Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo Carta XII

Sobre la incombustibilidad del Amianto

1. Mi amado dueño: Sucédeme muchas veces, que al ponerme a investigar la causa de algún fenómeno natural, me asalta una pasión fuerte de envidia a nuestros mayores, que estaban libres de esta molestia; porque sus cualidades tenían a mano las causas de todos los efectos, supliendo con las ocultas donde veían que no podían alcanzar las manifiestas, y tan ocultas eran para ellos unas como otras. Usaban de una Filosofía puramente nominal, porque todo su negocio se reducía a fabricar sobre el sonido de las voces, que significan los efectos, otras que aplicaban a las causas. V. gr. si se les preguntaba ¿por qué calienta el fuego? respondían, que [151] porque tiene virtud calefactiva: ¿por qué atrae el imán el hierro? respondían, porque tiene virtud atractiva: que es lo mismo, que decir, que el fuego calienta, porque puede calentar; y el imán atrae, porque puede atraer. Notable Filosofía, la cual no ignora el más estúpido hombre del campo. Así dijo el sabio Padre Dechales, a quien a este asunto cito en el Tomo III del Teatro Crítico, Discurso III, número 8, que esta Filosofía consiste precisamente en unas voces, que han fabricado los Profesores, y no significan más, que lo que explican con otras las vulgares.

2. Si a estos, pues, pregúntase alguno, ¿en qué consiste que el fuego no quema el Amianto? responderán muy satisfechos, que esto proviene de una cualidad oculta, que le hace incombustible. La voz incombustible es ignorada del hombre del campo, y acaso también la voz cualidad; pero sabe muy bien el hombre del campo la verdad de Perogrullo, que el fuego no quema el Amianto, porque no puede quemarle; o que el Amianto tiene allá un no sé qué, por el cual no puede consumirle el fuego, y nada más que esto significa la respuesta de aquellos Filósofos, compuesta de las voces cualidad oculta, e incombustible.

3. Suelen éstos oponer a los modernos, que ni ellos explican más los Fenómenos, diciendo, que provienen de la textura, o mecanismo de las cosas, porque no especifican, qué textura, o mecanismo es aquel, de que proviene tal, o tal cosa, lo cual es equivalente a atribuirlo a cualidad oculta.

4. Pero lo primero, aun cuando no especifiquen, ya señalan por causa una cosa, que realmente existe en la naturaleza, y en cuantas substancias materiales hay, cual es la textura de las partes; cuando al contrario los Filósofos vulgares señalan por causas, unas, que se duda si tienen más que existencia ideal, y fingida, cuáles son las cualidades, qué ocultas, qué manifiestas.

5. Lo segundo, responden por lo menos con gran [152] verisimilitud; porque viéndose claramente, que muchos efectos de la naturaleza, y todos los del arte, provienen meramente del mecanismo, inclina la razón a pensar, que del mismo provengan otros, cuyas causas no se descubren. Pero nadie hasta ahora vió, palpó, o pudo demostrar la existencia, e influjo de las cualidades en ningún efecto, ni artificial, ni natural. Y así, sin fundamento, o motivo alguno, ni aun siquiera conjetural, se puede atribuir algún efecto a las cualidades. Añádese a esto, que muchas, que la vieja Filosofía juzgaba cualidades, se ha mostrado claramente que no lo son, como la humedad, la sequedad, la raridad, la densidad, la gravedad, la levidad, los sabores, los colores, &c.

6. Lo tercero, en muchas cosas especifican, y demuestran ocular, o casi ocularmente, el mecanismo de que penden los efectos; v. gr. en los sales, mediante la disolución de ellos; y en varios mixtos, por la resolución analítica de éstos. En otras muchas conjeturan racionalmente por los efectos el mecanismo, procediendo de este modo: puesto tal mecanismo, es preciso se siga tal efecto: luego adonde veo tal efecto, puedo discurrir tal mecanismo. Es verdad, que un mismo efecto puede provenir de distintos mecanismos, como con diferentes máquinas se puede imprimir el mismo movimiento al mismo móvil. Por eso digo, que este discurso no pasa de conjetural. Pero discurriendo en el mecanismo más simple, se hace más fuerte la conjetura, y menos expuesta a yerro, porque natura studet compendio: lo que nos acerca más al acierto en los mecanismos artificiales; porque ninguna seguridad hay de que el artífice humano haya encontrado con el modo más simple, y compendioso, como la hay del Artífice Divino.

7. Pero sean norabuena falibles los discursos de la nueva Filosofía en muchas cosas, seanlo en las más, seanlo (que hasta esto les permitiremos por ahora a los Filósofos antañados) en todas, o casi todas. Con todo, no debieran estos chistar; porque cuando ellos, como [153] advierte el sapientísimo Dechales, nada dicen, ni explican, deben oír con paciencia (y aun atender, añado yo, con un respetuoso silencio) a los que en algún modo procuran la explicación de los fenómenos naturales. Rident (son las palabras de este doctísimo Jesuita) communis Filosofiae Sectatores Recentiorum, ut vocant, commenta. Iure id facerent, si aliquid dicerent: sed dum ipsi nihil explicant, & principiis universalibus insistunt; alios alterius progredi aequo animo patiantur (libro 2, de Magnete, proposit. 9). Y pocas líneas más abajo: Quae ego monere volui, non quod haec omnia probem, sed ut qui non meliora, sed saepe nihil dicit, etiam non optima dicentem aequo animo audiant.

8. Lo razonado hasta aquí viene a ser, no sólo preludio para lo que voy a decir del Amianto, mas también aprobación del dictamen de V. S. en cuanto hace consistir la causa de la incombustibilidad de este mixto en su mero mecanismo.

9. Es así que los Físicos hacen del Amianto una tercera especie entre piedra, y planta, considerándola planta petrosa, o piedra vegetable. Pero esto no es tan privativo del Amianto, que no se atribuya lo mismo al Coral, a la Madrepora, al Litophyton, y a la Seta Marina. Ni tampoco esto basta para salvar la particular resistencia del Amianto al fuego. Convengo en que este elemento no reduce las piedras a ceniza; pero las muda el color, las ennegrece, y deforma, tal vez las rompe. Nada de esto ejecuta con el Amianto, el cual de la llama, y las ascuas sale más puro, y hermoso, que había entrado: de que se infiere, que goza otro privilegio especial, y más alto, que el común de las piedras, aun comprehendidas las preciosas, las cuales no dejan de padecer algún detrimento de su hermosura en el fuego.

10. Esfuerzo este argumento: porque la resistencia, que el Amianto, por lo que tiene de piedra, podría hacer al fuego, debería minorarse por lo que tiene de [154] planta: luego en vez de hacer más resistencia al fuego, que las que son totalmente piedras, debería hacer mucha menos.

11. Esto me induce a pensar contra la común opinión, que el Amianto no es planta petrosa, o tercera especie, compuesta de las dos substancias de planta, y piedra. Si lo fuese, su textura tendría, en orden a resistir al fuego, una medianía entre las plantas, y las piedras; esto es, resistiría más que aquéllas, y menos que éstas; bien lejos de eso, resiste más que unas, y otras: señal de que su textura constituye otra especie a parte, que nada tiene común con la planta, y la piedra, sino uno, u otro accidente superficial, de la clase de aquellos, que nada hacen para la conveniencia, y diversidad específica. Dos palomas son de una misma especie, aunque una blanca, y otra negra; y la paloma blanca no conviene, ni en especie, ni en género, con la nieve, aunque se viste del mismo color. Lo mismo se ve en otros muchos accidentes, v. gr. peso, densidad, fluidez, dureza, flexibilidad, rigidez, &c. Sólo la colección de todos uniforme en dos substancias prueba su unidad específica.

12. Acaso lo que digo del Amianto, se podrá extender al Coral, la Madrepora, y otras, que se reputan plantas petrosas; esto es, que ni son plantas, ni piedras, sino especie a parte, que no participa de éstas, ni de aquéllas. El Conde Marsillí, después de un atento examen del Coral, le declaró verdadera, y rigurosa planta, especialmente porque descubrió sus flores. Pero acaso una tenue aparición de flores le persuadió que lo eran, porque deseaba mucho que lo fuesen. Algunos años después, el gran explorador de la naturaleza Monsieur de Reaumur hizo una exacta análisis del Coral recién extraído del Mar, y la colocó en el estado de rigurosa piedra, que nada tenía de vegetable. Yo me inclino a que ambos se engañaron. El Conde la creyó planta, porque observó algunos accidentes, en que conviene con las plantas [155]. Reaumur, piedra, porque observó otros, en que conviene con las piedras. ¿Pero no probará esto por lo menos, que es una substancia media, que participa de uno, y otro extremo? En ninguna manera. Apenas hay substancia alguna, que en sus accidentes no convenga distributivamente con otras; esto es, en tales accidentes con ésta, y en tales con aquélla, sin que por eso estemos obligados a llenar la naturaleza de terceras especies, que viene a ser lo mismo que llenarla de monstruos.

13. Suponiendo el Amianto especie a parte, que nada tiene común, ni en cuanto a la esencia, ni en cuanto a la colección de propiedades, con plantas, piedras, metales, u otros mixtos conocidos, se hace menos misteriosa, o nada misteriosa su resistencia al fuego. ¿Qué tenemos con que plantas, metales, piedras padezcan de un modo, u otro la violencia de este elemento? Si el Amianto hace clase a parte, es consiguiente que tenga sus propiedades a parte de las cuales una será la resistencia al fuego. Los metales le resisten más que las plantas: las piedras más que los metales, sin que nadie admire esta desigualdad. ¿Por qué se ha de admirar, que haya en la naturaleza otro mixto, que le resista más que las piedras?

14. Debe suponerse, que la mayor, o menor resistencia de estas substancias al fuego, proviene de su composición, y textura, y no de cualidad alguna; porque si a este negocio se hubiese de dar expediente con cualidades, sería preciso decir, que como el fuego, en sentir de los Filósofos cualitativos, obra por medio de una cualidad adurente, que es el calor in summo; el Amianto resiste con una cualidad congelante, que es el frío in summo, esto sólo, y nada más pueden los Filósofos comunes deducir de sus principios para explicar el fenómeno; lo que basta para conocer cuán vanos son sus principios filosóficos. [156]

15. ¿Pero qué textura, o mecanismo será aquel, en virtud del cual resiste al fuego el Amianto? Provincia difícil, a cuyo descubrimiento no se han atrevido hasta ahora los Filósofos. Por lo menos yo ninguno he visto que se haya metido en este empeño. Sólo V. S., o V. S. el primero ha tentado tan ardua empresa. Habiendo V. S. observado en el Amianto cierta especie de substancia untuosa, o crasa, a esta juzga se debe atribuir su incombustibilidad, porque ésta puede cerrar, y obstruir los poros del Amianto, de modo, que las partículas ígneas no puedan penetrarlos, o cubriendo su superficie impedir el inmediato contacto del fuego a sus fibras, al modo que el zumo de cebolla, según lo que dicen algunos Físicos, es el preservativo de que usan los Santimbanquis para lavarse las manos, sin lesión alguna, con plomo derretido; o como las Anades, con cierto humor oleoso, que exprimen de la rabadilla, bañando con él la pluma, impiden la penetración del agua.

16. Aunque es sutil este modo de filosofar, se ofrece luego contra él un reparo; y es, que las substancias oleosas, y crasientas son tan inflamables, que cualquier combustible, que se bañe con ellas, arde más prontamente, aplicándole el fuego, que ardiera sin esa diligencia: por consiguiente, la substancia crasienta observada en el Amianto, en vez de impedir su combustión, parece había de facilitarla.

17. Pero por más que esta objeción parezca fuerte, juzgo que se puede debilitar algo su fuerza, haciendo instancia contra ella con el azufre, que sensiblemente se reconoce en los guijarros, en muchos por lo menos, los cuales, por medio de una fuerte colisión, exhalan un olor sulfúreo, perceptible al olfato menos sutil. ¿Qué cosa más inflamable que el azufre? No obstante lo cual, el tener los guijarros impregnados los poros de esa substancia, o más verosímilmente, siendo ella una de las que esencialmente componen ese mixto, nada coopera a su inflamación. [157]

18. Aun prescindiendo de la instancia hecha, creo se puede responder a aquella objeción, negando que toda substancia crasa sea inflamable, pues no parece la más leve repugnancia en que haya algunas, cuyas partes estén unidas con tan firme adherencia, que no pueda desunirlas la violencia del fuego; porque al fin, el ímpetu de este elemento, que consiste únicamente en el rápido movimiento de sus partículas, no es de infinita, sino de limitada fuerza, que llega hasta cierto grado.

19. Todas las substancias crasas son más, o menos glutinosas; esto es, constan de partes enredadas, o enlazadas unas con otras; de modo, que a proporción de su tenacidad, es menester más, o menos fuerza para desunirlas. ¿Qué inconveniente habrá, pues, en pensar que haya alguna substancia crasa, puesta en tal grado de tenacidad, que el grado de fuerza, que corresponde al rápido movimiento de las partículas del fuego, no alcance a vencerla?

20. Sólo uno encuentro, que voy a exponer al examen de V. S. y es, que esta tenacidad deber ser muy corta, pues cede a otro cualquier impulso, que no sea el del fuego, rompiéndose fácilmente las fibras del Amianto al más leve esfuerzo de la débil mano de un niño, y por cualquiera parte de ellas; de modo, que, como yo he experimentado muchas veces, resisten menos al rompimiento que las del lino ordinario: luego parece preciso recurrir a otra causa, que a la firme adherencia de sus partes crasas, pues ésta sería general para resistir la fuerza de otro cualquier agente.

21. Ahora bien, señor mío: ¿No podríamos evacuar esta dificultad, adoptando la opinión común entre los modernos, de que la combustión se hace conmoviendo el fuego las partículas ígneas, que hay en el mixto combustible? Parece que sí ¿Quién nos quita hacer la suposición de que en la composición del Amianto no entran algunas partículas ígneas? Con esta suposición, pues, y la admisión de aquella sentencia, por una vía [158] simplicísima, parece nos desembarazamos de la cuestión, diciendo, que el fuego no quema el Amianto, porque no encuentra en él partículas ígneas, a quienes comunique su movimiento. No dudo que esto podrá padecer sus objeciones. ¿Pero qué doctrina física está exenta de ellas? Lo que dirán los que están persuadidos a que todos los mixtos se componen de los cuatro vulgares Elementos, Agua, Aire, Fuego, y Tierra, no me da cuidado alguno, como ni a V. S. le hará la menor fuerza.

Nuestro Señor guarde a V. S. muchos años, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 150-158.}