[ José Fernández Buelta ]
Con miras de política honrada
Los fundadores de REGIÓN, o de otra manera: los fundadores de la Editorial Gráfica Asturiana que editaría un periódico, llevaban miras de política honrada, porque les dolía España. Cuando en diciembre de 1920 se me brindó la posibilidad del periodismo, ilusión que alimentaba desde mucho antes, me sentí capaz de todo esfuerzo ante la perspectiva de tener que buscar mimbres para la urdimbre. Eran aquéllos señores (tan ilusionados como yo, pero de otro modo) personas de significación en la vida social y alguna de entre ellas, figura en el campo de la industria. El tema para la propaganda era el de “La defensa de los intereses comunes de las derechas”. Nació REGIÓN para tal fin. La primera entrevista que tuve con los organizadores me proporcionó el primer contacto con don Bernardo Aza y González-Escalada, don Luis Vallaure Coto, don José María Guisasola, don Emilio Gutiérrez y don Modesto González Pola, al que yo conocía.
Me brindaron el trabajo (dejémoslo en misión) de visitar a las personas de las que esperaban apoyo para las que me darían cartas de presentación; pero me dejaban campo libre para mi iniciativa personal, con lo que me sentí halagado por lo que suponía de confianza en mí.
Buscaban aquellos señores un instrumento de enlace entre las fuerzas llamadas (porque lo eran) de orden; algo así como una cordial y patriótica inteligencia entre “hermanos separados”. Y a punto estuvo de que el fenómeno se produjese en nuestra provincia. Fue el espejismo que siempre desorientó a los políticos desde la España decimonónica hasta siempre. Lo que dio al traste con los buenos propósitos.
Para la verdad histórica del periodismo regional, quiero decir, porque lo supe entonces, que aquel caballero ejemplar de mente creadora, propulsor de la economía asturiana, mecenas para muchos, padre los que de sus industrias dependían, don José Tartiere Lenegre, vio con simpatía e interés el panorama que le fue presentado por los señores que fundaron REGIÓN, a los que capitaneaba don Bernardo Aza. No fue por aquél, por el que se malogró la idea; pero lo que sí es cierto, es que tampoco se puede achacar el fracaso a los de la Editorial Gráfica Asturiana.
Regentaba yo por aquel año de 1920, un negocio que tenía por base los deportes y, anejo a él, explotaba su dueño una fundición de vieja solera, la que había sido de los señores Fernández Quirós, en cuyos locales fue a instalarse (quién iba e decírmelo) REGIÓN.
Desde el día primero de enero de 1921, quedé incorporado a la Editorial Gráfica Asturiana y comencé a cumplir la misión que, de momento, se me reservaba. Buscar dinero no era cosa cómoda ni fácil. Al natural recelo de la aventura económica, se unía el que despertaba el aspecto político: La defensa de los intereses comunes, de la causa común de las derechas, era una vaga teoría. Las derechas, para mí en aquel entonces, eran los que creyesen en la Santa Madre Iglesia…; los seguros. Como no eran pocos mis conocimientos entre el clero, inicié mis gestiones cerca de algunos sacerdotes amigos míos y como esperaba respondieron, si bien con cantidades simbólicas, porque algunos de ellos que regentaban iglesias por las aldeas, estaban más bien en situación de recibir ayuda. Le había que hacía madreñas, que su madre vendía en la capital del concejo, porque les hacía falta para comer. Y estoy muy lejos de apelar a tonos dramatizantes. Pues sí; algunos curas, amigos míos, suscribían aquellas cien pesetas de las acciones “B” y me recomendaban a tal o cual vecino.
Pero de mis personales logros, quiero anotar el de la “conquista”, no se si por convencimiento o por el afecto que siempre ha tenido a los míos, o, quizás, por la favorable influencia de su esposa (no muy lejana pariente de aquellos), de don Manuel Martínez, el señor de la Piconera de Ribadesella. No se conformó don Manuel con suscribir el máximo de acciones, limitado su número por los Estatutos de la Editorial Gráfica Asturiana. Me invitó a acompañarle desde su señorial mansión de “La Piconera” a la de don Ramón Cifuentes (“Partagás” como cariñosamente se le llamaba el dueño de la famosa marca de cigarros).
Fue un simpático encuentro entre aquellas dos figuras señeras de la industria del tabaco, de Cuba. Se saludaron con cariñoso desafío.
–“Toma este cigarro, que es el mejor de cuantos fumaste en tu vida”.
Don Manuel le ofreció un habano a don Ramón en el momento en que éste nos recibía con no disimulado júbilo a la puerta del jardín de su casa, en el Carmen.
–¡Espera aquí un momento! (dijo don Ramón). Entró éste en el edificio, salió enseguida y exhibiendo otro cigarro se lo “alargó” a don Manuel:
–“El mejor, de la mejor fuma que conocieron y fumaron los mortales desde Colón a nuestros días, es éste. ¡Toma, para tí; a ver si entiendes algo de buenos tabacos!”
Ya en el despacho del señor Cifuentes, pude comprobar cuál era el grado de amistad entre ambos; don Manuel sin preámbulos dijo a su amigo:
–“Firma donde te diga este rapaz que es amigo de mi casa. Lo demás ya te lo explicaré”.
Y vuelto hacia mí:
–“La misma cantidad que yo”.
Así anote como accionistas a los dos primeros de la máxima categoría. Creo que, en términos financieros se dice de otra manera; algo así como “tenedores de acciones”.
En el Consejo de Administración de la Editorial Gráfica Asturiana, editora de REGIÓN figuró como consejero un sobrino carnal de don Manuel el de la Piconera, hijo de su hermano don Francisco señor de Sorribas en Sevares; me refiero a don José María Martínez Noriega, caído por Dios y por España, vilmente asesinado.
Como este caso no pocos en que me fue confiada la gestión diplomática. Cuando visité a don José Sela y Sela pensaba yo. ¿Por qué no le habló su amigo y vecino don Bernardo Aza? Desde la casa-palacio de don Bernardo en Villarejo, hasta la de don José Sela hay distancia de tiro de piedra.
El sondeo que hice en el ánimo del influyente prócer, señor Sela, fue, al menos, prometedor: firmó un compromiso, de momento de menor cuantía de lo que yo esperaba, pero se incorporó.
Como un “hueso a roer” (valga el modismo) fue la “conquista” del Conde de Rodríguez San Pedro. Visité al frustrado político en su bello palacete de Toreno-Uría. Creo que la táctica empleada por los fundadores de REGIÓN de no ir ellos mismos como de rogativa a determinadas personas de temperamento difícil, les daba buenos resultados porque constituía un acicate: era como despertar interés en conocer las causas por las que sólo se tenía la deferencia de enterarles de lo que se proyectaba, sin el deseo de contar con ellos.
Paralelamente a esta labor mía, realizaba don Modesto González Pola otra importantísima y clave, la de la organización técnica. Don Modesto volcó, materialmente sus posibilidades económicas en el noble empeño de la Editorial y fueron muchos e importantes los que, de entre sus relaciones, se sumaron a la empresa. Dificilísima tarea que él culminó con la ventajosa adquisición de la rotativa de “O Século”, diario lisboeta. Era una máquina de gran rendimiento, ambicionada por otros periódicos españoles. Pola fue más hábil en las negociaciones. Adquirió linotipias de ocasión, estereotipia, equipo de fotograbado y en suma cuantos elementos exigía un diario de categoría y tono internacional, pero asimismo halló lo más difícil: personal técnico que se decidiese a renunciar a sus puestos de trabajo para embarcarse en la aventura de un ensayo en provincias.
Entre los aciertos de don Modesto G. Pola no fue el menor el del primer director de REGIÓN, don Francisco Aznar Navarro, fundador con Leopoldo Romeo de “Informaciones”. Era Aznar Navarro aragonés de arriba abajo, aunque no por su contextura física, no poco enclenque, pero sí por su solera de periodista (Aragón fue cuna de los mejores), por su honradez profesional, su hombría de bien y su sentido del compañerismo siempre por encima de intrigas y maniobras; su “al pan pan y al vino vino” ha sido la lección que aprendí de él, aunque sin prescindir del diálogo, que no de la polémica agria, delatora de mezquina personalidad y mal carácter. Crítico teatral de sólido prestigio al que la academia francesa encargara un informe sobre las traducciones “verso” francés-español; al que respetaban y temían autores y actores y éstos los de más alto criterio, hacían objeto de respetuosos homenajes. Él me dio el espaldarazo, contándome el cuento del “tío Isidro” que le llevó un pito al niño que le había entregado los diez céntimos –“para que me traiga Vd. un pito”.
–“Tú pitarás”
Fue Aznar Navarro autor de un simpático lema que figuraba en la primera plana del periódico (y que yo sentí mucho que desapareciera). Decía así: “Amarás a Asturias sobre todas las cosas. El amor a Asturias no excluye, antes fortalece el amor a España”.
Don Francisco Aznar Navarro (tez blanca como el papel del periódico, porque la luz del sol no le exploró jamás) me decía:
–“Tenemos suerte”, porque en los primeros momentos de su dirección ocurrieron una serie de sucesos favorables a la información de prensa: advino la dictadura de don Miguel Primo de Rivera; fue actualidad el asalto al Banco de España, en Gijón, en que pereció el director del mismo, señor Azcárate. Las peripecias de la persecución de los pistoleros con las aventuras que motivaron una popularidad de que fui víctima; el robo de las coronas de Covadonga.
El entusiasmo con el que irrumpí en el periodismo me llevó a decisiones como la de pechar, sin saber una palabra de fotografía, con la responsabilidad del reportaje gráfico, porque, a pesar de las gestiones de Aznar cerca de los de Madrid, no logó que, ni siquiera un principiante, se decidiese a venir a Oviedo. Un amigo mío, Saturio Azcoitia, me dio, precipitadamente, unas lecciones sobre el manejo de una máquina fotográfica. Andando el tiempo, Aznar publicó un artículo que tituló “López fotógrafo”, en el que, con salero indudable, pintaba mis andanzas reporteriles. Fui en consecuencia, reportero gráfico de REGIÓN el primero; si bien Pola, muy experto, echaba su cuarto a espadas en aquel menester. Hice, pues, a “Pluma y a máquina”, aquellos reportajes que me proporcionaron indudables éxitos y que me pusieron en contacto con “ABC” y “Blanco y Negro” de los que habría de ser corresponsal en Oviedo años más tarde. El frenesí de la información en las secuelas del asalto al Banco de España constituyó un resonante éxito para REGIÓN porque en tiempo récord desde el momento de un tiroteo sostenido por la Policía y fuerza armada y los pistoleros al intentar reducirlos, y la salida a la calle del periódico, habían transcurrido casi minutos. En las primeras horas, pasada la media noche, localizados los autores del asalto al Banco en el ático de una casa, en la calle Covadonga, esquina, casi, a San Bernardo, fuerzas de seguridad y policías intentaron coparlos: la situación, estratégicamente considerada, era favorable a los pistoleros que, parapetados detrás de unos colchones de lana, abrieron fuego de pistola contra los que intentaron subir. Yo pude conseguir una fotografía, al magnesio, de aquel parapeto e impactos de las balas en la escalera. Pocos días después, pasados los prados de Ventanielles, hubo otra refriega en la que intervino la Guardia Civil. Resultó muerto uno de los pistoleros y fue detenido el luego famoso Torres Escartín, que llegó a evadirse de la cárcel modelo de Oviedo, aunque fue apresado de nuevo por unos cazadores ovetenses en Villapere.
A pesar de estos lamentables sucesos, Asturias disfrutaba de indudable bienestar económico; la vida deportiva animadísima por la rivalidad entre los equipos de fútbol Stadium y Deportivo (ambos de Oviedo) y el Sporting de Gijón, principalmente. El ambiente taurino, también en pleno auge, con la aparición triunfante por los ruedos españoles y mejicanos del torero asturiano, tan gijonés por su cuna como ovetense por el desarrollo de su vida y su formación taurina. Me refiero al matador de toros Bernardo Casielles.
En la Redacción de REGIÓN había dos poetas: Ángel Luya, redactor-jefe que acababa de conseguir la “Flor Natural” en los juegos florales de la República Dominicana, y el ovetense Carlos Rosales. Figuraba asimismo en la plantilla, el fino escritor, tan exigente consigo mismo como pulcro en su prosa, José Antonio Cepeda, que ejercía al mismo tiempo el cargo de corrector.
Teowaldo Faes, “boulevardiano”, elegante y discreto. El erudito, indolente, fichero al día del mundo literario, Luis Méndez Toca. Pascual Martín, con mucho oficio de periodista, brazo derecho de Aznar, aragonés como él, Máximo García, que popularizó el pseudónimo “Gicara” (juego de letras de su apellido) experto en cuanto tuviese relación con la política local administrativa que constituía, entonces, el caballo de batalla de la información. Isidoro Costillas, sorprendente taquígrafo que llevaba el peso de la información telefónica recibida de las agencias. No había, entonces, teletipos, por lo que todo era trabajo de artesanía. De la cabina telefónica no pude yo liberarme en aquellos tiempos, como tampoco me libré en los posteriores y calamitosos que motivaron el levantamiento nacional.
En la lista de la Redacción, hubo figuras como la de mi compadre y querido amigo, el malogrado escritor Carlos Herrero, ensayista que me tuvo por complacido oyente en primicias de sus trabajos, algunos de los cuales, como “El cantero que labró la Catedral”, inédito, guardo en mi poder.
Manolito García Santos, “Jarrilla”, uno de los mejores y más entendidos cronistas de todos los de España, como lo acreditó por tierras andaluzas y en la subdirección de “El Ruedo”.
Gumersindo de la Justicia, cronista popularísimo en el ambiente de sociedad.
Manolo Magnet, también dedicado a la sección del mundo que va y viene, del que se casa, del que nace, del que muere…
Fernando y Manolo Vázquez-Prada, precursores del que hoy gobierna con tal éxito este buque cargado diariamente de noticias universales y de latidos de la vida regional: periodistas veraces que tuvieron verdadera aversión a la lisonja ni para prodigarla ni para recibirla, tal que lo hace su hermano Ricardo en estas columna, en sus editoriales, por medio de “El Cabinista” o en sus ya chispeantes, ya epigramáticas, y siempre buscada por los lectores, “Gotas de Tinta”.
Juan Mendoza, penetrante como un estilete, acerado, lleno de intención, pero elegante y muy culto.
Por esta Redacción pasaron, en otro tiempo, firmas que, iniciadas aquí, triunfaron en el periodismo nacional, y cito, como ejemplo a Jesús Evaristo Casariego. Hablo de mis tiempos y confiado exclusivamente a mi memoria sin medios para comprobar datos, fechas, efemérides, tales como el paso de personajes de gobierno, visitas del Príncipe de Asturias, hechos históricos como la boda del que luego fue salvador de España, Caudillo inmortal, glorioso Jefe del Estado español. No puedo olvidar que tuve el honor de ser el primero que hizo la fotografía (aparecida en REGIÓN) del teniente coronel, don Francisco Franco Bahamonde, y para conseguirlo, hube de conseguir primero que accediese a que le fuese prendida con un alfiler, otra estrella de seis puntas en la bocamanga, junto a la que ya tenía de comandante. Por ese “duende” que acompaña tantas veces al periodista me enteré del ascenso, en Correos, en el momento en que llegaba el texto de un telegrama comunicándoselo.
Digo que se me escaparán nombres y detalles de interés, aparte de los que dejo de propósito para imponerme el punto final.
Durante el tiempo que dirigió REGIÓN Florentino Carreño, de corto mandato, agudizó el periódico una tendencia al estancamiento informativo, muy polarizado. Conocí, con él, a los hermanos Pérez de la Ossa, dignos de mayor campo para sus actividades. Fue don Constantino Cabal como un resurgimiento, porque cobró el periódico movilidad con el regalo imaginativo de Cabal. Entró REGIÓN en el palenque de la polémica con espíritu de lucha, lo que no halagaba mucho al ya adocenado Consejo y Cabal se veía obligado a frenar. Con Carlos Herrero, secundándole, y conmigo (por qué ocultarlo) emprendió el periódico una especie de seriales efectistas y de emocional “suspense” como aquellas informaciones de las luces de “Forcallao” o la aventura de Cabal de tipo detectivesco, cuando “el crimen de Sariego”.
Con don Constantino Cabal y por la galanura delicadeza, señorío de doña Mercedes Valero de Cabal, llegó al ápice de su prestigio la sección de la vida de sociedad.
De mis hechos en los días de mi querido y admirado amigo, don Constantino Cabal, “renuncio aquí a la memoria” porque un mal entendido nos separó. Y, es curioso, el Consejo de Redacción no se había enterado y acordó que se me preguntase lo que había ocurrido e, incluso, si estaba dispuesto a reintegrarme y en qué condiciones. Uno de los consejeros, del que yo no era, por cierto, santo de su devoción, recabó para sí el cometido. Y me lo dijo, sugiriéndome que expusiese en una carta que le entregaría, mi decisión. Me halagó mucho la deferencia tenida conmigo por los consejeros. En mi carta daba las gracias y dejaba bien al claro que no podía hablar, en manera alguna, de condiciones para volver a lo que tenía por mi propia casa. El silencio del Consejo fue absoluto. Meses después me enteré por el capellán de las Salesas don Emilio Gutiérrez, también consejero, que no había sido presentada mi carta e, incluso, al preguntarle al señor en cuestión por el resultado de sus gestiones, contestó que yo no había dicho ni una sola palabra...
Se habló, no caritativamente, de mi viaje a Cuba como embajador plenipotenciario de REGIÓN y se lanzó alguna especie insidiosa. Ruego a mi compañero Ricardo, director de este diario, que me permita decir algo no despreciable para la historia local: no era mi cometido el de recabar ayudas económicas ni llevaba autorización para recibirlas. Fui a la Habana coincidiendo en el viaje con el ilustre folklorista Eduardo M. Torner y con el triunfal intérprete, don José Carreño “Cuchichi”. Iba a conocer el ambiente en que se movían nuestros paisanos. Escribí no pocos artículos, meramente informativos y con toda objetividad; pero uno que titulé: “Cuba país de mañana”, produjo ronchas, incluso en la Embajada. El periódico me lo advirtió. Como no me interesaba hacer informaciones de carácter adulatorio que pudieran dar pie a suspicacias, solicité a la Trasatlántica pasaje para España.
Si hubiera sido yo ambicioso, hubiese aprovechado alguna de las tres oportunidades que me fueron brindadas. Estas: Pepín Fernández (don José Fernández Rodríguez) capitán victorioso de una de las más grandes empresas comerciales de España, me ofreció, con la anuencia de los jefes de los famosísimos almacenes “El Encanto”, su propio puesto de jefe de relaciones, prensa y publicidad.
Don Ramón Rodríguez, representante de ventas de “Partagás”, a presencia de Torner, me ofreció, en condiciones tentadoras, la jefatura de su secretaría.
Con motivo de la embajada del Cabildo Catedral de Covadonga y a causa de una “errónea” diplomacia de los dos ilustres capitulares que la formaban, pero no tan errónea puesto qua mantuvieron con toda dignidad, los principios que habían de informar en todo momento el carácter religioso del histórico Santuario, un comité, constituido con buena intención por asturianos allí influyentes, me hizo una propuesta para la bien remunerada misión de recorrer la isla, con cartas de los señores del comité, dirigidas a personas que no podían desatenderlos, a las que yo explicaría, de palabra, el fin sentimental, regionalista, de atracción turística para Covadonga. ¡Inaceptable! ¡Qué ocurrencia!
Volviendo a lo primero: 32 páginas, 20 grabados diarios (aún cuando fueron sólo otras tantas las páginas de ordinario); una tirada por encima de los 30.000 ejemplares, constituía una proeza revolucionaria de tal magnitud, que marcó un momento en la historia de la prensa española y produjo una convulsión en la de no pocas provincias.
REGIÓN sobrevivió, contra el criterio de no pocos “expertos” de entonces. REGIÓN fue el paso gigantesco de la prensa, con un nuevo estilo y dejó para la anécdota aquel periodo de un Oviedo aún decimonónico a los finales del primer cuarto del siglo XX.
Enmudecieron, con el surgir del nuevo periódico ovetense, las cascadas voces de las ancianitas que recorrían las calles y barrios de la ciudad, con la monotonía de sus pregones: “La Opinión”, “El Carbayón”, “El Correo de Asturias”, con los sucesos de ayer…