Trotski pasa unas semanas en España y escribe Mis peripecias en España
Socialfascistas publican las andanzas de Trotski por España
→ Texto íntegro de León Trotski, Mis peripecias en España
Expulsado Trotski de la Unión Soviética en febrero de 1929 (tras haberlo sido del PCUS en noviembre de 1927), su seguidor y amigo Andrés Nin, que cada vez más desafecto a Stalin vive aún en Moscú y ha traducido Mis peripecias en España, facilita su edición, que publica ese mismo año en Madrid la Editorial España, con un “Prólogo a la edición española” que firma Trotski en Constantinopla en junio de 1929. La Editorial España había sido fundada en 1920 por Juan Negrín y los cuñados Luis Araquistain y Julio Álvarez del Vayo, militantes los tres del PSOE en 1929, “socialfascistas” por tanto (según la terminología introducida entonces por la Komintern para calificar a los socialdemócratas), que al popularizar con este libro un Trotski cercano a España, tomaban partido indudable contra el comunismo soviético, Stalin y la Komintern.
León Trotski, Mis peripecias en España, Editorial España, Madrid 1929, 225 páginas, 125×190 mm.
[Lomo] “León Trotski | Mis peripecias en España | Madrid 1929” [Cubierta] “León Trotski | Mis peripecias en España | Con un prólogo especial del autor para la edición española y unas notas sobre Trotski por Julio Álvarez del Vayo | [viñeta] | Editorial España” [3] “León Trotski | Mis peripecias en España | Con un prólogo especial del autor para la edición española y un esbozo-semblanza sobre Trotski por Julio Álvarez del Vayo | Traducción directa del ruso por Andrés Nin | Ilustraciones de K. Rotova | Editorial España | Madrid 1929.” [4] “Es propiedad | Copyright by Editorial España, 1929 | Madrid | Talleres Espasa-Calpe, S. A., Ríos Rosas, 24. Madrid.” [5-12] “Nota editorial” [13-16] “Prólogo a la edición española. León Trotski. Constantinopla, junio de 1929.” [17-209] Mis peripecias en España. [211-224] “Apéndice. Notas para una semblanza de Trotski. Julio Álvarez del Vayo” [225] “Índice” [Contracubierta] “Concesionaria exclusiva para la venta en librerías: | Compañía Ibero-Americana de Publicaciones | Librería Fernando Fé | Puerta del Sol, 15 | Madrid | Cinco pesetas.”
[Solapa izquierda] “Editorial España. Obras publicadas: Siete meses condenado a muerte, por Manuel Menéndez Valdés. Autobiografía trágica de un ingeniero español que fue condenado a muerte en Francia por supuesto delito de espionaje; esperando, día tras día, durante siete meses, el cumplimiento de la sentencia, conmutada, al fin, por la de trabajos forzados a perpetuidad en la Guayana francesa, de donde pudo fugarse al cabo de tres años de dantescas penalidades. El libro, que se lee como la más fascinante de las novelas, lleva un prólogo-envío de Luis Araquistain a Henri Barbusse, pidiendo la revisión del injustísimo proceso. CINCO pesetas.
Sin novedad en el frente, por E. M. Remarque. La mejor novela de la guerra europea y una de las más grandes de todos los tiempos y literaturas. Traducida a todas las lenguas cultas, en tres meses se han vendido más de un millón de ejemplares. Es el libro que están leyendo en el mundo entero todas las personas inteligentes. CINCO pesetas.
España vista otra vez, por Martín S. Noel. El gran arquitecto argentino y exquisito escritor nos da en este libro una visión amorosa y penetrante de la España que él más admira: la del pasado artístico. De la España que, a través de él, se prolonga en el renacimiento arquitectónico del Sur de América. DIEZ pesetas.”
[Solapa derecha] “Editorial España. Obras de inmediata publicación: Volpone o El zorro, de Ben Jonson. Prólogo y adaptación libre de Luis Araquistain. Una de las comedias más deliciosas del genial dramaturgo inglés.
El partido laborista británico, por Egon Wertheimer. Admirable estudio del laborismo inglés hecho por un socialista alemán. El mejor libro para conocer las diferencias ideológicas y psicológicas entre el socialismo británico y el del continente.
La trigéminoterapia, por el doctor Froese. Una de las grandes autoridades alemanas en esta discutidísima materia de actualidad. Un libro para médicos y profanos. Editorial España | Plaza del Callao, 4 | MADRID.”
Índice
Nota editorial, 5
Prólogo a la edición española, 13
I. De París a España, 17
II. Camino de Madrid, 27
III. En Madrid, 31
IV. En la Cárcel Modelo, 49
V. Más sobre la cárcel, 71
VI. En libertad vigilada, 83
VII. Hacia el Sur, 89
VIII. En Cádiz, 103
IX. Conversaciones, 131
X. Lecturas sobre España, 137
XI. Siguen las lecturas, 145
XII. Más conversaciones y más libros, 155
XIII. Fiestas y espectáculos, 165
XIV. Enseñanzas históricas, 171
XV. A Barcelona y en Barcelona, 181
XVI. La expulsión a América, 191
XVII. Aquí termina España, 201
Apéndice. Notas para una semblanza de Trotski, 211.
(León Trotski, Mis peripecias en España, Editorial España, Madrid 1929, página 225.)
Nota editorial
Expulsado de Francia por germanófilo, León Trotski vino a España en 1916. Espíritu complejo, en quien rivalizan el hombre de acción y el temperamento literario, Trotski no se resignó a sufrir pasivamente su pintoresca odisea en España: tomó notas de su accidentado viaje por nuestro país. El resultado es este libro, traducido por primera vez del ruso a otra lengua europea. Ahí está, en estas páginas escuetas y sin pretensiones, como él dice en el prólogo que ha escrito expresamente para nuestra edición, la España que él vio.
¿Y cómo le vio España a él? Hubiéramos querido interrogar a los policías, a los hoteleros, a las gentes que tuvieron con él algún trato y de las cuales habla en este libro. Como rara vez da sus nombres, nos ha sido imposible encontrarlos. Y es lástima, porque algunos quizá hubieran contado pormenores interesantes de la personalidad del gran revolucionario ruso.
Las únicas personas conocidas que menciona son tres: el socialista francés Després, que era gerente de una Compañía de seguros y que le ayudó económicamente; el ilustre periodista don Roberto Castrovido, que, aunque no llegó a conocer a Trotski, interpeló en el Congreso al gobierno de Romanones sobre el caso de su detención, y Daniel Anguiano, secretario del partido socialista en aquella época. Després, que era el que nos hubiese podido suministrar más detalles, hace tiempo que se ausentó de Madrid. Don Roberto Castrovido nos dice que no tuvo el gusto de conocer a Trotski. Fue un día a la cárcel con el fin de visitar a Torralva Beci, que se hallaba preso; allí le hablaron de un detenido ruso, hombre que no podía disimular su extraordinaria personalidad; todos, incluso los carceleros, se hacían lenguas de la valía de este hombre y le tenían por un ser superior. Al poco tiempo, Castrovido interpelaba en el Congreso sobre la detención del “pacifista” ruso, sin obtener ningún resultado. Particularmente, el conde de Romanones le dijo:
—Se trata de un sujeto en extremo peligroso, expulsado de Francia por sus ideas y a quien la Policía francesa nos lo ha entregado encargándonos mucha cautela. Ningún interés tenemos en retenerlo; por el contrario, nuestro deseo es deshacernos también de él.
Días después Trotski fue conducido a Cádiz; Castrovido no volvió a tener otras noticias que una carta, escrita en castellano, en la cual le daba las gracias por su intervención en el Congreso.
Anguiano sí llegó a conocerle; recuerda, sobre todo, la impresión profunda que producía en la gente el fuerte temperamento de Trotski. “En su mirada escrutadora –dice– se adivinaba la energía sobrehumana de este hombre.”
Se hospedó –después de pasar unos días en un hotel más caro– en una pensión modestísima de la calle del Príncipe, pues andaba muy escaso de dinero. Por aquel tiempo residía en Madrid otro ruso, obrero manual, quien ya presentía la importancia que habrían de tener Lenin y Trotski en un futuro movimiento revolucionario de Rusia. Al enterarse de que su compatriota estaba preso, mostró un deseo vehemente de entrevistarse con él; fue a la cárcel, acompañado de Anguiano, y sostuvo con el detenido una larga conversación en su idioma.
Trotski preguntó por qué estaba preso Torralva Beci; cuando se le dijo que por un artículo que había sido considerado como escarnio al dogma católico, contestó:
—En Rusia no se lleva a un hombre a la cárcel por ese delito.
Otro día, en la pequeña habitación de la casa de huéspedes en que se alojaba, les dijo a los que le acompañaban:
—He sido expulsado de Alemania por francófilo; de Francia, por germanófilo. Claro está que yo no soy una cosa ni otra; soy un socialista que ve en la guerra una consecuencia fatal y lógica del sistema capitalista; nuestra misión no ofrece dudas: consiste en aprovechar el desequilibrio y el hambre creados por la guerra para excitar a las masas a la revolución.
El día en que Trotski salió con dirección a Cádiz, Anguiano fue encargado de acompañarle a la estación. En el escaparate de una repostería de la calle de Carretas vio un pollo asado, que quiso comprar para la cena; pero, una vez dentro del establecimiento y al saber que costaba seis pesetas, le pareció demasiado caro; se lo manifestó así al dependiente, quien le dijo que ese era su precio; por fin, y no sin regatear aún con el repostero, se llevó el pollo.
Mencionamos aquí este detalle porque refleja bien la situación económica de Trotski en aquel tiempo.
Ya en la calle, se encaró con Anguiano y le dijo:
—Compañero, usted es un hombre de partido que tendrá, sin duda, otras obligaciones más importantes que acompañarme a la estación. Como quiera que entre nosotros huelgan en absoluto los formulismos sociales, le ruego que vaya a cumplir con su deber.
Anguiano replicó:
—No es para realizar un mero formulismo por lo que le acompaño; yo no puedo dejarle mientras no tenga la evidencia de que usted sale para su destino sin ningún tropiezo.
—En ese caso, vámonos –fue la contestación de Trotski.
Anguiano nos refiere su gran sorpresa al enterarse, algún tiempo después, del papel desempeñado por Trotski en la revolución.
—Desde luego, advertí en él un hombre extraordinario –dice–; pero estaba muy lejos de suponer que había conocido a una figura de semejante talla. Más tarde tuve el placer de escucharle en un mitin, en Leningrado. Así como Lenin era un orador fogoso y arrebatador, un desbordado torrente de pasión, Trotski es un orador reflexivo, que, no obstante, conmueve a las muchedumbres. Su palabra está cargada de pensamiento y de fuerza. No olvidaré nunca su silueta aguda y flemática, su rostro de líneas angulosas, que refleja una energía extrahumana.
Esto es todo lo que hemos podido averiguar de Trotski tal como fue visto en España.
* * *
Este libro que ofrecemos hoy al lector español tiene ahorra, pasados algunos años, un extraordinario interés psicológico. Hay en estas páginas un humorismo acre y flagelador, de un tono completamente eslavo. Se muestra aquí un aspecto interesantísimo de la compleja y rica personalidad de León Trotski: el aspecto de hombre agudo y curioso, dotado de un incisivo espíritu crítico. Naturalmente, el autor examina las cosas y las personas con un criterio estrictamente revolucionario, pero también con una flexibilidad y una perspicacia sorprendentes. Trotski ha calado hondo en no pocas cosas de España. Este relato le acredita de hombre certero, capaz de ver, en una rápida ojeada, algo más que la superficie de las cosas.
Es el libro de un hábil psicólogo y de un observador avezado. Leyéndolo se comprenden sin esfuerzo otras facetas del temperamento de Trotski.
* * *
Por Andrés Nin, traductor del libro, conocíamos el deseo de Trotski de escribir un prólogo especial para la edición española. Por diversos conductos le escribimos a su destierro de Constantinopla pidiéndoselo, y ya desesperábamos de recibirlo cuando he aquí que, compuesta la obra, llega a última hora a nuestras manos. Le acompaña una carta, escrita en francés y fechada el 6 de junio de 1929 en Constantinopla, donde, entre otras cosas, se nos dice:
Etant donné que je ne connais pas la langue espagnole, je suis obligé d'écrire la préface en langue russe. Y a-t-il chez vous un traducteur suffisamment competent? Je suis obligé d'insister sur une traduction exacte et litteraire.
El prólogo lo ha traducido del ruso doña Tatiana Enco de Valero.
En esta edición española hemos reproducido, como graciosa curiosidad, los grabados de la edición rusa de 1926, originales de K. Rotova.
(León Trotski, Mis peripecias en España, Editorial España, Madrid 1929, páginas 5-12.)
Apéndice
Notas para una semblanza de Trotski
Aun arrancada a la polémica interna del comunismo ruso, y no obstante ser a través de ella, en algunos de sus momentos decisivos, cuando la personalidad de Trotski se nos revela más netamente, la figura del gran revolucionario tienta por todos los lados a un intento de semblanza. Seduce por su vitalidad extraordinaria. Por la complejidad de su espíritu, dentro del cual luchan el hombre histórico, entregado con ardor sin igual a la causa de la revolución, y el individuo fuerte que, al sentirse asistido de razón, lleva la lealtad a su pensamiento hasta el último extremo lógico. Sin que le detengan ni preocupaciones de orden personal ni los insistentes requerimientos a silenciar la crítica en interés de una unidad que, de poder sólo lograrse a costa de la verdad, a él le parece inadmisible y peligrosa. Por las sorpresas de que está llena su carrera –el literato sensible y refinado, convertido de pronto en el mejor ministro de la Guerra que Rusia ha tenido– el político realista que en la ocasión suprema sacrifica la realidad inmediata y se condena él mismo a un sacrificio generoso en aras de la trayectoria histórica; el organizador por excelencia de multitudes y ejércitos, que luego no consigue retener mucho tiempo en su derredor un núcleo compacto y articulado de partidarios.
Ya desde un punto de vista político, literario o simplemente humano, su silueta fascina lo mismo en la cumbre del poder que en el destierro. Tiene el atractivo singular que ofrece todo riesgo. Aquí el margen de error en la caracterización, el riesgo de equivocarse al tratar de definir a un hombre de su talla, aparece aumentado por las propias dificultades inherentes a cualquier apreciación rotunda del problema ruso. Consignar dichas dificultades ha venido a ser una fórmula obligada común a cuantos escriben sobre Rusia. Generalmente se comienza haciéndolas constar, para olvidarse de lo dicho tan pronto como el prurito vanidoso del comentarista mata en él el primer impulso honesto a reducir sus impresiones a sus justos límites. Sólo la persistencia en el estudio del fenómeno ruso es susceptible de imponer la norma deseable de seriedad. Ahora bien; cabe entretanto, en un momento dado, brindar al lector ávido de conocer cuanto se relaciona con el país de los Soviets los datos a mano con el máximum de claridad posible, enlazados y situados de tal forma en el desarrollo general del proceso, que le ayuden a librarse un poco de la sensación caótica en que, intencionada o inconscientemente, le han expuesto a hacer caer informaciones tendenciosas o banales. Estimo que en el caso de Trotski los antecedentes personales reseñados a continuación pueden servir a ese propósito.
Uno de sus primeros actos de rebeldía, en la escuela de Odesa. El conspirador genial de después se anuncia ya en términos inequívocos. Dirige la pequeña revuelta de estudiantes con destreza inverosímil para su edad. Puesto que hay que escribir una carta de protesta a las autoridades académicas superiores, conviene redactarla de modo que envuelva a todos los escolares en la culpa, medio seguro de rendirla inefectiva, ya que una expulsión en masa supondría la clausura del local y la ruina del negocio. Cada letra será trazada de mano distinta para desesperación y desconcierto de los profesores calígrafos. No obstante, si no la huella concreta, es fácil descubrir al espíritu rector. Únicamente a aquel chiquillo de ojos vivaces, orgullo y terror a la vez de sus maestros, puede ocurrírsele golpe semejante. Los demás le disculpan bajo el influjo de la gracia. Pero el profesor de Historia, acaso agudizado el instinto por las dotes naturales de previsión que lleva consigo la asignatura, no deja de observar, contrariado:
—Este demonio de muchacho dará que hacer algún día.
(También el padre de Kerenski, en cuya escuela estudió Lenin, se quedó un cuarto de hora bien claro mirando fijamente al que un día iba a desalojar del Poder a su hijo.)
A Trotski se le destinaba para ingeniero. Pero él era de los llamados a trazarse por sí mismo su destino. Entre las veleidades de su adolescencia, dos inquietudes le dominan: la preocupación literaria, que no ha de abandonarle nunca, y el sentimiento de solidaridad con los oprimidos por el régimen zarista.
No es el último un sentimiento desmayado, sino dinámico en grado sumo. Tradúcese en acción al contacto con el primer par de camaradas propicios. Al principio, simples reuniones de estudiantes; luego, cada vez más cerca ya del pueblo, hasta llegar muy rápidamente al terreno en el cual la organización revolucionaria exigía, bajo las circunstancias de la Rusia de entonces, excepcionales cualidades de líder.
Max Eastman nos le evoca –en su reciente interesante obra La juventud de Trotski– en un rincón del Café de Rusia, de Nicolaiev, rodeado de iniciados, obreros la mayoría de ellos de las fábricas de la ciudad, hombres ya maduros sobre los cuales aquel muchacho de diecisiete años influía con la autoridad de su decisión y su talento. En pocos meses la organización secreta de Nicolaiev contaba con más de doscientos afiliados.
La carrera de ingeniero ha pasado a ser un ensueño paterno. Trotski no vive ya más que para la revolución. De día, estrechando los nudos de la red de células ilegales. De noche, inclinado sobre las cuartillas hasta el amanecer, como director y casi redactor único del periódico de combate Nuestra Causa.
Tras dos años de febril actividad organizadora, una nueva pausa para el estudio: el período de su encarcelamiento en la prisión de Odesa. Como los libros de fondo y de historia política y social que a él le interesan escasean, dedica buena parte de su tiempo al aprendizaje de lenguas extranjeras.
“Tenía –cuenta él mismo– el Nuevo Testamento en cinco idiomas: en ruso, alemán, inglés, francés e italiano. De ese modo aprendí el italiano. Por lo que toca al Nuevo Testamento, llegué a conocerlo admirablemente y podía recitar de memoria capítulos enteros.”
El aislamiento relativo dentro de la cárcel de Odesa le sirve para revisar sus ideas sobre el marxismo. Temperamentalmente opuesto a aceptar un sistema que contrariaba su recia individualidad –estado de ánimo juvenil que en los últimos años le ha sido echado más de una vez en cara por sus adversarios como prueba de una supuesta inclinación al caudillaje–, apenas su sentido analítico le descubre la firmeza de la concepción marxista, se entrega a ella sin reservas.
“Es en la prisión de Odesa donde comienzo a pisar firme terreno científico. Los hechos comienzan a encadenarse en un sistema. La idea del determinismo y de la evolución condicionada por el carácter del mundo material se apoderan de mí completamente.”
De Odesa a Siberia. Son también las páginas de Max Eastman las que nos ayudan a imaginárnoslo camino del destierro, unido en matrimonio y en sentencia a Alejandra Lvona Skolovski –su primera mujer, con quien años más tarde disputa vehementemente sobre el marxismo–, a través de paisajes de verano, interrumpidos por sus reclusiones temporales en las cárceles de Irkoust y Alejandrovsk.
1902. Congreso de Londres. Trotski es, a pesar de su juventud, una de las figuras principales del Congreso. Rapidez extraordinaria de concepción, realzada por su talento polémico y sus condiciones oratorias. Palabra cortante, directa, llena de convicción y de fuego. Anticipación del tribuno que iba a enardecer más tarde, en jornadas inolvidables, a las masas triunfantes de la revolución de octubre.
Al producirse la escisión dentro del socialismo ruso, cuando Lenin exige del partido que acentúe su carácter de lucha, excluyendo de sus filas a los meros simpatizantes románticos, a los idealistas pasivos, y se quede sólo con los núcleos militantes de choque, Trotski trata primero de evitarla, aboga por la unidad y termina poniéndose del lado de quienes querían oponerse a la ruptura.
1905. Año decisivo. Paso violento de un vago liberalismo, que culmina en la campaña constitucionalista de los zemstvos, al primer levantamiento en masa del pueblo ruso. Año de huelgas políticas en que el proletariado se sabe colocar en primer plano y arrastra tras de sí a los sectores más clarividentes de la intelectualidad radical y a las juventudes universitarias. Generosidad en los fines, más allá de las simples reivindicaciones sindicales. Perspicacia en la dirección del movimiento. Y al frente de él el Soviet de diputados obreros de Petersburgo, dónde Trotski despliega toda su energía de organizador formidable.
La víspera misma del estallido registra un decaimiento general y un escepticismo sin límites. “Es inútil perderse en ilusiones. La verdad es que en Rusia no se ve todavía por ninguna parte el pueblo revolucionario” –escribía el autorizado sociólogo Peter Struve en su diario Emancipación (publicado en el extranjero), el 7 de enero, y apenas los ejemplares de dicho número recibían las etiquetas de direcciones clandestinas y alcanzaban el correo, tan segura diagnosis era desmentida en las calles de Petersburgo por los núcleos de obreros y estudiantes que hacían frente a los cosacos.
Al asesinato policíaco se responde con la huelga. Propágase ésta con celeridad increíble, entre el asombro de todos. No sólo Struve, la mayoría de los intelectuales liberales, se preguntan de dónde ha resurgido aquel pueblo a quien se daba definitivamente por entregado al zarismo y con el cual hacía ya tiempo que no se contaba. En pocos días la huelga abarca más de un centenar de poblaciones, varias minas del Donetz y diez Compañías de caminos de hierro. Sacude de su letargia a las masas proletarias. Las enseña a ir a la lucha por sí mismas, incluso allí donde la organización casi puede decirse que no existía. Prueba para siempre cómo en movimientos de esta índole el sentido revolucionario que quepa y se sepa infiltrar a las masas es lo que decide, y no las previsiones ordenancistas y burocráticas del Secretariado.
Para algunos, aun de los cercanos a la ideología obrera, la finalidad de aquel levantamiento popular, desarticulado en el fondo, sin directivas claras, en muchos sitios sin acertar siquiera a formular un programa mínimo de demandas, se les escapaba. El lenguaje de Trotski, en cambio, era seguro. Dos semanas de comenzada la huelga escribía:
“Después del 9 de enero, la revolución no conocerá ni alto ni descanso. Ha salido a la superficie, a la luz del día, y se apresta a hacer un franco llamamiento a sus compañías, a sus regimientos, a sus cuerpos de ejército, para que se coloquen en línea de batalla. La fuerza principal de esta tropa la constituye el proletariado. El es el que va a la vanguardia, y de ahí que haya roto ya las hostilidades con la huelga.
“Una tras otra, las fábricas, las profesiones, los oficios abandonarán el trabajo. Como iniciadores del movimiento, los ferroviarios; los caminos de hierro, cual ruta de esta epidemia. Se formulan demandas económicas, llamadas a ser satisfechas en todo o en parte. Pero ni el origen de la huelga ni su término está absolutamente relacionado con las reivindicaciones presentadas. La huelga no comienza porque la lucha económica determine la formulación de estas demandas, sino que se las ha escogido porque se tiene necesidad de la huelga, por sus probabilidades de decidir a más núcleos obreros a ir al paro. Lo que necesitamos es saber con qué fuerzas contamos para la revolución. Los huelguistas, y aquellos que con ellos simpatizan, y los que los temen, y los que los odian, todos comprenderán que la huelga no actúa por sí misma, en persecución de un par de mejoras determinadas, sino que expresa la voluntad de la revolución, que la ha elegido como arma.”
Fiel a esta manera de concebir la lucha, Trotski prosigue su propaganda en pro de la huelga política, que en octubre del mismo año adquiere, bajo la dirección del Soviet de Petersburgo, su máxima tensión revolucionaria.
Doce años después, la revolución de octubre de 1905 veía sus esfuerzos y sacrificios coronados por la victoria.
La participación de Trotski en la revolución de 1917, su obra magna como creador del ejército rojo, son hechos más conocidos y que pertenecen a la historia reciente.
A través de vicisitudes adversas –a raíz de la paz de Brest-Litovsk, contra la cual se había pronunciado Trotski; luego, en el verano de 1919, al amenazar la caballería de Mamontov a Moscou desde Oriel; más tarde, durante la guerra con Polonia, cuyos peligros de que se extendiera a destiempo, parece que fue Trotski el primero en percibir–, su fama de organizador, de trabajador incansable, que penetra, dominándolos, en los problemas más diversos de la política interior y exterior, sin tener que renunciar por ello a escribir sobre literatura, a sostener una polémica con Kautsky, a dictar por teléfono a su secretario en Moscou, desde su tienda de campaña, docenas de artículos y proclamas, aumenta de día en día, hasta que, después de la muerte de Lenin, surge violenta la polémica interna del partido.
En el destierro, durante el tiempo que estuvo confinado en Alma Ata, a cinco jornadas de caravana de la estación de ferrocarril más próxima, y ahora en Constantinopla, él continúa dando muestras de su energía indomable, puesta al servicio de la idea de la revolución permanente, y convencido de la imposibilidad de instaurar el socialismo en un solo país, sobre todo si, además, está económicamente retrasado: los dos conceptos fundamentales del "trotskismo".