos órganos, ni causar la más leve alteración en parte alguna, aun la más mínima del cuerpo. Sin embargo, de aquella instantánea impresión, que hizo en el alma, al momento resulta una conmoción manifiesta en las entrañas, decadencia grande en las fuerzas, movimientos involuntarios, y desordenados en las partes exteriores, dejando aparte, que en [246] algunos casos semejantes, descomponiéndose enteramente la máquina, se han seguido muertes repentinas. La especie de casualidad, por donde se deriva de un alma perfectamente inmaterial al cuerpo tan portentosa, y tan rápida innovación, me es totalmente incógnita; ni pienso que llegue a penetrarla jamás hombre alguno. El hecho a todos es evidente.

40. Ahora mi propósito. Convengo en que no todos los remedios, de que se usa con los enfermos, son directamente ofensivos del cuerpo; pero apenas se señalará alguno, que no sea displiciente, y molesto para el ánimo. No todos, a la verdad, para todos; pero ningún individuo hay, para quien no lo sean algunos, aun dejando aparte los que llaman remedios mayores, que generalmente son poco tolerables. Una lavativa (pongo por ejemplo) nada, o poquísimo tiene de mortificante para el sentido corpóreo. Sin embargo, para algunos (yo soy uno de ellos) es tan tedioso, que antes se conformarán a sufrir ocho horas una fiebre, que a recibir una lavativa. El contacto de un ungüento es suavísimo: con todo, para algunos el verse embadurnados con él (permítame Vmd. el uso de esta vulgarísima voz, por ser la más expresiva al propósito) es de un sumo desagrado; y para otros es su olor tan tedioso, que los hace arrojar cuanto tienen en el estómago.

41. Siendo, pues, los medicamentos, aun cuando carecen de toda aspereza, respecto de los sentidos corpóreos, tan desapacibles al ánimo de los enfermos; y el comercio íntimo, aún más en males, que en bienes, entre los dos partes nunca interrumpido; se infiere, cuánta parsimonia deben observar los Médicos en el uso de los remedios. No es esto pretender, que enteramente levanten de ellos la mano, sí solo, que no los apliquen, sino cuando los indicantes claramente manifiestan su exigencia: que, aunque también entonces sean desgradables, puede la utilidad, no solo compensar, mas preponderar al inconveniente del desagrado. Fuera de este caso, la utilidad es incierta, y el daño notorio. [247]

42. En que también se debe considerar, que el ánimo de un enfermo es como un vidrio delicadísimo, que pide manejarse con sumo tiento. El hombre más pacífico en el estado de sano, es impaciente en el de enfermo. El que en aquel estado toleraría un tanto cuanto grave injuria; en éste no puede sufrir una palabra medio tono más alta, que otra. Puede decirse, que aun cuando el mal del enfermo reside solo en una determinada parte del cuerpo, el alma toda está llegada, que si no es con una extrema suavidad, no puede en algún modo ser tocada, sin mostrarse resentida.

43. Para evitar, pues, el uso de los remedios en muchas ocasiones, en que, sin alguna utilidad del cuerpo, y aun con gran detrimento suyo, afligen el ánimo del enfermo; son importantísimas las reglas pronósticas de Solano. En muchas ocasiones digo; esto es, en todas aquellas en que el pulso bien explorado da indicios de que la naturaleza está preparando una crise saludable. De que se infiere, que son innumerables los casos, en que, por la ciencia pulsatoria de Solano, o por lo mucho que Solano con sus observaciones añadió a la doctrina pulsatoria, se puede salvar la vida de infinitos enfermos, los cuales, por la ignorancia de ellas, la perdieran.

44. Vuelvo, pues, a decir, que aunque España ceda el derecho, que, o por nuestro Albeitar, o por el infeliz Miguel Servet, tiene, a que se le adjudique el descubrimiento de la circulación de la sangre; que le ceda digo, o a favor de Harvéo, o de Cesalpino, o de Aquapendente, o del Servita Sarpi; siempre, por lo que toca a la Medicina, el descubrimiento de Solano nos deja superiores a todos los Extranjeros. Y añado ahora, que, aun acumulando al invento de la circulación los muchos descubrimientos Anatómicos, que se hicieron en otras Naciones; en cuya materia, o poco, o nada tiene España que presentar por su parte; siempre conservamos dicha superioridad.

45. La razón es la misma, que alegué arriba, respecto [248] del invento de la circulación de la sangre; esto es, que todos esos descubrimientos Anatómicos nada, o poquísimo innovaron en la práctica de la Medicina. Jacten cuanto quieran, como preciosos estos hallazgos; hoy se cura, como se curaba antes que ellos pareciesen en el mundo; e Hipócrates, que los ignoró, es hoy venerado como supremo Legislador de la Medicina, del mismo modo que antes.

46. Quiero, que lo dicho se entienda solo de la Medicina Farmacéutica, que en orden a la Qurúrgica no se puede negar, que los modernos descubrimientos Anatómicos han dado muchas utilísimas luces, no solo para mejorar, o perfeccionar varias operaciones manuales, pertenecientes a esta Facultad: v. gr. la de la Fístula Lacrimal, de la Litotomía, del Trépano, más también para inventar otras nuevas, de que antes no había alguna idea. Mas como la práctica de la Medicina Farmacéutica es sin comparación más frecuente, que el uso de la Quirúrgica, en la misma proporción son mucho más convenientes al género humano los inventos útiles de aquella, que los de ésta: y sobre todo los de Solano, cuyo conocimiento puede ser de una suma importancia en la curación de muchas fiebres, especialmente de las agudas. Así es indubitable, que España debe inmortales gracias a este Héroe de la Medicina, cuyas especulaciones, no solo pueden ser conducentísimas para promover la salud de sus naturales, mas también para aumentar la fama de sus ingenios.

47. Pero tal es la negligencia (con dolor lo digo) de nuestros Españoles, que si no fuera por algunos doctos, y bien intencionados Extrajeros, dentro de pocos años, de los escritos de Solano, solo se hallaría uno, u otro en alguna especería; y al plazo de medio siglo, ni se sabría, que hubo acá tal hombre. ¡Cuántas veces con enojo he leído en los legajos de algunos, no Escritores, sino míseros escribientes nuestros, que los Extranjeros, por emulación, o envidia, procuran deprimir la fama de nuestros Sabios! Acusación, si se habla de Extranjeros doctos, tan [249] opuesta a la verdad, como las tinieblas a la luz. Por mí protesto, que más altamente he visto preconizados los ingenios eminentes de España en los escritos de otras Naciones, que en los de la propia: en tanto grado, que puedo asgurar, que cuanto en el cuarto tomo del Teatro Crítico, Disc. XIV, he escrito un elogio de varios insignes Literatos de España, todo, o casi todo fue copiado de Autores Extranjeros.

48. Añado, que a éstos, por lo que mira a Solano, no solo debemos haber conservado, y engrandecido su fama, mas que con sus utilísimas observaciones hicieron lo que he oído, que varias veces ha practicado con algunos paños de España, que viendo, que la lana era preciosa, aunque el tejido basto, los deshacían, cardaban de nuevo, y puesto el material en el Telar, de él formaban un paño muy rico. Las observaciones de Solano son una lana preciosísima; pero el tejido, en que él las puso, muy grosero. Hallólas el Doctor Nihell esparcidas en el tomo Lydius Lapis, y como sofocadas, y confusas con otras muchas noticias Médicas. Tenía Solano una excelentísima cabeza para observar; pero (porque es justo decir lo malo, como lo bueno) una infelicísima pluma para escribir. De modo, que no solo en un mismo capítulo, sección, o parágrafo, mezclaba diversos asuntos; mas tal vez los enredaba, y confundía en una misma cláusula. Así justamente notó Nihell en Solano la falta de método; pero injustamente, por excusar a Solano, la atribuyó a vicio común de la Nación, añadiendo a la censura el ribete de more gentes suae.

49. Como quiera, este ligero rasguño sobre el estilo de la Nación Española no nos exime de la obligación de agradecer a este Autor Anglicano, el beneficio de publicar las Observaciones de Solano, no solo con un orden perfectamente metódico, mas también con alguna mejoría en la substancia; porque sobre confirmar con nuevos experimentos las reglas de Solano, limita, o modifica algunas de ellas, que éste había propuesto con una universalidad, [250] excediente algo de los límites comprensivos de su rigurosa verificación.

50. Es natural hubiese en España sujetos capaces de hacer lo que hizo el Inglés Nihell. ¿Cómo ninguno se aplicó a una ocupación tan laudable? ¿Sería esto mera inatención, u olvido natural? ¿Sería desidia, o pereza? Puede ser. Pero cierta reflexión me inclina a sospechar, que no solo por una torpe negligencia se iba dejando borrar la memoria de Solano; mas había algún influjo positivo, para que sus descubrimientos se sepultasen en el olvido, estorbando la impresión del Lydius Lapis; porque veo en la frente de este libro aprobaciones del año de 22, del de 23, y del de 27. Y veo asimismo, que la licencia del Consejo para la impresión no se expidió hasta 9 de Agosto del año de 32. ¿Quien ocasionaría tan prolija demora? Por regla común recae la sospecha en los Profesores de la misma Facultad. No que estos, por conspiración unánime, procurasen estorbar la impresión; pues consta, que no pocos de éstos, con testificaciones auténticas de la solidez, y excelencia de las reglas de Solano, hicieron cuanto les era posible para facilitar su publicación.

51. Pero, valga la verdad, no hay por qué cargar sobre la Nación Española, ni aun sobre la Facultad Médica, tan odioso atentado; pudiendo éste ser unicamente obra de cuatro, o seis Medicastros de la Corte, que también hay, pocos, o muchos, algunos Medicastros en la Corte, como en las Provincias más remotas de ella; y en la Corte, como en las Provincias, no faltan al Médico más inepto, para cualquiera empeño, padrinos poderosos, que están encaprichados de que su Médico es el mejor del mundo. Así, quédese la Facultad Médica de España en la posesión pacífica de todo su honor, a quien no puede perjudicar el siniestro proceder de algunos pocos, y poco apreciables indviduos suyos. Bastará, pues, quejarnos de un pecado de omisión (acaso no más que material, o inculpable) en los que, pudiendo preconizar las Observaciones de su ilustre Compatriota, no lo hicieron, sin imputarles [251] otro grave de comisión, que sería totalmente inexcusable.

52. No comprendo, a la verdad, en esta queja a todos los Españoles, capaces de precaverla. Pero no puedo exceptuar más, que uno solo; por lo menos, no tengo noticia de otro. Este es el Doctor D. Manuel Gutierrez de los Ríos, Médico de Cádiz, el cual, en un pequeño Libro, que intituló: Idioma de la Naturaleza, hizo a la Nación el servicio de publicar de nuevo las reglas pronósticas de Solano.

53. Pero el que Vmd. trata de hacerle, traduciendo el libro de Nihell, es mucho más apreciable; porque nos reproduce las mismas reglas, mejoradas con los nuevos grados de perfección, que les dieron las utilísimas advertencias, y reflexiones de aquel doctísimo Anglicano; el cual, aunque con ellas no iguala la gloria del inventor Español, porque finalmente, facile est inventis addere, se hace dignísimo acreedor a los agradecimientos del género humano; como Vmd. por su traducción se constituirá, sin duda, tal, respecto del público de nuestro Reino. Nuestro Señor le pague, como puede, tan buena obra, y le guarde muchos años, para que pueda excitar en otras semejantes su buen celo por la salud pública. Oviedo, y Octubre primero de 1758.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 229-251.}