Filosofía en español 
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Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza

Pedagogía Proletaria. Jornadas Pedagógicas de Leipzig 1928

I. Situación del niño proletario

B) La situación psicológica del niño proletario
por Max Doering,
Director del Instituto de Pedagogía Experimental y de Psicología de la “Unión de Maestros” de Leipzig


TESIS

En 1911, Otto Ruhl decía en la introducción de su célebre monografía El niño proletario: “El niño proletario espera aún que un investigador lo descubra y escriba su biografía”; la afirmación sigue en pie; todavía carecemos de la obra fundamental.

Tenemos a nuestra disposición artículos y preciosos documentos, numerosos y varios; podernos conocer bien el ambiente del niño proletario; pero nadie ha trazado aún, con bastante autoridad y precisión, sus rasgos psicológicos, de cuya falta no nos consuela el observar lagunas, mayores si cabe, en el estudio psicológico de la infancia de otros tipos sociales, como los burgueses, campesinos, &c.

Otto Rühle era demasiado modesto para atribuirse la investigación y descubrimiento del niño proletario. Espontáneamente dice, que su movimiento recibió vivo impulso en la obrita de Warner Sombart sobre el proletariado, y hemos de convenir hoy, en que las avisadas y pertinentes notas de Sombart expresaban ya todo lo esencial sobre el niño proletario. Rühle tuvo, por lo menos, el mérito de tomar su defensa, con todo el ardor combativo característico de su personalidad. Jamás ha dejado de luchar por la mejora de la situación material del niño, lo mismo que por introducir formas de educación más humanas en el seno de la familia proletaria.

En su libro más reciente, El alma del niño proletario, también ha intentado Rühle trazar nuevas vías para la solución de los problemas psicológicos. La tentativa se caracteriza por la elección, casi exclusiva, de la Psicología Individual de Alfred Adler como base teórica y científica. Reconociendo que la teoría de Adler contiene muchos datos fecundos, precisamente para el conocimiento del niño proletario, se ve al mismo tiempo que es demasiado limitada para servir de base única a una psicología general del mismo, sin contar que, sus teoremas, preceptos y dogmas, no siempre son absolutamente convincentes. Para estudiar al niño proletario, no podemos dejarnos llevar por una dirección única.

Hoy, que la enorme mayoría de nuestra juventud escolar se compone de niños proletarios, tenemos un regular conocimiento de ellos: pero cuando hay Institutos para el estudio de investigación sobre materias textiles, cuero, hulla, &c., bien podía consagrarse algún dinero al estudio de estos niños, no fundando un nuevo Instituto, sino haciendo posibles las comprobaciones e informaciones de gran alcance, que son superiores a los medios del investigador aislado.

El niño proletario y su medio

El niño proletario nace en una familia cuyo nivel de vida se mantiene constantemente próximo al mínimo necesario para la subsistencia, casi siempre más bajo. Esta familia no puede sortear los golpes del destino y las adversidades económicas, “que alcanzan rudamente de rechazo a sus hijos, sin perder nada de su fuerza”.

La psicología del niño proletario debe evidenciar sus particularidades mentales, en función de su posición social, concediendo la importancia que tienen a todos los factores que definen el medio.

Precisamente ahora acaban de hacerse investigaciones sobre el medio, considerado desde el punto de vista pedagógico. Dos trabajos recientes, uno de Busemann (Estudio pedagógico del medio, 1927) y otro de Popp (El medio pedagógico, 1923), merecen ser citados.

Limitándonos a lo esencial, hemos de observar que no basta, como ordinariamente se hace, distinguir, objetiva y cualitativamente, diversos tipos de medio social; el análisis de medios idénticos nos muestra grandes diferencias en sus efectos mentales, según la naturaleza de las personas que en ellos viven, según el modo como el niño reacciona ante los diferentes elementos constitutivos del ambiente. Las reacciones de dos gemelos, que crecen en idénticas condiciones, pueden proporcionar el interesante ejemplo de ser completamente diferentes. El niño actúa según sus disposiciones, según su naturaleza individual; a determinadas influencias del medio, lo veremos responder inmediatamente con la aceptación, la adaptación o la repulsa.

Las anteriores distinciones no impiden que en una extensa zona central de la escala de variaciones reine conformidad, debida a las grandes influencias elementales del medio. Este medio proletario –caracterizado por la insuficiencia, la parsimonia, la miseria, la debilidad material y cultural– ejerce sus fatales influencias.

Las aptitudes del niño proletario

El examen del medio y el problema de las “diposiciones”, ya aludido, nos llevan a tener en cuenta el factor herencia. El sistema formado por estas tres fuerzas constituye el problema capital de los débates actuales sobre la repartición de aptitudes.

Se afirma que es relativamente reducido en las capas inferiores el número de niños bien dotados. Así se quiere explicar, en parte, lo exiguo que es proporcionalmente el número de alumnos proletarios en las escuelas secundarias. Como tales afirmaciones conducen a degradar, desde el punto de vista intelectual, al niño proletario, favoreciendo, gracias a falsas hipótesis, el que se le restrinjan sus posibilidades culturales, conviene examinar a fondo la cuestión.

Se han tomado como base algunas estadísticas, resultando de la última información de la Oficina de Estadística de Prusia, cuidadosamente hecha, acerca del origen social de los alumnos masculinos de enseñanza secundaria, que, en números redondos, un 22% de aquéllos provienen de las clases superiores; el 68% de la clase media y sólo el 10% del proletariado, a pesar de que a éste pertenece el 70% de la población. Aún más débil, según la Oficina Nacional de Estadística, es la proporción de estudiantes procedentes de las clases inferiores en la enseñanza superior, ya que no pasa del 2'2%.

Consultando notas de los trabajos escolares se obtienen cifras como las siguientes: en Glauchau, al comparar 18.000 alumnos primarios, se ve que de cada 100 niños hijos de universitarios, 50 obtienen notas buenas y excelentes, mientras que sólo 10 hijos de obreros, en una centena, obtienen el mismo resultado.

En fin, cuando echan mano a los “tests”, pruebas especiales de la inteligencia de los alumnos, encuentran, como el americano Terman, que, de 1.000 niños bien dotados en todos los tipos de escuela, examinados psicológicamente por él y sus colaboradores, el 26'8% procedían de la capa social superior, y el 1'3% solamente, de la inferior.

Todas estas cifras han llamado la atención y han sido explotadas en el campo de la política social. Pero en varias ocasiones se ha hecho una penetrante crítica de ellas; el profesor Baron, doctor en Medicina y Filosofía, dice al analizarlas: “Las diferencias comprobadas obedecen en primer lugar a la situación económica de los padres; que se horrorizan ante la perspectiva de tener que procurar a sus hijos, hasta los 18 o 19 años, la retribución escolar, vestidos, alimentos, libros &c.”

Tampoco produce efectos el auxilio a los niños bien dotados, “son muchos los padres que evitan percibirlo, pues saben que, a pesar de todos los socorros, aun seguirá gravitando sobre ellos una insoportable carga”. Resulta, pues, que el proletariado no muestra más que una fracción de sus niños bien dotados, y que las estadísticas prusianas no significan nada. Por eso el profesor Baron tiene “como inverosímil que las capas sociales superiores produzcan los niños bien dotados, mientras que, las medias e inferiores sean, en general, las generadoras de los menos inteligentes”.

Las notas de clase y los “test” nos llevan a considerar el problema de las disposiciones y la herencia como semejante al de las aptitudes y la producción, a lo que agregaremos la crítica del valor de los métodos empleados.

Las notas de clase –independientemente del carácter subjetivo del juicio del maestro– son notas de producción. Pero la “producción” intelectual lleva consigo, al lado de las disposiciones innatas, una aptitud específica, el factor vigor físico y de medio. Es evidente que estos dos factores pueden influir de tal modo en la producción intelectual del niño, que lleguen a anular sus disposiciones personales. Con bastante frecuencia se han determinado las condiciones de alimentación, albergue y sueño necesarias para que puedan efectuarse los trabajos intelectuales –o para que no puedan efectuarse–. Esta nota es de aplicación también a la comprobación de la inteligencia por los “test”. Los métodos de los test se fundan comúnmente en la comparación con el tipo medio de una edad determinada. Esto conduce necesariamente a no ver individualmente en el niño el ritmo de su desarrollo, y la velocidad de este desarrollo varía según la situación social.

El conocido psicólogo Ernst Meumann, que como William Stern, a quien con frecuencia he de citar, se siente inclinado a creer a la clase proletaria desfavorecida en el reparto de aptitudes, escribe, sin embargo: “Los test no prueban más que un hecho cierto, que el desarrollo de los niños de las capas más pobres lleva retraso respecto al de los que disfrutan mejor posición. Pero esto no significa que el niño cuyo espíritu es más lento en el desarrollo no pueda alcanzar el mismo grado de aptitudes que el que marcha con más velocidad. Digamos más bien, a pesar de los resultados de las pruebas de la inteligencia, que es posible llegue, el término medio de los niños de las clases inferiores, quizás con años de retraso, pero llegando, al mismo grado de aptitudes que en general alcanzan las clases superiores.” El profesor Stern expresa la misma opinión y dice: “que el avance intelectual de los niños de clases sociales superiores, comprobado por la experiencia, caracteriza, en parte, una determinada precocidad, que es imposible utilizar para un pronóstico claro. La abundancia de estimulantes intelectuales a que se someten los niños de las clases acomodadas desde el primer año de su vida... desarrollan forzosamente, en una considerable medida, su capacidad de producción intelectual... Y debemos atribuir la diferencia en el desarrollo mental, a la atmósfera espiritual del medio, singularmente de la casa paterna.”

Las observaciones relativas a las influencias intelectuales diferentes ejercidas sobre niños y jóvenes, han impulsado a que se extienda el estudio de la distribución de aptitudes a la parte adulta de la población.

El profesor Hellpach declara: “El argumento de la desigualdad de aptitudes debe manejarse con mucha prudencia; entre las masas de obreros manuales existen millares de personas cuyas capacidades sobrepasan considerablemente a las que, en efecto, utilizan para su oficio. Yo mismo, en campaña, he visto infinidad de inteligencias superiores a la media, y brillantes, entre los simples soldados. Al mismo tiempo iba despertándose en mi la idea de que quizás se concede excesivo valor a la llamada inteligencia teórica sobre las formas de inteligencia práctica aplicadas a la vida, mal apreciadas hasta hoy.”

El problema de la distribución de aptitudes no está todavía definitivamente resuelto. Pero, si es cierto que nadie puede convencer afirmando que la masa de niños proletarios es pobre en aptitudes que pasen notablemente de las comunes, es de esperar que, mejorando las condiciones de vida de los niños, poniendo en práctica nuevas formas de educación y de enseñanza, sirviéndonos de métodos experimentales indiscutibles y más evolucionados, se obtengan otros resultados estadísticos. Ninguna conclusión mejor a este examen que las palabras del profesor universitario Nadler: “¿No es horroroso que hoy, después de 1914 y 1918, aun no se haya terminado con estas calumnias y este orgullo de clase en materia de enseñanza? Se necesita, en verdad, cinismo, para pretender probar con cifras que las aptitudes constituyen un privilegio de la clase superior, y que es vano, por consiguiente, tratar de elevarse estando abajo.”

La vida intelectual del niño proletario

Su nacimiento lanza al niño proletario a ese medio estrecho que es la familia proletaria; a un medio horrorosamente reducido por su espacio material, y necesariamente estrecho espiritualmente. Comienza a vivir privado de su madre, que ha de ir al trabajo; el niño está en la “créche”, se queda con la abuela, o es confiado a la vigilancia discutible de otra mujer... Un reciente procedimiento judicial, que yo he podido estudiar, muestra en qué clase de manos puede caer: aquí se trataba de una antigua prostituta, que había abusado sexualmente de un niño de cinco años y medio. Poco tiempo después, esta misma mujer se encuentra en situación parecida respecto a unas niñas.

El niño proletario crece. Bien pronto, antes de la edad escolar en muchos casos, es abandonado a sí mismo. Inmediatamente comienza a ser útil a su familia; se le encomiendan funciones y tareas domésticas de todas clases; medida, que siendo necesaria, es también perjudicial, pues si bien favorece la formación de la personalidad, ¡agota la vida infantil en su gozosa despreocupación y lo aparta de la serena existencia del juego!

Kenitz acusa: “Trabajo escolar, trabajo asalariado, trabajo doméstico, he aquí la triple producción. Y también la triple explotación, de que son víctimas muchos niños proletarios. La combinación del trabajo escolar y el doméstico pesa sobre la mayor parte, como doble tarea, como doble explotación, a la que se agrega una tercera función en la multitud de niños que se dedican, en casi todas las épocas del año, a trabajos asalariados o agrícolas. Es importante consignar que el número de niñas que se ocupan en este triple trabajo es doble que el de niños.”

La excesiva labor, verdaderos trabajos forzados de la juventud, empobrece el alma del niño y no deja nacer en ella el goce propio y necesario en la actividad laboriosa, su espíritu de trabajo no surge.

El horroroso patio y la calle son las expansiones que tiene la estrechez y la miseria del hogar, y juntos constituyen el medio del niño proletario. Nadie mejor que el pintor berlinés Heinrich Jille ha representado este universo en que se mueve el hijo del obrero. Quien trate de sentir sus cuadros, sentirá también la miseria moral que rodea al niño. Pero la calle tiene además otro interés psicológico, sobre todo la calle de las grandes ciudades; es el campo donde se ejercita su actividad, donde se va despertando, la conoce tan bien como su casa. Conoce todas las posibilidades que la calle le puede ofrecer, sus peligros, sus atractivos, sus tentaciones, y a ella se adapta a su modo, que no siempre es reprochable. La multitud de impresiones que allí atraviesan velozmente el cerebro infantil, indudablemente lo estimulan, pero determinan un pensamiento rápido y superficial; su actividad psicológica se beneficia sin cesar con nuevas excitaciones y posibilidades, pero no profundiza en nada.

La calle tiene sus aspectos buenos. Tews hace el elogio de la calle en los términos siguientes: “Aquí es donde el niño de las grandes ciudades adquiere aptitud de crítica para todo elemento extraño, vigila y atiende a lo que sucede a su alrededor. La calle es para él una escuela de filosofía democrática y social. En ella aprende a conocer la igualdad de derechos en su forma más patente, pisa el empedrado de hecho, como miembro en pleno derecho de la gran comunidad de paseantes. No conoce más atenciones que los adultos, lo que quiere decir que el cuidado singular de su seguridad personal es para él el primero de los deberes. Por esto se ve desarrollarse en este niño, relativamente pronto, una clara conciencia”.

Esta cita me induce a considerar los tres tipos de niños proletarios como los distinguen Kautz, Langenberg y otros: activo, pasivo y enfermizo. “Al tipo activo pertenecen los niños bien dotados, los que nunca quedan obscurecidos, los que, con sus ojos brillantes, han recibido al nacer una acusada personalidad. Están convencidos de que, para avanzar en la vida, hay que saber abrirse paso entre la multitud y se lanzan con buen humor; alienta en ellos la ambición sin escrúpulos y son osados. Mucho más frecuente es el tipo pasivo; los que en él se incluyen tienen disposiciones normales, pero su fuerza es receptiva, les falta la productiva; son siempre, en todas partes, los niños que más han sufrido la presión aplastante de su medio doméstico.”

Hasta aquí seguimos a Kautz. Langenberg escribe: “En fin, tenemos que citar el tipo patológico, los pobres niños abrumados, como Caín, por su falta, por el vicio de otro que, mientras duermen, ronda alrededor de su cama, o muge en las sombras de la calle silenciosa. Estos niños son los que, sin excepción, cubren los efectivos de las escuelas de anormales en sus clases inferiores; entre ellos se reclutan los alumnos que repiten cursos eternamente.”

La miseria moral del niño proletario

Examinemos ahora la situación moral del niño proletario, echemos una ojeada hacia su vida sentimental y volitiva. Indudablemente los primeros gérmenes de ella nacen de la relación íntima, del tierno contacto con la madre e inmediatamente se extienden a la asociación familiar.

Sólo una atenta solicitud puede preservar al niño de las perturbaciones físicas y de otra índole que dificultan el equilibrio psicofisiológico, condición previa del desarrollo y organización de una vida afectiva real. Ya he señalado cuales son los graves obstáculos que se oponen, en el seno de la familia proletaria, a este estado normal. “La delicada necesidad de amor que siente el niño queda insatisfecha en las clases proletarias, no porque los padres y los demás parientes no se cuiden de él, sino porque la intensidad de la vida sentimental y psicológica que pueden ofrecerle, queda reducida, rota por los cuidados, la pobreza, la miseria y se reparte entre un gran número de hijos. El pequeño proletario crece, por consiguiente, sin saciar sus apetitos, también desde este punto de vista.”

Lo mismo observamos respecto a otras muchas posibilidades de desarrollar la vida afectiva del niño; su casa está vacía y desolada, falta de orden y limpieza, que difícilmente podrán conseguirse; son insuficientes sus vestidos; la alimentación y, por regla general, la vida en común reviste allí formas primitivas. ¿Y qué pasa cuando es tiempo de fecundar la imaginación y sensibilidad infantiles por medio de cuentos, relatos, juegos bien escogidos, fiestas, &c.? El remedio que la escuela puede proporcionar a todo esto es imperfecto. Carece de tiempo y de fuerza, de esa fuerza íntima que constituye, para el bien como para el mal, superioridad en la familia respecto a la escuela.

¿Y qué decir del principal factor pedagógico, del ejemplo? ¿Del ejemplo que dan los padres, los hermanos, los huéspedes? Naturalmente que en esta materia las diferencias son infinitas. Pero también es evidente que la necesidad, el paro, la miseria de la vivienda, las enfermedades, el alcohol, las desavenencias entre el matrimonio o entre toda la familia, crean necesariamente un medio pedagógico desastroso. Las respuestas de algunos muchachos muestran, con meridiana claridad, emocionantes situaciones familiares; una niña dice: “Lo más triste de nuestra casa es que mi padre pega a mi madre”; y un muchacho, ya crecido, confiesa: “Cuando mi padre viene borracho, escondo el hacha”. Suponemos que son excepciones, pero dan mucho que pensar.

Por necesidad biológica, el niño es egocéntrico y egoísta. ¿Pero cómo hacerle experimentar emociones de generosidad dentro de la familia proletaria donde, en medida variable, reina la lucha permanente de todos contra todos? Lo que sucede es, que se endurece y aprende a apartar obstáculos. Por las palabras repugnantes y la conducta villana, se muestra en clase, en ocasiones, algo del espíritu de estos niños.

Su imaginación y sus sueños permanecen siempre en un plano elemental, no son susceptibles, en el buen sentido de la palabra, de gran diferenciación. Experimentan deseos primitivos, dictados por la sed de goces, y buscan ásperamente el satisfacerlos. A la literatura de portera, al alimento espiritual poco apropiado de los periódicos, al mundo ilusorio y engañoso del cinematógrafo y a las alegrías de la plaza pública, llena de tumultos, se reduce su contenido. La formación de una escala afinada de valores estéticos, la constitución de un sistema interior de delicadas inhibiciones morales y de impulsiones preciosas para la sociedad son imposibles. Agregad a esto que la familia proletaria, primitiva y con frecuencia brutal, la pedagogía no está, no puede estar suficientemente desarrollada para llenar las necesidades educativas.

En las grandes ciudades, un océano de tejas se ha tragado la naturaleza, infinidad de pequeños proletarios que en ellas habitan la desconocen. Algo de césped, algunas flores es lo que resta del naufragio. Con rara energía, indudablemente, logra el proletario un rincón de jardín con un cenador; a costa de duro trabajo, de pesados sacrificios económicos, reconquista una partícula de naturaleza. ¡Pero son tan pocos los que lo consiguen y tan pocos los niños que lo aprovechan! La falta de contacto con la naturaleza empobrece el sistema de los valores afectivos y mutila la seguridad del instinto, ya reducida por otro lado.

¿Qué podemos decir de la vida religiosa del pequeño proletario? Las estadísticas prueban poco en esta materia. Como regla general, el pequeño proletario refleja el espíritu de religiosidad o irreligiosidad de sus padres, exactamente igual que el pequeño burgués. También la religión está sometida a las fuerzas sociales. El sacerdote berlinés, Gunther Dehn, obtiene de una información sobre “el universo de las ideas religiosas de los jóvenes proletarios” las siguientes conclusiones: “El destino del proletario le hace también perder la religión. La carencia de tradiciones religiosas en la familia es el punto decisivo y la explicación de la situación en que la juventud se encuentra. La piedad popular es consecuencia de las costumbres cristianas que sólo se desarrollan en el terreno familiar. Los miserables restos que de ella quedan todavía en la familia proletaria –¡la madre enseña al niño sus oraciones!–, no bastan a una mediana formación. Y cuando falta la base, la Iglesia y la Escuela no pueden hacer nada... La pérdida de religión, en resumen, es una consecuencia de la crisis de los últimos fundamentos de la vida en común de la humanidad”. Sin necesidad de reconocer la anterior conclusión como suficiente, puede admitirse la exactitud del balance de Dehn. Prescindiendo de lo que podamos pensar de la religión, comprobamos que, en este terreno, también carece de raíces el niño proletario.

La delincuencia infantil

Si sobre la vida del niño proletario pesan un medio familiar penoso, una inferioridad física, intelectual o moral, falto de toda fuerza interior, entra en la zona peligrosa del abandono. Los conflictos con la familia y con la escuela, la tendencia a ir por mal camino (falta a clase, vagancia o las sugestiones de otros amigos) lo colocan en falso y lo precipitan a la caída. Comienza por robos poco importantes, en tiendas especialmente, pequeñas estafas, engaños; vienen después las faltas más graves; entra en alguna banda de maleantes y participa en sus robos con fractura, comete delitos de violencia. El niño es ya un criminal. Cogido en las redes de la ley, comparece ante el Tribunal para Niños. La Protección de la Juventud entra en escena; ya es “pensionista de la Protección”, ya tiene vencido el primer grado de la carrera del crimen. Según los datos estadísticos, el momento de mayor peligro es el comprendido entre los doce y medio y los quince años. Es el tiempo que sigue inmediatamente a la salida de la escuela y cuando comienza la madurez sexual; periodo más peligroso aun para las muchachas, entre las que cuenta numerosas víctimas. Las estadísticas de Viena prueban el importante papel moral que desempeña la familia. Según Weiss, en 1911, de 277 jóvenes de vida alegre, 77 eran huérfanas, y 102 semihuérfanas. La miseria de la vivienda, las condiciones en que duermen, &c., determinan en los niños, con bastante frecuencia, una fatal precocidad sexual. Concurriendo como perito a los procesos sexuales, he conocido muchos casos que producen tristeza. El niño proletario corre singular peligro en esta clase de crímenes. Falto de vigilancia, recorre las calles aun durante la noche; se detiene en las plazas, entra sin obstáculo con cualquiera en casas extrañas, en cuevas, en desvanes, va a los cenadores de los jardines. Insuficientemente advertido, desconoce el peligro que su conducta entraña. Sucumbe fácilmente a las maniobras de los delincuentes sexuales, dejándose atraer por la persuasión, el dinero, &c., lo que es peor, se acostumbra en muchos casos a las prácticas criminales, encuentra en ellas placer, vuelve, se ofrece y pide dinero para chocolate, para el “cine”, para la feria y otras fiestas. Muchachos hay que se venden, explotando el homosexualismo. Hecho bastante significativo es el de que los huéspedes utilicen su situación para seducir a las muchachas de la familia; pero mejor sería no saber que ciertos padres, especialmente padrastros y abuelos, también lo hacen. Casos he conocido en que los culpables tenían de 60 a 80 años.

A nadie se le oculta que los muchachos, obligados por sus padres a mendigar, o a hacer de maleteros, corren especial peligro. Niños de esta clase he conocido, que no sabían si las prácticas a que eran sometidos estaban o no prohibidas.

Todos los años trae la gran feria a Leipzig muchos extranjeros sin conciencia, de los que suelen ser víctimas algunas niñas a medio formar.

El paso a la vida productiva

A los 14 años las puertas de la escuela se cierran, demasiado pronto, para el pequeño proletario, que pasa a la vida de producción. La infancia, que física y psicológicamente continúa, ha sido bruscamente interrumpida; el ser inacabado está abandonado a sí mismo. Se le cuida mucho menos, tiene dinero. Se convierte para la familia en factor económico con el que hay que contar y se le pasa mucho más que antes. Está entonces el pequeño proletario en la edad de las luchas y las crisis más violentas, en el seno de la familia, en el trabajo, consigo mismo. ¿Tiene siempre suerte, o fuerza, para hacerles frente? Los más reflexivos de entre estos jóvenes también tienen sus conflictos con el mundo y con el orden social establecido, hacen “sus primeras armas de proletarios”. Comprueban, quizás, que la profesión a que los llevaban sus inclinaciones y aptitudes, que era objeto de sus sueños, es inabordable con los medios económicos de su familia, y la profunda amargura que les invade el corazón abona el campo para determinaciones políticas prematuras. Aun sin esto, se impone pronto la política en el pensamiento del niño proletario; lo que no es un hecho aislado en nuestra época; los niños de todas las capas sociales viven hoy el ambiente de las disensiones políticas, que les hacen perder la indiferencia e imparcialidad infantiles.

Renuncio al estudio del movimiento de las juventudes proletarias, que quizás sería oportuno en este lugar.

La situación psicológica especial del niño proletario plantea una serie de reivindicaciones, que debemos procurar sean tenidas en cuenta por el Estado, la Sociedad y la Escuela. Como extremos más importantes señalaremos: albergue, asistencia familiar, formación física; además de la adopción de las necesarias medidas para que el niño en general disfrute de los goces naturales de la existencia, que ayudan a defenderlo de los peligros que lo acechan. Es necesario prolongar el período de instrucción, y adoptar a la naturaleza infantil los métodos y formas pedagógicos.

Las más potentes presiones para que mejore la situación del niño proletario deben partir del mismo proletariado. La prensa deberá convencerse, y encauzarse en una corriente pedagógica de amplios alcances. Los educadores, en segundo lugar, con el ideal profesional de servir a la infancia, verán que no es el último término el emplazamiento que corresponde a la infancia proletaria.

[Pedagogía Proletaria, París 1930, páginas 34-43]