Filosofía en español 
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Tomo primero Carta novena

De las Batallas Aéreas, y Lluvias sanguíneas

1. No desengañado aún V. S. de que yo no soy oráculo competente para resolver todas sus dudas, me escribe ahora, que desea saber, qué siento en orden a los prodigios, que en varias historias se refiere haber precedido, como pronósticos de algunas guerras muy sangrientas; pero determinando la pregunta a dos especies solamente, o por ser las más famosas, o por su más directa significación de los furores bélicos, que se siguieron a aquellos funestos anuncios. Al mismo tiempo muestra extrañar, que en ninguna parte del Teatro Crítico haya tocado este punto, siendo tan curioso; a lo que respondo, que no me ocurrió este asunto, para comprenderle en aquella obra; y el ocurrir o no algún objeto al entendimiento, no pende de la voluntad.

2. Las dos especies de prodigios que V. S. me propone, son los fantásticos escuadrones, vistos batallar en el aire, o como muchos dicen, en el Cielo; y las lluvias sanguíneas. El primero es frecuentísimo en las historias. El segundo no tanto. Duda V. S. si se deberá creer lo que de uno, y otro dicen los Historiadores; o al contrario, condenarse como fábulas que tomaron de siniestras relaciones del vulgo. Y el [113] modo con que V. S. propone la duda, me suena a que se inclina a lo segundo. Yo procederé en la respuesta, hablando separadamente de cada una de las dos especies de prodigios.

3. En cuanto a las Batallas Aéreas hay un hecho innegable, porque consta de la Sagrada Escritura en el lib. 2. de los Macabeos, cap. 5. Es el pasaje como se sigue: Contigit autem per universam Ierosolymorum Civitatem videri diebus quadraginta per aera equites discurrentes, auratas stolus habentes, & hastis, quasi cohortes, armatos, & cursus equorum per ordinem digestos, & congressiones fieri cominus, & scutorum motus, & galeatorum multitudinem gladiis districtis, & telorum iactus, & aureorum armorum splendorem, omnisque generis loricarum. Quapropter omnes rogabant in bonum monstra converti.

4. Está pintado el portento con tan vivos, y específicos colores, que es imposible acomodar a sus expresiones alguno de aquellos naturales fenómenos, en que sobre unos rudos lineamentos, que se presentan a la vista, la imaginación añade todo lo que es menester para hacerlos prodigiosos. Consta también de la última cláusula del pasaje copiado, que los Judíos tuvieron el portento por presagio de algún suceso grande; aunque dudosos, si el suceso sería favorable, o adverso, pues rogaban a Dios dirigiese a buena parte la significación. En efecto padecieron luego los Judíos la horrenda persecución del Rey Antíoco, en que fuera de los grandes destrozos que éste hizo en ellos por medio de sus Oficiales, él, por su inmediato orden, condenó a muerte a ochenta mil, y aprisionó, y vendió por esclavos a otros tantos.

5. Aunque sólo un portento de esta especie consta de las Sagradas Letras, es natural discurrir, que en el largo espacio de tantos siglos haya habido algunos otros semejantes; o, lo que coincide a lo mismo, que realmente sucediesen algunos de los que se leen en varias Historias; porque siendo verisímilmente el motivo de la Divina Providencia en la producción de esas espantosas apariencias, mover los hombres [114] a penitencia, para que con ella, o mitiguen la cólera de la Deidad ofendida, o estén bien dispuestos para la muerte, cuando llegue la tragedia; como no sólo en la circunstancia, en que se hallaron los Judíos antes de la persecución de Antíoco, mas en otras muchísimas ocasiones, necesitaron los hombres de este benigno aviso, se debe discurrir, que en algunas otras le practicase la Divina Piedad.

6. Mas así como la prudencia dicta este asenso en general, o tomado vagamente; en atención a la facilidad de los hombres en fingir, e imaginar, y creer prodigios, es también muy racional el dictamen, de que los más que se leen en las historias, son fabulosos; mas no a la verdad, porque siempre se fingiesen por mero antojo; antes creo, que muchas veces sería ilusión, supliendo una imaginación medrosa en algún fenómeno aéreo, en quien se viese una confusa representación de bélico combate, todo lo que faltaba para que la representación fuese perfecta.

7. ¿Pero qué fenómenos aéreos podemos considerar aptos a ocasionar esta idea? No juzgo que para ello basta la colisión de las nubes agitadas de contrarios vientos; porque aunque en esa agitación, arrollándose de infinitos modos diferentes los vapores, se compongan en diversas configuraciones, que una, u otra vez representen (bien que imperfectísimamente) encuentros de hombres, caballos, o carrozas, esto no es capaz de engañar ni aun a los niños. Como las nubes se ven cada día, y se ven casi siempre en diferentes configuraciones, nadie deja de atribuir a casualidad, el que una, u otra vez se dispongan, y muevan de manera, que formen alguna grosera imagen de chocantes huestes.

8. No pudiendo las nubes ocasionar aquella ilusión, mucho menos se hallará fundamento para ella en otras cualesquiera meteoros ordinarios, como es fácil conocer, discurriendo por todos ellos. Así, sólo nos queda recurso a aquel ostentoso meteoro, (si puede llamarse meteoro) tan famoso entre los Filósofos modernos, como ignorado de antiguos. Hablo de la Aurora Boreal: y a esta propuesta contemplo [115] a V. S. sorprendido, porque estaría muy distante de su expectación. Sí, señor. La Aurora Boreal es el fenómeno, que pudo en diferentes ocasiones aterrar a los mortales, imprimiendo en su imaginación, por medio de fantásticas batallas, el presagio de efectivas sangrientas guerras. No sólo pudo; pero hay pruebas positivas de que realmente lo hizo. Mas no quiero arrogarme, ni con V. S., ni con nadie, el honor de este descubrimiento. Hízole Mr. Freret, miembro de la Academia Real de Inscripciones, y Bellas Letras, a quien siguió Mr. Mairán, de la Academia Real de las Ciencias, en su ingenioso Tratado de la Aurora Boreal.

9. Comúnmente los Antiguos, ya por ser menos Filósofos que los modernos, ya por ser la Aurora Boreal tan frecuente como ahora, ya porque muy rara vez era observada; cuando acaecía ver alguna, la juzgaban cosa preternatural; a lo que era consiguiente, lo primero, que el estupor, alterando la imaginación, les hiciese concebir en el objeto más de lo que representaba la vista; lo segundo, que le atribuyesen algún anuncio misterioso.

10. Nótase por lo común en la Aurora Boreal un tumultuante incendio, una como guerra luminosa. Osténtase como encendida , o de color sanguíneo una gran parte del Cielo; y varios rayos de luz diferentemente colorados, más, o menos claros, alternadamente se vibran, como astas arrojadas con suma violencia de la parte del Norte hacia el Cenit, pareciendo que chocan unos con otros. Este espectáculo se varía de muchas maneras; pero conservando siempre la representación de combate, o guerra celeste. He dicho, que esto se nota por lo común en la Aurora Boreal; porque algunas hay, aunque pocas, en quienes reina una pacífica luz, a quienes por eso llama tranquilas Mr. de Mairán.

11. Siendo esta la idea de la Aurora Boreal, se deja ver cuán natural es el pensamiento, de que los combates, y encuentros de huestes enemigas en el Aire o en el Cielo, que refieren muchos Escritores, no fueron otra cosa, que diferentes Auroras Boreales. La ignorancia de ser natural este [116] fenómeno, le hizo tomar como portentosa amenaza del Cielo, y concebirle consiguientemente anuncio de grandes azotes, en particular de funestísimas guerras.

12. Es verdad, que algunos historiadores refieren aquellos combates aéreos con circunstancias, que no caben en la Aurora Boreal. Pongo por ejemplo. Plinio dice, que no sólo en algunas ocasiones se vio como arder el Cielo, y chocar en él huestes armadas; mas también haberse oído tal vez el ruido de las armas, y la voz de las trompetas, Armorum crepitus, & tubae sonitus auditos e Caelo Cymbricis bellis accepimus (lib. 2, cap. 57.). Pero Plinio refiere el prodigio, no como experimentado, sino como oído, accepimus; y nunca faltan quienes en estos espectáculos añaden circunstancias, ya agravantes, ya que mudan la especie; o porque voluntariamente las fingen, o porque perturbada la imaginación, se las hizo aprehender como existentes.

13. De esto tengo dos insignes ejemplos, que proponer a V. S. en la Aurora Boreal que se vio por el mes de Diciembre del año treinta y siete, y de que entonces dio noticia la Gaceta de Madrid. Dos, o tres religiosos de una de las Comunidades de esta Ciudad aseguraron contantemente haber oído el estridor, o estrépito que hacía el encuentro de las llamas, de que se componía el fenómeno. Yo observé aquella Aurora Boreal con bastante cuidado, en compañía de muchos Monjes de este Colegio, sin que ni yo, ni otro alguno de ellos percibiese el más leve sonido. Ni aun cuando la colisión de las llamas haga un grande ruido, es posible oírle de acá abajo, a causa de la gran elevación del fenómeno. En la colección de muchas Auroras Boreales, cuya altura computó Mr. de Mairán por observaciones, ya propias, ya ajenas, halló muy desigual la elevación. Las más bajas estaban levantadas a la distancia de cien leguas sobre la superficie de la tierra: las más altas pasaban de trescientas; pero la elevación más regular, o más común, era de doscientas leguas. Considérese, si a la menor de estas distancias se podrá oír la colisión de las llamas, por grande que sea, mayormente cuando en aquella elevación, y aun en [117] mucho menor, no hay este aire grosero, que es menester para que el encuentro de un cuerpo con otro produzca algún considerable estampido. Sin embargo, a aquellos Religiosos la imaginación les representaba que oían lo que era imposible oír.

14. Otro ejemplo muy oportuno al propósito halló en Gasendo. (Tom. 2. Physic. lib. 2. cap. 7.) Describe este Filósofo, con suma exactitud, una Aurora Boreal que observó con especialísima atención el día 19 de Diciembre del año de 1621. La descripción, aunque muy circunstanciada, no pasa de los límites que propuse arriba: Cielo encendido, vibración de rayos luminosos, tumulto, y encuentro de llamaradas, &c. Con todo escribe Gasendo, que hubo quienes, después de observar el mismo fenómeno, dijeron haber visto escuadrones formados puestos en movimiento, lanzas, y piezas de artillería, las mismas balas disparadas de ellas, y otras cosas a este tenor: Fuere qui evulgaverint apparuisse acies instructas, procedentes, praeliantes, visa tormenta belica, visos emissos globulos, visos ictus, visas hastas, visa caetera, quae referre pudet. Añade Gasendo, que a la sazón estaba sitiada la Plaza de Montalbán; con que concibieron el portento, como relativo a aquella ficción militar; y concluye lamentando la facilidad de los hombres en soñar despiertos, y en creer, ya lo que sueñan ellos, ya lo que sueñan otros: Verum quid hominibus facias, qui facile adeo sibi somnia fingunt, fidemve somniis aliorum habent?

15. Este suceso hace palpable la verisimilitud, de que las Relaciones de Batallas en el Aire no tuvieron por la mayor parte otro fundamento, que diferentes Auroras Boreales. Es sin duda este fenómeno muy ocasionado a aquella aprehensión; y como siempre que hay alguna ambigüedad, antes debemos suponer naturales, que milagrosos los objetos que se presentan a los sentidos, dicta la buena razón, que cercenemos en la mayor parte de aquellas Relaciones todo lo que eleva el objeto de fenómeno natural a anuncio portentoso.

16. Da un gran peso a este juicio el que algunos Autores, [118] que escribieron, o con más sinceridad, o con más consideración, sin dejar de tener por prodigiosas aquellas apariciones, las pintan dentro de unos límites, que los que sabemos lo que es la Aurora Boreal, sólo este fenómeno reconocemos en la descripción. San Isidoro de Sevilla en su Chronica, el año 457 de la Era de España, dice, que por la parte Septentrional se vio como encendido el Cielo, y distinguidas en él unas líneas rutilantes, que tenían alguna representación de lanzas: Ab Aquilonis plaga Caelum rubens, sicut ignis effectum, permixtis per igneum ruborem lineis clarioribus in speciem hastarum rutilantium deformatis. De la misma calidad habla, u otra apariencia semejante describe Paulo Diácono en el cuarto libro de la Historia de los Longobargos, cap. 16. Tunc (esto es, en el Reinado de Aguilulpho) signum sanguineum in Caelo apparuit, & quasi hastae sanguineae, & lux per totam noctem clarissima. Ni en una, ni en otra descripción se ve más que una pura Aurora Boreal.

17. No con menos distinción la designan los Anales de San Bertino, al año 859. Acies nocturno tempore visuntur in Caelo, mense Augusto, Septembri, & Octobri, ita ut diurna claritas ab Oriente usque in Septentrionem continue fulserit, & columnae sanguineae ex ea discurrentes processerint. Tampoco significa más que esto lo que San Gregorio (Homil. I. in Evang.) refiere, como testigo de vista: Priusquam Italia Gentili gladio ferienda traderetur, igneas in Caelo acies vidimus, ipsum qui postea effusus est, sanguinem coruscantes. La voz acies (escuadrones) de que el Santo usa, no debe hacer fuerza en contrario; pues la misma expresión se encuentra en el pasaje alegado de los Anales de San Bertino, los cuales sin embargo claramente nos proponen una Aurora Boreal. Fuera de que el adjetivo sanguíneas, manifiesta, que no hablaba aquel Gran Doctor de escuadrones de hombres, y caballos.

18. Aún Lucano, con ser poeta, refiriendo los prodigios, que precedieron la Guerra Civil, y contando entre ellos un fenómeno del mismo género de los expresados, ciñó la [119] descripción a unos términos, en que precisamente represente una Aurora Boreal.

Ignota obscurae viderunt Sydera noctes,
Ardentemque Polum flammis, Caeloque volantes
Oblicuas per inane faces.

19. Estos Autores consideraban en aquellas apariciones unos portentosos anuncios de sangrientas tragedias, porque aun no habían los Filósofos de su tiempo alcanzado la natural existencia de este fenómeno. Los modernos, bien lejos de contemplarle con terror, con deleite ejercitan en él su curiosidad. He expuesto a V. S. lo que siento de las Batallas aéreas, que nos refieren las Historias, o de la mayor parte de ellas.

20. En orden a las lluvias sanguíneas se puede hacer en general el mismo juicio; esto es, que, aunque acaso habrá habido una, u otra milagrosa, por la mayor parte han sido naturales: bien que es muy difícil explicar el cómo. Algunos las han creído obra del demonio, juzgando, que la sangre llovida fue robada a infantes tiernos por el ministerio de las Brujas. Pero sobre que este pensamiento tiene no sé qué de extravagante, y ridículo, ¿quién no ve, que para llover sangre en todo un Reino, como algunas veces se refiere que sucedió, era menester, que enteramente se desangrasen cuantos infantes había a la sazón en el mundo? Y si esta horrenda tragedia hubiera acaecido, es evidente, que no la callarían los Historiadores. En fin, ¿sólo es lícito explicar por hechicerías aquellos hechos, que es totalmente imposible atribuir a otras causas?

21. La opinión más válida, o común entre los que creen natural este efecto, es, que la lluvia en cuestión tiene el color sanguíneo por formarse de vapores levantados de tierras rubicundas, de que hay copia en muchos Países. Pero el célebre Gasendo no admite esta causa, y opone contra ella la experiencia de que el agua, que se destila de rosas encarnadas, es tan clara, cristalina y desteñida como la natural [120] de las fuentes: luego lo será del mismo modo la que en vapores se exhala de las tierras rubicundas. Esfuerzo la impugnación; porque a ser así, donde hay copia de tierras de este color, serían bastantemente comunes las lluvias de color de sangre.

22. La causa, pues, verdadera de este fenómeno fue descubierta por el famoso senador de Aix de Provenza Nicolás Peiresk, abriéndole puerta para el descubrimiento una casualidad, sin la cual acaso siempre quedaría oculta. Tan distante está de cuanto puede ocurrir al discurso por mera especulación teórica ¿Quién dijera, que las gotas de color sanguíneo, que dieron motivo para creer lluvias de sangre, son meramente obra de estos insectos volantes, que llamamos Mariposas? Sonlo efectivamente.

23. El año de 1608, al principio del mes de Julio, corrió el rumor de haber caído una lluvia de sangre en la Ciudad de Aix de la Provenza, y en el territorio vecino. Veíanse realmente gotas de color de sangre en los edificios de todas las Aldeas por espacio de algunas millas, y aun en los muros de la Ciudad, y en el Cementerio de la Iglesia Mayor, que está vecino al muro. Decíase, que los Labradores que estaban trabajando algunos de aquellos campos, concibieron tal asombro al ver caer aquella lluvia, que al punto, dejando el trabajo, huyeron a las casas vecinas. El Sabio Peiresk, grande indagador de todo lo raro o, exquisito, procuró enterarse cabalmente del hecho, para investigar por él, si fuese posible, la causa. Halló en gran cantidad las gotas, que se decía, en las Aldeas vecinas; pero averiguó ser falsa la voz de que los Labradores hubiesen huido de los campos, aterrados de la lluvia; atestiguando los mismos Labradores a Peiresk, que ni aun habían visto tal lluvia. Estando aquel Sabio Senador suspenso sobre el juicio que debía formar, ocurrió la casualidad que voy a referir.

24. Había Peiresk encontrado algunos meses antes una Crisálida, (llámase así aquel gusanillo, que durante el Invierno está envuelto en una cascarilla, o capullo, que él mismo se forma, y al empezar el Estío, rompiéndole, se [121] convierte en Mariposa) mayor, y más hermosa, que las comunes, por lo que tuvo la curiosidad de cogerla, y encerrarla en una caja. Ya, cuando andaba pensando en las gotas sanguíneas, estaba olvidado de ella; pero oportunamente se la trajo a la memoria una especie de zumbido, que oyó dentro de la caja. Abrióla, y vio una hermosísima mariposa, formada del gusanillo, que había roto el capullo, y voló al punto que se abrió la caja: pero dejando en el suelo de ella una gota rubicunda de la amplitud de un sueldo, excremento acaso del insecto. Reconociendo Peiresk aquella gota, semejante en todas las circunstancias a las que habían movido el rumor de la lluvia sanguínea, conjeturó, que éstas podían proceder de la misma causa; y varias reflexiones le aseguraron de la solidez de la conjetura. Lo primero, ninguna de aquellas gotas se hallaba sobre los tejados, como sería forzoso, si hubiesen caído como lluvia; tampoco en la parte de las paredes, o sitios expuestos al Cielo; antes sí en lugares recogidos, o defendidos de la lluvia. Lo segundo, al mismo tiempo se vio en aquel País una increíble multitud de Mariposas. Lo tercero en las paredes de las casas de la Ciudad no se hallaron algunas de aquellas gotas; pero sí en gran copia en las de las Aldeas; y es, que aquellos gusanillos (Orugas las llamamos acá, antes que se encierren en el capullo) se engendran en los campos, y les dan alimento las plantas. Por esta razón al muro, como vecino al campo, y al Cementerio próximo al muro, también tocaron sus gotas.

25. Infirió bien el mismo Peiresk, que una lluvia sanguínea, que refieren los Historiadores del tiempo del Rey Roberto, no tuvo otra realidad, que la de Aix de Provenza. Esto por dos circunstancias. La primera, que se dice haber caído aquella lluvia a fines de Junio, que asímismo, como principios de Julio, es el tiempo en que los gusanillos, convertidos en Mariposas, dejan sus nidos. La segunda, que se cuenta, que las gotas de aquella lluvia que caían en las piedras, se imprimían con tan firme adherencia, que no podían lavarse con agua, pero sí las que caían en otros cuerpos; y lo [122] mismo se experimentó en las gotas sanguíneas del territorio de Aix.

26. Podrá oponerse contra este sistema, que aunque el descubrimiento de Mr. Peiresk explique oportunísimamente el caso de Aix, y el del tiempo del Rey Roberto, no es adaptable a otras muchas relaciones de lluvias sanguíneas, que se leen en las Historias, porque están circunstanciadas, de modo que, no pueden explicarse, por manchas que dejan al formarse las Mariposas. Respondo concediendo, que si aquellas relaciones se suponen verdaderas en todas sus circunstancias; la objeción es concluyente. ¿Pero por qué se ha de hacer esa suposición? La prudencia, y la experiencia inclinan a la suposición contraria. Debe pensarse de las historias de lluvias sanguíneas lo mismo que arriba dije de las Batallas aéreas; esto es, que por la propensión que tienen los hombres a imaginar, fingir, y referir prodigios a cada paso hechos, que son puramente naturales, se visten en la noticia de circunstancias, que los elevan a portentos. En el mismo suceso de Aix tenemos ejemplo, y prueba de esto. Del modo que había extendido la fama aquel hecho, no admitía la explicación de Mr. Peiresk. Decíase, que los Labradores, viendo llover sangre, aterrados habían huido de los campos a sus habitaciones. Ya se ve, que siendo así, es impertinente el recurso a la generación de las Mariposas. Pero aquella circunstancia se halló falsa, y con ese desengaño quedó libre el campo a esta explicación. Lo mismo es justo suponer en varias circunstancias, con que visten los Historiadores las noticias de lluvias sanguíneas.

27. Si V. S. quedare satisfecho con mi respuesta a las dos preguntas, yo también lo quedaré de haber servido a V. S. Mas si no fuere así, será preciso, que sobre los mismos asuntos consulte V. S. a quien sepa más que yo. Dios guarde a V. S.

Nota

Don Gabriel Álvarez de Toledo, en su Historia de la Iglesia, y del Mundo, hablando de Nicolás Peiresk, le cualifica el Gran Senador de Aix la Chapelle. Equivocóse sin [123] duda, tomando un Aix por otro. Mr. Peiresk fue Senador en Aix de la Provenza, donde hay un Parlamento establecido por el Rey Luis Duodécimo, y nunca vio a Aix la Chapelle, Ciudad libre de Alemania, dentro del Círculo de Westfalia. Llámase aquélla en Latín Aquae Sextiae, y ésta Aquisgranum. Hago esta advertencia, por precaver que algunos, leyendo uno, y otro Escrito, juzguen, que la equivocación no es de Don Gabriel Álvarez, sino mía. Y repito, que fue equivocación de este Autor, no ignorancia; porque es increíble que ignorase Don Gabriel Álvarez la patria, y específico empleo de un hombre tan famoso, y tan estimado de todo el mundo, que luego que murió, fue su memoria honrada con elogios fúnebres, escritos en más de cuarenta lenguas.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 112-123.}