Filosofía en español 
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Tomo primero Carta XXX

El motivo de la siguiente Carta fue escribir un caballero forastero a un Amigo suyo, residente en este Principado, solicitándoles a que inquiriese del Autor lo que sabía, y sentía en orden al Fenómeno que explica en su respuesta. Esta se dirige al Caballero residente en este País

1. Amigo, y señor: Llegó ya el tiempo de cumplir con el precepto de Vmd. satisfaciendo la curiosidad de su Amigo en asunto del decantado prodigio de las Flores de San Luis del Monte, que tanto ruido ha hecho en el mundo; pero que rebajando lo que la fama añadió a la realidad, no merece el nombre de prodigio, pues sólo viene a ser un Fenómeno algo particular, dentro del orden de la naturaleza.

2. Si el hecho fuese como comúnmente se refiere, y como llegó a los oídos del Amigo de Vmd. sería preciso confesarle milagroso. Dícese, y aun pienso que anda estampado en algunos libros, que el día de San Luis Obispo (19 de Agosto) en una Ermita consagrada a este Santo, colocada, no en un Valle, como escribe el Amigo de Vmd. antes en la cima de una Montaña, (que por eso se dice San Luis del Monte) a distancia de legua y media de la Villa de Cangas de Tineo, Pueblo de este Principado de Asturias, al cantar la Misa Mayor, las paredes, y puerta de la Ermita, juntamente con el Altar, Vestiduras del Sacerdote, Cáliz, y Corporales, repentinamente se pueblan de unas muy pequeñas florecitas blancas, en gran copia: y que éstas se aparecen [247] precisamente en aquel puesto, en aquel día, y en aquella hora, no viéndose jamás en otro sitio, ni en aquél, sino al tiempo de cantar la Misa en el día señalado.

3. El complejo de circunstancias de aparición repentina, invariable determinación de sitio, día, y hora, bien verificadas, harían prueba de ser milagroso, o sobrenatural el suceso. Pero por lo que tengo averiguado, todas estas circunstancias, exceptuando la primera, que es verdadera en parte, son supuestas.

4. Años ha, que hallándose en esta Ciudad el Doctor Don Esteban del Hoyo, que lo es de esta Universidad de Oviedo en la Facultad Teológica, y Cura de Santa María de Ciguyo, en las cercanías de la Villa de Cangas, me informé de él en orden al suceso referido. Este me dijo, que aunque nunca había subido a la Ermita de San Luis, estaba persuadido a que el caso no era milagroso; porque flores de la especie misma de las de San Luis del Monte se hallaban en otras muchas Iglesias de aquel contorno, y no en hora, u día determinados, sino en todo, o casi en todo el espacio del Estío. Con esta noticia, dada por sujeto docto, y verídico, no di por entonces más pasos en la pesquisa. Pero luego que Vmd. me manifestó la curiosidad de su Amigo, juntamente con su deseo, de que yo le diese satisfacción, solicité más individuales noticias; y las que hallé, fueron las siguientes.

5. Lo primero, sin fundamento alguno se sienta, que las flores sólo aparecen el día de San Luis; porque aquella Ermita sólo se abre el día del Santo; ni aun por estar sobre una Montaña bastantemente agria, y retirada de toda población, sube la gente a ella en todo el discurso del año, sino en el expresado día: Por tanto, nadie puede certificar, que sólo en aquel día parecen las flores: antes se debe creer, que en aquella Ermita sucede lo que el Doctor Hoyo me refirió sucede en varias Iglesias de aquel contorno, que es ser común aquel Fenómeno a todo el Estío.

6. Lo segundo es supuesto, que sólo mientras se canta la Misa Mayor aparezcan las flores. Don Joaquín de Velarde [248], Capitular de esta Santa Iglesia, y pariente de Vmd. me certificó, que hallándose en la Villa de Cangas un día de San Luis, en compañía de su hermano Don Romualdo, Colegial Mayor del de San Bartolomé de Salamanca, (hoy es Oidor en el Real Tribunal de la Coruña) ya por devoción, ya por curiosidad, subieron los dos a la Ermita, y en sus paredes vieron las flores, no sólo mientras se cantaba la Misa Mayor, mas también antes, y después de la Misa, y recogieron en una caja tres de ellas, en las cuales se observó lo que diré abajo. Aunque yo no tuve ocasión de hablar con Don Romualdo sobre el asunto; sujetos que le oyeron, me aseguraron haber hallado su testimonio conforme al de su hermano, así en lo que llevo dicho, como en lo demás que se sigue. Vmd. que conoce, como yo, a uno, y otro, puede afirmar al Amigo, tanto la veracidad, como la discreción de ambos hermanos.

7. Asimismo me certificó Don Joaquín, que no sólo dentro de la Ermita, mas también en el campo vecino, se hallaban dichas flores, y él vio coger una entre las hierbas a una mujer, que me nombró, y entrambos conocemos. Item, que no sólo en el campo vecino, mas en otras partes de aquel territorio se encuentran; y que el mismo Don Joaquín, en un balcón de la casa, que su hermano Don Pedro tiene en la Villa de Cangas, casualmente halló una.

8. Más: Me dijo ser falso lo que se cuenta de ser tanta la copia de flores que se ven en la Ermita. Al contrario, son tan pocas, que es menester buscarlas con cuidado, y rara se encuentra, sino en los rincones, y sitios retirados y sombríos. La inundación de flores sobre las Vestiduras Sacerdotales, Altar, Cáliz, y Corporales, nada tiene de verdad.

9. Teniendo escrito hasta aquí, supe, que acababa de llegar a esta Ciudad el señor Don Pedro Velarde, hermano de los dos Caballeros nombrados arriba, y Mayorazgo de su Casa. Como este Caballero tiene su residencia ordinaria en la Villa de Cangas, pareciéndome que no podía carecer de noticias del hecho en cuestión, determiné consultarle; [249] y en efecto me confirmó todo lo que me había dicho su hermano Don Joaquín; añadiéndome, que en una Iglesia, que hay en un Arrabal de Cangas, del Título de nuestra Señora de las Nieves, se encuentran frecuentemente las florecitas de que hablamos.

10. No sólo en todo lo dicho no parece asomo, o vestigio alguno de prodigio sobrenatural; mas ni aun, dentro del orden de la naturaleza, contiene el Fenómeno cosa digna de particular admiración. Debe suponerse, con todos los mejores Físicos modernos, que por todas partes están esparcidas semillas invisibles de innumerables plantas diferentes, las cuales no en todas partes germinan, porque han menester para ellos tal, o cual jugo determinado, el cual hallan en un País, y no en otro, en un sitio, y no en otro, &c. Puesto lo cual, ¿qué dificultad hay en que aquellas flores nazcan de unas semillas invisibles, las cuales, por su pequeñez, se dejen llevar del viento a las breves ensenadas de las paredes; y hallando en ellas jugo proporcionado, el cual, sin embargo, puede haber en aquel territorio, y otros que ignoramos, mas no en todos, logren su producción?

11. Sólo una circunstancia resta, que puede dar algo que hacer al discurso; y es, que muchas de aquellas flores suelen aparecerse repentinamente; de suerte, que de un momento a otro, en el sitio mismo donde nada se veía, se ve inopinadamente una de estas flores. Entre todas las circunstancias admirables, que la fama atribuye a dichas flores, sólo de ésta deponen los Caballeros, que he citado, negando constantemente todas las demás. Mas ni esto, a la verdad, debe embarazarnos mucho. Dos causas se pueden discurrir de la repentina aparición. La primera, la exquisita pequeñez de las flores. Frecuentemente sucede, con objetos muy menudos, no percibirlos la vista por un rato, aun buscándolos con atención en el sitio adonde están, ya porque es menester para percibirlos dirigir perfectamente a ellos el eje óptico, y tal vez pasa considerable espacio de tiempo antes de lograrlo; ya porque no a cualquier luz, o positura [250] se descubren; y así, muchas veces, lo que mirando de un lado no se veía, se ve mirando del lado opuesto. La segunda causa puede ser la pronta generación, y aumento de las flores. Así en las plantas, como en los animales, hay suma variedad en cuanto al tiempo que gastan en su generación, incremento, y duración.

12. Si los que están persuadidos de la voz común extrañaren mucho ver degradado de milagro el hecho de las Flores de San Luis del Monte, es natural, que extrañen mucho más ver degradadas de Flores las que el universal consentimiento llama tales; pues ésta es una novedad grande, una extraña Paradoja, aun para los mismos que las han visto. Sin embargo, en caso de no ser cierta esta Paradoja, es, a lo menos, probabilísima. El pensamiento, no es en su origen mío, así como no es mía la experiencia principal en que se funda. Los dos Caballeros, alegados arriba, Don Joaquín, y Don Romualdo, cuando fueron a la Ermita, recogieron tres de las pretendidas flores, las cuales depositaron en una cajita, que uno de ellos guardó en el pecho. Yendo a reconocerlas el día siguiente, notaron, que se movían progresivamente por el suelo de la caja. Abriéndoles los ojos esta novedad, para examinar la cosa con la mayor atención, hallaron, que cada flor estaba dividida en seis, como senos, o celdillas que representaban ser sus hojas; y en cada uno de dichos senos un pequeñísimo gusanillo. No les ocurrió entonces sino lo que el caso a primera vista representa, esto es, que aquellos gusanillos habían nacido, y criádose en las flores, como en efecto, en varias plantas, o en todas se crían varias especies de insectos. Pero mirada después con más reflexión, la materia vinieron a dar en la idea de que las que tenían por flores, no lo eran, sino unos racimitos de pequeñísimos huevos, unidos, y sostenidos en un pedículo común; de los cuales huevos, o en los cuales, se engendraban los pequeños insectos, o gusanillos que habían visto moverse. En efecto, varias circunstancias que observaron, los confirmaron en el pensamiento. Y yo puedo decir, que habiendo visto dos de estas flores, que vinieron [251] a manos de Don Pedro Peón, y ha mucho tiempo que este Caballero las conserva, cada una de las que se dicen hojas, me representó, con mucha más propiedad, ser huevo, que ser hoja; como también le pareció, y parece lo mismo al referido Caballero.

13. Una gran prueba de ser huevos, y no hojas, es, que desde que se recogen, se conservan siempre en el mismo color, en la misma textura, en el mismo tamaño. Es claro, que si fuesen hojas de flor, se arrugarían, y encogerían mucho; mudarían de color, y de textura, como hacen todas las demás, a proporción que se van desecando.

14. Suponiendo ser huevos de insectos, se explican todas las circunstancias del Fenómeno naturalísimamente. Algunas Moscas de particular especie, que hay en aquel País, los deponen; y como aquéllas vuelan a su arbitrio por todas partes, pueden verterlos en las breves ensenadas de la superficie de las paredes; en los techos, sobre las hierbas, &c. Su repentina aparición se hace fácil de entender, no sólo por las dos causas expresadas arriba, las cuales igualmente satisfacen, como es claro, que sean huevos de Insectos, que sean Flores; mas también con otra especial respectiva de los Insectos.

15. Es cierto, generalmente hablando, que dando calor hasta un determinado grado a los huevos, el feto contenido en ellos recibe más pronto aumento, que siendo el calor más remiso. Asimismo es cierto, que el licor que circunda el feto, enrareciéndose con el calor, aumenta a proporción su volumen; y finalmente, si la corteza del huevo es flexible, y capaz de extensión, como lo es en los huevos de los insectos, se extenderá a mayor lugar; pudiendo de este modo hacerse visible en brevísimo tiempo aquel cuerpo, que poco antes, por su mucha pequeñez, era invisible. Ve aquí, pues, lo que verosímilmente sucede en nuestro caso. Están algunos de aquellos racimos de huevecillos esparcidos por una pared; pero tan pequeños, que no se disciernen. Llega la gente curiosa a examinar la pared: nada encuentra a la primera vista, porque aún los huevos son [252] pequeñísimos. Acercándose la gente, ya con el aliento, ya con los continuados efluvios de todo el cuerpo, les da calor suficiente para que en breve rato crezcan lo bastante para hacerse visibles; y de aquí resulta, que vean lo que uno, o dos minutos antes no veían.

16. Este discurso puede salvar la naturalidad del hecho, aun cuando fuese verdad lo que comúnmente se dice, que las flores sólo se ven en la Ermita de San Luis el día del Santo. Siendo aquel sitio, por su eminencia, frío, sólo en el día del Santo, por la mucha concurrencia de gente en él, recibirán los huevecitos el calor, que es menester para crecer, y hacerse fecundos. Y ve aquí suelto el nudo de esta gran dificultad, aun suponiendo el hecho, como nos le pinta la voz común.

17. Por la misma razón se puede salvar la naturalidad del Fenómeno, aun cuando las Flores, o las que se llaman Flores, no sólo apareciesen únicamente en el día del Santo, mas también precisamente al tiempo de celebrarse la Misa Mayor. Entonces se llena la Iglesia de gente, por lo que recibe mucho calor todo el ámbito de la Ermita, y con ese calor pueden crecer los huevos, que sin él se marchitarían antes de lograr algún incremento sensible.

Esto es todo lo que en orden al Fenómeno en cuestión he alcanzado; y que por medio de este Escrito pongo en manos de Vmd. para que satisfaga a su Amigo Don Juan. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 246-252.}