Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Carta VI

El estudio no da entendimiento

1. Muy señor mío: Veo lo que Vmd. me dice, con bastante desconsuelo, de que empieza a perder las esperanzas, que le habían dado, de que al sobrino puesto en el estudio de la Filosofía, con el ejercicio de la disputa, y con el comericio de la gente racional, que hay en la Ciudad, adonde se le ha transferido, se le mejorase el discurso, que hasta ahora se manifestaba algo torpe, lo que se atribuía a falta de cultivo, siendo poco, o ninguno el que podía obtener, ni con el estudio de la Gramática, ni con el trato de la gente, que hay en un Pueblo, que apenas es algo más que Aldea. Pero concluida ya la Lógica, y entrado en la Metafísica, habiéndole traído Vmd. a su casa, para gozar de alguna diversión en las fiestas de la próxima Navidad, nada halla en su entendimiento más de lo que antes era, pues ni ve, que en los asuntos, que se ofrecen a la conversación, discierna mejor los objetos, ni forme más acertados dictámentes, ni perciba con más claridad lo que oye, o pruebe mejor lo que piensa, o responda a lo que se le opone.

2. Insinúa Vmd. que ha extrañado esto, como cosa no pensada. Pero yo estoy muy lejos de extrañarlo, aunque he oído mil veces esa cantinela, de que el estudio, acompañado del ejercicio de disputar, sobre las cuestiones Lógicas, y Metafísica, que se agitan en los Cursos de Artes, afilan, sutilizan, o adelgazan los entendimientos; de modo, que parece adquieren un nuevo ser. No, [181] Señor mío. El estudio, los libros, los Maestros, no hacen ingenioso al que no lo era. Entendimiento solo Dios le da. Como es el único Agente, que crea las almas, es el único, que les reparte en determinado grado la actividad de las potencias. Lo que dijo Cristo, que nadie, por más que cabile sobre ello, puede añadir un codo más a su estatura corpórea (Matth. cap. 6), se verifica también de la estatura intelectual. Yo toda mi vida he conversado con gente destinada a las letras. A muchos que alcancé principiantes, traté largamente, cuando ya tenían muchos años de estudios. Y nada más penetración, o agudeza percibí en ellos en el segundo estado, que en el primero.

3. Así, señor mío, que (por sí solas) las noticias, que se adquieren con el estudio, hacen en el entendimiento lo que los tapices, o pinturas, que visten las paredes de un Palacio, que decoran el aspecto, sin mejorar el edificio; o lo que los anillos, con que se engalana una Damisela, que dan lucimiento a la mano, sin blanquear más la tez, o articular mejor su organización.

4. Más diré a Vmd.: conocí, y traté por espacio de tres años a un Profesor de Teología Escolástica, y Moral, muy aplicado al estudio; pero con tan ninguna utilidad suya, que aún le dañaba su mucha aplicación; porque cuanto más estudiaba, menos sabía. Es hecho ciertísimo, aunque a Vmd. parezca increíble; y aunque solo observé en un sujeto, no dudo suceda lo mismo a otros, en quienes se junte el mucho estudio con una limitada comprensión, sin que sea muy oculto el principio de donde esto pende. Vmd. habrá notado, o por lo menos oído, que digieren, o actuan mal al alimento aquellos sujetos, que comen más cantidad, que la que es proporcionada a la actividad de su estómago. Lo mismo, pues, que a los estómagos débiles con el exceso de los manjares, sucede a las débiles, o cortas capacidades con la multitud de especies intelectuales, que son el alimento de las almas. Pueden digerir algunas pocas: pero siendo [182] muchas, de su imperfecta cocción resulta una masa confusa, rudis, indigestaque moles, en que no aparece la idea bien distinta de objeto alguno.

5. Esto acaece, aun cuando la multitud de especies pertenece a una misma Facultad. Es preciso, que la confusión sea mayor, cuando tocan a Facultades distintas. Así, los genios muy limitados, si llegan a enterarse de su estrechez, lo que pocas veces sucede, no deben extender su estudio más que a una sola; se entiende a aquella a que fueron destinados desde la adolescencia, o la que alhaga más su inclinación; porque sobre el inconveniente de la confusión, que ocasiona el amontonar en la mente variedad de especies heterogéneas, hay el riesgo, de que queriendo agregar a la facultad, que fue el primer objeto de su aplicación, las noticias de otra diversa, suceda al que lo emprende, lo que se refiere del Vizcaíno, que trasladado de su tierra a Castilla, olvidó la lengua Vizcaína, y no aprendió la Castellana.

6. De lo que llevo dicho, que el estudio no añade algunos grados de perspicacia al entendimiento, o algún incremento de actividad, fuera de aquella determinada medida, que en su producción le dio el Autor de la Naturaleza, no se infiere, que los entendimientos, o almas de los hombres sean en su intrínseca, o entitativa perfección individual, desiguales. Algunos Filósofos lo sintieron así. Pero sin fundamento bastante, siendo ciertamente insuficiente el que pensaron hallar en la mucha desigualdad con que explican su facultad intlectiva distintos hombres. Es sin duda, que en la vista intelectual se representan tan diversos tales hombres de tales, como en la corpórea las águilas de los topos. Mas para esto no es menester suponer desigualdad intrínseca en las almas, sí solo diversidad en la organización, o temperie de los cuerpos.

7. La prueba concluyente de esta verdad es la diferencia, que un mismo hombre de un día a otro, y aun tal vez una hora a otra, experimenta en el ejercicio [183] de la facultad intelectiva. El que ayer se hallaba torpe para discurrir, hoy discurre con expedición. El que ayer encontraba los objetos circundados de nieblas, hoy los tiene patentes a sus ojos. La alma, el entendimiento de este hombre, intrínsecamente los mismos son, sin la más leve variedad, hoy, que ayer; solo puede haber intervenido alguna inmutación, o en la temperie de los humores, o en la organización insensible de las partes. Digo de la organización insensible, porque la sensible no se altera con esa facilidad de un día para otro, ni acaso la diversidad, que hay en orden a ella en distintos hombres, los desiguala en el uso de las facultades mentales. Así, aun cuando la textura, tamaño, color, y temperatura de las partes internas, correspondiese al de las externas, siempre sería vanísima la prentendida ciencia de los Fisonomistas. La falencia de las señales, que se toman de las facciones del rostro, y extremidades de los miembros, para colegir de ellas las buenas, o malas calidades del ánimo, es visible a cada paso. Y el mismo juicio se debe hacer de cualesquiera observaciones, sobre la disposición de las entrañas. Por lo menos, los Profesores de la ciencia Anatómica hasta ahora nada nos han dicho, de que los que tienen conformado de tal, o tal modo el corazón, el hígado, el bazo, la sangre más, o menos disuelta; las fibras más, o menos elásticas; de mayor, o menor amplitud los vasos, &c. sean más, o menos ingeniosos.

8. Solo podrá acaso hacer alguna excepción en esta materia, el mayor, o menor volumen del cerbro. La razón es, porque convienen los Anatómicos en que, como ya notó en otra parte, es mayor el cerebro del hombre, que el de todos los demás animales, aun comprendiendo aquellos, cuya magnitud excede mucho la de nuestro cuerpo; pues llegan a decir, que pesa tanto un cerebro humano, como los de dos bueyes. Mas para que esto probase algo, sería menester mostrarnos, juntamente por medio de las observaciones Anatómicas, que dentro [184] de la misma especie humana los hombres ingeniosos tienen mayor cerebro, que los rudos; lo que no pienso se haya averiguado jamás. Lo que ciertamente está averiguando es, que los niños, dentro del claustro materno tienen mucho mayor cerebro, como también mayor cabeza, a proporción de la magnitud del todo, que los adultos; y tanto mayor, cuanto más cercanos al tiempo de la generación. Sin embargo, aquel es un estado de perfecta fatuidad actual.

9. En cuanto a la magnitud de la cabeza, Aristóteles, en el libro de la Fisonomía, atribuye mejor juicio a los que la tienen grande; pero en el de los Problemas, sect. 30 al contrario, a los de cabeza pequeña. Y en las Memorias de Trevoux del año de 53 se refiere, que en el de 1627 en la Escuela de la Facultad Médica de París se defendió la These Filosófica, de que los de cabeza pequeña son prudentísimos. Acaso el que propuso esta These no tuvo otro motivo, que haber hallado la misma en los Problemas de Aristóteles. Lo que juzgo es, que cualquiera que se meta a decidir algo en esta materia, no hará más que hablar a tientas; o lo único, que ha de decidir es, que nada se puede decidir.

10. Pero volviendo al asunto del sobrino de Vmd. del cual fue resbalando insensiblemente la pluma hacia puntos de una erudición filosófica, que podría excusarse en esta Carta; aunque pienso, que Vmd. no la despreciará, como quien, por lo mucho que me favorece, da alguna estimación a las más inútiles producciones de mi pluma; digo, que no sé por qué se muestra tan condolido, de que ese muchacho no descubra algunos grados de agudeza, cuando supongo, que nunca puso la mira a lograr en él un sujeto distinguido en la República Literaria; sí solo a que él logre alguna razonable conveniencia por el camino del estado Eclesiástico, y para eso no ha menester mucha ciencia. Sin ella podrá ser Cura, podrá ser Prebendado, podrá ser Obispo. Mas digo, sin ella podrá ser un buen Cura, un muy estimable Eclesiástico, y un excelente Obispo. Todo [185] esto podrá ser un medianito Canonista, o Teólogo Moral, adornado de buenas costumbres, intención recta, prudente conducta.

11. Mas si Vmd. por su buen gusto, y por el amor que tiene a su sobrino, no solo le desea una buena conveniencia, mas también el aplauso de Sabio, la realidad de este mérito pide un entendimiento sobresaliente, un ingenio penetrante; y ya llevo dicha arriba, que éste solo Dios le da, no el estudio, la aplicación, los libros, o los Maestros. Dije la realidad del mérito de Sabio; que la opinión de tal, sin mucho entendimiento se puede conseguir, porque hay en esta materia un quid pro quo, cuya receta sé yo, y se la comunicaré a Vmd. Compónese dicha receta de los ingredientes que se siguen. Lo primero, una feliz memoria, en que se puedan almacenar muchas noticias literarias. Lo segundo, una constante aplicación a recoger multitud de éstas. Lo tercero, una abundante verbosidad. Y finalmente, una buena dosis de audacia, o satisfacción de sí mismo: de modo, que, suceda lo que sucediere, no se corte, ni acobarde jamás, que sea en actos públicos, ni en conversaciones privadas. Yo he observado la eficacia de esta receta en algunos sujetos, que con el uso de ella pasaron entre la multitud por muy ingeniosos, y doctos, sin tener más que una inteligencia superficialísima de lo mismo, que con mucho afan habían mandado a la memoria. Si el sobrino de Vmd. pudiere acomodarse a practicar la misma, logrará Vmd. en él cuanto desea. Nuestro Señor se le conserve, y conserve también a Vmd. muchos años, &c.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 180-185.}