Juan Jaurés, asesinado. La Internacional está de duelo
Julián Besteiro
Jaurés y la filosofía
La evolución filosófica del pensamiento del gran Jaurés es un símbolo, un ejemplo eminente de la transformación profunda que se opera en muchos espíritus cultivados. Así como, en otros tiempos, el movimiento emancipador de la Ciencia y de la Filosofía condujo a muchos teólogos a abandonar la antigua fe y a romper los lazos que les ligaban a la Iglesia, así en nuestros días muchas almas formadas en las doctrinas del racionalismo y del individualismo, tras una lucha más o menos ardua en el interior de la conciencia, no sólo adoptan la posición teórica propia del positivismo filosófico y científico, sino que rompen también los lazos que les ligan, por su nacimiento y por su educación, con las organizaciones sociales que, tras el triunfo de la revolución burguesa, encarnaron las doctrinas dominantes en las sociedades contemporáneas.
Cuando Jaurés se doctoró, sus concepciones filosóficas estaban inspiradas en los escritos del gran maestro de las sociedades burguesas. Jaurés era individualista y kantiano.
No es extraño que los libros de Kant cautivasen en un principio la atención de nuestro llorado compañero.
Las doctrinas de Kant se distinguen por una profundidad tal en su parte negativa y crítica, que apenas si pueden encontrarse en toda la literatura filosófica otras que, como las del fundador del criticismo, sean propias para despertar a los espíritus del adormecimiento dogmático en que estaba sumida la conciencia de su mismo autor antes de la lectura del Tratado del Entendimiento Humano, de Hume.
Pero, a despecho de las afirmaciones de nuestro correligionario Max Adler, que se esfuerza por armonizar el kantismo con el Socialismo, la parte constructiva del kantismo no es sino una restauración de la Metafísica y con ella de las preocupaciones tradicionales, de las cuales ha de verse libre el espíritu del hombre de ciencia, como condición previa para su pleno y libre desarrollo.
Jaurés se supo emancipar del idealismo trascendental, como otras almas grandes hermanas de la suya se habían sabido emancipar de la Metafísica dogmática, y su emancipación fue tanto más profunda cuanto que no empleó los preciosos momentos de su vida en una estéril discusión y en crítica que ya otros entendimientos habían llevado hasta sus límites extremos, sino que se entregó de lleno a una actividad constructiva, adoptando como discípulos aquellos cuyo entendimiento, por necesidades de la evolución social, se encuentran en mejores condiciones para ver la realidad sin prejuicios (los obreros), y dedicando sus energías todas a una infatigable actividad de militante en pro de las doctrinas que representan más genuinamente el espíritu positivo de la ciencia en el campo de los conocimientos históricos y sociales (el Socialismo).
Se ha dicho ya por muchos biógrafos que la actividad de Jaurés era prodigiosa. En efecto, cuesta trabajo comprender cómo en medio de las mayores complicaciones de la lucha política encontraba tiempo el gran tribuno para componer sus admirables discursos, sus artículos y sus libros. Gracias a esta actividad, al desaparecer Jaurés nos ha dejado en sus obras testimonios irrefutables del gran camino que intelectualmente recorrió en su vida y de la claridad y penetración con que sabía ver los problemas en la plenitud de su significación y prever las consecuencias de los hechos actuales ocultos para tantos hombres, al parecer pensantes, entre la hojarasca de una literatura superficial.
Desde que Marx y Engels designaron con el nombre de materialismo histórico el método científico para el estudio de los hechos más complejos que la inteligencia humana puede aspirar a conocer, la Historia y la Sociología han progresado tanto que aun los mismos historiadores que no adoptan deliberadamente este método se rinden a la necesidad de su empleo, buscando a cada paso la explicación de los acontecimientos históricos no en los grandes hechos representativos de los héroes más o menos auténticos, sino en los movimientos de las masas, impulsadas por las condiciones económicas de la vida.
Gracias a este método, los sabios franceses han logrado reconstruir la concepción dominante de la Revolución francesa, plagada no hace mucho de errores provenientes de la interpretación arbitraria de los grandes hechos y del olvido de las pequeñas causas.
Pues bien, esta aplicación del método científico a la historia de la Gran Revolución: que ha tenido en Francia por director y guía a Maurice Aulard, encontró en el gran Jaurés el más ardiente de sus propulsores, y son los discursos pronunciados en la Sorbona por el gran orador socialista el más firme testimonio del grado en que su espíritu se había alejado de las antiguas concepciones seudocientíficas y había adoptado los principios fundamentales en que se basa el estudio contemporáneo de las ciencias que a la sociedad se refieren.
Y como supo adoptar los nuevos métodos, supo también Jaurés sacar las consecuencias de su aplicación.
Sabido es que del estudio de las condiciones económicas de la sociedad burguesa deducía Marx la consecuencia de la necesidad de una revolución social, que no podía acabar sino con el total triunfo del proletariado sobre la burguesía dominante.
Hoy en día no puede caber duda a ningún espíritu sereno de que estas conclusiones obtenidas por la aplicación del método científico no solamente son certeras, sino que el choque previsto logra alcanzar caracteres tan grandes que por nadie pudieron ser imaginados.
Los intereses capitalistas han puesto en su defensa todas las armas que ha sido dable inventar para la destrucción de los hombres y han creado un estado tal de lucha y de barbarie que amenaza con la destrucción de toda la labor cultural que el trabajo de las generaciones ha sabido crear durante largos siglos.
Ya para nadie puede ser un secreto que el problema que se ventila en la Europa del siglo XX no es sino un problema de vida o muerte, de regreso a los momentos más oscuros de la historia guerrera de los pueblos o de salvación y renacimiento de una vida más grande y más noble de amor, de paz y de trabajo.
Todas las panaceas de la antigua Filosofía, de la antigua moral, de la política, de la economía han fracasado. A un mismo precipicio inmenso han ido a parar las ideas humanitarias de los espíritus superiores, las ideas patriarcales de los grandes monarcas que pedían sacrificios a los pueblos para asegurar la paz, las ideas morales y religiosas de los espíritus generosos que se congregaban en Consejos pacifistas sin atreverse a romper con los fundamentos de la sociedad en cuyo seno se estaban desarrollando ampliamente los gérmenes de la ruina.
Y cuando todo esto ha muerto y fracasado, la triste humanidad que sufre las consecuencias de la más cruel de todas las guerras no tendría otro recurso que resignarse a morir en medio de un escepticismo clarividente, como se resignó a morir la antigua civilización greco-romana, si no existiera una fuerza salvadora: el proletariado revolucionario, animado por el espíritu de la ciencia emancipada de las tradiciones de casta.
Que Jaurés supo ver el gran problema en toda su imponente magnitud, lo demuestra la actividad de sus últimos años, la serie enorme de sus discursos acerca del servicio militar en Francia y su libro titulado L’armée nouvelle.
El gran choque de los intereses capitalistas, que parecen querer arrastrar en su muerte a la humanidad entera, ha comenzado ya entre el estruendo de los cañones.
Y esos clarines de guerra son el llamamiento a la lucha del gran pueblo trabajador, son las avanzadas de la revolución salvadora.
Los hombres que, como Jaurés, supieron ver el problema y trabajar por su solución, no mueren. Su espíritu vive en el fragor de los combates y vivirá en las jornadas de trabajo bienhechor de la humanidad emancipada.
Si las balas que disparó un pobre demente contra nuestro querido compañero pudieron dejarle algunos momentos de reflexión en los umbrales de la muerte, seguramente en esos instantes el gran Jaurés supo elevarse sobre las miserias del presente a la contemplación de la nueva humanidad que nace entre crueles dolores.
Julián Besteiro
Agosto, 1914.